Capítulo VII
EL OTRO CRISTO ESPAÑOL EN EL SIGLO DE ORO DE ESPAÑA:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
El Cristo que se naturalizó en Sudamérica no es, por fortuna, el
único Cristo en la historia espiritual del pueblo ibérico. Hay una
tradición religiosas española que tras una larga historia subterránea empieza
de nuevo a aflorar en la superficie. El estudio de dicha tradición nos enseñará
lo que podría haber acontecido y todavía puede acontecer en la vida de España y
Sudamérica. Ninguna visión completa de la situación religiosa del mundo
hispánico puede pasarla por alto, ninguna política religiosa constructora para
Sudamérica puede hacerla a un lado.
7.1. La Fuente De Una Tradición Pérdida:
En la tradición religiosa y vida
presente de España hay otro Cristo. Un Cristo distinto de la fe popular y la propaganda
oficial. Nos encontramos con El primeramente en el siglo trece, en Raimundo
Lulio.1)
Aparece más
tarde en la vida y escritos de los grandes místicos del siglo dieciséis.2) Se destaca en alto relieve
en el pensamiento y obra de los grandes hombres que en ese mismo siglo se
pusieron del lado de la Reforma Protestante. Volvemos a hallarlo en muchos
grandes rebeldes religiosos de los siglos subsecuentes. En la España moderna este Cristo ha hallado
santuarios en la vida de los dos precursores de la España nueva, nacido con las
instituciones republicanas en 1931: don Francisco Giner de los Ríos y don Miguel de
Unamuno.
Este Cristo y la pura y religiosa pasión que ha despertado en
muchos corazones españoles en el siglo dieciséis, esplenden en el más sublime
soneto de la literatura de España, famoso poema cuyo autor es desconocido:
No me mueve mi Dios para
quererte
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor,
muévame al verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muévame ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muévame, en fin, tu amor, en tal manera
que aunque no hubiera
cielo yo te amara,
y aunque no hubiera
infierno te temiera.
No tienes que
me dar porque te quiero,
porque aunque cuanto espero no espera,
lo mismo que te quiero te quisiera.
La dinámica del poema es Cristo
crucificado. “Al contemplar la excelsa cruz”
–como dice el
conocido himno evangélico- su corazón queda cautivo para siempre. De
ahí en adelante, el amor de Cristo será el móvil que impulsara su vida y no la
esperanza de recompensa o el temor del castigo, sea en esta vida, sea en la por
venir. He aquí una religión que es calidad de vida y no la simple prolongación
de la existencia. Es la apasionada respuesta del amor y no una sórdida ambición
de cosas, Cuán diferente es esto del sentimiento que contiene la popular
canción de cuna:
Dame una limosna, Cara de Rosa
O hurtaréte las perlas que
el Niño llora.3)
En Raimundo Lulio, el cortesano
catalán de Mallorca, que después de convertido vino a ser uno de los misioneros
cristianos más grande de todos los tiempos, descubrimos también al otro Cristo.
Cuán dulcemente suena a nuestro oído la música del libro místico de Lulio, El Libro del Amigo y del Amado. Y cuán
ricamente sugestivo es también su famoso dicho:
· “El que no ama
no vive, y
· El que vive por la Vida no
puede morir”.
Para Lulio, como para el anónimo
autor del soneto antes citado, la salvación es cualitativo y no simplemente la
prolongación sin término de una serie temporal. Cristo es para él nuestra Vida,
nuestra nueva y eterna Vida. Cristo no inmortaliza la vida tal cual es, sino la
transforma en lo que debe ser. Además, la evidencia de que no moriremos jamás
no está en que creemos en nuestra inmortalidad sino en que amamos.
Raimundo Lulio es el precursor de
un notable grupo de escritores místicos que florecieron en España en el siglo
dieciséis, y al cual Havelock Ellis
ha denominado “las
más poderosa e influyente escuela de pasión religiosa que puede exhibir el
mundo europeo”.
Los místicos españoles eran
generalmente grandes almas solitarias cuya influencia recíproca, si exceptuamos
la amistad entre Juan de la Cruz y la gran Teresa, era muy leve. Sin duda,
jamás ha sido superada la intensidad de su pasión religiosa, pero, por
tristísima y sumamente trágica ironía de la historia del cristianismo, no se
dejó germinar en la vida espiritual de la Península aquella potencia
incalculable de la experiencia religiosa de los místicos. Los más grandes de
ellos, fray Luis de Granada, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y fray
Luis de León, vivieron bajo constante sospecha de heterodoxia, y todos ellos,
salvo Teresa, pasaron un tiempo en las prisiones de la Inquisición. La gran
Teresa misma apenas si escapó al encarcelamiento, y eso tan sólo por ser mujer.
Estas seráficas almas cristianas
representaban un movimiento espontáneo de reforma dentro de la Iglesia Católica
española de su época. En su celo reformador. Juan de la Cruz y Teresa la monja
Carmelita, recorrieron con grandes penalidades del país fundando nuevas casas
religiosas con votos más rigurosos, o reformando las antiguas. Objeto de la
desconfianza y la persecución por parte de las autoridades eclesiásticas, y
ejerciendo muy leve influencia sobre la gente, terminaron sus días en la
soledad. En el siguiente siglo fueron canonizados y Santa Teresa se ha
convertido en la patrona de España. Pero no puede decirse que, fuera de un
círculo muy limitado, la pasión espiritual de la santa haya sido una
influencia, o sus ideas hayan fructificado, en la vida religiosa de España. Y
lo mismo podría decirse de los otros místicos españoles del siglo dieciséis.
Sólo en años recientes los han descubierto
y los leen algunos laicos educados. Azorín, uno de los principales devotos de
la literatura española clásica, nos cuenta cómo fue hasta hace poco cuando
despertó a las bellezas de Luis de Granada. El movimiento y las tendencias
representadas por estas grandes almas, y otros centenares de almas de su época,
se convirtió en corriente subterránea en la vida religiosa de la Península, y
la obra empezada por ellas quedó trunca en la encrucijada de los destinos de
España.
De los escritos de estos santos
españoles podemos entresacar el retrato de un Cristo cuyos ojos jamás ha
contemplado España, un Cristo cuyo nombre es Jesús, un Salvador, Amante y
Amigo. Se requería demasiado espacio para ofrecer un retrato completo del
Cristo de los místicos españoles y de su relación con la vida religiosa. Hemos
de contentarnos con obtener unos cuantos vistazos de EL, según se revela a la
luz del pensamiento y la experiencia de los místicos. En cada caso se erigen la
suprema devoción a Cristo como norma de la vida y la unión con EL como meta de
todas las aspiraciones.
7.2. El Cristo Que Transfigura:
La obra lírica más grande de la
literatura española, y una de las más grandes de la literatura mundial, es el Cántico
Espiritual de Juan de la Cruz, en que el autor místico
interpreta el Cantar de los Cantares en términos de su propia experiencia. Como
el Progreso del Peregrino, de Juan Bunyan, es obra producida en la
prisión, probablemente cuando el autor estuvo prisionero en Toledo, condenado
por el Santo Oficio. Sólo las Cartas de Samuel Rutherford pueden comparase con
este inigualado poema como expresión de la pasión mística por Cristo.
Descríbase el comienzo de este
drama de amor en un exquisito menos conocido popularmente como En una Noche
Oscura. Ha
caído la noche, y al amparo de su sombra y su silencio, el alma sale en busca
del Amado:
En una noche oscura
con ansias en amores
inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa
sosegada.
Su única luz y guía es el fuego que
arde en su corazón. Pero este fuego hace que la noche brille más que la aurora,
de modo que tal parece que es la noche misma quien la guía sin extravíos a
donde está el Amado. Bello símbolo de ese instinto del alma por buscar a Cristo
en las tinieblas de sus extremos. El Amado es hallado, pero torna a ocultarse, y la
apasionada búsqueda prosigue en el Cántico:
Descubre tu
presencia
y mátame tu vista y hermosura;
mira que es la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.
Cuando el alma, transverberada de
amor, oye la voz del Amado llamándola desde la altura, y puede al fin unirse a
EL, la naturaleza entera se torna fresca y dulce y toma parte en la melancolía
del prefecto amor. La belleza del Amado se comunica al mundo. En su luz, el
alma ve luz y belleza dondequiera. Y así exclama:
Mi Amado las montañas,
los valles solitarios
numerosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonoros
el silbo de los aires
amorosos
………………………………….
Gocémonos, Amado
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado.
Esta experiencia espiritual de que
la unidad del alma con Dios en Cristo la hace sentirse a sus anchas en la
naturaleza nos recuerda la experiencia de Saúl Kane, en el poema de John Masefiel,
“La Eterna
Misericordia”. Después de experimentar las “ardientes cataratas de Cristo”,
y de caer por tierra la “puertas con
cerrojos”, Kane sabía que “había terminado para siempre con el pecado” y
que Cristo lo había hecho nacer “para hermanarse con todas las almas de la tierra”.
Y entonces brota
de sus labios este canto:
“Oh gloria de
la mente iluminada,
cuán muerto he estado, y cuán torpe y ciego;
a mis ojos, ya nuevos, el arroyo
parecía brotar del Paraíso;
y al agua tumultuosa de la lluvia
cantaba a mis oídos:
¡Cristo ha resucitado!”
Toda la naturaleza exhalaba ahora
para él una nueva fragancia y tenía nueva esplendor, “y toda ave y toda bestia debería compartir las
migajas del banquete”. Unirse espiritualmente con ese Cristo
significa siempre “considerar los lirios” con ojos nuevos, y
contemplar con un nuevo sentido de los maravilloso los pájaros del campo.
En la experiencia que se describe
en el Cántico, Juan de la Cruz trasciende el monasticismo y escepticismo de su
medio religioso y aun de su propia vida religiosa. Su alma de poeta va en pos
de un Cristo que, según la frase de Luis de León, “vive en los campos”, como Señor
y transfigurado de todo lo que tiene ser.
Si nos esforzamos por seguir a Juan
de la Cruz por la “noche oscura del alma” hacia las cumbres del “Monte Carmelo”,
lo perderemos de vista cuando llega al empíreo de la perfecta unión de amor.
Consideramos solamente algunas de las palabras características que pronuncia en
el camino acerca de Cristo. “Para él, Cristo es el Amante dulcísimo de todas las almas
fieles”. Aconseja mantener la imagen de Cristo pura y clara en el
alma. En
otra de sus cartas estas palabras: Jesús sea en
sus almas, hijas mías… Pues yo iré allá y verán cómo no me olvidaba,
y veremos las riquezas ganadas en el amor puro y sendas de la vida eterna y los
pasos hermosos que dan en Cristo, cuyos deleites y corona son sus esposas: cosa digna de no andar por el suelo rodando, sino de ser
tomada en las manos de los ángeles y serafines, y con reverencia y aprecio la
pongan en la cabeza de su Señor.4)
Cristo es el todo para San Juan de
la Cruz, y el ritual significa poco.
Encarece a los que principian la
vida espiritual que se cuiden de lo que “se cargan de imágenes y rosarios bien curiosos” y
andan “arreados
de agnusdéi y reliquias y nóminas,
como los niños con dijes”5)
les advierte también contra quienes hacen romerías o peregrinaciones “más por recreación
que por devoción”6) Y les encarece no despilfarrar en el ornato de
sus oratorios el tiempo que debería dedicar a la oración y el recogimiento
interior.
7.3.
Amante Y Señor:
A Teresa de Jesús se le ha llamado
con razón un “alma
de fuego”. El símbolo clásico con que se la representa es aquella
escena de su visión en que un ángel le transverbera el corazón con un dardo
ardiente. Su concepto y experiencia de Cristo se caracteriza por una pasión
incandescente. Cristo es su “Esposo Divino”, y por lo general se refiere a Él
llamándole “Señor”
y “Su Divina
Majestad”. Tan fuerte y viva es su conciencia de que Cristo le
pertenece, que en uno de sus poemas habla de EL como su “cautivo”. Y el estar EL cautivo
dentro de su corazón, hace a éste libre.7)
Igual de vigorosa es la conciencia
que Teresa tiene de pertenecer a Cristo y ser inseparablemente una con EL. Esta
mutua compenetración halla su expresión más perfecta en el relato de una visión
en que Teresa ve su propia alma como un espejo muy claro en que Cristo se
manifiesta a ella. “Y también este
espejo –añade Teresa- (yo no sé decir cómo) se esculpía
todo en el mismo Señor, por una comunicación, que yo no sabré decir, muy
amorosa”. Cuando el alma está en pecado, este espejo se cubre “de gran niebla”
y ya no puede verse en él al Señor.8)
En otro bello pasaje, Teresa
describe el origen y actividad de la oruga que se metamorfosea en mariposa como
símbolo de que ella tiene que morir para que Cristo nazca en ella. Tersa amaba
apasionadamente las flores porque éstas, como todos los objetos naturales, eran
obra de las manos de su Divino Esposo.
El Cristo de Santa Teresa es un Ser
vivo activo; poderoso y amoroso, que demanda que el alma no tenga comercio con
el pecado si ha de estar en comunión con
El. La pasión seráfica de Teresa no la incapacitaba, sin embrago, en lo mínimo,
para el cumplimiento de la rutina de los negocios de la vida. Era la más práctica
de las mujeres. El Señor ayuda, tal había ella aprendido por experiencia, en el
desempeño de las tareas más ordinarias. “Pues sea, hijas
mías –dice a sus monjas- no haya
desconsuelo; mas cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores,
entended, que si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos
en lo interior y exterior”.9)
No obstante, es de lamentarse
grandemente que Teresa, teniendo como tenía un concepto muy espiritual y a la
vez sumamente ético y práctico, de Cristo y la religión, haya limitado la
expresión de ésta a la actividad monástica. Aunque conocía a un Cristo que era
para el mundo, un Cristo que era poco más que un extranjero en el país de ella,
lo hizo prisionero de su corazón, o de los conventos que fundó. De un valor
religioso mucho más elevado que la trasverberación del corazón de Teresa son
los estigmas de las manos de San Francisco, marcas y símbolos del precio a que
el varón de Asís servía a los hombres por amor a Jesús. Hasta halamos a Teresa,
a momentos teñido de una pasión por el Cristo material de Tánger, el Cristo de
tierra. Era devota de lo que llama “la sacratísima
Humanidad de Jesús”.
“Por esto entiende
la santa –nos explica un
distinguido escritor sudamericano- no el carácter humano del Maestro ni su
manera de vivir como hombre, sino la parte corpórea, física y material de su
persona, preocupación que culminó por fin en la adoración idólatra de su
corazón carnal”.10)
7.4. El
Cristo Que Es Jesús:
En los escritos del monje agustino
Luis de León, este Cristo, a quien Teresa conoció y con quien comunicaba sólo
objetivamente, a quien tenía prisionero en su corazón o en sus conventos, rompe
los muros de su confinamiento y se hace plenamente objetivo de la devoción y el
pensamiento. El Cristo de la experiencia se convirtió en el Jesús de la
historia y el Cristo de la fe.
La nota que Luis de León suena es
que a Cristo le debe conocer en el más pleno sentido paulino y juanino. “Saber
mucho de Cristo”, es el consejo que da. “Y la propia y verdadera sabiduría del hombre –dice en la introducción a su gran obra- es saber mucho de Cristo”. Esta “es la más alta
y más divina sabiduría de todas; porque entenderle a él es entender todos los
tesoros de la sabiduría de Dios, que como dice San Pablo, están en él
encerrados”11)
Para Fray Luis, la religión es la
respuesta de la naturaleza entera del hombre a Cristo, la contestación del
intelecto así como del corazón, Santa Teresa, como la Magdalena ante la tumba
abierta, de buena gana se recrearía para siempre en una experiencia física de
su Señor. Fray
Luis entiende el sentido de las palabras: “Asciende
a mi Padre”. Tiene de Cristo un concepto esencialmente objetivo. Lo
considera no solamente como la fuente y centro de toda su vida, sino también
como el centro de toda vida e historia, y del universo mismo. Su Cristo es el
Señor de la realidad creada.
En los Nombres de Cristo, que
Menéndez y Pelayo llaman el más perfecto monumento en prosa de la literatura
española, Fray Luis expone su concepto de Cristo. Este libro está escrito en forma
de diálogo. Un grupo de amigos se reúnen para comentar las ideas de uno de
ellos, pero no dentro del recinto de un monasterio u otro edificio religioso,
sino en un bello sitio a la ribera del manso Tormes, el ríos de Salamanca.
Porque como dice el autor, “vive en los campos Cristo”.
He aquí el concepto de una religión
al aire libre. Si con Juan de la Cruz, el amor de la naturaleza no era más que
un pasajero estado de ánimo, o como lo reputan algunos críticos, un recurso
puramente literario para imitar el colorido naturalista del Cantar de los
Cantares, para Luis de León la naturaleza era una pasión. La sentía y la amaba
como Wordsworth,
y muchos de sus incomparables poemas líricos, rivaliza en realismo emotivo con
la poesía de la naturaleza del célebre autor de Tintern
Abbey.12) No fue otro que el más grande de los
poetas líricos españoles quien escribió Los Nombres de Cristo, e hizo a sus
personales discurrir a la orilla de un río en un prado que cantaba con la voz
de los pájaros.
Y sin embargo -¡cruel ironía!- este libro fue
compuesto durante los cinco años que su autor pasó en una mazmorra de ¡Valladolid! Lo había encarcelado el
Santo Oficio, por la terrible ofensa de haber traducido el Cantar de los
Cantares al español. Su
suprema pasión era pecado mortal a los ojos de los directores religiosos de su
país. ¡Se había
atrevido a emancipar la realidad religiosa de los contérminos entumecedores de
una lengua desconocida y de las paredes
consagradas¡ “Cristo para el mundo”,
cantaba Fray Luis.
Los nombres de Cristo cuya significación expone el
gran místico español, son ahora los títulos del Mesías en el Antiguo
Testamento, era los nombres simbólicos de Jesús en el Nuevo. Trata de catorce
de éstos. Cristo
es la Vara, la Faz de Dios, el Camino,
el Pastor, las
Montaña, el Padre de la Edad futura, el Brazo del Señor, el
Rey, el Príncipe de Paz, el Esposo, el Hijo de Dios,
el Cordero, el
Amado, y Jesús.
Entre lo mucho de rico y sugestivo
que se dice de Cristo en este gran libro, notemos muy brevemente algo de lo más
significativo. Jesucristo, el “brazo del Señor” no representa la fuerza militar o
el valor del guerrero. “Los hechos hazañosos de un cordero tan humilde y tan
manso, como es el que en este lugar Isaías pinta, no son hechos de esta guerra
que vemos, adonde la soberbia se enseñorea y la crueldad se despierta, y el
bullicio y la cólera y la rabia y el furor menean las manos. No tendrá dice,
cólera para hacer mal ni a una caña quebrada. Y antójesele al error vano de
estos mezquinos que tienen de trastornar el mundo con querras”.13) El símbolo de tal Cristo mal podría
convertirse en estandarte guerrero de Pizarro o Cortés o el Duque de Aba, o en mesa del Santo Oficio en
el Perú.
Como “Rey”, Cristo es a la vez Redentor y Legislador.
Por sus obras y sacrificio hizo méritos del espíritu y virtud de los Cielos
para los suyos, comunicándole éstos a la voluntad de ellos, “imprimiendo en
ella inclinación y apetito de aquello que merece ser apetecido por bueno, y por
el contrario engendrándole aborrecimiento de las cosas torpes y malas”.14) La religión es así para Fray Luis
expresión de un principio interior de vida en tanto que “sola la predicación del Evangelio, que es
decir la virtud y la palabra de sólo Cristo, es lo que siempre ha deshecho la
adoración de los ídolos”.15) Particularmente
significativas son sus palabras sobre Cristo como el “Cordero”, “Cristo
es universal principio de santidad y virtud, de donde nace toda la que hay en
las criaturas santas, y bastante para santificar todas las criaturas, y otras
infinitas que fuese Dios continuamente criado, y ni más ni menos es la víctima
y sacrificio aceptable y suficiente a satisfacer por todos los pecados del
mundo y de otros mundos sin número”. Cristo salva, en el más
absoluto sentido, a los hombres.
Es, sin embargo, en la última parte de su estudio
donde hallamos la expresión más plena y característica del concepto de Luis de
León. Cristo es “Jesús”. En el significado del nombre Jesús halla la clave
del más profundo significado de Cristo y la más adecuada forma en que
expresarlo. Siendo “Jesús*)”, Cristo es Salud, que también quiere decir salvación. A Fray
Luis le encanta insistir en la idea de que Cristo**) es completa salud, a cual
comunica a los hombres. La
vida cristiana es salud espiritual perfecta. El cristiano es el hombre perfeccionado,
el hombre que ha sido sanado de sus enfermedades y restaurado a la salud por
Cristo, quien posee el remedio de todo mal.
______________
*)
G2424 Ἰησοῦς = Iesoús: de origen
hebreo [H3091]; Jesús (i.e. Yejoshúa), nombre de nuestro Señor y de otros
dos (tres) israelitas:- Jesús, Josué. H3091 יְהוֹשׁוּעַ = Yejoshúa o יְהוֹשֻׁעַ = Yejoshúa;
de H3068 y H3467; salvado de Jehová; Jeoshúa (i. e.
Josué), líder judío:- Josué. Compárese con H1954, H3442.
**)
Cristos = (χριστός G5547) ungido.
Traduce, en la LXX, la palabra Mesías, término que se aplica a los sacerdotes
que eran ungidos con el aceite sagrado, especialmente al sumo sacerdote (p.ej.,
Lv.4:3, 5, 16). Los profetas reciben el nombre de joi cristoi Teou, «los ungidos de
Dios» (Salm.105:15). El rey de Israel era en ocasiones mencionado
como cristos tou
Kuriou, «el ungido del Señor» (1 Sam.2:10,35; 2 Sam.1:14;
Salm.2:2; 18:50; Hab.3:13); el término es utilizado incluso de Ciro (Is.45:1).
El título jo Cristos, «el Cristo», no se usa de Cristo en la versión LXX
de los libros inspirados del AT. En el NT., la palabra se usa frecuentemente
con el artículo, del Señor Jesús, como un apelativo más que como un título
(p.ej., Mt.2:4; Hech.2:31); sin el artículo (Lc.2:11; 23:2; Jn.1:41). En tres
ocasiones el mismo Señor aceptó expresamente este título (Mt.16:17; Mr. 14:61,
62; Jn.4:26). Se añade como apelativo al nombre propio «Jesús» (p.ej., Jn.17:3, única vez
en que el Señor se denomina así a sí mismo; Hech.9:34; 1Cor.3:11; 1 Jn.5:6). Es
decididamente nombre propio en muchos pasajes, tanto si aparece con el artículo
(p.ej., Mt.1:17; 11:2; Rom.7:4; 9:5; 15:19; 1 Cor.1:6), como si aparece sin él
(Mr. 9:41; Rom.6:4; 8:9,17; 1Cor.1:12; Gál. 2:16). El solo título Cristos se
usa en ocasiones sin el artículo para significar a aquel que por su Santo
Espíritu y poder mora en los creyentes, moldeando el carácter de ellos en conformidad
a su semejanza (Rom.8:10; Gál. 2:20; 4:19; Ef.3:17). En cuanto al uso o a la
ausencia del artículo, el título con el artículo especifica al Señor Jesús como
«el Cristo»;
el título sin el artículo destaca su carácter y su relación con los creyentes.
También, hablando en general, cuando el título es el sujeto de la oración,
tiene el artículo; cuando forma parte del predicado, el artículo no aparece.
Su naturaleza se
hace una “templada
armonía” una “sana concordia”. Llena su alma una “orden paz”,
y su principal ambición es “hacerse uno con Cristo, esto es, tener a Cristo en sí,
transformándose en él”. Como Pablo y Agustín, Fray Luis “se vestiría
del Señor Jesús”. Cristo es
su todo y en todos. “Yo Señor, me
desecho, me despojo de mí, me huyo y desamo, para que, no habiendo en mí cosa
mía, seas tú solo en mí todas las cosas: mi ser mi vivir mi salud, mi Jesús”.
Al final de este maravilloso capítulo, el autor se regocijo del hecho de que Jesucristo*) es también el Logos**) y que, como tal, es salud cósmica.
A EL le deben su salud los ángeles de los Cielos y la naturaleza.
El fuerte acento
ético y el énfasis en el orden y equilibrio de la vida del alma, que
caracterizan el concepto de Cristo y de la vida cristiana, según Fray Luis, son
eco de la idea de justicia de Paltón, y de la idea paulina de la vida llena del
Espíritu vida y doctrina religiosas deben someterse a la prueba ética. “Hablemos de tener
por cosa certísima que la (doctrina) que no mirare a este fin de salud, la que no tratare de desarraigar
del alma las pasiones malas que tiene, la que no procurare criar en el secreto
de la orden, templanza, justicia, por más que de fuera parezca santa, no es
santa y por más que se pregone de Cristo, no es de Cristo”. Tampoco
pueden la más escrupulosa práctica de los ritos religiosos ni la imposición de
las penitencias más severas, ser sustitutos de la salud espiritual interior.
Pues:
“aunque haya
(uno) aprovechando
en el ayuno, sepa bien guardar el silencio y nunca falte a los cantos del coro;
y aunque ciña el cilicio, y pise sobre el hielo desnudos los pies, y mendigue
lo que come y lo que viste paupérrimos, si entre esto bullen las pasiones en
él, si vive el viejo hombre y enciende sus fuegos, si se atufa en el alma la
ira, si se hincha la vanagloria, si se ufana el propio contento de sí, si arde
la mala codicia; finalmente, si hay respectos de odios, de envidias, de
pundonores, de emulación y ambición… téngase por dicho que aún no ha
llegado a la salud, que es Jesús”.
___________
*)
G5547 Χριστός = Jristós:
de G5548; ungido, i. e. el Mesías, epíteto de Jesús:- Cristo, Jesucristo,
Mesías.
**)
G3056 λόγος = lógos:
de G3004; algo dicho (incluido el pensamiento); por implicación tema
(sujeto del discurso), también razonamiento (facultad mental) o motivo; por
extensión cálculo; específicamente (con el artículo en Juan) la Expresión
Divina (i. e. Cristo):- noticia, palabra, plática, pleito, predicar, pregunta,
propuesta, razón, sentencia, tratado, verbo, arreglar, asunto, cosa, cuenta,
decir, derecho, dicho, discurso, doctrina, evangelio, exhortar, fama, frase,
hablar, hecho, mensaje. (Strong).
___________
1) V. Raimundo Lulio: Explorador y Mártir de Noráfriba, por S. M. Zwener.
México: Casa Unida de Publicaciones. (Nota del traductor).
2) V. Los Místicos Españoles del Siglo XVI,
por Cl. Gutiérrez-Marín México: Casa Unida de Publicaciones. (Nota del
Traductor).
3) Refiriéndose a la Virgen y al Niño.
4) Carta
V, Obras (Edit. Séneca, México), pág. 1005.
5) Noche
Oscura, Lib. I, Cap. IV (pág. 429, de la ed. Cit.).
6) Subida
del M. Carmelo, Lib. III, Cap. XXXVI (pág. 389, ed, cit.
7) V. Cap.
I.
8) Vida, Cap. XL, 4.
9) Libro de las Fundaciones, Cap. V, 7.
10) Julio
Navarro Monzó Santa Tersa de Jesús y la Vida Espiritual Cristiana, pág. 26.
11) Los
nombres de Cristo, Calleja, Madrid, 1917, pág. 33.
12) La Abadía de Tinterns.
13) Op. Cit. Págs.. 230, 231.
14) Op. Cit., pág. 293.
15) Op.
Cit., pág. 313.
Véase capitulo VIII.
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