sábado, 12 de septiembre de 2020

EL REINADO DE JEHÚ EN ISRAEL: 2 REYES 9–10:

 

EL REINADO DE JEHÚ EN ISRAEL:

2 REYES 9–10:

Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:

Estos dos capítulos están llenos de violencia, porque vemos al Señor ejecutando su ira contra los que por tanto tiempo despreciaron y desobedecieron su Palabra. El rey Jehú fue el instrumento de venganza en manos del Señor (9:7), aun cuando debemos confesar que su celo por el Señor (10:16) tal vez fue demasiado fanático.

En Oseas 1:4 Dios anunció que juzgaría a la casa de Jehú debido a sus obras de despiadados homicidios. Jehú llamó a sus actividades «celo por Jehová», pero podemos ver en sus homicidios un motivo carnal y pecaminoso que no honraba al Señor.

I.       El Ungimiento (2 R. 9:1–13):

Joram (o Jehoram), el hijo de Acab, reinaba sobre Israel y Ocozías reinaba en Judá. Ambos reyes se aliaron para luchar contra Hazael, rey de Siria (2 R. 8:25–29). A Joram lo hirieron en la batalla y se recuperaba en Jezreel y Ocozías fue a visitarlo. Jehú era un respetado capitán del ejército de Israel, quizás uno los líderes clave en la guerra. Años antes fue uno de los guardaespaldas de Acab cuando este malvado rey tomó posesión de la viña de Nabot (9:25–26).

Eliseo no fue a ungir a Jehú; lo hubieran reconocido y tal vez atacado. En vez de eso, escogió a uno de los hijos de los profetas que corriera a Ramot de Galaad y ungiera a Jehú como rey de Israel. Esto lo ordenó Dios años antes (1 R. 19:15–17). El joven profeta obedeció con prontitud; de súbito apareció en el concilio de guerra, le pidió a Jehú que pasara a una habitación en privado en donde le ungió y le dio el mensaje de Dios, y luego se retiró tan rápido como llegó. Jehú sabía su misión: exterminar a la familia de Acab y vengar la sangre inocente derramada por Acab y Jezabel y sus descendientes.

Compárese el versículo 9 con 1 Reyes 15:29 y 16:3–11. Los soldados pensaron que el profeta estaba loco; Jehú pensó que los soldados habían arreglado todo el asunto. «Vosotros conocéis al hombre y sus palabras», dijo Jehú pensando que ellos organizaron en secreto una rebelión armada en contra del rey.

Pero los oficiales admitieron que no sabían nada, de modo que Jehú les dijo lo que le comunicó el mensajero del Señor. La inmediata respuesta de ellos fue someterse a él y proclamarle rey. En el versículo 15 el nuevo rey actúa con cautela para mantener en secreto su ungimiento hasta que pudiera cumplir su importante tarea. Si la palabra hubiera llegado a los dos reyes en Jezreel, el súbito ataque de Jehú hubiera podido fracasar.

II.     La Venganza (2 R. 9:14–10:28):

 

A.     Se Mata Al Rey Joram (9:14–26).

El rey herido estaba en Jezreel y Ocozías le visitaba. Dios determinó que ambos reyes estuvieran juntos cuando les llegara la hora del juicio. El rey envió mensajeros para que interceptaran a Jehú, pero él rehusó detenerse por ellos y darles alguna información. Este soldado popular era conocido por la «marcha impetuosa» de su carro y el centinela lo reconoció a la distancia. En lugar de esperar en la ciudad donde había alguna protección, los dos reyes salieron a encontrar a Jehú, quizás porque pensaron que su gran capitán tenía buenas nuevas desde el campo de batalla. Jehú se concentró primero en Joram, pero su anuncio sólo hizo que el perverso monarca saliera huyendo.

Jehú le mató fácilmente con una flecha en la espalda. La Palabra de Dios se cumplió, porque murió en aquella porción de tierra que Acab le robó a Nabot alrededor de veinte años atrás (1 R. 21:17–24).

 

B.     Se Mata Al Rey Ocozías (9:27–29).

Ocozías también trató de huir, pero los hombres de Jehú le siguieron hasta el reino de Samaria (no la ciudad), donde le mataron en Meguido (véase 2 Cron. 22:9). A sus siervos se les permitió que le llevaran a Jerusalén para un entierro decente. Ocozías era cuñado de Joram (8:18), y por eso se le incluyó en el juicio contra la casa de Acab.

 

C.     Se Mata a Jezabel (9:30–37).

La reina madre todavía ejercía gran poder en Israel, pero su hora de juicio había llegado y nada podía protegerla. Oyó que Jehú venía y audazmente se atavió para recibir al nuevo rey. Se «pintó los ojos con antimonio» y se puso su corona en su cabeza. Iba a morir como una reina. Su declaración en el versículo 31 nos lleva de nuevo a 1 Reyes 16:9–20, en donde Zimri mató al rey y gobernó sólo siete días.

¿Estaba la perversa Jezabel tratando de sobornar a Jehú para que le dejara con vida e hiciera así más seguro su trono? Varios sirvientes del palacio ayudaron a Jehú para echar a la reina por una ventana del piso alto y Jehú acabó el trabajo pasándole encima del cuerpo con su carro. Después se apoderó del palacio y disfrutó de un gran banquete. Luego instruyó a sus hombres que sepultaran a la reina muerta, pero los perros ya habían hecho su trabajo y se habían comido su cuerpo. Véase 1 Reyes 21:23.

 

D.     La Muerte De Los Descendientes De Acab (10:1–17).

Acab tenía setenta descendientes (e. g. hijos, nietos) que vivían en Samaria y Jehú dirigió su atención a ellos:

·    Escribió cartas oficiales a los ancianos (como Jezabel lo hizo, 1 R. 21:8–14) pidiéndoles que seleccionaran paladines de la familia para que pelearan contra Jehú y sus hombres. Los ancianos temieron pelear y de inmediato pidieron paz.

·     La segunda carta de Jehú sugería que le entregaran sólo las cabezas de los setenta hijos.

Esa noche los hombres llegaron con las cabezas y a la mañana del día siguiente Jehú fue a la puerta de la ciudad para ver el horrible espectáculo. En el versículo 9 finge ser inocente de su muerte y en el versículo 10 afirmó que los que los mataron estaban simplemente cumpliendo con la Palabra de Jehová.

Por supuesto, en cierto sentido Jehú decía la verdad, pero no podemos sino pensar que estaba más afanado en matar a la familia de Acab que en glorificar al Señor. En los versículos 12–14 mató incluso a cuarenta y dos primos de Ocozías. Y en el versículo 17 se nos dice que Jehú destruyó al resto de la familia de Acab en Samaria, la capital. En verdad tenía «celo por Jehová».

 

E.     Matanza De Los Adoradores De Baal (10:18–28).

En la mente de Jehú el fin justificaba los medios, de modo que no tuvo escrúpulos de conciencia cuando a propósito mintió al pueblo y adujo ser más vehemente en su adoración a Baal de lo que fue Acab. En su complot se le unió Jonadad, un consagrado judío que anhelaba librar a la tierra de la idolatría. Véase en Jeremías 35 más acerca de la familia de Recab.

Después de llegar a Samaria, Jehú anunció su intención de establecer la adoración a Baal y el pueblo se lo creyó. Una vez que tuvo a los fieles seguidores de Baal reunidos en la casa de Baal, apostó a sus soldados fuera y meticulosamente examinó a la muchedumbre para asegurarse que ningún fiel seguidor de Jehová había entrado por error en el templo pagano. Jehú mismo no participó en la adoración. Una vez que el culto concluyó, los guardias mataron a los seguidores de Baal y destruyeron las imágenes y el templo, que se convirtió en «letrinas», profanándolo así permanentemente.

Tal vez nos resulte repulsivo leer estos sucesos, pero debemos recordar que Dios le dio a la casa de Acab muchas oportunidades para arrepentirse y escapar del juicio. Aun cuando el celo de Jehú quizás estuvo fuera de control y aun cuando sus motivos tal vez no fueron siempre espirituales, debemos reconocer que fue el instrumento de la ira de Dios contra una familia perversa. Dios esperó muchos años y su juicio «ardía al rescoldo» mientras extendía su misericordia a una nación que no la merecía. El pecador debe estar atento no sea que agotemos la paciencia de Dios y el pecado elimine el día de la gracia.

III.    El Abandono (2 R. 10:29–36):

Dios elogió a Jehú por su obediencia y le prometió un trono seguro por cuatro generaciones (véase 15:1–12). Sin embargo, Jehú no se cuidó de obedecer la Palabra de Dios, sino que volvió a la idolatría, adorando becerros de oro. Cuán proclives somos para juzgar los pecados en las vidas de otros, pero fallamos al no ver los mismos pecados en nuestras vidas; véase Mateo 7:1–5.

Dios tuvo que castigar a Jehú permitiendo que Hazael de Siria capturara territorio de Israel.  Jehú reinó veintiocho años. El profeta Oseas (Os. 1:4) anunció que Dios vengaría la sangre de Jezreel sobre la casa de Jehú y así sucedió. Jehú abandonó al Señor y ahora el Señor lo abandonaría a él y a su simiente después de tan solo cuatro generaciones.

Podemos descubrir algunas lecciones básicas en este relato:

(1) Dios cumple su obra de juicio aun cuando su misericordia permanezca largo tiempo. El pecado a menudo se hunde en una falsa paz debido a que la espada del juicio demora en venir, pero puede estar seguro de esto: vendrá.

(2) Los padres impíos con frecuencia conducen a sus hijos al pecado y la condenación. El matrimonio de Acab con una mujer pagana y seguirla en su adoración a Baal llevó a la familia y a la nación a la oscuridad y destrucción. ¡Cuántas personas murieron debido a que un solo hombre los llevó al pecado!

(3) Un siervo puede cumplir la Palabra de Dios y luego fallar por no obedecerle. Si Jehú hubiera continuado sintiendo celo por Jehová, su reinado hubiera sido bendecido especialmente. Su idolatría lo condenó a él y a su familia.

 

Estudios para el Domingo. 

Lea Su Biblia, Lea Su Biblia, Lea Su Biblia.



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