LA AUTORIDAD DE SU APOSTOLADO:
2 CORINTIOS 10:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Esta última
sección de 2 Corintios (caps. 10–13) presenta a Pablo vindicando su apostolado.
En estos capítulos responde a las acusaciones de sus enemigos en Corinto.
Conforme leemos su respuesta podemos descubrir las mentiras que decían respecto
a Pablo; que no era un verdadero apóstol puesto que le faltaban las
credenciales de la iglesia de Jerusalén; que sus motivos no eran sinceros; que
su presencia física era tan débil que no inspiraba respeto; que sus cartas eran
audaces, pero que nunca las respaldara en persona; y que sus promesas no eran
de confiar.
Tenga
presente que Pablo no estaba defendiéndose a sí mismo en estos capítulos; lo
que estaba defendiendo era su oficio apostólico y, por consiguiente, el mensaje
que predicaba.
Estas
mentiras las estaban promoviendo los falsos maestros que habían visitado a
Corinto y ganaron a una parte de la iglesia para su falsa doctrina, que era una
mezcla de judaísmo y evangelio. Pablo no estaba meramente respondiendo a sus
críticos; estaba respondiendo al mismo Satanás (11:13–15). Cuando Pablo habla
de «gloriarse»
es con un toque de sarcasmo.
«A sus maestros favoritos les encanta jactarse», dice, «de modo que
trataré de ganarme su cariño ¡jactándose yo
mismo un poco!» Por supuesto, la jactancia de Pablo era en el Señor
y no en sí mismo. Aquí en el capítulo 10 Pablo da varias respuestas a la
acusación de que su presencia era débil en tanto que sus cartas eran osadas.
I.
Sigo El Ejemplo De Cristo (2 Cor.10:1):
A
los corintios les encantaba gloriarse en los hombres (1 Cor. 3:21; 4:6, 7) y se
quedaban embelesados con los predicadores judaizantes que venían de Palestina.
A pesar de que estos predicaban una falsa doctrina (11:4) y se aprovechaban de
los cristianos (11:18–20), la iglesia les hizo un gran recibimiento y les honró
más que a Pablo, quien había fundado la iglesia y arriesgado su vida por ello. «¡Pablo es tan
débil!», decían estos maestros a medida que se imponían sobre la
iglesia. «¡Sígannos,
porque nosotros damos muestra del poder real!».
«Si yo soy débil», replicó Pablo, «no es debilidad,
es la mansedumbre de Cristo» (v. 1). Cristo nunca «se impuso como
dictador» sobre la gente; su poder lo ejerció en mansedumbre y
humildad. Mansedumbre no es debilidad; mansedumbre es poder bajo control, la
capacidad de encolerizarse contra el pecado y sin embargo estar dispuesto a
sufrir maltrato por causa de Cristo. No cometamos el error de juzgar por las
apariencias externas (10:7) y pensar que algún «predicador poderoso» está
necesariamente mostrando el poder de Dios.
II. Uso Armas Espirituales (2 Cor.10:2–6):
Simplemente
debido a que Pablo no usaba métodos carnales ni ejercía el poder de una «personalidad
fuerte», los creyentes pensaban ¡que era un enclenque! Sus armas
eran espirituales, no carnales. Como todos nosotros, Pablo andaba «en la carne»
(o sea, tenía todas las debilidades del cuerpo),
pero no batallaba contra la carne dependiendo de la sabiduría carnal, ni en las
capacidades humanas ni en la fuerza física. Moisés tuvo que aprender que las
armas de Dios son espirituales (Hch. 7:20–36) y Pablo enseñó este principio en
Efesios 6:10ss. La Palabra de Dios y la oración son las únicas armas eficaces
en esta batalla contra Satanás (Hch. 6:4).
Había
desobediencia en Corinto debido a que los cristianos estaban creyendo en
mentiras en lugar de creer en la verdad de la Palabra de Dios. Pablo les
advierte que harán polvo sus argumentos y falsas doctrinas, y conducirá sus
corazones y mentes a la obediencia. Los problemas de la iglesia no se resuelven
simplemente cambiando la constitución, revisando su programa o reorganizando
una junta, sino al confrontar a la gente y los problemas con la Palabra de
Dios.
III. No Juzgo Por Las Apariencias (2 Cor.10:7–11):
La
persona que juzga por las apariencias siempre vive para dar una buena
apariencia. Pablo vivía para agradar a Dios y nunca trataba de agradar a los
hombres. Confiaba en su llamamiento y las credenciales del Señor, y esto era lo
que importaba. Por cierto, pudo haber esgrimido rangos e invocado su autoridad
apostólica, pero prefería usar esa autoridad para edificar la iglesia, no para
derribarla. También es cierto que a menudo es necesario derribar antes para
tener el lugar del edificio real (Jr. 1:10).
¡Qué locura la de estos cristianos al desacreditar a Pablo
debido a que le faltaba la vitalidad física de Pedro o el poder de la oratoria
de Apolos! Los cristianos carnales son «jueces de predicadores» y les
encanta comparar un siervo de Dios con otro. ¡Pablo les advierte que su presencia en su
próxima visita sería tan poderosa como sus cartas!
IV. Dejo Que Dios Haga Los Elogios (2 Cor. 10:12–18):
Estos
falsos maestros eran miembros de una «sociedad de admiración mutua», ya que se
comparaban unos con otros; y por consiguiente tenían un exagerado concepto de
sí mismos. (Véase
lo que Jesús dijo respecto a esto en Mt. 5:43–48. También véase Gál. 6:3, 4). Pero, dice Pablo, ¿dónde estaban
estos «grandes maestros» cuando yo arriesgué mi vida para empezar la iglesia en
Corinto? Cualquiera puede venir después que el trabajo duro se ha
hecho, criticar al fundador y ¡recibir toda la gloria!
Pablo
se había esforzado todo lo posible para alcanzar a la gente de Corinto con el
evangelio, y esperaba obtener de ellos ayuda para llevar el evangelio a «los lugares
más allá». Los judaizantes vinieron y se jactaron de una obra que
nunca realizaron. La costumbre de Pablo era llevar el evangelio a donde nadie
había ido antes (véase Rom. 15:20), en tanto que la costumbre de los
judaizantes era invadir el territorio de otro y apoderarse del trabajo que ya
estaba hecho.
Pablo
fue lo suficientemente sabio como para dejar sólo al Señor la cuestión de los
elogios. En el versículo 17 se refiere a Jeremías 9:24 (un pensamiento que cita también en 1
Cor. 1:31). Después de todo, es el Señor el que da la gracia para que
podamos servirle y únicamente Él conoce nuestros corazones y motivos. El
apóstol estaba dispuesto a esperar de Dios el «¡bien hecho!» y también debemos
hacerlo nosotros. Al repasar este capítulo notará varias lecciones importantes
que todos debemos aprender para ser obreros eficaces en el servicio de Cristo:
(1) No se deje influenciar por asuntos físicos.
Los más grandes siervos de Dios no siempre son los más agraciados o los más
fuertes, desde el punto de vista humano. Con cuánta facilidad algunos
cristianos se quedan boquiabiertos por algún obrero cristiano «estilo Hollywood»
que les embelesa con su apariencia imponente u oratoria hipnótica. Esto no
significa, desde luego, que debamos deliberadamente esforzarnos por mostrar una
apariencia desaliñada o practicar una humildad fingida. Dios nos ha hecho
diferentes a cada uno de nosotros y debemos usar para su gloria todo lo que Él
nos da.
(2) La obra más duradera se hace cuando usamos
armas y herramientas espirituales. Es una cosa reunir una multitud y otra muy
diferente edificar la iglesia. Programas teatrales, esquemas de promoción tipo
de grandes almacenes, exhibiciones que honran al hombre y que dependen de los
esfuerzos de la carne, todo esto puede captar la atención popular, pero nunca
recibirán la aprobación de Dios. Edificamos mediante la oración y la Palabra de
Dios, y esto demanda tiempo, dedicación y sacrificio.
(3) No juzgue antes de tiempo (1 Cor. 4:5). Deje
que Dios dé los elogios. Viva procurando la aprobación de Él, y su vida y
ministerio serán bendecidos. Tal vez sea un fracaso a sus ojos y a los de
otros, pero Dios le verá a usted y a su obra como un gran éxito para su gloria.
Clase Para El Miércoles:
Lea Su Biblia, Lea Su Biblia, Lea Su Biblia.
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