domingo, 12 de julio de 2020

Capítulo XII UNA CRÍTICA DEL PROTESTANTISMO EN SUDAMÉRICA:


Capítulo XII
UNA CRÍTICA DEL PROTESTANTISMO EN SUDAMÉRICA:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Puede criticarse al autor de haber tratado, en el capítulo que antecede, el tema del protestantismo en Sudamérica, en forma demasiado entusiástica y aprobatoria, sin el despego necesario para hacer de él una presentación completa objetiva e imparcial. El autor acepta esa crítica, pero se apresura a replicar que tal despego es imposible cuando se trata de cuestiones espirituales candentes. Todavía menos posible resulta ello en un caso en que el problema religioso de Sudamérica ha sido la principal preocupación de la vida de un hombre, y cuando éste ha halado dentro del movimiento general que acaba de describirse, la esfera en que puede hacerse la más grande contribución a la vida espiritual del continente. No obstante, el autor espera poder considerar en el presente capítulo tan desapasionada y críticamente como sea posible, la cuestión general del esfuerzo protestante en Sudamérica.

12.1. La Cuestión De La Validez:
Se ha atacado en varios terrenos el movimiento misionero protestante que tienen lugar en Sudamérica. No hace mucho se formuló una nueva base de tal oposición, que siendo la más espaciosa, ha de considerarse en primer término. Ya en un capítulo anterior nos referimos al alegato que se oye a veces hoy de que la presencia de las misiones protestantes en la América Latina constituye una amenaza positiva a las relaciones entre los Estados Unidos y las repúblicas latinoamericanas. La propaganda protestante procedente de los Estado Unidos perjudica, se dice particularmente las relaciones comerciales entre el norte y el sur. Nada podría ser más completamente falso.
Los comerciantes latinoamericanos poseen un sentido demasiado astuto de los negocios para permitir que el sentimiento religioso intervenga en la esfera del interés comercial. Si no fuera por la depresión actual en el intercambio de artículos entre los varios países americanos, la cual se debe a muchos otros factores perfectamente conocidos, semejante carnal no se habría propalado jamás.
Por otra parte, los misioneros anglosajones han estado y siguen estando entre los mejores exponentes de la cultura y espíritu de sus países respectivos, ante la América Latina, y esta tendría, si no fuera por ellos y las instituciones que han fundado muy superficiales y precarios datos para juzgar de la vida cultural de Norteamérica. No se necesita tener una familiaridad muy íntima con las cosas de América Latina para cerciorarse de que en muchos de esos países se duda con frecuencia, aun en los círculos intelectuales, más altos de que el pueblo norteamericano tenga algunos intereses culturales serios. Léase a tal respecto el Ariel de José Enrique Rodó, donde se representa a los Estados Unidos bajo la figura de Calibán. Recuérdese también, a este mismo propósito, la afirmación publicada en una revista católica romana de Buenos Aires, de que la Biblia norteamericana es el directorio de los teléfonos.
El hecho es que los escritores católicos romanos, secundados por cierta especie predispuesta de literatos franceses, han tenido sumo interés en propalar por toda Sudamérica las más erróneas ideas sobre la vida y la cultura norteamericana. Por el contrario los misioneros evangélicos han hecho más que cualquier otro grupo social por fomentar una verdadera estimación de la vida y cultura latinoamericana en los Estados Unidos y de la vida y cultura norteamericana en el mundo latinoamericano. Más todavía, ha habido casos en que misioneros norteamericanos han tenido inclusive que sufrir a manos de los poderosos intereses comerciales de su propio país, debido a que asumieron la defensa, con denuedo de los intereses de la América Latina. Es ya un hecho comprobado de la historia el que fue la influencia de los protestantes mexicanos y norteamericanos lo que desmoronó el inicuo complot empollado por industriales poderosos, y auspiciado por una organización periodística de mala reputación, para inducir al gobierno de Washington a adoptar una política intervencionista en México.
Hasta donde se refiero al público latinoamericano, los representantes del cristianismo evangélico son considerados como los amigos más dignos de confianza de los países en que viven y trabajan. No estaría fuera de lugar citar aquí un párrafo de la carta enviada por Gabriela Mistral al Congreso de Obra Cristiana reunido en Montevideo. No habiendo podido, a última hora, asistir al Congreso, la poetisa y educadora chilena escribió lo siguiente:

El cristianismo, no lo olvidéis, es el único lazo entre los Estados Unidos y la América Española. Sólo en la Palabra de Cristo nos encontramos y compartimos una emoción común; lo demás es pura tragedia de diferencias”.

La segunda base de ataque es de índole mucho más clásica. Se alega que el protestantismo es por completo foráneo al espíritu latino, y que por tal razón jamás vendrá a ser una expresión natural de la vida religiosa ni un elemento creador en el desarrollo cultural de un pueblo latino. Surge inmediatamente la cuestión:

¿Y qué es un pueblo latino?
¿Quiénes son los miembros de la raza latina?
¿Hasta qué punto puede sostenerse que los españoles y los portugueses son étnicamente latinos?
Sobre todo,
¿Hasta dónde puede decirse que la mayor parte de la población en la mayoría de los países latinoamericanos es latina por sangre?

El hecho es que los habitantes de la península ibérica y de sus antiguas colonias del Nuevo Mundo, aun cuando su cultura sea esencialmente latina, no son latinos en sí más que en un grado muy leve. Hablando éticamente la latinidad es en gran parte un mito así en España como en Portugal y en América llamada Latina. Muchos intelectuales de esas repúblicas se niegan sistemáticamente a emplear el término América Latina al  referirse a esta parte del mundo, y prefieren decir ibero o Hispanoamérica.
Pero investigando la verdad que puede haber en esa enojosa cuestión de la sedicente oposición innata entre el protestantismo y la latinidad, dejemos a un lado, por el momento, la Península y a América Latina. Generalmente se considera a Francia como el centro de la cultura latina, y París ha sido durante más de un siglo la Meca de los latinoamericanos. Sin embargo, ¿Hasta qué punto puede decirse que Francia es latina? Permítaseme citar a este respecto algunas observaciones hechas por M. Jacques Arnavon, distinguido intelectual y diplomático francés, que siendo Ministro de su país ante el gobierno del Brasil, escribió una carta a un amigo mutuo en Montevideo, en que hacía referencia la tesis sostenida por Navarro Monzó de que el protestantismo es esencialmente antipático a la mente latina. Según el pensador francés, personalmente católico, es un gran error agrupar cierto número de naciones y llamarlas latinas. No es posibledice- clasificar a la Francia celta entre las naciones latinas. Hay más en común entre un francés y un inglés, un holandés o un alemán, que entre él y un lazzarone napolitano, un changador portugués o un sudaméricano.1)

 Pero en todo casoprosigue nuestro escritor- la Reforma del siglo dieciséis tuvo poder de expansión bajo su forma ginebrina… ¿De dónde procedía dicha Reforma? De Francia, en donde un gobierno subvencionado por Felipe II y el Papa la ahogara. Sin embargo, en 1560 estuvo a punto de triunfar. Con un Goligny más arrojado y un Francisco I menos frívolo, la Reforma hubiera prevalecido. Fracasó en Francia por causa enteramente casuales y no naturales, prueba de lo que hallamos en el hecho de que aquellos fuerzas fueron reprimidos de modo enteramente artificiales y por tanto vinieron a estallar más tarde, bajo otra forma, en la Revolución Francesa”. Si se admite que Francia y la Suiza francesa y la Suiza francesa no son éticamente latinas, en suyo caso, por supuesto, resulta inevitable la conclusión de que la Reforma protestante, en su expresión más potente, nació fuera del mundo latino, debe admitirse cuando menos que Juan Calvino era profundamente latino en su cultura, y que es el padre de la lengua que durante el siglo pasado ha sido el instrumento principal de la más elevada cultura en la península ibérica y en la América Latina.
¿Qué decir de la Reforma protestante en España durante el siglo dieciséis? Lo mismo que sucedió en Francia aconteció en la Península. Una gran proporción de la mejor gente del país, gente latina por su cultura, estaba a favor de la Reforma, unos en la forma erasmiana, otros en la luterana. Pero el movimiento reformador fue ahogado en sangre por la Inquisición. Sólo pudo llevarse a cabo tan completa extirpación de un movimiento religioso como el que hubo lugar en la España del siglo dieciséis debido a que las nuevas ideas no se habían posesionado de las masas en la misma forma que en Alemania, Holanda y la Gran Bretaña. No obstante, no puede alegarse que haya algo en la naturaleza esencial del protestantismo que no sea aceptable a un latino una vez que en éste se ha despertado realmente el interés religioso, cuando afirma su amor natural de la libertad y no se haya dispuesto a obedecer ciegamente la voz de la autoridad y la tradición.
Es perfectamente cierto según hemos visto ya, que la reacción natural para los latinos es repudiar la credulidad ingenua de la fe del carbonero para caer  en el más fanático de los radicalismos. El eminente crítico Menéndez y Pelayo llegó hasta afirmar que para en español la única alternativa espiritual posible es entre una lealtad incondicional a la Iglesia o un completo agnosticismo. Históricamente, este juego del péndulo ha quedado establecido como un hecho demasiado notorio. Sin embargo, la posibilidad de tan violenta reacción es en gran parte la consecuencia de la ausencia del cristianismo protestante, como influencia medianera y creadora, en el mundo ibérico. Nada se ha necesitado ni se necesita más en esos países que una verdadera expresión del cristianismo protestante.
Esto no quiere decir que lo que se desea es una réplica de las instituciones protestantes que se han desarrollado en los países anglosajones, mucho menos una proyección al mundo latino de los pecados del denomicionalismo protestante. Debe hacerse hincapié en el hecho de que el protestantismo es esencialmente un movimiento, una actitud religiosa más que un sistema institucional o una colección de dogmas. El Deán Inge, en su admirable estudio del tema,2) hace la pertinente observación de que es la ignorancia la que trata de restringir el término protestante a la actitud de objetar todo. El protestantismodice- es esencialmente la tentativa de contrarrestar esa tendencia a la corrupción y la degradación que ataca a toda religión institucional. Es la revuelta de la religión genuina contra su secularización. Es siempre, en su intención, un retorno a una sencillez y pureza original”.

Y cita al efecto, con aprobación, la afirmación hecha por Hárnack de que el protestantismo es un redescubrimiento de la religión como fe, como relación entre personas y persona, más elevada en consecuencia que toda razón, y cuyo vivir se basa no en mandamientos y códigos, sino en el poder de Dios, y que reconoce en Jesucristo al Señor de Cielos y Tierras como Padre”.
Difícil es concebir algo más necesario en la vida espiritual del mundo ibérico que esa preocupación religiosa personal que el protestantismo prende, esa insistencia con que éste dirige los pensamientos del hombre a la única revelación de Dios contenida en las Santas Escrituras cristianas, esa afirmación de que en Jesucristo  y por medio de Jesucristo puede todo hombre que así lo desee acercarse al Eterno y entrar en comunión con EL. Decir que tal expresión del cristianismo es antipática en el mundo latino al pueblo en general, porque exige demasiado de ellos, es en sí mismo la prueba suprema de que se necesita con urgencia.
En todo caso, esto al menos puede decirse: el tipo particular del catolicismo que ha dominado hasta aquí en la península ibérica y en las repúblicas de la América Latina, carece de porvenir espiritual, pues es totalmente inadecuado para esa labor transformadora que es la función inherente del cristianismo. Es muy cierto, por supuesto, que también en el mundo protestante se han perdido en gran parte la visión y el poder de la religión cristiana, a la vez que se han apostillado al alma de la fe protestante muchos accesorios contingentes.
Causa dolor, pero es verdad, que en algunas partes de la América Latina puede uno hallar ciertos tipos de obra misionera protestante que ser repelentes para las mentes reflexivas, debido al fanatismo y sectarismo que producen en sus adherentes. No obstante, esos hechos no deben hacernos cerrar los ojos a este otro: que por todo el mundo protestante comienza a pulsar una nueva emoción, a medida que va creciendo con suma rapidez la conciencia de que el cristianismo es Cristo, y de que debe hacerse Señor de toda vida y todo pensamiento a Aquel que constituye el centro de las Escrituras y de la historia, de la experiencia y del cosmos.

Por lo que toca a la mayoría de los que laboran por el protestantismo en la América Latina, aumenta sin cesar la convicción de que su obra en llevar el pueblo no a un sistema sino a una Personalidad, y ésta es la que lleva las marcas del Otro Cristo Español. Es obvio que no puede evitarse el presentar a Cristo en conexión con formas y organizaciones religiosas que nacieron en otros países. Pero no hay razón por la cual el redescubrimiento de Cristo en la América Latina no haya de crear una expresión institucional propia, que forme parte, como miembro vivo, de su cuerpo universal, y sea al mismo tiempo la clase de organismo por medio del cual puedan los jóvenes pueblos cosmopolitas, sellados para siempre con la marca distintiva de Iberia, expresar su vida religiosa y forjar su destino espiritual. Pero este movimiento autóctono de reforma sólo puede producir mediante la acción de un vigoroso fermento en la vida religiosa del continente.
La principal preocupación de todo aquel que ame a la América Latina no es si el continente llegará a hacerse protestante, tal como nosotros, debido a nuestra mente institucionalizada, entendemos esa designación, sino si llegará a ser cristiano. El protestantismo está haciéndose, no se ha encontrado a sí mismo por completo, mientras que el cristianismo es algo final y definido, a saber, es Cristo mismo.
Esta interpretación de la misión del protestantismo destruye la tercera base de oposición a la obra evangélica misionera en la América Latina. Se alega que es inmoral y anticristiano propagar una forma de cristianismo ahí donde ha prevalecido otra. A lo que replicamos: hasta donde concierne a los intereses de la Iglesia Católica Romana misma, el acontecimiento más benéfico que ha tenido lugar en tiempos recientes en Sudamérica es el movimiento protestante. Y esta es la opinión de muchos católicos inteligentes. Cuando a un sacerdote francés, que visitaba México no hace mucho, se le preguntó su opinión sobre el movimiento misionero protestante en la América Latina, su respuesta fue:

Lo mejor que podría sucedes en la vida espiritual del continente sería un movimiento protestante cada vez más fuerte, pues eso obligaría a la Iglesia a poner en orden y a prepararse a cumplir con su misión.

Pero aparte de esto, no puede permitirse que estos países, en los cuales penetran constantemente nuevas influencias, sigan descristianizándose y descatolizándose como pasa hoy, sin hacer un esfuerzo por llevarlos a las fuentes puras del pensamiento y la tradición cristianos. Descuidar deber cristiano tan imperiosa sería abandonarlos a caer como presa de las influencias no cristianas a que antes hemos aludido, y que se van haciendo cada vez más poderosas, y preparar así el camino a una reacción violenta contra toda religión, tal como ha sucedido en la Rusia soviética y ha empezado a suceder en grado mucho menor, en España, con el establecimiento de la República.

12.2. La Tarea Evangélica:
Nuestra principal dificultad no consiste en justificar la presencia del cristianismo evangélico en la América Latina, sino en sentir una razonable seguridad de que  éste podrá, fiel a su índole intrínseca, desempañar su difícil y necesaria misión en el continente. Aun cuando ha logrado ya mucho en lo que toca a transformación espiritual y servicios a la comunidad, y aunque se está nacionalizando con gran rapidez quienes dirigen el movimiento deberán tomar cada vez más en cuanta ciertas condiciones indispensables del buen éxito, a fin de aportar una contribución realmente creadora a la vida espiritual de esos países en  esta hora tan crítica.
Piensan uno, en primer lugar en los misioneros que vienen del extranjero. Deben estos identificarse absolutamente con su comunidad, y esta identificación no debe restringirse a sus horas de trabajo, sino extenderse a su vida social. Deben hallar su propia recreación en lograr contactos más íntimos y compresión como aquellos a quienes han venido a servir. Que no olviden que llegan a estas playas oleadas humanas procedentes de todas partes del mundo, que se incorporan a la vida nacional. Hay países de Sudamérica en que la segunda generación de británicos y norteamericanos se ha convertido en parte integrante y entusiasta de la nación.
Nada más ominoso y deprimente que toparse aquí y allá en esas tierras, ciertos corrillos misioneros que padecen de un sutil complejo de superioridad, y han fundado una pequeña Gran Bretaña o unos pequeños Estados Unidos en el seno de sus países de adopción. El lema debe ser no tutela y condescendencia, sino simpatía en el plano sentido etimológico y cristiano del término. La palabra que viene de fuera debe hacerse carne indígena; de lo contrario, no logrará que se oiga la eterna Palabra de la cual presume ser un eco.
Igualmente necesario es que el espíritu de unidad y cooperación se haga cada vez más real y concreto entre quienes trabajan en el seno de una raza que ha sido educada en la unidad imponente del catolicismo, que por su propia naturaleza es ecuménica en sus simpatías y conceptos, y que jamás se mostrará favorable a un sistema religioso incapaz de demostrar la unidad esencial y cohesión íntima de las partes que lo forman. Admitimos de buen grado que existen algunas organizaciones misioneras que trabajan en Sudamérica, y que no han hallado todavía la manera de pertenecer al movimiento general de cooperación evangélica, y que al mismo tiempo están llevando a cabo una labor cristiana admirable y creadora en ciertas regiones. Sin embargo, sería un paso incalculable, en la historia espiritual de la América Latina, si se llegara a formar, como efectiva realidad la Federación de Iglesias Evangélicas cuyo proyecto se ha discutido en varias reuniones internacionales. No sería aconsejable ni creemos que debiera intentarse una fusión orgánica de cuerpos religiosos, pero la demostración de la unidad y solidaridad fundamentales de las fuerzas evangélicas produciría una profunda impresión en el mundo latinoamericano.
No es menos imperativo el que el culto típico de las iglesias protestantes de la América Latina se celebre en una atmósfera de la más grande reverencia. Este desiderátum se refiere en parte al tipo de edificio que se necesita para iglesia y en parte al tipo de servicio religioso que se celebra. No se olvide que si bien el estecismo ha sido la perdición del catolicismo español, hay cierta casta armonía estética que debe ofrecerse al oído y al ojo, a fin de facilitar a los latinoamericanos la meditación y el culto, porque estos pueblos poseen un sentido estético más sensible que el de los anglosajones. La arquitectura de algunos de las nuevas iglesias evangélicas del Brasil ha logrado crear, de maravillosa manera, esa casta belleza que debe caracterizar el centro comunitario del culto evangélico.
Sobre todo, debe haber la mayor reverencia en la dirección del servicio religioso y en la oratoria del púlpito. En años recientes ha habido en algunas partes la tendencia a introducir en el púlpito algo así como la atmósfera de un almuerzo del Club Rotario. La predicación y el culto, andan de cierto muy mal cuando el pensamiento religioso tiene que condimentarse con la salsa vulgar de los chascarrillos. Cierto modo de presentar la verdad religiosa, que en algunas partes del mundo anglosajón podría pasar por aceptable, fácilmente podría arruinar el efecto de una predicación si se emplea ante una congregación latinoamericana. El espíritu latino, cuando está poseído de una atmósfera y actitud religiosa, es mucho más serio que el anglosajón, y el mínimo signo de trivialidad en el púlpito, produce en los espíritus superiores una reacción fatal, a la vez que engendra una religiosidad superficial y oropelesca en las almas inferiores que están dispuestas a aceptarla.
Quienes están de veras interesados en el evangelismo latinoamericano deben grabarse en el corazón las siguientes palabras que expresan lo que sentía un distinguido ministro evangélico de Cuba, que habló en el Congreso Evangélico Hispanoamericano de la Habana, efectuado en 1929: “El principal peligro que amenaza al protestantismo es la trivialidad, y gran parte de la culpa de ellos corresponde a quienes emplean chistes y  vulgaridades en el púlpito”.
Otra necesidad muy apremiante en los círculos protestantes de la América Latina es la adopción de un nuevo tipo de evangelismo de vanguardia. Debe hallarse un equivalente del modo de predicar del Maestro, en las colinas galileas, y de las discusiones que Pablo sostenía en la escuela de Tyrano. En esas ocasiones ni Jesús ni Pablo parecen haber acompañado sus palabras de acto ritual alguno. En los campos mora Cristo”, decía el gran Fray Luis. Los evangelistas cristianos en la América Latina necesitan dos cosas hoy:
·     Tender, por el elevado carácter de su vida personal, un puente sobre la cima que separa en esos países la religión de la conducta privada, y
·   Otro que salve el golfo que hay entre el pensamiento religioso y el pensamiento en general, lo cual puede hacerse llevando las ideas religiosas a campo abierto para demostrar que son de valor, consideradas en sí mismas, y no simplemente como parte de un acto ceremonial.
Por esa  razón hay una oportunidad suprema para lo que ha venido a conocerse como conferencia sin culto”. Se ha probado en años recientes que no hay tema que atraiga más a un auditorio latinoamericano como el de la religión, cuando lo trata fuera de los recintos religiosos una persona considerada por oyentes como conocedores de los problemas que causan perplejidad al hombre moderno. En el momento en que los representantes del cristianismo protestante en la América Latina salgan a campos abiertos y se interesen en presentar la fe que está en ellos, en una forma tal que apele al hombre común y corriente, amanecerá un nuevo día en la historia espiritual del continente.
Una vez que las personas se interesen en Cristo y en el mensaje cristiano, tiempo habrá para iniciarlos en el significado y privilegio del culto y del compañerismo de la iglesia. Pero mientras reciben la impresión de que el interés principal de los protestantes es establecer un tipo de organización y ritual religiosos en contra de otro que, crean o no en él. Es parte de su herencia religiosa, el progreso de verdadero cristianismo se retardará considerablemente.
Ha llegado también la hora en la historia del protestantismo en la América Latina en que debe proporcionarse la riqueza de literatura cristiana que se produce en países fuera de los de habla inglesa, a lectores cuya vida intelectual se nutre sólo en ligero grado de fuentes anglosajones, pero está sumergida en traducciones de autores franceses, alemanes e italianos. En los momentos en que escribimos estas páginas, la influencia cultural más poderosa que se ejerce en las mentes latinoamericanas cultas procede de Alemania. La revista más influyente del mundo de habla española es la Revista de Occidente, publicada por un grupo de intelectuales españoles que encabeza Ortega y Gasset, educados todos ellos en Alemania. Por medio de sus páginas se trasmiten a todos los centros principales del mundo hispánico las últimas pulsaciones del pensamiento germano.
Casi no hay obra importante en ciencia y filosofía, producido en Alemania, que no se haga luego traducir y circular profundamente en español. Las sobras importantes aparecen por lo general primero en español que en inglés. La Decadencia de Occidente, de Spengler, ejercía ya su influencia en las universidades sudamericanas cuando apenas se oye hablar de ella en el mundo anglosajón. Cuando se considera que el pensamiento más vital y creador sobre la situación religiosa moderna es el que tiene lugar en Alemania, y que el movimiento protestante más poderoso de los tiempos modernos tiene su origen en el mismo país, es hora ya de que los que se interesan en el cristianismo en la América Latina comiencen a aprovechar el nuevo clima intelectual que se está estableciendo en esos países. Debe permitirse al mismo tiempo que hable directamente a los pueblos latinoamericanos el vigoroso movimiento protestante de Francia, con su elevado y cada vez más abundante literatura.   
En el continente del sur, el cristianismo reformado se ha alimentado durante demasiado tiempo con la traducción de libro religiosos de segunda categoría producidos en Norteamérica y la Gran Bretaña. Desafortunadamente, las obras religiosas mejores y más representativas que se publican en dichos países son vertidas al español sólo muy rara vez. El primer paso para la creación de una literatura verdaderamente propia y original consiste en proveer fermentos bastantes vigorosos y modelos bastante puros de la literatura de otros países. Tal ha sido siempre el orden que se ha seguido en la historia de las influencias literarias. Estimúlese todo lo más que se pueda la producción de libros originales en español y portugués, escritos por quienes sean capaces de ello, pero conviene que el movimiento evangélico no deje de producir el equivalente de esa verdadera inundación de traducciones de literaturas extranjeras que al presente colma el mercado latinoamericano de libros.
No como un sistema antagónico y rival, sino como depositario de ciertas verdades fundamentales y de cierto espíritu religioso que el mundo latinoamericano necesita, el cristianismo protestante se halla en posibilidad y bajo comisión de proclamar y encarnar las cosas eternas que contienen en su médula. Rodeado de fuerzas apasionadas debe tornarse apasionado también. Proclamando valerosamente que ninguno de los ismos de las controversias ordinarias lo representa adecuadamente, debe entregarse por completo al pensamiento y la acción creadores. Sobre todo, debe ser un eco y testimonio de la Palabra de Dios vivo que es nuestro contemporáneo y que está en marcha, abriéndose paso, en su obra redentora, por entre la barahúnda y el cieno del presente.
Si es cierto, como dice Troeltsch, que la expresión artística suprema del genio protestante no se halla en la pintura, la escultura o la arquitectura, sino en la música, la actual desarmonía espiritual ofrece una oportunidad sin precedentes para la creación de nuevas armonías. No trate el movimiento protestante en América Latina de rivalizar con el viejo movimiento religioso, encarnándose en monumentos artísticos que, por mucho que halaguen los ojos, están predestinados a decaer y no consiguen captar la quintaesencia de la fe común cristiana. Especialícese más bien en la música, pero en la de la vida y las relaciones humanas. Trate como la gran poetisa sudamericana, de depositar en cada convertido, como en un santuario, su más duradera melodía manteniendo siempre delante la visión de Fray Luis de León, de que Cristo es Salud principio íntimo de armonía así para los individuos como para las naciones.
Esa música del alma es el necesario preludio a aquella más alta música de interminable agonía, simbolizada por el Otro Cristo Español del cuadro de Velázquez, una música cuya desapacible canción de caminantes solamente los cielos y las generaciones futuras pueden comprender.

12.3. Concerniente Al Ecumenismo Religioso:
En un pasaje ya citado, Ricardo Rojas sugería la posibilidad de que surgiera de Sudamérica una expresión del cristianismo que trascendiera todos los cultos extranjeros. ¿Darán origen las dos asociaciones de jóvenes a que se refiere el capítulo anterior, con su actitud de ecumenismo religioso, a tal expresión? ¿Es dicha expresión posible? Y si lo es, ¿puede ser dirigida deliberadamente?
Consideremos a la Asociación Cristiana de Jóvenes en relación con este problema. Su forma institucional, que se asemeje mucho a lo que caracteriza a las Asociaciones en Norteamérica, aunada a la posición ecuménica que ha adoptado en materia de religión crean al presente un serio problema. Muchas formas de actividad que la Asociación introdujo por primera vez en Sudamérica han sido después copiadas y adoptadas por otras organizaciones, de modo que en ciertos respectos la Asociación no ha podido retener su posición directora, y en otros, no puede ser ya iniciadora. Es perfectamente cierto, por supuesto, que en ninguna organización del continente que ha tratado de reproducir aspectos de la labor y el espíritu de la Asociación Cristiana de Jóvenes, existe, o puede existir la misma atmósfera espiritual y la misma actitud hacia la vida, y eso sucede porque la Asociación está fincada en cimientos cristianos y posee ideales de que carecen sus imitadores.
Al propio tiempo, se ha hecho cada vez más difícil el mantenimiento de la maquinaria institucional que debe ponerse en movimiento para que la Asociación preste sus servicios tradicionales a la juventud. Las exigencias de la actividad administrativa dentro de la organización, y la necesidad de levantar fondos fuera de ella para que la máquina pueda seguir funcionando, absorben el tiempo y la atención de muchos secretarios que anhelan poder entregarse por completo a la obra del contacto personal íntimo con los adultos y los jóvenes.
En estos países protestantes, cuando menos una gran proporción de los socios de la Asociación  tienen alguna conexión con la Iglesia Cristiana, y sus sostenedores son cristianos entusiastas. En los países sudamericanos sólo un porcentaje muy corto de los miembros están bajo la influencia de la iglesia, en tanto que la mayoría de los que sostienen financieramente el movimiento no son cristianos, y se interesan exclusivamente en la influencia social que en general pueden ejercer las Asociaciones entre la juventud de su comunidad. Esto implica un doble problema de evangelización. Si la Asociación ha de llegar a ser una organización cristiana, y no simplemente una institución que realiza labores cristianas, debe evangelizar a sus socios. Y si han de garantizarse la índole cristiana del movimiento, y su permanencia en la comunidad, también deben ser evangelizados quienes contribuyen para su sostén.
En una palabra, es necesario acometer que en otros países están a cargo de la Iglesia. Surge, por tanto el problema de sí la Asociación, previendo el futuro, debe continuar especializándose en el servicio altruista a la juventud, haciendo a la vez lo que le sea posible por enfocar el pensamiento de la juventud hacia los principios cristianos, o si debe transformar en algo diferente a fin de responder a las demandas de la hora actual.
Un distinguido director de la Asociación, Mr. C. J. Ewald, ha asumido la posición de que no puede ni debe alterarse el carácter general del movimiento en Sudamérica. Mientras la juventud sea juventud, debe proveérsele de la clase de hogar que la Asociación ofrece, y necesitará ser encarrilada en la clase de trabajo que la Asociación desempeña. Pero el  señor Ewald sostiene que la Asociación no puede, por su misma índole y posición en la comunidad dar al mensaje cristiano fundamental esa expresión adecuada y vocal que la presente situación recama. En su opinión debe organizarse un movimiento paralelo al de la Asociación destinado exclusivamente a los intereses espirituales y culturales, lo cual implicaría la formación en todo el continente de grupo de personas de uno y otro sexo, sea que tengan o no relación con la iglesia determinada y quienes, adoptando una posición ecuménica, consagren por completo sus energías a cultivar los intereses del espíritu. Por supuesto, esta idea no es nueva en el mundo moderno, en el cual los hombres están menos dispuestos que antes a aceptar la tesis de Cipriano de que a fin de ser un buen cristiano es necesario ser un miembro entusiastas de la Iglesia. Dicha idea representa también una convicción muy extendida entre los directores cristianos de Sudamérica a saber que el cristianismo debe emanciparse, en el continente, de muchos errores convencionales que constituyen una piedra de tropiezo para el progreso espiritual, y atenerse al cimiento de rosa de Jesucristo.
Sin embargo, ¿qué es lo que constituiría el lazo de cohesión entre los miembros individuales de cada grupo, y luego entre grupo y grupo? ¿Serían estos grupos de investigadores, de personas interesadas en forma general en la vida del espíritu y asociadas simplemente para el estudio de la religión, o serían grupos de personas que han hallado ya lo que buscaban? Si fuesen solamente lo primero, ¿poseerían esa fuerza motriz que se basa en la experiencia y convicción personales, sin las que es imposible producir una impresión creadora en el mundo moderno? Y si fuesen lo segundo ¿sería posible evitar que el núcleo principal venga a guardar formando por teósofos y miembros de grupos semejantes con principios definidos, como sucedió efectivamente en Buenos Aires cuando se intentó formar una hermandad ecuménica de esa clase?
Si, por otra parte, el grupo adoptase una posición religiosa definida, ¿podría evitar el convertirse en una nueva secta, aunque fuese la secta de losecuménicos”? ¿No sucedería lo mismo que, según Keyserling, ha acontecido con la teosofía, que se ha visto obligado a asumir una forma particular a fin de poder sobrevivir y propagarse? ¿No es inevitable, después de todo, que todo movimiento creador haya de soportar el estigma de sectarismo en relación con los ideales que prevalecen en la época en que aparece? Un movimiento que se funda en vagas aspiraciones, o en el menor denominador común que puede obtenerse entre los tipos muy diferentes de personas que lo componen, puede concebiblemente llega a ser un movimiento religioso, pero es mucho más probable que venga a parar en un club filosófico. Si en esto último se convierte, desempeñará una función sumamente admirable y necesaria, pero la obra espiritual creadora deben llevarla a cabo los cruzados.

Miembros no fueran “cristianos” sino “cristofilos”, amantes y admiradores de Cristo.

Mas suponiendo que se emprendiera un movimiento ecuménico, cuyos miembros no fueran cristianos sino cristófilos”, amantes y admiradores de Cristo. ¿Qué sucedería? Ciertamente Cristo ha de ser el punto de partida y fundamento de todo movimiento religioso ecuménico. Pero, ¿qué Cristo? ¿El guía moral y genio religioso, o Dios manifestado en carne, o ambos?
Una cosa es cierta, y es que no existe evidencia de que los simples amantes y admiradores de la figura histórica de Jesús –de los que por fortuna está creciendo el número en Sudamérica- poseen una vida espiritual suficientemente dinámica para constituir un movimiento de cruzada. Por otra parte, existe un número cada vez mayor de casos, así en Sudamérica como en otras partes, en que la figura y demandas del llamado Jesús histórico están empujando a quienes lo aman y admiran a la desesperación. Reconocen sus sublimes demandas pero se sienten completamente incapaces para cumplirlas.
Sus vidas se caracterizan por una tensión intolerable. No han descubierto la significación de la fe cristiana ni disfrutado del alivio, fuerza y alegría que ella confiere. Se sienten con respecto a Jesús como el héroe de uno de los poemas de Schiller se sentía tocante a la virtud. Exigiéndole a la virtud que le conceda el poder de lógrala junto con sus inexorables imperativos, exclama al fin, en completa angustia y desesperación:

Oh virtud, quédate con tu corona y déjame pecar”.

El movimiento religioso que tenga porvenir en Sudamérica necesita saber discernir la significación de Jesús como Cristo y de Cristo como Jesús en relación con la vida y el pensamiento en su totalidad. Debe basarse en un mito que sea más que mito, la realidad histórica de la aproximación de Dios al hombre en Cristo Jesús, no sólo bajo la forma de la verdad iluminación del ideal humano y del significado del universo sino en forma de gracia para la redención y para equipar a los hombres para la realización del plan divino de las edades.
El futuro pertenece a quienes militen en nombre y bajo la jefatura del Otro Cristo Español, y proclamen y encarnen el sentido pleno de la Salud para los hombres y las naciones que EL significa. La respuesta leal a su Sígueme perturbará la paz de los sepulcros y suscitará la cualidad creadora de la paz cristiana. Tenderá un puente sobre la cima tradicional que ha existido entre la religión y la vida. Conducirá a la formación de grupos de cruzados dentro y fuera de las actuales organizaciones religiosas. Cruzados cuya suprema preocupación no será qué forma institucional se adapta más a la vida religiosa de Sudamérica o cuál será la expresión institucional final que predominará en el continente, sino que tendrá como supremo interés el de mantenerse en el Camino, el de escuchar con atención la Voz Divina que los guía, el de hacer en nombre de Cristo un llamado a todos y a todo lo que se les interponga en el camino, el de reclutar a otros para la gran obra.
Conscientes de la nueva Primavera que se levanta sobre el continente, sembrarán al pasar semillas en los surcos, y se regocijarán también cuando les llegue el turno de sembrarse a sí mismos en algún surco a la vera del camino, para fecundar el suelo y apresurar la hora de la siega.

Véase capítulo XIII:



































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1)         Esta carta se escribió el 13 de octubre de 1927.
2)           Protestantism. protestantismo. m. Creencia religiosa de los protestantes. || 2. Conjunto de ellos. protestante. (Del ant. part. act. de protestar). adj. Que protesta. || 2. Que sigue el luteranismo o cualquiera de sus ramas. U. t. c. s. || 3. Perteneciente o relativo a estos grupos religiosos. || 4. Perteneciente o relativo a alguna de las Iglesias cristianas formadas como consecuencia de la Reforma. □ V. pastor ~. (Microsoft® Encarta® 2008).

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