jueves, 9 de julio de 2020

Capítulo III TEOCRACIA COLONIAL:


Capítulo III
TEOCRACIA COLONIAL:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Para España el verdadero fin de la cruzada fue el Escorial; para América fue el comienzo de una teocracia colonial que continuó y consolidó la obra de los cruzados. Consideremos la condición y progreso de la religión en Sudamérica durante el llamado período colonial, esto es, desde el principio del Virreinato hasta la Guerra de Independencia en los albores del siglo diecinueve.
En 1493, un año después del descubrimiento del Nuevo Mundo, el papa Alejandro VI delegó a los reyes españoles, mediante bula especial, el poder temporal y espiritual sobre la Iglesia en los dominios de éstos. A esta acción del Papa se le da por explicación el hecho de que la Sede Papal no se hallaba en posición que le permitiera propagar directamente la fe en América.
Sucedió así que cada uno de los reyes españoles sucesivos se consideró como vicario apostólico. Fernando I, Carlos V y Felipe II solicitaron igualmente del Papa el derecho a usar el título jerárquico de Patriarca de Indias, y en cada uno de esos casos se otorgó dicho título. El rey postulaba a los obispos y decidía todas las cuestiones que entre ellos surgieran en tanto que él o sus representantes fijaban los límites de cada diócesis**), parroquia y curato. Ya el papa Calixto III había concedido, en 1456, derechos idénticos al Rey de Portugal para todos los nuevos dominios portugueses. Por otra bula, se concedieron en 1501 los diezmos de India a los reyes españoles, en perpetuo derecho, por consideración de los gastos causados por la conquista temporal y espiritual. Los reyes, a su vez, se comprometieron a erigir y equipar iglesias para los pobladores de cada región que se ocupara. A consecuencia de este arreglo, el patronato ejercido por los Estados españoles y portugués sobre la Iglesia en América fue mucho más absoluto que el que privaba en la Península.
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*)          Bula. (Del lat. bulla). f. Documento pontificio relativo a materia de fe o de interés general, concesión de gracias o privilegios o asuntos judiciales o administrativos, expedido por la Cancillería Apostólica y autorizado por el sello de su nombre u otro parecido estampado con tinta roja. || 2. bula de carne. || 3. Sello de plomo que va pendiente de ciertos documentos pontificios y que por un lado representa las cabezas de San Pedro y San Pablo y por el otro lleva el nombre del Papa. || 4. Distintivo, a manera de medalla, que en la antigua Roma llevaban al cuello los hijos de familias nobles hasta que vestían la toga. || 5. ant. burbuja. || ~ de carne. f. La que daba el Papa en dispensación de comer de vigilia en ciertos días. || ~ de composición. f. La que daba el comisario general de Cruzada a los que poseían bienes ajenos cuando no les constaba el dueño de ellos. || ~ de difuntos. f. La que se tomaba con el objeto de aplicar a un difunto las indulgencias en ella indicadas. || ~ de la Cruzada. f. bula de la Santa Cruzada. || ~ de lacticinios. f. La que permitía a los eclesiásticos el uso de lacticinios en ocasiones en que les está vedado. || ~ de la Santa Cruzada. f. bula apostólica en que los romanos pontífices concedían diferentes indulgencias a los que iban a la guerra contra infieles o acudían a los gastos de ella con limosnas. Contar con facilidades negadas a los demás para conseguir cosas u obtener dispensas difíciles o imposibles. (Microsoft® Encarta® 2008).
Martín Lutero: El 31 de octubre de 1517 Lutero se convirtió en controvertida figura pública al exponer en el pórtico de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg (algunos estudiosos dudan sobre si éste fue el lugar exacto) sus 95 Tesis o proposiciones escritas en latín contra la venta de indulgencias (remisión, mediante un pago, de los castigos temporales impuestos por la comisión de los pecados) para la gran obra de los papas Julio II y León X:
LAS PENITENCIAS Y LAS INDULGENCIAS:
El sacramento medieval de la penitencia consistía en cuatro pasos:
1)        La contrición por un arrepentimiento sincero,
2)        La confesión auricular ante un sacerdote,
3)        La satisfacción por obras penitencias, para demostrar el arrepentimiento,
4)        La absolución pronunciada por el sacerdote.
La iglesia medieval enseñaba que el purgatorio existía para aquellos que no habían cumplido con toda satisfacción durante su vida. También enseñaba que los santos de la iglesia tenido más méritos de los que necesitaban para su propia salvación. El cúmulo de méritos sobrantes (incluyendo los de Jesús y la Virgen) estaban en el “Tesoro de Méritos” en el cielo y el Papa tenía autoridad para dispensar estos méritos a su parecer.
En base a ese tesoro, el papa podías otorgar “indulgencia”, lo que significaba perdonarle al pecador las obras de penitencia que la persona debía a cambio de alguna acción especial, o incluso a cambio de dinero. Los ingresos de las indulgencias que se vendían en 1517 estaban destinados finalmente a la construcción de la actual basílica San Pedro en Roma.
**)         Diócesis. (Del lat. dioecĕsis, y este del gr. διοκησις). f. Distrito o territorio en que tiene y ejerce jurisdicción espiritual un prelado, como un arzobispo, un obispo, etc. (Microsoft® Encarta® 2008).


En tanto que en los países maternos la Iglesia sea independiente del poder civil en materia económica, en las Indias estaba, a ese respecto, subordinada al Estado. Así pues, la conquista (invasión) y colonizaciones ibéricas del Nuevo Mundo tuvieron con los auspicios de una perfecta teocracia. La propagación y mantenimiento de la religión resultó una función del Estado, y hasta el nacimiento de las naciones independientes el Papa desempeñó un papel secundario en los asuntos religiosos de Iberoamérica. El lugar supremo lo ocupaba un César Cristiano, cuyo título era el de Su Real, Sagrada, Católica y Cesárea Majestad”. En un importante documento religioso redactado por el Arzobispo de la Plata, en 1788, poco más de veinte años antes de que brotara el movimiento revolucionario, y no hace mucho publicado en la Argentina, el Rey recibe un lugar mucho más central que el Papa, a quien se menciona sólo incidentalmente:
·         Al primero se le llama “el Grande sobre todos los Grandes, el Católico Rey de las Españas1).

3.1.   Terratenientes Evangelistas:
Con el fin de que la conquista espiritual de los nuevos dominios pudiera llevarse a cabo de manera más expedita y eficiente, y tuviera efecto así el móvil original de la cruzada como las obligaciones contraídas con la Sede Romana, apareció la forma más original de organización Evangelístico que conoce la historia cristiana. La Corona encomendó a los colonos la conversión de los indios a la Santa Fe Católica, y a fin de facilitar su obra e investir de mayor autoridad sus esfuerzos Evangelísticos, les concedió al mismo tiempo el más absoluto poder sobre la raza indígena. Esto fue una extensión de la idea teocrática, en virtud de la cual la Corona delegaba, para el cumplimiento de fines religiosos, su autoridad espiritual y temporal. A quienes aceptaron tal responsabilidad se les llamó encomenderos. A cambio de su celo cristianizado, los encomenderos tenían el derecho de emplear los servicios de los indios y exigirles tributos.
Con lo cual éstos se convirtieron en esclavos virtuales de sus “evangelistas”. La esclavitud nació como expediente económico para cumplir una tarea religiosa; pero lo que se había permitido como instrumento espiritual se convirtió prestamente en un fin comercial y la raza indígena cayó bajo el yugo de una servidumbre de la que en algunas tierras sudamericanas todavía no ha conseguido emanciparse.
No hay palabras con que describir las crueldades cometidos por los encomenderos*) con sus esclavizados catecúmenos. Ningún oído cristiano podría soportar el relato de sus crímenes, según escribió un cierto Bachiller Sánchez al Presidente del Consejo de Indias.2) Terrible es el lenguaje con que los denuncia el noble Las Casas, amigo y protector de los indios, quien dice que andan vestidos en sedas y no sólo ellos sino sus mulas, pero que si la seda bien se exprimiera sangre de indios saldría de ella.
Según se ha dicho bien en la América española del siglo dieciséis el trabajo de los esclavos indios tenía tanta importancia económica como las tierras públicas de la Roma republicana, el carbón en Inglaterra o la ganadería en la Argentina. Pero lo doloroso es que detrás y debajo de la servidumbre en que vivían los indios desde México hasta Chile había un motivo religioso y un fondo teológico.
Nos hemos referido ya al primero.
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*)         Encomendero. m. Hombre que lleva encargos de otro, y se obliga a dar cuenta y razón de lo que se le encarga y encomienda. || 2. Hombre que por concesión de autoridad competente tenía indios encomendados. (Microsoft® Encarta® 2008).


En cuanto al segundo, la cuestión de si era lícito hacer esclavos a los indios dio origen a interminables discusiones entre los teólogos españoles de la época.
Véase una serie de razonamientos típicos que se usaban para justificar el apropiarse las tierras de los indios y esclavizar sus personas:
(1)   Primero: Porque no conocen a Dios.
(2)   Segundo: Porque se matan unos a otros.
(3)   Tercero: Porque comen carne humana.
(4)   Cuarto: Porque pecan contra la naturaleza.

Otro teólogo español. Sepúlveda, sostenía que puesto que las Sagradas Escrituras no mencionan a los indios no perteneces éstos a la raza humana, y por lo tanto pueden ser legítimamente usados por los cristianos para sus fines privados. El punto de vista oficial se expresa en una de las cartas reales: La esclavitud de justifica sólo en caso de que los indios ofrezcan resistencia a la Fe o rehúsen obediencia con la fuerza de las armas. ¡Qué ingenuo es todo esto! Mas para crédito de la Corona y del Consejo de Indias debe decirse que repetidamente expresaron gran solicitud por la raza india y requirieron de todos los gobernadores y encomenderos la mayor consideración en su modo de tratarlos. Pero desde el principio de la conquista, la intervención oficial a favor de los intereses de humanidad se estrelló contra dos escollos formidables:
§  Uno, fue la teoría de que la clase de gente se empleaba en una misión religiosa era cosa de muy secundaria importancia, pues lo único que contaba era el fin propuesto.
§  El otro, fue el hecho de que desde entonces y hasta el presente todo funcionaria de Iberoamérica se ha tenido a sí mismo por encarnación viviente de la ley.
Jamás ha renunciado a la famosa carta poder con un solo artículo, a  que se refiere Ángel Ganivet, y por ello interpreta y aplica todo código en los términos de esa carta.
¡Ni que maravillarse de que hayan podido coexistirleyes perfectas y costumbres escandalosas!”.

3.2.   Las Casas, El Anti-conquistador:
En Fray Bartolomé de las Casas hallaron los indios amigo y protector. A este noble alma cristiana, llamado con justicia el mayor filántropo que la raza ibérica ha producido, se le conoce en la historia iberoamericana con el nombre de Anti-conquistador. Debido a su celo por el bienestar de la raza autóctona y sus candentes denuncias de las indignidades que ésta padecía, se nombró a Las Casas oficialmente Protector General de las Indias”. Hay un momento histórico en América –dice un distinguido escritor sudamericano- en el que solamente esa voz nos recuerda que hubo una verdad nueva posterior a los tiempos de Nabucodonosor o Alejandro, e ignorada por Tamerlán, imbuida en la conciencia humana, hace veinte siglos3). En el famoso Tratado de Treinta Proposiciones, de Las Casas, ocurren expresiones como las siguientes:

Los Reyes de Castillason obligados a procurar la conversión de los infieles de las Indias por los mismos medios que practicaron y enseñaron Jesucristo y los apóstoles, y que ha seguido siempre, aprobado y enseñado la Iglesia Católica; es decir por medios dulces, suaves y capaces de hacer amable la religión cristiana, como son la persuasión y el convencimiento en los sermones y conferencias, y el buen ejemplo de las personas en su conducta;
De manera que no se va, no se oiga, ni se haga cosa por la cual haya lugar a la sospecha de que la religión es mala, cuando aquellos que la profesan hacen cosas malas, cuáles serían los robos y las violencias en vez de agasajos, obsequios regalos, y otras obras de beneficencias digna de un cristiano bueno, virtuoso, edificante”4).

Este fraile dominico, que llegó a Obispo de Chiapas, México, era teólogo, sociólogo, historiador y hombre de acción, todo a la vez. Como sociólogo se anticipó al famoso dicho del estadista argentino Alberdi: “Gobernar es poblar”: Propuso que se introdujeran agricultores procedentes de España, y sus planes de colonización son todavía uno de los sueños no realizados de algunos países sudamericanos. Las Casas tenía el alma de un revolucionario constructor. Hubiera querido que todos los confesores se convirtieran en instrumentos activos de una revolución social. Desde cualquier ángulo que se le contemple, el Obispo de Chiapas se destacó como el verdadero héroe de Iberoamérica, el hombre en quien la conciencia moral de ésta halló su más alta encarnación, y a cuya personalidad, idea y obra, debe el pensamiento de las futuras generaciones volver, en creciente medida, para obtener orientación e inspiración.
Sin embrago, llevado de su celo por los indios, el buen de Las Casas se permitió cometer, con la más sana y humanitaria de las intenciones, un grave error ético. Oyendo que el experimento, llevado a cabo por los portugueses, de importar negros a su territorio, había tenido buen éxito, y que los hijos del áfrica parecían adaptarse mucho mejor que los indios a las condiciones de trabajo que prevalecían  en las minas sudamericanas, abogó por la introducción de negros a los dominios españoles. Ese fue el comienzo de la esclavitud de los negros en la América Española. Complicase el problema social y cayó una nueva mancha en los blasones cristianos.
Las Casas, reconoció más tarde su error y abjuró de lo que una vez había propugnado. “¡Yo he comprado a Cristo –decía con amargura- y no me lo dieron por nada! ¡Tuvo que pagar por ÉL!”.
“¡Yo he comprado a Cristo!”. Estas palabras del más grande espíritu que haya alentado en Iberoamérica son el símbolo de la historia entera del cristianismo en las tierras de occidente conquistadas por España y Portugal. El proceso de evangelización se llevó a cabo a un terrible costo ético. Los métodos empleados para llevar a Cristo a esas tierras y darlo a conocer a esas gentes, segregó su religión de la moralidad al par que lo redujo a ÉL a un simple fetiche, a uno de tantos.
Nos inclinamos a creer que los resultados Evangelísticos de tal sistema fueron nulos. No cambiaban los corazones ni las inteligencias recibían luz, y el culto se ofrecía simplemente a ídolos rebautizados. En carta escrita en 1555, Las Casas alude a la falta de psicología que había en la enseñanza religiosa impartir a los indios. Mire qué doctrina para los que no entendían –dice- si era palo o piedra, o cosa de comer o beber el Ave María”.
El historiador peruano Sebastián Lorente hace ver las cavilaciones del alma india ante el celo cristiano de sus señores feudales. La pureza evangélica perecía incomprensible y aun contradictorias gente ruda, que no veía sino grandes escándalos en los cristianos de su conocimiento. Reprendido un indio porque vivía en el concubinato, preguntó con cierta extrañeza, si el amancebamiento era pecado, y como le respondiesen que sí, replicó resueltamente”.

 Pues yo creía que no lo era; porque está amancebado el cura, amancebado el corregidor, amancebado e encomendero’. “Por otra parte, sigue diciendo Lorente, la idolatría que se heredaba con la sangre y con las costumbres recibía un fortísimo apoyo de la amada embriaguez, su inseparable compañero, y de estar siempre a la vista los principales objetos del culto. Como un misionero quisiera quitar los ídolos a un obstinado idólatra le dijo éste: ¡Pues llévate ese cerro; ese es el dios que yo adoro!”5).
Si bien es cierto que la raza india jamás fue verdaderamente cristiana –a no ser que la adopción de los ritos externos de la “Santa Fe Católica” se consideren como cristianización- es igualmente cierto que los colonos cristianos se paganizaron completamente a su vez por lo que toca a una vida piadosa. Recuérdese que aquellos hombres no eran verdaderos colones pues que dejaron su país no para trabajar ellos, sino para hacer que otros es trabajasen para su provecho. Además, no vinieron acompañados de sus mujeres y desde su llegada a América hicieron, por el contrario, todo lo posible por impedir que sus cónyuges les siguieran.
El Ulises colonial jamás pensó en Ítaca o en la Penélope que hilaba para él en la distante España o Portugal. En vez de eso se juntó con mujeres indias en esta americana Isla de las Sirenas. Los hijos de esas uniones fueron criados por sus incultas madres. No hubo vida de hogar. La ausencia de la sagrada y edificante influencia del hogar religioso, en que los hijos pueden crecer al cuidado de padres que son verdaderos compañeros el uno del otro y ejemplo genuinos para sus vástagos, vino a constituir uno de los más graves problemas  de la vida colonial de Iberoamérica. La falta de hogares así fue otra de las causas de que la Corona y la Iglesia (de Roma) no hubiesen podido crear una verdadera sociedad cristiana en los días de la Colonia. Ahí han de hallarse también las raíces de lo que los escritores sudamericanos contemporáneos describen como irreligiosidad fundamental de la vida en el continente del Sur.

3.3.   La Salvaguarda De La Pureza Teocrática:

La pasión inicial de hacer prosélitos comenzó a declinar; la inmoralidad de toda clase carcomiendo rápidamente, como un cáncer, las extrañas de la vida colonial; pero la teocracia no menguó ni un ápice en su celo por mantener la unidad y pureza de la vida y la religión en el seno de sus vastos dominios.
Para impedir intromisiones perniciosas del exterior, especialmente la introducción de nuevas formas e ideas religiosas, los teócratas coloniales establecieron una estricta censura. Desde el mismo principio de la conquista (invasión) no se admitió a sacerdotes extranjeros en Sudamérica. Se prohibió igualmente la inmigración de moros, judíos, herejes y prosélitos. Para la publicación de todo libro relativo a las posesiones coloniales se requería el consentimiento del Consejo de Indias radicado en Madrid. Todavía en 1878 la Iglesia ejercía en Chile la censura de los libros extranjeros. Tomase toda precaución  posible para asegurar la perpetua pureza de la Santa Fe Católica en las tierras vírgenes de América.
Pero el  principal y más notorio medio adoptado por la España teocrática para asegurar la ortodoxia católica, en fe y moral, en sus colonias americanas, fue el establecimiento de la Inquisición*) en dominios de  Nueva España, en 1569. No es nuestro propósito entrar aquí en las consideraciones del carácter y funciones generales de la “SANTA CRUZADA” de este Estado dentro del Estado”.

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*)           Inquisición. (Del lat. inquisitĭo, -ōnis). f. Acción y efecto de inquirir. || 2. Cárcel destinada a los reos pertenecientes al antiguo Tribunal eclesiástico de la Inquisición. || hacer ~. fr. coloq. Examinar los papeles, y separar los inútiles para quemarlos. □ V. comisario de la Inquisición, Consejo de la Inquisición, vara de Inquisición. Microsoft® Encarta® 2008.

Como le llamara un escritor italiano, un Estado con su “terrible ejército propio, un ejército anónimo, invisible e impalpable, pero con ojos y oídos abiertos en todas direcciones”. Basta decir que, con su cuartel general en Lima, la Inquisición funcionó a intervalos de 1569 a 1813, año de su abolición. Restablecida al año siguiente, arrastró una moribunda existencia, ocupándose principalmente con los lectores de libros prohibidos, hasta que las fuerzas libertadoras de San Martín entraron a la capital peruana en 1821.
Don Ricardo Palma, que es probablemente el literato más eminente que ha producido Sudamérica, dedica la parte final de sus famosas Tradiciones Peruanas a los “Anales de la Inquisición en Lima”. Páginas brillantes que se leen a la vez con tristeza y fascinación. Según el decreto real por el cual se fundó la Inquisición, se consideraba necesario establecer el Santo Oficioen las provincias de ultramar, “en interés del aumento y conservación de nuestra Santa Fe Católica y cristiana religión”.
La primera persona sometida a la sentencia extrema de ser quemada fue un francés, Mateo Salade, condenado por “hereje contumaz” en 1573. Examinando los archivos del “Santo Oficio” desde esa fecha hasta su abolición, hallamos una lista de los infortunados que sufrieron sus rigores. Por “seguidores de Lutero”, o “judíos”, o “blasfemos”, o por poseer libros prohibidos”, “tener trato con el diablo en brujerías”, “celebrar misa sin sacerdote, o quizá por algún delito moral o capricho pueril, cuya sola mención provoca hilaridad, las victimas tuvieron que subir a la hoguera o someterse al polvo del tormento o sufrir alguna suerte de indignidad en sus personas. En sus anotaciones, Palma menciona a algunos británicos, como John Drake, primo del corsario, y otros, condenados por “luteranos”, algunos de los cuales se retractaron para escapar a la hoguera, pero otros fueron quemados.
Funcionaba la Inquisición en lo que ahora es el edificio del Senado en Lima. Cuando se publicó el decreto que anunciaba su abolición, el populacho asaltó y saqueó la temible mansión. En la cámara de los inquisidores hallaron, entre otras cosas, un crucifijo de tamaño natural, cuya cabeza podía ser manipulada con ciertas cuerdas por un hombre oculto tras el solio del Tribunal. Cuando la cabeza del crucifijo se movía quería decir que el acusado era culpable y debía ser condenado. Dicho crucifijo ocupaba un lugar entre dos enormes candelabros verdes colocado en la mesa ante la cual tomaban asiento los dos inquisidores y el fiscal. Esta característica agrupamiento dio origen a la famosa descripción que hacia Jovellanos de la cámara inquisitorial: “Un santo Cristo, dos candeleros y tres majaderos”.
Y majaderos eran los inquisidores en verdad, y mucho peor. Ellos mismos eran culpables de muchas de las cosas por las cuales torturaban a los demás. En cierta ocasión un representante de la Suprema Corte de España vino comisionado al Perú a investigar los cargos contra dos inquisidores, don Diego de Unda y don Cristóbal Calderón, de quienes se probó que habían estado viviendo públicamente con sus queridas y habían defraudado a la Corona de una respetable suma de dinero6).

3.4.   Camafeos Religiosos:
Y no obstante, en vez de menguar, crecía la pompa externa de la religión. El municipio colonial era una prolongación de una iglesia o un monasterio, como las ciudades catedrales de la vieja Castilla. Hay una escena simbólica de los tiempos coloniales, dice el escritor argentino Juan B. Terán, que espera todavía el pincel del pintor y la pluma del novelista. “Una escena, durante los temblores que asolaron Panamá, desde mayo a  agosto de 1621, pinta el ambiente espiritual de la ciudad americana.
Durante los temblores, en la plaza de Panamá, los sacerdotes, sentados sobre las  piedras reunidos para construir la catedral, confiesan a los vecinos que corren semidesnudos desde sus casas, mientras se desploman los techos y sopla el huracán”7).
Quien haya pasado por los distritos rurales de México no olvidará jamás el número de torres de iglesias que el ojo alcanza a percibir en algún escasamente poblado. Tiempo en que no menos de 17,000 iglesias cubrían la superficie de este solo país, construidas por órdenes religiosas rivales con los centavos, penosamente ganados, de la población indígena. ¡Santuarios palaciegos en medio de una miseria sin alivio! “Las erguidas torres de los templos –dice un escritor chileno, describiendo la situación de su país en el siglo dieciocho- que enviaban plegarías silenciosas al cielo era lo único esbelto que se alzaba en los pueblos sobre el caserío aplastado y opaco, de paja y barro, con puertas conventuales y ventanas cubiertas de tupidas rejas de cobre…”8).
Como en España, los festivales religiosos eran los más populares, aunque de ningún modo los que mejor realizaban con fines religiosos, pues sólo tendrían a recrudecer en el pueblo sus supersticiones primitivas. La descripción de un festival religioso español durante el reinado de Carlos el Hechizado se ajusta admirablemente a los festivales típicos de la América del Sur en tiempos de la Colonia, algunos de los cuales existen todavía, aunque con decreciente esplendor. Las fiestas más populares, los días solemnes, bulliciosos y alegres del año, eran aquello en que se conmemoraban los grandes misterios de la fe, y sin necesidad de ello, bendecías los campos, los vientos los ríos y las aguas, socavase en procesión los cuerpos de los santos lo mismo en épocas de sequías que en momentos de apuro, y hasta el Santísimo servía para apaciguar los tumultos populares, como cuando cayó Oropesa, o para dominar los incendios, como al ocurrir el de la Panadería.
A religión se mezclaba irrespetuosamente con las cosas más ajenas a su sagrado ministerio y se apelaba a los recursos más santos, por tal de conseguir los resultados más prosaicos y detestables9). Todo el que haya presenciado en el Perú festivales religiosos populares como los de “El Señor  del Trueno”, “El Señor del Mar”, o “El Señor de los Milagros”, reconocerá algunos de los detalles de la anterior descripción.
Siendo en un principio un tremendo poder de cruzada, que imponía a las razas indígenas, por la buena o por la mala, sus ritos y postulados, la religión se desagradó rápidamente hasta venir a ser tan sólo un medio mágico de obtener lo que por medios ordinarios no podía logarse. Cristo y la Virgen se convirtieron en figuras regionales y se les confirieron títulos significativos según alguna gracia o beneficio especial que se asociaba con sus innumerables imágenes.
Los santos comenzaron a ocupar el primer lugar en la conciencia religiosa del pueblo, como patrones de deseos así individualmente como colectivos. En Buenos Aires hacia fines del siglo dieciocho, se acostumbraba ofrecer oraciones a San Martín para que hiciera llover cuando el suelo estaba todo agrietado después de una larga sequía, a la Virgen de Luján como libertadora de los cautivos y defensora contra epidemias, y a los santos Sabino y Bonifacio por  ser tan famosos “como protectores contra las plagas de ratones y hormigas” de esa  ciudad.10)

El Poeta y ensayista peruano, José Gálvez, ofrece deliciosos bocetos de la vida religiosa de Lima en su libro, Una Lima Que se Va, Los cuales pueden considerarse como reliquias de la religión popular de los tiempos coloniales que han persistido hasta el presente.
Hablando de las varias clases de beatos, en sus clásicas mantas, que él había conocido en el transcurso de su vida, Gálvez ofrece  la siguiente descripción de la clase que él llama de Las interesadas.11) “La esperanza de que todos los bienes bajen del cielo y la certeza de que en el cielo está el dispensador de todos ellos, inspiran a algunos beatitas el sórdido interés que ponen en sus oraciones. Rezan por sacarse una suerte, porque no se muera el gato, porque le den un destino a Fulanito porque Menganita salga con bien del parto; y tan a los serio toman su carácter de beatas rezadoras que tienen un santo para cada cosa, y cuando no las escuchan, los castigan poniendo efigies de cabeza,  metiéndolas dentro de un zapato o cosa peor, volviéndolas contra la pared resintiéndose y hasta diciéndoles cosas feas. Llenas de primitiva ingenuidad hacen la lista interminable de las especialidades del santoral*): “ ‘A Santa Rita le pedí que me concediera una surte; no me la saqué y entonces por castigo puse su imagen vuelta a la pared.
A la semana, me concedió dos soles, como para que viese que podía hacer el milagro pero que no me convenía tener más plata…’ Esto es sabroso en su infantil paganismo”, comenta el autor.
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*)           Santoral. (Del lat. sanctōrum, genit. pl. de sanctus). m. Libro que contiene vidas o hechos de santos. || 2. Libro de coro que contiene los introitos y antífonas de los oficios de los santos, puestos en canto llano. || 3. Lista de los santos cuya festividad se conmemora en cada uno de los días del año. (Microsoft® Encarta® 2008).

3.5.   El Imperio Jesuita:
En siglo anterior a la iniciación de la vida republicana lo épico hubiese cedido su lugar enteramente a lo melodramático en la vida religiosa de Sudamérica, si no hubiera sido por la renovación que experimentó con el famoso episodio que se conoce en la historia como la fundación del Imperio Jesuita del Paraguay. Si puede decirse que Ignacio de Loyola es el alma más genuinamente ibérica de la historia, y que la orden jesuita es el producto organizado más genuino del espíritu religioso español, puede afirmarse con igual verdad que el Imperio Jesuita del Paraguay  es símbolo y microcosmos del curso entero de la historia religiosa de Sudamérica durante la época colonial.
Antes de que sigamos a los hijos de Loyola al Paraguay, consideremos sus previos esfuerzos misioneros en otras regiones del continente. Según el escritor brasileño, Manuel Oliveira Lima12), los jesuitas ejercieron una influencia social mucho mayor en la América portuguesa que en la española, por razón de que en esta última habían sido precedidos por otras poderosas organizaciones. Durante los siglos dieciséis y diecisiete fueron los principales agentes de la cultura brasileña nacional. Ya antes nos hemos referido a José de Anchieta, alma verdaderamente grande de clasificarse junto con Francisco Xavier, ya quien se conoce como “el apóstol del Brasil”. Durante  cuarenta años laboró por la conversión y protección de los indios, defendiéndolos de los famosos bandeirantes, como se llamó a los aventureros que colonizaron el Estado de San Paulo.
En Argentina los jesuitas llegaron a ser sumamente influyentes, así entre las clases bajas como en las altas de la sociedad. Influyeron en las primeras principalmente por medio del confesionario, y en las segundas, mediante las escuelas y universidades que fundaron. “Sabían –dice el escritor argentino, Julio Noé- de cada familia su  secreto ambición, de cada doncella su íntimo propósito y de cada mancebo su afiebrado apetito. Así propiciarían a aquélla en la satisfacción de sus deseos; facilitarían el  logro de los casamientos a las mujeres impacientes, y a todo joven religioso y aventurero disculparían el último desliz con una dulce penitencia.

De este modo lograban la adhesión de unos y de otros”13). Mientras seguimos a los jesuitas al Paraguay, recordemos aquellas palabras tremendas de Loyola: “Seamos como un cadáver que de sí mismo es incapaz de movimiento, o como el bordón de un ciego”. Su ideal, según lo expresó él mismo, era “mandar en un cementerio”14). Cuando el mundo se hubiere transformado en un cementerio moral el Reino de Dios habría llegado. Toda la policía de la orden jesuita se dirigió a esa meta sepulcral. Su propósito era conquistar para Dios el mundo, lo cual quería decir universalizar la pasividad y paz del cementerio, lo cual los padres jesuitas determinaran alcanzar por cualesquiera medios que se hiciesen necesarios, las armas celestiales cuando se pudiera, y cuando no, las armas terrenales.
Los primeros jesuitas llegaron al Paraguay en 1588. Por algún tiempo se entregaron completamente a la evangelización de los indios guaraníes. En cierto que trataron de hacerles atractivo el cristianismo a los salvajes por consideraciones muy utilitarias, tales como mostrarles, por ejemplo, cuándo inmensas ventajas obtenían, en alimentación recreación y buen trato, quienes aceptaban el bautismo, No obstante, no puede negarse que en un principio no aspiraban a otra cosa que el bien espiritual de sus catecúmenos. Poco a poco, sin embargó, a medida que su buen éxito y prosperidad aumentaban, comenzaron a soñar en la dominación espiritual y temporal de los indios, mediante la formación de una oligarquía cristiana que fuese independiente de la tutela de los Reyes Católicos.
Con el transcurso del tiempo quedó fundada ahí una teocracia modelo y el reino jesuita ensanchó su extensión hasta tener un diámetro de trescientos leguas. El territorio quedó dividido en treinta provincias, con treinta y tres jurisdicciones y más de cien mil habitantes. Cada jurisdicción estaba rodeada de un foso y una palizada, con centinelas y patrulla constante de día y de noche. A nadie se le permitía la entrada sin permiso especial.
  La forma de organización social impuesta por los padres era una maravilla de perfección mecánica y sin alma. Desde luego, todo pertenecía a los padres: el pueblo carecía por completo de propiedades. Todo hombre, mujer y niño tenía una tarea asignada y estaba en obligación de cumplirla. Había reglas y preceptos para todo aspecto y detalle de la vida, pero no sólo estaba sujeto a normas rígidas la vida religiosa y social del pueblo, sino que también su vida económica y doméstica, hasta en los detalles más triviales y ridículos. Se obligaba a los hombres a casarse a los diecisiete años y a la mujeres a los quince. Nada había que estimulara la iniciativa individual, ni en caso de surgir ésta, recibía recompensa alguna. Trabajo, obediencia, igualdad y uniformidad: tal era la regla. Los municipios  jesuitas se parecían entre sí como una gota de agua a otra.
Obtener puestos de doctrineros, es decir, de sacerdotes encargados de grupos de indios recién convertidos, vino a ser la ambición capital de los estudiantes de los seminarios jesuitas de las tres provincia de Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. El tipo de sacerdote que se requería entonces en el Imperio era el de buen administrador. Lo que sucedía en la vida secular en el caso de los encomenderos se repitió entre los padres jesuitas en Paraguay. El negocio y no la salvación se convirtió en el motivo principal del esfuerzo Evangelístico y el clásico “delirio de grandeza”, en su más mundana forma, se apoderó de los hijos de Loyola, que se convirtieron en una potencia comercial y causaron graves daños al comercio español en Sudamérica. Dueños de una flota mercante, exportaban mate (el té Paraguay), lino, pieles y frutas a Chile, Perú y Brasil.

Según el distinguido escritor paraguayo Blas Garay, a cuyo valioso libro. El Comunismo de las misiones debemos la mayoría de estos datos, los ingresos anuales de los padres jesuitas ascendía a 1’000,000 de pesos plata española, mientras que sus gastos llegaban a penas a 1000,000. ¡Dividendos de novecientos por ciento!
El extraordinario buen éxito del reino jesuita del Paraguay como empresa comercial tenía por base dos factores principales:
(1)   El débil sentido moral de los jesuitas con respecto a los derechos de los seres humanos, y
(2)   Su supremo sentido psicológico del poder del ritual suntuoso sobre la mente primitiva.
En cuanto a lo primero, la historia posee un catálogo de hechos dolorosos. Sabemos, por ejemplo, que los indios que transportaban la yerba de mate desde la plantación hasta los puertos del río, sufrían indescriptible penalidades. Se nos dice que a menudo sucedía que cuando el cargador llegaba al puerto de embarque, su carga pesaba más que él. En cuanto a lo segundo, los jesuitas erigieron templos suntuosos en que los siervos indios, deslumbrados por el esplendor ritual, se sentían arrastrados a prestar más religiosos temor y obediencia a sus señores. Se realizaba así el ideal del cementerio, la magnificencia del arte sobre la inmovilidad de la muerte.
El Imperio floreció hasta 1767. Por ese tiempo las intrigas de los jesuitas contra la Corona Española se hicieron tan patentes, espacialmente en relación con la cesión hecha por España a Portugal de parte del territorio en que ellos trabajaban, que en el año supradicho cayó sobre la orden de Loyola, como rayo salido del cielo sin nubes, su expulsión de los dominios españoles.
Con la expulsión de los jesuitas termina todo lo que hay de épico, en sentido religioso, en la ocupación ibérica del continente americano. Menos de cincuenta años después toda la América del Sur e había liberado del yugo de España y Portugal. Con la Guerra de Independencia se abre una nueva página en la historia religiosa del continente. Continuamente las influencias tradicionales, pero se modificaron grandemente las condiciones bajo las cuales se ejercían, en tanto que penetraban, a la vez, por puertas que iban abriendo una por una, nuevas fuerzas espirituales.



Vista aérea de una misión jesuitas:
La provincia argentina de Misiones cuenta con una destacada actividad turística originada, entre otras razones, por la conservación de las ruinas de las misiones jesuitas, cuya existencia durante el periodo colonial español es el origen del nombre de esta división administrativa. En las proximidades de la ciudad de San Ignacio, a orillas del río Paraná, se encuentran los hermosos restos de la misión homónima, cuya vista aérea se puede apreciar en esta  fotografía. (Fuente: Encarta 2008)
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1)          Carta a los Indios Infieles Chiriguanos.
2)          442 Documentos del Bachiller Eucero.
3)         Juan B. Terán, El Nacimiento de la América Española, pág. 326.
4)           Proposición 22.
5)         Historia de la Conquista del Perú, Vol. IV, pág. 137.
6)          Ricardo Palma, Apéndice a mis últimas Tradiciones Peruanas pág., 477.
7)         Relato de Juan Requejo Salcedo, citado en El Nacimiento de la América Española pág. 217.
8)         A. Cabero, Chile y los Chilenos, pág. 354.
9)         Julián Judarías, España en Tiempos de Carlos II, el Hechizado, p. 176.
10)        Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 1776, Libro 40. Cit, por Julio Noé, en La Religión en la Sociedad Argentina, a fines del siglo XVIII.
11)        Op. Cit. Pág. 104.
12)        La Evolución del Brasil comparado con la de la América Española y Anglosajona.
13)        La Religión en la Sociedad Argentina s fines del Siglo XVIII.
14)        Oliveira Martins, Historia de la Civilización Ibérica, pág. 346.

Véase capítulo IV.


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