domingo, 13 de septiembre de 2020

Parte II ¿QUÉ ESPERA DIOS DE UNA MUJER? (El Rol Femenino)

 Parte II

¿QUÉ ESPERA DIOS DE UNA MUJER?

(El Rol Femenino)

Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:

1. Distinción Femenina.

2. Sumisión Selectiva.

3.

4.

Para muchas mujeres es difícil aceptar la idea de la sumisión.

Pero debería ser más fácil si la mujer sabe que:

1.  Eso es realmente lo que Dios quiere, y;

2. Ella tiene no sólo la oportunidad sino también la responsabilidad de ser selectiva al llevar a cabo esa asignación.

Miremos primero lo que la Biblia dice acerca de la clase de sumisión que Dios espera de una mujer casada. Implica una respuesta que va más allá del principio universal de la sumisión cristiana. Después de establecer claramente que la sumisión mutua es una característica de relaciones llenas del Espíritu, Pablo prosiguió diciendo:

 

Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador (Efesios 5:22-24).

Desde el punto de vista de Dios, esta clase de sumisión no es negociable. No se trata solamente de aquello a lo que la mujer se comprometió cuando pronunció sus votos matrimoniales. La Palabra de Dios dice inequívocamente que una esposa ha de seguir la guía de su esposo de la misma forma en que su esposo es responsable de amarla como Cristo amó a la Iglesia (Efesios 5:25). La obediencia y el reconocimiento del liderazgo de un esposo es parte de ser una esposa cristiana (1 Corintios 11:1-3; Efesios 5:22-24).

 

Una Mujer Debe Pensarlo Dos Veces Antes De Acatar Las Exigencias De Otra Persona

El apóstol Pedro escribió que dicha sumisión es correcta aun cuando un esposo no sea la clase de persona piadosa, amante y sacrificial que debería ser.

 

Asimismo, vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas (1 Pedro 3:1).


·      Esta es una cara de la moneda.

·      La otra cara es que dicha sumisión no debería ser estúpidamente servil y pasiva.

·      Esa sumisión debería ser activa y selectiva.

Es obvio que Dios no les pide a todas las mujeres que se sometan a todos los hombres en todo momento y en todo lugar. Tampoco espera el Señor que una mujer casada obedezca siempre a su esposo o a su líder en la iglesia, igual que no espera que un ciudadano obedezca siempre al gobierno (Hechos 5:29):

·   Las acciones de Ananías y Safira, registradas en Hechos 5:1-11, son un ejemplo digno de mención de una esposa que participó neciamente en el pecado de su esposo y perdió la vida en el proceso. Hechos 5:2 dice que Safira era consciente del intento de su esposo de engañar a la Iglesia de Dios. No obstante, «sabiéndolo», no objetó ni rehusó seguir el plan de él.

En lugar de ello conspiró junto con él para mentir a la iglesia acerca de la cantidad de su contribución. El resultado fue que Dios los mató a ambos. Mirando atrás, es evidente que Safira no debió haber consentido a los deseos de su esposo.

·   Abigail, por otro lado, es un ejemplo de una mujer que hizo exactamente lo contrario que Safira. No se sometió a los deseos de su esposo y por no acatarlos, en realidad salvó su vida y la de los de su casa (1 Samuel 25:18-44).

Abigail reconoció que su «perverso y áspero» marido estaba desafiando a David, siervo de Dios Altísimo. Dando muestras de ser una mujer inteligente y piadosa actuó unilateralmente para contrarrestar la necedad de su esposo. Él murió por su necedad y ella vivió para convertirse en la esposa del rey David.

Sin embargo, habiendo presentado estos dos ejemplos, debemos reconocerlos como las excepciones a la regla de la sumisión conyugal. La regla es que si una mujer escoge casarse se hace responsable de seguir la guía de su marido. Únicamente cuando su esposo le pide algo que entra en conflicto directo con la voluntad de Dios tiene ella la libertad de no hacerlo.

Es verdad que esa sumisión es mucho más fácil cuando un esposo cristiano es la clase de persona que Dios quiere que sea. Bienaventurada la mujer que tiene un esposo que le muestra amor, benignidad, sensatez, paciencia y equidad. Ese es el patrón de Dios. Pero tenga en cuenta que ninguno de los dos papeles depende de si la otra persona hace o no su parte:

v Un esposo ha de servir a su esposa con amor sea ella sumisa o no.

v Una esposa ha de ser obediente y sumisa independientemente de si su esposo le muestra o no amor cristiano.

v Una mujer debe pensarlo dos veces antes de acatar las exigencias de alguien.

Ese patrón no encaja en nuestra cultura igualitaria. La clase correcta de sumisión es una prueba de fe en Dios. Sin embargo, la sumisión no es solamente un reto femenino. Es un reto para los hombres en la milicia, los deportes y los negocios. Es una prueba de carácter para los hijos que pasan a la adolescencia. También puede ser muy duro para las mujeres en el hogar o en la iglesia.

 

Aprender A Ser Sumisos No Es Solamente Un Reto Femenino

La idea de cualquier papel sumiso puede frustrar y enojar a una mujer. La asociación se puede comparar con la ansiedad que muchas personas sienten cuando van en el asiento trasero de un auto o en un taxi. Al depender del juicio y la habilidad de otra persona, el pasajero siente que pierde la capacidad de protegerse a sí mismo. Cuando el conductor parece negligente, descuidado e irresponsable, el pasajero siente resentimiento, temor y enojo.

Parte de esa frustración es lo que una mujer puede sentir en el hogar o en la iglesia. Pronto se da cuenta de que los hombres son mucho menos que perfectos. ¿Cómo puede, entonces, comprometerse a su cuidado y a su juicio? ¿Cómo puede «ir en ese auto» voluntariamente sobre todo cuando pronto se hace evidente que ella lo ve casi todo desde un punto de vista considerablemente diferente? Con eso en mente, echemos un vistazo a la clase de sumisión que requieren las Escrituras.

Una mujer casada es tan responsable de seguir a su esposo como su esposo es responsable de seguir al Señor (Efesios 5:21-33). Su motivación debería ser someterse a su esposo como una manera de demostrar su confianza en el Señor. Si esa es su perspectiva, entonces, el saber que el Señor quiere lo mejor para ella ayudará a disminuir cualquier resentimiento natural o enojo que pueda producir esa dependencia. Ella se anima por el hecho de que el Señor la comprende. Él la escucha, conoce sus necesidades, y cuando sea necesario, será juez entre ella y su esposo.

Sara, esposa de Abraham, parecía entender esto. Aunque Pedro la honra como modelo de sumisión respetuosa (1 Pedro 3:5, 6), el relato del Génesis añade algunos detalles importantes, los cuales muestran qué clase de mujer era Sara:

·      Vemos cómo dos personas imperfectas pueden herirse y extraviarse mutuamente.

·     Vemos, además, cómo, después de enredar las cosas, una mujer puede aún encontrar en el Señor la fortaleza que necesita para expresar sus sentimientos y apelar a la conciencia de su esposo.

·  Por lo tanto, podemos concluir que una mujer que se conoce por su sumisión no es necesariamente pasiva.

En Génesis 16:5 encontramos a Sara confrontando a Abraham profundamente herida y disgustada. Aunque admitió su propio error de exhortar a Abraham a tener un hijo de su sierva, Sara sugiere que ahora le toca el turno a Abraham de enfrentar una situación mala que ha empeorado. Después de descarriar a Abraham haciendo que tuviera un hijo de su sierva, Sara dice:

 

Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo. Y respondió Abram a Sarai: He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca…” (Génesis 16:5, 6).

Notemos Un Par De Cosas:

· En primer lugar, Sara no era estúpidamente pasiva. Había sido herida profundamente y le hizo saber a su esposo cómo se sentía.

·     En segundo lugar, reconoció que ella y su esposo eran vigilados.

Cuando dijo: «Juzgue Jehová entre tú y yo», dio muestras de que era consciente de que su esposo también debía rendir cuentas a Dios. Abraham parece haber sentido el peso de su apelación, porque una vez más complació sus deseos.


Los Que Están Protegidos Por El Señor tienen seguridad Eterna 

A la luz de la relación de Sara con Abraham, hagamos algunas preguntas. ¿Qué pasa si un esposo le dice a su esposa que haga algo que está en conflicto directo con su responsabilidad para con Dios? ¿Y si su esposo le pide que mienta o que acceda a sus pervertidos deseos de pornografía o de cambiar de pareja? ¿Y si su esposo le pide que firme declaraciones de impuestos que ella sabe no son precisas? Ella debe adoptar una postura firme, al mismo tiempo que trata de conservar su dignidad y su espíritu condescendiente (1 Pedro 3:1). Debe decirle a su esposo que su primera responsabilidad es permanecer fiel a su Señor. Después de todo, el Señor es el que sostiene su seguridad en la palma de su propia mano.

Un esposo puede morir, sufrir un derrame cerebral, tener un accidente o ser infiel. ¿Cómo, entonces, puede una mujer hallar su seguridad en un simple hombre? Puede si su sumisión a su esposo refleja su disposición de someterse al Señor.

Una mujer, casada o soltera, ha de asumir un papel de apoyo en la iglesia (1 Corintios 11:3-16; 1 Timoteo 2:11-15). En muchos sentidos, una mujer en la iglesia se puede comparar con un miembro de un equipo de béisbol, baloncesto o vóleibol que compite bajo el liderazgo de un entrenador. Como miembro de un equipo participa plenamente. Pero, junto con el resto del equipo, sigue la guía del líder.

De igual manera, a las mujeres de la iglesia del Nuevo Testamento se las presenta como miembros de un equipo: colaboradoras con los hombres en el evangelio, pero no ancianas, pastoras ni apóstoles. El Nuevo Testamento dice claramente que las mujeres no han de estar en una posición de autoridad doctrinal sobre los hombres.

Pablo a menudo expresó su agradecimiento por las mujeres que colaboraban con él en el evangelio. Pero también las coloca en un papel de apoyo en la iglesia. Aunque las mujeres oraban y profetizaban activamente (1 Corintios 11:5), trabajaban, aprendían y adoraban codo a codo con los hombres de su iglesia, las mujeres no debían retar a los hombres en debates públicos, discusiones ni definiciones doctrinales.


Pablo escribió: La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión (1 Timoteo 2:11-14).

Pablo se comportaba igual que su propio Maestro:

1- Jesús respetaba a las mujeres. Las tomaba en serio:

·      Las incluía entre sus compañeros y discípulos.

·      Las cuidaba y les enseñaba.

·      Les dio una consideración que no era común en aquellos días.

Pero cuando nombró a los doce apóstoles:

v Jesús no incluyó mujeres.

2- Pablo pudo haber aclarado las cosas utilizando la misma clase de razonamiento que usó cuando manejó otras sensibilidades culturales (Romanos 14:1-23). Pudo haber abierto la puerta a las mujeres de manera que ellas pudieran a la larga desempeñar los papeles de:

Ø Pastor-Maestro, y

Ø Ancianos.

Pero no lo hizo.

No dejó lugar para que sus palabras se interpretasen simplemente en términos de costumbres. Se remontó más allá de la cultura y del tiempo a un patrón que ligó tanto con la creación como con la caída del hombre en pecado (1 Timoteo 2:12-14).

 

El Plan De Dios Para La Mujer Está Arraigado, No Sólo En El Tiempo y La Cultura, Sino En La Creación Misma

Pablo expresó afecto y agradecimiento a las mujeres que él reconocía como colaboradoras e iguales espirituales en Cristo (Romanos 16:1-3, 6, 13, 15; Gálatas 3:26-28; Filemón 4:3):

v Exhortó a las mujeres maduras a enseñar a las hermanas jóvenes en Cristo (Tito 2:3-5).

v Pero cuando se trataba del asunto de si una mujer puede o no estar en un papel de maestra con autoridad sobre el hombre, Pablo siempre fue coherente con el principio de que una mujer agrada a Dios cuando adopta un papel de apoyo en la iglesia.

Es aquí donde debemos tener cuidado de no pasar por alto la necesidad estratégica de que las mujeres ayuden en la iglesia. Ya sea que nos refiramos al discipulado individual, estudios bíblicos o grupos de apoyo a necesidades especiales, las mujeres no deberían pasar por alto las necesidades mutuas.

¡Qué trágico es que las mujeres pierdan el sentido de las ilimitadas oportunidades que tienen de ayudarse mutuamente, de ser hospitalarias y de llegar a otros! Las necesidades de los demás, de hombres y mujeres, de jóvenes y viejos por igual, son demasiado apremiantes como para permitirnos distraernos y amargarnos por la limitación masculina que Dios ha colocado en el oficio de anciano.

En muchos aspectos es un problema que se remonta al Edén. Si no tenemos cuidado podemos perdernos una vez más todo un jardín de oportunidades por preocuparnos por el único «fruto prohibido».


Una De Las necesidades y Ministerios Más Desestimados De Todos Es El De Las Mujeres Que Ayudan a Otras Mujeres En El Espíritu y Amos De Cristo

No es posible exagerar cuánto necesitan las mujeres la ayuda de otras mujeres para pensar como deberían de sí mismas, de Dios, de su hogar y de sus familias, y acerca de sus otras relaciones. Las mujeres solteras necesitan aliento. Las mujeres casadas necesitan aliento también. Las ancianas y las adolescentes necesitan compañías que las fortalezcan, llamadas telefónicas, cartas y otras expresiones creativas de amabilidad.

Por dondequiera nos rodean mujeres que están al borde de la desesperación. Sin alguien que las abrace en Cristo podrían sucumbir a un dolor abrumador por su propia soledad y crisis. Por falta de relaciones fortalecedoras, mujeres jóvenes y viejas están cediendo a presiones sexuales, acuden a muletas químicas o alcohólicas, o se entregan a la tendencia materialista de nuestros tiempos.

6.      IGUALDAD ESPIRITUAL:

¿Qué Espera Dios?

1. Distinción femenina.

2. Sumisión selectiva.

3. Igualdad espiritual.

4.

Uno de los hechos más evidentes de la vida es que todos los hombres no son creados iguales. Tampoco las mujeres. En incontables formas, no hay justicia ni equidad en la tierra. La vida, como se vive normalmente, es una lucha de desigualdades.

Sin embargo, lo que sí es verdad es que todas las personas son creadas igualmente. Todo el mundo depende igualmente del Señor para cada hálito y latido del corazón. Todos son igualmente responsables. Las desigualdades en los papeles, la riqueza material, la condición física, la posición social o la preparación académica no cambian las formas en las cuales la gente es igual.

Iguales en honor. Las diferencias en los papeles no necesariamente implican diferencias de honor o de valía. El que una persona sea sumisa no implica inferioridad. Jesucristo nos demostró eso:

Ø Vivió en la tierra «bajo la ley» (Gálatas 4:4),

Ø Bajo la autoridad de sus padres (Lucas 2:51),

Ø Bajo la autoridad de líderes gubernamentales (Mateo 22:21), y

Ø Por encima de todo, bajo la autoridad de su Padre Celestial.

El apóstol Pablo usó al Señor Jesucristo como ejemplo de uno que reconocía que Dios era su cabeza de la misma forma en que la mujer ha de reconocer que el hombre es su cabeza (1 Corintios 11:3). No obstante, cuando asumió ese papel de siervo, el honor de Cristo no disminuyó. Jesús no se hizo menos que Dios cuando dejó de lado temporalmente la expresión de su esplendor y tomó forma de siervo (Filemón 2:2-8).

No se denigró ni se deshumanizó al humillarse a sí mismo y llegar a ser obediente hasta la muerte (Filemón 2:8). Al desempeñar ese papel, en realidad confirmó su honor. Al aceptar voluntariamente su papel obediente y sumiso, en realidad le dio al Padre razón para exaltarlo y darle un nombre que es sobre todo nombre que es sobre todo nombre (Filp. 2:9-11).

 

La Mujer Es Tan Igual Al Hombre Como El Sumiso Hijo De Dios Era Igual a Su Padre Celestial

De esta forma, Jesús le dio a la mujer un precedente para creer que su papel de apoyo no indica de ninguna manera que ella es menos persona, que tiene menos honor o menos potencial. Ella es sencillamente diferente en forma y papel con el fin de llevar a cabo el diseño y los propósitos distintos de Dios.

Iguales en naturaleza. Aunque Dios el Padre y Dios el Hijo son personas diferentes y distintas, son iguales y coeternos en naturaleza. Por tanto, el hombre y la mujer, a pesar de que tienen diferentes papeles en la familia y en la iglesia, están hechos a la imagen de Dios.

Si el Señor hubiese querido que creyésemos lo contrario, si hubiese querido hacer énfasis en la diversidad sexual más que en la unidad, hubiese podido haber hecho al hombre del polvo de la tierra y a la mujer de un trocito de nube. En lugar de ello, el Señor creó a la mujer de forma que Adán pudiese decir:

 

Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada (Génesis 2:23).


Véase Parte III.



 

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