Capítulo
II
LA
EPOPEYA RELIGIOSA DE LA CONQUISTA IBÉRICA:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
2.1. El Motivo Místico De La Conquista (La Invasión de
Ibérica):
Cuando
en 1492 se desplegaron en las torres moriscas de la Alhambra de Granada los
estandartes de León y de Aragón, ochocientos años de lucha constante entre
cristianos y musulmanes llegaron a su fin, y España alcanzó su unidad. La Cruz había
vencido a la Media Luna, pero pese al hecho de que ésta desapareció para
siempre de las costas ibéricas, el fanatismo de los musulmanes se había
infiltrado en los seguidores de Cristo. El proceso unificador no
debía detenerse. Fernando e Isabel, los conquistadores de Granada, determinaron
que la España unida fuese exclusivamente para Cristo y los cristianos. Ese mismo año
se expulsó de la Península a los judíos.
Cristóbal Colón:
Cristóbal Colón: El explorador Cristóbal Colón, de probable
origen genovés, decidió, en contra de lo habitual, navegar en dirección a
Occidente con la intención de encontrar una ruta más corta hacia India y
China. El 3 de agosto de 1492 zarpó de Palos (Huelva, España), en el que
sería el primero de los viajes que realizó al llamado Nuevo Mundo.
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A pesar de que el
famoso almirante murió creyendo que lo había descubierto eran nuevas tierras de
Asia y no un continente completamente nuevo, el efecto psicológico producido
por los descubrimientos en el pueblo español fue el mismo. Parecía como si Dios
le hubiese hecho a España el don de tierra vírgenes porque ella le había hecho
entrega de un ser virginal a ÉL, y como prueba de su lealtad, había expulsado
de sus contérminos a moros y judíos. Tan grande fue la coincidencia que no hay
que asombrase mucho de que el fuego místico que ardía en el cristianismo se
convirtiera, al soplo de ese acontecimiento en imponente llama.
A unidad virginal
de España debía proyectarse ahora más allá de sus fronteras y las tierras
vírgenes de allende el océano occidental debían convertirse en vírgenes de
Cristo.
El fervor místico
de los Reyes Católicos, como la historia ha llamado a Fernando e Isabel, se
generalizó en toda la Península, y los grandes almirantes ibéricos se
contagiaron de él. Se sintieron hombres del destino. Colón mismo era en no poco
grado, un místico. “Yo viajo –escribe en una de sus cartas- en el nombre de la Santa Trinidad en quien pongo mis
esperanzas de victoria”. Su ufanaba del dignificado de su nombre: Cristóbal, Cristóforo, “portador de
Cristo”. Consideraba su gran descubrimiento como un milagro que se
realizaba en cumplimiento de una profecía del Antiguo Testamento. “Al llevar a
cabo la empresa de las Indias –dice- no fue la
razón ni la matemáticas ni los mapas quienes me asistieron; el descubrimiento
fue simplemente un cumplimiento de lo que Isaías dijo”. Quería decir
con ellos que “las naves de Tarsis” habían
sido conducidas por obra divina a las islas distantes para traer de lejos a los
recién nacidos hijos de León, “su plata y su
oro con ellos, al nombre de Jehová tu Dios”1). Hasta escribió Colón un libro sobre la profecía
que desgraciadamente se ha perdido.
Los primeros
exploradores y conquistadores europeos. Después de que Cristóbal Colón
regresara a España tras su expedición a San Salvador, Cuba y La Española
(1492-1493) otros exploradores europeos partieron rumbo a América del
Norte. En 1497, Giovanni Caboto exploró las costas de Labrador, Terranova
y probablemente, Nueva Inglaterra. A principios de la década de 1500, Juan
Ponce de León exploró Florida y parte de la península de Yucatán. En 1519,
Hernán Cortés hizo su entrada en México y durante años se dedicó a la
conquista del Imperio azteca.
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La ambición del
gran marinero era traer de las tierras recién descubiertas el dinero necesario
para equipar un ejército de 10,000 jinetes y 100,000 infantes y con ellos
organizar una expedición a Tierra Santa para rescatar del turco a Jerusalén.
El famoso marino
portugués, Vasco de Gama, tenía el sentimiento no menos vigoroso de que Dios
era su piloto a través de mares desconocidos. En cierta ocasión, que sus
marineros y piloto se habían amotinado, el noble capitán reunió en consejo a
los pilotos de la escuadra a bordo de su nave. Todos acudieron. En un lado del
combés puso los nonios y los mapas, y en otro, montones de grilletes. Cogió los
instrumentos y los papeles y los arrojó al mar, y señalando a la India oculta,
les dijo: “El rumbo es este y el piloto es
Dios”2).
Siempre es
espectáculo que impresiona el ver en acción a un hombre que tiene la convicción
de que Dios le ha dado una tarea que llevar a cabo. Tal persona constituye una
fuerza que hay que tomar muy en cuenta. Pero impresiona infinitamente más el
ver a una nación entera en que todos y cada uno, desde las testas coronas y los
ministros de la religión hasta el soldado raso, el marino y el mendigo, están
convencidos de que su país ha sido escogido por Dios para realizar un alto
destino. Semejante nación es, por el momento, invencible. Tal es el espectáculo
que comienza a presenciarse en España hacía fines del siglo quince y que
continuó desarrollándose durante todo el dieciséis. Introspeccionemos el alma
de España en ese instante en que el país se apresta para su gran epopeya
religiosa.
España fue dotada
de un sentido de misión. Como su propio Don Quijote podías deciros entonces: “Yo sé quién soy y lo que puedo ser”.
Se sentía un “vaso escogido”,
el “brazo del
Señor” para establecer su justicia en a tierra. Tenía un concepto
viril de Dios. El Eterno no era una divinidad remota y fría, ni apenas una
especie de abuela celestial bonachona y complaciente. “Es un Dios”, decía un escritor de
aquellos tiempos heroicos, “cuya atención y cuidado se extiende desde la última
hormiga, individualistamente, al mayor y más espléndido de los soles”. El
culto de los santos no había expulsado aún de la conciencia popular el sentido
de la Deidad.
Durante la época
más excelsa de España, el cristianismo tenía ahí un decidido sabor a Antiguo
Testamento. El texto favorito del Nuevo Testamento parece haber sido aquel de
Jesús: “He venido no a meter paz sino espada”.
Se hicieron socios la ESPADA y la CRUZ.
Y fue esa sociedad, que se formara en nombre del evangelio, y por la cual la
espada se encargó de abrirle paso a la cruz, lo que constituyó la originalidad
del cristianismo español. Siglos antes, en las Cruzadas, la espada se había
puesto al servicio de la cruz para rescatar el lugar en que ésta había nacido;
en muchas ocasiones se ha empleado la espada para defender derechos y
libertades religiosas y aun para perseguir a los herejes dentro de las
fronteras nacionales. Pero por la primera y última vez en la historia del
cristianismo la espada y la cruz
formaron una alianza ofensiva para
llevar el cristianismo o lo que se consideraba como tal, a tierras extrañas.
Esta entente
originalísimo y en sumo grado siniestra fue consecuencia natural de las
condiciones peculiares en que se había nutrido durante los ocho siglos anteriores
de la vida religiosa española. “España -dice el brillante y lamentado ÁNGEL Ganivet- fue la nación que creó un cristianismo más suyo, más
original, en cuanto dentro del cristianismo cabe ser original… La creación más
original y fecunda de nuestro espíritu religioso, arranca de la invasión árabe…
Mientras en las escuelas de Europa la filosofía cristiana se desmenuzaba en
discusiones estériles y a veces ridículas, en nuestro país se transformaba en
guerra permanente; y como la verdad no brotaba entre las plumas y tinteros,
sino entre el chocar de las armas y el hervir de la sangre, no quedó consignada
en los volúmenes de una biblioteca, sino en la poesía bélica popular. Nuestra Summa*) teológica y
filosófica está en nuestro Romancero”3).
España se emborrachó de
religiosidad.
El Estado no se concebía como un fin en sí mismo, según erróneamente se han concebido a sí mismos los estados
democráticos, sino como un medio para más alto fin. Se le dio al Estado una
finalidad religiosa al mismo tiempo que un contenido dogmático preciso. La Iglesia Romana se
nacionalizó española y se fundió con el Estado en tal forma que despareció la
distinción jurídica entre Iglesia y Estado. Se identificaron el trono
y el altar,
el patriotismo
y la religión.
Como consecuencia lógica no podían tolerarse dentro de las fronteras del Estado
ningunas minorías ni herejes. Los monarcas españoles se convirtieron en sacerdotes-reyes, como lo habían sido
los faraones egipcios. Fernando ambicionó y recibió el título de Patriarca de las
Indias. Tiempos después, cuando la Iglesia Cristiana de la época se
escindió como resultado de la Reforma
Protestante, España se hizo campeona de la causa de Roma, en defensa
de lo que concebía como posesión ecuménica. La aparición de la herejía
añadió nuevo combustible a su fanática pasión religiosa. Y así, en el momento en que Europa
se disponía a aparar un nuevo período de
actividad, España hacía otro tanto pero el objetivo supremo que se propuso fue
la conquista de almas, a las que se ofrecía el dilema de convertirse por medio
de la CRUZ
o ser sacadas del cuerpo por medio de la espada.
___________
*) Suma. (Del lat. summa).
f. Agregado de muchas cosas, y más comúnmente de dinero. || 2. Acción y efecto
de sumar. || 3. Lo más sustancial e importante de algo. || 4. Recopilación de
todas las partes de una ciencia o facultad. || 5. Mat. Resultado de añadir a
una cantidad otra u otras homogéneas. || 6. Operación de sumar. || en ~. loc.
adv. en resumen. || ~ y sigue. expr. U. para indicar que, sumadas las
cantidades que se anotaron en una plana, continúa la suma en la plana
siguiente. || 2. coloq. Denota la repetición o continuación de algo.
(Microsoft® Encarta® 2008).
Colón zarpando en 1492: La
litografía muestra el momento en que Cristóbal Colón inició, en 1492, su
primer viaje en busca de una ruta más corta hacia Asia. En el transcurso
del viaje Colón descubrió las islas que serían conocidas como Indias
occidentales (actuales Antillas), en el mar Caribe. Colón se despide de
los Reyes Católicos, Fernando II e Isabel, que financiaron este primer
viaje. (Microsoft
® Encarta ® 2008).
|
Y así se inició
esa gran épica, La realidad del deseo de Isabel de que el nuevo mundo se
convirtiera a la fe católica aparece en los decretos reales y en las
instrucciones a los jefes expedicionarios. Se exigía que todo galeón llevase su
capellán y toda expedición su confesor. Andando el tiempo, y una vez consolidado el poder español en las
Indias, sacerdotes y frailes se embarcaron en gran número para ir a cumplir la
tarea de la evangelización.
Y ciertamente nunca escasearon en la edad de oro de España. El clero
constituía la cuarta parte de la población adulta del país. Durante el reinado
de Felipe II había 312,000 sacerdotes,
200,000 clericós de las órdenes menores y
400,000 frailes.
El Papa otorgo a
España absoluto poder espiritual sobre los habitantes del Nuevo Mundo a quienes los Reyes Católicos estaban ansiosos de
convertir a la Santa Fe católica. “España,
como Segismundo, -el personaje de La Vida es Sueño,
el mayor y más simbólico de los dramas
españoles-, fue arrancando violentamente
de la caverna de su vida obscura de combates contra los africanos, lanzada al
foco de la vida europea y convertida en dueña y señora de gentes que ni
siquiera conocía”5).
2.2.
La Última De Las Cruzadas:
Cuando de las
Cruzadas de la Edad Media quedaba apenas un remoto recuerdo, España salió de su
caverna y añadió a ellas una más, acaso la mayor y más importante de todas por
sus extensas consecuencias. Surgió España de su secular oscuridad y se lanzó,
en pos de Colón, a troquelas en el nuevo mundo que éste descubrió, la imagen y
semejanza de la unidad y la fe española. El sueño de la nación hispánica no fue
rescatar para el presente algo que pertenecía al pasado, sino proyectar pasado
y presente sobre el futuro.
De entre los
caballeros y frailes que atestaban la Península se reclutaron los nuevos
cruzados. Las almas de estos personajes clásicos se habían entremezclado de tal
modo durante las prolongadas guerras contra el Moro y Castilla les había inculcado
a tal grado su espíritu místico y
guerrero, que el resultante típico era un paladín ascético y un fraile marcial.
Había, pues, un fraile bajo todo caso de hierro y un caballero bajo toda
cogulla. No podías ser de otra manera en un país que tenía una Ávila y una
Salamanca. La
primera se gloriaba de su sobre nombre: “Ávila
de los Caballeros” y “Ávila de los Santos”, al paso que en la
erudita y mística Salamanca renacía la síntesis medieval y se preparaba una
nueva fusión de los símbolos de la Iglesia y el Estado. Pizarro y Cortez fueron
contemporáneos y casi vecinos de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. En
Castilla del siglo de oro español, diariamente se codeaban el místico y el
pícaro. Así el espiritual Don Quijote como el materialista Sancho Panza tomaron
pasaje para las Indias. Hay que decir, sin embargo, que la parentela y progenie
del segundo que se colaron hacia el Nuevo Mundo, fueron infinitamente más
numerosas que las del primero.
¿Cuáles eran
los principios que guiaban a los hombres que cruzaron con Colón el océano
occidental o que vinieron tras el gran marino? Don Gonzalo de Reparaz,
editor de la famosa Historia
de las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas, describe como
sigue a los compañeros de aventura del ilustre genovés: “El
español que emprendió con Colón la aventura ultramarina era en verdad
aventurero y nada más, educado en estos tres principios por la ocho veces
secular Re-conquista: que es grato al Señor
matar y robar infieles; que las clases más nobles son el guerrero y el
sacerdote (como en la India); que el trabajo
envilece (ídem), y que la tierra pertenece a la Corona y a la nobleza que la
conquistan y a la Iglesia que sanciona la posesión compartiéndola. Tales ideas,
de pura estirpe aria (mescladas con las bíblicas6) o semitas que ya
dije), pero no cristianas, le habían de guiar en la colonización y
cristianización de las nuevas tierras”. “El
Evangelio oficial es el de Cristo. El popular, el de Lazarillo de Tormes y
Guzmán de Alfarache”7).
Hay abundantes
evidencias para probar que los Reyes Católicos, y luego el emperador Carlos V,
eran perfectamente sinceros en su deseo de
que los nativos de América se convirtiesen a la fe cristiana y de que,
una vez convertidos, fuesen tratados de acuerdo con los principios cristianos.
Pero además de su comisión oficial todo capitán cruzado poseía una comisión
secreta que le conferían las inquebrantadas tradiciones de su casta desde los
días del Cid. Ganivet ha formulado con las siguientes palabras la ley tradicional
de la caballería andante española: “El código judicial del caballero se reducía a esto: Llevar en
el bolsillo una carta legal que no tenías más que un artículo: ‘Se autoriza a este español a hacer lo que le dé la gana’
”. En la
historia de la ocupación ibérica del Nuevo Mundo los que ejercían la autoridad seguían
sus impíos caprichos haciendo por completo caso omiso de las ordenanzas legales
y de los requisitos de su comisión oficial.
Observemos a los
cruzados en acción. ¡Qué magníficas quijotadas jalonan la ruta de la Conquista!
Al norte del Ecuador, Hernán Cortés, barrenó tras él sus diez navíos, y con
un puñado de temerarios castellanos, conquistó el reino azteca de Moctezuma.
Francisco Pizarro, el ex porquero de
Extremadura, encallado en una isla desierta del Pacífico, trazó una línea en la
arena con la punta de su espada e invitó a todo verdadero castellano a cruzarla
para significar así le seguiría de ahí en adelante a la conquista del Perú.
Con los doscientos guerreros
estrafalarios que cruzaron la línea, Pizarro escaló la cordillera andina y
conquisto el gran imperio incaico de millones de súbditos, tomando cautivo al
propio Inca. Desde los comienzos de su empresa los conquistadores descubrieron
un absorbente interés en la perspectiva del botín Cruz, si fuera un motivo en
los pensamientos de los monarcas católicos sucesivos que ordenaron la aventura,
se convirtió en nada más que un pretexto en la mente de quienes la llevaron a
cabo.
“No los lleva Cristiandad
sino el oro y la codicia”.
Tal dice de aquellos cruzados Lope
de Vega el gran dramaturgo poniendo esas palabras en boca del Diablo. En ese
caso el Diablo tenía razón. Y peor todavía, no existía en la España de aquellos
tiempos ningún sentimiento popular contrario a la satisfacción de la innata
concupiscencia del oro en la forma menos escrupulosa. La literatura picaresca
ofrece de ello abundantes ejemplos. En el dicho de
uno de los personajes de Tirso hallamos cristalizada esa actitud popular hacia
el robo: “Hijo, esta de ser ladrón no es arte mecánico sino
liberal”.
Fue la codicia del oro lo que tentó
a los conquistadores (invasores).
Una de las primeras cosas que asombraron a los marineros de Colón al pisar las
playas del Nuevo Mundo fue el número de brazaletes y anillo que portaban los
indios. Y aunque no hallamos trazas de codicia en el propio gran capitán, sin
embargo, dada la codicia de la Corte Española, y por los muchos enemigos que
tenía Colón debido a ser extranjero, tuvo que dedicarse a mucha parte, con tal
de que su obra de descubrimiento pudiese continuar, a amasar riquezas para
Castilla.8)
Siempre en busca de El Dorado,
dos capitanes de aquella cruzada, Pizarro y Almagro, llegaron al Ismo de Panamá*).
Hicieron ahí pacto con cierto fraile Luque, quien ofreció costear la empresa de
descubrir la Tierra del Oro. El frailuno financiero celebró misa y tres hombres participaron de la misa**) hostil como voto y promesa
de que el despojos se dividía entre ellos por partes iguales. Las palabras
pronunciadas por Pizarro al trazar su famosa línea en la arena simbolizan el
espíritu de la Conquista: “Pasad de este lado, e id al Perú para haceros ricos;
quedad de aquel lado, y volved a Panamá para ser pobres”. Más tarde,
cuando el monarca de los incas cayó preso de los españoles, y después que sus
vasallos habían traído de la capital de su imperio la fabulosa cantidad de oro
que se tenía estipulado como rescate***),
sus traicioneros captores violaron su promesa.
___________
*)
Con la entrada de los
españoles en la ciudad de Cuzco en 1534, concluyó la conquista militar del
Perú, llevada a cabo por Francisco Pizarro, y dio comienzo el desarrollo del
asentamiento colonial en el área dominada hasta ese momento por el Imperio inca
o Tahuantinsuyo que, a partir de 1542, entró a formar parte del virreinato de
la Nueva Castilla, conocido más tarde como virreinato del Perú, y que
estableció su capital en Lima, fundada en 1535. Su demarcación incluyó con el
tiempo el espacio comprendido entre Panamá y Chile, de norte a sur, a excepción
de la actual Venezuela, y, hacia el este, hasta Argentina, con la excepción de
Brasil, que pertenecía al dominio portugués. El periodo transcurrido desde 1534
hasta 1544 estuvo presidido por los enfrentamientos entre los partidarios de Francisco
Pizarro y Diego de Almagro, los dos socios que se habían unido en 1524,
junto a Hernando de Luque, para llevar a cabo una expedición en busca
de las tierras del Virú o Birú (Perú), de las que llegaban noticias que
hablaban de la existencia de grandes riquezas. El nombramiento de Pizarro como
primer gobernador y el desigual reparto de los beneficios en la concesión de
tierras y títulos entre ambos socios fue una fuente permanente de luchas, conocidas
como ‘guerras civiles’, que continuaron tras la ejecución de Almagro, derrotado
en la batalla de las Salinas en 1538, y la de Pizarro, asesinado por los
almagristas en 1541. (Microsoft ® Encarta ® 2008).
**) Misa. (Del b. lat. missa, despedida, misa). f.
Celebración de la eucaristía. Eucaristía. (Del lat. eucharistĭa, y
este del gr. εὐχαριστία, acción de gracias). f. Rel. En la Iglesia católica,
sacramento instituido por Jesucristo, mediante el cual, por las palabras que el
sacerdote pronuncia, se transustancian el pan y el vino en el cuerpo y la
sangre de Cristo. || 2. Rel. Misa (ǁ celebración de la eucaristía). (Microsoft®
Encarta® 2008).
***) Atahualpa (c. 1500-1533), último soberano del
Imperio inca (1525-1533). Cuatro años después de la muerte de su padre (1525),
el inca Huayna Cápac, Atahualpa se enfrentó por la sucesión con su hermanastro,
el gobernante inca Huáscar, a quien Atahualpa derrotó en la batalla de
Huancavelica (1530) y después encarceló y ordenó matar a todos los miembros de
la familia real que pudieran intentar destronarle. En 1532 Atahualpa se
enfrentó al español Francisco Pizarro y al resto de los seguidores de Huáscar,
que se habían aliado con los españoles. En Cajamarca, el ejército de Atahualpa
sufrió una emboscada, y miles de sus seguidores fueron asesinados. Él mismo fue
capturado para exigir a cambio de su liberación un rescate, pero según
pruebas de perjurio, fue acusado de conspirar contra Pizarro y ejecutado. Poco
después, Pizarro tomó la capital inca de Cuzco y, en pocos años, la Corona
española dominó todo el Imperio. (Microsoft ® Encarta ® 2008).
En vez de
poner en libertad a Atahualpa, lo ejecutaron, mientras su padre espiritual, el
padre Valverde, alzando en alto la cruz, absolvía a los asesinos. Aquellos
hombres estaban entregados a la causa de la cruzada bajo la protección de la
Cruz. Su misión oficial era obligar a los paganos a someterse al símbolo
sagrado. Por lo tanto, estaban convencidos en lo más íntimo de su corazón, de
que nada de lo que hicieran podría ser malo.
La
religiosidad de los conquistadores no es menos sorprendente que su codicia de
oro y su conducta sin escrúpulos. Se tomaron muy en serio por apóstoles del
cristianismo, aunque su religión personal era más cuestión de simples palabras
y formas. Escuchad una proclama de uno de los más famosos de su casta: “Yo, Alfonso Ojeda, servidor de los altísimos y poderosos
reyes de León, conquistador de las naciones bárbaras, su emisario y general, os
(a
los indios de las Antillas, 1502) notifico y
declaro del modo más categórico, que Dios nuestro Señor que es único y eterno,
creó el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de los cuales vosotros, yo y
todos los hombres que fueron y serán en el mundo descienden”9).
Cortés, el
conquistador de México, jamás, a pesar de su implacable ferocidad, habló a un
sacerdote sin descubrir e inclinar la cabeza. Se cuenta que cuando los
mensajeros de Moctezuma llegaron al campo español con las nuevas de las
riquezas del monarca azteca. “Cortés prefigura
es su ánimo el inmenso botín que lo espera. Y exclamó: ‘Gran señor y muy rico
debe ser Moctezuma’. ‘Pero, añade el cronista Bernal Díaz, ‘como era la hora
del ángelus todos se arrodillaron y oraron”10).
Los
conquistadores españoles, como los donjuanes españoles, no eran en modo algunos
irreligiosos. Bajo la brutalidad de aquéllos y la licenciosidad de éstos, la
religión vivía una vida encubierta de fórmulas mágicas y prácticas rituales.
Comparad el Don Juan de Tirso de Molinas en su Burlador de Sevilla o
el Don Tenorio de Zorrilla con el Don Juan de Moliere, y descubriréis
inmediatamente la religiosidad innata del compadre francés. Este es
completamente incrédulo, mientras el otro jamás niega la vida futura, pero por
lo remoto de la justicia futura vive sin parar mientras en la idea de las
sanciones divinas.
2.3. La Cruz Y La Espada En Acción:
Los métodos
que adoptaron los conquistadores para propagar la religión cristiana estaban
muy a tono con la falta de ética de su religión. El curso de la conquista del
Perú, desde la llegada de los españoles hasta la muerte de Atahualpa, el
monarca inca, ofrece perfecto ejemplo de evangelismo belicoso. Cuando un
representante del Inca visitó a los
españoles en Tumbes, punto de la costa peruana en que desembarcaron los
invasores, Pizarro los arengó, con el fin de descubrir sus intenciones y
comunicarles a su soberano, con estas palabras: “Venimos
de Castilla, donde manda un potentísimo, cuyos vasallos somos. Hemos salido
para poner debajo de la sujeción de nuestro rey cuantas tierras hallemos. Y es
nuestro principal deseo daros a conocer que adoráis dioses falsos, y que tenéis
necesidad de adorar al solo Dios que ésta en los cielos; porque los que no le
adoren, ni cumplan sus mandamientos irán a abrasarse en el fuego eterno del
infierno; y los que le acatan como a criador del mundo, gozarán en el cielo de
dicha eterna”11).
En la marcha por los pasos andinos a
Cajamarca, donde el soberano indio tenía temporalmente su corte, Pizarro alentó
a sus tropas diciéndoles: “No os ponga temor la multitud de los enemigos y el ser
nosotros tan pocos. Aunque fuésemos menos y ellos en mayor número, más es la ayuda de Dios, que nunca
abandona a los suyos en la necesidad. Él nos favorecerá para abatir la soberbia
de los gentiles y traerlos al conocimiento de nuestra Santa Fe Católica”12).
La noche anterior al pérfido ataque contra
Cajamarca y la captura del Inca. Los sacerdotes
de la expedición, habiendo invocado el auxilio divino con largas oraciones y
sangrientas disciplinas, celebraron el sacrificio de la misa y prometieron la
victoria en nombre de Dios y de su Santísima Madre. Los guerreros cristianos
entonaron fervorosos el salmo, “Levántate Señor, y juzga tu propia causa”.13)
A la mañana siguiente, cuando todo estaba
aparejado para el ataque, fue necesario cumplir, antes de que éste comenzara,
con una forma empleada universalmente por los conquistadores. Tenía que
anunciársele a Atahualpa un sumario de la fe cristiana y exigírsele sumisión al
emperador y a la fe católica. Si rehusaba, como por anticipado se tenía la
seguridad de que lo haría, quedaba justificado el uso de la fuerza. Según esto,
el fraile dominico Valverde se apersonó con el monarca llevando la cruz en la
mano derecha y la Biblia en la izquierda.
Habiendo
hecho el signo de la cruz sobre el real cautivo, pronunció una homilía adaptada
de un modelo compuesto por los teólogos y jurisconsultos de la época, y que
decía en sustancia lo que sigue: “Yo soy sacerdote de Dios y enseño a los cristianos
las cosas divinas, y asimismo las vengo a enseñar a vosotros. Dios, que es uno
en esencia y trino en persona, creó el cielo la tierra y cuanto hay en ellos;
formó de barro a Adán, que fue el primer hombre y de una de sus costillas a
Eva, de quienes todos descendemos. Habiendo desobedecido nuestros primeros
padres a su creador, nacemos todos en pecado y nadie alcanzaría la gracia
divina ni iría al cielo, si Jesucristo, que es hijo de Dios, no hubiera encarnado
en las extrañas de la Virgen María; y si nos redimiera muriendo por nosotros en
una cruz. Jesucristo resucitó de entre los muertos y subió a los cielos dejando
al apóstol San Pedro por su vicario en la tierra y poniendo todo el mundo bajo
su jurisdicción.
Los papas,
que son los sucesores de San Pedro, gobiernan el género humano; y todas las
naciones, en cualquiera parte que vivan, y sea la que quiera su religión, deben
obedecerles. Un papa ha dado a los reyes de España todos estos países para
pacificar a los infieles y tráelos al dominio de la Iglesia Católica fuera de
la cual nadie puede salvarse. El gobernador Pizarro ha venido con esta
comisión. Debéis pues, Señor, reconoceros tributario del Emperador, abandonar
el culto del sol y todas las idolatrías que os llevarían al infierno, y recibir
la religión verdadera. Si así lo hacéis, Dios os dará el premio y los españoles
os protegerán contra vuestras enemigos”14).
El Inca replicó altivamente que él no sería vasallo de
ningún rey. Negó
además el derecho del Papa a distribuir tierras que no le pertenecían y rehusó
cambiar su dios-sol
por un Dios que había sido muerto por las criaturas que había hecho. Inquirió
dónde había Valverde aprendido semejante doctrinas, y como éste le tendiera la
Biblia, el Inca la tomó y la arrojó con gran enojo al suelo, jurando que
lograría satisfacción por los ultrajes cometidos por los españoles en su marcha
desde la costa. “¡Los Evangelios en tierra¡” –grito
el monje- ¡Venganza, cristianos! ¿No veis lo que pasa? ¿Para
qué estáis en requerimientos con este perro lleno de soberbia? ¡Que vienen los campos llenos de
indios! Salid a él,
que yo os absuelvo”15).
Después de
haber estado Atahualpa cautivo nueve meses y medio, los españoles faltaron la
palabra que con él habían empeñado respecto a su libertad, y tras un juicio que
fue una farsa, lo condenaron a ser quemado. Valverde, a quien correspondía la
responsabilidad principal por la sentencia, se aproximó entonces al condenado
prometiéndole que si se hacía cristiano, la muerte por el fuego le sería
conmutada por la más rápida del garrote.
El Inca
consintió y se bautizó, con el nombre de Juan en honor el evangelista, en cuyo
día estaban. Tras el bautismo, Atahualpa fue estrangulado por medio del
terrible garrote, mientras los españoles lo rodeaban cantando el credo.16)
Don Alonso de Ercilla y Zúñiga describe una escena muy parecida
en su famoso poema La Araucana. El
gran jefe araucano, Caupolicán, había caído en manos de los españoles y sido
condenado a muerte. Antes de cumplirse la sentencia expresó sus deseos de
bautizarse y hacerse cristiano. El poeta, que tomó parte en la conquista de Chile, dice
esto:
Causa lástima y junto gran contento
al circunstante pueblo castellano.
Inmediatamente,
…con solemnidad le bautizaron,
y, en lo
que el tiempo escaso permitía,
en la fe
verdadera le informaron.
Este le dio
…esperanza ya de mejor vida.
Después de aquello, los
cristianos que tan exaltado gozo habían sentido por su conversión, lo hicieron
sentarse en una aguda estaca y lo atravesaron con sus flechas. ¡Magnífico ejemplo de “caridad teológico”, evangelización por la fuerza para salvar las almas
del infierno! Como precaución contra la posibilidad de un perjurio
por parte de los
“cristianos” así ganados y cuya perseverancia en la fe se prestaba a
dudas, se despachaba a las almas a tomar posesión de su hogar celestial aun
antes de que el agua del bautismo hubiese tenido de sacarse en sus cuerpos.
Lo que los
indios pensaban de esta clase de religión, resalta en las palabras del orgullo
cacique cubano Hatuey.
Este intrépido jefe, al ser condenado a ser quemado vivo, recibió la
exhortación de su confesor a convertirse e irse así al cielo. “-¿Hay cristianos en el cielo?
–preguntó el cacique. Ante la natural respuesta afirmativa, contestó: -No quiero ir a
un paraje donde pueda encontrarlos”17).
Pero aunque
su mensaje religioso estaba enteramente desposeído de contenido ético y sus
propias vidas carecían de atractivo y consistencia cristiana, los
conquistadores tuvieron, según el sentir de un escritor sudamericano que ha
hecho un estudio profundo de aquel período, una verdadera pasión por los ritos
externos del catolicismo. “Una iglesia, una capilla, siquiera un oratorio de paja y barro se
levantan junto a los cobertizos que improvisa la avanzada exploración en el
primer paraje donde hace un alto. La ceremonia e invocación religiosas se
realizan, a veces a la sombra de los árboles, en medio del desierto, sin otro
ritual que la prosternación ante la cruz que alza en alto el fraile de la
caterva.
Nombres de santos van señalando las
etapas del camino. Hay fórmulas
litúrgicas para santificar el menor acto de la vida guerrera: la
partida, el arribo a un gran río, el avistamiento de una montaña, el momento
del ataque, la erección del árbol de la justicia en el lugar donde va a plantar
un jalón la empresa aventurera”18).
2.4. Los Frutos De La Cruzada:
Acompañando
a los aventureros, o siguiendo sus pasos, iban los frailes misioneros. Pero
éstos también abrieron sus propias brechas al través de las selvas dirigiéndose
al remoto interior. Honor a quien merece, y bien lo merecen estos hombres de
los cuales fueron almas cristianos heroicas. Jamás se sabrán los nombres de los
más grandes entre ellos, que hallaron en la selva, tumba de soldados desconocidos.
A algunos de ellos, sin embrago, la historia les ha hecho santuarios en sus
anales. Entre los mayores debe ponerse a los jesuitas Anchieta y Nóbrega. En tanto que ricas y bellas
regiones del Brasil quedaban desoladas por la guerra incesante entre los soldados
portugueses de fortuna y las tribus salvajes del interior, estos misioneros
penetraron hasta el corazón de las tierras bárbaras y conquistaron con su
cristiano espíritu a los indios.
Aun
ofrecieron constituirse en rehenes en
manos de los salvajes como prenda de que los aventureros, en cuya palabra los
indios no podían confiar, ya no cometerían más ultrajes. Del grande y noble
misionero Fray
Bartolomé de las Casas hablaron después. Y algo más debe decirse
en honor de los monjes cruzados y de sus sucesores inmediatos: sólo ellos
representaban la cultura y la humanidad. Fueron maestros en muchas
artes y oficios. Junto con sus dogmas y ritos introdujeron semillas, renuevos,
animales domésticos y herramientas. Estudiaron también las costumbres de los
pueblos aborígenes recogieron sus tradiciones y reunieron datos sobre su
historia primitiva.
Sin
embargo, sus labores religiosas, juzgadas según normas cristianas de cualquiera
clase, fueron fatalmente deficientes, a pesar de la buena voluntad y el
sacrificio propio que pusieron en ella. Tomemos como caso típico la
evangelización del Perú. Los cruzados hallaron ahí una religión que estaba
ligada indisolublemente con la familia reinante y el Estado. La religión inca se
basaba más en un código de moral que en una concepción metafísica, hallándose así más próxima a la religión de China que a
la de la antigua India, con la cual ha sido a veces comparada. La religión
y la política
tenían su origen en los mismos principios y autoridades. Por causa de esta
identificación con el régimen social y política la religión inca no pudo
sobrevivir al Estado inca ya que sus fines eran más temporales que
espirituales; se preocupaban más por el reino de la tierra que por es de los
cielos, y constituía una disciplina social más que individual.
Por lo tanto, el mismo golpe
fue fatal para la teocracia y para la teogonía, mientras que la nueva religión
de los conquistadores se aceptó pasivamente y como cosa corriente. Para un
pueblo incapaz de distinguir lo espiritual de lo temporal, la dominación
política implicaba dominación eclesiástica.
¿Cómo se produjo y consolidó está última? El
suntuoso ritual y el culto emotivo del catolicismo se adaptaban de manera única
a cautivar una población que no podía elevarse, de pronto, al nivel de una
religión espiritual. Los indios fueron bautizados en masa. Sus antiguos fetiches recibieron
nombres cristianos: a los dioses incas sustituyeron las efigies de los santos católicos en
tanto que el ritual católico podías producir las experiencias emotivas de la
vieja fe que se inyectaban ahora en las nuevas observancias.
“Esto –dice un
historiador peruano, Emilio Romero- explica
el delirio pagano con que una muchedumbre de indios del Cuzco se sacudía en
presencia del Señor de los
Temblores, en quien veían la imagen
tangible de sus reminiscencias del antiguo culto. Innecesario es decir que el
contenido y espíritu de la ‘devoción’ de los
indios eran por completo extraños al pensamiento de los frailes”.
Este caso es el simbólico de un proceso por medio del cual la religión católica
se sobreponía a los ritos indígenas sin transformar el contenido de éstos. Es
obvio que tal político tenía un gran valor psicológico donde todo el propósito
de la evangelización era nada más conseguir que los convertidos aprendiesen
correctamente ciertas fórmulas religiosas y pasaran por el mecanismo de los
ritos establecidos del catolicismo. La transición a la nueva religión llegó a
ser, pues, casi imperceptible. Se produjo un estado de cosas análogos al que
ocurrió entre los colonos samaritanos de quienes dice la Biblia que “temían a Jehová y honraban a sus dioses”19). Se
me informa por cierto –dice Castro. Unos de los primeros virreyes del Perú
escribiendo en 1565- que de más de 300,000 convertidos bautizados no más de
cuarenta eran cristianos. El resto eran tan
idólatras como siempre.
Cautivada la mente de los
indios por un culto y una liturgia adaptados a sus costumbres aborígenes, la
tarea de la catequización resultó fácil. Pero, de hecho, la falta de
resistencia ofrecida a la labor del catequista hizo ésta completamente estéril
e ineficaz. La misma pasividad con que los indios se prestaban a la
catequización, sin entender el catecismo, debilitó espiritualmente el
catolicismo en el Perú. El misionero no tenía que vigilar la pureza dogmática;
su misión se reducía a la de un guía mal, pastor eclesiástico de un pueblo que
carecía por completo de inquietud espiritual. El ideal del cementerio se
realizó de sobre20).
Felipe II:
Felipe II, hijo del emperador Carlos V, reinó sobre
una enorme cantidad de territorios, diseminados por todo el globo
terráqueo, desde 1556 hasta 1598 y bajo su gobierno se erigió una de las
obras cumbres del arte español de todos los tiempos, el monasterio de El
Escorial (en la provincia de Madrid), donde se encuentra esta pintura de
Juan Pantoja de la Cruz que le representa ya a una avanzada edad. (Microsoft ® Encarta ® 2008)
|
Mientras tanto, los cofres
reales de España se desbordaban de oro, y eso constituyó su ruina. España había
salido de su “caverna” a conquistar y
catolizar el Nuevo Mundo. Lo conquistó, en efecto, pero al catolizarlo se
descristianizó a sí misma, y retornó ya no a una caverna sino a una sepultura.
Con el oro de Indias Felipe II* se construyó una tumba. El
Escorial, pirámide de este faraón español, es el sepulcro de una gran ilusión.
___________
1) Isaías 60:9.
2) Oliveira Martins, Historia de la
Civilización Ibérica, Ed. “El Ateneo”, pág. 294.
3) Historia de las
Indias, Vol. I, pág. 208.
4) Religión y ESTADO
en la España del Siglo XVI, pág. 61.
5) Ángel Ganivet
Idearium pág. 127.
6) Se refiere a ciertas ideas que se hallan
en El Antiguo Testamento. Así en su original, Makay traduce “Old Testament”.
(Nota del traductor)
7) Prólogo a la Historia de las Indias, Vol. I,
págs. IX Y XIII.
8) Historia de las Indias Vol. I, pág.
208.
9) Oliviera Martinas: Historia de la
Civilización Ibérica, pág. 297. En la novela póstuma de Blasco Ibáñez, El
Caballero de la Virgen, se hallaba una descripción de este famoso caballero.
10) Cit. Por
J. B. Terán, El nacimiento de la América española, pág. 185.
11) Lorente,
Historia de la Conquista del Perú, págs., 62, 63.
12) Idi, pág. 124.
13) Id., págs. 142, 143.
14) Id.,
págs. 149, 150.
15) Id.,
pág. 151.
16) Id.,
pág. 198.
17) J. B. Terán, El Nacimiento de la América
Española, pág. 194.
18) Id.
Pág. 182.
19) 2 Reyes
17:33.
20) La
sección precedente debe mucho a un admirable estudio de la religión en el Perú,
por José Carlos Mariátegui, que se halla
en su libro Siete Ensayos de
Interpretación de la Realidad Peruana.
21) J. B. Terán, El Nacimiento de la América
Española, pág. 194-195.
*) Enfrentamiento con Felipe: Pese a que el
soberano de España, Felipe II, competía con Pío V en el celo con que ambos
defendían el catolicismo (fruto de esa coincidencia de intereses fue la
formalización de la Liga Santa), entre el Rey y el Papa surgieron algunos
puntos de fricción que a punto estuvieron de alcanzar el grado de ruptura
total. Ello se debió a que, mientras que Pío V protegía los derechos de la
Iglesia a ultranza, Felipe II sostenía de forma resuelta la condición de regio
patronato de que gozaban sus reinos. Uno de los casos en que dicha pugna
alcanzó sus cotas de mayor virulencia fue el que tuvo por protagonista a
Bartolomé Carranza, teólogo español que tuvo una destacada intervención en el
Concilio de Trento, pero que fue acusado en 1559 de hereje por la Inquisición
española (con la anuencia de Felipe II) tras la publicación de Comentarios
sobre el catecismo cristiano (1558). Pío V logró, en 1567, que el proceso
inquisitorial seguido en España pasara a la jurisdicción romana y el nuevo
cariz que tomó aquél (tendente a la absolución de Carranza) disgustó tanto a
Felipe II como al Tribunal del Santo Oficio. (Microsoft ® Encarta ® 2008).
Véase capítulo III.
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