EL REINADO DE OSEAS EN ISRAEL:
2 REYES 17:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Este largo capítulo trata sobre el último rey de Israel y cómo él condujo al reino del norte al cautiverio. Asiria capturó Samaria (capital del reino del norte) en el 722 a.C., después de subyugar a la nación. Lo que pudiera haber sido una gran victoria para la gloria de Dios, se convirtió en una derrota que llevó la adoración a Dios a un nivel todavía más bajo.
I. Caída De Samaria (2 R. 17:1–6):
Oseas
llegó a ser rey de Israel mediante la cooperación de Asiria, porque prometió
pagarle tributo al rey de Asiria. Véase en 2 Reyes 15:27–31 la historia de la
conspiración de Oseas. Se nos dice que Oseas fue un rey malo (uno de los veinte
reyes malos en la historia de Israel), pero que sus pecados no fueron tan
graves como los de sus predecesores.
El
versículo 2 sugiere que a Oseas le hubiera gustado dirigir a la nación de una
mejor manera; 2 Crónicas 30:6–11 indica que permitió que sus ciudadanos
participaran en la «gran Pascua» convocada por el piadoso rey
Ezequías. Pero el rey se había vendido a Asiria y era demasiado tarde para
cambiar. Es triste, pero hasta se rebeló contra Asiria rehusando pagarle el
tributo anual y haciendo un tratado secreto con Egipto. Cuán proclive era
Israel para «descender
a Egipto» por ayuda, de la misma manera en que ahora el pueblo de
Dios mira «al
mundo» por respaldo.
Véanse
en Jeremías 17:5–7 y Oseas 7:11–13 las actitudes de los profetas respecto a las
alianzas con Egipto. Asiria no tomó a la ligera la rebelión de Oseas. Sus
ejércitos aplastaron al reino del norte y al final convergieron sobre la ciudad
de Samaria.
Era
una ciudad fuertemente fortificada; así que le llevó tres años a Asiria
capturarla. Pero el caso era sin esperanza; la nación se olvidó del Señor y Él
decretó su cautiverio. El método de Asiria era llevar a su país a los mejores
ciudadanos y entonces colonizar la tierra capturada con extranjeros de otros
países subyugados.
Así
que, después de doscientos cincuenta años de constante pecado y rebelión, el
enemigo llevó al cautiverio a la nación de Israel (el reino del norte), y se dejó un
vacío desierto de vergüenza y derrota. Si Jeroboam, el primer rey de Israel,
hubiera andado en los caminos del Señor y guiado a su nación a obedecer la ley,
la historia de Israel hubiera sido diferente.
En lugar de eso, vemos a Jeroboam desobedeciendo al Señor y conduciendo a la nación a alejarse de Dios, y a sus sucesores andando en los pecados de Jeroboam, el que hizo «pecar a Israel» (véanse por ejemp. 1 R. 16:19, 26; 2 R. 3:3). Los becerros de oro de Jeroboam en Dan y Bet-el hicieron que el pueblo se descarriara (1 R. 12:25–33).
II.
Las Causas Del Cautiverio (2 R. 17:7–23):
La
historia no es simplemente una serie de hechos accidentales, porque detrás de
cada nación está el plan y propósito de Dios. En estos versículos el Espíritu
Santo nos explica por qué cayó Samaria. Hoy haremos bien en prestar atención,
ya que Dios no hace acepción de naciones; y si Él castigó tan severamente a su
pueblo Israel, ¿qué
hará a las naciones hoy que se rebelan contra Él? «La historia es su historia».
A.
La nación
se olvidó de Dios (v. 7).
Dios
los redimió de la esclavitud en Egipto y los adquirió para que fueran su
pueblo. La fiesta anual de la Pascua era un recordatorio de la gracia de Dios.
Sin embargo, se olvidaron de todo lo que Dios había hecho por ellos. Muchas
veces en Deuteronomio, Moisés instó al pueblo a recordar al Señor y a no
olvidarse de sus misericordias. Véanse Deuteronomio 6:10ss y 8:1ss.
B.
La
nación desobedeció secretamente (vv. 8–9).
Dios
les advirtió que no se mezclaran con las naciones paganas en Canaán (Dt. 7), y
sin embargo Israel secretamente desobedeció. Su corazón cedió a los deseos y
poco a poco se rindieron a la adoración pagana que les rodeaba.
C.
La nación
se rebeló abiertamente (vv. 10–12).
Lo
que empezó como un pecado secreto al fin y al cabo se convirtió en pecado abierto
y la nación provocó deliberadamente a Dios. Véanse Éxodo 20:4, Deuteronomio
4:16 y 5:8.
D.
La nación
resistió el llamado de Dios (vv. 13–15).
El
Señor envió profetas consagrados para advertirles y suplicarles, pero el pueblo
sólo endureció su cerviz en rebelión obstinada (véanse Éx. 32:9 y 33:3; también
Hch. 7:51). Rechazaron la ley, escrita por Dios y dada a ellos para bendición.
El versículo 15 es aterrador: «Siguieron la vanidad [ídolos
vacíos], y se hicieron vanos».
Llegamos a ser como aquello a lo cual adoramos; véase Salmo 115:1–8.
E.
La
nación se vendió a hacer el mal (vv. 16–23).
Llegaron
a ser esclavos del pecado. Jeroboam estableció los becerros de oro, pero aun
esto no fue suficiente para satisfacer el corazón lujurioso de Israel. No sólo
adoraron a los dioses de los cananeos, sino que importaron a otros dioses de
otras naciones. Dios dividió el reino (v. 18), dejando a la familia de David
que gobernara en Judá, pero entonces incluso Judá cayó en pecado. Dios entregó
la nación a los «saqueadores» (v. 20), tanto dentro como fuera de su tierra.
Sus reyes les robaban y sus enemigos les atacaban. Dios les advirtió mediante los
profetas que el juicio vendría, pero el pueblo ciegamente fue de pecado en
pecado.
El AT., menciona veinte reyes de la nación de Israel, todos malos. Llevó doscientos cincuenta años para que el reino de Israel cayera en la ruina. Oyeron a profetas como Elías, Eliseo, Amós, Oseas e Isaías, y sin embargo rehusaron doblar sus rodillas ante el Señor. No hay cura para la apostasía. Todo lo que Dios puede hacer es juzgar y luego tomar un «remanente creyente» y empezar de nuevo.
III. La Colonización De Samaria (2 R. 17:24–41):
Después
de deportar a lo mejor del pueblo, el rey de Asiria importó ciudadanos de otras
naciones bajo su dominio, impidiendo así que Israel se reorganizara o se revelara.
Estos versículos describen los orígenes de «los samaritanos», aquel pueblo mezclado del cual
leemos en Juan 4 y Hechos 8. Más adelante, un «remanente» de judíos creyentes en
efecto regresó a Samaria, pero los judíos ortodoxos no querían tener nada que
ver con esta nación «mezclada». Jesús le dijo directamente a una
samaritana que ellos no sabían lo que adoraban (Jn. 4:22) y que la salvación
vendría de los judíos.
Al
principio no había fe religiosa en Samaria, de modo que Dios tuvo que enviar
leones para infundir temor en el corazón de la gente (véase v. 25). Sin
embargo, los líderes resolvieron el problema de la manera más peculiar:
importaron un sacerdote judío, aprendieron la senda del Señor y entonces
hicieron que el pueblo adorara tanto a Jehová como a sus dioses nacionales. «Cada nación se hizo sus dioses», dice el
versículo 29. Este fue el movimiento ecuménico del AT.
Nótese: la repetición de la frase «temieron a Jehová» (vv. 25, 28, 32–34, 41). Temieron a Jehová (como el «dios de la tierra», v. 27), pero adoraban y servían a sus dioses (v. 33). Su adoración a Jehová era una formalidad vacía, una expresión sólo externa de lealtad; su verdadera adoración era tributada a sus propios dioses paganos. Jehová no era sino otro «dios» en su colección de deidades.
En otras palabras, después de ver la pesada mano del juicio sobre su tierra, el pueblo que quedó persistía en desobedecer al Señor. A fin de cuentas este cáncer de idolatría se esparció a Judá y en el 586 a.C. los babilonios capturaron y destruyeron Jerusalén. Un remanente regresó con Esdras y Nehemías, y la nación empezó de nuevo a florecer. Pero cuando Dios envió a su Hijo a su pueblo, le rechazaron, y una vez más el juicio divino tuvo que caer. En el año 70 d.C. Jerusalén fue destruida y la nación esparcida por todo el mundo.
«Bendita es la nación cuyo Dios es Jehová». Estos
trágicos sucesos en la historia de Israel deberían hacer que los ciudadanos
cristianos teman por su país y oren por sus líderes. Los líderes impíos
producen generaciones de ciudadanos impíos (v. 41). Los sacerdotes que
contemporizan alejan aún más de Dios a los adoradores. Cuando se rechaza la
Palabra del Señor (vv. 34–38), no hay esperanza para el futuro de la nación.
Puede haber una extensión de la misericordia de Dios (soportó a Israel 250 años), pero al
fin y al cabo el juicio debe caer.
No
hay cura para la apostasía. Una vez que el pueblo de Dios se ha alejado
finalmente del Señor, Él debe juzgar. Dios salvará para sí mismo un «remanente»
de creyentes fieles y empezará su testimonio de nuevo, pero no bendecirá esta
parte que ha rechazado su Palabra y rehusado oír su llamamiento.
Estudios para el
Domingo.
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