lunes, 16 de octubre de 2017

Parte I: LEYENDO LAS EPÍSTOLAS: (2 P. 3:16).

Parte I
LEYENDO LAS EPÍSTOLAS:
(2 P. 3:16).

casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”.
(2 P. 3:16).

Pastor; Carlos Ramírez Jiménez:

Introducción:

Las Cartas En El Mundo Antiguo:
Al lector moderno que por primera vez se relaciona con el Nuevo Testamento, podrá parecerle extraño que 21 de sus 27 libros sean cartas, o algo muy similar a una carta, y que el volumen de éstas totalice el 35% del texto. ¿Cuál es la razón para este estilo particular?

Hay Al Menos Cuatro Factores a Tener En Cuenta:
·  Primero, que a menudo olvidamos cuán acostumbrados estamos al verdadero caudal de medios de comunicación con que contamos en la actualidad, de los cuales, prácticamente ninguno, estaba a disposición de la iglesia del primer siglo. La carta (como veremos) era el medio de comunicación tanto para los asuntos públicos como privados; no había muchos más. Estaban los equivalentes a los antiguos pregoneros que recorrían las ciudades, la reducida publicación de libros (aunque aún sin imprenta), las representaciones teatrales, y muchos discursos, pero la mayoría de estos medios no constituían opciones realistas frente a la clase de mensajes que los primeros líderes cristianos necesitaban enviar.
·      Segundo, el rápido crecimiento de la iglesia cristiana en sus primeras décadas de vida exigía un medio flexible, económico y a la vez rápido, de mantenerse en contacto con los creyentes diseminados en toda la extensión del imperio. Resulta difícil imaginar una mejor alternativa disponible en aquel tiempo.
·    Tercero, a medida que la iglesia cristiana crecía, se confrontaba con más dilemas que los que pudiera fácilmente resolver. Algunos de estos surgían de su crecimiento a partir de la religión del antiguo pacto, mientras que otros eran producto de su confrontación con el paganismo del mundo grecorromano. Su rápido crecimiento y las grandes distancias geográficas se combinaron así con una variedad infinita de actividades y relaciones. En la providencia de Dios estos factores diversos se convirtieron en el medio a través del cual la primera generación de creyentes, guiada por el Espíritu, aprendió a expresar y a defender la fe a través de expresiones de la verdad de una riqueza extraordinaria. A menudo la mejor manera de tratar estas presiones era a través de cartas, por lo que no es de sorprenderse que tales cartas hayan llegado a ser, bajo la dirección de Dios, los primeros documentos normativos de la iglesia.
·   Por último, las cartas eran un medio establecido de sentar presencia”. Podríamos quizá hablar de mantener el contacto”, de conservar la amistad, y, en ciertas organizaciones, de conservar las líneas de autoridad”. Para el logro de estos fines en el mundo occidental moderno, echaríamos mano del teléfono, el fax o el correo electrónico. En el Imperio Romano, los mismos fines se alcanzaban por medio de cartas, las que sin duda adquirían un inmenso valor, debido a los tiempos prolongados que frecuentemente separaban a una misiva de la siguiente. Hay evidencia, por cierto, que en numerosas ocasiones los escritores del Nuevo Testamento quisieron, por varias razones, establecer su “presencia” (Por ejemplo en 1 Cor. 5:3–5; Gál. 4:19, 20; 1 Ts. 5:27), aun cuando nada podía cerrar enteramente la brecha en la comunicación creada por la distancia (1 Ts. 2:17–3:8; 2 Juan 12).

1.       TIPOS DE CARTAS:

Unos 100 años atrás había quienes sostenían que las misivas grecorromanas podían dividirse en dos tipos:
(a) Las epístolas, es decir, las producciones literarias que de una manera un tanto superficial asumían la forma de cartas, pero que estaban destinadas a ser publicadas de manera universal y leídas por todos; y
(b) las cartas, que eran escritos ocasionales (como ser, cartas[2] que respondían a situaciones específicas) destinados a ser leídos por una persona o por un grupo determinado.
Las cartas de Pablo, sostenían, pertenecían en su totalidad a la última categoría. Pero en la actualidad esta división simplista ha sido descartada en todo el mundo. Es por demás simple: la clasificación de las cartas es mucho más amplia.
Además, es excesivamente rígida, porque existe amplia evidencia de que por lo menos algunas de las cartas dirigidas a situaciones específicas, se consideraron como conteniendo también un interés normativo y una pertinencia que iban más allá del destinatario original (Por ejemplo Col. 4:16). Más aun, la diversidad misma de las cartas del Nuevo Testamento (compárese, Por ejemplo Film. y 3 Jn. con Rom.) reclama categorías más adecuadas.
Un grupo de eruditos ha clasificado las cartas antiguas en diez categorías (aunque, en cierta medida, éstas se sobreponen). Lo que sí resulta claro es que las cartas antiguas abarcaban, desde comunicaciones privadas, personales (como una carta a la familia solicitando dinero), hasta ensayos o tratados formales, que apuntaban a una circulación lo más amplia posible. Entre los dos extremos, había cartas públicas más breves (algo similar a una moderna Carta al Editor”, ¡sin haber un periódico!) Las cartas del Nuevo Testamento cubren gran parte de esta gama, pero no toda.
Por ejemplo, dentro del espectro, Rom. y Heb. están más cerca del extremo del ensayo, y no obstante, siguen siendo cartas ocasionales (ver Rom. 15:17–22; Heb. 10:32–39; 13:22–24).
Film., Tito y 3 Jn. se ubican más hacia el extremo opuesto, pero su inclusión en el canon demuestra que fueron entendidas como conteniendo una autoridad y relevancia más amplia que aquella que sus primeros lectores pudiesen haberle asignado.

2.      EL CONTENIDO DE UNA CARTA:

En el mundo antiguo la mayoría de las cartas comprendían tres partes, a saber:
·      una introducción, en la que un saludo acompaña a la mención del o los destinatarios, un cuerpo o desarrollo, y una conclusión.
·      Por lo general la introducción era muy breve: “De tal a tal, mi saludo [chairein]”.
En el Nuevo Testamento se conserva esta forma en una carta enviada por el consejo apostólico (Hech. 15:23), en la carta de Claudio Lisias (Hech. 23:26) y en Stg. (1:1).
Dos cartas del Nuevo Testamento (Heb. 1 Jn.), no incluyen para nada tal introducción, lo cual genera cuestionamientos respecto de su género (ver abajo); pero la mayoría de ellas extiende, y a veces bastante, la introducción (Por ejemplo Rom. 1:1–7), y aun cambian el tradicional cairo (“saludos”) por caris (“gracia”), sin duda, bajo la influencia de la experiencia cristiana de la gracia de Dios en el evangelio (así la totalidad de las cartas de Pablo, 1 y 2 P. y 2 Jn.).
Algunas cartas antiguas incluían deseos de buena salud o alguna bendición. En esto las cartas del Nuevo Testamento manifiestan una gran diversidad. Lo más cercano a un deseo de buena salud es 3 Jn. 2 donde, notablemente, es la salud espiritual de Gayo lo que determina los parámetros para su bienestar general.
Los escritores del Nuevo Testamento, generalmente comienzan con una expresión de gratitud a Dios (como en todas las cartas de Pablo, excepto Gál., 2 Cor., 1 Tim. y Tito); algunos comienzan con un himno de alabanza (2 Cor., Ef. y 1 P.). Las cartas antiguas tendían a finalizar con diversos tipos de saludos; los escritores del Nuevo Testamento siguen la misma práctica, agregando a menudo una doxología o una bendición.
Romano, resulta extraordinaria debido al espacio dedicado a dar un bosquejo de los planes de viaje de Pablo (15:22–29), un pedido de oración (15:30–32) y una oración expresada a manera de deseo (15:33), una larga lista de encargos y salutaciones (16:1–6), saludos finales de parte de los colaboradores y la gracia y bendición final (16:20–27).
Aun cuando algunos han considerado el cap. 16 como un agregado editorial posterior, el considerable espacio que Pablo dedica a este cierre probablemente se deba a que él no tenía relación previa con la iglesia como un todo, y por esa razón estaba interesado en establecer la mejor de las relaciones con ellos, en vista de su proyectada estadía allí durante su viaje a España.
En lo que se refiere a su cuerpo, el formato de las cartas en la época que estamos tratando difería grandemente. Algunos estudiosos modernos han intentado identificar formas y secuencias típicas, transiciones típicas entre la apertura y el cuerpo y otros detalles.
Hasta el presente tales esfuerzos no han encontrado mayor apoyo o aceptación. Pareciera que es mejor simplemente respetar la diversidad, reconociendo que los escritores cristianos podían ser tan creativos como los demás (las cartas de Pablo son particularmente creativas y eclécticas), y que algunas peculiaridades de las cartas del Nuevo Testamento probablemente estén relacionadas con la herencia de la influencia judía que caracterizó a la iglesia de los primeros tiempos.

3.       ALGUNAS CONSIDERACIONES ESPECIALES:

Cabe agregar otras cuatro consideraciones de carácter general:
·      Primera, que las cartas del Nuevo Testamento tienden a ser un poco más extensas que sus similares en el mundo secular. Por lo general, se comparan las cartas de Séneca y de Cicerón con las de Pablo:
Ø La extensión de las 124 cartas de Séneca varía entre las 149 y 4,134 palabras;
Ø las 776 de Cicerón van desde 22 a 2.530 palabras.
Ø Las cartas de Pablo pro median las 1.300 palabras de extensión, aunque Rom. tiene 7,144 palabras.
·      Segunda, hay evidencia independiente que atestigua acerca de la manera en que era común que los escritores emplearan amanuenses, escribas capacitados que escribían lo que se les dictaba. Sin duda, muchos amanuenses eran esclavos, contratados para ayudar a un amo casi analfabeto con sus asuntos de negocios y su correspondencia; otros trabajaban de manera independiente, a cambio de una remuneración.
Romanos 16:22 nos muestra que Tercio era el amanuense que escribiólo que Pablo le dictó en esa carta. Era común que quienes dictaban una carta atestiguaran la autenticidad de lo escrito agregando salutaciones finales de su puño y letra; esta era, sin duda, la costumbre de Pablo (Gál. 6:11; 2 Ts. 3:17). Se infiere que él dictó todas sus cartas, y que posiblemente otros escritores del Nuevo Testamento hicieron lo mismo.
Lo que resulta difícil de establecer es la medida de libertad de la que gozaba el amanuense. La evidencia no es clara y, en consecuencia, muy discutida. Que cierta libertad existía, lo sugiere el hecho de que Tercio se identifica. No obstante, no hay razón para pensar que fuera algo corriente que los amanuenses tuviesen libertad para expresarse con independencia. El grado de libertad probablemente dependiera de la relación existente entre el amanuense y el que dictaba, la capacidad de cada uno de ellos, la naturaleza de la correspondencia y otros factores; del mismo modo, el margen de independencia con que cuenta una secretaria en la actualidad, está sujeto a variables similares. No obstante, una vez que el autor leía el producto terminado y lo firmaba, el documento pasaba a pertenecer al autor, y ya no simplemente al amanuense. Aun así, es probable que algunas diferencias de vocablos entre, digamos, las cartas pastorales y el resto del material paulino estén sujetas a la probabilidad de que Lucas fuera el amanuense para las primeras (ver 2 Tim. 4:11), las cuales contienen un número importante de expresiones que resultan más características de los propios escritos de Lucas.
·  Tercera, a menudo se afirma que la escritura de cartas seudónimas (Por ejemplo cartas supuestamente escritas por un autor reconocido, pero en realidad escritas por otra persona) era una práctica corriente en los dos primeros siglos de nuestra era, que los escritores del Nuevo Testamento nada malo habían visto en ello, y que la evidencia literaria exige arribar a la conclusión de que algunas cartas del Nuevo Testamento son seudónimas. (La lista difiere de un erudito a otro, pero las cartas pastorales y 2 P. son las que más comúnmente se consideran seudónimas, a las que les siguen Col., Ef. y 2 Ts., y menos frecuentemente varias otras). Pero aun cuando esta práctica de escritura no era extraña para el mundo antiguo, especialmente en libros apocalípticos, era poco frecuente, y hasta quizá inexistente, en el terreno de las cartas. No existe ejemplo comprobado de que tengamos alguna carta seudónima originada en los dos primeros siglos. Los ejemplos citados no son muy trascendentales.
Por el lado de la literatura judía, la Epístola de Jeremías es más bien una homilía antes que una carta, y la Carta de Aristeas es una narración apologética (además, ambos ejemplos citados son un poco más tempranos). Problemas similares son los que afectan a los ejemplos cristianos de tiempos posteriores (Por ejemplo las cartas de Cristo y Abgaro, una carta de Lentulo, supuestas cartas entre Pablo y Séneca). No existe siquiera un ejemplo convincente proveniente del mundo grecorromano pagano. Cierto es que, tan pronto como la iglesia comenzó a evaluar estos asuntos, toda sospecha de que un documento pudiera ser seudónimo llevaba a que no se lo reconociera como teniendo autoridad canónica. En todo caso, muchos estudiosos han concluido que las razones tradicionales que clasificaban a ciertas cartas del Nuevo Testamento como seudónimas, no resultan muy convincentes. Estos temas se consideran brevemente en las respectivas introducciones a los libros en que correspondan.
·   Por último, para brindar un panorama completo, es necesario hacer mención del medio de transporte de estas cartas. Aun cuando el gobierno imperial contaba con su propio sistema de correos, éste no estaba a disposición del público en general. Por lo tanto, las cartas eran llevadas en mano por amigos, conocidos, esclavos, empleados, soldados, empresarios, viajeros que pasaban; es decir, cualquiera que fuera en la dirección adecuada y que estuviera dispuesto.

Las Cartas De Pablo:
Si damos por sentado que las 13 cartas canónicas que llevan el nombre de Pablo son obra de él, debemos, no obstante, preguntarnos de qué manera llegaron a reunirse y en base a cuáles principios se integraron al Nuevo Testamento tal como lo tenemos.

4.      LA COLECCIÓN DE LAS CARTAS DE PABLO:

Las cartas de Pablo fueron escritas durante un período de aprox. 15 años (comenzando unos 15 años después de su propia experiencia cristiana), y enviadas a iglesias y a personas muy distantes unas de otras.
¿De qué manera, entonces, llegaron a juntarse estos 13 documentos?
La respuesta breve es que no lo sabemos; la evidencia es demasiado limitada como para ser segura.
En algunos casos, Pablo mismo ordenó una circulación limitada (Col. 4:16). Se han presentado sólidas argumentaciones en apoyo del punto de vista de que Ef. se escribió primeramente como una carta circular para los creyentes en Efeso y en las ciudades y aldeas vecinas; una carta general, que abarcaba lo tratado en otras cartas más específicas como Col. y Film., (y quizá Filp.).
La primera lista concreta que conocemos es una compilada por Marción (líder de un movimiento no ortodoxo, alrededor del año 140), que menciona diez cartas paulinas (excluidas las pastorales). Algunos estudiosos sostienen que se trataba de la primera vez que se realizaba lista alguna de este tipo.

Pero esto es muy improbable. A nuestros tiempos ha llegado apenas una pequeña parte de material escrito en la antigüedad más reciente, y la lista de Marción resulta valiosa fundamentalmente como evidencia de que otras listas más extensas, menos ortodoxas, probablemente ya estuviesen circulando. Era la práctica de estos líderes seudo-cristianos el adaptar la literatura cristiana a sus propios fines.
Marción excluyó la totalidad del Antiguo Testamento y la mayor parte del Nuevo Testamento; aun de los Evangelios conservó solamente una edición mutilada de Lucas.
Otros han argumentado que la primera recopilación de las cartas de Pablo se realizó poco después del año 90 de nuestra era, 50 años antes de Marción. Algún devoto seguidor de Pablo, estimulado por la publicación de Hech. (Según este punto de vista, poco antes del 90), reunió las cartas paulinas existentes.
Pero es mucho más probable que Hechos. Haya sido publicada bastante antes, alrededor del año 64, a la vez que se hace más difícil de entender por qué habría sido necesario que la colección, de por lo menos algunas de las cartas de Pablo, tuviese que haber esperado hasta ese acontecimiento.
Existe fuerte evidencia de que los primeros Padres apostólicos (en especial Clemente de Roma; c. 96) citan las cartas de Pablo. Lo que es más importante, 2 P. 3:16 se refiere a la manera en que Pablo escribe en todas sus epístolas[1]”, una expresión que, aun cuando no necesariamente deba abarcar exactamente las 13 cartas canónicas que hoy tenemos, sin duda presupone que hay consenso respecto de un cuerpo de correspondencia paulina en circulación.

casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición”. (2 P. 3:16). 

Aunque el peso de las investigaciones modernas favorece una fecha tardía para 2 P., hay razones serias que permiten pensar en una fecha de publicación tan temprana como el año 64 o 65.
Aun cuando no puede probarse, hay otra teoría que quizá sea más plausible que sus principales competidoras. Pequeños grupos de cartas paulinas circulaban en forma regional aun durante la vida de Pablo, en parte debido a las indicaciones de Pablo mismo al respecto (Col. 4:16).
Luego, después de su martirio (c. 65), uno o más de sus colaboradores más cercanos (¿Timoteo?) se dedicó a preservar tanto como fuera posible de la correspondencia circulante de su maestro. Nada de esto puede ser probado de manera definitiva. No obstante, una teoría así parece responder mejor a los hechos que han llegado a nosotros.

5.      EL ORDEN DE LAS CARTAS:
La organización del cuerpo de escritos paulinos en nuestro Nuevo Testamento requiere de alguna explicación. El orden no sigue ni una cronología (¿la fecha de su publicación? o ¿la de su escritura?) ni temas. Sigue dos criterios muy sencillos:


Véase Parte II:


No hay comentarios.:

Publicar un comentario