Parte II
COSAS DEL FUTURO:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Sin embargo, la línea divisoria entre la era
antigua y la nueva no corre sencillamente entre la iglesia y el mundo; corre a
través de la iglesia y a través de la vida del cristiano individual. Estamos
siempre en proceso de transición del antiguo al nuevo, viviendo en tensión
escatológica entre el “ya” y el “todavía no”. Somos salvos, y no obstante
seguimos aguardando la salvación. Dios nos ha justificado, es decir ha
anticipado el veredicto del juicio final al declararnos absueltos por medio de
Cristo.
Sin embargo. Todavía “aguardamos por fe la esperanza de la
justicia” (Gál. 5:5). Dios nos ha dado el Espíritu por medio del
cual compartimos la vida de resurrección de Cristo. Pero el Espíritu es
solamente el primer anticipo (2 Cor. 1:22; 5:5; Ef. 1:14) de la herencia
escatológica, el pago inicial que garantiza el pago total. El Espíritu
constituye las primicias (Rom. 8:23) de la cosecha total.
Por lo tanto, en la presente existencia cristiana
todavía conocemos lo que significa la lucha entre la carne y el Espíritu (Gál.
5:13–26), entre la naturaleza que heredamos del primer Adán y la nueva
naturaleza que recibimos del postrer Adán, Todavía estamos a la espera de la
redención de nuestro cuerpo en el momento de la resurrección (Rom. 8:23; 1 Cor.
15:44–50), y la perfección sigue siendo la meta hacia la cual proseguimos
(Filp. 3:10–14). La tensión entre el “ya” y el “todavía no” representa una realidad
existencial de la vida cristiana.
Por esta misma razón la vida cristiana incluye el
sufrimiento. En esta era los cristianos necesariamente deben compartir los
sufrimientos de Cristo, para que en la era futura puedan compartir su gloria
(Hch. 14:22; Rom. 8:17; 2 Cor. 4:17; 2 Ts. 1:4s; Heb. 12:2; 1 P. 4:13; 5:10;
Ap. 2:10), es decir la “gloria” pertenece al “todavía no” de la existencia
cristiana.
Esto se debe tanto al hecho de que todavía estamos
en este cuerpo mortal, como también porque la iglesia aún permanece en el mundo
donde Satanás tiene el dominio. Por lo tanto, su misión es inseparable de la
persecución, así como lo fue la de Cristo (Jn. 15:18–20).
Es importante notar que la escatología del Nuevo Testamento nunca se reduce a mera información acerca del futuro. La esperanza futura siempre tiene pertinencia para la vida cristiana presente. Por este motivo se la toma repetidamente como base para las exhortaciones para que la vida cristiana concuerde con la esperanza cristiana (Mt. 5:3–10, 24s; Rom. 13:11–14; 1 Cor. 7:26–31; 15:58; 1 Ts. 5:1–11; Heb. 10:32–39; 1 P. 1:13; 4:7; 2 P. 3:14; Ap. 2s).
La vida cristiana se caracteriza por su orientación
hacia el momento cuando el gobierno de Dios ha de prevalecer finalmente en todo
el universo (Mt. 6:10), y por consiguiente los cristianos han de representar
esa realidad frente a todo el dominio aparente de la iniquidad en la era
actual. Han de esperar aquel día en solidaridad con el vehemente deseo de la
creación toda (Rom. 8.18–25; 1 Cor. 1:7; Jud. 21), y han de sufrir aguantando
con paciencia las contradicciones de la hora actual. La capacidad de resistir
es la virtud que el Nuevo Testamento más a menudo asocia con la esperanza
cristiana (Mt. 10:22; 24:13; Rom. 8:25; 1 Ts. 1:3; 2 Tim. 2:12; Heb. 6:11s;
10:36; Stg. 5:7–11; Ap. 1:9; 13:10; 14:12).
A través de la tribulación de la presente era, el
cristiano aguanta, incluso regocijándose (Rom. 12:12), con la fortaleza de la
esperanza que, fundada en la resurrección del Cristo crucificado, le asegura
que el camino de la cruz es el camino hacia el reino. El creyente cuya
esperanza está cimentada en los valores permanentes del futuro reino de Dios se
verá liberado de la esclavitud en la que viven los materialistas de este mundo
(Mt. 6:33; 1 Cor. 7:29–31; Filp. 3:18–21; Col. 3:1–4):
Ø El cristiano cuya esperanza es que Cristo
finalmente lo presentará perfecto delante de su Padre (1 Cor. 1:8; 1 Ts. 3:13; Jud. 24)
se esforzará por
alcanzar esa perfección en el presente (Filp.
3:12–15; Heb. 12:14; 2 P. 3:11–14; 1 Jn. 3:3).
Ø Ha de vivir en constante vigilancia (Mt. 24:42–44; 25:1–13; Mr.
13:33–37; Lc. 21:34–36; 1 Ts. 5:1–11; 1 P. 5:8; Ap. 16:15),
Ø Como siervo que espera diariamente el regreso de su
amo (Lc.
12:35–48).
La esperanza cristiana no es
utópica. El
reino de Dios no se construye mediante el esfuerzo humano; es obra de Dios
mismo. No obstante, puesto que el reino representa la consumación perfecta de
la voluntad de Dios para la sociedad humana, será a la vez el móvil para la
acción social cristiana en el presente. En la hora actual el reino se anticipa
principalmente en la iglesia, la comunidad de aquellos que reconocen al Rey,
pero la acción social cristiana para el cumplimiento de la voluntad de Dios en
el seno de la sociedad en general será también señal del reino que se avecina.
Los que oran por la venida del reino (Mt. 6:10) no
pueden menos que poner por obra dicha oración hasta donde les sea posible. Lo
harán, sin embargo, con ese realismo escatológico que reconoce que todos los
anticipos del reino en esta eran serán provisorios e imperfectos, que el reino
venidero no debe nunca confundirse con las estructuras sociales y políticas de
la presente era (Lc. 22:25–27; Jn. 18:36), y estas últimas con frecuencia
incluirán oposición satánica al reino (Ap. 13:17).
De esta manera los cristianos no sufrirán desilusión ante los fracasos humanos, sino que persistirán en su confianza en la promesa de Dios. El utopismo humano tiene que redescubrir su verdadera meta en la esperanza cristiana, y no a la inversa.
IV. Señales De Los Tiempos:
El Nuevo Testamento sostiene insistentemente que la
venida de Cristo es inminente (Mt. 16:28; 24:33; Rom. 13:11s; 1 Cor. 7:29; Stg.
5:8s; 1 P. 4:7; Ap. 1:1; 22:7, 10, 12, 20). Esta inminencia temporal, sin
embargo, está condicionada por la creencia de que “antes” deben producirse ciertos acontecimientos
(Mt. 24:14; 2 Ts. 2:2–8), y especialmente por la clara enseñanza de que la
fecha del fin no puede ser conocida de antemano (Mt. 24:36, 42; 25:13; Mr.
13:32s; Hch. 1:7). Todo cálculo queda eliminado, y los creyentes viven en
diaria expectativa precisamente porque la fecha no puede ser conocida.
La inminencia tiene menos que ver con fechas que
con la relación teológica entre el cumplimiento futuro, y la historia pasada de
Cristo y la situación actual de los cristianos. El “ya” promete, garantiza, exige el “todavía no”,
de manera que la venida de Cristo ejerce una presión continua sobre el
presente, haciendo que la vida cristiana se oriente hacia ella.
Esta relación teológica explica el característico escorza
miento de la perspectiva en la profecía de Jesús sobre el juicio de Jerusalén
(Mt. 24; Mr. 13; Lc. 21) y en la profecía de Juan acerca del juicio de la Roma
pagana (Ap.); estos dos juicios se vislumbran como acontecimientos relacionados
con el triunfo final del reino de Dios, por la sencilla razón de que
teológicamente lo son, cualquiera sea el lapso cronológico entre ellos y el
fin. Es precisamente porque se acerca el reino de Dios que los poderes de este
mundo son juzgados incluso en el transcurso de la historia de esta era. Todos
los juicios de esta naturaleza constituyen anticipos del juicio final.
Porque es el futuro de la iglesia, la venida de Cristo debe servir de inspiración a la iglesia actual, sea cual fuere la cercanía o lejanía del momento de su realización. Por lo tanto, en este sentido, la esperanza cristiana en el Nuevo Testamento no se ve afectada por la supuesta “tardanza de la parusía”, que algunos entendidos han creído ver como un importante aspecto de la formulación teológica cristiana primitiva. La “tardanza” se refleja explícitamente sólo en 2 P. 3:1–10, también Jn. 21:22s: allí se demuestra que ella tiene su propia base lógica en la paciente longanimidad de Dios, compárese Rom. 2:4).
Algunos exegetas creen que el Nuevo Testamento
ofrece “señales”
por medio de las cuales la iglesia será advertida en cuanto a la proximidad del
fin (compárese Mt. 24:3). Lo que más apoya esta idea es la parábola de Jesús basada
en la higüera, con la lección que se desprende de ella (Mt. 24:32s; Mr. 13:28s; Lc. 21:28–31).
Sin embargo, las señales de referencia parecen ser
ya sea la caída de Jerusalén (Lc. 21:5–7, 20–24), que, si bien advierte en
cuanto al acercamiento del fin, no proporciona ninguna indicación temporal, o
características de toda esta era desde la resurrección de Cristo hasta el fin:
·
Falsos enseñadores (Mt. 4:4s, 11, 24s; compárese 1
Tim. 4:1; 2 Tim. 3:1–9; 2 P. 2:1–3; 1 Jn. 2:18s; 4:3);
·
Guerras (Mt. 24:6s), compárese Ap. 6:4);
·
Catástrofes naturales (Mt. 24:7, compárese Ap. 6:5–8);
·
Persecución de la
iglesia (Mt.
24:9s, compárese Ap. 6:9–11), y
·
La predicación
mundial del evangelio (Mt.
24:14).
Todas estas son señales mediante las cuales la
iglesia en cada período de la historia sabe que vive en la época del fin, pero
no proporcionan una cronología escatológica. Únicamente la venida de Cristo en
sí misma constituye inequívocamente el fin (Mt. 24:27–30).
No obstante, el Nuevo Testamento afirma que el período de testimonio de la iglesia alcanza un punto culminante y final con la aparición del anticristo y una época de tribulación sin precedentes (Mt. 24:21s; Ap. 3:10; 7:14). No hay duda de que el hecho de la no aparición del anticristo constituye para Pablo una indicación de que el fin todavía no está a las puertas (2 Ts. 2:3–12).
El anticristo representa el principio
de la oposición satánica al gobierno de Dios en forma. Activa a través de la
historia (por
ejemplo, en la persecución de creyentes judíos bajo Antíoco Epífanes: Dn. 8:9–12,
23–25; 11:21ss), pero especialmente en los últimos tiempos, la edad
de la iglesia (1 Jn. 2:18).
La victoria de Cristo sobre el mal, ya lograda en
principio, se manifiesta en esta edad principalmente en el testimonio de
sufrimiento de la iglesia; solamente cuando llegue el fin será completa su
victoria por la eliminación de los poderes de la iniquidad. Por lo tanto, en
esta edad el éxito del testimonio de la iglesia siempre va acompañado por una
creciente violencia en la oposición satánica (compárese Ap. 12):
Ø El mal alcanzará su crescendo final en el último
anticristo, quien es a la vez un falso mesías o profeta, inspirado por Satanás
para obrar falsos milagros (2 Ts. 2.9, compárese Mt. 24:24; Ap. 13:11–15), y
Ø Un poder
político persecutorio que en forma blasfema se adjudica honores divinos (2 Ts. 2:4, compárese Dn. 8:9–12, 23–25; 11:30–39; Mt. 24:15; Ap.
13:5–8).
Es digno de notar que, mientras Pablo provee un bosquejo de esta última personificación humana de la iniquidad (2 Ts. 2:3–12), otras referencias neo testamentarios encuentran que el anticristo ya está presente en ciertos enseñadores heréticos (1 Jn. 2:18s, 22; 4:3) o en las pretensiones político-religiosas del imperio romano al perseguir a la iglesia (Ap. 13). La culminación final se anticipa en cada gran crisis de la historia de la iglesia.
V. La Venida De Cristo:
La esperanza
cristiana se centra en la Venida de Cristo,
que puede describirse como su “segunda”
venida (Heb. 9:28):
·
Por
consiguiente, la expresión veterotestamentarias, “el *día de Jehová”,
· Que en
Nuevo Testamento se usa para describir el acontecimiento relacionado con el
cumplimiento final (1 Ts. 5:2; 2 Ts. 2:2; 2 P. 3:10, compárese “el día de Dios”,
2 P. 3:12; “aquel
gran día del Dios Todopoderoso”, Ap. 16:14),
· Es característicamente “el día del Señor Jesús” (1 Cor. 5:5; 2 Cor. 1:14, compárese 1 Cor. 1:8; Filp. 1:6, 10; 2:16).
La Venida De Cristo Se Conoce Como:
Ø Su paruséa
= (“venida”),
Ø Su apokalypsis
= (“revelación”),
y
Ø Su epifaneia
= (“aparición”).
1- La palabra paruséa
significa “presencia”
o “llegada”,
y se usaba en el griego helenístico para las visitas de dioses y gobernantes.
2- La paruséa
de Cristo será la venida personal del mismo Jesús de Nazaret que ascendió al
cielo (Hch. 1:11); pero será un acontecimiento universalmente evidente (Mt.
24:27), una venida en poder y gloria (Mt. 24:30), para destruir al anticristo y
la iniquidad (2 Ts. 2:8), para reunir a su pueblo, tanto los vivos como los
muertos (Mt. 24:31; 1 Cor. 15:23; 1 Ts. 4:14–17; 2 Ts. 2:1), y para juzgar al
mundo (Mt. 25:31; Stg. 5:9).
3- Su venida será, también, un apokalypsis, un “quitar el velo”, una “revelación”,
cuando el poder y la gloria que ahora le son propios en virtud de su exaltación
y sesión celestial (Filp. 2:9; Ef. 1:20–23; Heb. 2:9) serán revelados ante todo
el mundo. El reinado de Cristo como Señor, actualmente invisible al mundo, se
hará visible en ese momento por su apokalypsis.
4- G2015. ἐπιφάνεια = epifáneia; de G2016;
manifestación, i.e. (espec.) la venida de Cristo (pasada o futura): manifestación,
aparición, resplandor, venida. (Strong)
En castellano, epifanía; lit.: “resplandecimiento”. Se usaba de
la aparición de un dios a los hombres, y de un enemigo a un ejército en el
campo.
En El Nuevo Testamento Se Usa:
(a) De la Venida del Salvador cuando
el Verbo se hizo carne (2 Tim.1:10;
(b) De la Venida del Señor Jesús en gloria del Señor Jesús “como el relámpago que sale del oriente y
se muestra hasta el occidente” (Mt.24:27), inmediatamente posterior
a la revelación, apokalupsis, de su parousia en el aire con sus santos (2
Ts.2:8; Tit. 2:13).
Nota: El Verbo faino se traduce como “aparición” en Mt.2:7 en la RVR, y como “el tiempo en que apareció” en la VM. (VINE).
VI. La Resurrección:
A la venida de Cristo, los creyentes que hayan
muerto serán levantados (1 Cor. 15:23; 1 Ts. 4:16), y los que vivan en ese
momento serán transformados (1 Cor. 15:52, compárese 1 Ts. 4:17), e. d, pasarán
a la misma vida de resurrección que los otros sin morir.
La creencia en la resurrección de los muertos ya se
evidencia en algunos textos del Antiguo Testamento (Is. 25:8; 26:19; Dn. 12:2),
y es tema común en la literatura intertestamentario. Tanto Jesús (Mr. 12:18–27)
como Pablo (Hch. 23:6–8) concordaban en este punto con los fariseos contra los
saduceos, quienes negaban que hubiese resurrección.
Sin embargo, la esperanza cristiana de la resurrección está
decisivamente basada en la resurrección de Jesús, de donde Dios es conocido
como:
·
El “Dios que resucita
a los muertos” (2 Cor. 1:9).
· Jesús, en
su resurrección, “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad”
(2 Tim. 1:10).
·
Él es “el que vive”,
que murió y ahora vive por los siglos de los siglos, el que tiene “las llaves de la
muerte” (Ap. 1:18).
La resurrección de Jesús no fue una mera
reanimación de un cadáver. Fue un ingreso en la vida escatológica, a una
existencia transformada, fuera del alcance de la muerte. En ese sentido, fue el
comienzo de la resurrección escatológica (1 Cor. 15:23). El hecho de que Jesús
haya resucitado ya garantiza la futura resurrección de los creyentes cuando él
venga (Rom. 8:11; 1 Cor. 6:14; 15:20–23; 2 Cor. 4:14; 1 Ts. 4:14).
La vida escatológica, la vida del Cristo
resucitado, ya les es comunicada a los creyentes en esta vida por su Espíritu
(Jn. 5:24; Rom. 8:11; Ef. 2:5s; Col. 2:12; 3:1), y esto también es garantía de
su futura resurrección (Jn. 11:26; Rom. 8:11; 2 Cor. 1:22; 3:18; 5:4s). Pero la
transformación del creyente por el Espíritu a la gloriosa imagen de Cristo es
incompleta en esta era, porque su cuerpo sigue siendo mortal.
La futura resurrección será la consumación de su
transformación a la imagen de Cristo, que ha de caracterizarse por la
incorrupción, la gloria, y el poder (1 Cor. 15:42–44). La vida de resurrección
no es “carne y sangre” (1 Cor.
15:20) sino “un
cuerpo espiritual” (1 Cor. 15:44), es decir un cuerpo enteramente
vitalizado y transformado por el Espíritu del Cristo resucitado. De la lectura
de 1 Cor. 15:35–54 queda aclarado que la continuidad entre la existencia
presente y la vida de resurrección es la continuidad de la identidad personal,
independiente de la identidad física.
Según el pensamiento neo testamentario, la
inmortalidad pertenece intrínsecamente tan sólo a Dios (1 Tim. 6:16), mientras
que los hombres, por descender de Adán, son naturalmente mortales (Rom. 5:12).
La vida eterna es la dádiva de Dios a los hombres por medio de la resurrección
de Cristo. Solamente en Cristo y por medio de su futura resurrección podrán los
hombres adquirir aquella plena vida escatológica que existe más allá del
alcance de la muerte. La resurrección es, pues, equivalente a la consecución
final de la salvación escatológica por el hombre.
Por consiguiente, los condenados no serán resucitados en este sentido
pleno de resurrección a la vida eterna:
Ø La
resurrección de los condenados se menciona sólo ocasionalmente
en las Escrituras (Dn. 12:2; Jn. 5:28s; Hch. 24:15; Ap. 20:5, 12s,
compárese Mt. 12:41s),
Ø Como el medio de su condenación en el juicio.
VII. El Estado De Los Muertos:
La esperanza cristiana para la vida más allá de la
muerte no está basada en la creencia de que una parte del ser humano sobrevive
la muerte. Todos los hombres, por su descendencia de Adán, son naturalmente mortales.
La inmortalidad es el don de Dios, que será alcanzado a través de la
resurrección de la totalidad de la persona.
Por lo tanto, la Biblia toma muy en serio la cuestión de la muerte, y no
la considera una ilusión:
·
Es la consecuencia del pecado (Rom. 5:12; 6:23),
·
Un mal (Dt. 30:15, 19),
·
Del cual los
hombres huyen aterrorizados (Salm. 55:4s).
·
Es enemigo de Dios
y el hombre, y
·
La resurrección es,
pues, la gran victoria de Dios sobre la muerte (1 Cor. 15:54–57).
La muerte es “el postrer enemigo que será destruido” (1 Cor.
15:26), abolido, en principio, mediante la resurrección de Cristo (2 Tim.
1:10), para ser definitivamente destruido en el día final (Ap. 20:14, compárese
Is. 25:8).
“Y la muerte y el Hades
fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda”. (Ap.20:14).
Véase Parte III.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario