lunes, 7 de mayo de 2018

EL ALTAR DEL INCIENSO: ÉXODO 30:


EL ALTAR DEL INCIENSO:
ÉXODO 30:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:

Dios quería que su pueblo fuera «un reino de sacerdotes» (19:6). Hoy, todo el pueblo de Dios es un sacerdocio (1 P. 2:5, 9; Ap. 1:6), pero en los días del AT., la nación de Israel tenía un sacerdocio que les representaba delante de Dios. Lo que eran los sacerdotes, la nación entera debería haberlo sido. ¿Qué clase de personas forman «un reino de sacerdotes»?

I.        Personas Que Oran (Éx.30:1–10,34–38):

Como ya se ha notado, había dos altares que se usaban en los cultos en el tabernáculo: uno de bronce para los sacrificios de sangre y uno de oro para el incienso.
El oro que recubría la madera habla de la deidad y humanidad del Salvador, y nos recuerda que podemos orar al Padre únicamente debido a la obra intercesora de su Hijo. Traemos nuestras peticiones en el nombre de Jesucristo (Jn. 14:12–15).
El incienso quemado es un cuadro del ofrecimiento de nuestras oraciones (Salm. 141:2; Lc. 1:10; Ap. 5:8). El fuego que consume el incienso nos recuerda al Espíritu Santo, porque sin su ayuda no podemos orar de verdad (Rom. 8:26–27; Jud. 20).
El altar de oro estaba antes del velo, fuera del Lugar Santísimo, pero nosotros somos privilegiados para entrar confiadamente a la presencia de Dios y traerle nuestras peticiones (Heb. 4:14–16; 10:19–22). El sumo sacerdote quemaba el incienso cada mañana y cada noche, un recordatorio de que debemos abrir y cerrar el día con oración, y durante el día «orar sin cesar» (1 Ts. 5:17). El sacerdote llevaba consigo la fragancia del incienso todo el día.
La composición especial del incienso se da en los versículos 34–38 y esta fórmula no debía usarse para propósitos comunes. De la misma manera la oración es especial y Dios dicta cuáles son los requisitos para la oración eficaz.
En el altar de Dios no se debía usar «incienso extraño» (v. 9) ni «fuego extraño» (Lv. 10:1). Sin importar cuán ferviente pudiera ser una oración, si no está de acuerdo a la voluntad de Dios, no será contestada.

II.      Personas Agradecidas (Éx.30:11–16):

La celebración anual de la Pascua recordaría al pueblo que la nación había sido redimida de la esclavitud y este «impuesto de censo» anual sería otro recordatorio de su redención (véase 1 P. 1:18–19).
La plata se usó originalmente para las bases y garfios del tabernáculo (38:25–28); en años posteriores ayudó a pagar para el mantenimiento de la casa de Dios (Mt. 17:24–27).
Cuando David de manera impetuosa levantó un censo sin recibir el «dinero de redención», Dios envió una plaga a la nación (1 Cron. 21:1–17). Es peligroso usar las «estadísticas religiosas» para la alabanza del hombre y no para la gloria de Dios.
Debemos estar agradecidos a Dios por la redención que tenemos en Cristo y debemos estar dispuestos a darle ofrendas para su gloria.

III.    Personas Limpiadas (Éx.30:17–21):

Esta fuente de bronce se erigía entre el altar de bronce y el tabernáculo, y el agua en ella se usaba para el limpiamiento ceremonial de las manos y los pies de los sacerdotes.
El tabernáculo sin piso ensuciaba sus pies. Además, el proceso de los sacrificios contaminaba sus manos.
Es posible contaminarse incluso mientras se sirve al Señor. El lavatorio estaba hecho de espejos de bronce (38:8). Puesto que el espejo es un cuadro de la Palabra de Dios (Stg. 1:23–25), el lavatorio de bronce ilustra el poder limpiador de la Palabra de Dios (Jn. 15:3; Ef. 5:25–27; Salm. 119:9).
Cuando confiamos en Jesucristo, somos «lavados todos» de una vez y para siempre, pero es necesario confesar nuestros pecados y «lavarnos las manos y los pies» si queremos disfrutar de comunión con el Señor (Jn. 13:1–11; 1 Jn. 1:9).

IV.     Personas Ungidas (Éx.30:22–33):

Como el incienso para el altar de oro, el aceite de la unción para los sacerdotes debía ser un artículo especial, no para duplicarse o profanarse en el uso común.
Podía derramarse sólo sobre los sacerdotes; el pueblo común no podía usar este ungüento especial. Qué maravilloso que todo el pueblo de Dios hoy ha sido ungido por el Espíritu (1 Jn. 2:20, 27; 2 Cor. 1:21).





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