viernes, 8 de julio de 2016

Parte I: Los “cristos” Latinoamericanos: (Santiago 1:26-27)

Parte I:
Los “cristos” Latinoamericanos:
 (Santiago 1:26-27)


Por: Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:

”Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana… La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”. (Santiago 1:26-27) 

Introducción;
Acerca de España dijo un poeta: “la raza española está pronta y preparada. El Capitán Cervantes está al timón, y la bandera de Cristo está enarbolada”. También se ha dicho que el americano de sangre india “aún ora a Cristo y aún habla español”.
Esto último es ciertamente innegable, el reinado de Cervantes aún permanece entre nosotros, aunque no todos seamos sus más fieles súbditos. El tema de orar a Cristo  despierta ciertos interrogantes, uno de los cuales es, ¿a cuál Cristo oran los latinoamericanos? Porque la verdad es que aunque hay muchos cristos de fabricación humana, hay solamente un Cristo verdadero y auténtico, escondido detrás de altares que bien podrían llevar la leyenda “al Cristo desconocido”, porque hay miles y miles que lo adoran sin conocerlo.

1.       El Cristo Español:

Es cierto que Cristo llegó a nosotros por vía española esa España que, dotada de un sentido de misión, una mística singular del espíritu ibérico, invadió, y colonizó gran parte del Nuevo Mundo ‘Hoy América: Norte, Centro, Sur’. “Por primera y última vez en la historia de la cristiandad, dice John Mackay, la espada y la cruz formaron una alianza ofensiva con el objeto de llevar el cristianismo –o al menos lo que se consideraba como tal- a tierras extrañas”.
La llegada de los españoles al Caribe en 1492, abrió el camino para que algunas potencias europeas conquistaran amplios territorios del continente americano. Pintura de Dióscoro Puebla, (Exposición Nacional (1862), Medalla de Primera clase)

Encabezando esta empresa estaba Cristóbal Colón,[1] el almirante genovés, quien, capitalizando sobre la tradición que rodeaba a su histórico homónimo, alegaba ser un verdadero “portador de Cristo”. Pero de nuevo preguntamos ¿cuál? Y la respuesta debe ser: ni más ni menos que aquel austero, de vestimenta medieval, el de los fríos e inflexibles escolásticos, el Cristo de España.
¡Cuán extraño les debe haber parecido a los aborígenes americanos el Cristo de los invasores “conquistadores”! Ese “Dios blanco” que muere por toda la humanidad, estableciendo una religión con autoridad suprema en la ciudad de Roma y con el rey de España entre sus devotos el mismo rey envía a un grupo de sus súbditos, de apariencia guerrera, a descubrir y someter tierras misteriosas y distantes del otro lado del océano. En el nombre de Dios y del rey, estos hombres de Castilla –rubicundos como el sol y montados en briosos caballos- matan indios a diestra y siniestra, les quitan sus tierras, violan a sus  mujeres e hijas, y transforman a aquellos que sobreviven a la matanza en esclavos del Papa[1] y del Gran Imperio Español.
“En muchos casos”, dice Sante Uberto Barbieri, “el espíritu de la ESPADA era más fuerte y más poderoso que el espíritu de la cruz. Para muchos, Cristo no era un SALVADOR que había dado su vida por ellos, sino un tirano celestial que destrozaba vidas para su gloria, a través de la invasión [conquista] de tierras ajenas”.

A excepción de las obras de caridad de parte de algunos sacerdotes misioneros –como Fray Bartolomé de las Casas- el colonizador hizo muy poco en la esfera social y económica. De haber existido, esos esfuerzos hubieran ayudado a borrar las impresiones negativa adquiridas por los indios en su primer encuentro.
Tal vez hubiese sido distinta para ellos la semblanza del Cristo en cuyo nombre habían perdido todo, incluyendo su libertad. Y no solamente los indios, sino también la nueva raza que surgió de la unión de estos dos pueblos. También estos fueron objeto de persistente opresión y humillación por parte de los seguidores y defensores de aquel Cristo.

Este ciertamente no era el Cristo que había sido anunciado con sones de trompeta de oro por parte de los REFORMISTAS del siglo XVI. No. El Cristo de los reformistas había quedado atrás en España, para ser atacado sin tregua por Ignacio de Loyola, luego aplastado por Carlos V y Felipe II, Y por último consumido en las llamas implacables de los autos de fe, los ignominiosos hechos de la “SANTA INQUISICIÓN”. Aunque otros países europeos pudieron despabilarse del largo sueño con el despertar convulsivo de la reforma, española permaneció inalterable e inerte, y su religión no experimentó los dolores de parto de nueva era.

“El otro Cristo español” al cual grandes místicos españoles tales como San Juan de la Cruz y Fray Luis de Granada alababan en magníficos poemas, fue muy lento en hacer su peregrinaje al nuevo continente. Si en realidad tuvo seguidores aquí desde el principio del período colonial, su influencia no fue suficiente para contrarrestar la del Cristo tradicional.
Sin embargo, muchos misioneros trabajaron larga y durante para que su Cristo fuera aceptable a la MENTALIDAD de la raza oprimida, pero en su celo de adaptarse a la cultura india no pudieron evitar la aparición del sincretismo religioso; la mezcla de conceptos se hizo presente en la práctica de la fe.
Ellos toleraban –y aun estimulaban- la mezcla del cristianismo español con la creencias y prácticas de la religión local, se entiende como religión:[2]. Tanto Cristo, la Virgen, así como los santos, no hacían más que aumentar las filas de las deidades del panteón americano. Incontable cantidad de indios continuaban adorando sus anteriores dioses, encarnándolos en las imágenes traídos por el catolicismo. Detrás de estos santos de cutis blanco y ojos azules, la presencia  poderosa y mágica de los dioses y las diosas regionales se irguió desenfrenada e indisputadamente en la experiencia religiosa de sus devotos.

2.      La Imagen De Cristo:

Las imágenes de Cristo, de por sí muy prominentes en la religión de los colonizadores, resultó muy provechosa para la Iglesia en su tarea de adoctrinación en las Américas. Era mucho más fácil exhibir una estatua que dilucidar u dogma; en el lugar de los ídolos nativos se pusieron imágenes europeas para desterrar creencias religiosas de varios siglos de existencia.
Y una vez más, el sincretismo religioso se manifestó. No era difícil dar a las esculturas y pinturas de Cristo un color oscuro, aun reteniendo facciones faciales europeas. Hay muchos cristos mestizos –y hasta negros- en nuestra América hispana que perduran hasta hoy.
Aquí Cristo se volvió madera o piedra, tela o papel –frecuentemente arte magnífico- tallado y pintura, visible en espléndidos altares, en nichos especiales en hogares, en celda monásticas, en cruces de caminos y en cimas de montañas. Las sombras de la imagen de Cristo cubrieron todo el continente.

3.      El Cristo Niño:

La Omnipresencia figura de Cristo despertó hondos sentimientos en la gente, después de todo, Cristo es poco más que un niño indefenso en los brazos protectores de su madre –tan dulce e inofensivo como cualquier niño pequeño. ¿Cómo podía ÉL ser un tirano o un déspota?
Aunque ÉL no pudiera liberar a la gente de sus nefastas cadenas. Él era igualmente incapaz de haberlos forjado con sus pequeñas y débiles manos.
El es el niño que no puede hablar; únicamente María, que lo sostiene y lo protege puede, a veces, entender sus balbuceos. Este pequeño infante Dios es incapaz de reprender a los patrones blancos por sus abusos de poder, su desmedida codicia y lujuria o sus abrumadoras injusticias perpetradas contra la gente conquistada y humillada.

“Él es el niño que no puede hablar, únicamente María, que lo sostiene y lo protege puede, a veces, entender sus balbuceos. Este pequeño infante Dios es incapaz de reprender a los patrones blancos por sus abusos de poder”.

Privado del magnífico don de la palabra no representa un peligro para nadie, ya sea poderoso o débil o pequeño. No hay nada que Él pueda hacer para impedir a unos u otros de cometer pecado: Él es meramente la imagen de un niño que siempre sonríe, indiferente a la enorme tragedia que lo rodea. Mientras se constituye una nueva raza y un nuevo mundo por la fuerza, bajo la pesada mano de los déspotas, el niño Cristo permanece serenamente silencioso.
Por lo tanto, el simple indio, subyugado por los intermediarios blancos del poder, y tratado como un niño por sus conquistadores, consciente o inconscientemente se identifica con el niño Cristo y escapa a buscar refugio en los brazos de su tierna y amante madre. No es de sorprenderse que la veneración de María logrará una posición más prominente que la adoración de Cristo. Los oprimidos buscan a la madre, a María, y no a su hijo Jesús.

4.       El Sufriente:

Otra imagen generalizada es la del Cristo doliente. Una característica principal del catolicismo hispanoamericano ha sido la del Nazareno que ha sufrido dolor, crucifixión y muerte. Una característica de la “cristianización” en esta parte de las América fue la extensa implantación de la cruz –el símbolo religioso empleado por los españoles- en la conquista de las conciencias de sus nuevos súbditos.
Era la religión del crucifijo, del Cristo que muere, impotente, clavado en una ignominiosa cruz. Mientras que es cierto que el dogma oficial afirma la resurrección de Cristo, esta enseñanza parece no llegar a las masas.
El punto predominante del año eclesiástico no es el Domingo de Resurrección, sino el Viernes Santo, cuando se ve a Cristo como un prisionero, flagelado, coronado de espinas, clavado en una cruz, y colocado en un ataúd donde reposa año tras año por los siglos.
La imagen de Cristo es la de un Cristo derrotado. Los indios huyen de Él con terror y la nueva raza, una mezcla de dos corrientes de sangre, nace en la derrota.

Hispanoamérica no sólo ha llorado con Cristo. Ha llorado –y en mayor grado- por Él. Sus palabras en el camino del Calvario han sido olvidadas hace mucho tiempo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotros y por vuestros hijos”.
Sin embargo, y a pesar de sus aparentes contradicciones, es a través de la imagen del Cristo que se buscan favores. A un mismo tiempo se le tiene compasión y se le teme, inspirando compasión y fe. En extremas emergencias es posible buscar la imagen de Cristo, aunque es mejor si la petición puede ser dirigida a uno de los más milagrosos.

En su novela El Señor Presidente, Miguel ángel Asturias presenta una clara interpretación de la fe en la imagen de Cristo de las masas latinoamericanas, al poner las siguientes palabras en la boca de una mujer pobre:
“Te tengo mucha lástima; por eso fui a pedir un favor al Jesús de la misericordia. Quizás Él haga un milagro para ti. Esta mañana, antes de ir a la penitenciaría, fui a prender una vela para Él y decirle: Mira, hombre negro, aquí estoy contigo y no es por nada que tú eres el Papito de todos nosotros, así que escucha bien ahora. Tú tienes el poder para asegurar que esa chica no se muera y le pedí ese favor a la Virgen antes de levantarme esta mañana y ahora te molesto por la misma cosa, de manera que aquí tienes una vela de oración, y ahora me voy y cuento con Tu poder, pero volveré para recordarte mi oración”.
La oración de esta mujer no podría ser más sincera, ni su confianza más fuerte. Así es como ora nuestra gente; así es como han orado por siglos a un Cristo que está crucificado, muerto y sepultado.

5.      El Cristo De Las Minorías:

El Cristo que es un extraño para las masas no ha tenido más éxito con los grupos minoritarios en nuestro continente. No pocos ricos y poderosos han descubierto que es muy cómodo creer en la imagen del Cristo que sufre pacientemente en la cruz, mientras mantienen silencio absoluto frente al sufrimiento y la pobreza de las masas que los rodean. Durante quinientos años sus labios han permanecido sellados, sin decir una palabra acerca de lo que la gente quiere oír.
Es muy fácil tolerar a un Jesús de Nazaret que no irrita a sus adoradores, llamándoles la atención a sus pecados o picaneando sus conciencias encallecidas por su mal comportamiento. Todos lo que se requiere es arrojarle unas limosnas de tanto en tanto, y llevarlo sobre los hombros una vez al año en las procesiones de Semana Santa, donde todos pueden ver. Seguramente está clavado en la cruz, sellado en el sepulcro, guardado detrás de las paredes de la iglesia, encerrado en un ataúd de cristal, o reducido a la impotencia en la seguridad de un convento o un monasterio.
A Él no se lo encuentra en la intimidad de los hogares, involucrándose en la vida de los demás. Su mundo es el santuario, su paz sepulcral perturbada solamente cuando, en raras ocasiones, es sacado para ser admirado, compadecido y llorado por las multitudes.
El círculo intelectuales, Cristo es fácilmente transformado en un mero símbolo, o forma de expresión. Se lo observa desde varios ángulos y se lo presenta como un líder espiritual, un maestro o filosofo, un reformador social o quizá un descarriado visionario que equivocó el camino en su deseo sincero de liberar a la humanidad.
Algunos lo respetan y lo admiran ofreciendo miles de cumplido, mientras otros lo pasan por alto con total indiferencia o burla. Algunos meramente lo toleran, manifieste una actitud de solícito paternalismo. Sienten lástima por ÉL porque lo ven, como diría Rubén Darío, aún caminando por las calles “flacucho y débil”. Para ellos Él es el Cristo que, según Amado Nervo, golpea vanamente a las puertas, buscando un lugar donde poder descansar:
Cristo: De todas partes,
La ciencia moderna te arroja
Sin compasión. Tú
No tienes dónde vivir, Señor!
                            (Hospitalidad)

        Como siempre, también están aquellos que niegan la realidad de la existencia de Cristo. Naturalmente no están involucrados en ninguna averiguación acerca del Jesús,

       Véase----Parte II:

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