VISIÓN Y LLAMAMIENTO DE ISAÍAS:
(Isaías 6:1-13)
“Y el uno al otro
daba voces, diciendo: Santo, santo, santo,
Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. (Is.
6:3)
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Hasta
ahora Isaías, con una comisión profética solamente virtual, y aun tácita, al
ver tan poco fruto en su ministerio, comenzaba a pensar en dimitir de su
oficio. Por consiguiente, Dios va a renovarle la comisión de tal manera que
pueda estimularle el celo, aunque parecía que estaba trabajando en vano. Es este
capítulo tenemos:
I. Una Visión Que Isaías Tuvo De La Gloria De Dios. (Is.
6:1-4).
II. El Terror Que Dicha Visón Le Infundió.
(Is. 6:5-8).
III. La Comisión Que Recibió De Dios Para Ir a Predicar a Un Pueblo Impenitente, Aunque Dios Mismo Se Reservará Un Remanente De Misericordia. (Is. 6:9-13).
La visión de Isaías fue su llamado para ser el mensajero de Dios para su pueblo. A Isaías se le encomendó una misión difícil, tenía que decirles a las personas, que se creían bendecidas por Dios, que Él las iba a destruir debido a su desobediencia.
I. Una Visión Que Isaías Tuvo De La Gloria
De Dios. Isaías 6:1-4:
Va, pues Isaías a comenzar su ministerio con una visión de la
gloria de Dios.
Como Dios de la Gloria (Hch. 7:2), se apareció primero Dios a Abraham; también
(Éx. 3:2) a Moisés. La profecía de Ezequiel y el libro profético de Juan
(Apocalipsis) se abre también con visiones de la Divina Gloria. Quienes han de
enseñar a otros el conocimiento de Dios, tienen que estar ellos mismos en
íntima comunión con ÉL.
Dice el texto sagrado que la visión fue
(v. 1) “en el
año en que murió el rey Uzías” Uzías reinó desde el año 790 a. de
C., hasta el 739. La visión, pues, tuvo lugar el año 739, antes o después de la
muerte del rey. El contraste que Isaías pone de relieve no puede pasar
desapercibido por ningún lector atento: “El mismo año que
murió el rey de Judá, tras un reinado de 51 años, sólo sobrepasado en Judá por
Manasés (quien reinó 55 años), Isaías vio en Su trono al Rey de los cielos y de
la tierra”. ¡Los reyes humanos, por mucho
que reinen, al cabo mueren! Uzías murió leproso en un hospital. Dios
es un Rey que nunca muere y cuyo reinado no tiene fin.
El texto sagrado nos ofrece también otra insinuación:
· Isaías no tiene que turbarse por la muerte del monarca en tiempos que van
a ser desde ahora muy difíciles, porque Jehová, el verdadero Rey de Israel, no
muere ni se duerme.
Tiene el mismo poder y amor de siempre
para proteger a Su pueblo para castigarle como se merece, pero en la ira se
acordará de la misericordia (v. 13). Paseemos ya al análisis de la Porción.
1.1. Dios Se Aparece a Isaías “sentado” (v. 1b) sobre un trono alto y sublime, esto
es, excelso; elevado sobre todos los demás tronos, no sólo porque los
trasciende, sino también porque los domina y controla.
El profeta no vio la invisible esencia de
Dios; el hebreo no dice que vio a Jehová, sino a Adonay (el Señor); esto es,
las señales externas de Su soberano señorío. Según aclaró el propio Jesús (Jn.
12:41), Isaías vio la gloria de Cristo, al Monarca Eterno (v. Lc. 1:33) sobre un trono:
1) Trono de gloria,
ante el que hemos de adorar;
2) Trono de
gobierno, al que nos hemos de someter;
3) Trono de gracia, al que podemos acercarnos con toda confianza (Heb. 4:16).
1.2. “Y la orden de Su
manto (v. 1b) -continúa Isaías- llenaba el templo”.
Como hace notar Trenchard, Isaías no era sacerdote; no podía, pues, penetrar en el santuario propiamente dicho, sino que estaría “en el patio de los israelitas que rodeaba al de los sacerdotes… Quizá hemos de pensar que Isaías, al adorar a Dios en el patio de los israelitas, cayera en un éxtasis, y recibiese así la visión que describe”. De acuerdo totalmente con Trenchard -nota del traductor-, haga notar que Isaías no es aquí un “vidente” (heb. roch), sino alguien “que tiene una visión” (heb. jozeh) por medio de figura, símbolos, etc. (como Juan en el Apocalipsis). Isaías llama “la orla de Su manto” al humo o nube (la Shekhiná[1]), que mostraba visiblemente la presencia espacial de Jehová en medio de Su pueblo.
1.3. Pero Isaías no vio solamente al Señor (v. 2):
“Sobre ÉL (el Señor),
es decir, asistiéndole, estaban los serafines”,
vocablo derivado del verbo saraph (arder o quemar).
Los serafines arden de amor a Dios, de celo por Su gloria y de odio al pecado. La gloria de ellos está en tener abundancia, no sólo de la luz del conocimiento de Dios, sino del ferviente amor a Su santo nombre.
NOTA: V. 2. Serafines: Seres angélicos representados como alados. Cubrían sus
rostros:
· Como señal de respeto ante la gloria de Dios.
Cubrían sus pies:
· Cuerpo, por modestia.
Volaban:
· Obedeciendo al instante.
Cada uno tenía seis alas, pero no extendidas (como las que vio
Ezequías 1:11),
sino que:
1) Cuatro eran para cubrirse:
“Con dos cubrían sus rostros, en señal de reverencia, para no
mirar hacia la gloria de la presencia de Dios; con otras dos cubrían sus pies,
en señal de modestia, a fin de no descubrir el cuerpo” (metafóricamente).
Reverencia, humanidad y modestia son las lecciones que estos serafines enseñan con esto a los adoradores de Dios.
2) Dos eran para volar:
Cuando Dios los envía para cumplir algún
encargo urgente, vuelan rápidamente (v. 6, compare con Dn. 9:21). Esto nos
enseña a hacer la obra de Dios con gozo y sub demora.
1.4. El profeta escucha luego las voces de
alabanza a Dios que los serafines profieren (v. 3).
Hacemos notar, y lo repetiremos más de una
vez, que la Biblia NUNCA
presenta a los ángeles cantando, sino dando voces. “El uno al otro” no significa que
todos gritasen a la vez, sino alternándose, como en forma antifonal. Se
expresaban de manera semejante a la de los cuatro seres vivientes de
Apocalipsis 4:8, y ensalzaban de modo especial la santidad
de Dios.
Del poder de Dios se habla dos veces en
Salmo 62:11, pero aquí se repite tres veces Su santidad, lo cual, en hebreo,
equivale a un gran superlativo, no a la Trinidad de personas en Dios. Jehová de las huestes es el título que, como siempre, pone de relieve
el poder de Dios, como general en jefe de las fuerzas armadas de Israel.
“Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo,
santo, Jehová de los ejércitos; toda la
tierra está llena de su gloria”. (Is. 6:3)
NOTA:
V. 3. Santo,
santo, santo: Exclamaciones de alabanza debido a la revelación de
la naturaleza divina. La palabra hebrea para «santo» significa «separado», «irreprochable». Sin embargo, Dios es accesible
porque ha tomado la iniciativa y provisto un Mediador. Jehová de los ejércitos: Un título adjudicado a Jehová más de 50 veces por Isaías y en
más de doscientas ocasiones en el AT; significa que el Señor es un Libertador
rodeado de ejércitos celestiales. Gloria:
Aspecto del carácter de Dios que realza su grandeza
y autoridad.
Ayuda Hermenéutica:
qadôsh = (קָדוישׁ, H6918), «santo». Las lenguas semíticas
tienen dos formas originales de la raíz que son distintas. Una significa «puro» y
«consagrado»
como en el acádico qadistu y el hebreo qadesh («santo»). La palabra describe algo
o alguien. La otra quiere decir «santidad» como una circunstancia o como un
abstracto, de la misma manera que en arábigo al-qaddus («lo más santo o puro»). En hebreo el verbo qadash y la palabra qadesh
combinan ambos elementos:
descriptivo y
estático. La comprensión
tradicional de «separado»
es solo un significado derivado y no el principal. (VINE).
1.5. Observase a continuación (v. 4) la respuesta
de los elementos inanimado ante esta invocación de la santidad y del poder de
Dios:
“Los quiciales de las
puertas,
como sacudidos por un terremoto, se estremecieron con la voz de los que
clamaban, y la casa, esto es, el templo, se llenó de humo; la nube de la Shekhiná, que ya se extendía por el
santuario (v. 1), se hizo más densa y extensa, a fin de velar todavía más la
trascendente presencia de Dios (compare Job 26:9).
En el templo celestial, todo se verá con claridad, a la luz de la gloria de Dios (Ap. 21:23; 22:5). Allí Dios habita en una luz inaccesible (1 Tim. 6:16). En la tierra, habita en una nube densa (2 Cron. 6:1), es decir, muy oscura, de las que el sol no puede atravesar con su luz.
II. El Terror Que Dicha Visión Le Infundió.
Isaías 6:5-8:
2.1. Aquí vemos primero la consternación del profeta ante esta visión de la gloria de Dios (v. 5):
“Entonces dije. ¡Ay de mí, que estoy muerto!”, es decir, perdido,
arruinado. Recuérdese que, en el capítulo 5, son seis las veces que Isaías
dirige el dado hacia los demás, y dice:
·
“¡Ay de los que…!”.
Pero ahora que ha visto la gloria de
Dios, ya no dice:
·
“¡Ay de los que…!”, sino
·
“Ay de mí!”.
La gravedad de los propios pecados sólo se hecha de ver a la vista de la santidad del Dios tres veces santo, del mismo modo que las partículas de polvo, flotantes en una habitación o adheridas a los cristales de la ventana, sólo se ven bien cuando les dan de lleno los rayos del sol. Veamos:
1) Qué es lo que Isaías
vio en sí para exclamar de ese modo:
“Estoy perdido, porque soy
hombre de labios inmundos y habito en medio de un pueblo de labios inmundos”. Tenemos muchos
motivos para clamar así ante el Señor, porque:
(a) “El énfasis recae sobre “los
labios”
por la razón
de que éstos dan a conocer la corrupción interna del hombre caído, tal como
recalcó el Maestro en Marcos
7:18-23” (Trenchard). Si nuestros
labios no están consagrados a Dios, seremos indignos de tomar el nombre de Dios
en nuestros labios. La impureza de nuestros labios debería sernos objeto de
pesadumbre, pues por nuestras palabras seremos justificados o condenados.
(b) Vivimos en medio de gentes que tienen también inmundos los labios. Esta enfermedad es hereditaria y epidémica, lo cual, lejos de disminuir la culpa, debería aumentar la pesadumbre, al considerar que no hemos hecho todo lo posible para limpiar los labios de nuestros prójimos; en lugar de ello, hemos aprendido el lenguaje de ellos, como José en Egipto cuando juró por el Faraón (Gn. 42:16).
2) Qué es lo que motivó
tan tristes reflexiones (v. 5b):
“Mis ojos han visto al Rey,
Jehová de las huestes”. Estamos perdidos si no hay un Mediador
entre nosotros y este Dios santo (v. 1 Sam. 6:20). Isaías fue humillado de esta
manera, a fin de prepararle para el honor que se le iba a conferir con el
llamamiento al ministerio profético.
2.2. Vemos luego la forma en que los temores del profeta fueron acallados con las palabras de consuelo que el serafín le dirigió (vv. 6, 7):
Uno de los serafines voló rápidamente hacia él para purificarle.
Ayuda Hermenéutica:
Serapîm = (שְׂרַפִים, H8314), «ardiente, noble». Serapîm se refiere a los seres ministrantes en Is. 6:2; 6:6 y podría sugerir alguna forma serpentina (aunque con alas, manos humanas y voces) o bien seres «fulgurantes». Uno de los serapîm ministró a Isaías llevándole un carbón encendido del altar. (VINE).
Quienes son
abatidos con la visión de la gloria de Dios pronto serán levantados de nuevo
con las visitas de su gracia. Aquí vemos despedido por algún tiempo del trono
de la gracia de Dios a un serafín, a fin de ser mensajero de gracia para un
hombre bueno; y vino a él volando.
También el Señor
Jesús, en su agonía, se le pareció un ángel del cielo para fortalecerlo
(Lc. 22:43). El ángel vino con un carbón encendido, tomado del altar (ya fuese de los
holocaustos o de los perfumes). El Espíritu de Dios actúo como fuego
(Mt. 3:11). Al profeta que se sentía muerto (v. 5), el serafín le infundió
vida, porque el modo de purificar los labios de la pureza del pecado es
encendiendo el alma con el amor de Dios (v. 7): “Mora que esto ha tocado tus labios, te es quitado
la culpa y expiado el pecado”.
La culpa del pecado es removida con el perdón de la misericordia; la corrupción del pecado, con el efecto renovador de la gracia. Por tanto, nada puede impedir que Isaías sea aceptado por Dios, no sólo como simple adorador, sino como mensajero suyo a los hijos de Israel.
2.3.
Tenemos luego la comisión que Isaías
recibe de parte de Dios (v. 8).
Sólo el que tiene
íntima comunión con Dios puede recibir comunicaciones de parte de Dios: “¿A quién enviaré, dice Dios, y quién irá de nuestra parte?”.
Este último plural puede tomarse como mayestático o, mejor en este contexto,
deliberativo. Dice
Ryrie: “Se ve a Dios como a un rey en consejo.
Esta frase abre ciertamente paso a más plenas revelaciones de la Trinidad en el
Nuevo Testamento”. De este modo
Dios nos enseña que el envío de obreros de la Palabra no debe hacerse sin una
madura deliberación.
Y el ministerio
recibe un singular honor al ver a Dios así consultado en el seno de la Trinidad
antes de enviar a un profeta en su nombre. La incapacidad natural del profeta
es absoluta, y Dios toma la iniciativa, pero al decir: “¿A
quién enviaré…?, insinúa que ha de enviar un
profeta semejante
a sus hermanos (Heb. 2:17).
Dios se complace
en enviarnos hombres como nosotros, implicados en los mensajes que traen, pues
los colaboradores de Dios son cooperadores con nosotros. “Y pará estas cosas, ¿quién está capacitado?” (2 Cor. 2:16b). A nadie se
le permite ir en nombre de Dios, sino a los que son enviados por ÉL (Rom.
10:15). Con los labios ya limpios por el fuego del altar, el joven profeta se
pone enteramente a disposición del Señor, incluso antes de conocer el mensaje
que había de predicar. Así le ofrece a Dios “carta
blanca”, sean cuales sean las dificultades que puedan salirle al
paso en el desempeño de su misión.
III. La
Comisión Que Recibió De Dios Para Ir a Predicar a Un Pueblo Impenitente, Aunque
Dios Mismo Se Reservará Un Remanente De Misericordia. Isaías 6:9-13:
Dios le toma la palabra a Isaías y le envía a predicar un
extraño mensaje:
· Predecir la ruina de su pueblo, e
· Incluso madurarlos para dicha ruina.
La misma habría de ser la situación en los
días del Mesías, cuando la gran mayoría de los judíos iban a rechazar
obstinadamente el Evangelio y a ser, por eso mismo, temporalmente rechazados
por Dios.
Estos versículos son citados en parte, o claramente aludidos, por seis veces en el Nuevo Testamento. Se le dan aquí a entender a Isaías cuatro cosas:
3.1. Que la generalidad del pueblo al que es
enviado va a hacerse el sordo a su mensaje y a cerrar voluntariamente los ojos
a las revelaciones de la mente y de la voluntad de Dios que el profeta les va a
comunicar (v. 9).
3.2. Que, puesto que no quieren hacerse mejores
mediante su ministerio, se harán peores por él.
Quienes cierran voluntariamente los ojos a la luz de la verdad
divina, merecen ser cegados por justo juicio de Dios (v. 10): “¡Engórdale el
corazón a este pueblo, agrávales los oídos y ciérrales (por
completo) los ojos!”. “Engordar”
(lit.)
significa rodear de grasa el corazón, de forma que se vuelva sensual e
impermeable a las cosas de Dios. “Agravar los oídos”, esto es, hacerlos pesados,
significa endurecerles el tímpano para que no puedan oír.
El
verbo hebreo hashá, más bien que “cerrar”,
significa “untar,
embarrar, ensuciar”, de forma que, por mucho que abran los ojos, no
puedan ver por incapacidad funcional justamente merecida.
Para entender mejor -nota
del traductor- estos difíciles versículos 9 y 10, es necesario tener
en cuenta:
1) Que el hebreo no
hace distinción entre conjunciones finales (a
fin de que) y consecutivas (de forma que). Así, la frase: “para que no vean” habría de entenderse como: “de modo que no verán”.
2) De manera
semejante, el hebreo del Antiguo Testamento tampoco distingue entre lo que es
afecto de la voluntad directiva
de Dios y lo que es afecto de Su voluntad permisiva (v. por ejemplo 2 Sam.
24:1, a la luz de 1 Cron. 21:1).
3.3. Que la consecuencia de este endurecimiento
habría de ser la ruina
caso total del pueblo (vv. 11, 12).
El profeta, asustado por la terrible
sentencia de Dios, pregunta (v. 11): “¿Hasta cuándo, Señor?”. Como
si dijese: “¿Va a durar por siempre esta
condición del pueblo? ¿Vamos a estar, yo y otros profetas, trabajando en vano
entre ellos, de forma que nunca mejore la situación?”. En respuesta
a esto, Dios le dice que ha de continuar predicando al pueblo y profetizando su
ruina, aunque el pueblo se haga el sordo a su mensaje y sufra las consecuencias
en la deportación a Babilonia, cuando la tierra quedará completamente desierta
(v. 11) y los hombres serán alejados de ella (v. 12). Los juicios espirituales
comportan muchas veces castigos temporales sobre personas y lugares.
3.4. No obstante (v. 13), Dios se reservará un
remanente como monumento a su misericordia.
Recordemos que la visión de Isaías tiene
lugar antes de la caída del reino del norte. Cuando las diez tribus del reino
de Israel marcharon deportadas a Asiria, quedó “la décima parte”, esto es, el reino
de Judá, pero también ésta, dice aquí el Señor, “será devorada de nuevo” (lit.).
A su vez, después de la deportación a
Babilonia, había de volver una décima parte de aquella décima parte que
constituía el reino de Judá, con lo que siempre queda del pueblo de Dios un tocón,
esto es, una pequeña parte del tronco con su raíz, de forma que no solo queda
suficiente para chupar la savia, sino también para recibir injertos (v. Rom.
11:17-24).
El tocón es como el del terebinto (mejor que roble), que, “al ser cortao, fluye de él un jugo fragante y resinoso” (Ryrie), y el de la encina, árbol fuerte y añoso; “la simiente santa, añade (v. 13b), será su tocón”. A pesar de su apostasía y del consiguiente terrible castigo de Dios, el remanente es la “simiente santa” (compare con Dn. 7:6; Esd. 9:2), por ser del pueblo “santo”, elegido por Dios.
Concluyó:
¿Cuándo oiremos a Dios? ¿Debemos acaso, al igual que Judá, pasar por calamidades antes de escucharlo? Considere lo que quizás Él le esté diciéndole y obedézcalo antes de que se le acabe el tiempo.
¿Cuándo oiremos a Dios?
___________
Nota y
Bibliografía:
[1] (habitación). La palabra en sí no se encuentra
en la Biblia. Se usa en el Tárgum y en los escritos cristianos primitivos para
referirse a la presencia de Dios. Sin embargo, la idea que expresa esta palabra,
"Dios que
habita, que mora entre los hombres", es un concepto básico
tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Debe leerse junto
con la palabra "GLORIA", presencia de Jehová. En Nm. 16:42,
la nube oculta y revela la presencia de Dios. Dios habita entre los hombres por
su sola voluntad, y permanece siempre Señor de su presencia (Éx. 19:9, 16, 18).
No se puede disponer de ella. Hay que confiar en ella y obedecerle (Éx. 13:21,
22; Éx. 40:34-38). Así desciende sobre el templo (1 R. 8:10) y habita allí
entre querubines (Salm. 80:1; Is. 6:1-9).
Sin embargo, la
tradición profética no da por sentada la permanencia de esa presencia,
independientemente de la conducta del pueblo y la voluntad divina (Jr. 7:4ss;
Ez. 8:6). En el Antiguo Testamento se afirma que en los tiempos mesiánicos
volverá la Shekinah (Ez. 43:7, 9; Hag.
1:8; Zc. 2:10; Is. 60:2). En el Nuevo Testamento el pasaje central sobre la
encarnación (Jn. 1:14: "habitó entre nosotros") es una clara
referencia a la tradición veterotestamentaria de la Shekinah.
En Lc. 2:9; Mt. 17:5; 2 P. 1:17 encontramos manifestaciones alusivas
directamente a fenómenos visibles o audibles que acompañaban esa presencia
divina.
- Biblia de Estudio RYRIE.
- MATTHEW, Henry. Comentario Bíblico. Edit. Clie. Págs. 742-744.
- e-Sword-the.
LEDD.
- Pastor: Carlos Ramírez Jiménez. 26//04//2022. MISIÓN BAUTISTA: “EMANUEL”. Ciudadela de Noé. Los Cardos Mz.E-Lt.18. III Etapa. Cerca del Hospital Regional II. Cel. 942-562691-Tumbes.
charlyibsh@hotmail.com
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