Capítulo IV
DESAPARECE EL REY Y LLEGA EL PAPA:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Doce años, a principios del
siglo pasado, bastaron para privar a España y Portugal de sus posesiones
coloniales de Sudamérica. Entre 1810 y 1822 las colonias se sacudieron el yugo
de las madres patrias. En el Brasil se fundó en 1822 una monarquía independiente
que duró hasta 1889, cuando se adoptó la forma republicana de gobierno. Las
colonias españolas se hicieron repúblicas en la época de la revolución y desde
entonces han venido disfrutando de libertad democrática, excepto en períodos
frecuentes y prolongados en que han sido gobernadas por dictadores. Tales
dictadores han sido evidencia de que la
mayoría de los países sudamericanos no estaban preparados para la democracia
cuando se hicieron libres políticamente.
Aquellos años funestos
significaron para España mucho más que la simple pérdida de sus ricas colonias
significaban, además, la disolución de la teocracia española en el Nuevo Mundo (como lo llamaban). El
derecho de patrones eclesiástico y gobierno de la Iglesia, con que las bulas
papales de Alejandra VI y Julio II habían investido a la Corona Española, se
convirtió en letra muerta. Por obra de los Libertadores quedó anulada esa nueva
y originalísimo forma de ley canónica, que había gobernado las relaciones entre
Iglesia y Estado en Sudamérica durante más de trescientos años. La columna
mística del imperio colonial español su privilegio de ser un Vicario de Cristo para realizar a la vez la obra
de César
y la de Dios, se desplomó con el
resto del edificio, y el derrumbamiento de esa columna fue el golpe más amargo
que tuvo que soportar la monarquía española.
Durante todos los diez años
después de haberse proclamado estado independiente la última de las colonias
sudamericanas, el rey Fernando VII de España soñó en la restauración de sus
perdidos dominios. Estaba seguro de que con sólo que el Papa le siguiera
concediendo el privilegio de proponer obispos para las sedes eclesiásticas de
Sudamérica, sería simple cuestión de tiempo el remediar la ruptura política de
su imperio. Pero cuando la diplomacia de las repúblicas sudamericanas logró
conseguir para éstas el derecho de patrones que anteriormente había pertenecido
a los reyes españoles las esperanzas de Fernando se frustraron para siempre. Al mismo tiempo
se inauguraba una nueva era en la historia del catolicismo en Sudamérica.
4.1. La República Y La Religión:
La revolución
Sudamericana fue obra combinada de clericós y legos. Si bien
es cierto que en todas partes la jerarquía, y probablemente la mayoría del
clero menor en los países del norte y de la costa occidental del continente,
eran realistas, un grupo muy numeroso y distinguido de sacerdotes defendió la
causa revolucionaria. Eran, casi sin excepción, hombres de sentimientos
liberales y de amplia visión, particularmente tratándose de los eminentes
sacerdotes brasileños y argentinos que desempeñaron un papel prominente en la
Guerra de Independencia y en la subsecuente reorganización de sus respectivos
países.
La revolución de 1817 en el
Brasil fue en muy gran proporción, una “revolución de curas”.
Durante la minoría de edad del segundo Emperador, fue un sacerdote, el famoso
padre Feijó, quien actuó de regente de 1834 a 1837. Feijó era un ardiente
abogado de la abolición del celibato eclesiástico, que ha sido causa de
algunos de los más graves males en la historia del catolicismo sudamericano.
Es una de las glorias legítima de Argentina el que en la
época de la Revolución haya tenido un grupo de clero liberal que fue el alma
del movimiento. Por su predicación, sus dones y su influencia en el ejército,
fueron de gran ayuda a la causa de la independencia. Y más tarde, cuando llegó
el momento de la acción constructora, esos hombres tuvieron parte muy
importante en la redacción de la nueva Constitución. Entre el total de
veintinueve diputados, dieciséis sacerdotes participaron en el Congreso de
Tucumán en 1816, donde se proclamó la completa independencia del país. La
Constitución final de la nueva República Argentina promulgado en 1818, llevo
las firmas de nueve clericós, de un total de veinticuatro diputados nacionales.
El presidente de aquel grupo de congresistas era un sacerdote eminente y
patriota, le deán don Gregorio Funes, archidiácono de la catedral de Salta.
Por su parte, en los países
del occidente y norte, el clero, con honrosas excepciones propendía a ser
reaccionario. Una razón para ello, era que la tradición española era mucho más
fuerte en esas partes que en la región del Río de la Plata, a la vez que había
mucho más sangre española en el sacerdocio. Al mismo tiempo, hallamos en
período revolucionario de la historia peruana, un grupo de eclesiásticos que
eran tan liberales como sus cófrades argentinos. El principal de ellos era el
arequipeño Luna Iglesias, Rector del Colegio de San Fernando de Lima, hombres
que después de pasar algún tiempo en Europa habían regresado a su país imbuido
de las ideas de la Revolución Francesa.
Como miembro de la Asamblea
Nacional de 1822, que redactó una Constitución para la nueva República del
Perú, Iglesias estaba a favor de la completa libertad de culto. Propuso que el
artículo referente a la religión dijera simplemente: “La religión del
Perú es la católica apostólica romana”. Un laico, el doctor Justo
Figueroa, propuso a su vez que se añadiera la frase “con exclusión del ejercicio de cualquiera otra”. La
Asamblea aprobó el artículo así enmendado y el país entró en un período
prolongado de oscuridad religioso. Fue hasta
1865 cuando se reformó la fatal frase, quedando como sigue: “La Nación… no permitirá el ejercicio público de ninguna otra (religión)”,
lo cual parecía indicar que de ahí adelante a los adherentes de otros
credos se les permitiría celebrar su culto en privado. “En privado”,
quería decir en los hogares o en lugares espaciales de culto cuya fachada no
tuviese la apariencia de edificios religiosos ni indicio alguno de su
identidad. Esta modificación continuó hasta
1915, en que se suprimió en la Constitución nacional. Desde entonces se ha permitido a las congregaciones
protestantes colocar tableros de noticias en el exterior de sus capillas o salones
de predicación, y cuando menos teóricamente, ha habido tolerancia religiosa en
el país.
Así como entre el clero de los países del
norte y del Sur de Sudamérica, existía también gran diferencia entre los
caudillos legos de la Revolución en dicha regiones. Los generales que
libertaron a Argentina y marcharon victoriosamente hacia el occidente y el
norte no tenían pleito con la religión o la Iglesia, por la sencilla razón de
que en el sur el clero estaba en lo general con la Revolución. El general Belgrano
nombró a la Virgen de las Mercedes
comandanta y jefa de su ejército en tanto que San
Martín declaró a la Virgen del Carmen patrona del ejército
con que cruzó los Andes y penetró en Chile. Ambos generales celebraron
impresionantes ceremonias de dedicación, en el curso de las cuales cada uno de
ellos puso su bastón de mando en manos de la imagen de Nuestras Señora.
Incidentalmente, este acto de los generales argentinos nos ofrece adicional del
hecho de que en la historia de la religión en Sudamérica, Cristo se iba
identificando cada vez menos con el viril y progresista. Cristo era el Señor de la muerte. Los hombres
sanguíneos arrebatados por una pasión por la vida y la libertad hallaban sus
inspiraciones religiosas en la figura de la Virgen que no murió jamás.
El carácter reaccionario y
oscurantista del clero norteño produjo un tipo muy radical de caudillo militar.
El gran venezolano, Simón Bolívar, aun cuando no profesaba hostilidad positiva
a la religión, consideraba que el Estado debía ser neutral en materia
religiosa. La tolerancia religiosa se proclamó en Caracas en 1811. Al año
siguiente, como un terrible terremoto pusieron en peligro la suerte de la
Revolución en el norte, el clero interpretó tal catástrofe como un castigo
divino impuesto a los impíos revolucionarios.
El gobernó pidió al
Arzobispo de Caracas que expidiera una pastoral explicando al pueblo que un
terremoto es fenómeno natural tan común como la lluvia, el rayo o la nieve, y
no un castigo del cielo. Como el prelado rehusara hacerlo, fue expulsado del
país. Fue por aquel tiempo y en relación con esto, cuando el indómito Bolívar pronunció las famosas palabras: “Si la naturaleza lucha contra nosotros, pelearemos contra
ella hasta vencerla”. No menos irreverente se mostraba el Libertador
para con la sucesión apostólica. Durante el periodo de su dictadura en el Perú designó a un arzobispo y dos
obispos, los cuales tomaron inmediatamente posesión de su oficio sin recibir la
investidura de Roma.
4.2. Un Cristiano Ecuménico:
Por aquel entonces vivía en
Argentina un muy notable sacerdote llamado Juan Ignacio Gorriti. Había sido
diputado nacional y uno de los caudillos de la Revolución. Siendo ya un anciano
de setenta años, y viviendo en exilio voluntario en Bolivia a causa de haberse
opuesto al curso que seguían los acontecimientos en su país durante el período
que sigue la Revolución, Gorriti publicó, en 1830, un libro notable instituido Reflexiones,
que contiene una serie de pensamientos, según explica el propio autor, sobre
las causas morales de las convulsiones internas de los nuevos estados
americanos, y un examen de los medios de remediarlas. Según Ricardo Rojas, en
el prólogo de la nueva edición de Reflexiones, preparada por él, dicho libro
puede considerarse como el “Manifiesto de la Iglesia
Argentina, en cuanto ella asumió durante aquel periodo una actitud
independiente del pontificado, o sea una actitud más bien ‘nacionalista’ que ‘romana’
”1).
Reflexiones es obra de un gran espíritu cristiano que en los
umbrales de la eternidad apunto sus pensamientos sobre los problemas sudamericanos
y su solución. Hay en el libro una sección sobre la educación religiosa. Al
discutir el problema de la instrucción moral. Gorriti menciona la dificultad de
hallar un libro de texto adecuado, e inmediatamente añade: “he oído también
hacer grandes elogios del Curso de Moral de M. Néker y aunque no lo he podido conseguir para leerlo, estoy
seguro de que no contendré máximas antisociales, porque era protestante celoso
no materialista”2). Por lo
tanto, recomiendo que esa obra se adopte como libro escolar. El maestro podrá
llamar la atención a cualquier error calvinista que el libro contenga, y
corregirlo, pero dice Gorriti, “errores de esta
clase no pueden hacer la base de sus sistemas, cuando protestante y católico no
pugnan en materia de virtudes o vicios morales”3).
Gorriti no sólo pone la caridad cristiana y los
intereses de la moral pública por encima de todo estrecho sentimiento sectario,
sino que llega a criticar muy severamente algunas de las costumbres y
tendencias de su propia Iglesia. Suprimiría, por ejemplo, la mayoría de los
días de fiesta.
Denuncia con energía la
influencia siniestra que ha tenido sobre la religión
y la moral la bula papal de la Santa
Cruzada en que se concedieron “dispensas
perniciosas”4). Con gusto
vería que se aboliera el método escolástico en la enseñanza religiosa, pues,
dice, su solo valor consiste en enseñar a uno a despilfarrar el tiempo
metódicamente.5) le agrada el
dogma pero le disgustan las sutilezas del escolasticismo.6) Su solución para la educación moral de la
juventud es el hábito de la lectura de los Evangelios y la meditación de la
máximas que contienen.7)
Este venerable sacerdote y
patriota encomia las respetadas prácticas protestantes del culto de
familia y la observancia del domingo, como ejemplo que debe imitarse en su
tierra natal. “Es preciso confesar con
ingenuidad para nuestro propia confusión y recordarlo para que nos sirva de
ejemplo, que los protestantes tienen en esta parte una moral más ajustada a la
razón y el Evangelio. Los padres de familia de entre éstos consagran horas
determinadas a la instrucción de sus hijos. Los domingos, únicos días festivos
que se conocen, no se permiten distracción de ningún género todo el tiempo en
estudiar las Escrituras, explicarlas a sus domésticos e instruirlos en sus
deberes de hombres, de ciudadanos y de cristianos.
Permita el cielo que
usos tan ejemplares se generalicen en toda la América española, que profesa la
religión santa católica, apostólica y romana. ¡Cuándo ganarían la educación y las
costumbres!”8).
La figura e ideas de Gorriti
provocan una serie de reflexiones. En primer lugar, ningún sacerdote o prelado
católico romano de Sudamérica se expresa hoy esos términos amistosos y de simpatía
hacia los protestantes, y si lo hiciera públicamente, no escaparía a la censura
eclesiástica, y si se mostrase recalcitrante en sus expresiones, sería
probablemente excomulgado. No es desudado hoy día escuchar a arzobispos
católicos de Sudamérica declarar que el protestantismo es, en todos sus
aspectos, una verdadera cloaca de iniquidad.
“Hay denominaciones protestantes”, dijo
el Arzobispo de Lima en 1924 a su regreso de una visita a los Estados Unidos y
Europa, “que permiten el divorcio indefinido otras el adulterio, no pocas la
poligamia los abortos, el infanticidio y muchos otros crímenes”. Al
parecer no había visto en el mundo protestante
cosa buena alguna que pudiera poner como lección objetiva en su rebaño.
Mucho más vital es una
segunda reflexión que suscita Gorriti. Este
hombre bueno pone el dedo en la fuente espiritual de la fuerza del
protestantismo en sus mejores días: la religión,
las devociones y la Biblia de familia. Desde el tiempo de la
Conquista hasta el presente, nada de eso ha tenido la religión sudamericana. El
concentrar la religión en un templo y a Cristo en una sustancia material ha
privado al hogar de la Presencia Real. El punto más significativo del viejo
poema inglés, La noche del Sábado de Cottar, ha estado ausente de los hogares
del pueblo, pues no han tenido nada que corresponder a esto:
Y terminada la alegre cena, con rostro
grave
en torno al fuego forman un amplio
círculo
y el jefe de la casa con patriarcal
talante
vuelve las hojas de la Sagrada Biblia,
orgullo de sus padres…
Después, de hinojos todos al Eterno
Rey de los Cielos, ora
el santo, el padre y el esposo.
Un
escritor sudamericano contemporáneo, don Julios Navarro Monzón, ha corroborado
recientemente las ideas de Gorriti sobre la influencia que la religión de
familia tienen en la sociedad. En un librito, El
Problema Religioso en La Cultura Latinoamericanas. Escrito en
1925, contrata la desagradable condición que prevalece en los hogares de la
clase rural de América Latina con el paseo y belleza que halló en el interior
de las casas de campesinos en Inglaterra y en las humildes casa solariegas de
Massachusetts y Michigan. Luego añade:
“Pocos serán los que, como Domingo Faustino
Sarmiento, sabrán correlacionar todos esos actos y todas esas cosas con la
vieja Biblia que allí está puesta, en un rincón del comedor, sobre una silla o
en el alféizar de la ventana, leída, todas las mañanas, antes que se levanten
los manteles del desayuno. Pocos serán, en otras palabras, los que se percaten
de que todo esto, que nos cautiva por su sencillez y espontaneidad es el fruto
de una cultura de muchos siglos”9).
En los
albores de la independencia sudamericana, Juan Ignacio Gorriti, con su espíritu
cristiano ecuménico y su pasión mora, percibió con toda claridad el problema
religioso de las nuevas repúblicas. ¡Cuán
diferente podría haber sido la historia religiosa y sociológica del continente
entero del sur, con sólo que se hubiese formado en la República Argentina, a
principios del siglo pasado, una verdadera Iglesia Católica nacional! La
“Vieja Biblia” hubiera entrado en los
hogares de donde ha sido excluida sistemáticamente. Católica
y Protestantes podrían haber vivido
apreciándose recíprocamente y unos y otros trabajando por el bienestar
espiritual del pueblo. Esos países hubieran experimentado en esa época su
propia reforma religiosa. Pero… llegó el Papa.
4.3. La Llegada Del Papa:
Pasó algún tiempo antes que
el Vaticano pudiera aceptar el hecho de que los dominios, que anteriormente
ocupantes de la Silla de San Pedro habían otorgado, en nombre de Cristo, a los
reinos de España y Portugal, habían quedado sustraídos para siempre a la dominación
de la Península. Durante años después de la emancipación del último de los
países sudamericanos, el papa León XII rehusó su reconocimiento a los nuevos
gobiernos. Esperaba contra toda esperanza, que con el correr del tiempo se
restaurará el viejo orden. Además la política tradicional de Roma había sido no
reconocer a ningún gobierno que debiera su existencia a una revolución contra
la autoridad establecida.
El rey de España, Fernando
VIII, puso en juego todos los recursos de que disponía para obtener la
influencia papal a favor de la restauración de sus perdidos dominios. Solicitó
del Papa una encíclica dirigida al clero americano exhortándolo a sostener a
España, y pidió que no se admitiera en los Estados Pontificios a ningún
emisario de la América Española. Cuando, al fin y al cabo, el Vaticano mostró
inclinaciones a establecer relaciones amistosas con los gobiernos
revolucionarios; Fernando solicitó que se le reservara a él el derecho secreto
de designar candidatos a las sedes episcopales de sus antiguos colonias. Se
hacía el razonamiento de que con sólo que siguiera, como en los días de la
teocracia, ejerciendo el dominio virtual de la Iglesia, sería simple cuestión
de tiempo volver a ser “el grande, sobre todos los grandes, Rey de las Españas”.
Los nuevos gobiernos se
dieron cuenta, por su parte, de que era de prima importancia política para
ellos el frustrar las maquinaciones de España cerca de la Corte Papal, y
conseguir la adhesión del Papa.
Empezó así
una lucha diplomática, que duró diez años, entre las jóvenes repúblicas y la
vieja metrópolis, cuya escena fue el Vaticano. Uno tras otro se presentaron en
Roma los delegados de los países hispanoamericanos. Fray Pacheco, de Argentina;
el archidiácono José Ignacio Cienfuegos, de Chile; don Ignacio Tejeda, de la Nueva Granada, y el presbítero Francisco Vázquez, de México, procuraron
por turno ganar al Papa a la causa de la Revolución y conseguir que Su Santidad
concediera la investidura a nuevos obispos. Estos hombres tres de los cuales
según puede notarse, eran eclesiásticos, forman un grupo de interesantísimos
personajes. El relato de sus esfuerzos diplomáticos, y de las estratagemas que
tuvieron que emplear para evadir la vigilancia de la embajada de España en Roma
y hacerse oír del Papa, con mala suerte que por algún tiempo recayó en sus
afanes, constituye una historia novelesca y fascinadora.9).
Hubo un momento durante las negociaciones en que pareció como si las nuevas
repúblicas fuesen a echar por su propio camino religioso y a surgir iglesias
nacionales separadas. En 1824 dos años después de empezar las negociaciones, el
Papa publicó una encíclica intervencionista en que convocaba a todos los
clérigos y leales católicos del Nuevo Mundo repudiar la Revolución y a prestar sostén
al restablecimiento del viejo orden. Este malaventurado documento despertó una
vigorosa reacción en los países sudamericanos. Se acusó al Papa de parcialidad
y se concibió fuerte desconfianza respecto a sus designios. Esta encíclica,
como era de esperarse, no se halla en los archivos del Vaticano, y se ha intentado
negar su autenticidad. Esfuerzo vano, porque existe cuando menos una copia
auténtica de él. Además, otra consideración, admirablemente formulada en 1874
por el escritor chileno Miguel Luis Amunátegui, muestra hasta la sociedad que
hubo un esfuerzo por difundir la famosa encíclica en todas las nuevas
repúblicas americanas.
En el año de 1824, un vicario apostólico, un tal monseñor Muzzi, visitó
Chile y Argentina. Su actitud, autocrático e irrespetuoso, hizo empeorar la
situación en Chile, y más tarde, cuando exhibió la misma falta de respeto a los
fines e instituciones nacionales de la Argentina, fue expulsado al punto del
país. La impresión general que causó fue la de ser simplemente un emisario del
rey de España.
Mientras tanto se le había hecho creer al Papa que había verdadero peligro
de que la propaganda protestante se abriera paso en los antiguos dominios
españoles. Don Ignacio Texada le informó como sigue: “Vienen a América negociantes ingleses,
holandeses y suizos y están diseminando sus doctrinas y misiones, y no tenemos
obispos”. El Papa se sobresaltó, y convino en que en cada país de
Sudamérica la Iglesia representada por vicarios apostólicos que desempañarían
las labores de obispos sin pertenecer a sede episcopal alguna. Como el rey
español objetara a esta política de mediación, insistiendo siempre en sus
viajes derechos de patronato, el Papa replicó que el privilegio otorgado a los
monarcas católicos por la Iglesia caducaba cuando éstos afectaban
desfavorablemente los interese de la misma.
La verdadera crisis sobrevino en 1830. Ejercía el poder un nuevo papa,
Gregorio XVI. El
delegado mexicano, Vázquez, presentó a Su Santidad un ultimátum: México rehusaría en lo adelante a recibir vicarios
apostólicos. El ultimato de ellos sólo había creado confusiones, y
el país demandaba obispos regulares. Pidió al Papa una prórroga, pero el
delegado azteca, fiel a la tradición de franqueza que había distinguido a su
raza, replicó que sería necesario obrar inmediatamente, “a
fin” decía, “de que Vuestra Santidad se evite el disgusto de vernos partir
de Roma”. Gregorio sabía bien que si sobrevivía una ruptura, no
habría jamás otra Canossa
que le remediara. Cedió, y expidió en 1831 una bula
la Sollicitudo Eccesiarum, por la cual el
Vaticano prometía relacionarse con los gobiernos revolucionarios que dieran
buena garantía de estabilidad.
Al año siguiente quedaron instalados obispos en México, Chile y Argentina,
y en 1833 el Vaticano otorgó reconocimiento oficial a la Nueva Granada, primera
de las repúblicas sudamericanas que recibió de la Santa Sede tal honor.
Sin embargo, desde un principio los gobiernos sudamericanos insistieron en
su derecho de patronato, pues sostenían que éste legalmente a corresponderles
como sucesores de la monarquía española, y en el caso de Brasil, de la
portuguesa, Concediéndoles ese derecho el Vaticano, pero postulando a cambio la
protección rigorosísima de los intereses religiosos católicos romanos, con
exclusión de todos los demás credos. Podría decirse en verdad, que durante casi
todo el siglo diecinueve la política del Vaticano se consagró primordialmente a
obtener, hasta donde fuera posible, el monopolio de la propaganda y educación
religiosa en los nuevos países. Y su brazo principal para ellos fueron las
órdenes religiosas extranjeras que ahora se derramaban por todo el continente.
En 1836 quedó restaurada la orden jesuita y ésta volvió a invadir Sudamérica.
Más tarde fue expulsada de varios países, pero halló modo de escurrirse y
regresar. Por ejemplo, en Perú, donde los jesuitas no tienen carta legal para
residir en el país, sostienen la más fuerte de las escuelas particulares en
Lima, centro en que recibió su educación la última generación de políticos peruanos. Sólo
después de prolongada lucha se pudo arrebatar a los gobiernos dominados por la
Iglesia en los países del occidente y norte de Sudamérica, aquellos privilegios
humanos elementales como el derecho al matrimonio civil, el de establecer
cementerios civiles y el de libertad de culto. Y en muchos casos se hizo necesaria
la presión diplomática del exterior para lograr la concesión de esos derechos.10).
En
diferentes épocas se han concluido concordatos
entre la Sede Papal y varias repúblicas sudamericanas. Tipo de ellos es el que
existe con Colombia. El artículo XII de este convenio establece que en las
universidades, colegios, escuelas y otros centros educativos, la instrucción
pública se organizará y llevará a cabo de acuerdo con los dogmas y la moral de
la religión católica. La enseñanza católica será obligatoria en todos los
centros dichos, y se observarán en ellos las prácticas piadosas de la religión
católica. En el artículo XIII se asienta que las autoridades eclesiásticas
tendrán el derecho de inspeccionar las
escuelas públicas para asegurarse de que se observan debidamente las
estipulaciones del artículo anterior, de que no se usa texto alguno ni se
propaga ideas cualesquiera que sean contrarias a la fe católica o en detrimento
del respeto debido a la Iglesia.
Pasando revista a la situación religiosa tal como se presenta hoy, hayamos
que en el curso de los últimos cuarenta años ha tenido lugar la separación de la iglesia y
el estado
en Brasil,
Uruguay,
Paraguay, Bolivia,
Chile y Ecuador. Colombia se ha mantenido fiel a la iglesia a
través de toda la historia. Venezuela y el Perú, países de alma liberal hasta
la médula, se han venido mostrando más y más reaccionarios y oscurantistas,
especialmente el Perú. El primero ha estado durante muchos años sometido a una
dictadura brutal, al paso que el segundo acaba apenas de liberarse de los
grilletes de otra. Por otra parte, Venezuela expidió no hace mucho una ley que
prohíbe la entrada al país de todo extranjero, así católico como protestante,
mientras en Brasil,
donde la iglesia y el estado se separaron, se está haciendo un decidido esfuerzo
por reinstalar a la Iglesia Católica Romana en su antigua posición de Iglesia de la nación.11)
4.4. Un
Episodio Peruano:
Hasta tal punto se amordazó y aporreó en años recientes a la República
peruana, que la opinión pública ya no puede expresarse. Sucedió así que
un gobierno, vendido en cuerpo y alma a Roma, se atrevió a ultrajar la
conciencia moral de la nación y del mundo, al expedir el decreto más retrógrado
de los tiempos modernos en materias de educación. Dicho decreto
asienta que en las escuelas públicas y privadas no ha de darse ninguna y
privadas no ha de darse ninguna otra instrucción religiosa que la prescrita en
el programa de enseñanza o silabo oficial de la Iglesia Católica Romana. Toda
escuela privada que contravenga esa orden será clausurada y sus propiedades y
equipo confiscados. Lo novedoso y reaccionario de esta disposición consiste en
el hecho de que la obligación de enseñar el catolicismo romano se les impuso a las escuelas
evangélicas.
En Turquía
ha quedado prohibido la instrucción religiosa en todas las escuelas, y en México, en las escuelas primarias, así
públicas como privadas,12) pero en el Perú no sólo que no se enseñara
en las escuelas privadas una religión incompatible con el Estado y las
autoridades eclesiásticas, sino que se enseñara positivamente una religión
dictada por dichas autoridades. Fue la tentativa, por parte de las fuerzas
clericales del país, de aprovecharse de una situación política anormal para
restablecer la vieja teocracia católica, y de lo que se trataba principalmente
era de eliminar las influencias educativas no católicas, debido al creciente
prestigio de las instituciones evangélicas entre todas las clases de la
comunidad.
Debe decirse, sin embargo para crédito del ex presidente Leguía, masón
del grado 33,
fallecido después en una prisión peruana, que no fue él el autor del infame decreto. Según evidencia
irrefutable, su Ministro de Educación, un clerical, sorprendió al Presidente
presentándoselo sin haberlo previamente estudiado con él. Leguía lo firmo en
un momento de irreflexión, pero convencido posteriormente de su error, se puso
inmediatamente a atenuar su aplicación a las instituciones evangélicas.
El
preámbulo del susodicho edicto contiene una declaración significativa y
reveladora en grado extraordinario que, leído en conexión con el artículo correspondiente
del texto del decreto, arroja un torrente de luz sobre el pasado y el
presente de la religión oficial en el
Perú, y su relación con los problemas nacionales. Considerando, explica el
documento, que los establecimientos educativos en que se propagan religiones
contrarias a la del Estado realizan una obra destructora de la unidad nacional,
que es deber del Estado conservar y fortalecer, y considerando que tal
propaganda es particularmente nociva cuando se lleva a cabo entre la población
indígena que tiene que ser protegida especialmente por el Estado, se decreta… que el gobierno establecerá escuelas
especialmente para la población indígena, dondequiera que las considere
deseables, e institutos pedagógicos para la preparación de maestros indígenas
en los departamentos de Puno, Loreto, y Ayacucho.
La
población indígena del Perú llega a 3’000,000 o unas tres quintas parte de la
población total. Por primera vez en cerca de cuatro siglos se iba a hacer algo
por educar a esos indios. ¿Y por qué precisamente ahora? ¿Y por qué en
particular en los departamentos mencionados y no en otros? Porque en
esos tres departamentos, y especialmente en el de Puno, en derredor del Lago
Titicaca, la Misión Adventista Americana había venido llevando a cabo durante
muchos años una de las mejores obras educativas que se hacen en el mundo entre
aborígenes. La región entera se había transformado por completo. Miles de
indios habían abandonado el habitó del alcohol y la cocaína u se habían
convertido en ciudadanos respetables y útiles. Promoviendo políticas y
educadores peruanos han elogiado en el pasado esta obra, una y otra vez.
Sin
embargo, hace algunos años visite esa región un emisario especial de Roma. Poco
después se puso fin a aquel trabajo y tuvieron que clausurar ochenta escuelas
en que más de dos mil indios, bajo maestros de su propia raza recibían
educación.
Unos
años antes, una reacción clerical en Bolivia había logrado persuadir al
gobierno de aquel país a cerrar las escuelas adventistas situadas en el lado
boliviano del lago, y poner esa obra en manos de órdenes religiosas católicas.
Pero tan vigorosa fue el clamor popular contra ese decreto del gobierno, que al
fin fue revocado y se dejaron las cosas como estaban. “¡Frailes no!”, fue el grito que resonó por las calles de la Paz.
Los frailes habían tenido cuatrocientos años en que realizar ese trabajo, y ni
siquiera lo empezaron. Que se hagan a un lado. No tienen título morales para
una tarea así. Tal era el sentimiento expresado con tanta resolución en la capital boliviana.
4.5. El Vaticano Y Argentina:
Las relaciones entre la República Argentina y el Vaticano son tan anómalas
que merecen un par de párrafos aparte. De acuerdo con la Constitución de dicho
país, no existe religión de Estado; pero al mismo tiempo, el Estado ejerce el
derecho de patronato sobre la Iglesia Católica Romana, y a cambio de tal
privilegio le otorga una subvención anual para su sostenimiento en la
República. Es también costumbre que el Presidente y su gabinete concurran a un Te Deum especial
que se celebra en catedral con motivo del aniversario de la independencia
nacional. En diversas ocasiones, así radicales como católicas han atacado en el
Congreso Nacional esa anómala relación. Hace algunos años se desató una
violenta controversia entre el gobierno y el Papa debido a que éste se negó a
nombrar como Arzobispo de Buenos Aires al eclesiástico designado por el
gobierno para esa sede. Parce que al designado oficial, Andrea, se le había
acusado en Roma de favorecer una política religiosa nacionalista que, al
coordinar las fuerzas católicas en Argentina limitaría en mucho la influencia e
ingreso de las poderosas órdenes religiosas.
El Papa, que en un principio parecía favorablemente dispuesto hacia el prelado
argentino, cambió repentinamente de actitud, y rehusó extenderle el
nombramiento. En vista del punto muerto a que, como resultado de ellos, llegaron
las negociaciones. Su Santidad sugirió una amistosa separación de la Iglesia y el Estado,
como la que había tenido lugar en el Brasil. A lo cual se dice que el Presidente Alvear
replicó: “Si viene la separación, será ruidosa como en Francia”.
Sin
embargo, al fin y al cabo el Papa ganó, y se nombró a un arzobispo
satisfactorio para ambas partes. En vista del poderío creciente del papado en
la Argentina, tal resultado era inevitable. El instrumento principal de este
resurgimiento de la influencia papal ha sido la sostenida penetración del país
por nuevas órdenes religiosas. Según la Constitución de 1853, no se permitiría
la entrada de ninguna nueva orden religiosa al país salvo por decreto especial
del Congreso Nacional. Pero en la actualidad ningún gobierno se atreve a poner
en práctica esa disposición. El propósito de los padres de la República al no
adoptar ninguna religión de Estado, al paso que daban al gobierno el derecho de
mantener bajo su dominio a la Iglesia Católica Romana, fue asegurar, como dice
Rojas, que la nueva república no se convirtiera en una teocracia jesuita o una
sociedad hundida en la anarquía por cuerpos ultramontanos13).
Y
añade que bajo el régimen de dependencia el pueblo se va transformando y
encaminando hacia la libertad espiritual, en tanto que el clero notable antaño
por su cultura y amplitud de criterio, se está atrofiando ahora por la inacción
que resulta del subsidio
del Estado y las pitanzas que les arroja los laicos.14).
___________
1) Reflexiones, J. I. de Gorriti, pág. 34.
2) Id., pág. 207.
3) Id. Págs. 207-208.
4) Reflexiones, pág. 138.
5) Id., pág. 215.
6) Id.
Pág. 220.
7) Id., pág. 208.
8) Id., pág. 99.
9) Pág.21.
10) T.
Robertson Hispanic Relations with the United States, págs. 322-327.
11) El lector se servirá tener presente que el
libro fue escrito en 1931, y que en los países mencionados en los párrafos
anteriores y en los siguientes, ha habido importantes cambios políticos y
sociales. La situación religiosa, sin embargo, ha variado relativamente poco en
lo general, por lo cual las conclusiones del autor siguen teniendo validez
substancial. (Nota del traductor).
12) En 1935 se reformó la ley de enseñanza en
México, y la instrucción quedó completamente prohibida en todas las escuelas,
tanto oficiales como particulares, correspondientes a los ciclos primarios,
secundarios y normales, así como en las destinadas espacialmente a obreros y
campesinos. (Nota del traductor).
13) Rojas,
introducción a Relaciones entre el Estado y la Iglesia, por Dalmacio Vélez
Sarsfield, páh. 43.
14) Id., pág. 44.
Véase capitulo V.
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