Capítulo XII
UNA CRÍTICA DEL PROTESTANTISMO EN
SUDAMÉRICA:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Puede
criticarse al autor de haber tratado, en el capítulo que antecede, el tema del
protestantismo en Sudamérica, en forma demasiado entusiástica y aprobatoria,
sin el despego necesario para hacer de él una presentación completa objetiva e
imparcial. El autor acepta esa crítica, pero se apresura a replicar que tal
despego es imposible cuando se trata de cuestiones espirituales candentes.
Todavía menos posible resulta ello en un caso en que el problema religioso de
Sudamérica ha sido la principal preocupación de la vida de un hombre, y cuando
éste ha halado dentro del movimiento general que acaba de describirse, la
esfera en que puede hacerse la más grande contribución a la vida espiritual del
continente. No obstante, el autor espera poder considerar en el presente
capítulo tan desapasionada y críticamente como sea posible, la cuestión general
del esfuerzo protestante en Sudamérica.
12.1.
La Cuestión De La Validez:
Se ha atacado en
varios terrenos el movimiento misionero protestante que tienen lugar en
Sudamérica. No hace mucho se formuló una nueva base de tal oposición, que
siendo la más espaciosa, ha de considerarse en primer término. Ya en un
capítulo anterior nos referimos al alegato que se oye a veces hoy de que la
presencia de las misiones protestantes en la América Latina constituye una
amenaza positiva a las relaciones entre los Estados Unidos y las repúblicas
latinoamericanas. La propaganda protestante procedente de los Estado Unidos
perjudica, se dice particularmente las relaciones comerciales entre el norte y
el sur. Nada podría ser más completamente falso.
Los comerciantes
latinoamericanos poseen un sentido demasiado astuto de los negocios para
permitir que el sentimiento religioso intervenga en la esfera del interés
comercial. Si no fuera por la depresión actual en el intercambio de artículos
entre los varios países americanos, la cual se debe a muchos otros factores
perfectamente conocidos, semejante carnal no
se habría propalado jamás.
Por otra parte,
los misioneros anglosajones han estado y siguen estando entre los mejores
exponentes de la cultura y espíritu de sus países respectivos, ante la América
Latina, y esta tendría, si no fuera por ellos y las instituciones que han
fundado muy superficiales y precarios datos para juzgar de la vida cultural de
Norteamérica. No se necesita tener una familiaridad muy íntima con las cosas de
América Latina para cerciorarse de que en muchos de esos países se duda con
frecuencia, aun en los círculos intelectuales, más altos de que el pueblo
norteamericano tenga algunos intereses culturales serios. Léase a tal respecto
el Ariel de
José Enrique Rodó, donde se representa a los Estados Unidos bajo la figura de
Calibán. Recuérdese también, a este mismo propósito, la afirmación publicada en
una revista católica romana de Buenos Aires, de que la Biblia norteamericana es
el directorio de los teléfonos.
El hecho es que
los escritores católicos romanos, secundados por cierta especie predispuesta de
literatos franceses, han tenido sumo interés en propalar por toda Sudamérica
las más erróneas ideas sobre la vida y la cultura norteamericana. Por el
contrario los misioneros evangélicos han hecho más que cualquier otro grupo
social por fomentar una verdadera estimación de la vida y cultura
latinoamericana en los Estados Unidos y de la vida y cultura norteamericana en
el mundo latinoamericano. Más todavía, ha habido casos en que misioneros
norteamericanos han tenido inclusive que sufrir a manos de los poderosos intereses comerciales
de su propio país, debido a que asumieron la defensa, con denuedo de los
intereses de la América Latina. Es ya un hecho comprobado de la historia el que
fue la influencia de los protestantes mexicanos y norteamericanos lo que
desmoronó el inicuo complot empollado por industriales poderosos, y auspiciado
por una organización periodística de mala reputación, para inducir al gobierno
de Washington a adoptar una política intervencionista en México.
Hasta donde se refiero al público
latinoamericano, los representantes del cristianismo evangélico son
considerados como los amigos más dignos de confianza de los países en que viven
y trabajan. No estaría fuera de lugar citar aquí un párrafo de la carta enviada
por Gabriela Mistral al
Congreso de Obra Cristiana reunido en Montevideo. No habiendo podido, a última hora,
asistir al Congreso, la poetisa y educadora chilena escribió lo siguiente:
“El
cristianismo, no lo olvidéis, es el único lazo entre los Estados Unidos y la
América Española. Sólo en la Palabra de Cristo nos encontramos y compartimos
una emoción común; lo demás es pura tragedia de diferencias”.
La segunda base de
ataque es de índole mucho más clásica. Se alega que el protestantismo es por
completo foráneo al espíritu latino, y que por tal razón jamás vendrá a ser una
expresión natural de la vida religiosa ni un elemento creador en el desarrollo
cultural de un pueblo latino. Surge inmediatamente la cuestión:
¿Y qué
es un pueblo latino?
¿Quiénes
son los miembros de la raza latina?
¿Hasta
qué punto puede sostenerse que los españoles y los portugueses son étnicamente
latinos?
Sobre todo,
¿Hasta
dónde puede decirse que la mayor parte de la población en la mayoría de los
países latinoamericanos es latina por sangre?
El hecho es que
los habitantes de la península ibérica y de sus antiguas colonias del Nuevo
Mundo, aun cuando su cultura sea esencialmente latina, no son latinos en sí más
que en un grado muy leve. Hablando éticamente la latinidad es en gran parte un
mito así en España como en Portugal y en América llamada Latina. Muchos
intelectuales de esas repúblicas se niegan sistemáticamente a emplear el
término América Latina al referirse a
esta parte del mundo, y prefieren decir ibero o Hispanoamérica.
Pero investigando
la verdad que puede haber en esa enojosa cuestión de la sedicente oposición
innata entre el protestantismo y la latinidad, dejemos a un lado, por el
momento, la Península y a América Latina. Generalmente se considera a Francia
como el centro de la cultura latina, y París ha sido durante más de un siglo la
Meca de los latinoamericanos. Sin embargo, ¿Hasta qué punto puede decirse que Francia es latina?
Permítaseme citar a este respecto algunas observaciones hechas por M.
Jacques Arnavon, distinguido intelectual y diplomático francés, que siendo
Ministro de su país ante el gobierno del Brasil, escribió una carta a un amigo
mutuo en Montevideo, en que hacía referencia la tesis sostenida por Navarro
Monzó de que el protestantismo es esencialmente antipático a la mente latina.
Según el pensador francés, personalmente católico, es un gran error agrupar
cierto número de naciones y llamarlas latinas. “No es posible –dice- clasificar a la Francia celta entre las naciones latinas.
Hay más en común entre un francés y un inglés, un holandés o un alemán, que
entre él y un lazzarone
napolitano, un changador portugués o un sudaméricano”.1)
“Pero en todo caso –prosigue
nuestro escritor- la Reforma del siglo
dieciséis tuvo poder de expansión bajo su forma ginebrina… ¿De dónde
procedía dicha Reforma? De Francia, en donde
un gobierno subvencionado por Felipe II y el Papa la ahogara. Sin embargo, en
1560 estuvo a punto de triunfar. Con un Goligny más arrojado y un Francisco I
menos frívolo, la Reforma hubiera prevalecido. Fracasó en Francia por causa
enteramente casuales y no naturales, prueba de lo que hallamos en el hecho de
que aquellos fuerzas fueron reprimidos de modo enteramente artificiales y por
tanto vinieron a estallar más tarde, bajo otra forma, en la Revolución Francesa”. Si se
admite que Francia y la Suiza francesa y la Suiza francesa no son éticamente
latinas, en suyo caso, por supuesto, resulta inevitable la conclusión de que la
Reforma protestante, en su expresión más potente, nació fuera del mundo latino,
debe admitirse cuando menos que Juan Calvino
era profundamente latino en su cultura, y que es el padre de la lengua que
durante el siglo pasado ha sido el instrumento principal de la más elevada
cultura en la península ibérica y en la América Latina.
¿Qué decir de la
Reforma protestante en España durante el siglo dieciséis? Lo mismo
que sucedió en Francia aconteció en la Península. Una gran proporción de la
mejor gente del país, gente latina por su cultura, estaba a favor de la
Reforma, unos en la forma erasmiana, otros en la luterana. Pero el movimiento
reformador fue ahogado en sangre por la Inquisición. Sólo pudo llevarse a cabo
tan completa extirpación de un movimiento religioso como el que hubo lugar en
la España del siglo dieciséis debido a que las nuevas ideas no se habían
posesionado de las masas en la misma forma que en Alemania, Holanda y la Gran
Bretaña. No obstante, no puede alegarse que haya algo en la naturaleza esencial
del protestantismo que no sea aceptable a un latino una vez que en éste se ha
despertado realmente el interés religioso, cuando afirma su amor natural de la
libertad y no se haya dispuesto a obedecer ciegamente la voz de la autoridad y
la tradición.
Es perfectamente
cierto según hemos visto ya, que la reacción natural para los latinos es
repudiar la credulidad ingenua de la “fe del carbonero” para caer en el más fanático de los radicalismos. El
eminente crítico Menéndez y Pelayo llegó hasta afirmar que para en español la
única alternativa espiritual posible es entre una lealtad incondicional a la
Iglesia o un completo agnosticismo. Históricamente, este juego del péndulo ha
quedado establecido como un hecho demasiado notorio. Sin embargo, la
posibilidad de tan violenta reacción es en gran parte la consecuencia de la
ausencia del cristianismo protestante, como influencia medianera y creadora, en
el mundo ibérico. Nada se ha necesitado ni se necesita más en esos países que
una verdadera expresión del cristianismo protestante.
Esto no quiere decir que lo que se
desea es una réplica de las instituciones protestantes que se han desarrollado
en los países anglosajones, mucho menos una proyección al mundo latino de los
pecados del denomicionalismo protestante. Debe hacerse hincapié en el hecho de
que el protestantismo es esencialmente un movimiento, una actitud religiosa más
que un sistema institucional o una colección de dogmas. El Deán Inge, en su
admirable estudio del tema,2) hace la pertinente observación de que es
la ignorancia la que trata de restringir el término “protestante” a la actitud de
objetar todo. “El
protestantismo –dice- es esencialmente la tentativa de contrarrestar esa tendencia
a la corrupción y la degradación que ataca a toda religión institucional. Es la
revuelta de la religión genuina contra su secularización. Es siempre, en su
intención, un retorno a una sencillez y pureza original”.
Y cita al
efecto, con aprobación, la afirmación hecha por Hárnack de que “el protestantismo
es un redescubrimiento de la religión como fe, como relación entre personas y
persona, más elevada en consecuencia que toda razón, y cuyo vivir se basa no en
mandamientos y códigos, sino en el poder de Dios, y que reconoce en Jesucristo al
Señor de Cielos y Tierras como Padre”.
Difícil es
concebir algo más necesario en la vida espiritual del mundo ibérico que esa
preocupación religiosa personal que el protestantismo prende, esa insistencia
con que éste dirige los pensamientos del hombre a la única revelación de Dios
contenida en las Santas Escrituras cristianas, esa afirmación de que en
Jesucristo y por medio de Jesucristo
puede todo hombre que así lo desee acercarse al Eterno y entrar en comunión con
EL. Decir que tal expresión del cristianismo es antipática en el mundo latino
al pueblo en general, porque exige demasiado de ellos, es en sí mismo la prueba
suprema de que se necesita con urgencia.
En todo caso, esto al menos
puede decirse: el tipo particular
del catolicismo que ha dominado hasta aquí en la península ibérica y en las
repúblicas de la América Latina, carece de porvenir espiritual, pues es
totalmente inadecuado para esa labor transformadora que es la función inherente
del cristianismo. Es muy cierto, por supuesto, que también en el
mundo protestante se han perdido en gran parte la visión y el poder de la
religión cristiana, a la vez que se han apostillado al alma de la fe
protestante muchos accesorios contingentes.
Causa
dolor, pero es verdad, que en algunas partes de la América Latina puede uno
hallar ciertos tipos de obra misionera protestante que ser repelentes para las
mentes reflexivas, debido al fanatismo y sectarismo que producen en sus
adherentes. No
obstante, esos hechos no deben hacernos cerrar los ojos a este otro: que por todo el mundo protestante comienza a pulsar una nueva
emoción, a medida que va creciendo con suma rapidez la conciencia de que el
cristianismo es Cristo, y de que debe hacerse Señor de toda vida y todo
pensamiento a Aquel que constituye el centro de las Escrituras y de la
historia, de la experiencia y del cosmos.
Por lo que
toca a la mayoría de los que laboran por el protestantismo en la América
Latina, aumenta sin cesar la convicción de que su obra en llevar el pueblo no a
un sistema sino a una Personalidad, y ésta es la que lleva las marcas del Otro Cristo Español.
Es obvio que no puede evitarse el presentar a Cristo en conexión con formas y
organizaciones religiosas que nacieron en otros países. Pero no hay razón por
la cual el redescubrimiento de Cristo en la América Latina no haya de crear una
expresión institucional propia, que forme parte, como miembro vivo, de su
cuerpo universal, y sea al mismo tiempo la clase de organismo por medio del
cual puedan los jóvenes pueblos cosmopolitas, sellados para siempre con la
marca distintiva de Iberia, expresar su vida religiosa y forjar su destino
espiritual. Pero este movimiento autóctono de reforma sólo puede producir
mediante la acción de un vigoroso fermento en la vida religiosa del continente.
La
principal preocupación de todo aquel que ame a la América Latina no es si el
continente llegará a hacerse protestante, tal como nosotros, debido a nuestra
mente institucionalizada, entendemos esa designación, sino si llegará a ser
cristiano. El protestantismo está haciéndose, no se ha encontrado a sí mismo
por completo, mientras que el cristianismo es algo final y definido, a saber,
es Cristo mismo.
Esta
interpretación de la misión del protestantismo destruye la tercera base de
oposición a la obra evangélica misionera en la América Latina. Se alega que es
inmoral y anticristiano propagar una forma de cristianismo ahí donde ha
prevalecido otra. A lo que
replicamos: hasta donde concierne a los
intereses de la Iglesia Católica Romana misma, el acontecimiento más benéfico
que ha tenido lugar en tiempos recientes en Sudamérica es el movimiento
protestante. Y esta es la opinión de muchos católicos inteligentes. Cuando a un
sacerdote francés, que visitaba México no hace mucho, se le preguntó su opinión
sobre el movimiento misionero protestante en la América Latina, su respuesta
fue:
“Lo mejor que podría sucedes en la
vida espiritual del continente sería un movimiento protestante cada vez más
fuerte, pues eso obligaría a la Iglesia a poner en orden y a prepararse a
cumplir con su misión”.
Pero
aparte de esto, no puede permitirse que estos países, en los cuales penetran
constantemente nuevas influencias, sigan descristianizándose y descatolizándose
como pasa hoy, sin hacer un esfuerzo por llevarlos a las fuentes puras del
pensamiento y la tradición cristianos. Descuidar deber cristiano tan imperiosa
sería abandonarlos a caer como presa de las influencias no cristianas a que
antes hemos aludido, y que se van haciendo cada vez más poderosas, y preparar
así el camino a una reacción violenta contra toda religión, tal como ha
sucedido en la Rusia soviética y ha empezado a suceder en grado mucho menor, en
España, con el establecimiento de la República.
12.2.
La Tarea Evangélica:
Nuestra
principal dificultad no consiste en justificar la presencia del cristianismo
evangélico en la América Latina, sino en sentir una razonable seguridad de
que éste podrá, fiel a su índole
intrínseca, desempañar su difícil y necesaria misión en el continente. Aun
cuando ha logrado ya mucho en lo que toca a transformación espiritual y
servicios a la comunidad, y aunque se está nacionalizando con gran rapidez
quienes dirigen el movimiento deberán tomar cada vez más en cuanta ciertas condiciones
indispensables del buen éxito, a fin de aportar una contribución realmente
creadora a la vida espiritual de esos países en
esta hora tan crítica.
Piensan
uno, en primer lugar en los misioneros que vienen del extranjero. Deben estos
identificarse absolutamente con su comunidad, y esta identificación no debe
restringirse a sus horas de trabajo, sino extenderse a su vida social. Deben
hallar su propia recreación en lograr contactos más íntimos y compresión como
aquellos a quienes han venido a servir. Que no olviden que llegan a estas
playas oleadas humanas procedentes de todas partes del mundo, que se incorporan
a la vida nacional. Hay países de Sudamérica en que la segunda generación de
británicos y norteamericanos se ha convertido en parte integrante y entusiasta
de la nación.
Nada más
ominoso y deprimente que toparse aquí y allá en esas tierras, ciertos corrillos
misioneros que padecen de un sutil complejo de superioridad, y han fundado una “pequeña Gran Bretaña” o unos “pequeños
Estados Unidos” en el seno de sus países de adopción. El lema debe
ser no tutela y condescendencia, sino simpatía en el plano sentido etimológico
y cristiano del término. La palabra que viene de fuera debe hacerse carne
indígena; de lo contrario, no logrará que se oiga la eterna Palabra de la cual
presume ser un eco.
Igualmente
necesario es que el espíritu de unidad y cooperación se haga cada vez más real
y concreto entre quienes trabajan en el seno de una raza que ha sido educada en
la unidad imponente del catolicismo, que por su propia naturaleza es ecuménica
en sus simpatías y conceptos, y que jamás se mostrará favorable a un sistema
religioso incapaz de demostrar la unidad esencial y cohesión íntima de las
partes que lo forman. Admitimos de buen grado que existen algunas
organizaciones misioneras que trabajan en Sudamérica, y que no han hallado
todavía la manera de pertenecer al movimiento general de cooperación
evangélica, y que al mismo tiempo están llevando a cabo una labor cristiana
admirable y creadora en ciertas regiones. Sin embargo, sería un paso
incalculable, en la historia espiritual de la América Latina, si se llegara a
formar, como efectiva realidad la Federación de Iglesias Evangélicas cuyo
proyecto se ha discutido en varias reuniones internacionales. No sería
aconsejable ni creemos que debiera intentarse una fusión orgánica de cuerpos
religiosos, pero la demostración de la unidad y solidaridad fundamentales de
las fuerzas evangélicas produciría una profunda impresión en el mundo
latinoamericano.
No es
menos imperativo el que el culto típico de las iglesias protestantes de la
América Latina se celebre en una atmósfera de la más grande reverencia. Este
desiderátum se refiere en parte al tipo de edificio que se necesita para
iglesia y en parte al tipo de servicio religioso que se celebra. No se olvide
que si bien el estecismo ha sido la perdición del catolicismo español, hay
cierta casta armonía estética que debe ofrecerse al oído y al ojo, a fin de
facilitar a los latinoamericanos la meditación y el culto, porque estos pueblos
poseen un sentido estético más sensible que el de los anglosajones. La
arquitectura de algunos de las nuevas iglesias evangélicas del Brasil ha
logrado crear, de maravillosa manera, esa casta belleza que debe caracterizar
el centro comunitario del culto evangélico.
Sobre todo,
debe haber la mayor reverencia en la dirección del servicio religioso y en la
oratoria del púlpito. En años recientes ha habido en algunas partes la
tendencia a introducir en el púlpito algo así como la atmósfera de un almuerzo
del Club Rotario. La predicación y el culto, andan de cierto muy mal cuando el
pensamiento religioso tiene que condimentarse con la salsa vulgar de los
chascarrillos. Cierto modo de presentar la verdad religiosa, que en algunas
partes del mundo anglosajón podría pasar por aceptable, fácilmente podría
arruinar el efecto de una predicación si se emplea ante una congregación
latinoamericana. El espíritu latino, cuando está poseído de una atmósfera y
actitud religiosa, es mucho más serio que el anglosajón, y el mínimo signo de
trivialidad en el púlpito, produce en los espíritus superiores una reacción
fatal, a la vez que engendra una religiosidad superficial y oropelesca en las
almas inferiores que están dispuestas a aceptarla.
Quienes
están de veras interesados en el evangelismo latinoamericano deben grabarse en
el corazón las siguientes palabras que expresan lo que sentía un distinguido
ministro evangélico de Cuba, que habló en el Congreso Evangélico
Hispanoamericano de la Habana, efectuado en 1929: “El principal peligro que amenaza al
protestantismo es la trivialidad, y gran parte de la culpa de ellos corresponde
a quienes emplean chistes y vulgaridades
en el púlpito”.
Otra
necesidad muy apremiante en los círculos protestantes de la América Latina es
la adopción de un nuevo tipo de evangelismo de vanguardia. Debe hallarse un
equivalente del modo de predicar del Maestro, en las colinas galileas, y de las
discusiones que Pablo sostenía en la escuela de Tyrano. En esas ocasiones ni
Jesús ni Pablo parecen haber acompañado sus palabras de acto ritual alguno. “En los campos mora
Cristo”, decía el gran Fray Luis. Los evangelistas cristianos en la América
Latina necesitan dos cosas hoy:
· Tender, por el elevado carácter de
su vida personal, un puente sobre la cima que separa en esos países la religión
de la conducta privada, y
· Otro
que salve el golfo que hay entre el pensamiento religioso y el pensamiento en
general, lo cual puede hacerse llevando las ideas religiosas a campo abierto
para demostrar que son de valor, consideradas en sí mismas, y no simplemente
como parte de un acto ceremonial.
Por
esa razón hay una oportunidad suprema
para lo que ha venido a conocerse como “conferencia sin culto”. Se ha probado en años
recientes que no hay tema que atraiga más a un auditorio latinoamericano como
el de la religión, cuando lo trata fuera de los recintos religiosos una persona
considerada por oyentes como conocedores de los problemas que causan perplejidad
al hombre moderno. En el momento en que los representantes del cristianismo
protestante en la América Latina salgan a campos abiertos y se interesen en
presentar la fe que está en ellos, en una forma tal que apele al hombre común y
corriente, amanecerá un nuevo día en la historia espiritual del continente.
Una vez
que las personas se interesen en Cristo y en el mensaje cristiano, tiempo habrá
para iniciarlos en el significado y privilegio del culto y del compañerismo de
la iglesia. Pero mientras reciben la impresión de que el interés principal de
los protestantes es establecer un tipo de organización y ritual religiosos en
contra de otro que, crean o no en él. Es parte de su herencia religiosa, el
progreso de verdadero cristianismo se retardará considerablemente.
Ha llegado
también la hora en la historia del protestantismo en la América Latina en que
debe proporcionarse la riqueza de literatura cristiana que se produce en países
fuera de los de habla inglesa, a lectores cuya vida intelectual se nutre sólo
en ligero grado de fuentes anglosajones, pero está sumergida en traducciones de
autores franceses, alemanes e italianos. En los momentos en que escribimos
estas páginas, la influencia cultural más poderosa que se ejerce en las mentes
latinoamericanas cultas procede de Alemania. La revista más influyente del
mundo de habla española es la Revista de Occidente, publicada por un grupo de
intelectuales españoles que encabeza Ortega y Gasset, educados todos ellos en
Alemania. Por medio de sus páginas se trasmiten a todos los centros principales
del mundo hispánico las últimas pulsaciones del pensamiento germano.
Casi no
hay obra importante en ciencia y filosofía, producido en Alemania, que no se
haga luego traducir y circular profundamente en español. Las sobras importantes
aparecen por lo general primero en español que en inglés. La Decadencia de
Occidente, de Spengler, ejercía ya su influencia en las universidades sudamericanas
cuando apenas se oye hablar de ella en el mundo anglosajón. Cuando se considera
que el pensamiento más vital y creador sobre la situación religiosa moderna es
el que tiene lugar en Alemania, y que el movimiento protestante más poderoso de
los tiempos modernos tiene su origen en el mismo país, es hora ya de que los
que se interesan en el cristianismo en la América Latina comiencen a aprovechar
el nuevo clima intelectual que se está estableciendo en esos países. Debe
permitirse al mismo tiempo que hable directamente a los pueblos
latinoamericanos el vigoroso movimiento protestante de Francia, con su elevado
y cada vez más abundante literatura.
En el
continente del sur, el cristianismo reformado se ha alimentado durante
demasiado tiempo con la traducción de libro religiosos de segunda categoría
producidos en Norteamérica y la Gran Bretaña. Desafortunadamente, las obras
religiosas mejores y más representativas que se publican en dichos países son
vertidas al español sólo muy rara vez. El primer paso para la creación de una
literatura verdaderamente propia y original consiste en proveer fermentos
bastantes vigorosos y modelos bastante puros de la literatura de otros países.
Tal ha sido siempre el orden que se ha seguido en la historia de las
influencias literarias. Estimúlese todo lo más que se pueda la producción de
libros originales en español y portugués, escritos por quienes sean capaces de
ello, pero conviene que el movimiento evangélico no deje de producir el
equivalente de esa verdadera inundación de traducciones de literaturas
extranjeras que al presente colma el mercado latinoamericano de libros.
No como un
sistema antagónico y rival, sino como depositario de ciertas verdades
fundamentales y de cierto espíritu religioso que el mundo latinoamericano
necesita, el cristianismo protestante se halla en posibilidad y bajo comisión
de proclamar y encarnar las cosas eternas que contienen en su médula. Rodeado
de fuerzas apasionadas debe tornarse apasionado también. Proclamando
valerosamente que ninguno de los ismos
de las controversias ordinarias lo representa adecuadamente, debe entregarse por
completo al pensamiento y la acción creadores. Sobre todo, debe ser un eco y
testimonio de la Palabra de Dios vivo que es nuestro contemporáneo y que está
en marcha, abriéndose paso, en su obra redentora, por entre la barahúnda y el
cieno del presente.
Si es
cierto, como dice Troeltsch, que la expresión artística suprema del genio
protestante no se halla en la pintura, la escultura o la arquitectura, sino en
la música, la actual desarmonía espiritual ofrece una oportunidad sin
precedentes para la creación de nuevas armonías. No trate el movimiento
protestante en América Latina de rivalizar con el viejo movimiento religioso,
encarnándose en monumentos artísticos que, por mucho que halaguen los ojos,
están predestinados a decaer y no consiguen captar la quintaesencia de la fe
común cristiana. Especialícese más bien en la música, pero en la de la vida y
las relaciones humanas. Trate como la gran poetisa sudamericana, de depositar
en cada convertido, como en un santuario, su “más duradera melodía” manteniendo siempre
delante la visión de Fray Luis de León, de que Cristo es “Salud” principio íntimo de
armonía así para los individuos como para las naciones.
Esa música
del alma es el necesario preludio a aquella más alta música de interminable
agonía, simbolizada por el “Otro Cristo
Español” del cuadro de Velázquez, una música cuya desapacible
canción de caminantes solamente los cielos y las generaciones futuras pueden
comprender.
12.3.
Concerniente Al Ecumenismo Religioso:
En un
pasaje ya citado, Ricardo Rojas sugería la posibilidad de que surgiera de
Sudamérica una expresión del cristianismo que trascendiera todos los cultos
extranjeros. ¿Darán origen las dos asociaciones de
jóvenes a que se refiere el capítulo anterior, con su actitud de ecumenismo
religioso, a tal expresión? ¿Es dicha expresión
posible? Y si lo es, ¿puede ser dirigida deliberadamente?
Consideremos
a la Asociación Cristiana de Jóvenes en relación con este problema. Su forma
institucional, que se asemeje mucho a lo que caracteriza a las Asociaciones en
Norteamérica, aunada a la posición ecuménica que ha adoptado en materia de
religión crean al presente un serio problema. Muchas formas de actividad que la
Asociación introdujo por primera vez en Sudamérica han sido después copiadas y
adoptadas por otras organizaciones, de modo que en ciertos respectos la
Asociación no ha podido retener su posición directora, y en otros, no puede ser
ya iniciadora. Es perfectamente cierto, por supuesto, que en ninguna
organización del continente que ha tratado de reproducir aspectos de la labor y
el espíritu de la Asociación Cristiana de Jóvenes, existe, o puede existir la
misma atmósfera espiritual y la misma actitud hacia la vida, y eso sucede
porque la Asociación está fincada en cimientos cristianos y posee ideales de
que carecen sus imitadores.
Al propio
tiempo, se ha hecho cada vez más difícil el mantenimiento de la maquinaria
institucional que debe ponerse en movimiento para que la Asociación preste sus
servicios tradicionales a la juventud. Las exigencias de la actividad
administrativa dentro de la organización, y la necesidad de levantar fondos
fuera de ella para que la máquina pueda seguir funcionando, absorben el tiempo
y la atención de muchos secretarios que anhelan poder entregarse por completo a
la obra del contacto personal íntimo con los adultos y los jóvenes.
En estos
países protestantes, cuando menos una gran proporción de los socios de la
Asociación tienen alguna conexión con la
Iglesia Cristiana, y sus sostenedores son cristianos entusiastas. En los países
sudamericanos sólo un porcentaje muy corto de los miembros están bajo la
influencia de la iglesia, en tanto que la mayoría de los que sostienen
financieramente el movimiento no son cristianos, y se interesan exclusivamente
en la influencia social que en general pueden ejercer las Asociaciones entre la
juventud de su comunidad. Esto implica un doble problema de evangelización. Si
la Asociación ha de llegar a ser una organización cristiana, y no simplemente
una institución que realiza labores cristianas, debe evangelizar a sus socios.
Y si han de garantizarse la índole cristiana del movimiento, y su permanencia
en la comunidad, también deben ser evangelizados quienes contribuyen para su
sostén.
En una
palabra, es necesario acometer que en otros países están a cargo de la Iglesia.
Surge, por tanto el problema de sí la Asociación, previendo el futuro, debe continuar
especializándose en el servicio altruista a la juventud, haciendo a la vez lo
que le sea posible por enfocar el pensamiento de la juventud hacia los
principios cristianos, o si debe transformar en algo diferente a fin de
responder a las demandas de la hora actual.
Un
distinguido director de la Asociación, Mr. C. J. Ewald, ha asumido la posición
de que no puede ni debe alterarse el carácter general del movimiento en
Sudamérica. Mientras la juventud sea juventud, debe proveérsele de la clase de
hogar que la Asociación ofrece, y necesitará ser encarrilada en la clase de
trabajo que la Asociación desempeña. Pero el
señor Ewald sostiene que la Asociación no puede, por su misma índole y
posición en la comunidad dar al mensaje cristiano fundamental esa expresión
adecuada y vocal que la presente situación recama. En su opinión debe
organizarse un movimiento paralelo al de la Asociación destinado exclusivamente
a los intereses espirituales y culturales, lo cual implicaría la formación en
todo el continente de grupo de personas de uno y otro sexo, sea que tengan o no
relación con la iglesia determinada y quienes, adoptando una posición
ecuménica, consagren por completo sus energías a cultivar los intereses del
espíritu. Por supuesto, esta idea no es nueva en el mundo moderno, en el cual
los hombres están menos dispuestos que antes a aceptar la tesis de Cipriano de
que a fin de ser un buen cristiano es necesario ser un miembro entusiastas de
la Iglesia. Dicha idea representa también una convicción muy extendida entre
los directores cristianos de Sudamérica a saber que el cristianismo debe
emanciparse, en el continente, de muchos errores convencionales que constituyen
una piedra de tropiezo para el progreso espiritual, y atenerse al cimiento de
rosa de Jesucristo.
Sin
embargo, ¿qué
es lo que constituiría el lazo de cohesión entre los miembros individuales de
cada grupo, y luego entre grupo y grupo? ¿Serían estos grupos de
investigadores, de personas interesadas en forma general en la vida del
espíritu y asociadas simplemente para el estudio de la religión, o serían
grupos de personas que han hallado ya lo que buscaban? Si fuesen
solamente lo primero, ¿poseerían esa fuerza motriz que se basa en la experiencia y
convicción personales, sin las que es imposible producir una impresión creadora
en el mundo moderno? Y si fuesen lo segundo ¿sería posible evitar que el núcleo
principal venga a guardar formando por teósofos y miembros de grupos semejantes
con principios definidos, como sucedió efectivamente en Buenos Aires cuando se
intentó formar una hermandad ecuménica de esa clase?
Si, por
otra parte, el grupo adoptase una posición religiosa definida, ¿podría evitar el
convertirse en una nueva secta, aunque fuese la secta de los “ecuménicos”?
¿No sucedería lo mismo que, según Keyserling, ha
acontecido con la teosofía, que se ha visto obligado a asumir una forma
particular a fin de poder sobrevivir y propagarse? ¿No es inevitable,
después de todo, que todo movimiento creador haya de soportar el estigma de
sectarismo en relación con los ideales que prevalecen en la época en que
aparece? Un movimiento que se funda en vagas aspiraciones, o en el
menor denominador común que puede obtenerse entre los tipos muy diferentes de
personas que lo componen, puede concebiblemente llega a ser un movimiento
religioso, pero es mucho más probable que venga a parar en un club filosófico.
Si en esto último se convierte, desempeñará una función sumamente admirable y
necesaria, pero la obra espiritual creadora deben llevarla a cabo los cruzados.
Miembros
no fueran “cristianos” sino “cristofilos”,
amantes
y admiradores
de Cristo.
Mas
suponiendo que se emprendiera un movimiento ecuménico, cuyos miembros no fueran
“cristianos” sino “cristófilos”, amantes y
admiradores de Cristo. ¿Qué sucedería? Ciertamente Cristo ha de ser el
punto de partida y fundamento de todo movimiento religioso ecuménico. Pero, ¿qué Cristo? ¿El
guía moral y genio religioso, o Dios manifestado en carne, o ambos?
Una cosa
es cierta, y es que no existe evidencia de que los simples amantes y
admiradores de la figura histórica de Jesús –de los que por fortuna está creciendo el número
en Sudamérica- poseen una vida espiritual suficientemente dinámica
para constituir un movimiento de cruzada. Por otra parte, existe un número cada
vez mayor de casos, así en Sudamérica como en otras partes, en que la figura y
demandas del llamado Jesús histórico están empujando a quienes lo aman y
admiran a la desesperación. Reconocen sus sublimes demandas pero se sienten
completamente incapaces para cumplirlas.
Sus vidas se caracterizan
por una tensión intolerable. No han descubierto la significación de
la fe cristiana ni disfrutado del alivio, fuerza y alegría que ella confiere.
Se sienten con respecto a Jesús como el héroe de uno de los poemas de Schiller
se sentía tocante a la virtud. Exigiéndole a la virtud que le conceda el poder de lógrala
junto con sus inexorables imperativos, exclama al fin, en completa angustia y
desesperación:
“Oh virtud,
quédate con tu corona y déjame pecar”.
El movimiento religioso que
tenga porvenir en Sudamérica necesita saber discernir la significación de Jesús
como “Cristo”
y de Cristo como “Jesús”
en relación con la vida y el pensamiento en su totalidad. Debe basarse en un
mito que sea más que mito, la realidad histórica de la aproximación de Dios al
hombre en Cristo Jesús, no sólo bajo la forma de la verdad iluminación del
ideal humano y del significado del universo sino en forma de gracia para la
redención y para equipar a los hombres para la realización del plan divino de
las edades.
El futuro
pertenece a quienes militen en nombre y bajo la jefatura del “Otro Cristo Español”, y proclamen y encarnen
el sentido pleno de la “Salud” para los hombres y las naciones que EL
significa. La respuesta leal a su “Sígueme” perturbará la paz de los sepulcros y
suscitará la cualidad creadora de la paz cristiana. Tenderá un puente sobre la
cima tradicional que ha existido entre la religión y la vida. Conducirá a la
formación de grupos de cruzados dentro y fuera de las actuales organizaciones
religiosas. Cruzados cuya suprema preocupación no será qué forma institucional
se adapta más a la vida religiosa de Sudamérica o cuál será la expresión
institucional final que predominará en el continente, sino que tendrá como
supremo interés el de mantenerse en el Camino, el de escuchar con atención la
Voz Divina que los guía, el de hacer en nombre de Cristo un llamado a todos y a
todo lo que se les interponga en el camino, el de reclutar a otros para la gran
obra.
Conscientes
de la nueva Primavera que se levanta sobre el continente, sembrarán al pasar
semillas en los surcos, y se regocijarán también cuando les llegue el turno de
sembrarse a sí mismos en algún surco a la vera del camino, para fecundar el
suelo y apresurar la hora de la siega.
Véase capítulo XIII:
___________
1) Esta
carta se escribió el 13 de octubre de 1927.
2) Protestantism.
protestantismo. m.
Creencia religiosa de los protestantes. || 2. Conjunto de ellos. protestante.
(Del ant. part. act. de protestar). adj. Que protesta. || 2. Que sigue el
luteranismo o cualquiera de sus ramas. U. t. c. s. || 3. Perteneciente o
relativo a estos grupos religiosos. || 4. Perteneciente o relativo a alguna de
las Iglesias cristianas formadas como consecuencia de la Reforma. □ V. pastor
~. (Microsoft® Encarta® 2008).
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