TRASFONDO DEL PERÍODO DE LOS
JUECES:
JUECES 1–5:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
I. Los Fracasos De La Nación (Jueces 1–2):
A.
Fracasaron En
La Conquista De La Tierra (Jueces 1:1–36).
Los
versículos 1–18 narran las primeras victorias de Judá y Simeón, en tanto que el
resto del capítulo nos habla de sus frecuentes derrotas. Estas dos tribus
pudieron apoderarse de Besec (v. 4), Jerusalén (v. 8), Hebrón (v. 10), Debir
(v. 11), Sefat (v. 17), Gaza, Ascalón y Ecrón (v. 18). El pueblo de José tomó
Bet-el (v. 22), pero el resto de la tribu no pudo expulsar al enemigo.
Lo
que empezó como una serie de victorias, dirigidas por el Señor, acabó como una
serie de compromisos. Judá no pudo expulsar a los habitantes del valle (v. 19,
y véase 4:13ss); Benjamín no pudo vencer a los jebuseos (v. 21); y las otras
tribus también «hicieron
arreglos» con las naciones paganas (vv. 27–36).
Por
supuesto, fueron capaces de racionalizar sus fracasos al esclavizar a los
pueblos paganos; pero esto sólo condujo a más problemas. En Josué 23–24, Josué
les advirtió en contra de hacer compromisos con el enemigo, pero ahora estaban
cayendo en esa misma trampa.
B.
Fracasaron En La Consideración De La Ley
(2:1–10).
Esta,
por supuesto, fue la razón de sus habituales fracasos y derrotas. Dios les
prometió a Josué constante victoria si la nación honraba y obedecía la Palabra
(Jos. 1:7–8), y Josué les repitió esa promesa a los líderes (Jos. 23:5–11).
Gilgal fue la escena de una gran victoria para Israel, pero ahora el Señor se
mudó de Gilgal a Boquim, «el lugar del llanto», ¡enfatizando
la trágica declinación de Israel de la victoria al llanto! (En cuanto a la
importancia de Gilgal, véanse Jos. 5:1–9; 9:6; 10:6. Gilgal era el
centro de operaciones militares de Israel, el campamento de Josué. Ahora había
quedado en el olvido).
Dios
le recordó al pueblo que habían desobedecido la ley al hacer pactos con las
naciones paganas y unirse a sus dioses. Léase cuidadosamente en Deuteronomio 7
las instrucciones de Dios en esta cuestión de separación. La nación siguió la
ley durante los años de Josué y líderes subsiguientes, pero después que estos
murieron, la nación se descarrió.
«Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía
a Jehová». (Véase v. 10.) ¡Ni siquiera llevaron sus hijos al Señor!
Fracasaron en enseñarles la ley, como Dios les instruyó en Deuteronomio 6:1–15.
Con cuánta frecuencia ocurre esto en las naciones, iglesias y familias. Qué
fácil es que la «generación más joven» se aleje del Señor si la «generación más
vieja» no es fiel en enseñarles y fijar ante ellos el mejor ejemplo
de obediencia.
C.
Fracasaron Por No Aferrarse Al Señor
(2:11–23).
Se
olvidaron del Señor y siguieron otros dioses. La religión de los cananitas era
horriblemente perversa, con prácticas demasiado obscenas como para debatir. La
adoración a Baal y a Astarot (deidades masculina y femenina, v. 13) plagó a
Israel a través de toda su historia.
Una
vez que se introdujo en sus vidas, fue difícil exterminarla. Cuando el pueblo
se olvidó del Señor, Él se olvidó de ellos. Una vez tras otra «los vendió»
en manos de sus enemigos. En lugar de disfrutar del «reposo» que Dios les prometió, la
nación cayó y fue llevada a la esclavitud cientos de años, con sólo ocasionales
períodos de «reposo»
del Señor.
Cada
vez el juicio se volvía tan severo, que la nación al final clamaba a Dios. Él
enviaba un libertador, pero nótese que Dios estaba personalmente con el juez,
no con toda la nación. Es triste, pero el pueblo se volvía al Señor sólo cuando
estaba en problemas; una vez que el juez desaparecía, la nación caía de nuevo
en el pecado.
Estos
fracasos se ven en los cristianos profesantes hoy. A veces, en lugar de vencer
al enemigo, hacemos compromisos y dejamos que el enemigo nos arrastre hacia
abajo. A menudo desobedecemos deliberadamente la Palabra de Dios y muchas veces
fracasamos por no amar al Señor y allegarnos a Él por fe. Cuando esto ocurre,
Dios debe castigarnos y nuestro único remedio es arrepentirnos y volver.
II. Las Victorias De Los Jueces (Jueces 3–5):
En
el libro de Josué hay un solo líder y Dios estaba con la nación entera; pero en
Jueces hay muchos líderes y Dios sólo está con estos líderes, no con la nación
entera (2:18). Varios jueces menores se mencionan aquí, cuyos ministerios
podemos estudiar brevemente.
A. Otoniel (3:1–11).
Los
de Mesopotamia esclavizaron a Israel ocho años; entonces Dios levantó a
Otoniel, yerno de Caleb, para que libertara a la nación. Su nombre significa «Dios es poderoso»,
e hizo honor a él. Véanse Jueces 1:9–15 y Josué 15:16–19. Debe haber complacido
a la familia de Caleb tener un hombre tan valiente en sus filas. Libró a la
nación y tuvieron descanso cuarenta años.
B. Aod
(3:12–30).
Esta
vez el Señor usó a Moab para castigar a Israel, junto con Amón y Amalec, ¡los antiguos
enemigos de los judíos! Los israelitas sirvieron dieciocho años como
esclavos hasta que Aod los libertó y les dio descanso ochenta años. Dios usó el
hecho de que era zurdo para engañar al enemigo, porque el rey no hubiera sabido
lo que Aod sacaba de entre sus vestidos por el lado derecho (3:21).
Los
benjamitas al parecer estaban dotados con hombres zurdos (Jueces 20:16; 1 Crón
12:2). Una vez que el rey enemigo fue asesinado, Aod pudo reunir su ejército y
arrojar a los invasores.
C. Samgar
(3:31).
Es
probable que Samgar dirigiera una victoria local contra los filisteos. No se le
llama juez, aunque se le incluye entre ellos. Dios puede usar las armas más
extrañas, incluso una aguijada de bueyes.
D.
Débora y Barac (4–5).
La
nación había caído tan bajo que ahora la juzgaba una mujer, lo cual humillaba
a los hombres en esta sociedad dominada por los varones (véase Is. 3:12).
Durante veinte años los cananeos habían oprimido a Israel, así que Dios
levantó a esta profetiza para llevarlos a la senda de la victoria.
Primero
ella llamó a Barac para que libertara a la nación (4:1–7), e incluso le dio el
plan de batalla del Señor.
Por
lo general el arroyo de Cisón estaba seco, pero Dios iba a enviar una gran
tempestad que lo inundaría y atraparía a los carros de hierro (véanse 4:3 y 5:20–22).
A pesar de que se menciona a Barac como un hombre de fe en Hebreos 11:32, aquí
le vemos como uno que tuvo que depender de Débora para la victoria. Es más,
Dios usó a dos mujeres para librar a los Judíos:
Débora
la profetiza y Jael (vv. 18–24). Es interesante contrastar a Barac con Sansón.
Ambos estuvieron asociados con mujeres, pero en un caso esto llevó a la
victoria, mientras que en el otro a la derrota. Barac dirigió a diez mil
hombres desde el monte Tabor, confiando en la promesa de Dios dada a su sierva,
Débora.
Cualesquiera
que hayan sido las debilidades de Barac, Dios todavía honró su fe. En su canto
de victoria (cap. 5), Débora alaba al Señor por la disposición del pueblo para
luchar en la batalla (vv. 2, 9). Sin embargo, ella también menciona a algunas
de las tribus que fueron demasiado cobardes como para luchar (5:16–17). La
batalla se libró «junto a las aguas de Meguido» en donde el arroyo
de Cisón fluía desde el monte Tabor. Sísara y su ejército pensaban que sus
carros de hierro les darían la victoria, ¡pero fueron sus carros los que los llevaron a la derrota!
Dios
envió una gran tormenta (5:4–5 y 20–22) que convirtió la llanura en un pantano
y el enemigo no pudo atacar. Israel obtuvo una gran victoria ese día, bajo la
dirección de Barac y los planes de Débora. Pero a Barac no se le concedió matar
al general Sísara; esto se le dejó a otra mujer, Jael.
Los
ceneos eran amigos de Israel (Jue. 1:16) debido a su vínculo con la familia de
Moisés (Jue. 4:11), pero también tenían amistad con Jabín, el rey cananeo. Es
usual que un hombre de las culturas del Oriente no entre en la tienda de una
mujer, pero Jael persuadió a Sísara, le hizo acomodarse y luego le mató. La «estaca»
era tal vez una de madera de la tienda. Su obra la elogia el canto de Débora
(5:24–27), aun cuando algunos hayan difícil comprender esta acción.
Sin
duda a Sísara lo hubieran matado cuando las tropas de Barac lo capturaron y él
era el enemigo del Señor (5:31), no de Jael personalmente. Ella estaba ayudando
a Israel a librar las batallas del Señor. Dos mujeres se regocijaron en la
victoria (Débora
y Jael), pero una mujer (la madre de Sísara) lloró afligida (5:28–30).
Nótese: en 5:6–8
una descripción del terrible estado de la sociedad en Israel en aquel tiempo.
El pueblo tenía tanto temor que se mudaron de las aldeas a las ciudades
amuralladas y no era seguro que la gente viajara por las carreteras. Una declinación
en la vida social y moral de la nación fue la inevitable consecuencia de la
declinación espiritual de la nación.
Estudios para el
Domingo.
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