Parte I:
El Católico Y Sus Muertos:
El Católico Y Sus Muertos:
Artículo
1:
¿Quiénes
Son Los Muertos?
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Varias veces me he hecho esta pregunta, cuando he
asistido a un funeral. Ciertamente el sacerdote se considera un
funcionario de su religión, y así se lo reconocen los fieles. Es su obligación,
pues, presidir los entierros acompañándolos con rezos según el ritual de
difuntos.
Con este libro en la mano, el sacerdote
hace los mismos rezos en el funeral de uno que haya llevado una vida más o
menos honrada, que en el funeral de aquel que toda su vida fue un sinvergüenza,
e incluso en el de aquellos que no han pisado la iglesia en toda su vida.
Ahora sí, la
pompa y la honra no es para todos igual, todavía hay clases para la Iglesia, aun
entre los muertos. Esto sólo tiene explicación, si se considera a la religión
como un producto de consumo obligatorio, que se sirve según la capacidad
adquisitiva del cliente.
Los rezos del
sacerdote en los funerales (llamados responsos) tienen un carácter de intercesión
por el muerto, invocando a santos y vírgenes en su ayuda, para librarlo de las penas
del purgatorio
[Véase Artículo abajo].
El juicio final, catedral de Beauvais (Francia).
Lugar inventado por la Iglesia Católica para
pagar penas que el muerto no pagó en esta vida. ¿Y por qué ese muerto no puede
estar en el infierno, lugar del que nos habla Cristo en su Palabra, o en el
cielo con los justos? Si ha sido sentenciado al infierno, nadie podrá ayudarle,
y si está con los justos, no necesita de nada.
Esta doctrina del
purgatorio es la negación del sacrificio perfecto de Cristo, en el cual tiene parte
todo aquel que acepta a Jesús como su único y perfecto Salvador.
Además, el purgatorio
es un filón de ingresos para las arcas de la Iglesia Católica. Las gentes
sencillas con su ignorancia de las Sagradas Escrituras y el afecto natural que sienten
por sus muertos, no dudan en dar sus dineros en favor de sus muertos, aunque
sólo favorezcan con ello el bolsillo de los clérigos.
Esta doctrina
del purgatorio
sitúa a los fieles católicos en una incertidumbre y preocupación constante por
sus muertos, que hace de gusanillo para desenterrar sus dineros y llevarlos al
altar a cambio de misas.
Qué diferente es
la actitud de los que por la fe en Cristo viven perdonados y justificados en Él.
Saben que el cuerpo va a la muerte a causa de su corrupción, pero el espíritu
vive a causa de la justicia de Cristo, y un día también Cristo transformará este
cuerpo mortal resucitándolo, “para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”
(Filp. 3:21).
Caín se levantó
contra su hermano Abel, y lo mató
(Génesis 4)
Y este cuerpo
mortal será vestido de inmortalidad e incorrupción (1 Cor.15:53). También dice
Jesús: “El
que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25). Qué
serenidad muestra el que vive en Cristo
ante la muerte, pues sabe que toda la obra redentora de Cristo le acompaña.
El Concilio Vaticano
II dice: “El
rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la
muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada
país, aun en lo referente al color litúrgico” (Constitución sobre la
Sagrada Liturgia, Cap. III, Nº. 81).
Lo que no se entiende
muy bien, es que se hable del sentido pascual de la muerte cristiana, y al
mismo tiempo ponerla bajo la mediación de santos
y vírgenes, acompañada de las
circunstancias y tradiciones de cada país.
El apóstol Pablo dice:
“Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7).
Tanto en la vida como en la muerte nuestra existencia tiene un sentido pascual en
Cristo, porque Cristo es la resurrección y la vida. Él ha sido sacrificado por
nosotros, como “el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29).
Y todos aquellos
que creéis en el Señor Jesús, “en su Nombre ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados, y por el Espíritu de nuestro Dios”
(1 Cor. 6:11). La Palabra de Dios nos afirma que por la fe en Cristo estamos
lavados de nuestros pecados, santificados por el Espíritu, y justificados ante
Dios. Porque el mismo Dios hizo cargar todos nuestros pecados sobre Su Hijo: “Al que no
conoció pecado (a Su Hijo), por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en El” (2 Cor. 5:21).
Ahora bien, cuando uno se encuentra en un funeral
presidido por un sacerdote, allí no se da testimonio de esta esperanza de vida,
ni se confiesa la certeza de vida eterna en Cristo.
Antes bien, se
niega todo esto, porque se le enseñó a los fieles católicos a confiar en sus propias
obras y con ellas presentarse ante Dios. Y, así, desprecian la obra que Jesús ha
consumado para todos nosotros.
Por eso tienen
que buscar otras ayudas, como son los llamados “santos” y “vírgenes” de su devoción; y
como colmo de sus desvaríos se creen con el poder de aplicar misas como
sufragio por las culpas y penas de los muertos.
Esta práctica está
tan arraigada en el pueblo católico, que he visto a personas maldecir a Dios por
la muerte de un familiar y, sin embargo, pagar al sacerdote misas y más misas
por ese muerto.
A esas personas,
yo mismo les he dicho: “Eso no le vale para nada al muerto y es un testimonio
de incredulidad e idolatría en contra de vosotros. El único sacrificio válido, lo
realizó Cristo ofreciéndose a sí mismo en la cruz, habiendo obtenido eterna
salvación, y de una vez y para siempre”.
“Porque
con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados; pues donde
hay remisión de pecados, no hay más ofrenda por el pecado” (Heb. 10:10-18).
Pero a pesar de
la claridad con que habla la Palabra de Dios, de “que no hay más ofrenda por el pecado”,
sin embrago, los familiares y amigos de esos muertos pagan a los sacerdotes para
que ofrezcan “misas”
como ofrenda por el pecado.
Esto es contradecir la Palabra de Dios.
En tal situación: ¿Quiénes son los muertos?:
Son todos los
que anuncian el reino de la muerte sin esperanza ni consuelo.
Pero Jesús te
dice: “Deja
a los muertos que entierren a sus muertos; y tú ven (sígueme), y anuncia el Reino
de Dios” (Lc. 9:60).
Artículo
2:
El
Día De Los Fieles Difuntos:
“Nuestra muerte no es una satisfacción por nuestros pecados,
sino una liberación del pecado y un paso hacia la vida eterna”
(Cat. de Heidelberg, Dom. 16).
Nosotros
no seguimos una liturgia, antes bien tratamos de aclarar conceptos, que puedan
obstaculizar el paso libre a las Escrituras. Nada hay de malo en acordarse de
nuestros muertos, pero que una institución religiosa nos marque un día en su
liturgia para que ella intervenga con sus favores religiosos a cambio de
nuestros dineros, es algo que no está de acuerdo con la Palabra de Dios.
El hombre o la
mujer que ha muerto en la fe de Cristo ha dado su último paso hacia la vida
eterna y ha sido liberado(a) del pecado, en el que podía caer por la condición
de su cuerpo. Ahora libre de ese cuerpo de muerte, ya no necesita de nuestras
oraciones para alcanzar la gracia de vivir en total libertad con Cristo.
Esa liturgia
fúnebre del dos de noviembre, más que un consuelo religioso, es una cementera
de dudas ante la suerte que correrán tanto ellos mismos como sus muertos.
Es triste
acercarse cada dos de noviembre a un cementerio y ver la profunda tristeza y
angustia, que se reflejan en los rostros de las personas que allí rezan por sus
muertos. El diálogo que algunos mantienen con sus muertos ante sus propias
tumbas, es un pozo de amargura y de dudas por lo que fueron y son sus vidas,
sin tener certeza alguna de lo que les espera tras esa tumba.
Muy distinta es
la actitud de aquellos que por la fe en Cristo les ha sido revelado el misterio
de la salvación según la Palabra de Dios bajo la luz del Espíritu. Su actitud
en la vida y ante la muerte es de total confianza y esperanza viva en su
Salvador.
Como dice el
apóstol Pedro:
“Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación
que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1
Pedro 1:5).
Me mostrarás la senda de la vida
(Salmos 16:11)
Este poder de
Dios hace que las personas por la fe en Cristo, sean capaces de enfrentarse a su
propia muerte o a una grave enfermedad como una liberación de vida.
Esto nos puede
parecer extraño, pero si lo vemos hecho realidad en muchas personas, nos demuestra
que el poder de Dios nada tiene que ver con una liturgia fúnebre.
Un ejemplo: “Una señora me llama
por teléfono y me dice que desde hacía medio año había llegado a experimentar
la plena alegría de la salvación en Cristo. Me siguió contando que los médicos
le habían diagnosticado una enfermedad incurable. Con toda tranquilidad me dijo: “Sé que no voy a durar mucho y el Señor me llevará con
Él. Entonces estaré con Él para siempre en Su gloria”.
Y esto a pesar de ser relativamente joven.
Qué gracia tan
grande, cuando se te permite mirar con tranquilidad a la muerte, no como un
oscuro abismo, sino como un paso al país de la gloria inenarrable, de la luz
eterna, del sol que nunca se pone.
Lo que necesitamos
los hombres es a Cristo, y no días de difuntos. Cristo nos da la vida eterna,
nos da luz para que no andemos en tinieblas, y “Él nos guiará aún más allá de la muerte”.
“Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias
a tu diestra para siempre” (Salmos 16:11; 48:14).
Si nos acercamos
a las puertas de la muerte con nuestras propias liturgias fúnebres nada vamos a
ver y nada vamos a conseguir. Solo Cristo es la Luz que ilumina nuestras tinieblas,
a todo aquel que cree en Él, para que tenga la luz de la vida.
Los que tienen
esta fe y esta esperanza en Cristo saben muy bien que Cristo “murió por
nosotros para que ya sea que velemos (es decir que vivamos en el cuerpo), o que
durmamos (que estemos muertos en el cuerpo), vivamos juntamente con Él”. “Pues
si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así
pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (1 Ts. 5:10;
Romanos 14:8).
Artículo
3:
El
Purgatorio[1]:
¿Es
Un Lugar, Un Estado o Una Quimera[2]?
Algunas
veces he leído en sus revistas tema que trataban sobre el Purgatorio y, aunque estaban
bien fundamentados sobre la Biblia, me parecían muy fuertes, y en cierta manera
una falta de respeto a la tradición de la iglesia e incluso no querer saber
nada con los muertos.
Pero últimamente
he leído en algunos periódicos que el Papa actual dice que el cielo existe pero
que no es un lugar físico, lo mismo dice del infierno.
Y el Purgatorio,
¿qué es: un lugar, un estado o una
quimera? Tal vez tengan ustedes razón, al hablar sólo de lo que nos dice la
Biblia, y dejar a un lado las filosofías religiosas de los hombres.
Cuando pienso
que he pagado misas durante tres años por mi padre y también por mi madre, y
ahora no sé, si están en un lugar, en un “estado”
o es un simple montaje, todo esto me entristece, y me da rabia el vivir en este
estado de inseguridad e incertidumbre.
¿Cómo puedo
salir de este pozo de dudas y contradicciones?
Yo no soy quien
para juzgar a mi iglesia, pero nadie más que yo misma ha de buscar una solución
a esta amargura personal que me aprisiona. Quiero ver claro, quiero sentir la
paz, quiero vivir libre de conceptos y lugares.
Perdone mi
atrevimiento y, si tiene a bien, le agradecería me diese una respuesta.
D.C.H.
Respuesta:
Estimada Señora,
le agradezco su sinceridad y la decisión de buscar una respuesta clara a sus
dudas. Su problema no es el Papa ni la situación de sus familiares muertos,
sino su propia “inseguridad
e incertidumbre”. Tal vez, hasta el día de hoy, usted se ha
preocupado mucho de las tradiciones y enseñanzas de su iglesia, pero no ha buscado
a Cristo como su único y personal Salvador. Él es el único que puede arrancar
de su corazón esa “inseguridad e incertidumbre”, si le acepta en
plena certidumbre de fe. Solo Él puede purificar por la fe su corazón y
llenarla del gozo de Su salvación. Él es el único que le puede hacer libre, ya
que Él dice:
“Si el Hijo os liberare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
La verdadera paz
sólo la puede encontrar en Jesús, pues nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan
14:27). Y además la Palabra de Dios nos dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos
paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
Jesús llena nuestro corazón de Su paz mientras vivamos en este mundo de aflicción,
y también nos ha alcanzado la paz con Dios nuestro Hacedor, porque Jesús mismo ha
pagado por todos nuestros pecados y transgresiones reconciliándonos con Dios,
el
Padre, en la
cruz del Gólgota. Usted se pregunta: “¿Cómo puedo salir de este pozo de dudas y
contradicciones?”. Sólo hay una respuesta y un camino: Por medio de
la fe en Cristo, el Hijo de Dios. Jesús sólo pide de usted la respuesta de la
fe, de la plena confianza en Él; y usted sólo tiene un Camino para ir al Padre,
ese Camino es Cristo.
Cristo es la Luz
con la que usted puede ver claro, pues Él nos dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”
(Juan 8:12). Si no quiere andar en las tinieblas y en las dudas de su propia
religión, sino tener la luz de la vida, siga a Cristo, acéptele personalmente.
Cristo, si vino
al mundo, no es para que aquellos que hablamos o sabemos de Él andemos en tinieblas;
si no que como Él dice:
“Yo, la luz, he venido al mundo, para
que todo aquel que cree en Mí no permanezca en tinieblas” (Juan 12:46).
No olvide, que
Jesús dice claramente, que todo el que cree en Él no permanecerá en tinieblas.
Nuestra propia incredulidad es la causa de que no resplandezca en nuestro corazón
la luz de Cristo.
Jesús no vino a
darnos lecciones de geografía para poder ubicar los lugares del cielo o del infierno.
Él vino para darnos vida eterna.
Él nos habla de
que llegará el día en que recogerá “de su reino a todos los que hacen iniquidad, y los
echarán en el horno de fuego; entonces los justos resplandecerán como el sol en
el Reino de Su Padre” (Mateo 13:41-43), y de que en la casa de mi
Padre hay muchas moradas; “voy a preparar lugar para vosotros” (Juan
14:2).
En la Biblia no se menciona el
purgatorio en parte alguna:
Pasar el tiempo
discutiendo de lugares o estados, es distraer nuestra atención del verdadero objetivo
de la Palabra de Dios, que no es otro, sino que creamos “que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo, tengáis vida en Su Nombre” (Juan 20:31).
Véase ---------> Parte II:
___________
[1] purgatorio, ria. (Del lat.
purgatorĭus, que purifica). adj. purgativo. || 2. m. En la doctrina católica,
estado de quienes, habiendo muerto en gracia de Dios, necesitan aún purificarse
para alcanzar la gloria. || 3. Lugar donde se pasa la vida con trabajo y
penalidad. || 4. Esta misma penalidad. □ V. ánima del ~. Microsoft® Encarta®
2009.
[2] quimera. (Del lat. chimaera, y este
del gr. χίμαιρα, animal fabuloso). f. Monstruo imaginario que, según la fábula,
vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. ||
2. Aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no
siéndolo. || 3. Pendencia, riña o contienda. Microsoft® Encarta® 2009.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario