Capítulo III
TEOCRACIA COLONIAL:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Para España el
verdadero fin de la cruzada fue el Escorial; para América fue el comienzo de
una teocracia colonial que continuó y
consolidó la obra de los cruzados. Consideremos la condición y progreso de la
religión en Sudamérica durante el llamado período colonial, esto es, desde el
principio del Virreinato hasta la Guerra de Independencia en los albores del
siglo diecinueve.
En 1493, un año después del
descubrimiento del Nuevo Mundo, el papa Alejandro VI delegó a los reyes españoles,
mediante bula
especial, el poder temporal y espiritual sobre la Iglesia en los
dominios de éstos. A esta acción del Papa se le da por explicación el hecho de
que la Sede Papal no se hallaba en posición que le permitiera propagar
directamente la fe en América.
Sucedió así que cada uno de
los reyes españoles sucesivos se consideró como vicario apostólico. Fernando I,
Carlos V y Felipe II solicitaron igualmente del Papa el derecho a usar el
título jerárquico de Patriarca de Indias, y en cada uno
de esos casos se otorgó dicho título. El rey postulaba a los obispos y decidía
todas las cuestiones que entre ellos surgieran en tanto que él o sus
representantes fijaban los límites de cada diócesis**), parroquia y
curato. Ya el papa Calixto III había concedido, en 1456, derechos idénticos al
Rey de Portugal para todos los nuevos dominios portugueses. Por otra bula,
se concedieron en 1501 los diezmos de India a los reyes españoles, en
perpetuo derecho, por consideración de los gastos causados por la conquista
temporal y espiritual. Los reyes, a su vez, se comprometieron a erigir y
equipar iglesias para los pobladores de cada región que se ocupara. A
consecuencia de este arreglo, el patronato ejercido por los Estados españoles y
portugués sobre la Iglesia en América fue mucho más absoluto que el que privaba
en la Península.
___________
*) Bula.
(Del lat. bulla). f. Documento pontificio relativo a materia de fe o de interés
general, concesión de gracias o privilegios o asuntos judiciales o
administrativos, expedido por la Cancillería Apostólica y autorizado por el
sello de su nombre u otro parecido estampado con tinta roja. || 2. bula de
carne. || 3. Sello de plomo que va pendiente de ciertos documentos pontificios
y que por un lado representa las cabezas de San Pedro y San Pablo y por el otro
lleva el nombre del Papa. || 4. Distintivo, a manera de medalla, que en la
antigua Roma llevaban al cuello los hijos de familias nobles hasta que vestían
la toga. || 5. ant. burbuja. || ~ de carne. f. La que daba el Papa en
dispensación de comer de vigilia en ciertos días. || ~ de composición. f. La
que daba el comisario general de Cruzada a los que poseían bienes ajenos cuando
no les constaba el dueño de ellos. || ~ de difuntos. f. La que se tomaba con el
objeto de aplicar a un difunto las indulgencias en ella indicadas. || ~ de la
Cruzada. f. bula de la Santa Cruzada. || ~ de lacticinios. f. La que permitía a
los eclesiásticos el uso de lacticinios en ocasiones en que les está vedado. ||
~ de la Santa Cruzada. f. bula apostólica en que los romanos pontífices
concedían diferentes indulgencias a los que iban a la guerra contra infieles o
acudían a los gastos de ella con limosnas. Contar con facilidades negadas a los
demás para conseguir cosas u obtener dispensas difíciles o imposibles.
(Microsoft® Encarta® 2008).
Martín Lutero: El
31 de octubre de 1517 Lutero se convirtió en controvertida figura pública al
exponer en el pórtico de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg (algunos
estudiosos dudan sobre si éste fue el lugar exacto) sus 95 Tesis o
proposiciones escritas en latín contra la venta de indulgencias (remisión, mediante un pago, de los
castigos temporales impuestos por la comisión de los pecados) para la gran
obra de los papas Julio II y León X:
LAS PENITENCIAS Y LAS INDULGENCIAS:
El sacramento medieval de la penitencia consistía en cuatro pasos:
1)
La
contrición por un arrepentimiento sincero,
2)
La
confesión auricular ante un sacerdote,
3)
La
satisfacción por obras penitencias, para demostrar el arrepentimiento,
4)
La
absolución pronunciada por el sacerdote.
La iglesia medieval enseñaba que el purgatorio existía
para aquellos que no habían cumplido con toda satisfacción durante su vida.
También enseñaba que los santos de la iglesia tenido más méritos de los que
necesitaban para su propia salvación. El cúmulo de méritos sobrantes
(incluyendo los de Jesús y la Virgen) estaban en el “Tesoro de Méritos” en el
cielo y el Papa tenía autoridad para dispensar estos méritos a su parecer.
En base a ese tesoro, el papa podías otorgar
“indulgencia”, lo que significaba perdonarle al pecador las obras de penitencia
que la persona debía a cambio de alguna acción especial, o incluso a cambio de
dinero. Los ingresos de las indulgencias que se vendían en 1517 estaban
destinados finalmente a la construcción de la actual basílica San Pedro en
Roma.
**) Diócesis. (Del lat. dioecĕsis, y este del
gr. διοίκησις). f. Distrito o territorio en que tiene y ejerce
jurisdicción espiritual un prelado, como un arzobispo, un obispo, etc.
(Microsoft® Encarta® 2008).
En tanto
que en los países maternos la Iglesia sea independiente del poder civil en
materia económica, en las Indias estaba, a ese respecto, subordinada al Estado.
Así pues, la conquista (invasión) y colonizaciones ibéricas del Nuevo
Mundo tuvieron con los auspicios de una perfecta teocracia. La propagación y
mantenimiento de la religión resultó una función del Estado, y hasta el
nacimiento de las naciones independientes el Papa desempeñó un papel secundario
en los asuntos religiosos de Iberoamérica. El lugar supremo lo ocupaba un César
Cristiano, cuyo título era el de “Su Real, Sagrada, Católica y Cesárea
Majestad”. En un importante documento religioso redactado por el
Arzobispo de la Plata, en 1788, poco más de veinte años antes de que brotara el
movimiento revolucionario, y no hace mucho publicado en la Argentina, el Rey recibe un lugar mucho más central que el Papa, a quien se menciona sólo incidentalmente:
·
Al primero se le
llama “el Grande sobre todos los Grandes, el Católico Rey de las Españas”1).
3.1. Terratenientes
Evangelistas:
Con el fin
de que la conquista espiritual de los nuevos dominios pudiera llevarse a cabo
de manera más expedita y eficiente, y tuviera efecto así el móvil original de
la cruzada como las obligaciones contraídas con la Sede Romana, apareció la
forma más original de organización Evangelístico que conoce la historia
cristiana. La Corona encomendó a los colonos la conversión de los indios a la
Santa Fe Católica, y a fin de facilitar su obra e investir de mayor autoridad
sus esfuerzos Evangelísticos, les concedió al mismo tiempo el más absoluto
poder sobre la raza indígena. Esto fue una extensión de la idea teocrática, en
virtud de la cual la Corona delegaba, para el cumplimiento de fines religiosos,
su autoridad espiritual y temporal. A quienes aceptaron tal responsabilidad se les
llamó encomenderos. A cambio de su
celo cristianizado, los encomenderos tenían el derecho de emplear los servicios de los
indios y exigirles tributos.
Con lo cual
éstos se convirtieron en esclavos virtuales de sus “evangelistas”.
La esclavitud
nació como expediente económico para cumplir una tarea religiosa; pero lo que
se había permitido como instrumento espiritual se convirtió prestamente en un
fin comercial y la raza indígena
cayó bajo el yugo de una servidumbre de la que en algunas tierras sudamericanas
todavía no ha conseguido emanciparse.
No hay
palabras con que describir las crueldades cometidos por los encomenderos*) con sus esclavizados catecúmenos.
Ningún oído cristiano podría soportar el relato de sus crímenes, según escribió
un cierto Bachiller Sánchez al Presidente del Consejo de Indias.2)
Terrible es el lenguaje con que los denuncia el noble Las Casas, amigo y
protector de los indios, quien dice que andan vestidos en sedas y no sólo ellos
sino sus mulas, pero que si la seda bien se exprimiera sangre de indios saldría
de ella.
Según se ha
dicho bien en la América española del siglo dieciséis el trabajo de los
esclavos indios tenía tanta importancia económica como las tierras públicas de
la Roma
republicana, el carbón en Inglaterra o la ganadería en la Argentina.
Pero lo doloroso es que detrás y debajo de la servidumbre en que vivían los
indios desde México hasta Chile había un motivo religioso y un fondo teológico.
Nos hemos
referido ya al primero.
___________
*) Encomendero. m. Hombre que lleva encargos de otro,
y se obliga a dar cuenta y razón de lo que se le encarga y encomienda. || 2.
Hombre que por concesión de autoridad competente tenía indios encomendados. (Microsoft®
Encarta® 2008).
En cuanto
al segundo, la cuestión de si era lícito hacer esclavos a los indios dio origen
a interminables discusiones entre los teólogos españoles de la época.
Véase una serie de razonamientos típicos
que se usaban para justificar el apropiarse las tierras de los indios y
esclavizar sus personas:
(1) Primero: Porque no
conocen a Dios.
(2) Segundo: Porque
se matan unos a otros.
(3) Tercero: Porque comen carne humana.
(4) Cuarto: Porque
pecan contra la naturaleza.
Otro teólogo español. Sepúlveda,
sostenía que puesto que las Sagradas Escrituras no mencionan a los indios no
perteneces éstos a la raza humana, y por lo tanto pueden ser legítimamente
usados por los cristianos para sus fines privados. El punto de vista oficial se
expresa en una de las cartas reales: La esclavitud
de justifica sólo en caso de que los indios ofrezcan resistencia a la Fe o rehúsen
obediencia con la fuerza de las armas. ¡Qué
ingenuo es todo esto! Mas para crédito de la Corona y del Consejo de
Indias debe decirse que repetidamente expresaron gran solicitud por la raza
india y requirieron de todos los gobernadores y encomenderos la mayor
consideración en su modo de tratarlos. Pero desde el principio de la conquista,
la intervención oficial a favor de los intereses de humanidad se estrelló
contra dos escollos formidables:
§ Uno, fue la teoría de que la clase de gente se empleaba en una misión
religiosa era cosa de muy secundaria importancia, pues lo único que contaba era
el fin propuesto.
§ El otro, fue el hecho de que desde
entonces y hasta el presente todo funcionaria de Iberoamérica se ha tenido a sí
mismo por encarnación viviente de la ley.
Jamás ha
renunciado a la famosa carta poder con un solo artículo, a que se refiere Ángel Ganivet, y por ello interpreta
y aplica todo código en los términos de esa carta.
¡Ni que maravillarse de que hayan podido coexistir “leyes perfectas y costumbres escandalosas!”.
3.2. Las Casas, El Anti-conquistador:
En Fray Bartolomé de las Casas hallaron los indios amigo y protector. A este noble alma cristiana, llamado con justicia el mayor filántropo que
la raza ibérica ha producido, se le conoce en la historia iberoamericana con el
nombre de Anti-conquistador. Debido a su celo por el bienestar de la raza
autóctona y sus candentes denuncias de las indignidades que ésta padecía, se
nombró a Las Casas oficialmente “Protector
General de las Indias”. “Hay un momento histórico en América –dice un
distinguido escritor sudamericano- en el que
solamente esa voz nos recuerda que hubo una verdad nueva posterior a los
tiempos de Nabucodonosor o Alejandro, e ignorada por Tamerlán,
imbuida en la conciencia humana, hace veinte siglos”3). En
el famoso Tratado de Treinta Proposiciones, de Las Casas, ocurren expresiones
como las siguientes:
“Los Reyes de Castilla… son obligados a procurar la conversión de los infieles
de las Indias por los mismos medios que practicaron y enseñaron Jesucristo y
los apóstoles, y que ha seguido siempre, aprobado y enseñado la Iglesia
Católica; es decir por medios dulces, suaves y capaces de hacer amable la
religión cristiana, como son la persuasión y el convencimiento en los sermones
y conferencias, y el buen ejemplo de las personas en su conducta;
De manera que no
se va, no se oiga, ni se haga cosa por la cual haya lugar a la sospecha de que
la religión
es mala, cuando aquellos que la profesan hacen cosas malas, cuáles serían los
robos y las violencias en vez de agasajos, obsequios regalos, y otras obras de
beneficencias digna de un cristiano bueno, virtuoso, edificante”4).
Este fraile
dominico, que llegó a Obispo de Chiapas, México, era teólogo, sociólogo, historiador
y hombre de acción, todo a la vez. Como sociólogo se anticipó al famoso dicho
del estadista argentino Alberdi: “Gobernar es poblar”: Propuso que se
introdujeran agricultores procedentes de España, y sus planes de colonización
son todavía uno de los sueños no realizados de algunos países sudamericanos.
Las Casas tenía el alma de un revolucionario constructor. Hubiera querido que
todos los confesores se convirtieran en instrumentos activos de una revolución
social. Desde cualquier ángulo que se le contemple, el Obispo de Chiapas se destacó
como el verdadero héroe de Iberoamérica, el hombre en quien la conciencia moral
de ésta halló su más alta encarnación, y a cuya personalidad, idea y obra, debe
el pensamiento de las futuras generaciones volver, en creciente medida, para
obtener orientación e inspiración.
Sin
embrago, llevado de su celo por los indios, el buen de Las Casas se permitió
cometer, con la más sana y humanitaria de las intenciones, un grave error ético.
Oyendo que el experimento, llevado a cabo por los portugueses, de importar
negros a su territorio, había tenido buen éxito, y que los hijos del áfrica
parecían adaptarse mucho mejor que los indios a las condiciones de trabajo que
prevalecían en las minas sudamericanas,
abogó por la introducción de negros a los dominios españoles. Ese fue el
comienzo de la esclavitud de los negros en la América Española. Complicase el
problema social y cayó una nueva mancha en los blasones cristianos.
Las Casas,
reconoció más tarde su error y abjuró de lo que una vez había propugnado. “¡Yo he
comprado a Cristo –decía con amargura- y no me lo dieron por nada! ¡Tuvo que pagar
por ÉL!”.
“¡Yo he
comprado a Cristo!”. Estas palabras del más grande espíritu que haya alentado en Iberoamérica
son el símbolo de la historia entera del cristianismo en las tierras de
occidente conquistadas por España y Portugal. El proceso de evangelización se
llevó a cabo a un terrible costo ético. Los métodos empleados para llevar a
Cristo a esas tierras y darlo a conocer a esas gentes, segregó su religión de
la moralidad al par que lo redujo a ÉL a un simple fetiche, a uno de tantos.
Nos
inclinamos a creer que los resultados Evangelísticos de tal sistema fueron
nulos. No cambiaban los corazones ni las inteligencias recibían luz, y el culto
se ofrecía simplemente a ídolos rebautizados. En carta escrita en 1555, Las
Casas alude a la falta de psicología que había en la enseñanza religiosa
impartir a los indios. “Mire qué doctrina para los que no
entendían –dice- si era palo o
piedra, o cosa de comer o beber el Ave María”.
El
historiador peruano Sebastián Lorente hace ver las cavilaciones del alma india
ante el celo cristiano de sus señores feudales. “La pureza
evangélica perecía incomprensible y aun contradictorias gente ruda, que no veía
sino grandes escándalos en los cristianos de su conocimiento. Reprendido un
indio porque vivía en el concubinato, preguntó con cierta extrañeza, si el
amancebamiento era pecado, y como le respondiesen que sí, replicó resueltamente”.
‘Pues yo creía que no lo era; porque está
amancebado el cura, amancebado el corregidor, amancebado e encomendero’. “Por otra parte, sigue diciendo
Lorente, la idolatría que se heredaba con la sangre y con las costumbres
recibía un fortísimo apoyo de la amada embriaguez, su inseparable compañero, y
de estar siempre a la vista los principales objetos del culto. Como un
misionero quisiera quitar los ídolos a un obstinado idólatra le dijo éste: ¡Pues llévate ese cerro; ese es el dios que yo adoro!”5).
Si bien es
cierto que la raza india jamás fue verdaderamente cristiana –a no ser que la
adopción de los ritos externos de la “Santa
Fe Católica” se consideren como cristianización- es igualmente
cierto que los colonos cristianos se paganizaron completamente a su vez por lo
que toca a una vida piadosa. Recuérdese que aquellos hombres no eran verdaderos
colones pues que dejaron su país no para trabajar ellos, sino para hacer que
otros es trabajasen para su provecho. Además, no vinieron acompañados de sus
mujeres y desde su llegada a América hicieron, por el contrario, todo lo posible
por impedir que sus cónyuges les siguieran.
El Ulises
colonial jamás pensó en Ítaca o en la Penélope que hilaba para él en la
distante España o Portugal. En vez de eso se juntó con mujeres indias en esta
americana Isla de las Sirenas. Los hijos de esas uniones fueron criados por sus
incultas madres. No hubo vida de hogar. La ausencia de la sagrada y edificante
influencia del hogar religioso, en que los hijos pueden crecer al cuidado de
padres que son verdaderos compañeros el uno del otro y ejemplo genuinos para
sus vástagos, vino a constituir uno de los más graves problemas de la vida colonial de Iberoamérica. La falta
de hogares así fue otra de las causas de que la Corona y la Iglesia (de Roma)
no hubiesen podido crear una verdadera sociedad cristiana en los días de la
Colonia. Ahí han de hallarse también las raíces de lo que los escritores
sudamericanos contemporáneos describen como irreligiosidad fundamental de la
vida en el continente del Sur.
3.3. La Salvaguarda De La Pureza Teocrática:
La pasión
inicial de hacer prosélitos comenzó a declinar; la inmoralidad de toda clase
carcomiendo rápidamente, como un cáncer, las extrañas de la vida colonial; pero
la teocracia no menguó ni un ápice en su celo por mantener la unidad y pureza
de la vida y la religión en el seno de sus vastos dominios.
Para impedir intromisiones
perniciosas del exterior, especialmente la introducción de nuevas formas e
ideas religiosas, los teócratas coloniales establecieron una estricta censura.
Desde el mismo principio de la conquista (invasión) no se admitió a sacerdotes extranjeros
en Sudamérica. Se
prohibió igualmente la inmigración de moros, judíos, herejes y prosélitos.
Para la publicación de todo libro relativo a las posesiones coloniales se
requería el consentimiento del Consejo de Indias radicado en Madrid. Todavía en
1878 la Iglesia ejercía en Chile la censura de los libros extranjeros. Tomase toda
precaución posible para asegurar la
perpetua pureza de la Santa Fe Católica en las tierras vírgenes de América.
Pero
el principal y más notorio medio
adoptado por la España teocrática para asegurar la ortodoxia católica, en fe y
moral, en sus colonias americanas, fue el establecimiento de la Inquisición*) en dominios de Nueva España, en 1569. No es nuestro
propósito entrar aquí en las consideraciones del carácter y funciones generales
de la “SANTA
CRUZADA” de este “Estado dentro del Estado”.
___________
*) Inquisición. (Del lat. inquisitĭo, -ōnis). f.
Acción y efecto de inquirir. || 2. Cárcel destinada a los reos pertenecientes
al antiguo Tribunal eclesiástico de la Inquisición. || hacer ~. fr. coloq.
Examinar los papeles, y separar los inútiles para quemarlos. □ V. comisario de
la Inquisición, Consejo de la Inquisición, vara de Inquisición. Microsoft®
Encarta® 2008.
Como le
llamara un escritor italiano, un Estado con su “terrible
ejército propio, un ejército anónimo, invisible e impalpable, pero con ojos y
oídos abiertos en todas direcciones”. Basta decir que, con su
cuartel general en Lima, la Inquisición funcionó a intervalos de 1569 a 1813,
año de su abolición. Restablecida al año siguiente, arrastró una moribunda
existencia, ocupándose principalmente con los lectores de libros prohibidos,
hasta que las fuerzas libertadoras de San Martín entraron a la capital peruana
en 1821.
Don Ricardo
Palma, que es probablemente el literato más eminente que ha producido
Sudamérica, dedica la parte final de sus famosas Tradiciones
Peruanas a los “Anales de la
Inquisición en Lima”. Páginas brillantes que se leen a la vez con
tristeza y fascinación. Según el decreto real por el cual se fundó la
Inquisición, se consideraba necesario establecer el “Santo Oficio” en las provincias de
ultramar, “en
interés del aumento y conservación de nuestra Santa Fe Católica y cristiana
religión”.
La primera persona sometida a la sentencia extrema de ser quemada fue un
francés, Mateo Salade, condenado por “hereje
contumaz” en 1573. Examinando los archivos del “Santo Oficio” desde esa fecha
hasta su abolición, hallamos una lista de los infortunados que sufrieron sus
rigores. Por “seguidores
de Lutero”, o “judíos”, o “blasfemos”, o “por poseer libros prohibidos”, “tener trato con el diablo en brujerías”, “celebrar misa sin sacerdote”, o quizá por algún delito
moral o capricho pueril, cuya sola mención provoca hilaridad, las victimas
tuvieron que subir a la hoguera o someterse al polvo del tormento o sufrir
alguna suerte de indignidad en sus personas. En sus anotaciones, Palma menciona
a algunos británicos, como John Drake, primo del corsario, y otros, condenados
por “luteranos”, algunos de
los cuales se retractaron para escapar a la hoguera, pero otros fueron quemados.
Funcionaba la Inquisición en lo que ahora es el edificio del Senado en
Lima. Cuando se publicó el decreto que anunciaba su abolición, el populacho
asaltó y saqueó la temible mansión. En la cámara de los inquisidores hallaron,
entre otras cosas, un crucifijo de tamaño natural, cuya cabeza podía ser manipulada
con ciertas cuerdas por un hombre oculto tras el solio del Tribunal. Cuando la
cabeza del crucifijo se movía quería decir que el acusado era culpable y debía
ser condenado. Dicho crucifijo ocupaba un lugar entre dos enormes candelabros
verdes colocado en la mesa ante la cual tomaban asiento los dos inquisidores y
el fiscal. Esta
característica agrupamiento dio origen a la famosa descripción que hacia
Jovellanos de la cámara inquisitorial: “Un santo
Cristo, dos candeleros y tres majaderos”.
Y majaderos eran los inquisidores en verdad, y mucho peor. Ellos mismos
eran culpables de muchas de las cosas por las cuales torturaban a los demás. En
cierta ocasión un representante de la Suprema Corte de España vino comisionado
al Perú a investigar los cargos contra dos inquisidores, don Diego de Unda
y don Cristóbal
Calderón, de quienes se probó que habían estado viviendo
públicamente con sus queridas y habían defraudado a la Corona de una respetable
suma de dinero6).
3.4. Camafeos Religiosos:
Y no obstante, en vez de menguar, crecía la pompa externa de la religión.
El municipio colonial era una prolongación de una iglesia o un monasterio, como
las ciudades catedrales de la vieja Castilla. Hay una escena simbólica de los
tiempos coloniales, dice el escritor argentino Juan B. Terán, que espera
todavía el pincel del pintor y la pluma del novelista. “Una
escena, durante los temblores que asolaron Panamá, desde mayo a agosto de 1621, pinta el ambiente espiritual
de la ciudad americana.
Durante los temblores, en la plaza
de Panamá, los sacerdotes, sentados sobre las
piedras reunidos para construir la catedral, confiesan a los vecinos que
corren semidesnudos desde sus casas, mientras se desploman los techos y sopla
el huracán”7).
Quien haya pasado por los distritos rurales de México no olvidará jamás el
número de torres de iglesias que el ojo alcanza a percibir en algún escasamente
poblado. Tiempo en que no menos de 17,000 iglesias cubrían la superficie de
este solo país, construidas por órdenes religiosas rivales con los centavos,
penosamente ganados, de la población indígena. ¡Santuarios palaciegos en medio de
una miseria sin alivio! “Las erguidas
torres de los templos –dice un escritor
chileno, describiendo la situación de su país en el siglo dieciocho- que enviaban plegarías
silenciosas al cielo era lo único esbelto que se alzaba en los pueblos sobre el
caserío aplastado y opaco, de paja y barro, con puertas conventuales y ventanas
cubiertas de tupidas rejas de cobre…”8).
Como en España, los festivales religiosos eran los más populares, aunque de
ningún modo los que mejor realizaban con fines religiosos, pues sólo tendrían a
recrudecer en el pueblo sus supersticiones primitivas. La descripción de un
festival religioso español durante el reinado de Carlos el Hechizado se ajusta
admirablemente a los festivales típicos de la América del Sur en tiempos de la
Colonia, algunos de los cuales existen todavía, aunque con decreciente
esplendor. “Las fiestas más populares,
los días solemnes, bulliciosos y alegres del año, eran aquello en que se
conmemoraban los grandes misterios de la fe, y sin necesidad de ello, bendecías
los campos, los vientos los ríos y las aguas, socavase en procesión los cuerpos
de los santos lo mismo en épocas de sequías que en momentos de apuro, y hasta
el Santísimo servía para apaciguar los tumultos populares, como cuando cayó
Oropesa, o para dominar los incendios, como al ocurrir el de la Panadería.
A religión se mezclaba irrespetuosamente con las cosas más ajenas a su
sagrado ministerio y se apelaba a los recursos más santos, por tal de conseguir
los resultados más prosaicos y detestables”9). Todo el que haya presenciado en el Perú festivales religiosos populares
como los de
“El Señor del Trueno”, “El Señor del
Mar”, o “El Señor de los Milagros”, reconocerá algunos
de los detalles de la anterior descripción.
Siendo en
un principio un tremendo poder de cruzada, que imponía a las razas indígenas,
por la buena o por la mala, sus ritos y postulados, la religión se desagradó
rápidamente hasta venir a ser tan sólo un medio mágico de obtener lo que por
medios ordinarios no podía logarse. Cristo y la Virgen
se convirtieron en figuras regionales y se les confirieron títulos
significativos según alguna gracia o beneficio especial que se asociaba con sus
innumerables imágenes.
Los santos
comenzaron a ocupar el primer lugar en la conciencia religiosa del pueblo, como
patrones de deseos así individualmente como colectivos. En Buenos Aires hacia
fines del siglo dieciocho, se acostumbraba ofrecer oraciones a San Martín para que hiciera llover
cuando el suelo estaba todo agrietado después de una larga sequía, a la Virgen de Luján como libertadora de los
cautivos y defensora contra epidemias, y a los santos Sabino
y Bonifacio por ser tan famosos “como protectores contra las plagas de
ratones y hormigas” de esa
ciudad.10)
El Poeta y
ensayista peruano, José Gálvez,
ofrece deliciosos bocetos de la vida religiosa de Lima en su libro, Una Lima
Que se Va, Los cuales pueden considerarse como reliquias de la religión popular
de los tiempos coloniales que han persistido hasta el presente.
Hablando de
las varias clases de beatos, en sus clásicas mantas, que él había conocido en
el transcurso de su vida, Gálvez ofrece
la siguiente descripción de la clase que él llama de Las interesadas.11)
“La
esperanza de que todos los bienes bajen del cielo y la certeza de que en el
cielo está el dispensador de todos ellos, inspiran a algunos beatitas el
sórdido interés que ponen en sus oraciones. Rezan por sacarse una suerte,
porque no se muera el gato, porque le den un destino a Fulanito porque Menganita
salga con bien del parto; y tan a los serio toman su carácter de beatas
rezadoras que tienen un santo para cada cosa, y cuando no las escuchan, los
castigan poniendo efigies de cabeza,
metiéndolas dentro de un zapato o cosa peor, volviéndolas contra la
pared resintiéndose y hasta diciéndoles cosas feas. Llenas de primitiva
ingenuidad hacen la lista interminable de las especialidades del santoral*): “ ‘A Santa Rita le pedí que me
concediera una surte; no me la saqué y entonces por castigo puse su imagen vuelta
a la pared.
A la semana, me concedió dos soles, como para que viese que podía hacer el
milagro pero que no me convenía tener más plata…’ Esto es sabroso en su infantil
paganismo”, comenta el autor.
___________
*) Santoral. (Del lat. sanctōrum, genit. pl. de
sanctus). m. Libro que contiene vidas o hechos de santos. || 2. Libro de coro
que contiene los introitos y antífonas de los oficios de los santos, puestos en
canto llano. || 3. Lista de los santos cuya festividad se conmemora en cada uno
de los días del año. (Microsoft® Encarta® 2008).
3.5. El Imperio Jesuita:
En siglo
anterior a la iniciación de la vida republicana lo épico hubiese cedido su
lugar enteramente a lo melodramático en la vida religiosa de Sudamérica, si no
hubiera sido por la renovación que experimentó con el famoso episodio que se
conoce en la historia como la fundación del Imperio Jesuita del Paraguay. Si
puede decirse que Ignacio de
Loyola es el alma más genuinamente ibérica de la historia, y que la
orden jesuita es el producto organizado más genuino del espíritu religioso
español, puede afirmarse con igual verdad que el Imperio Jesuita del
Paraguay es símbolo y microcosmos del
curso entero de la historia religiosa de Sudamérica durante la época colonial.
Antes de
que sigamos a los hijos de Loyola al Paraguay, consideremos sus previos
esfuerzos misioneros en otras regiones del continente. Según el escritor
brasileño, Manuel Oliveira Lima12), los jesuitas
ejercieron una influencia social mucho mayor en la América portuguesa que en la
española, por razón de que en esta última habían sido precedidos por otras
poderosas organizaciones. Durante los siglos dieciséis y diecisiete fueron los
principales agentes de la cultura brasileña nacional. Ya antes nos hemos
referido a José de Anchieta, alma verdaderamente grande de clasificarse junto
con Francisco Xavier, ya quien se conoce como “el apóstol del Brasil”.
Durante cuarenta años laboró por la
conversión y protección de los indios, defendiéndolos de los famosos bandeirantes, como se llamó a los aventureros que colonizaron
el Estado de San Paulo.
En
Argentina los jesuitas llegaron a ser
sumamente influyentes, así entre las clases bajas como en las altas de la
sociedad. Influyeron en las primeras principalmente por medio del
confesionario, y en las segundas, mediante las escuelas y universidades que
fundaron. “Sabían
–dice
el escritor argentino, Julio Noé- de cada
familia su secreto ambición, de cada
doncella su íntimo propósito y de cada mancebo su afiebrado apetito. Así
propiciarían a aquélla en la satisfacción de sus deseos; facilitarían el logro de los casamientos a las mujeres
impacientes, y a todo joven religioso y aventurero disculparían el último
desliz con una dulce penitencia.
De este modo lograban la adhesión de
unos y de otros”13). Mientras
seguimos a los jesuitas al Paraguay, recordemos aquellas palabras tremendas de
Loyola: “Seamos como un cadáver que de sí
mismo es incapaz de movimiento, o como el bordón de un ciego”. Su
ideal, según lo expresó él mismo, era “mandar en un cementerio”14). Cuando el mundo se hubiere transformado
en un cementerio moral el Reino de Dios habría llegado. Toda la policía de la
orden jesuita se dirigió a esa meta sepulcral. Su propósito era conquistar para
Dios el mundo, lo cual quería decir universalizar la pasividad y paz del
cementerio, lo cual los padres jesuitas determinaran alcanzar por cualesquiera
medios que se hiciesen necesarios, las armas celestiales cuando se pudiera, y cuando
no, las armas terrenales.
Los
primeros jesuitas llegaron al
Paraguay en 1588. Por algún tiempo se entregaron completamente a la evangelización
de los indios guaraníes. En cierto que trataron de hacerles atractivo el
cristianismo a los salvajes por consideraciones muy utilitarias, tales como
mostrarles, por ejemplo, cuándo inmensas ventajas obtenían, en alimentación
recreación y buen trato, quienes aceptaban el bautismo, No obstante, no puede
negarse que en un principio no aspiraban a otra cosa que el bien espiritual de
sus catecúmenos. Poco a poco, sin embargó, a medida que su buen éxito y
prosperidad aumentaban, comenzaron a soñar en la dominación espiritual y
temporal de los indios, mediante la formación de una oligarquía cristiana que
fuese independiente de la tutela de los Reyes Católicos.
Con el
transcurso del tiempo quedó fundada ahí una teocracia modelo y el reino jesuita
ensanchó su extensión hasta tener un diámetro de trescientos leguas. El
territorio quedó dividido en treinta provincias, con treinta y tres
jurisdicciones y más de cien mil habitantes. Cada jurisdicción estaba rodeada
de un foso y una palizada, con centinelas y patrulla constante de día y de
noche. A nadie se le permitía la entrada sin permiso especial.
La forma de organización social impuesta por
los padres era una maravilla de perfección mecánica y sin alma. Desde luego, todo pertenecía a los padres:
el pueblo
carecía por completo de propiedades. Todo hombre, mujer y niño tenía
una tarea asignada y estaba en obligación de cumplirla. Había reglas y
preceptos para todo aspecto y detalle de la vida, pero no sólo estaba sujeto a
normas rígidas la vida religiosa y social del pueblo, sino que también su vida
económica y doméstica, hasta en los detalles más triviales y ridículos. Se obligaba
a los hombres a casarse a los diecisiete años y a la mujeres a los quince. Nada
había que estimulara la iniciativa individual, ni en caso de surgir ésta,
recibía recompensa alguna. Trabajo, obediencia,
igualdad y uniformidad: tal era la regla.
Los municipios jesuitas se parecían
entre sí como una gota de agua a otra.
Obtener
puestos de doctrineros, es decir, de sacerdotes encargados de grupos de indios
recién convertidos, vino a ser la ambición capital de los estudiantes de los seminarios
jesuitas de las tres provincia de Paraguay, Río de la Plata y
Tucumán. El tipo de sacerdote que se requería entonces en el Imperio era el de
buen administrador. Lo que sucedía en la vida secular en el caso de los
encomenderos se repitió entre los padres jesuitas en Paraguay. El negocio y no
la salvación se convirtió en el motivo principal del esfuerzo Evangelístico y
el clásico “delirio
de grandeza”, en su más mundana forma, se apoderó de los hijos de
Loyola, que se convirtieron en una potencia comercial y causaron graves daños
al comercio español en Sudamérica. Dueños de una flota mercante, exportaban
mate (el té
Paraguay), lino, pieles y frutas a Chile, Perú y Brasil.
Según el distinguido escritor paraguayo Blas Garay, a cuyo valioso libro. El Comunismo de las misiones debemos la mayoría de estos datos, los ingresos
anuales de los padres jesuitas ascendía a 1’000,000 de pesos plata española,
mientras que sus gastos llegaban a penas a 1000,000. ¡Dividendos de novecientos por ciento!
El extraordinario buen éxito del reino jesuita del Paraguay como empresa
comercial tenía por base dos factores principales:
(1) El débil
sentido moral de los jesuitas con respecto a los derechos de los seres humanos, y
(2) Su
supremo sentido psicológico del poder del ritual suntuoso sobre la mente primitiva.
En cuanto a lo primero, la historia posee un catálogo de hechos dolorosos.
Sabemos, por ejemplo, que los indios que transportaban la yerba de mate desde
la plantación hasta los puertos del río, sufrían indescriptible penalidades. Se
nos dice que a menudo sucedía que cuando el cargador llegaba al puerto de
embarque, su carga pesaba más que él. En cuanto a lo segundo, los jesuitas
erigieron templos suntuosos en que los siervos indios, deslumbrados por el
esplendor ritual, se sentían arrastrados a prestar más religiosos temor y
obediencia a sus señores. Se realizaba así el ideal del cementerio, la
magnificencia del arte sobre la inmovilidad de la muerte.
El Imperio floreció hasta 1767. Por ese tiempo las intrigas de los jesuitas
contra la Corona Española se hicieron tan patentes, espacialmente en relación
con la cesión hecha por España a Portugal de parte del territorio en que ellos
trabajaban, que en el año supradicho cayó sobre la orden de Loyola, como rayo
salido del cielo sin nubes, su expulsión de los dominios españoles.
Con la expulsión de los jesuitas termina todo lo que hay de épico, en
sentido religioso, en la ocupación ibérica del continente americano. Menos de
cincuenta años después toda la América del Sur e había liberado del yugo de
España y Portugal. Con la Guerra de Independencia se abre una nueva página en
la historia religiosa del continente. Continuamente las influencias
tradicionales, pero se modificaron grandemente las condiciones bajo las cuales
se ejercían, en tanto que penetraban, a la vez, por puertas que iban abriendo
una por una, nuevas fuerzas espirituales.
Vista aérea de una misión jesuitas:
La provincia
argentina de Misiones cuenta con una destacada actividad turística
originada, entre otras razones, por la conservación de las ruinas de las
misiones jesuitas, cuya existencia durante el periodo colonial español es
el origen del nombre de esta división administrativa. En las proximidades
de la ciudad de San Ignacio, a orillas del río Paraná, se encuentran los
hermosos restos de la misión homónima, cuya vista aérea se puede apreciar
en esta fotografía. (Fuente:
Encarta 2008)
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___________
1) Carta
a los Indios Infieles Chiriguanos.
2) 442
Documentos del Bachiller Eucero.
3) Juan
B. Terán, El Nacimiento de la América Española, pág. 326.
4) Proposición 22.
5) Historia
de la Conquista del Perú, Vol. IV, pág. 137.
6) Ricardo Palma, Apéndice a mis últimas
Tradiciones Peruanas pág., 477.
7) Relato
de Juan Requejo Salcedo, citado en El Nacimiento de la América Española pág.
217.
8) A. Cabero, Chile y los Chilenos, pág.
354.
9) Julián
Judarías, España en Tiempos de Carlos II, el Hechizado, p. 176.
10) Acuerdo
del Cabildo de Buenos Aires, 1776, Libro 40. Cit, por Julio Noé, en La Religión
en la Sociedad Argentina, a fines del siglo XVIII.
11) Op. Cit. Pág. 104.
12) La Evolución del Brasil comparado con la de
la América Española y Anglosajona.
13) La Religión en la Sociedad Argentina s fines
del Siglo XVIII.
14) Oliveira
Martins, Historia de la Civilización Ibérica, pág. 346.
Véase capítulo IV.
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