Parte II
LEYENDO LAS EPÍSTOLAS:
(2 P. 3:16).
“casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”.
(2 P. 3:16).
Pastor; Carlos Ramírez Jiménez:
· Las cartas a
iglesias (Rom. a 2 Ts.) se agrupan delante de las cartas a personas (1 Tim. a
Film.), y dentro de cada grupo las cartas más extensas se ubican delante de las
más breves.
La única excepción es Ef., la que, según
estos criterios, debería estar ubicada antes de Gál. Como una suposición, es
posible pensar que quienes ordenaron de esta manera las cartas de Pablo,
contaban con una copia de Ef., transcripta en letra más pequeña o más
comprimida, lo que les indujo a un error, pensando que era más corta que Gál.,
pero más larga que Filp.
5.1. Lo
Más Común Es Encontrar Las Cartas De Pablo Clasificadas En Cuatro Grupos:
· Las del primer grupo, Rom., 1 y 2
Cor. y Gálatas, algunas veces se des criben como las grandes cartas
evangélicas. Las primeras tres fueron escritas durante su tercer viaje
misionero. A pesar de que muchos asignan la misma época a Gál., puede señalarse
de manera bastante convincente que, de las cartas de Pablo que aún perduran,
ésta fue la primera que se escribió.
En su contenido
Gál. y Rom. se acercan bastante, aunque es claro que Gál. fue escrita
para advertir a las iglesias de Galacia acerca de aquellos que estaban
promoviendo el judaísmo en la comunidad cristiana (gentil), en tanto que Rom.
no pareciera tener un propósito tan específico.
· Al segundo grupo, a menudo se lo denomina el de
las cartas carcelarias, debido a que en cada una de ellas Pablo hace referencia
a sí mismo como un prisionero. Estas son Ef., Filp., Col. y Film. Es posible
que las cuatro fueran escritas mientras Pablo estaba en la prisión en Roma,
aunque muchos estudiosos han afirmado que Fil. y quizá otras de entre es tas
cuatro, fueron enviadas desde Efeso o Cesarea.
· El tercer grupo, incluye a 1 y 2 Ts. Muchos
sostienen que de las cartas paulinas existentes estas son las dos primeras que
él escribió. Aun cuando Pablo pudiese haber escrito Gál. en época más temprana,
estas dos, escritas desde Corinto durante su segundo viaje misionero,
manifiestan una sensibilidad pastoral y una perspectiva de “los últimos tiempos” que
vuelven a aparecer en muchas de sus otras cartas. Aunque por lo general Pablo
asocia a uno o más de sus colaboradores en los primeros renglones de sus
cartas, estas dos establecen una relación cercana y explícita entre Pablo,
Silas y Timoteo; y además, de manera poco habitual, se escriben totalmente en
la primera persona del plural.
· El cuarto grupo, las cartas pastorales, comprende
1 y 2 Tim. y Tito. Estas son las cartas paulinas que más frecuentemente se
consideran seudónimas. No obstante, si se las atribuimos a Pablo, debemos
concluir que fue liberado de la prisión romana, porque en 1 Tim. y en Tito
Pablo ya no está en cadenas. Sin embargo, para cuando se escribe 2 Tim., Pablo
está nuevamente en prisión, y esta vez manifiesta muy claramente que no tiene
esperanzas de sobrevivir.
Aun cuando algunas veces se hayan
exagerado, las particularidades lingüísticas y temáticas de este grupo son
reales, y probablemente surjan de una combinación de factores. Estas cartas se
dirigen a personas físicas, en una época tardía en la vida del Apóstol,
tratando en parte con los principios del liderazgo cristiano, y posiblemente
fueron dictadas a un fiel colega (¿Lucas?)
que servía de amanuense con un cierto grado de libertad, mayor que el que era
habitual.
5.2. Las Cartas No Paulinas:
Estas
son sumamente diversas en su autoría y en su carácter. La carta a los
Heb. es formalmente anónima, y no hay consenso respecto de quién pudiera ser su
autor. Dos cartas se presentan como habiendo sido escritas por Pedro, y otras
dos como escritas respectivamente por Santiago y Judas (a los cuales muchos
consideran hermanastros de nuestro Señor).
Las tres restantes son formalmente
anónimas, aun cuando dos de ellas se presentan como obra de “el anciano”. Existen buenas
razones para pensar en el apóstol Juan como el autor de las tres. Dos de estas
siete cartas se cuentan entre las más cortas en el Nuevo Testamento (2 y 3
Jn.); una está entre las más largas (Heb.).
Heb. y 1 Jn. se asemejan en un aspecto
interesante. Ambas comienzan sin salutación de ningún tipo (a diferencia del
resto de las cartas del Nuevo Testamento). Esto ha llevado a la sugerencia por
parte de algunos estudiosos de que estos escritos no se tratan en absoluto de
cartas, sino de lo que hoy llamaríamos un folleto descriptivo o un pequeño
libro, una homilía, o un ensayo.
Pero Heb., al menos, concluye como una
carta, y ambas contienen los suficientes comentarios personales, para no
mencionar las referencias a detalles específicos relacionados con la experiencia
de los lectores, que llevan a la conclusión de que sus respectivos autores
tenían en mente a lectores claramente determinados (Por ejemplo Heb. 5:12;
6:10; 10:32; 1 Jn. 2:19).
Aun así, la riqueza en Heb. de frases
normalmente utilizadas en un discurso sugiere que la carta comenzó como una
serie de homilías que, abreviadas, nos dejaron su actual formato. Es posible
que 1 Jn. sirviera como una carta pastoral general destinada a circular entre
una cantidad de iglesias, y que algunas congregaciones recibieran además
misivas exclusivas, más breves y específicas (¿2 y 3 Jn.?).
Varias de estas cartas presentan rasgos
que merecerían ser comentados más extensamente, aunque aquí solamente podamos
hacer mención de los mismos. Jud. y 2 P. comparten cierta relación de
dependencia literaria (como ser. Por ejemplo el caso de los Evangelios de Mar.
y Mat.). Es posible que la carta de Stg. fuera el primer libro del Nuevo
Testamento en escribirse. 2 Jn. es singular en lo que se refiere a sus
destinatarios: “A
la señora elegida y a sus hijos”, muy probablemente una iglesia
hermana y sus miembros (aunque lejos estemos de encontrar acuerdo, respecto de
las razones por las cuales Juan eligió estos términos). 3 Jn. es notable debido
a su honesta re flexión sobre los “poderes políticos” dentro de la iglesia de los
primeros tiempos, lo que de alguna manera nos recuerda a 2 Cor. 10–13.
5.3. La Interpretación De Las Cartas:
Es importante tener en cuenta los
principios generales de interpretación, brevemente resumidos anteriormente (ver
“Cómo
interpretar la Biblia” en el artículo “Aproximándonos a la Biblia”), pero hay,
además, algunas pautas que resultan particularmente valiosas al momento de leer
las cartas:
1) Debido a que la
mayoría de las cartas mantienen una cierta medida de flujo de pensamiento
lineal, debemos poner el mayor empeño en seguir ese flujo. Al mismo tiempo,
debe hacerse lugar para algunas variaciones importantes:
Ø Primera, un escritor a veces está respondiendo a
lo que están viviendo aquellos a quienes escribe. Esto se aplica especialmente
al caso de 1 Cor. Aun cuando los caps. 1–4 abordan el tema de las facciones
dentro de la iglesia en Corinto, los capítulos restantes presentan a Pablo
tratando, punto por punto, temas que surgían de informes verbales que le habían
llegado (caps. 5–6), y luego temas originados en una carta enviada por los de
Corinto (cap. 7 en adelante).
Ø Segunda, en varias de las cartas el movimiento
de pensamiento es todo menos directo. Stg. resulta particularmente difícil de
bosquejar, 1 Jn. más aún. Algunos han sostenido el punto de vista que en el último
de los casos hay un “estilo circular”, donde varios puntos
fundamentales se vuelven a tratar una y otra vez. Si esto es así, no se trata
de una mera repetición: cada ciclo
introduce nuevos elementos y consideraciones. En todo caso, el
desarrollo del tema no es lineal (como lo sería, relativamente hablando, gran
parte de Rom. y 2 Cor.); tampoco una serie de temas sueltos, como en algunas
listas de proverbios. El flujo de pensamiento debe ser descubierto y rescatado,
pero a menudo se vuelve atrás para considerar terreno ya explorado, pero desde
una perspectiva ligeramente diferente.
2) Las cartas más tempranas fueron los primeros documentos
canónicos producidos después de la muerte y resurrección de nuestro Señor
Jesucristo; las más tardías se encontraban entre los últimos documentos
canónicos que se escribieron.
Pero aunque ellas cubren un período
aprox. contemporáneo a la escritura de los Evangelios, éstos, a diferencia de
las cartas, se proponen presentar a Jesús en los días de su existencia humana.
No importa cuánto podamos razonablemente conocer a través de los Evangelios
acerca de las condiciones de la iglesia en el tiempo en que fueron escritos, lo
que lograremos entresacar nunca será más que inferencias. Por contraste, las
cartas nos ofrecen una percepción bastante directa de la naturaleza de la iglesia
de los primeros tiempos.
Así, las cartas nos proporcionan la
culminación doctrinal, ética y espiritual (a este lado de la segunda venida)
del movimiento histórico de la salvación en la Biblia. Que el panorama sea rico
y multifacético no se debe negar. Que no tengamos todas las piezas del rompecabezas
es cierto. Pero estos son los aspectos que reúnen a muchos de los temas de las
Escrituras, y plantean la manera en que hilos conductores aparentemente
divergentes, se unen en la revelación de Dios, en estos últimos tiempos, en la
persona de su Hijo.
Resulta difícil de imaginar cuán limitados
estaríamos si el Nuevo Testamento no incluyera, Por ejemplo la epístola a los
Heb., con toda su visión abarcadora de la manera en que el sistema levítico y
el pacto con ella relacionado apuntaban al futuro sacrificio y al sacerdote que
tratarían de manera eficaz y definitiva con el pecado; Ef., con su sorprendente
visión del accionar del plan de Dios, de unir a los judíos perdidos y a los
gentiles perdidos en una nueva humanidad, la iglesia; 1 Jn., con su conmovedora
insistencia respecto de que la fe cristiana verdadera puede encontrar consuelo
y fortaleza en la fidelidad doctrinal, en la obediencia moral, y en el amor
genuino; Col., con sus claras advertencias tan relevantes para nuestra era
pluralista, de que Jesús no es una deidad entre muchas, sino la revelación
exclusiva y redentora de Dios, aquel en quien “habita corporalmente toda la plenitud de
la Deidad” (Col. 2:9).
Y así podríamos hablar del aporte propio
de cada una de las cartas que integran el canon del Nuevo Testamento.
3) En una medida
importante, las cartas son documentos puente.
Las Escrituras del Antiguo Testamento
fueron escritas por judíos, mayormente en el contexto del pacto que Yahweh = Jehová estableció con su pueblo. Es cierto que estos libros
reflejan algo del antiguo contexto del Cercano Oriente en que vivían los
israelitas. Estamos familiarizados, Por ejemplo con algo parecido a la
literatura judía de sabiduría dentro de la literatura de Egipto, algo semejante
a la estructura del pacto en los tratados de los antiguos hititas y otros
pueblos, y la existencia de la circuncisión en otros grupos tribales (aunque
con un simbolismo bastante diferente del que tenía para Abraham y sus hijos).
Pero las cartas del Nuevo Testamento
surgen conscientemente de este trasfondo judío, y en muchos casos, están
dirigidas a iglesias precoces, floreciendo en el mundo grecorromano. El cambio
no era incidental, reflejaba la transformación del pueblo de Dios desde una
sociedad tribal a una comunidad internacional de los redimidos.
A medida que los escritores del Nuevo
Testamento hacían frente a esta transición extraordinaria, a medida que
comenzaban a descifrar esta visión universal a la cual el Espíritu Santo los
estaba llevando, no sólo debían resolver la relación de los cristianos para con
la ley de Moisés, sino el desafío de mantener juntos a los cristianos judíos y
gentiles. Surgían nuevas implicancias sociales y políticas en una comunidad “de pacto”
que no era una nación, sino una expresión internacional de comunión y
compañerismo.
Aun a nivel literario, este valor “puente”
que tienen las cartas adquiere gran importancia. Por una parte, es posible
examinar las cartas de Pablo y descubrir en ellas su manejo de las Escrituras
con un criterio predominantemente judío, y su profundo conocimiento de los
métodos judíos de interpretación.
Al mismo tiempo, Pablo disfrutaba no
sólo de las ventajas de una excelente educación a los pies de Gamaliel en
Jerusalén, sino el haber estado lo suficientemente expuesto al pensamiento
griego como para poder citar aun a poetas griegos poco importantes, y hacer uso
de los recursos retóricos y literarios propios del mundo grecorromano. La sensibilidad
para con esta doble herencia habrá de enriquecer nuestra exégesis. A la vez,
nos convoca al asombro ante la providencial sabiduría del Dios que tan
cuidadosamente preparó el camino para este supremo acto de revelación de sí
mismo.
4) En virtud de que las cartas no solamente reflejan
circunstancias históricas concretas, sino también una teología bíblica
culminante, existen dos herramientas adicionales muy útiles para pastores y
laicos (además de los comentarios).
Los buenos diccionarios bíblicos
proporcionan una enorme riqueza de información relacionada con ciudades,
movimientos, expresiones técnicas, evidencia arqueológica relacionada, y
algunos temas críticos.
Al leer 1 Cor. resulta útil conocer algo
acerca de Corinto; al leer la última de las cartas a las siete iglesias (Ap.
3:14–22), es de suma utilidad el conocer algo acerca de Laodicea. Al mismo
tiempo, un buen diccionario teológico puede resumir en un par de párrafos o
páginas, una cantidad de temas de discusión cristiana, tanto bíblica como pos-bíblica,
y permitir así encuadrar la discusión en un marco de referencia más amplio, que
podría de otro modo quedar fuera el alcance de aquellos que con toda seriedad
estudian por primera vez el texto de las Escrituras.
5) Debido a que la totalidad de las cartas[2] del Nuevo Testamento tuvieron su origen, en alguna
medida, en situaciones muy específicas, resulta útil reconstruir la ocasión.
En algunos casos, este ejercicio es
vital; en otros, peligroso; pero siempre es un tanto delicado.
El intentar reconstruir la ocasión que
dio origen a una carta, a partir de la evidencia interna de la misma, es un
poco como intentar reconstruir una conversación telefónica conociendo solamente
lo que se habló de un lado de la línea. A veces la tarea resulta muy sencilla;
otras, resulta sumamente difícil:
Ø A riesgo de exagerar con la analogía,
digamos que resulta fácil reconstruir una conversación telefónica cuando aquel
que habla del lado donde uno está presente, repite constantemente lo que su
interlocutor está diciendo;
Ø un poco más difícil, sin llegar a ser
un verdadero desafío, es cuando hay solamente una inferencia para hacer;
Ø bastante más difícil, aunque no imposible, es cuando las
inferencias son varias, pero el curso de la conversación tiende a eliminar
algunas de ellas;
Ø sin embargo, resulta imposible ir más allá
de las probabilidades, o aun de la mera especulación, cuando es posible
encontrar muchas inferencias, y de ellas muy pocas que sean seguras.
Ø No obstante, aun así, lo que
concretamente sea posible oír de un lado de la línea puede resultar sumamente
valioso por derecho propio.
Este esfuerzo por reconstruir la ocasión
que da lugar a una carta a veces se denomina “lectura espejada”. Por ejemplo,
desde lo más superficial del texto de Heb., uno observa que el autor está
profundamente preocupado porque los lectores perseveren en la fe, no importa
cuáles sean las dificultades.
Pero, ¿se trata de lectores judeo
cristianos que quieren volver a la observación detallada de la ley judía? ¿Se
trata de gentiles prosélitos del judaísmo, y ahora del cristianismo, que quieren
volver a una práctica más manifiesta del judaísmo? ¿Se trata de un caso en que
ellos o el autor fueron fuertemente influenciados por los escritos de Filón de
Alejandría, cuyas obras a nivel meramente formal a menudo guardan un cercano
paralelismo con Heb.? Es posible mencionar a diferentes eruditos que defienden
cada uno de estos puntos de vista, y muchos otros.
A
cierto nivel tales preguntas no revisten gran importancia. Más allá de las
conclusiones a que llegue un intérprete moderno, prácticamente todos
coincidirán en que el texto de Heb. exhorta a los cristianos profesantes a
perseverar. No obstante, las preguntas no revisten carácter meramente
académico. La naturaleza de la tentación a la que están expuestos los lectores
y la manera en que se los anima a perseverar, están íntimamente relacionadas
con sus circunstancias concretas.
Que sea posible encontrar estudiosos que
discrepan con este punto de vista o aquel, no es razón para que uno deje de
analizar estos aspectos personalmente; el conocimiento no está por encima de la
parcialidad, ni está libre de preconceptos y sesgos. Cada lector cuidadoso debe
sopesar los argumentos. No obstante, lo que sí es claro es que cualquiera que
sea nuestra conclusión de lo que constituye la ocasión para la carta a los
Heb., afectará no solamente nuestra interpretación del llamado a perseverar,
sino que afectará también nuestro concepto acerca de la manera en que esta
carta debe aplicarse a los creyentes en la actualidad. Una aplicación relevante
y eficaz depende, en primera instancia, de la posibilidad de establecer
vínculos razonables entre nuestras circunstancias y las de los destinatarios
originales.
A pesar de algunos puntos de vista que
sostienen lo contrario, las razones mayormente presentadas como ocasión para la
carta a los Heb. surgen mucho más naturalmente que la situación que sirve de
trasfondo a Col. A qué se refiere exactamente la “herejía colosense” nunca ha
encontrado acuerdo general.
La respuesta, en cualquiera y todos los
casos, es la exclusiva supremacía de Cristo, el único en quien la plenitud de
la deidad habita en forma corporal (Col. 2:9), el único que es la imagen del
Dios invisible, el único a través de cuya sangre, derramada en la cruz, Dios ha
hecho la paz (Col. 1:15, 20).
Estas grandes verdades son inamovibles
no importa cuál haya sido la naturaleza de la herejía colosense. Indudablemente,
entenderíamos un poco mejor la manera en que Pablo discute, si conociésemos con
más certeza qué es lo que estaba confrontando, pero no obstante, las líneas
principales de pensamiento en la carta son claras.
Lo más importante para tener en cuenta
es que la naturaleza de las cartas exige que el intérprete se esfuerce por
entender las circunstancias históricas que rodean la escritura de cada
documento. Lo que no es permisible es hacer que una determinada interpretación
dependa totalmente de una reconstrucción que de por sí sea el resultado de un
conjunto de inferencias meramente posibles.
6) La naturaleza ocasional de las cartas hace, en algunos
aspectos, difícil la tarea del intérprete.
Los temas en que Pablo, Por ejemplo
puede hacer hincapié, están determinados en parte por aquellas situaciones a
las cuales él está haciendo frente. En ese sentido, sus temas podrán no ser
fiel reflejo de su teología tal cual él la predicaría en la plaza pública, o de
la manera en que la desarrollaría en un libro destinado a sus colegas
apóstoles.
Esto no significa que sus cartas
expresen algo que sea contrario a su teología; más bien, significa que, con la
posible excepción de Rom., en ningún lugar Pablo se dedica a dar una visión de
conjunto de las estructuras de pensamiento teológico que ha adoptado como
apóstol cristiano.
Quiere decir que mucho de lo que se ha
escrito, respecto al “centro” de la teología paulina, no considera
adecuadamente la naturaleza de sus escritos tal cual nos han llegado. No es
posible determinar razonablemente la importancia relativa de la cruz y del
Espíritu Santo en el pensamiento de Pablo, simplemente sumando la cantidad de
veces que utiliza cada palabra. Pueden haber existido importantes razones
pastorales para hablar más de un tema que del otro, aun cuando el otro pudiera
ocupar un lugar más central en su pensamiento.
Aun
así, es necesario analizar todas las ocasiones en que aparecen. Por ejemplo
términos como “cruz”,
“crucificado”, “muerte”
y “sangre”, para entender la función que
esas referencias desempeñan en el pensamiento de Pablo.
Aun la noción del “centro” en el pensamiento de
Pablo puede resultar engañosa. Exigiría de él una organización de su teología,
con sucesivas subordinaciones a jerarquías, algo que a él bien podría haberle
resultado extrañamente abstracto, y hasta repulsivo. De cualquier manera, “centro”
no resulta un término preciso; necesita ser definido con más claridad.
Lo que es posible argumentar es que la
justificación es el “centro” del pensamiento de Pablo, en el
sentido de que determina el momento de cambio en la relación de una persona
para con Dios, y es, en consecuencia, el concepto fundamental del que dependen
todas las otras bendiciones relacionadas con la salvación.
Pero, “centro”, podría definirse de
manera ligeramente diferente, e insistirse en que la cruz, la cristología, o la
gloria de Dios, u otra media docena de temas, son los centrales para Pablo.
7) Pero si la naturaleza ocasional de las cartas del Nuevo
Testamento trae consigo problemas de interpretación, a otro nivel la tarea del
creyente en Cristo es mucho más fácil de lo que de otro modo sería.
Si los autores de las cartas hubiesen
elegido, en cambio, escribir volúmenes teológicos, esto indudablemente sería
gratificante para los cristianos intelectuales. Pero las cartas, tal cual las
tenemos, no sólo estimulan el pensamiento y aumentan la comprensión, sino que
enfocan a la totalidad de la vida.
Las cartas abordan temas éticos,
consideran actitudes pastorales, lo más profundo de las emociones humanas, la
conciencia, la voluntad, la moral y la verdad. Encontramos tiernas expresiones
de gratitud en Filp., un anhelo profundo y lleno de amor en 1 Ts., una
indignada reprobación mezclada con amor sufriente en Gál., un clamor apasionado
en Heb., etc.
Esto
es, sin duda, como debiera ser. Porque la Biblia, y no menos las
cartas, fue dada no simplemente para informar a la mente, sino para transformar
la vida. Estas cartas constituyen un medio divino, dado por pura gracia, de
permitir que la presencia de Dios alcance a hombres y mujeres que, de otro
modo, estarían perdidos y abandonados.
Por lo tanto, el desafío de la
interpretación nunca debe ser uno meramente intelectual. Debe ser una parte de
nuestro llamamiento como creyentes en Cristo, como pecadores justificados, como
discípulos que confiesan a Jesucristo como Señor.
Concluyó:
La
forma epistolar no era un mero recurso literario elegido por lo adecuado que
podía ser para una exposición doctrinal. Desde el inicio de la era cristiana, fueron elevadas a la
misma posición que los otros escritos sagrados:
· En el año 68
d.C. Pedro afirmaba que las
epístolas de Pablo formaban parte de
las Escrituras (2 P. 3:15-16); y
· en el año 115,
Policarpo cita al mismo tiempo los Salmos y la epístola a los Efesios como
igualmente pertenecientes a las Sagradas Escrituras.
Los títulos de las epístolas no
figuraban en la redacción original; se añadieron más tarde; no aparecen en los
primeros mss., y no forman parte del texto inspirado. La mayor parte de estos
títulos proceden del primer versículo.
El de la epístola a los Hebreos, sin
embargo, procede de su tenor, por cuanto su carácter muestra que estaba
especialmente dirigida a los cristianos procedentes del judaísmo.
___________
Notas y
Bibliografía:
[1] epistole = (ἐπιστολή, G1992),
primariamente un mensaje (de epistelo =
enviar a), y por ello una carta, epístola. Se usa en forma singular (p.ej.,
Hechos 15:30); en forma plural (por ejem., Hechos 9:2; 2 Cor.10:10). «Epístola es un
término menos común para carta. Una carta permite más libertad al que la
escribe, tanto en temática como en expresión, que un tratado formal. Una carta
es por lo general algo ocasional; esto es, se escribe como consecuencia de una
circunstancia que demanda ser tratada con celeridad. El estilo de una carta
depende mayormente de la ocasión que la demanda» (de Notes on
Thessalonians, por Hogg y Vine, p. 5). Se tiene que hacer
una amplia distinción entre carta y epístola:
Ø Lo primero, es esencialmente un producto espontáneo
dominado totalmente por la imagen del lector, sus simpatías e intereses;
instintivamente también en la propia alma del escritor. Se trata virtualmente
de la mitad de un diálogo imaginario, en el que las respuestas suprimidas de la
otra parte dan forma al fluir de lo que se escribe;
Ø lo segundo (la epístola), tiene un
alcance general, dirigiéndose a todo aquel a quien le pueda interesar; es como
un discurso público y pretende la publicación. (J. V. Bartlet, en
Hastings’Bible Dictionary). (VINE).
En 2 P.3:16, Gel
apóstol Pedro incluye las Epístolas de Pablo como parte de las Escrituras
inspiradas por Dios.
[2] 1. gramma = (γράμμα,
G1121) denota primariamente aquello que es trazado
o dibujado, un dibujo; luego, aquello que está escrito:
(a) un carácter,
letra del alfabeto (2 Cor.3:7: «con letras», lit., «en letras»; Gal.6:11); aquí la
referencia no es a la longitud de la epístola. Pablo nunca usa gramma, ni en
singular ni en plural, para denominar sus epístolas; para ello usa epistole, Nº
2. Habla aquí del tamaño de las letras escritas por su propia mano,
probablemente desde este versículo hasta el final, por cuanto el uso del tiempo
pasado «he
escrito» es, en lengua griega, el equivalente a nuestro «estoy
escribiendo». Además, la palabra para «letras» se halla aquí en dativo, grammasin, «con (qué grandes) letras»;
(b) escrito, documento
escrito, una «cuenta»
(Lucas 16:6-7);
(c) una carta, en
correspondencia (Hech.28:21);
(d) las Escrituras
del AT. (2 Tim.3:15);
(e) conocimiento
(Juan 7:15: «saber
letras»; Hechos 26:24: «las muchas letras»); en los papiros se habla a
menudo de los analfabetos como no conociendo letras, «lo cual nunca significa nada más que la
incapacidad de escribir» (Moulton y Milligan);
(f) «la letra», los mandamientos escritos de la Palabra
de Dios, en contraste a la operación interna del Espíritu Santo bajo el nuevo
pacto (Rom.2:27; 2:29; 7:6; 2 Cor.3:6);
(g) los libros de
Moisés (Juan 5:47). Véanse CUENTA, ESCRITO, ESCRITURA, LETRA. (VINE).
- D. A. Carson. Sword-the. LEDD.
- Pastor: Carlos Ramírez Jiménez.
16//10//2017.
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