Parte I
LEYENDO LAS EPÍSTOLAS:
(2 P. 3:16).
“casi en
todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay
algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen,
como también las otras Escrituras, para su propia perdición”.
(2
P. 3:16).
Pastor; Carlos Ramírez Jiménez:
Introducción:
Las Cartas En El Mundo Antiguo:
Al lector moderno
que por primera vez se relaciona con el Nuevo Testamento, podrá parecerle
extraño que 21 de sus 27 libros sean cartas, o algo muy similar a una carta, y
que el volumen de éstas totalice el 35% del texto. ¿Cuál es la razón para este
estilo particular?
Hay Al Menos Cuatro Factores a Tener En Cuenta:
· Primero, que a menudo
olvidamos cuán acostumbrados estamos al verdadero caudal de medios de
comunicación con que contamos en la actualidad, de los cuales, prácticamente
ninguno, estaba a disposición de la iglesia del primer siglo. La carta (como
veremos) era el medio de comunicación tanto para los asuntos públicos como
privados; no había muchos más. Estaban los equivalentes a los antiguos
pregoneros que recorrían las ciudades, la reducida publicación de libros
(aunque aún sin imprenta), las representaciones teatrales, y muchos discursos,
pero la mayoría de estos medios no constituían opciones realistas frente a la
clase de mensajes que los primeros líderes cristianos necesitaban enviar.
· Segundo, el rápido
crecimiento de la iglesia cristiana en sus primeras décadas de vida exigía un
medio flexible, económico y a la vez rápido, de mantenerse en contacto con los
creyentes diseminados en toda la extensión del imperio. Resulta difícil
imaginar una mejor alternativa disponible en aquel tiempo.
· Tercero, a medida que la
iglesia cristiana crecía, se confrontaba con más dilemas que los que pudiera
fácilmente resolver. Algunos de estos surgían de su crecimiento a partir de la
religión del antiguo pacto, mientras que otros eran producto de su
confrontación con el paganismo del mundo grecorromano. Su rápido crecimiento y
las grandes distancias geográficas se combinaron así con una variedad infinita
de actividades y relaciones. En la providencia de Dios estos factores diversos
se convirtieron en el medio a través del cual la primera generación de
creyentes, guiada por el Espíritu, aprendió a expresar y a defender la fe a
través de expresiones de la verdad de una riqueza extraordinaria. A menudo la
mejor manera de tratar estas presiones era a través de cartas, por lo que no es
de sorprenderse que tales cartas hayan llegado a ser, bajo la dirección de
Dios, los primeros documentos normativos de la iglesia.
· Por último, las cartas eran un medio establecido de
sentar “presencia”.
Podríamos quizá hablar de “mantener el contacto”, de “conservar la amistad”, y, en
ciertas organizaciones, de “conservar las líneas de autoridad”. Para el
logro de estos fines en el mundo occidental moderno, echaríamos mano del
teléfono, el fax o el correo electrónico. En el Imperio Romano, los mismos
fines se alcanzaban por medio de cartas, las que sin duda adquirían un inmenso
valor, debido a los tiempos prolongados que frecuentemente separaban a una
misiva de la siguiente. Hay evidencia, por cierto, que en numerosas ocasiones
los escritores del Nuevo Testamento quisieron, por varias razones, establecer
su “presencia”
(Por ejemplo en 1 Cor. 5:3–5; Gál. 4:19, 20; 1 Ts. 5:27), aun cuando nada podía
cerrar enteramente la brecha en la comunicación creada por la distancia (1 Ts.
2:17–3:8; 2 Juan 12).
1. TIPOS DE CARTAS:
Unos
100 años atrás había quienes sostenían que las misivas grecorromanas podían
dividirse en dos tipos:
(a) Las
epístolas,
es decir,
las producciones literarias que de una manera un tanto superficial asumían la
forma de cartas, pero que estaban destinadas a ser publicadas de manera universal
y leídas por todos; y
(b) las cartas, que eran escritos ocasionales
(como ser, cartas[2] que
respondían a situaciones específicas) destinados a
ser leídos por una persona o por un grupo determinado.
Las
cartas de Pablo, sostenían,
pertenecían en su totalidad a la última categoría. Pero en la actualidad esta
división simplista ha sido descartada en todo el mundo. Es por demás simple: la
clasificación de las cartas es mucho más amplia.
Además, es excesivamente rígida, porque
existe amplia evidencia de que por lo menos algunas de las cartas dirigidas a
situaciones específicas, se consideraron como conteniendo también un interés
normativo y una pertinencia que iban más allá del destinatario original (Por
ejemplo Col. 4:16). Más aun, la diversidad misma de las cartas del Nuevo Testamento
(compárese, Por ejemplo Film. y 3 Jn. con Rom.) reclama categorías más
adecuadas.
Un grupo de eruditos ha clasificado las
cartas antiguas en diez categorías (aunque, en cierta medida, éstas se sobreponen).
Lo que sí resulta claro es que las cartas antiguas abarcaban, desde
comunicaciones privadas, personales (como una carta a la familia solicitando
dinero), hasta ensayos o tratados formales, que apuntaban a una circulación lo
más amplia posible. Entre los dos extremos, había cartas públicas más breves
(algo similar a una moderna “Carta al Editor”, ¡sin haber un periódico!) Las
cartas del Nuevo Testamento cubren gran parte de esta gama, pero no toda.
Por ejemplo, dentro del espectro, Rom. y
Heb. están más cerca del extremo del ensayo, y no obstante, siguen siendo
cartas ocasionales (ver Rom. 15:17–22; Heb. 10:32–39; 13:22–24).
Film., Tito y 3 Jn. se ubican más hacia
el extremo opuesto, pero su inclusión en el canon demuestra que fueron entendidas
como conteniendo una autoridad y relevancia más amplia que aquella que sus
primeros lectores pudiesen haberle asignado.
2. EL
CONTENIDO DE UNA CARTA:
En
el mundo antiguo la mayoría de las cartas comprendían tres partes, a saber:
· una introducción, en la que un saludo
acompaña a la mención del o los destinatarios, un cuerpo o desarrollo, y una
conclusión.
· Por lo general la introducción era muy
breve: “De
tal a tal, mi saludo [chairein]”.
En el Nuevo Testamento se conserva esta
forma en una carta enviada por el consejo apostólico (Hech. 15:23), en la carta
de Claudio Lisias (Hech. 23:26) y en Stg. (1:1).
Dos cartas del Nuevo Testamento (Heb. 1
Jn.), no incluyen para nada tal introducción, lo cual genera cuestionamientos
respecto de su género (ver abajo); pero la mayoría de ellas extiende, y a veces
bastante, la introducción (Por ejemplo Rom. 1:1–7), y aun cambian el
tradicional cairo
(“saludos”) por caris (“gracia”),
sin duda, bajo la influencia de la experiencia cristiana de la gracia de
Dios en el evangelio (así la totalidad de las cartas de Pablo, 1 y 2 P. y 2
Jn.).
Algunas
cartas antiguas incluían deseos de buena salud o alguna bendición. En esto las cartas
del Nuevo Testamento manifiestan una gran diversidad. Lo más cercano a un deseo
de buena salud es 3 Jn. 2 donde, notablemente, es la salud espiritual de Gayo
lo que determina los parámetros para su bienestar general.
Los escritores del Nuevo Testamento,
generalmente comienzan con una expresión de gratitud a Dios (como en todas las
cartas de Pablo, excepto Gál., 2 Cor., 1 Tim. y Tito); algunos comienzan con un
himno de alabanza (2 Cor., Ef. y 1 P.). Las cartas antiguas tendían a finalizar
con diversos tipos de saludos; los escritores del Nuevo Testamento siguen la
misma práctica, agregando a menudo una doxología o una bendición.
Romano,
resulta
extraordinaria debido al espacio dedicado a dar un bosquejo de los planes de
viaje de Pablo (15:22–29), un pedido de oración (15:30–32) y una oración
expresada a manera de deseo (15:33), una larga lista de encargos y salutaciones
(16:1–6), saludos finales de parte de los colaboradores y la gracia y bendición
final (16:20–27).
Aun cuando algunos han considerado el
cap. 16 como un agregado editorial posterior, el considerable espacio que Pablo
dedica a este cierre probablemente se deba a que él no tenía relación previa
con la iglesia como un todo, y por esa razón estaba interesado en establecer la
mejor de las relaciones con ellos, en vista de su proyectada estadía allí
durante su viaje a España.
En lo que se refiere a su cuerpo, el
formato de las cartas en la época que estamos tratando difería grandemente.
Algunos estudiosos modernos han intentado identificar formas y secuencias
típicas, transiciones típicas entre la apertura y el cuerpo y otros detalles.
Hasta el presente tales esfuerzos no han
encontrado mayor apoyo o aceptación. Pareciera que es mejor simplemente
respetar la diversidad, reconociendo que los escritores cristianos podían ser
tan creativos como los demás (las cartas de Pablo son particularmente creativas
y eclécticas), y que algunas peculiaridades de las cartas del Nuevo Testamento
probablemente estén relacionadas con la herencia de la influencia judía que
caracterizó a la iglesia de los primeros tiempos.
3. ALGUNAS CONSIDERACIONES ESPECIALES:
Cabe agregar otras cuatro consideraciones de carácter general:
· Primera, que las cartas
del Nuevo Testamento tienden a ser un poco más extensas que sus similares en el
mundo secular. Por lo general, se
comparan las cartas de Séneca y de Cicerón con
las de Pablo:
Ø La extensión de
las 124 cartas de Séneca varía entre las 149 y 4,134 palabras;
Ø las 776 de Cicerón van desde 22 a 2.530 palabras.
Ø Las cartas de Pablo
pro median las 1.300 palabras de extensión, aunque Rom. tiene 7,144 palabras.
· Segunda, hay evidencia independiente que
atestigua acerca de la manera en que era común que los escritores emplearan “amanuenses”,
escribas capacitados que escribían lo que se les dictaba. Sin duda, muchos
amanuenses eran esclavos, contratados para ayudar a un amo casi analfabeto con
sus asuntos de negocios y su correspondencia; otros trabajaban de manera
independiente, a cambio de una remuneración.
Romanos 16:22 nos muestra que Tercio era
el amanuense que “escribió” lo que Pablo le dictó en esa carta.
Era común que quienes dictaban una carta atestiguaran la autenticidad de lo
escrito agregando salutaciones finales de su puño y letra; esta era, sin duda,
la costumbre de Pablo (Gál. 6:11; 2 Ts. 3:17). Se infiere que él dictó todas
sus cartas, y que posiblemente otros escritores del Nuevo Testamento hicieron
lo mismo.
Lo que resulta difícil de establecer es
la medida de libertad de la que gozaba el amanuense. La evidencia no es clara
y, en consecuencia, muy discutida. Que cierta libertad existía, lo sugiere el
hecho de que Tercio se identifica. No obstante, no hay razón para pensar que
fuera algo corriente que los amanuenses tuviesen libertad para expresarse con
independencia. El grado de libertad probablemente dependiera de la relación
existente entre el amanuense y el que dictaba, la capacidad de cada uno de
ellos, la naturaleza de la correspondencia y otros factores; del mismo modo, el
margen de independencia con que cuenta una secretaria en la actualidad, está
sujeto a variables similares. No obstante, una vez que el autor leía el
producto terminado y lo firmaba, el documento pasaba a “pertenecer” al autor, y ya no
simplemente al amanuense. Aun así, es probable que algunas diferencias de
vocablos entre, digamos, las cartas pastorales y el resto del material paulino
estén sujetas a la probabilidad de que Lucas fuera el amanuense para las
primeras (ver 2 Tim. 4:11), las cuales contienen un número importante de
expresiones que resultan más características de los propios escritos de Lucas.
· Tercera, a menudo se afirma que la escritura de cartas
seudónimas (Por ejemplo cartas supuestamente escritas por un autor reconocido,
pero en realidad escritas por otra persona) era una práctica corriente en los
dos primeros siglos de nuestra era, que los escritores del Nuevo Testamento
nada malo habían visto en ello, y que la evidencia literaria exige arribar a
la conclusión de que algunas cartas del Nuevo Testamento son seudónimas. (La
lista difiere de un erudito a otro, pero las cartas pastorales y 2 P. son las
que más comúnmente se consideran seudónimas, a las que les siguen Col., Ef. y 2
Ts., y menos frecuentemente varias otras). Pero aun cuando esta práctica de
escritura no era extraña para el mundo antiguo, especialmente en libros
apocalípticos, era poco frecuente, y hasta quizá inexistente, en el terreno de
las cartas. No existe ejemplo comprobado de que tengamos alguna carta seudónima
originada en los dos primeros siglos. Los ejemplos citados no son muy
trascendentales.
Por el lado de la literatura judía, la
Epístola de Jeremías es más bien una homilía antes que una carta, y la Carta de
Aristeas es una narración apologética (además, ambos ejemplos citados son un
poco más tempranos). Problemas similares son los que afectan a los ejemplos
cristianos de tiempos posteriores (Por ejemplo las cartas de Cristo y Abgaro,
una carta de Lentulo, supuestas cartas entre Pablo y Séneca). No existe
siquiera un ejemplo convincente proveniente del mundo grecorromano pagano. Cierto
es que, tan pronto como la iglesia comenzó a evaluar estos asuntos, toda
sospecha de que un documento pudiera ser seudónimo llevaba a que no se lo
reconociera como teniendo autoridad canónica. En todo caso, muchos estudiosos
han concluido que las razones tradicionales que clasificaban a ciertas cartas
del Nuevo Testamento como seudónimas, no resultan muy convincentes. Estos temas
se consideran brevemente en las respectivas introducciones a los libros en que
correspondan.
· Por último, para brindar un panorama completo, es
necesario hacer mención del medio de transporte de estas cartas. Aun cuando el
gobierno imperial contaba con su propio sistema de correos, éste no estaba a
disposición del público en general. Por lo tanto, las cartas eran llevadas en
mano por amigos, conocidos, esclavos, empleados, soldados, empresarios,
viajeros que pasaban; es decir, cualquiera que fuera en la dirección adecuada y
que estuviera dispuesto.
Las Cartas De Pablo:
Si damos por
sentado que las 13 cartas canónicas que llevan el nombre de Pablo son obra de
él, debemos, no obstante, preguntarnos de qué manera llegaron a reunirse y en
base a cuáles principios se integraron al Nuevo Testamento tal como lo tenemos.
4. LA COLECCIÓN DE LAS CARTAS DE PABLO:
Las cartas de Pablo fueron escritas
durante un período de aprox. 15 años (comenzando unos 15 años después de su
propia experiencia cristiana), y enviadas a iglesias y a personas muy distantes
unas de otras.
¿De qué manera,
entonces, llegaron a juntarse estos 13 documentos?
La respuesta breve es que no lo sabemos; la evidencia es
demasiado limitada como para ser segura.
En algunos casos, Pablo mismo ordenó una
circulación limitada (Col. 4:16). Se han presentado sólidas argumentaciones en
apoyo del punto de vista de que Ef. se escribió primeramente como una carta
circular para los creyentes en Efeso y en las ciudades y aldeas vecinas; una
carta general, que abarcaba lo tratado en otras cartas más específicas como
Col. y Film., (y quizá Filp.).
La primera lista concreta que conocemos
es una compilada por Marción (líder
de un movimiento no ortodoxo, alrededor del año 140), que menciona diez cartas
paulinas (excluidas las pastorales). Algunos estudiosos sostienen que se
trataba de la primera vez que se realizaba lista alguna de este tipo.
Pero esto es muy improbable. A nuestros
tiempos ha llegado apenas una pequeña parte de material escrito en la
antigüedad más reciente, y la lista de Marción
resulta valiosa fundamentalmente como evidencia de que otras listas más
extensas, menos ortodoxas, probablemente ya estuviesen circulando. Era la
práctica de estos líderes seudo-cristianos
el adaptar la literatura cristiana a sus propios fines.
Marción excluyó la
totalidad del Antiguo Testamento y la mayor parte del Nuevo Testamento; aun de
los Evangelios conservó solamente una edición mutilada de Lucas.
Otros han argumentado que la primera
recopilación de las cartas de Pablo se realizó poco después del año 90 de
nuestra era, 50 años antes de Marción. Algún devoto seguidor de Pablo, estimulado
por la publicación de Hech. (Según este punto de vista, poco antes del 90),
reunió las cartas paulinas existentes.
Pero
es mucho más probable que Hechos. Haya sido publicada bastante antes,
alrededor del año 64, a la vez que se hace más difícil de entender por qué
habría sido necesario que la colección, de por lo menos algunas de las cartas
de Pablo, tuviese que haber esperado hasta ese acontecimiento.
Existe fuerte evidencia de que los
primeros Padres apostólicos (en especial Clemente de Roma; c. 96) citan las
cartas de Pablo. Lo que es más importante, 2 P. 3:16 se refiere a la manera en
que Pablo escribe “en todas sus epístolas[1]”, una expresión que, aun
cuando no necesariamente deba abarcar exactamente las 13 cartas canónicas que
hoy tenemos, sin duda presupone que hay consenso respecto de un cuerpo de
correspondencia paulina en circulación.
“casi en
todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay
algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen,
como también las otras Escrituras, para su propia perdición”. (2 P. 3:16).
Aunque el peso de las investigaciones
modernas favorece una fecha tardía para 2 P., hay razones serias que permiten
pensar en una fecha de publicación tan temprana como el año 64 o 65.
Aun cuando no puede probarse, hay otra
teoría que quizá sea más plausible que sus principales competidoras. Pequeños
grupos de cartas paulinas circulaban en forma regional aun durante la vida de
Pablo, en parte debido a las indicaciones de Pablo mismo al respecto (Col.
4:16).
Luego, después de su martirio (c. 65),
uno o más de sus colaboradores más cercanos (¿Timoteo?) se dedicó a preservar tanto como fuera posible de la
correspondencia circulante de su maestro. Nada de esto puede ser probado de
manera definitiva. No obstante, una teoría así parece responder mejor a los
hechos que han llegado a nosotros.
5. EL
ORDEN DE LAS CARTAS:
La organización del cuerpo de escritos
paulinos en nuestro Nuevo Testamento requiere de alguna explicación. El orden
no sigue ni una cronología (¿la fecha de su publicación? o ¿la de su
escritura?) ni temas. Sigue dos criterios muy sencillos:
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