Parte I
LA REALIDAD E IDENTIDAD DE
LOS DEMONIOS: [IV]
(Marcos 5:7)
“Y clamando a
gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo,
Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”.
(Mr. 5:7)
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
El
carácter de la demonología bíblica demuestra su incomparable superioridad sobre
los sistemas étnicos y rabínicos y enfatiza su posición única de una
confiabilidad completa como norma de evaluación. Indica también la importancia
singular y significación central que se le debe dar al testimonio de las
Sagradas Escrituras para un entendimiento y evaluación exactas del tema como un
todo.
Más todavía, a la luz de la unicidad e importancia de la demonología escrituraría, no es difícil comprender que el problema de la interpretación del texto sagrado será de especialísimo interés. “¿Qué dice la Escritura?”. No sólo será la pregunta principal, sino también la señal que indicará la dirección que debe tomar la investigación.
I.
LA EXISTENCIA DE LOS DEMONIOS:
Poco
necesitamos decir referente a la realidad de los demonios, pues en este punto
el testimonio de las Escrituras es claro e inequívoco.
Sin
embargo la incredulidad es tan grande y el problema del escepticismo tan
enojoso en todo este campo de investigación, que se hace necesario tratar el
tema.
Es casi
innecesario señalar que la doctrina bíblica de un diablo y demonios con
personalidad se ha encontrado con una barrera de escepticismo en los últimos
años. Muchos en la era tan mentada de la ciencia y la iluminación, menosprecian
la declaración bíblica como un mero remanente de superstición medieval o tratan
todo el asunto como un chiste divertido.
Dentro y
fuera de la Iglesia hay personas que afirman abiertamente que no existe el
diablo como personalidad, y que es solamente el mal personificado, y que lo que
existe del diablo está en el hombre mismo y que hay suficiente de esta variedad
para contestar a todos los requerimientos teológicos.
También se
declara confiadamente que ya no puede encontrarse en ninguna parte un erudito
respetable que crea en el diablo o los demonios como eres con personalidad. Es
así como este escepticismo agresivo y sus ataques demandan un trato apologético
del problema.
Es obvio que, si los demonios son imaginarios e inexistentes todo este tema pertenece al campo de la fantasía y folklore y no a la esfera de la teología cristiana.
1.1.
LAS PRUEBAS QUE PROPORCIONAN LAS
SAGRADAS ESCRITURAS:
La
evidencia de la revelación debe ser puesta en primer lugar, no porque creamos
que ha de ser más efectiva para impresionar al escéptico (parece que ninguna declaración de las
Escrituras le impresiona), sino porque intrínsecamente es el
testimonio más importante. Los demonios existen, primero y principalmente,
porque Dios en su Palabra declara que existen.
Que los shedhim (Dt. 32:17; Salm. 106:36, 37) del Antiguo Testamento, eran demonios reales y no meros ídolos, lo prueba la traducción de la Septuaginta del término daimonis (demonios); los judíos consideraban a los ídolos como demonios que permitían ser adorados por los hombres (LXX Sam. 95:5 Cipriano de Valera 96:5; 1 Cor. 10:20). Más aún, parece cierto que el seirim también era una concepción demoniaca (Lv. 17:7; 2 Cron. 11:15; Is. 13:21; 34:14).
Se puede probar ampliamente el
hecho de que los escritores del Nuevo Testamento creían firmemente en la
existencia de los demonios:
·
Ellos declaran su existencia (Stg. 2:19; Ap. 9:20);
·
Describen
su naturaleza (Lc. 4:33; 6:18), y su actividad (1 Tim. 4:1; Ap. 16:14);
·
Mencionan
su expulsión de cuerpos humanos
(Lc. 9:42);
·
Sugieren
su organización bajo el mando de Satán
(Mt. 12:26; Ef. 6:12);
· Indican el lugar de su morada (Lc. 8:31; Ap. 9:11) y señalan su condenación final (Mt. 25:41).
Cristo mismo compartía las
creencias de los escritores bíblicos; aunque este hecho se niega extensamente,
también puede ser ampliamente probado:
§
El
mando a sus discípulos a echar fuera
demonios (Mt. 10:1);
§
Los sacó
El mismo (Mt. 15:22, 28);
§
Los reprendió (Mr. 5:8);
§ Ejerció completo poder sobre ellos (Mt. 12:29) y consideró su triunfo sobre ellos como si fuera sobre Satanás (Lc. 10:17, 18).
En las
referencias citadas no hay indicios de que Jesús o cualquiera de los escritores
del Nuevo Testamento tuvieran la más mínima duda de la existencia verdadera de
Satanás o de los demonios. Ellos creían en su realidad, tanto como en la
existencia de Dios o de los ángeles buenos. Basta una somera investigación para
descubrir lo burdo, lo sumamente destructivo, y lo insostenible del punto de
vista racionalista y mítico[1] de Satanás y los demonios.
Este no sólo pone en tela de duda el carácter y veracidad del mismo Hijo de Dios, sino que desafía la autenticidad y confiabilidad de toda la Biblia. Porque, si las enseñanzas de las Escrituras respecto de Satanás y de los demonios se consideran como míticas, cualquier otra doctrina bíblica, de la misma manera, puede ser declarada como mítica a capricho del criterio que desee contraponer sus opiniones a las de los profetas, apóstoles y al Señor mismo.
1.2.
LAS PRUEBAS QUE BRINDA LA NATURALEZA:
Para
cualquier estudiante reverente, el testimonio de las Escrituras sobre la
existencia de los demonios es ampliamente suficiente y no son necesarias más
Pruebas.
Pero no falta evidencias científicas y filosóficas para aquellos que no están
dispuestos a aceptar el testimonio de la Biblia. La naturaleza, que a menudo ha
sido llamada “el
Testamento más antiguo de Dios”1), levanta su elocuente
voz, en muchas ocasiones, para autenticar e ilustrar la verdad escritural. En
el mundo natural encontramos por todas partes ilustraciones que sugieren a seres tales como Satanás y los
demonios en el mundo espiritual.
En el reino vegetal hay pestes e insectos y plagas que continuamente hostigan al agricultor. En el reino animal no existe criatura que no tenga su enemigo mortal, debiendo matar para alimentarse de su víctima. Hasta la familia humana está perpetuamente amenazada por una vasta multitud de gérmenes hostiles que esperan su oportunidad para atacar al ciudades del cuerpo humano, causándole enfermedades y muerte.
Sin
embargo, con esto no se sugiere una conexión entre las pestes, insectos,
parásitos y gérmenes de enfermedades en el reino natural y los demonios en el
reino espiritual. Como el Creador tiene un propósito ético en todas sus obras,
y eventualmente vencerá el mal con el bien, y como en innumerables casos os
fenómenos naturales reflejan verdades espirituales, “las cosas invisibles de él… se hacen
claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de
las cosas hechas” (Rom.1:20); parece obviamente deducible, por los
hechos que tenemos a nuestra mano, que los agitadores y atormentadores que
afligen cada esfera del reino natural, son ilustraciones del ejército de
maldad, agentes que existen en el reino espiritual.
El
testimonio de la naturaleza es tan efectivo como para desembarazar la doctrina
de los demonios de las objeciones comunes que se levantan contra ella, de que
no es científica ni filosófica. Es científica y filosófica.
Más aún; no hay argumento válido que pueda ser sostenido en contra de la administración y constitución del mundo espiritual con sus ejércitos de malvados demonios, que no pueda al mismo tiempo ser sostenido con igual validez en contra de la constitución y administración del mundo natural, con sus miríadas de bacterias y parásitos destructivos.
1.3. LAS PRUEBAS QUE OBTENEMOS DE LA NATURALEZA
HUMANA:
Para aquellos que se resisten a aceptar la prueba de las Sagradas Escrituras y la de la naturaleza, se puede agregar mayor evidencia en los hechos psicológicos de la naturaleza humana. Davies afirma que “la creencia en espíritus malignos es universal”2), y Townsend correctamente declara que tal convicción ha sido “tan persistente y extendida… como la creencia en Dios, los ángeles o la inmortalidad del alma”3).
Quizá la pregunta que pide
explicación ahora es ésta: ¿Cuál es la
razón de la universalidad de tal opinión?
Que la
creencia haya sido viciada por supersticiones extravagantes, aunque quizá no
más que a creencia en Dios o en Satanás, está fuera de discusión. El problema
de una predisposición amplia y prevaleciente y una inveterada tendencia por
parte de la raza humana, sigue siendo tema de una investigación científica.
¿Qué verdad
vital no ha sufrido distorsión y violencia a manos de una humanidad caída?
Para
la gente sensata es una necesidad no tener en cuenta la doctrina de Satán y los
demonios sólo porque haya sido objeto de abuso; pues siguiendo este
procedimiento irracional, negaríamos a hacer a un lado cada doctrina vital de
la Palabra de Dios, puesto que cada aspecto de la revelación ha sufrido
interminable distorsión y desfiguración. Este método es tanto más insensato, ya
que bajo las extravagancias de casi cada creencia se esconde laguna verdad
importante.
Pero:
· ¿Cómo podemos explicar la preponderancia de la creencia en
los demonios desde los tiempos más remotos de la antigüedad hasta el presente?
·
¿Es una mera
casualidad, un accidente colosal?
· ¿Es el demonismo apoyado sobre los hechos de una revelación original de la verdad, preservado por el instinto humano y nutrido por los hechos de la experiencia y la observación?
La idea de “casualidad” la rechazamos como indigna de consideración. Un efecto sin causa es una mala lógica y una peor teología. La noción de “una invención perpetuada por la superstición” es más siniestra y amenazadora, puesto que los escépticos han sostenido frecuentemente que las creencias en Satán y los demonios, no es más que una superstición, nacida en la mente de algún hombre insano, que se extendió a otros hombres y así pasó a las generaciones siguientes.
Pero esta hipótesis es
falsa, hasta en el campo filosófico. Sin
embargo, suponiendo que fuera verdad, deja totalmente sin explicación el hecho
de que una raza de hombres cuerdos o sanos se haya apoderado casi
universalmente de una “idea insana”. Pero si la idea de Satán y de los
demonios fuera una invención, las dificultades no quedan de ninguna manera
allanadas. La “invención” es un fenómeno
de tal significación en el campo de la psicología y a religión, como para
exigir un serio estudio científico, y no bostezos escépticos y desprecio.
La única
conclusión válida, entonces, que podemos sacra sobre la creencia en Satán y de
los demonios, al igual que otras convicciones religiosas que se han expresado a
sí mismas en multitud de formas en las diferentes edades, es que no es una
invención ni la fantasía de un hombre insano, sino que puede llegarse a su
fuente original en una primitiva revelación divina. Los hechos básicos de esta
revelación han sido perpetuados por el instinto humano, implantado irradicablemente
por Dios, y apoyados por la experiencia y a observación.
Las
creencias instintivas nos dan de esta manera una respuesta a la creencia
prácticamente universal en los demonios y proporcionan una prueba de su
existencia.
Siendo éste el caso, y siendo Dios el Creador de la mente humana con sus inclinaciones instintivas, es claro, ya que Dios no puede mentir en su Palabra o en sus obras, que la creencia en los demonios descansa sanamente sobre bases tan científicas y filosóficas como cualquier enseñanza del cristianismo o como cualquier principio general propuesto en las filosofías de los hombres.
1.4.
LAS PRUEBAS POR MEDIO DE LA EXPERIENCIA
HUMANA:
La
constitución de la mente humana, como se manifiesta en las creencias
instintivas comunes entre la humanidad, no hace que el argumento psicológico
que sostiene la existencia de los demonios queda exhausto. Tenemos otro
aspecto importante en el testimonio y los hechos de la experiencia humana:
Las Vidas:
·
Del alcohólico,
·
El
criminal,
·
El
libertino,
·
La
prostituta,
·
El
drogadicto,
· El
demente,
·
El
jugador, y
·
El suicida.
En muchos casos muestran evidencia de una más profunda que simples lesiones o enfermedades físicas o mentales. La vida licenciosa y pecadora que llevan algunos hombres, y las ansias con que corren al vicio y la libertinaje conociendo bien las tremendas consecuencias para el cuerpo, la mente y el alma, constituyen la evidencia más fuerte, fuera de la Biblia, de que hay espíritus malignos e inmundos que tientan, toman control, y sin compasión llevan a sus víctimas a la destrucción.
En los casos en que la voluntad
humana está dominada por un poder irresistible, cómo se observa en:
Ø
El
alcohólico,
Ø
El
libertino, o
Ø
El suicida.
¿Quién puede negar que quizá se deba a agentes demoniacos? En cualquier caso en el que el mal no esté en el cuerpo, sino en la mente, decir que es enfermedad o insania es señalar únicamente el hecho del disturbio sin hacer ningún intento por señalar las causas.
Por supuesto, la locura puede haber sido producida por lesiones físicas o trastorno de aquellos órganos físicos a través de los cuales la mente[2] expresa sus poderes, pero mucho más frecuentemente parece claramente atribuible a agentes sobrenaturales que actúan directamente sobre la menta y la desordenan.
El suicidio se explica mejor, por lo menos
en la gran mayoría de los casos, atribuyéndolo a posesión
demoniaca y no a la demencia, que a veces se sugiere como pretexto
para el acto. Lleva todas las marcas de Satán el “homicida” y “mentiroso” (Jn.8:44).
¿Quién, si no
él o sus demonios, podría pintar tan terrible el futuro como parte que el
suicidio aparezca como único camino a tomar? Cuando Lucas
escribe en su Evangelio que “entró Satanás en Judas” (Lc.22:3), claramente da a
entender que la dinámica de su crimen
y suicidio se debía a Satán y sus
demonios.
“Y entró Satanás en
Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce”. (Lc. 22:3)
Ayuda
Hermenéutica:
Entró: G1525 εἰσέρχομαι = eiserjomai: de G1519
y G2064; entrar (literalmente o figurativamente): - entrar, ir, llegar, pasar.
(Strong).
eisercomai = (εἰσέρχομαι, G1525), venir adentro, entrar (eis = adentro; ercomai = venir). Se traduce «penetra» (Heb. 6:19), de la firme ancla del alma, una metáfora de la esperanza que nos ha sido dada, y que «penetra hasta dentro del velo». Véase ENTRAR, A, Nº 10. (VINE).
La carga de la prueba, entonces, queda sobre los escépticos que sostienen que las personalidades invisibles no tienen parte en ningún crimen que los hombres cometen.
II. LA IDENTIDAD DE LOS DEMONIOS:
A pesar del silencio de la Escritura
concerniente al origen de los demonios, su testimonio referente a otras fases
de su identidad es sumamente claro:
·
Si
los demonios son ángeles caídos, o
·
Espíritus
despojados de cuerpo de una “raza pre adámica”, o
·
La monstruosa simiente de ángeles
con mujeres antediluvianas, no es, después de todo,
·
El
punto importante o práctico desde el punto de vista humano.
Si lo hubiera sido podemos estar seguros que estarían claramente revelados en las Sagradas Escrituras. La consideración práctica, como lo revela el silencio de la Biblia, no es el origen de los demonios, sino el hecho de su existencia que son personalidades espirituales malignas y peligrosas, que en su comunión no hay seguridad y que debemos estar en continua lucha en contra de ellos.
2.1. LA IDENTIFICACIÓN NO ESCRITURAL:
Las explicaciones puramente
racionalistas no merecen seria atención, pero, como han sido promulgadas tan
ampliamente y aceptadas tan extensamente, oscureciendo y confundiendo el correcto
entendimiento de este tema, debemos repasarla someramente.
LOS DEMONIOS SON SIMPLES NOMBRES SUPERSTICIOSOS DE CIERTAS ENFERMEDADES NATURALES:
La superstición popular atribuye
ciertos desórdenes naturales de tipo muy maligno a la actividad de los malos
espíritus, pero tales espíritus no tienen existencia real. Son meras
personificaciones de enfermedades violentas e incurables.
Es así que Davies considera los
casos de posesión demoniaca en el tiempo de nuestro Señor y el demonismo de la
China moderna como nada más que “ciertas enfermedades consideradas supersticiosamente como
causadas por influencia demoniaca”4).
Pero la opinión de que estos casos
involucran enfermedades solamente, cuya curación está representada por la idea
de expulsión de demonios, es casi demasiado ridícula como para requerir su
refutación. ¿Qué clase de enfermedad era aquella
que gritó?: “Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo”
(Mr.5:7)
“Y clamando a
gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo,
Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”.
(Mr.5:7)
¿Desde cuándo un monstruoso desorden físico aparece rogando permiso para entra en un hato de cerdos y los destruye en unos momentos? La substitución de la palabra “espíritus” (Lc.10:20) por “demonios” (ver v. 17) demuestra sin lugar a dudas que se trata de entidades espirituales y no meras enfermedades.
“Y comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos”. (Marcos 5:17)
Es oportuna la observación de Owens en este punto:
“La
noción de que los demonios del Nuevo Testamento eran solamente
personificaciones de violentas e incurables enfermedades es demasiado absurdo
como para tenerla en cuenta”5)
LOS DEMONIOS SON ESPIRITUS DE HOMBRES MALVADOS QUE HAN MUERTO:
Esta noción, aparentemente falta de
apoyo escritural, parece haberse desarrollado de un antiguo concepto racionalista
griego que explica el origen de los dioses como resultado del temor a los
fantasmas. Los dioses homéricos, siendo únicamente hombres sobrenaturales, no
eran sino demonios o espíritus de buenas
y grandes hombres que habían muerto.
El paso de los siglos rebajó el concepto de los demonios hasta que fueron considerados como malos y tomó cuerpo la idea de que se limitaban a los espíritus de hombres malvados. Josefo parece estar persuadido de esta teoría cuando habla de los demonios “como espíritus de hombres malvados que entran en hombres vivos”6).
Este pensamiento está de acuerdo
con su demonología supersticiosa, que es esencialmente la de judaísmo
contemporáneo y no de la Biblia. El origen de los demonios muy pocas veces es
tenido en cuenta en las creencias populares, aunque a menudo se piensa que
descienden de espíritus elementales. Por otro lado, se supone que su número
aumenta continuamente en la medida que se consideren como malignas las almas de
los que partieron7).
Véase Parte II:
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