Parte I:
Dos
Mujeres Tristemente Notorias: La Historia De
Jezabel y Atalía:
(2 Reyes 9:1-11:16)
“Entonces el profeta Eliseo llamó a uno de los hijos de
los profetas, y le dijo: Ciñe tus lomos, y toma
esta redoma de aceite en tu mano, y vé a Ramot de Galaad… Cuando llegues allá, verás allí a Jehú
hijo de Josafat hijo de Nimsi; y entrando, haz que se levante de entre sus
hermanos, y llévalo a la cámara…”
(2 Reyes
9:1-11:16)
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Jehú es ungido rey de Israel. Ahora que Hazael
reinaba en Damasco sólo quedaba por llevarse a cabo una de las instrucciones de
Dios a Elías (1 R. 19:15, 16). Una vez que eso fue hecho los eventos marcharon
rápidamente al cumplimiento de la profecía de Elías acerca de la caída de la dinastía de Omri (1 Rey. 21:20-28).
Se
le manda destruir la casa de Acab y, en la medida en que actuó obedeciendo a
Dios, y con principios justos, no tuvo que considerar reproche ni oposición. El
asesinato de los profetas de Dios se destaca con firmeza. Jezabel persistió en su idolatría y enemistad contra
Jehová y sus siervos, y su iniquidad ahora estaba completa.
Atalía destruyó todo lo que ella sabía que estaba
emparentado con la corona. Joás,
uno de los hijos del rey, fue escondido. Ahora la promesa
hecha a David estaba atada a una vida solamente y, pese a eso, no falló. De
esta manera, el Hijo de David, el Señor, conforme a su promesa, asegura una
simiente espiritual, a veces oculta e invisible, pero indemne en el pabellón de
Dios.
Con
tal gozo y satisfacción debe darse la bienvenida al reino de Cristo en nuestro
corazón, cuando su trono se instala, y es expulsado Satanás el usurpador.
Decid, Que el Rey Jesús viva por siempre viva y reine en mi alma y en todo el
mundo.
I. La Consagración De Jehú Como Rey De Israel Según
La Palabra Profética, y La Consolidación De Su Poder. 2 Reyes 9:1-10:36.
Este capítulo y el subsiguiente demuestran el cumplimiento implacable e inevitable de la palabra de juicio pronunciada sobre la casa de Acab, hijo de Omri, el fundador de la dinastía (1 R.16:15-28); el papel de Eliseo no es muy prominente.
a. Se Cumple La Profecía.
1 R. 9:1-13.
En conformidad con el plan de Dios, el
profeta (así se le designa en el texto
sagrado, aunque no es normal para el cronista) Eliseo envió uno de
los profetas jóvenes de la comunidad profética a Ramot de Galaad, con el fin de
ungir como rey de Israel a Jehú, nieto de Nimsi. Tanto el nombre Jehú, que
posiblemente quiere decir, “Jehová es uno” o “Jehová, él es Dios”, como también el
de su padre Josafat (“Jehová juzgará”) sugiere como probable que tuviera
un origen devoto al Señor.
El profeta - mensajero tenía
instrucciones para ungirlo con aceite en un departamento privado y después huir
a toda velocidad. Las obedeció al pie de la letra. La necesidad de consagrarlo
en una habitación privada probablemente se debía a que era esencial mantener
todo en secreto del rey en Jezreel.
Además, una coronación secreta tenía sus precedentes en los casos de Saúl (1 Sam. 10:1), David (1 Sam. 16:12-13), Salomón (1 R. 1:34; 1:38-39) y Joás (2 R. 11:12). Aunque una unción era la práctica normal en ambos reinos, solo se menciona cuando se funda una dinastía o la sucesión está en cuestión. La unción en Israel por un líder religioso señalaba la aprobación divina del rey y su posición como el “ungido de Jehová”.
Al derramar el aceite sobre la cabeza de
Jehú, un símbolo de bendición de Dios y de comisión, el único rey en el norte
en ser honrado así, el hombre de Dios pronunció unas palabras proféticas que
reiteraron la esencia de la predicción de Elías en 1 R. 19:15-19 (ver también
14:10; 21:23):
· Primero, lo consagró como rey del verdadero
pueblo de Jehová, sugiriendo que algunos habitantes en Israel serían excluidos.
· Segundo, como rey haría justicia por los
profetas asesinados por Acab y Jezabel al eliminar cien por ciento de esa
familia y así exterminar toda la descendencia suya e incluso a los enfermizos (como se hizo en el caso de la familia real anterior de
Jeroboam I).
· Además, Jezabel no sería enterrada, ya que los perros (literalmente) se la comerían en el campo de Jezreel. Dicha sentencia significaba, según una creencia popular, que su espíritu estaría destinado a vagar sin fin. Todo el acto sirvió para legitimizar el reino de Jehú.
Los otros militares querían saber a qué se
debía la llegada repentina del extraño religioso al campamento. ¿Significaba un augurio bueno o malo? La
designación de loco (v. 11) para referirse al profeta (comp. Os. 9:7 y Jr. 29:26)
señalaba a uno que sufría éxtasis. Jehú contó poco a poco a sus compañeros,
reunidos posiblemente en ese momento para discutir un levantamiento debido a su
descontento con todas las derrotas militares recientes, que el profeta le había
consagrado como rey.
Como una junta militar le dieron
reconocimiento como tal con evidente entusiasmo, usando los símbolos
tradicionales de realeza y sumisión para ella:
Ø Un trono hecho de sus mantos, la corneta (Jr. 11:14; 1 R. 1:34)
y
Ø Una aclamación (ver también 1 R.
1:39-40).
Evidentemente el establecimiento militar
estaba harto de seguir a reyes que habían perdido la unción o bendición de Dios
y siempre se encontraban en la derrota. Esto muestra la tradición de la
confederación sacral del norte, que reconocía la posesión de la bendición
espiritual como una característica necesaria de los líderes, tanto los jueces
como los reyes.
b. La Consolidación De Su Poder.
2 R. 9:14-26.
Después de conspirar con los comandantes militares de todo el ejército de Israel en Ramot de Galaad, con el fin de fundar la cuarta dinastía, Jehú cruelmente, pero con sagacidad política tomó unos siete pasos violentos para asegurarse el poder real y la eliminación de todos los rivales potenciales.
La revolución requería dos empujones
sistemáticos, la purga de la familia real extendida y la eliminación del
baalismo. Su
propósito de matar a todos los varones fue doble:
· Asegurar la sucesión de su propia familia y
· Prevenir una contienda sangrienta entre familias.
Con cada paso de la revolución iban en
aumento la violencia y la brutalidad. Primero, tres personas o gobernantes
influyentes fueron asesinados, seguidos por grupos de personas asociados con el
poder real y religioso anterior. En varios casos, los actos violentos se
presentan como cumplimiento de la palabra profética (1 R. 9:25-26; 9:36-37;
10:10; 10:17) y con frecuencia lo señala el mismo Jehú que demuestra ser una
persona tramposa, brutal e impasible (ver 9:34).
Aunque el cronista indica explícitamente en
el texto (9:7-10, 22, 26, 36, 37; 10:10, 30) que Jehú hacía la voluntad de Dios
y que también se señala con la cooperación de Jonadab (10:15, 16, 23), sin embargo,
al final de la narración su evaluación no es de total aprobación (10:29-31):
Ø En el primer paso
de la revolución, Jehú asesinó al rey Joram (9:14-26) que se encontraba en
Jezreel recuperándose de heridas sostenidas en la batalla en Ramot de Galaad.
Ø Después de asegurar el secreto de la conspiración, Jehú mismo emprendió un viaje inmediato de unos 64 km. hacia el lado oeste del río Jordán, con unos cuantos soldados, para tomar por sorpresa al hijo de Acab. Al acercarse a Jezreel con su séquito, el atalaya en el lado este de Jezreel los vio y el rey envió dos mensajeros para enterarse de las noticias sobre la paz = (shalom) con Siria en Galaad, pero Jehú no los dejó regresar con un mensaje.
Ayuda Hermenéutica:
H7965 שָׁלוֹם = shalóm: o שָׁלֹם = shalóm; de H7999; seguro, i.e. (figurativamente) bien, feliz, amistoso; también (abst.) bienestar, i.e. salud, prosperidad, paz: - amigo, bien, bueno, completo, dichoso, pacíficamente, pacífico, pasto delicado, paz, propicio, prosperidad, salvo, victorioso. (Strong)
Las respuestas de Jehú a los dos
mensajeros y al rey sugieren una definición diferente de la paz; para él
incluía la armonía del pueblo de Jehová con Dios que resulta en la prosperidad
del pueblo. Además, se nota un ciclo de tres en el cual con el tercero se
alcanza el punto culminante como en otras ocasiones (1:9, 11, 13; 2:2, 3, 4, 5;
4:29-31; 32-34; 35, 36).
Cuando el atalaya le informó a Joram de
que venía Jehú, salió repentinamente en su carro junto con el de su pariente
Ocozías rey de Judá —pero en carros separados— con la esperanza de
recibir buenas noticias de la batalla en Ramot de Galaad. Sin embargo, tuvo un
encuentro fatal con Jehú en la propiedad de Nabot de Jezreel, pues la flecha de
Jehú atravesó el corazón del rey, y éste cayó dentro de su carro.
Para que se cumpliera la palabra profética
pronunciada en su presencia hacía tiempo, Jehú ordenó que el cadáver sangriento
de Joram fuera arrojado en la propiedad de Nabot. Ya que esta palabra profética no
aparece en ningún otro lugar, Jehú se convirtió en la persona que la emitió y
la cumplió (9:26) mientras Bidcar, el encargado del escudo y las armas del
guerrero, sirvió de segundo testigo.
Darte la retribución en el v. 26 aclara el
sentido de paz (shalom),
porque sugiere la restauración de la paz entre Dios y su pueblo que ha sido
destruida por:
Ø Los actos sangrientos de Acab y
Ø Las fornicaciones y hechicerías de Jezabel.
De modo que la paz verdadera no tiene que
ver con la paz en Jezreel sino que se trata de la vida espiritual misma del
pueblo y si ellos hacen la voluntad de Dios.
Pero mientras viviera esa mujer, seguiría corrompiendo el país. La tragedia en
el caso de Joram y Jehú fue querer restaurar la paz de Dios por medio de la
violencia desastrosa de una revolución política.
Las Fornicaciones De Jezabel1) (v. 22) no tenían que
ver con:
· La vida sexual sino
con,
· La espiritual
dedicada a Baal.
Ya que la evidencia existente sugiere que
fue leal a su esposo.
El uso del término sugiere menosprecio hacia las prácticas
paganas mezcladas con:
· La prostitución ritual y sagrada y
· La magia imitativa de los amuletos de la diosa de la fertilidad del baalismo.
Los Eunucos: 2 R. 9:32;
20:18; 23:11:
En la Biblia encontramos varias referencias a los eunucos. En el sentido
griego, eunuco significa “cuidador de
lechos”. Este es el uso más frecuente en la Biblia. Era el trabajo
de esclavos en las cortes reales; algunos estaban a cargo del harén real, por
ejemp. asgas y Hegai (Est. 2:14, 15;
4:4).
Ø
La
reina Ester tenía un eunuco a su servicio llamado Hatac (Est. 4:5). Para realizar este
trabajo, los hombres eran castrados (*).
(*) castración. (Del lat. castratĭo, -ōnis). f. Acción y
efecto de castrar (extirpar los órganos genitales).
Microsoft® Encarta® 2009.
Ø
Esta
era una práctica de los pueblos paganos, aunque la perversa reina Jezabel
tenía eunucos
a su servicio (2 R. 9:32).
Ø
El
etíope a quien evangelizó y bautizó Felipe era un eunuco servidor en el
palacio de la reina Candace (Hech. 8:27).
Ø
Algunos
eunucos,
además de cuidar el harén real, servían en la educación de los niños del rey.
Ø
Daniel
en Babilonia fue servido por varios eunucos; por ejemp. Melsar
estaba a cargo del cuidado de Daniel (Dn. 1:11).
Ø
Otros
eunucos
estaban a cargo de las puertas (Est.
2:21, 23; 6:2).
Ø
Otros
eran mensajeros (Est. 1:10, 12, 15;
6:14; Dn. 1:3).
Ø
Otros
al servicio exclusivo del rey.
En este sentido, el concepto hebreo saris significa “militar
comisionado” (2 R. 25:19) “y allegado al rey”, como Potifar (Gn. 39:1). Había
siete eunucos al
servicio del rey Asuero (Est. 1:10, 12, 15; 7:9) y otros de Nabucodonosor (Dn. 1:11).
Otros eunucos servían como sacerdotes para realizar oficios religiosos (2 R. 23:11), como los sacerdotes de la diosa Diana de Efeso. Un eunuco es el que intercede por el profeta Jeremías ante el rey Sedequías (Jr. 38:7-9). Isaías le profetiza al rey Ezequías que servirían como eunucos en Babilonia si no se volvían a Dios (Is. 39:7; 2 R. 20:18).
Jesús Menciona Tres Clases De Eunucos:
Ø Los que lo eran por nacimiento; por enfermedad
o deformaciones físicas no podían tener relaciones sexuales.
Ø Los hechos por los hombres; estos eran los
castrados en las cortes reales de los pueblos paganos.
Ø Y en tercer lugar están los que se hacen
eunucos por causa del reino (1 Cor. 7:7; 7:32-35); son aquellos que renuncian a una vida sexual y
matrimonial para dedicarse al servicio de la obra de Dios.
No es porque las relaciones sexuales sean consideradas malas sino porque el soltero no tendrá más preocupación que servir a Dios. La castración era prohibida en Israel y los eunucos eran excluidos de la congregación (Deut. 23:1). El profeta Isaías proclamó que los eunucos también serán recibidos por Dios (Is. 56:34).
Ayuda Hermenéutica:
H5631 סָרִיס = sarís o סָרִס = sarís; de una raíz que no se usa que sign. castrar; eunuco; por impl. ayuda de cámara (espec. de los apartamento de mujeres), y así, ministro de estado: - eunuco, oficial. Compárese con H7249. (Strong).
Dio Su Vida
Por Las Misiones. 2 R. 9:1-10:36:
Raimundo Lulio,
nacido en Palma de Mallorca en 1,232, después de llevar una vida de pecado se
convirtió a Cristo y desde ese momento dedicó el resto de su vida a hablar a
los demás de su fe en Cristo. Según él, tres cosas eran necesarias para la conversión de los moros:
·
El dominio del idioma y
el conocimiento de la fe del pueblo;
·
Poseer literatura
apologética competente, y
·
Un valiente y firme testimonio entre los paganos, aun a
costa de la vida misma.
Siempre creyó que aun
el martirio podría servir para la conversión del pueblo. Fundó escuelas de
idiomas orientales para misioneros en varias ciudades de Europa. A la edad de
56 años se dirigió al norte de áfrica donde predicó, estuvo encarcelado y fue
expulsado del país.
En su tercer viaje, a
los 83 años, después de predicar en el mercado de la ciudad de Bugía, fue
apresado y golpeado hasta que murió. Aquel valiente testigo de Jesucristo se
despidió de este mundo cumpliendo su responsabilidad misionera.
c. La Muerte Del Rey Ocozías.
2 R. 9:27-29.
El segundo paso fue el asesinato
despiadado del rey Ocozías de Judá que estaba en Jezreel visitando a su
pariente real enfermo. Al escuchar el grito de peligro y ver el asesinato de su
tío, huyó en su carro hacia el sur, probablemente con la esperanza de encontrar
leales a la casa real, pero en Bethagan, fue herido junto a Ibleam y murió en
Meguido.
Luego fue enterrado en Jerusalén. De esa
manera se eliminó a Ocozías como fuente de venganza por el asesinato de su
familia.
d. La Muerte De Jezabel.
2 R. 9:30-37.
El tercer paso en la consolidación del
poder real en manos de Jehú fue el asesinato de Jezabel, la reina
madre de Israel. Cuando le llegó en Jezreel la noticia de la muerte de
su hijo y rey, orgullosamente y con frialdad se adornó para su muerte segura a
manos de Jehú. Algunos creen que su asociación con la fornicación (9:22; ver Jr.
4:30; Ez. 23:40) indicaría que se adornó con la esperanza de atraer a Jehú para
un encuentro sexual, para evitar que la asesinara.
Pero esa interpretación no concuerda con la acusación odiosa que
le gritó por la ventana. Probablemente
ella creía que la condición del cuerpo en el momento de morir caracterizaría la
naturaleza de su existencia después de la muerte. No obstante,
con cinismo evidente antes de su muerte insultó a Jehú y predijo
equívocamente un reinado corto para él, pues el reinado de siete días de Zimri
fue un fracaso que terminó con su furibundo suicidio (1 R. 16:15-20).
Sus propios ayudantes la tiraron por la
ventana, evidentemente de una segunda planta. Al caer, su sangre salpicó la
pared y a los caballos, los cuales la pisotearon. Sin preocuparse por su
cadáver y con evidente desprecio e insensibilidad, Jehú comió y bebió
tranquilamente. Así demostró que había algo de verdad en el insulto de Jezabel
acerca de él y vislumbró un régimen tan cruel como el anterior.
Luego, pensando en la descendiente real
como princesa de
Fenicia, la mandó enterrar, pero solo encontraron el cráneo, los pies y las palmas de las manos de ella (v. 35). Así también se cumplió la profecía pronunciada por Elías
sobre el desenlace final de la enemiga número uno de Jehová y sus siervos (1 R. 21:23).
Jehú Derrota a Jotam De Israel. 2
R. 10:1-36:
e. La Aniquilación De La Familia
De Acab. 2 R. 10:1-14.
El cuarto paso fue la aniquilación
atrozmente brutal y sin misericordia de los 70 hijos de Acab en Samaria.
Setenta (v. 1) puede ser un número redondo o simbólico para totalidad o todo
abarcador; incluye nietos y tal vez bisnietos. Hay quienes han sugerido que
eran verdaderos hijos, nacidos de las concubinas del rey.
Jehú escribió cartas a Samaria a
los ancianos que representaban al pueblo, a los tutores de la casa real y a los
principales soldados profesionales encargados de la ciudad, que incluían a los
que habían huido de Jezreel, exhortándolos a proclamar rey a un heredero de
Joram, con el fin de preparar una batalla contra él.
Pero estos no creían posible una victoria,
ya que dos reyes no podían con él. En su creencia el rey era una persona
sagrada que poseía poder sobrehumano, y un hombre que había matado a dos tenía
que estar dotado con un poder extraordinario. Así se lo comunicaron.
Jehú les dijo en una segunda carta que, si
iban a someterse a él, tendrían que demostrar su lealtad decapitando a todos
los descendientes de Acab. Cumplieron la orden y, conforme a sus instrucciones,
se colocaron las 70 cabezas en dos montones a la entrada de la ciudad de
Jezreel, de manera que los que salían del pueblo en la madrugada para trabajar
en los campos las vieran y las tomaran como advertencia. Este acto sangriento
infundió miedo en la población para que cooperaran con el usurpador.
El siguiente día, en un mensaje público,
Jehú informó al pueblo que solo él era culpable de conspirar contra el rey
Joram, pero que ellos eran culpables por la muerte de los 70 hijos. Además,
recalcó que todas las palabras proféticas pronunciadas por Elías en cuanto a
Acab y su familia se cumplirían. Así les hacía ver que no era un asesino común
y corriente sino un siervo de Jehová.
Con ese propósito procedió a exterminar en
Jezreel al resto de la familia de Acab, sus siervos, los amigos y los
religiosos más allegados a la familia. La astucia de Jehú se ve en que por
medio de una trampa hizo a los tutores matar a los descendientes de Acab, luego
los responsabilizó por el crimen, y después los ejecutó, complaciendo de esa
forma tanto a los amigos como a los enemigos de Acab.
Nótese: también que la oferta que la gente no se atrevía a rechazar en realidad era una trampa que no podrían evitar.
Al encaminarse hacia Samaria, Jehú
encontró inesperadamente a los hermanos de Ocozías de Judá (10:12-14), los
cuales desconocían los asesinatos de sus parientes. Cuando supo quiénes eran
las 42 personas, con evidente insensibilidad las prendió y las degolló junto al
pozo de los pastores de Betequed.
f. El Acuerdo Entre Jonadab y
Jehú. 2 R. 10:15-17.
Jehú seguía hacia Samaria, porque su éxito
dependía de su control en esa ciudad capital. En el camino consolidaba su poder
sobre el trono aún más por medio de una alianza con Jonadab, hijo de Recab
(10:15-17), representante de los fanáticos conservadores y tradicionalistas
radicales del país.
Jonadab, el fundador de los recabitas, que
vivían vidas nómadas, habitando en tiendas de campaña, absteniéndose de vino,
rehusando cultivar la tierra (ver Jr. 35 y 1 Cron. 2:55) y manteniendo una
lealtad firme a Jehová, fue un aliado influyente por ser un hombre muy estimado
en el país.
La invitación de acompañarlo en su carro
selló su alianza con un apretón de manos y juntos llegaron a Samaria, donde
Jehú exterminó a los parientes y leales restantes de esa ciudad. Jonadab
también cooperó en la masacre o la carnicería de los fieles de Baal (1 Cron. 10:23).
Evidentemente, esto representó un esfuerzo para asegurar el apoyo de los
elementos conservadores del país.
g. La Masacre De Los Seguidores
De Baal. 2 R. 10:18-29.
El sexto paso en su consolidación del
poder real fue la masacre de los siervos de Baal. Aunque Acab construyó un
templo para la adoración de Baal, probablemente no lo servía de corazón, ya que
dio a ambos hijos nombres con raíces relacionadas con Jehová (Joram y Ocozías);
estaba completamente dominado por su esposa Jezabel (1 R. 21:25-26), se
arrepintió cuando escuchó el reproche divino (1 R. 21:28) y designó como su
ministro principal a un siervo leal a Jehová: Abdías.
En Samaria, la ciudad capital de Israel,
con el fin de exterminar el culto baalista, con hábil engaño Jehú anunció a
todo el pueblo que, siendo un fanático de Baal, quería celebrar un sacrificio
solemne en grande en la presencia de todos los fieles, incluyendo a sus
ministros oficiales.
En el día anunciado para la celebración, sus leales de todo el país de Israel llenaron por completo el templo de Baal. Dos veces (vv. 19b, 24b) señala la motivación tramposa de Jehú. Después de asegurarse de que todos en el templo servían a Baal y después de ofrecer él personalmente el holocausto, con espantosa y premeditada frialdad Jehú mandó a los guardias y oficiales que exterminaran a todos. ¡Fue un sacrificio de verdad! También demolieron y quemaron los objetos sagrados y el templo de Baal, y lo convirtieron en una letrina.
Ayuda Hermenéutica:
H1168 עַל = Baal:
lo mismo que H1167; Baal,
deidad fenicia: - Baal, ídolo. (Strong)
h. Una Promesa Condicionada De Dios, Pero La Desobediencia Trae Sus
Consecuencias Adversas. 2 R. 10:30-36.
· Todo lo anterior Jehú lo hizo en cumplimiento
de la voluntad expresa de Jehová y a la vez para consolidar a su poder real.
· Pero el paso final era la legitimización de su casa real por Dios (2 R. 10:30-31).
Desde luego el baño de sangre necesario
para extirpar la religión de Baal de Israel mereció la aprobación de Dios. La
recibió con la promesa condicionada de que sus descendientes reinarían
solamente hasta la cuarta generación. Jehú dejó
intactas las capillas con sus imágenes en Betel y Dan, donde Jeroboam I
había construido los dos becerros de oro para que los israelitas les rindieran
culto en vez de viajar al templo en Jerusalén.
De ese modo no observaba la ley deuteronómica. Debido a esto, la evaluación del cronista s obre su reinado fue ambivalente. De hecho, surge la pregunta: ¿Cómo puede Dios escoger y utilizar a un tirano que derramó tanta sangre como este para lograr sus propósitos? Tal vez lo único que podemos decir es que hombres malvados pueden llevar a cabo tareas necesarias para lograr al final la justicia, aunque ellos mismos no se den cuenta de lo que hacen; tampoco escapan de un juicio justo al final.
Jehú e Israel pagaron
un precio alto por el baño de sangre en todo el país; se debilitó el poderío
nacional, de manera que durante el reinado de Jehú el país se encontró sujeto a
ataques de parte de Hazael de Siria por todos lados, el cual también achicó el
territorio de Israel tanto en el oriente como al occidente del río Jordán (2 R.
10:31-36). Israel se quedó aislado y sin aliados. Se interpretó esto como el
castigo de Dios aun durante la vida de Jehú. Este desenlace sugiere que los
fines no justifican los medios; aun la violencia más crasa de un baño de sangre
para lograr la paz fracasó en su intento.
Las decisiones éticas acerca de la
violencia (la guerra, la revolución, la pena
capital, el aborto) siempre envuelvan acomodos a la situación y nos
llevan aun en las mejores circunstancias a una paz parcial, completamente
viciada por la violencia que se tiene que emplear para lograrla.
Aun la violencia más brutal no logró
reformar a Israel en esta ocasión. Se logró una reforma genuina, solo después
de la derrota de Hazael, luego la de los asirios y, por fin, luego de la de los
babilonios.
Jehová bendijo a Jehú concediéndole cuatro
herederos para sentarse en el trono a pesar de no cumplir toda su voluntad. De
modo que Dios es fiel a sus promesas, aunque nosotros no lo seamos. Durante el
reinado de 28 años de Jehú Siria dominaba el territorio al este del río Jordán
y esa comarca no se recuperó hasta las conquistas de Jeroboam II a mediados del
siglo siguiente.
Ya que el baño de sangre debilitó el poderío de su país, no es sorprendente que las dos veces que aparecen inscripciones escritas por Salmanesar III (858-824 a. de J.C.) acerca de él, señalan su pago de tributo. Posiblemente este tributo se trataba de pagos por ayuda recibida para poder defenderse de los ataques de Hazael. Se refiere a Jehú como “hijo de Omri”, pero no estaba ni siquiera emparentado con él.
Esta narración de 59 versículos es la más
larga en todo el libro de 2 Reyes; esta dinastía israelita que duró unos 100
años fue la más larga en su historia como nación. El pasaje tiene unidad debido
a que los actos de Jehú cumplieron las palabras
proféticas de Jehová. De hecho, Jehú así lo afirmó tres veces (2 R. 9:25-26; 9:36-37; 10:19). Varias de las
subdivisiones concluyen con afirmaciones del cumplimiento de la palabra
profética (2 R. 9:25-26; 9:36-37; 10:10).
Véase Parte II:
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