Capítulo
VIII
EL
OTRO CRISTO ESPAÑOL EN LA ESPAÑA MODERNA:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez.
¿Qué
pasó en España con el Cristo que es Jesús? Menéndez
y Pelayo, el más grande crítico que dicho país ha producido, publicaron entre
1877 y 1881 sus tres voluminosos tomos de la Historia de los Heterodoxos
Españoles, obra monumental que trata de una sucesión de hombres y mujeres,
principalmente entre los siglos dieciséis y diecinueve, que principalmente bajo
la condenación de la iglesia oficial de España.
Algunos de ellos
eran católicos de la iglesia oficial de España. Algunos de ellos eran católicos
que trabajaban por la reforma de la
Iglesia, o que profesaban doctrinas que las autoridades eclesiásticas
consideraban peligrosas. Otros fueron personas que abrazaron el protestantismo.
En la vida y escritos de muchos de estos “herejes”, como los eminentes hermanos Valdés, Juan Díaz y Cipriano de Valera,
vivía y hablaba el Cristo de los místicos llamados ortodoxos*).
Carlos V:
Isabel de
Portugal y Carlos V: Hija de Manuel I de Portugal y de María de
Aragón, Isabel de Portugal contrajo matrimonio con su primo, el emperador
Carlos V (el rey español Carlos I), en 1526
y hubo de actuar como regente en las ausencias de su marido. El 26 de
julio de 1529 firmó con Francisco Pizarro las capitulaciones para la
conquista del Perú, el territorio sudamericano cuyo nombre oficial fue
inicialmente el de Nueva Castilla. La imagen reproduce un relieve en
madera con las efigies de Isabel y Carlos, obra del escultor español Alonso
de Mena (1632), que se encuentra en la capilla Real de Granada. (Microsoft ® Encarta
® 2008).
|
8.1. Muerte
y Resurrección:
Por lo general no
se comprende cuán cerca estuvo España, bajo el reinado de Carlos V, de
haber echado su surte del lado de la Reforma. Pero el tipo de reforma que más
adherentes tenía en la nación pertenecía más al orden erasmino
que Lutero.
Lo que la mayoría de los directores religiosos de España anhelaban no era una
reforma de las doctrina sino de la vida. Su ideal era más ético que dogmático.
Erasmo tenía más
seguidores en España que en cualquier otro país europeo de la época. Carlos V
le otorgó una pensión, y el rompimiento de Lutero con Erasmo hizo el primero
perdiera muchos admiradores en la Península.
Carlos mismo
deseaba sinceramente que las diferencias que existían en el seno de la
cristiandad, se arreglaron por medio de un Concilio. Se convocó al de Trento,
pero en sus deliberaciones prevaleció la posición asumida por los discípulos de
Loyola, y el cisma de la cristiandad se hizo irreparable. Más tarde, los
jesuitas y la Inquisición apagaron las brasas del espíritu reformador.
___________
*)
Ortodoxo, xa. (Del lat. orthodoxus, y este del gr. ὀρθόδοξος).
adj. Conforme con el dogma de una religión y, entre católicos, conforme con el
dogma católico. Escritor ortodoxo, opinión ortodoxa. Apl. a pers., u. t. c. s.
Los ortodoxos. || 2. Conforme con la doctrina fundamental de cualquier secta o
sistema. || 3. Conforme con doctrinas o prácticas generalmente aceptadas. || 4.
Calificativo con que se distinguen ciertas Iglesias de la Europa oriental, como
la griega, la rusa y la rumana. || 5. Perteneciente o relativo a estas
Iglesias. Apl. a pers., u. t. c. s. (Microsoft® Encarta® 2008).
Erasmo:
Facilitase
su tarea por tres circunstancias en:
(1)
Primero: La tendencia
reformadora española propugnaba la reforma dentro de la unidad del catolicismo;
Erasmo de Rotterdam (1466-1536), humanista y
teólogo holandés, escribió la sátira religiosa Elogio de la locura (1511).
Su influencia en España fue extraordinaria, sobre todo durante el periodo
de Carlos I, y los grandes humanistas españoles son deudores de su obra. (Microsoft
® Encarta ® 2008)
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(2) Segundo: La corriente, la conciencia religiosa de los abogados españoles de la
reforma, no estaba poseída por una gran idea revolucionaria como la de la
Justificación por la Fe, en Lutero, y la Soberanía, en Calvino;
(3)
Por último: Las doctrina de la
reformación no echaron raíces en las masas, como sucedió en otros países
europeos donde triunfó el movimiento.
Martín Lutero: El teólogo y reformador religioso
alemán Martín Lutero precipitó la Reforma protestante al publicar en 1517
sus 95 tesis denunciando las indulgencias y los excesos de la Iglesia
católica. Para Lutero la esencia del cristianismo no se encuentra en la
organización encabezada por el papa, sino en la comunicación directa de
cada persona con Dios. Su protesta provocó la salida de la Iglesia
católica de muchos de sus fieles y sentó las bases para otros movimientos
protestantes, como el calvinista y el presbiteriano.
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Lutero:
Hasta las
mismas vísperas de la revolución republicana de 1931, estaban ocurriendo los
casos más increíbles de intolerancia religiosa. Sólo unos cuantos años antes
había ocurrido el siguiente incidente en una de las provincias del norte.
Sucedió que una mujer, sencilla y analfabeta, dijo casualmente en el curso de
una conversación con cierta vecina suya, que en su opinión la Madre de Jesús
había tenido otros hijos después de haber dado nacimiento a Nuestro Señor.
Hubo un
tercero que oyó aquello y corrió a hacer la denuncia, con lo que la mujer fue
citada ante los tribunales civiles a responder del cargo de blasfemia, y luego
condenada a varios años de cárcel.1) Las noticias del escándalo cruzaron las
fronteras de España y varias organizaciones extranjeras enviaron peticiones al
Rey solicitando la anulación de la sentencia. Todo lo que Alfonso XIII creyó
que podría hacer fue conmutar la sentencia de prisión por la destierro. La
infortunada mujer tuvo que abandonar su hogar y marcharse a vivir en otro sitio
de España.
Y entre tanto, ¿qué sucedía con
Cristo? Cristo, el “Amante dulcísimo”, Cristo, el “Redentor y Legislador”, Cristo, que “vive en los
campos”, Cristo que es “Jesús”. Quedó reducido a un fetiche material.
¿Y con qué resultados? La vida espiritual y el interés teológico declinaron constantemente.
El doctor Jaime
Torrubiano Ripoll, fue profesor de la Universidad de Madrid,
católico piadoso, pero violento anticlerical, hizo las significativas
declaraciones siguientes en un artículo enviado a le revista La Nueva
Democracia, de Nueva York, febrero de 1927:
“Pero
donde se registra nuestra magna decadencia espiritual es en nuestra pobrísima
producción teológica y religiosa; tanto más visible y chocante esta decadencia
cuanto la padece el pueblo más teólogo de la tierra”.
De los 44
libros teológicos y religiosos publicados en 1926, 24 eran reediciones de
libros antiguos. De las veintidós obras restantes, el profesor Ripoll se
pregunta: “¿Y cuáles son ellas? Da vergüenza
decirlo –responde-. Catálogos; devocionarios dañinos, sin literatura, sin
ciencia y sin piedad; monografías de derecho canónico y de rúbricas, escritas
con espíritu de servidumbre y de superstición…”. Sólo dos tenían
cierto valor:
· Uno
se intitulaba Lecciones de Apologética o Fundamentos de
la Fe Católica para uso de los cursos superiores de Religión, y
· El
otro El divorcio
vincular y el Dogma Católico.
¡Veintidós libros sobre religión como
producción literaria de 150,000 sacerdotes y frailes españoles en todo un año!
Nos damos cuenta una vez más de la fuerza de las terribles palabras de Unamuno:
“¡El Cristo de esta tierra es tierra, tierra, tierra!”.
Pero aunque
el culto de ese Cristo Tangerino, y la sumisión al ideal del cementerio en la
vida religiosa, han sofocado la religión vital en España, igual que en
Sudamérica, el Otro Cristo no ha abandonado por completo aquel país. Se le
encuentra entre los grupos que disienten
de la fe oficial y que han buscado en una u otra de las iglesias protestantes
de la Península la satisfacción espiritual que anhelan. Se le puede encontrar
también entre un grupo creciente de cristianos que no hallan hogar espiritual
ni en el catolicismo romano ni en el protestantismo.
Por cuanto la existencia de
estos que podríamos llamar cristianos ecuménicos, es fenómeno que ha empezado a
aparecer en las veinte repúblicas ibéricas del Nuevo Mundo, consideremos a dos
miembros representativos de este grupo, en la vida de la España moderna.
Estudiando la personalidad espiritual de estos dos hombres podremos formarnos
un retrato del “Otro Cristo Español” en
la vida contemporánea. Y entonces estaremos en posición de juzgar por nosotros
mismos cuál es su misión y futuro en las tierras hispánicas de América.
Ambos son laicos, y ya hemos mencionado sus nombres: don Francisco Giner de los Ríos y don Miguel de Unamuno. Cuando
se escriba la historia de la España moderna, la España que ha vuelto a nacer
tantas veces, cuando parecía muerta para siempre, habrá sólo un don Francisco y
sólo un don Miguel, a quienes los hijos futuros de esa tierra tan antigua
llamarán “nuestros padres”. Con la vida y obra de
estas dos grandes almas se ha tendido un puente en la historia moderna de
España, sobre el ancho abismo que ha existido entre la religión y la conducta.
8.2. Don Francisco De Los Ríos: La Restauración De
Un Sentido a La Vida:
Don
Francisco era un andaluz que procedía del romántico y viejo pueblo morisco de Ronda. Habiendo
llegado a Madrid todavía joven, allá por los años del sesenta del siglo pasado,
ejerció entre la juventud un apostolado que duró más de cincuenta años, primero
como profesor de leyes en la Universidad, y más tarde como fundador y alma de
la Institución Libre de Enseñanza, estableciendo coeducativa, e independiente
tanto de la Iglesia como del Estado.
Giner murió en 1915 de más de
ochenta años, pero conservando hasta el fin el esplendor y las visiones de la
juventud.
El propósito
de Giner de los Ríos fue regenerar el país a través de las conciencias, la
revolución de las conciencias. Quería crear hombres íntegros, cultos y
capaces, en base a la idea de que los cambios los producen los hombres y
las ideas, no las rebeliones ni las guerras.
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Giner:
Azorín hace
una deliciosa descripción de don
Francisco, rodeado de sus discípulos. Las siguientes palabras se escribieron en 1915 el año que
murió el gran maestro:
“La imaginación se echa a
volar, y vemos una amplia casa aristocrática, y en ella, un rica librería y
unas anchas estancias, apartadas del bullicio, en que viven, en amigable
comercio con las musas, un hombre docto y bueno y unos muchachos llenos de
ilusiones y de esperanzas. Y don Francisco –como el otro don Francisco Giner-
va dirigiendo sus lecturas enseñándoles las
bellezas de los clásicos latinos y griegos, leyendo con ellos los grandes
poetas de España, educándolos, en fin, no con el ceño adusto de un preceptor,
sino con la dulzura y suavidad de un
amigo sincero y apasionado… Y luego pasean,
realizan largas excursiones, se empapan del paisaje y de los olores y
colores del campo”.2)
Don Francisco, dividía a los hombres en dos grupos:
· Sus amigos, y
· Sus íntimos.
Estos eran
unas dos docenas de jóvenes discípulos que pasaban a su lado el tiempo que
tenían libre los primeros eran el resto de los hombres. Don Francisco era el
sacerdote de lo que llamaba, en tono humorístico, “el
estado sacramento de la palabra”. Tarde o temprano preguntaba a todo
joven con quien hacía conocimiento: “Bueno,
¿y qué piensas hacer con tu vida?”. Trataba
el maestro de despertar de ese modo en el pecho de sus discípulos el sentido de
vocación y de responsabilidad, sentido que él mismo poseía en sumo grado, pero
que hasta ahí faltaba en la vida de los estudiantes españoles. Para él, la vida
no era, según decía, ni trágica ni frívola, sino simplemente seria.
Sólo quienes saben, por
experiencia directa, cuán ligera impersonal ha sido la relación tradicional
entre profesores y alumnos en las universidades sudamericanas y españolas,
podrán apreciar la índole revolucionaría de las relaciones entre Giner y sus
discípulos. Pero no tendrán dificultad alguna en entender cómo pudo haber
sucedido lo que sucedió, o sea que los “íntimos” vendrán a ponerse, con la República al
frente de los destinos de España.
La Institución Libre de Enseñanza,
a que nos hemos referido antes, ha ejercido una suprema influencia educativa y
espiritual en la vida de la España moderna. Su significación ha sido
admirablemente descrita por don Fernando de los Ríos, sobrino y digno sucesor
de don Francisco, Ministro de Justicia en el nuevo Gobierno republicano.
Refiriéndose a aquella famosa escuela, dice don Fernando: “Lucha por hacer ver que la universal
espiritual y la libertad para la conciencia racional… se resuelven en la
subordinación de lo subjetivo ante el espíritu absoluto…” por “el perdurable transar
de religiosidad todo el vivir, por considerar a este último efecto como San
Agustín.
Que en los actos inspirados en sumo amor
radica la suprema unidad posible…; propugna la conciliación del alma de mi
país… con estímulos renovadores… esa
síntesis, lograda con emoción, es la que, soterrada, se sigue sosteniendo hoy;
de aquí el relieve de esa minoría al defender la supremacía incuestionable de
los valores espirituales y el sentido religioso de la existencia”.3)
En sus últimos años don
Francisco tuvo el gozo de ver fundarse la Junta para Ampliación de Estudios,
que, subvencionada por el Gobierno, llevó a cabo tres principales funciones en
la vida cultural de España. Proveyó de becas
para que los estudiantes pudieran ir a estudiar al extranjero,
especialmente a Alemania organizó cursos posgrados especiales para nacionales y
extranjeros sobre la historia y literatura de España, bajo el nombre de Centro
de Estudios Históricos; fundó en Madrid residencias u hogares estudiantiles
para uno y otro sexo, en que se admitía a estudiantes escogidos procedentes de
toda España. Fue un año de vida y estudio en una de estas instituciones, la
Residencia de Estudiantes, lo que produjo en la vida del autor de este libro la
gran revolución cultural de su vida, que le inspiró su pasión por España y todo
lo español, y la enseñó a esperar con fe el renacimiento de aquel antiguo país.
Don Francisco acababa de morir, pero su espíritu saturaba la atmósfera.
Giner era,
en su vida personal, un santo. Para él Dios era algo sumamente real, y
consideraba la religión, según decía, no como una enfermedad ni como un
fenómeno pasajero de la historia, como la guerra o la esclavitud, sino como una
función espiritual permanente que la escuela debe educar. Sin embargo, en lo
religioso, se sentía muy solo y ansiaba un hogar espiritual; pero no halló
ninguna. Hubiera querido mantenerse dentro de una Iglesias Católica reformada,
pero al desvanecerse toda esperanza de reforma, abandonó con todo la Iglesias
de sus padres. Luis de Zulueta, antiguo estudiante de don Francisco, y uno de
los espíritus más selectos de las letras españolas, contemporáneo, nos ofrece
una descripción del espíritu profundamente religioso de su maestro. “¡Cuánto debió
sufrir –dice Zulueta- al tener que abandonar la Iglesia, desgarrándose de la
comunidad de su pueblo y de su tradición!”. Hizo todo lo que pudo
para evitarlo. El joven pensador krausista oía misa los domingos, y conservaba,
como su amigo don Fernando de Castro, la esperanza en una renovación de la
Iglesia española.
“Esa esperanza, como tantas otras en el mundo religioso, se
desvaneció después del Concilio Vaticano. Juzgó don Francisco que no le era
lícito, sin hipocresía, continuar llamándose católico”. Fuera ya de la Iglesias oficial, su religiosidad se hizo todavía más
intensa y más pura.
“Hablaba siempre con
respeto de la Iglesia católica. Dondequiera que él estuviese, estaba delante de
Dios. Pero a veces entraba en algún templo solitario, en alguna olvidada
capilla de monjes, quizá buscando una emoción meramente estética, quizá por el
aroma eterno de los viejos odres, ya vacíos en los cuales no es posible
-¿por qué, Dios mío, por qué?- encerrar el vino nuevo”.4)
Esa visión
de don Francisco, entrando furtivamente en una olvidada capilla, y el
angustioso paréntesis interrogante de Zulueta, nos introducen al corazón de la
tragedia religiosa de España, que también la de Sudamérica. Dentro de la
Iglesia, aroma de odres vacíos; fuera, un recipiente número de espíritu
religiosos, seguidores del Otro Cristo
Español, que viven en perpetua búsqueda de un hogar espiritual a la
vera del camino de la vida, una especie de “Casa del Intérprete”, como en la inmortal
alegoría de Bunyan,5) para renovación, alivio y reposo.6)
Se sepultó
a don Francisco en el cementerio civil de Madrid, porque la Iglesia de sus
mayores rehusó a sus huesos un sitio de reposo junto a sus seres queridos en
uno de los históricos cementerios de la ciudad. Fue sepultado como Cristo,
fuera de los muros de la tradición religiosa de su pueblo. Más, con él bajó a
la tumba según la frase de Zulueta, “un pedazo de
nuestra alma nacional”. Don Francisco, empero, resucitará, y España
con él y en él, a la palabra, que bien puede no tardar mucho, del Otro Cristo Español.
Las
anteriores palabras se escribieron en julio de 1929, bajo la creciente
impresión de que el día la creciente impresión de que el día de la resurrección
de España no estaba muy distante. Dos años más tarde, en abril de 1931, rompió
el alba. Lo que sorprendió al mundo fue la forma en que la revolución tuvo
lugar. Fue el resultado de una prueba de fuerza en las urnas electorales, y
subieron al poder unos cuantos hombres que jamás habían ocupado puestos
administrativos, pero que, desde su juventud, se habían llenado de un profundo
sentido de vocación y de su responsabilidad por el futuro de España, y se
habían estado preparando para cuando llegara el día.
No mucho
después que el último de los Borbones había cruzado los Pirineos caminos del
exilio, un español de la nueva generación, el doctor Salvador de Madariaga, que
era entonces profesor de España en Oxford y más tarde embajador en París,
pronunció un discurso en la Universidad de México, sobre la España nueva. En el
curso de su conferencia dijo, en sustancia, que en la época en que España
marchaba hacia el abismo y se preparaba rápidamente para la dictadura, el país
no tenía más que un estadista, y éste se negó a tomar parte en la política;
pero que lo que acababa de tener lugar en España era, en muy grande parte, el
fruto de la labores de aquel hombre:
don Francisco Giner de los Ríos.
Unamuno:
8.3. Don Miguel De Unamuno: La Resurrección Del “Otro Cristo
Español”.
Sus
meditaciones (desde una óptica vitalista que
anticipa el existencialismo) sobre el sentido de la vida humana, en
el que juegan un papel fundamental la idea de la inmortalidad (que daría sentido a la existencia humana) y
de un dios (que debe ser el sostén del hombre),
son un enfrentamiento entre su razón, que le lleva al escepticismo, y su
corazón, que necesita desesperadamente de Dios. Aunque sus dos grandes
obras sobre estos temas son Del sentimiento trágico de la vida
(1913) y La agonía del cristianismo (1925), toda su producción
literaria está impregnada de esas preocupaciones. Microsoft ® Encarta ® 2008.
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Don Miguel de Unamuno era
vasco, nacido en 1864, en la ciudad cantábrica de Bilbao; por tanto, un
conterráneo de Ignacio de Loyola, y como éste pertenecía al tronco étnico más
primitivo de la Península. Cuando niño, siendo alumno de la escuela jesuita de
San Luis Gonzaga, en su Bilbao nativa, acostumbraba soñar, nos dice, en llegar
a ser un santo.
Don Miguel llegó a ser un
santo, pero de un tipo bien diferente del que, en su mocedad, soñaba ser, y que la tradición religiosa de su raza,
especialmente la tradición representaba por su gran compatriota el de Loyola,
había consagrado como el buen ideal de a santidad. Unamuno se hizo un rebelde,
un santo rebelde cristiano, el último y el mayor de los grandes herejes
místicos de España.
En Giner vemos y oímos al
Cristo que enseñaba a sus discípulos en las laderas de las colinas, cabe el
plácido mar galileo; en Unamuno, a Aquel que arrojó a los mercaderes del
Templo, anatematizó a los jefes religiosos hipócritas, lloró amargamente sobre
Jerusalén y agonizó después en el jardín de los olivos y en la Cruz, el Cristo
que luego se levantó de entre los muertos para reanudar la lucha redentora en
las almas de sus seguidores.
Waldo Frank no exagera cuando dice: “Unamuno es el moralista más vigoroso de nuestros días,
Wells y Shaw son voces débiles al lado de su certero rugido”7) Este profesor vasco de griego
en la vieja Universidad de Fray Luis de León, que leía en quince lenguas y
aprendió el danés con el fin de estudiar a Kierkegaard en el original, y que
aunque en comercio íntimo con la cultura de la Europa moderna, tuvo sus raíces
en las Escrituras y en los grandes místicos de su pueblo, es uno de los más
grandes contemporáneos. Su formación espiritual debió no poco también a autores
británicos. Siendo todavía joven hizo sus favoritos a Tennyson y Carlyle, del
último de quienes tradujo al español la obra sobre la Revolución Francesa.
Además fue uno de los pocos extranjeros que fueron capaces de apreciar a Browning. Seguía con profunda interés
los movimientos y pensamientos religiosos de los otros países europeos.
Keyserling, cuyos juicios sobre Karl Bart se han citado con tanta frecuencia ni
siquiera conocía el nombre del gran teólogo suizo hasta que se encontró y habló
con Unamuno en Biasrritz.
La llegada
de Unamuno a Salamanca en 1891 tuvo la misma significación en la vida
espiritual de España que el arribo de Giner de los Ríos a Madrid más de veinte
años antes. En la persona del nuevo profesor de griego, sopló por los
enmohecidos claustros de la universidad medieval un hálito fresco de campo de
conocimiento ancho y variado. El Támeris y
el Rhín, el Sena y el Tíber para no
hablar de las aguas del Egeo y del Lago de Galilea, comenzaron a vaciarse en la
pezarosa corriente del Tormes.
Durante más
de treinta años, el profesor vasco hizo retumbar su mensaje en el aula
universitaria en las salas públicas y en la página escrita. Fluyeron de su
pluma ensayos, poemas novelas disertaciones filosóficas. Competía con su amigo
Ángel Ganivet en discurrir y retratar el alma española. Atacó sin cuartel los
malos que azotaban a su nación. No hubo cáncer corrupto que no denunciara,
ídolo popular que no hiciera pedazo problemas vivos con el que no se encarara.
Por su
hincapié en la individualidad, la pasión y la acción y su menosprecio supremo
de la sociología. Unamuno se asemeja a Nietzche. El prólogo a su Vida de Don
Quijote, en que hace sonar una clarinada de llamado a la acción heroica y
mística, es quizá la pieza más incandescente, en prosa, de la literatura
contemporánea. Su sentido de lo trágico y lo paradójico, y el dualismo esencial
de su pensamiento, nos recuerdan a Kierkegaard
y Dostoievsky.
En su
defensa del corazón contra el intelecto, del hombre “de carne
y hueso” contra la lógica fría y desprovista de sangre, es
discípulo ferviente de Pascual. Ni el propio Karl Bart ha puesto en más alto
relieve las realidades cristianas fundamentales de la encarnación, la redención
y la resurrección, que Unamuno. El famoso cuadro del Cristo en la Cruz, de
Velásquez, ha ocupado el mismo lugar en la vida y pensamiento de Unamuno que el
cuadro de la Cruz, de Greunwald, con
el índice apuntado de Juan el Bautista, en el pensamiento de Barth.
Por su
indómita oposición a la monarquía, la dictadura y la Iglesia, Unamuno fue
desterrado de España en 1925. De la isla de Fuente Ventura, a que se le confinó
escapó meses más tarde a Francia en el yatecito de recreo de un amigo inglés.8)
Muchos fundamentales puntos de
vista de este gran pensador español se hallan dispersos por todo este libro. No
estará fuera de lugar, sin embargo, el sintetizar su posición religiosa
fundamental, con tal que se tenga presente que nuestro autor es el menos sistemático
de los escritores, y enemigo jurado de la lógica, y además que sus escritos
abundan en esas contradicciones íntimas que se presentan por todas partes en la
vida y naturaleza humanas.
El pensamiento de Unamuno halla su centro en dos principales ideas que
reviste de significación religiosa:
Ø La de
vocación o misión, y
Ø La
de lucha agoniosa, especialmente la lucha por vivir para siempre.
La verdad se revela y la vida se cumple, sólo sobre el camino, cuando
marcha uno hacia delante, leal a la visión celestial.
El gran problema de la civilización moderna, dice Unamuno, no es la
distribución de la riqueza, sino la distribución de vocaciones. Un hombre
comienza a vivir cuando puede decir con don Quijote:
“Yo sé quién soy”. Otros pueden tenerle por loco, pero para él la vida tiene un
sentido Toda tarea ha de acometerse con un sentido religioso de su importancia.
Don Quijote de la Mancha (pronunciación)
es una novela escrita por el español Miguel de
Cervantes Saavedra.
Publicada su primera parte con el título de El ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha a comienzos de 1605, es una de las obras más
destacadas de la literatura española y la literatura universal, y una de
las más traducidas. En 1615 aparecería la segunda parte del Quijote de
Cervantes con el título de El ingenioso caballero don Quijote de la
Mancha.
|
En los surcos lo vivo, en ti deja lo
inerte
…………………………………………..
De tus obras podrá un día recogerte.
Quijote:
Hablando por sí mismo, él se contentaría con que su mensaje muriera en la
mente de sus lectores, con tal que, muriendo ayudara a fertilizar los
pensamientos de éstos.
He ahí el evangelio del trabajo, y del sentido de la vida, de Carlyle, que
Giner de los Ríos predicaba en Madrid. En un medio en que los jóvenes se
arrastraban por la vida y en que se trabajaba generalmente no con motivos de
servicio sino por la esperanza de las ganancias ninguna doctrina podía ser más
importante. Fue
en esa clase de ambiente en el que Unamuno ayudó a resucitar el famoso dicho de
Santa Teresa: “Entre los
pucheros anda el Señor”. Puede obtenerse la ayuda del Señor para el
desempeño de las tareas más humildes y domésticas. Ningún trabajo era vil
cuando lo transfiguraba un sentido de
vocación y de Dios.
En lo que toca a su propia y particular vocación Unamuno consideraba a que ésta era
la de reencarnación a don Quijote en la España y época moderna, en defensa de
lo eternamente espiritual y bregando con el mal dondequiera éste apareciera,
sin hacer cuenta de las consecuencias. Quería que sus compatriotas aprendieran
a pensar en lo más profundo de la vida y el destino. Su función sería la de
lanzarlos, según nos dice, al océano de Dios, para que aprendan a nadar. Deben
abandonar la “fe
del carbonero” y es menester trastornarles esa paz de cementerio en
que han pasado la vida. Es necesario despertar en ellos la inquietud
espiritual.
Y que no esperen de él pan, sino sólo levadura y fermento. Tócale a él
provocarlos a una lucha espiritual creadora, a una verdadera comprensión de las
palabras de Cristo tan trágicamente mal interpretadas en las guerras del siglo
dieciséis: “No he venido a meter paz, sino espada”. Los
Hombres pueden obtener la paz de Westfalia sólo cuando primero han pasado por
la Dieta de Worms.
Que esta guerra divina penetre en todo hogar. Apostrofando a Cristo, dice
en uno de sus poemas:10)
Sólo en la guerra espiritual nos cabe
tomar la paz, tu beso de saludo;
¡sólo luchando por el cielo, Cristo,
vivir la paz podemos los mortales!
Pero tu paz, Hermano, y no el embuste
que como tal da el mundo.
Pero
Unamuno no quiere nada de la paz jesuita. “La
Iglesia Romana, -dice en un libro publicado en el exilio- digamos el jesuita, predica una paz, que es la paz de la
conciencia, la fe implícita, la sumisión pasiva. León Chestov (La Noche de Getsemaní) dice muy bien: “Recordemos
que las llaves terrenales del reino de los cielos correspondieron a San Pedro y
a sus sucesores justamente porque Pedro sabía dormir y dormía mientras Dios
descendía entre los hombres, se preparaba a morir en la cruz”.11)
Esto nos lleva
directamente a la idea o actitud fundamental de Unamuno, la de la lucha trágica y
agonizante. Oímos la voz de lo más profundo de su alma en aquellos “Salmos”
que forman parte del volumen principal de sus poemas. Porque Unamuno
es también un poeta, el más grande de los poetas líricos de España después de
Fray Luis de León. Sus salmos son el grito de un alma angustiada que, al
remontarse, azota sus alas contra el velo en un esfuerzo por atravesarlo. Su
lenguaje trae a nuestra memoria algunas de las expresiones de Moisés, Job y San
Agustín. “Quiero
verte Señor, y morir luego”, exclama. “Dame, Señor, tu espíritu divino, -para que al fin
te vea”. Y también: “¿Por qué
encendiste en nuestro pecho el ansia –de
conocerte, el –ansia de que existas, -para
velarte así a nuestras miradas”?12)
En uno de sus primeros ensayos escribía: “Mi religión es lucha incesante e
incansablemente con el misterio; mi religión es lucha con Dios desde el romper
del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con EL luchó Jacob.
No puedo transigir con aquello del Incognoscible –o incognoscible, como escriben los pedantes- ni con aquello otro de ‘de
aquí no pararán’ ”.13)
En la cabeza
y el corazón de Unamuno se libra una batalla interminable. Con su corazón
experimenta a Dios y confía en la esperanza de la inmortalidad. “Creo, Señor, –dice en cierto
pasaje- ayuda mi incredulidad”. Y en
otro, en más tranquilo talente: “Ceo en Dios
como creo en mis amigos, por sentir el aliento de su cariño y su mano invisible
e intangible que me trae y me lleva y me estruja, por tener íntima conciencia
de una providencia particular y de una mente universal que me traza mi propio
destino”.14)
Pero cuando rompe la alborada de la Razón, comienza de
nuevo la lucha. El corazón ha afirmado la realidad de Dios y la
certidumbre de la inmortalidad, pero la Razón niega ambas. Enzárzame en mortal
combate, como resultado del cual ambos, corazón y razón, se precipitan al fondo
del abismo. De las heridas del corazón una esperanza, una trágica esperanza,
que Unamuno
llama “pesimismo
trascendental”. Sean reales o no Dios y la inmoralidad él vivirá su
vida de manera tal que sí, a pesar de todo, lo que le espera es la
aniquilación, ésta resultará una injusticia. Es el eterno “Sí” del profeta el “Aunque me matare,
en EL confiare”, el “sí” de Federico Robertson de Brighton, proferido
en la hora más negra de su vida:
“Si Dios no existe ni hay vida futura, aun en tal caso es
mejor ser generoso que egoísta, mejor ser casto que licencioso, mejor ser leal
que falso, mejor ser valiente que cobarde”.
Coloca así
Unamuno, de esa manera, la ética sobre una base trágica. Sea cual fuere el
costo, el hombre ha de vivir gozosamente de acuerdo con los valores morales
eternos. Arroja el guante al universo. Si no hay porvenir para la bondad en la
naturaleza de las cosas, entonces ésta es injusta. Sin embargo hasta el fin el
verdadero significado de la vida debe ser lucha. Y tan convencido está Unamuno de que la esencia
de la vida es lucha y no victoria, que en uno de sus poemas exclama:
No busques luz, mi corazón, sino agua
De los abismos…
Quiere que esta su
ardiente e insaciable sed de la verdad continué para siempre, y prorrumpe.
No te ama, oh Verdad
quien nunca duda…
Tampoco le satisface un Dios
racionalizado:
Lejos de mí, Señor, el
pensamiento
de enterrarte en la
idea…
Continué, pues, esa lucha creadora
mientras dura la vida, corazón y cabeza en perpetuo conflicto. Más para esta
prueba interminable, nútrase el corazón de paz creadora, cuya fuente es el
símbolo mismo de la lucha y del compromiso de vitoria: Cristo
Crucificado.
El más largo poema
de Unamuno, intitulado “El Cristo de Velázquez”, es único en la
literatura moderna. El poeta medita en un ensueño de devoción, en el
Crucificado, a quien se dirige amorosamente, haciendo soliloquios sobre el
significado místico de cada uno de los rasgos de Cristo. La Cruz es a la vez el
más divino de los símbolos, “la enseño y cifra de lo eterno” y un símbolo
de lo que debe ser la vida humana, “agonía” en su sentido griego original de “lucha”.
Pero es algo
más: no un mero símbolo sino el instrumento y prenda de la victoria.
Contempla el poeta al Crucificado y exclama:
“Tú salvaste a
la muerte”. “Por ti nos vivifica esa tu muerte”.
“Pero no se
trata sólo de vida sin fin, sino de vida nueva”. “Más la Muerte te hizo Rey de la Vida”. “Eres el Hombre
eterno que nos hace hombres nuevos”. La muerte de Cristo fue
creadora, porque no fue un mero hombre quien murió sino Dios en naturaleza
humana. En uno de sus libros dice que nunca se sintió Dios más Creador y Padre
que cuando murió en Cristo, cuando en ÉL, en su Hijo, probó la muerte.15)
La Cruz, sin
embargo no puso fin a la agonía de Cristo, pues EL agoniza todavía en la vida
de sus seguidores. La idea de Unamuno es la misma de Pablo, a quién llama “el descubridor místico de Jesús”, y
quien, viviendo en la “participación de sus padecimientos”, procuraba
cumplir “en mi
carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la
iglesia”. A este respecto cita las notables palabras de Blas Pascal: “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: entre
tanto, no debemos dormir”. Y lo mismo que pasa con Cristo y con los cristianos, pasa con el
cristianismo: es una religión de agonía. “El supremo objetivo de su agonía”,
-dice Unamuno-, debe ser la redención de los
individuos, a quienes debe convertir en cuerpos agonizantes de Cristo.
“El Reino del
Redentor –añade- no es de este
mundo”. La llamada civilización cristiana es una
contradicción de términos. Guardase el
cristianismo de identificarse con una marca particular de economía
política democracia o patriotismo. Su misión específica es la de hacer hombres
nuevos, centros vivos de una agonía creadora, y éstos debe forjarlos de pobres
y ricos, esclavos y tiranos, condenados y verdugos.
Jamás podré
olvidar, mientras viva, aquel día, que inició toda una época en mi experiencia,
cuando visité a Unamuno en su hogar de
Salamanca durante las Navidades de 1915. Fue el año después que la influencia
clerical lo había depuesto del rectorado de aquella antigua Universidad, y unos
años antes de ser desterrado de España. Catorce años más tarde, yendo de
Sudamérica a las montañas de Escocia, compartí dos días de su exilio en el
pueblo francés fronterizo de Hendaya frente a las montañas vascas tan
fatalmente simbólicas en la vida de España. Fue aquella la oportunidad que yo (John
Mackey)
había soñado durante tantos años, de compartir un breve espacio de la vida del
hombre que me había revelado los secretos del alma española y cuyos escritos
habían estimulado mi mente más que los de cualquier otro pensador
contemporáneo.
Vivía don Miguel
con gran sencillez en un hotelito a unos cuantos metros apenas de la frontera
internacional entre Francia y España. Se había escapado del estrépito y la
publicidad de París para estar cerca de la sombra de sus colinas nativas. Todos
los días hacía una caminata a lo largo de la frontera. Los sencillos vecinos de
Hendaya sentían gran cariño por aquel anciano, de cabeza descubierta y mejillas
rubicundas, que transitaba diariamente por sus calles, vivo modelo de salud y
amistad. Conocían los detalles de su vida sin miedo y sin tacha, y de la larga
lucha que había sostenido en su propio país por la justicia y la libertad;
conocían también la pureza nazarena y la austeridad de su manera de vivir; y
por ello lo consideraban un santo.
Durante aquellos
dos días tuve lugar un sucedido que simboliza profundamente el mensaje
religioso de Unamuno. Por varias semanas antes de mi llegada, se había
hospedado con él un escultor amigo suyo el mismo notable artista que había
hecho el busto del gran novelista Pérez Galdós. El segundo día de mi visita, se
me invitó a ver el busto de don Miguel recién terminado en un molde de yeso, y
que era de una semejanza magnífica.
“Pero ¿qué es eso que
tiene en el pecho?”, pregunté. ¡Grabada del lado izquierdo, sobre la figura de
una cruz! El escultor me contó lo que había pasado. Antes de secarse
el molde, Unamuno fue un día a verlo, y con el dedo trazó el signo de la cruz
sobre el lugar en que debería hallarse su corazón. “¿Qué va a decir la gente de Madrid cuando
vea esto –dijo, sorprendido y un poco molesto,
el escultor-; no se da usted cuenta, don
Miguel, de que esa cruz va a aparecer por fuerza en el bronce cuando se haga el
vaciado?”. Don Miguel se limitó a sonreír en silencio.
Una cruz, o suelta y
pendiente del pecho, sino grabada sobre el vivo corazón de cruzado de don
Miguel de Unamuno: tal es el verdadero símbolo de la vida y fe de este príncipe
de los pensadores cristianos modernos. He ahí un
poderoso reto a la cristiandad de nuestra época, a rehabilitar la Cruz al lugar
que le pertenece, al centro de toda vida y pensamiento, y a descubrir de nuevo
el significado de la agonía creadora. Es una invitación al cristianismo español
a estudiar de nuevo al significado de la Cruz y del Crucificado, que han desempeñado papel
tan central en la épica en España y Sudamérica.
___________
1) Fue
el célebre caso de Carmen Padín. (Nota del Traductor).
2) El Licenciado Vidriera Obras completas, t.
16 Madrid, 1921, págs. 163, 164. Azorín está describiendo en realidad, a don Francisco
Lorente, en quien encuentra un reflejo vivo de don Francisco Giner. (Nota del
traductor).
3) V.
Religión y Estado en la España del Siglo XVI, págs. 76-78.
4) El Ideal en la Educación, págs.
208-109.
5) El
Peregrino (“Pilgrim’s Progress”).
6) Poco después de fundarse la República
Española, se nombró a Luis de Zulueta embajador ante el Vaticano. Pero el Papa
se negó a aceptarlo, y no se hizo después nuevo nombramiento para ese cargo,
Posteriormente, Zulueta fue Ministro de Relaciones del gobierno republicano.
7) Virgin Spain, pág. 282.
8) Al
instaurarse la República, Unamuno volvió a España y a su amada Salamanca, donde
le sorprendió la revuelta franquista en 1936, a que en un principio trató de
atraérselo, pero con la cual rompió ruidosamente, tras un célebre y violento
altercado con el general Millán de Astray, en un acto público en que éste
gritó, furibundo, al rostro del indomable pensador vasco, su histórico “¡Muera
la inteligencia!” Prácticamente cautivo de los franquistas, y sumamente
quebrantado en espíritu, murió en 1936. Al redactar esta nota (1951) no se
conocen todavía con claridad las circunstancias de su muerte. (Nota del
traductor; cuando decimos, por traductor lo decimos por Gonzalo
Báez-Camargo).
9) “Siémbrate”, en Rosario de Sonetos Líricos.
10) El
Cristo de Velásquez, pág.31.
11) La Agonía del Cristianismo, pág. 126.
12) Salmo I.
13) Mi Religión y Otros Ensayos Col.
Austral, Espasa-Calpe, pág. 10.
14) Del Sentimiento Trágico de la Vida,
Renacimiento,-Madrid pág.197.
15) Cómo se hace una novela, pág. 66.
Véase capítulo IX.
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