Parte I:
Los
“cristos” Latinoamericanos:
(Santiago 1:26-27)
Por: Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
”Si alguno se cree
religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón,
la religión del tal es vana… La religión pura y sin mácula delante de Dios el
Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y
guardarse sin mancha del mundo”. (Santiago 1:26-27)
Introducción;
Acerca
de España dijo un poeta: “la raza española está pronta y preparada. El Capitán
Cervantes está al timón, y la bandera de Cristo está enarbolada”. También
se ha dicho que el americano de sangre india “aún ora a Cristo y aún habla español”.
Esto último es ciertamente innegable, el
reinado de Cervantes aún permanece entre nosotros, aunque no todos seamos sus más
fieles súbditos. El tema de orar a Cristo
despierta ciertos interrogantes, uno de los cuales es, ¿a cuál Cristo
oran los latinoamericanos? Porque la verdad es que aunque hay muchos
cristos de fabricación humana, hay solamente un Cristo verdadero y auténtico,
escondido detrás de altares que bien podrían llevar la leyenda “al Cristo desconocido”,
porque hay miles y miles que lo adoran sin conocerlo.
1. El Cristo Español:
Es cierto que Cristo llegó a
nosotros por vía española esa España que, dotada de un sentido de misión, una mística
singular del espíritu ibérico, invadió, y colonizó gran parte del Nuevo Mundo ‘Hoy América: Norte, Centro, Sur’. “Por primera y última
vez en la historia de la cristiandad, dice John Mackay, la espada y la cruz
formaron una alianza ofensiva con el objeto de llevar el cristianismo –o al menos lo que
se consideraba como tal- a tierras extrañas”.
La llegada de los
españoles al Caribe en 1492, abrió el camino para que algunas potencias
europeas conquistaran amplios territorios del continente americano. Pintura de
Dióscoro Puebla, (Exposición Nacional (1862), Medalla de Primera clase)
Encabezando esta empresa estaba Cristóbal
Colón,[1]
el almirante genovés, quien, capitalizando sobre la tradición que rodeaba a su
histórico homónimo, alegaba ser un verdadero “portador de Cristo”. Pero de
nuevo preguntamos ¿cuál? Y la respuesta debe ser: ni más ni
menos que aquel austero, de vestimenta medieval, el de los fríos e inflexibles
escolásticos, el Cristo de España.
¡Cuán
extraño les debe haber parecido a los aborígenes americanos el Cristo de los
invasores “conquistadores”! Ese “Dios blanco” que muere por toda
la humanidad, estableciendo una religión con autoridad suprema en la ciudad de
Roma y con el rey de España entre sus devotos el mismo rey envía a un grupo de
sus súbditos, de apariencia guerrera, a descubrir y someter tierras misteriosas
y distantes del otro lado del océano. En el nombre de Dios y del rey, estos
hombres de Castilla –rubicundos como el
sol y montados en briosos caballos- matan indios a diestra y
siniestra, les quitan sus tierras, violan a sus
mujeres e hijas, y transforman a aquellos que sobreviven a la matanza en
esclavos del Papa[1] y del Gran Imperio Español.
“En muchos casos”, dice Sante Uberto
Barbieri, “el
espíritu de la ESPADA era más fuerte y más poderoso que el espíritu de la
cruz. Para muchos, Cristo no era un SALVADOR que había dado su vida por ellos, sino un tirano
celestial que destrozaba vidas para su gloria, a través de la invasión
[conquista] de tierras ajenas”.
A excepción de las obras de caridad de
parte de algunos sacerdotes misioneros –como
Fray Bartolomé de las Casas- el colonizador hizo muy poco en la esfera
social y económica. De haber existido, esos esfuerzos hubieran ayudado a borrar
las impresiones negativa adquiridas por los indios en su primer encuentro.
Tal vez hubiese sido distinta para ellos
la semblanza del Cristo en cuyo nombre habían perdido todo, incluyendo su
libertad. Y no solamente los indios, sino también la nueva raza que surgió de
la unión de estos dos pueblos. También estos fueron objeto de persistente
opresión y humillación por parte de los seguidores y defensores de aquel
Cristo.
Este ciertamente no era el Cristo que
había sido anunciado con sones de trompeta de oro por parte de los REFORMISTAS
del siglo XVI. No.
El Cristo de los reformistas había quedado atrás en España, para ser atacado
sin tregua por Ignacio de Loyola, luego aplastado por Carlos V y Felipe II, Y
por último consumido en las llamas implacables de los autos de fe, los
ignominiosos hechos de la “SANTA INQUISICIÓN”. Aunque otros países europeos
pudieron despabilarse del largo sueño con el despertar convulsivo de la
reforma, española permaneció inalterable e inerte, y su religión no experimentó
los dolores de parto de nueva era.
“El otro Cristo español” al cual grandes místicos
españoles tales como San Juan de la Cruz y Fray Luis de Granada alababan en
magníficos poemas, fue muy lento en hacer su peregrinaje al nuevo continente. Si
en realidad tuvo seguidores aquí desde el principio del período colonial, su
influencia no fue suficiente para contrarrestar la del Cristo tradicional.
Sin embargo, muchos misioneros
trabajaron larga y durante para que su Cristo fuera aceptable a la MENTALIDAD
de la raza oprimida, pero en su celo de adaptarse a la cultura india no pudieron
evitar la aparición del sincretismo
religioso; la mezcla de conceptos se hizo presente en la práctica
de la fe.
Ellos toleraban –y aun estimulaban- la
mezcla del cristianismo español con la creencias y prácticas de la religión
local, se entiende como religión:[2]. Tanto Cristo, la Virgen, así como
los santos, no hacían más que aumentar las filas de las deidades del panteón
americano. Incontable cantidad de indios continuaban adorando sus anteriores
dioses, encarnándolos en las imágenes traídos por el catolicismo. Detrás de
estos santos de cutis blanco y ojos azules, la presencia poderosa y mágica de los dioses y las diosas
regionales se irguió desenfrenada e indisputadamente en la experiencia
religiosa de sus devotos.
2. La Imagen De Cristo:
Las imágenes de Cristo, de por sí muy
prominentes en la religión de los colonizadores, resultó muy provechosa para la
Iglesia en su tarea de adoctrinación en las Américas. Era mucho más fácil
exhibir una estatua que dilucidar u dogma; en el lugar de los ídolos nativos se
pusieron imágenes europeas para desterrar creencias religiosas de varios siglos
de existencia.
Y una vez más, el sincretismo religioso
se manifestó. No era difícil dar a las esculturas y pinturas de Cristo un color
oscuro, aun reteniendo facciones faciales europeas. Hay muchos cristos mestizos
–y hasta
negros- en nuestra América hispana que perduran hasta hoy.
Aquí Cristo se volvió
madera o piedra, tela o papel –frecuentemente arte magnífico- tallado y
pintura, visible en espléndidos altares, en nichos especiales en hogares, en
celda monásticas, en cruces de caminos y en cimas de montañas. Las sombras de
la imagen de Cristo cubrieron todo el continente.
3. El Cristo Niño:
La Omnipresencia figura de Cristo
despertó hondos sentimientos en la gente, después de todo, Cristo es poco más
que un niño indefenso en los brazos protectores de su madre –tan dulce e
inofensivo como cualquier niño pequeño. ¿Cómo podía ÉL ser un tirano o un déspota?
Aunque ÉL no pudiera liberar a la gente
de sus nefastas cadenas. Él era igualmente incapaz de haberlos forjado con sus
pequeñas y débiles manos.
El es el niño que no puede hablar; únicamente
María, que lo sostiene y lo protege puede, a veces, entender sus balbuceos. Este
pequeño infante Dios es incapaz de reprender a los patrones blancos por sus
abusos de poder, su desmedida codicia y lujuria o sus abrumadoras injusticias
perpetradas contra la gente conquistada y humillada.
“Él es el niño que no
puede hablar, únicamente María, que lo sostiene y lo protege puede, a veces,
entender sus balbuceos. Este pequeño infante Dios es incapaz de reprender a los
patrones blancos por sus abusos de poder”.
Privado del magnífico don de la palabra
no representa un peligro para nadie, ya sea poderoso o débil o pequeño. No hay
nada que Él pueda hacer para impedir a unos u otros de cometer pecado: Él es
meramente la imagen de un niño que siempre sonríe, indiferente a la enorme
tragedia que lo rodea. Mientras se constituye una nueva raza y un
nuevo mundo por la fuerza, bajo la pesada mano de los déspotas, el niño Cristo
permanece serenamente silencioso.
Por lo tanto, el simple indio, subyugado
por los intermediarios blancos del poder, y tratado como un niño por sus
conquistadores, consciente o inconscientemente se identifica con el niño Cristo
y escapa a buscar refugio en los brazos de su tierna y amante madre. No es de sorprenderse
que la veneración de María logrará una posición más prominente que la adoración
de Cristo. Los oprimidos buscan a la madre, a María, y no a su hijo Jesús.
4. El Sufriente:
Otra
imagen generalizada es la del Cristo doliente.
Una característica principal del catolicismo hispanoamericano ha sido la del
Nazareno que ha sufrido dolor, crucifixión y muerte. Una característica de la “cristianización”
en esta parte de las América fue la extensa implantación de la cruz –el símbolo
religioso empleado por los españoles- en la conquista de las
conciencias de sus nuevos súbditos.
Era la religión del crucifijo, del
Cristo que muere, impotente, clavado en una ignominiosa cruz. Mientras que es
cierto que el dogma oficial afirma la resurrección de Cristo, esta enseñanza
parece no llegar a las masas.
El punto predominante del año eclesiástico
no es el Domingo de Resurrección, sino el Viernes Santo, cuando se ve a Cristo
como un prisionero, flagelado, coronado de espinas, clavado en una cruz, y colocado
en un ataúd donde reposa año tras año por los siglos.
La imagen de Cristo es la de un Cristo
derrotado. Los indios huyen de Él con terror y la nueva raza, una mezcla de dos
corrientes de sangre, nace en la derrota.
Hispanoamérica no sólo ha llorado con
Cristo. Ha llorado –y en mayor grado- por Él. Sus palabras en
el camino del Calvario han sido olvidadas hace mucho tiempo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí;
llorad por vosotros y por vuestros hijos”.
Sin embargo, y a pesar de sus aparentes contradicciones,
es a través de la imagen del Cristo que se buscan favores. A un mismo tiempo se
le tiene compasión y se le teme, inspirando compasión y fe. En extremas
emergencias es posible buscar la imagen de Cristo, aunque es mejor si la petición
puede ser dirigida a uno de los más milagrosos.
En su novela El
Señor Presidente, Miguel ángel Asturias presenta una clara
interpretación de la fe en la imagen de Cristo de las masas latinoamericanas,
al poner las siguientes palabras en la boca de una mujer pobre:
“Te tengo mucha lástima;
por eso fui a pedir un favor al Jesús de la misericordia. Quizás Él haga un
milagro para ti. Esta mañana, antes de ir a la penitenciaría, fui a prender una
vela para Él y decirle: Mira, hombre negro, aquí estoy contigo y no es por nada
que tú eres el Papito de todos nosotros, así que escucha bien ahora. Tú tienes
el poder para asegurar que esa chica no se muera y le pedí ese favor a la
Virgen antes de levantarme esta mañana y ahora te molesto por la misma cosa, de
manera que aquí tienes una vela de oración, y ahora me voy y cuento con Tu
poder, pero volveré para recordarte mi oración”.
La
oración de esta mujer no podría ser más sincera, ni su confianza más fuerte. Así
es como ora nuestra gente; así es como han orado por siglos a un Cristo que está
crucificado, muerto y sepultado.
5. El Cristo De Las Minorías:
El Cristo que es un extraño para las
masas no ha tenido más éxito con los grupos minoritarios en nuestro continente.
No pocos ricos y poderosos han descubierto que es muy cómodo creer en la imagen
del Cristo que sufre pacientemente en la cruz, mientras mantienen silencio
absoluto frente al sufrimiento y la pobreza de las masas que los rodean. Durante
quinientos años sus labios han permanecido sellados, sin decir una palabra
acerca de lo que la gente quiere oír.
Es muy fácil tolerar a un Jesús de Nazaret que no irrita a sus adoradores,
llamándoles la atención a sus pecados o picaneando sus conciencias encallecidas
por su mal comportamiento. Todos lo que se requiere es arrojarle unas limosnas
de tanto en tanto, y llevarlo sobre los hombros una vez al año en las procesiones
de Semana Santa, donde todos pueden ver. Seguramente está clavado en la cruz,
sellado en el sepulcro, guardado detrás de las paredes de la iglesia, encerrado
en un ataúd de cristal, o reducido a la impotencia en la seguridad de un
convento o un monasterio.
A Él no se lo encuentra en la intimidad de los hogares, involucrándose en
la vida de los demás. Su mundo es el santuario, su paz sepulcral perturbada
solamente cuando, en raras ocasiones, es sacado para ser admirado, compadecido y
llorado por las multitudes.
El círculo intelectuales, Cristo es fácilmente transformado en un mero símbolo,
o forma de expresión. Se lo observa desde varios ángulos y se lo presenta como
un líder espiritual, un maestro o filosofo, un reformador social o quizá un
descarriado visionario que equivocó el camino en su deseo sincero de liberar a
la humanidad.
Algunos lo respetan y lo admiran ofreciendo miles de cumplido, mientras
otros lo pasan por alto con total indiferencia o burla. Algunos meramente lo
toleran, manifieste una actitud de solícito paternalismo. Sienten lástima por ÉL
porque lo ven, como diría Rubén Darío, aún caminando por las calles “flacucho y débil”.
Para ellos Él es el Cristo que, según Amado Nervo, golpea vanamente a las
puertas, buscando un lugar donde poder descansar:
Cristo: De todas partes,
La ciencia moderna
te arroja
Sin compasión. Tú
No tienes dónde
vivir, Señor!
(Hospitalidad)
Véase----Parte II:
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