Parte II:
LA JUSTICIA IMPARTIDA; SANTIFICACIÓN, SEPARACIÓN:
(Romanos 6:-8:39)
Muertos Al Pecado:
“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?... En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?... ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?... Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva… Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección…”.
(Romanos 6:-8:39)
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
La relación entre el pecado y la ley se presenta en forma más
elaborada en el v. 5. Es adecuada la traducción de la RVA, mientras
vivíamos en la carne (en te sarki). En textos como éste
Pablo utiliza la palabra “carne” no para denotar la propensión al pecado en una persona, sino la “esfera de poder” en
la que la persona vive.
Dado que la idea teológica
básica es lo que es típico de este mundo en contraposición al ámbito
espiritual, “carne” puede utilizarse como una forma abreviada de referirse al antiguo
régimen. “Mientras vivíamos en la carne” significa, básicamente, “mientras vivíamos en el régimen viejo, no cristiano”. En este régimen la
ley era instrumento para hacer surgir las pasiones pecaminosas; ya
que estimulaba nuestra rebelión innata contra Dios. Pero ahora hemos muerto a
esa ley, para que sirvamos en lo nuevo del Espíritu y
no en lo antiguo de la letra. Como
en Romanos 2:29, el contraste entre la “letra” (gramma) y el “Espíritu” es el contraste entre la ley mosaica como poder determinante de
la época antigua y el Espíritu, el agente que rige la época nueva.
2.2. ¿Es Mala La Ley? Rom. 7:2-12.
7:7-25. La Historia
y La Vida De Los Judíos Bajo La Ley.
Pablo ha dicho algunas cosas negativas sobre la ley en 7:1-6; la
ha asociado con el pecado como el “poder” del antiguo régimen y ha declarado que lo que hace, en realidad,
es provocar el pecado (v. 5) pero estos versículos son sólo el clímax de una
serie de declaraciones negativas sobre la ley en Romanos Pablo ha demostrado
que la ley es incapaz de justificar (Romanos 3:20a), que hace reconocer el
pecado (Romanos 3:20b), y que, ciertamente, estimula el pecado (Romanos 5:20) y
produce ira (Romanos 4:15).
Podemos, entonces, imaginarnos muy bien a alguien pensando que
Pablo cree que la ley es mala. Él ha tenido suficiente experiencia como para
saber que tal malentendido sobre su teología de la ley es una posibilidad
siempre latente.
Por lo tanto, introduce una digresión sobre la ley mosaica en la
que advierte sobre esta falsa interpretación. Defiende la bondad de la ley
demostrando que los efectos negativos que produce no son debidos a la ley en sí
misma, sino al poder del pecado y a la debilidad humana. Pablo resume sucintamente
el énfasis central de Romanos 7:7-25 en 8:3a: “lo
que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por la carne”. Señala esto en el
contexto de un bosquejo del efecto que la ley ha tenido sobre el pueblo judío.
7-12. Este
Párrafo Sobre La Venida De La Ley Logra Dos Propósitos:
· Sostener, contra un posible malentendido
(7a), que el mandamiento (la ley de Moisés) es santo,
justo y bueno (12), y
· explicar la relación entre el pecado y la
ley (7b-11).
Al destacar esto último Pablo afirma que la ley había sido el
medio por el cual él llegó a “conocer” el pecado (7b).
Lo que Pablo quiere decir por medio de estas palabras no es
simplemente que la ley le dijo que era pecado, sino que la ley, con su
explícito detalle de los mandamientos de Dios, le dio al pecado la oportunidad
de estimular la rebelión en contra de Dios, y puso absolutamente en claro su
pecaminosidad y muerte (8-11).
Nuestra pecaminosidad es tal que el mismo hecho de determinar que
una acción es pecado contra la santa ley de Dios nos lleva a violarla; y es en
esta forma que la ley “despierta las pasiones pecaminosas” (Romanos 5:20; 7:5) y
produce ira (Romanos 4:15).
El uso que hace Pablo de la primera persona del singular (“yo”) en
su narrativa, para enfatizar este punto, hace surgir la pregunta sobre qué
experiencia está describiendo aquí. Muchos piensan que está reflexionando sobre
el hecho de llegar a la mayoría de edad como joven judío, cuando el pecado
revivió en su experiencia y le hizo ver claramente que era un pecador (yo morí).
Otros piensan que Pablo está describiendo el tiempo en que, poco
antes de su conversión, el Espíritu comenzó a convencerlo de su pecado. Pero el
hecho de que esta experiencia ocurrió cuando vino el mandamiento sugiere
otra posibilidad.
Como aclara el contexto, el mandamiento seguramente se refiere a la
ley mosaica (ver vv. 7, 12); y la ley mosaica “vino” cuando Dios se la dio al pueblo
de Israel en el monte Sinaí. A los judíos del siglo I se les enseñaba que pensaran
como si hubieran tomado parte en las experiencias históricas de Israel (como en
el ritual de la Pascua).
Pablo podría entonces estar describiendo en estos versículos no su
propia experiencia personal, sino la experiencia del pueblo judío en su
conjunto. Lo que Pablo podría estar diciendo, entonces, es que la entrega de la
ley de Moisés a Israel no significó para ellos la vida (como enseñaban algunos
rabinos) sino la muerte; porque la ley de Moisés, al estimular al pecado, “provocó ira”,
haciendo ver más claramente que nunca la distancia que separaba a los judíos de
Dios.
2.3.
¿Es La Ley Causa De La Muerte? Rom.
7:13-14.
13-25. Esta segunda parte de la digresión de Pablo sobre la ley mosaica
nos presenta un “eslabón perdido” en su argumento de Romanos
7:7-12: la debilidad de los seres humanos como razón por la cual el pecado
pudo usar a la ley para provocar la muerte. La ley, aunque espiritual, no
puede liberar al pueblo de su atadura al pecado y la muerte (21-25) porque
ellos son “carnales”, incapaces de obedecer la ley aunque concuerdan en que es buena (16). Es la ley de Moisés,
entonces, en la que Pablo centra la atención en estos versículos.
La enseñanza de Pablo sobre la ley encuadra dentro de una extensa “confesión personal”. ¿De
quién es la experiencia que Pablo describe aquí? Muchos, observando que Pablo
ahora escribe en tiempo presente (contrapuesto al tiempo pasado utilizado en
los vv. 7-11) y que dice deleitarse en la ley de Dios, sostienen
que ha de estar describiendo su situación actual como creyente maduro.
Entonces, el pasaje destacaría que la ley no puede ofrecer
victoria sobre el poder del pecado dentro del creyente en Cristo, quien, aunque
regenerado y libre del poder condenatorio del pecado, no puede escapar de las garras
del mismo (comp. 14, 23,
25). Aunque esta interpretación del pasaje cuenta con fuertes apoyos (por ejem.
Agustín, Lutero, Calvino), y merece gran respeto, hay un enfoque alternativo.
2.4. ¿Cómo Puede Resolver El Conflicto Que Hay En
Mí Interior? Rom.7:15-25.
La mayoría de nosotros, como cristianos, podemos identificarnos
con las luchas que Pablo describe en los vv. 15-20, pero el tratamiento
objetivo que Pablo hace de la situación sobre la que habla hace difícil pensar
que está describiendo a un cristiano. Pablo dice que está vendido a
la sujeción del pecado (14b;
comp. v. 25), y que está
encadenado con la ley del pecado (23).
La descripción anterior parece ser diametralmente opuesta a la descripción de
los cristianos en el cap. 6 (“libres del pecado”, v. 22), y la última choca
con la aseveración de Pablo en Romanos 8:2, de que el cristiano ha sido
liberado “de la ley del pecado y de la muerte”.
Parece, entonces, que Pablo en estos versículos está describiendo
su experiencia como judío no regenerado, encontrando que su amor por la ley de
Dios y su deseo de obedecerla se veían constantemente frustrados por su fracaso
en obedecerla.
Ciertamente, no podemos estar seguros respecto de hasta qué punto
Pablo era consciente de esta lucha en los días anteriores a su conversión. (Su
afirmación en Filipenses 3:6 de que era “irreprensible” en relación con la “justicia legalista”, se
refiere a su condición legal según las pautas de los fariseos y no a su
situación real.)
Seguramente, sólo a la luz de su conocimiento de Cristo, Pablo
habría reconocido la profundidad de la pecaminosidad que describe aquí.
En
los vv. 7-11, entonces, Pablo describe el efecto de la entrega de la ley sobre
sí mismo y sobre todos los demás judíos, mientras que en los vv. 13-25 describe
la existencia continuada de un judío, como él fuera alguna vez, bajo la ley.
El tiempo presente, que comienza a utilizar en el v. 14, corresponde
mucho mejor a la descripción de un estado permanente.
El
v. 13 es de transición, y resume el argumento de los vv. 7-12 —la ley es
buena, pero ha sido utilizada por el pecado para producir muerte y, por lo tanto,
revela al pecado tal como es (sobremanera pecaminoso)—
como punto de partida para los vv. 14-25. El hecho de que la ley es
espiritual, pero yo soy carnal (sarkinos),
prepara el escenario para la lucha que se describe en los vv.
15-20.
El reconocimiento de que la ley de Dios es buena, y el deseo de obedecerla
se encuentran con la incapacidad real de cumplir la ley en la práctica. El “querer”
(utilizado aquí en forma no técnica) y el “hacer” se oponen el uno al otro.
Esto revela, concluye Pablo, que en mí, a saber, en mi carne, no
mora el bien (18), y que el pecado que
mora en mí ha de ser responsable de mis acciones (17, 20). Aquellos que
abogan por la interpretación de este pasaje como refiriéndose a un “cristiano maduro”,
creen que Pablo alude al continuo poder del pecado y de la carne en la vida del
creyente. Sin embargo, parece que la referencia tiene que ver con la forma en
que el poder del pecado evita que el no cristiano obedezca la ley de Dios.
NOTA: V.18: Carne. Pablo usa el término carne en diversos sentidos:
1) Denota la personalidad del hombre controlado por el pecado y
dirigido a fines más bien que al servicio de Dios (aquí: v. 25; 8:5-7; Gál.5:17).
2) A veces se refiere simplemente a la descendencia física (1:3; 9:3).
3) También puede indicar la existencia física de una persona, i,
es, estando en el cuerpo (Ef.2:15;
Film. 16).
No hay ningún reproche aplicado a los dos últimos sentidos de
dicho término.
En
el v. 21 Pablo resume la ley (una mejor traducción sería “principio”) que él encuentra obrando en la lucha que ha descripto en los vv.
15-20: el deseo de hacer el bien es desafiado, y hasta superado, por la
tendencia a hacer el mal.
El deleite en la ley de Dios
(como era típico del pueblo judío), se encuentra con la fuerza de una
ley diferente. Mientras algunos consideran que esta “ley diferente” es
sólo otra función de la misma ley mosaica, la palabra diferente (heteros)
sugiere que Pablo tiene en mente una “ley” distinta de la ley mosaica.
Esta “ley” es la “fuerza” o “poder” del pecado, que Pablo contrasta con la ley de Dios (ver también
Romanos 3:27; 8:2). Pablo confiesa ser él mismo prisionero de esta ley de
pecado, una firme indicación de que está describiendo su pasada experiencia
como judío bajo la ley (contrastar con Romanos 8:2).
La
respuesta de Pablo a esta prisión es clamar: ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte? La
emoción con que Pablo clama puede sugerir que verdaderamente se encuentra en
esta “miserable” condición
mientras escribe esas palabras, y que su clamor es por liberación, como
cristiano, de la mortalidad física.
Pero Pablo el cristiano no necesita preguntar quién es su
libertador, y la “muerte” en este pasaje generalmente se refiere a la muerte en todos sus
aspectos como castigo de Dios sobre el pecado (ver vv. 5, 9-11, 13).
Es mejor, por lo tanto, atribuir este clamor al sincero y piadoso
judío que, frustrado por su incapacidad para obedecer la ley de Dios, anhela
ser liberado del pecado y de la muerte. Pablo puede describirlo en forma tan
realista y apasionada porque él mismo experimentó ese estado, y porque era una
condición que todavía, trágicamente, caracterizaba a la mayoría de sus “hermanos, los que son mis familiares según la carne” (ver 9:1-3).
Al comienzo del v. 25 Pablo el cristiano interrumpe su descripción
de la vida judía bajo la ley para anunciar a aquel en quien se encuentra la
liberación de la muerte: Jesucristo
nuestro Señor.
Al final del versículo, entonces, Pablo vuelve a resumir la
situación del judío bajo la ley: Con la mente
sirvo a la ley de Dios —admitiendo que la ley de Dios es
buena y desea cumplirla— pero con la carne, a la ley del
pecado (es decir, que la carne le impide cumplir
la ley de Dios).
III. El
Poder De La Santificación; La Cuestión Del Vivir. Romanos 8:1-39:
3.1. Una
Vida Emancipada. Rom. 8:1-11.
8:1-30. Seguridad De La Vida Eterna En
El Espíritu.
Romanos 8 es famoso por su énfasis en el Espíritu Santo. La palabra
“espíritu” (gr.
pneuma)
se repite 21 veces en el cap. y en todas, menos en cuatro (comp. vv. 10b, 15a, 15b y 16b) denota
al Espíritu Santo.
Sin embargo, aunque el Espíritu Santo es, por lo tanto,
extremadamente prominente en el capítulo, no es el verdadero tema del
mismo. El tema que trata Pablo no es el Espíritu en sí, sino la certeza de la
vida eterna que el Espíritu ayuda a consolidar.
De la “no condenación” del principio a la “no separación” del
final, el capítulo pasa revista a aquellos actos y dones de Dios que, unidos,
le dan a todo creyente en Cristo la certeza de que su relación con Dios es
segura y está arreglada.
Pablo muestra cómo el Espíritu confiere al creyente vida (1-13),
adopción en la familia de Dios (14-17) y la esperanza segura de la gloria
(18-30).
8:1-13. El
Espíritu De Vida.
Este capítulo tiene una conexión principal y dos subordinadas con
la primera parte del anterior. El ahora pues, con
que Pablo comienza, sugiere que está sacando una conclusión de lo dicho
anteriormente. Tanto el vocabulario como el contenido del v. 1 señalan al final
del cap. 5 como base de esta conclusión.
El argumento de Pablo fue que los creyentes en Cristo están libres
de la condenación (katakrima; vv. 16 y 18) producida por Adán, porque han sido unidos
a Jesucristo. Es éste el concepto que Pablo, luego de su digresión en los caps.
6 y 7, reitera ahora: Ninguna
condenación [katakrima]
hay
para los que están en Cristo Jesús.
Pero
hay otros dos puntos de contacto:
Ø se
disciernen a partir del contraste deliberado que Pablo crea entre la situación
de estar “bajo la ley” (Romanos 7:7-25) y el estar “bajo el Espíritu” (comp. Romanos 8:2-4, 7), y
Ø en
la elaboración que realiza en el cap. 8 de la breve mención de “lo nuevo del Espíritu”, en
Romanos 7:6b.
Para el creyente en Cristo la liberación de la condenación —la pena de muerte debida al pecado bajo el cual viven todas las
personas— se produce en virtud de nuestra unión
con Cristo (Romanos 5:12-21).
Los
vv. 2-4 explican en mayor detalle que esta liberación fue lograda por el Dios
triuno:
· el Padre envía al Hijo como ofrenda
por nosotros
(3),
· sobre la base de lo cual el Espíritu
nos libera del poder del pecado y de la muerte (2), y
· nos asegura el completo cumplimiento
de la ley en nuestro favor
(4).
Las “leyes” contrastantes del v. 2 pueden referirse a dos formas de operar
distintas de la ley mosaica, que funciona para apresar a las personas cuando es
vista estrechamente como una exigencia de obras, pero que opera para liberar a
las personas cuando la comprenden correctamente como una demanda de “fiel obediencia”.
Pero sería algo sin precedentes que Pablo atribuyera a la ley, en
cualquier forma que se la comprendiera, el poder para liberar del pecado y de
la muerte, y la ley del Espíritu, por
consiguiente, debe significar “el poder (o la autoridad) ejercido por el Espíritu”.
En forma correspondiente, entonces, la ley del pecado y de la muerte (2) también denotará, no la
ley mosaica, sino el “poder (o autoridad) del
pecado y de la muerte”
(ver también Romanos 7:23).
En Cristo Jesús el
Espíritu de Dios nos libera de la situación de estar atados al pecado y a la
muerte a la que se alude en Romanos 5:12-21 y 6:1-23 y que se describe en
Romanos 7:7-25. El Espíritu debe actuar en esta forma porque el gran poder del “antiguo régimen”, la
ley mosaica, era totalmente incapaz, dada la debilidad humana, de romper la
atadura del pecado (3a; comp. Romanos
7:14-25).
Dios hizo lo que la ley no podía hacer: quebró el poder del pecado
—condenó
al pecado— enviando a su Hijo a identificarse con nosotros y darse a sí
mismo “como ofrenda por el pecado” (como bien traduce la BA la expresión peri hamartias,
según el uso que la LXX hace de la misma).
Este acto de enviar al Hijo permite el pleno cumplimiento de la
ley por parte de quienes viven según el Espíritu. Pablo no quiere decir que los
cristianos pueden ahora cumplir la ley (sin importar lo cierto que esto pudiera
ser), sino que Dios considera que los cristianos han cumplido plenamente la
demanda de la ley debido a la obediencia de Cristo en nuestro lugar (ver
Calvino).
Esto es sugerido por el singular dikaioma (“justa exigencia”) y el sentido pasivo
de la frase fuese cumplida en nosotros (4).
Como creyentes “en Cristo”, estamos libres de
condenación porque Jesucristo ha cumplido completamente la ley en nuestro
lugar. Él se convirtió en lo que somos —débiles, humanos y sujetos al poder del pecado—
para que pudiéramos ser lo que él es:
Ø Justo, y
Ø santo.
El contraste entre la carne (ver Romanos 7:5) y el Espíritu, en el v. 4b, lleva a
la serie de contrastes entre estos dos “poderes” en los vv. 5-8. Por medio de estos contrastes Pablo explica por
qué es el Espíritu, y
no la carne, quien
da vida:
· La
persona que vive “en la carne”, es decir, quien vive
en el “antiguo régimen”, donde
reinan el pecado y la muerte, tiene la mente dominada por impulsos que no son
de Dios (5); no se sujeta a la ley de Dios (7)
ni puede agradar a Dios (8), sino que está bajo
sentencia de muerte (6).
· Por otra
parte, el creyente en Cristo, que está “en el Espíritu”, que ha sido transferido
al nuevo régimen donde reinan la gracia y la justicia, y quien, por lo tanto,
ha recibido una nueva mente centrada en el Espíritu, disfruta de vida y paz (6).
El v. 9 aclara que toda persona que pertenece a Cristo ha sido transferida a
este nuevo ámbito en el cual rige el Espíritu en vez de la carne.
· Luego,
en los vv. 10 y 11, Pablo muestra la manera en que la posesión de la vida “espiritual”
llevará a disfrutar de la vida “física”, por medio de la resurrección del cuerpo. Y esto también será
logrado por medio del poder del Espíritu, que ahora mora en nosotros.
Véase Parte III:
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