domingo, 22 de octubre de 2017

DEBATE No 4: LA SEÑAL MILAGROSA: JUAN 9:

DEBATE No 4: LA SEÑAL MILAGROSA:
JUAN 9:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:

Este capítulo presenta el sexto de los siete milagros especiales registrados en el Evangelio de Juan, que testifican la deidad de Cristo (20:30–31). Las primeras tres señales muestran cómo se salva una persona:
·      por medio de la Palabra (el agua convertida en vino),
·      por la fe (la sanidad del hijo del noble), y
·      por gracia (la curación del paralítico).

Las cuatro señales restantes muestran los resultados de la salvación:
Ø Satisfacción (la alimentación de los cinco mil),
Ø paz (aquieta la tempestad),
Ø luz (la curación del ciego), y
Ø vida (la resurrección de Lázaro).

I.       La Curación (Juan 9:1–7):

A.     El hombre tiene las características del pecador perdido.
(1)   Estaba ciego (Ef. 4:18; Jn. 3:3; 2 Cor. 4:3–6). El inconverso, aunque sea intelectual como Nicodemo, nunca puede ver o comprender las cosas espirituales. Véase 1 Corintios 2:14–16.
(2)    Estaba mendigando. El inconverso es pobre a la vista de Dios, aunque tal vez sea rico a los ojos del mundo. Mendiga por algo que satisfaga sus más profundas necesidades.
(3)    Estaba impotente. No podía curarse a sí mismo; otros no podían curarlo.

B.     La curación muestra cómo Jesús salva al pecador.
(1)   Se acerca por gracia al hombre. Cristo podía haber pasado de largo, porque era el sabbat y se suponía que debía descansar (v. 14). Mientras que los discípulos discutían acerca de la causa de la ceguera, Jesús hizo algo por el hombre.
(2)   Irritó al hombre. Una pizca de tierra irrita el ojo; imagínese cómo deben haberse sentido las cataplasmas de lodo. Pero el lodo en los ojos le estimuló a ir a lavarse. Es lo mismo con la predicación de la Palabra: irrita a los pecadores haciéndolos que se sientan culpables, de modo que quieran hacer algo con respecto a sus pecados (véase Hch. 2:37).
(3)   Curó al hombre por su poder. El hombre probó su fe en Cristo al obedecer a su Palabra. La «religión» hoy en día quiere darles a los hombres sustitutos para la salvación, pero sólo Cristo puede librar de las tinieblas del pecado y del infierno.
(4)   La curación glorificó a Dios. Todas las verdaderas conversiones son para la gloria de Dios únicamente. Véanse Efesios 1:6, 12, 14; 2:8–10.
        (5)   La sanidad fue notoria a otros. Sus padres y vecinos vieron un cambio en su vida. Así es cuando una persona nace de nuevo, otros ven la diferencia que se manifiesta en ella (2 Cor. 5:17).

II.     La Controversia (Juan 9:8–34):
Los líderes religiosos habían hecho saber que si alguno confesaba a Cristo abiertamente sería expulsado de la sinagoga (v. 22). Esto significaba, por supuesto, perder amigos, familia y todos los beneficios de la religión judía. Fue esta declaración la que forzó a los padres y a los vecinos del ciego a «andar con rodeos» cuando se les preguntó sobre la asombrosa curación. La simple confesión del hijo, en el versículo 11, glorificó a Cristo, aunque en ese tiempo todavía no comprendía a plenitud quién era realmente «aquel hombre que se llama Jesús».
Los fariseos atacaron a Cristo diciendo que no procedía de Dios (v. 16) y le llamaron pecador (v. 24). El ciego curado dijo lo que sabía (v. 25) y les mostró a los fariseos qué necio era su razonamiento (vv. 30–33). El creyente de corazón sencillo sabe más verdad espiritual que los eruditos teólogos inconversos. (Véase Salm. 119: 97–104.) El resultado final: expulsaron de la sinagoga al hombre.
Hubiera sido fácil para el hijo esconder su confesión y evitar de este modo la controversia, pero sin temor alguno se quedó firme en su posición. Conocía la diferencia que Cristo había hecho en su vida y no podía negarla. Cualquiera que ha conocido a Cristo y ha confiado en Él lo dirá abiertamente.

III.    Su Confesión (Juan 9:35–41):
El hombre no se dio cuenta entonces, pero su lugar más seguro estaba fuera del redil de la religión judía. Los judíos lo expulsaron, pero ¡Cristo le recibió! Como Pablo (véase Filp. 3:1–10), este hombre «perdió su religión», pero halló salvación y fue al cielo.

Nótese: con cuidado cómo este hombre creció en el conocimiento de Cristo:
(1)   «Un hombre que se llama Jesús» (v. 11) era todo lo que sabía cuándo Cristo le sanó.
(2)  «Un profeta» (v. 17), así llamó a Jesús cuando los fariseos le interrogaron.
(3)    «Un varón de Dios» (vv. 31–33), fue su conclusión acerca de quién era Jesús.
(4)    «El Hijo de Dios» (vv. 35–38), fue su confesión final y completa de fe. (Véase 20:30–31.)

«La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto», afirma Proverbios 4:18, y el crecimiento en la «luz» de este hombre lo demuestra.
Un cristiano es alguien que tiene la luz en su corazón (2 Cor. 4:6) y que es la luz del mundo (Mt. 5:14). Anda en la luz (1 Jn. 1) y da el fruto de la luz (Ef. 5:8–9). El «creo, Señor», del hombre fue el punto en que su vida cambió.
La misma luz que guía a una persona puede cegar a otra (vv. 39–41). Los fariseos admitieron que podía ver y por consiguiente eran culpables debido a que rechazaron la evidencia y no querían recibir a Cristo.

El evangelio trae diferentes reacciones de diferentes clases de corazones:
·      El pecador ciego recibe la verdad y ve;
·    la persona religiosa, justa en su propia opinión, rechaza la verdad y se enceguece más espiritualmente.
·      Es peligroso rechazar la luz.



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