viernes, 10 de julio de 2020

Capítulo VIII EL OTRO CRISTO ESPAÑOL EN LA ESPAÑA MODERNA:


Capítulo VIII
EL OTRO CRISTO ESPAÑOL EN LA ESPAÑA MODERNA:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez.
¿Qué pasó en España con el Cristo que es Jesús? Menéndez y Pelayo, el más grande crítico que dicho país ha producido, publicaron entre 1877 y 1881 sus tres voluminosos tomos de la Historia de los Heterodoxos Españoles, obra monumental que trata de una sucesión de hombres y mujeres, principalmente entre los siglos dieciséis y diecinueve, que principalmente bajo la condenación de la iglesia oficial de España.
Algunos de ellos eran católicos de la iglesia oficial de España. Algunos de ellos eran católicos que trabajaban por la reforma de  la Iglesia, o que profesaban doctrinas que las autoridades eclesiásticas consideraban peligrosas. Otros fueron personas que abrazaron el protestantismo. En la vida y escritos de muchos de estos herejes”, como los eminentes hermanos Valdés, Juan Díaz y Cipriano de Valera, vivía y hablaba el Cristo de los místicos llamados ortodoxos*).
 Carlos V:


Isabel de Portugal y Carlos V: Hija de Manuel I de Portugal y de María de Aragón, Isabel de Portugal contrajo matrimonio con su primo, el emperador Carlos V (el rey español Carlos I), en 1526 y hubo de actuar como regente en las ausencias de su marido. El 26 de julio de 1529 firmó con Francisco Pizarro las capitulaciones para la conquista del Perú, el territorio sudamericano cuyo nombre oficial fue inicialmente el de Nueva Castilla. La imagen reproduce un relieve en madera con las efigies de Isabel y Carlos, obra del escultor español Alonso de Mena (1632), que se encuentra en la capilla Real de Granada. (Microsoft ® Encarta ® 2008).



8.1.   Muerte y Resurrección:
Por lo general no se comprende cuán cerca estuvo España, bajo el reinado de Carlos V, de haber echado su surte del lado de la Reforma. Pero el tipo de reforma que más adherentes tenía en la nación pertenecía más al orden erasmino que Lutero. Lo que la mayoría de los directores religiosos de España anhelaban no era una reforma de las doctrina sino de la vida. Su ideal era más ético que dogmático.
Erasmo tenía más seguidores en España que en cualquier otro país europeo de la época. Carlos V le otorgó una pensión, y el rompimiento de Lutero con Erasmo hizo el primero perdiera muchos admiradores en la Península.
Carlos mismo deseaba sinceramente que las diferencias que existían en el seno de la cristiandad, se arreglaron por medio de un Concilio. Se convocó al de Trento, pero en sus deliberaciones prevaleció la posición asumida por los discípulos de Loyola, y el cisma de la cristiandad se hizo irreparable. Más tarde, los jesuitas y la Inquisición apagaron las brasas del espíritu reformador.

___________
*)      Ortodoxo, xa. (Del lat. orthodoxus, y este del gr. ρθδοξος). adj. Conforme con el dogma de una religión y, entre católicos, conforme con el dogma católico. Escritor ortodoxo, opinión ortodoxa. Apl. a pers., u. t. c. s. Los ortodoxos. || 2. Conforme con la doctrina fundamental de cualquier secta o sistema. || 3. Conforme con doctrinas o prácticas generalmente aceptadas. || 4. Calificativo con que se distinguen ciertas Iglesias de la Europa oriental, como la griega, la rusa y la rumana. || 5. Perteneciente o relativo a estas Iglesias. Apl. a pers., u. t. c. s. (Microsoft® Encarta® 2008).



Erasmo:

Facilitase su tarea por tres circunstancias en:
(1)   

Erasmo de Rotterdam (1466-1536), humanista y teólogo holandés, escribió la sátira religiosa Elogio de la locura (1511). Su influencia en España fue extraordinaria, sobre todo durante el periodo de Carlos I, y los grandes humanistas españoles son deudores de su obra. (Microsoft ® Encarta ® 2008)

Primero: La tendencia reformadora española propugnaba la reforma dentro de la unidad del catolicismo;
(2)    Segundo: La corriente, la conciencia religiosa de los abogados españoles de la reforma, no estaba poseída por una gran idea revolucionaria como la de la Justificación por la Fe, en Lutero, y la Soberanía, en Calvino;
(3)   Por último: Las doctrina de la reformación no echaron raíces en las masas, como sucedió en otros países europeos donde triunfó el movimiento.

Martín Lutero: El teólogo y reformador religioso alemán Martín Lutero precipitó la Reforma protestante al publicar en 1517 sus 95 tesis denunciando las indulgencias y los excesos de la Iglesia católica. Para Lutero la esencia del cristianismo no se encuentra en la organización encabezada por el papa, sino en la comunicación directa de cada persona con Dios. Su protesta provocó la salida de la Iglesia católica de muchos de sus fieles y sentó las bases para otros movimientos protestantes, como el calvinista y el presbiteriano.

La pasión de España por la unidad a toda costa, y su arrogante pretensión de ser la ungida del Señor para establecer la unidad de la Santa Fe Católica en toda la tierra, la echó irrevocablemente en brazos de la orden jesuita que simbolizaba la soberanía única del Papa y luchaba empeñosamente por ella. El resultado fue una apoteosis de la Fe del Carbonero y la realización del ideal religioso de Loyola: reinar sobre un cementerio. La investigación y la inquietud religiosas fueron sofocadas.

Lutero:

Hasta las mismas vísperas de la revolución republicana de 1931, estaban ocurriendo los casos más increíbles de intolerancia religiosa. Sólo unos cuantos años antes había ocurrido el siguiente incidente en una de las provincias del norte. Sucedió que una mujer, sencilla y analfabeta, dijo casualmente en el curso de una conversación con cierta vecina suya, que en su opinión la Madre de Jesús había tenido otros hijos después de haber dado nacimiento a Nuestro Señor.
Hubo un tercero que oyó aquello y corrió a hacer la denuncia, con lo que la mujer fue citada ante los tribunales civiles a responder del cargo de blasfemia, y luego condenada a varios años de cárcel.1) Las noticias del escándalo cruzaron las fronteras de España y varias organizaciones extranjeras enviaron peticiones al Rey solicitando la anulación de la sentencia. Todo lo que Alfonso XIII creyó que podría hacer fue conmutar la sentencia de prisión por la destierro. La infortunada mujer tuvo que abandonar su hogar y marcharse a vivir en otro sitio de España.
Y entre tanto, ¿qué sucedía con Cristo? Cristo, el Amante dulcísimo”, Cristo, el Redentor y Legislador”, Cristo, que vive en los campos”, Cristo que es Jesús”. Quedó reducido a un fetiche material.

¿Y con qué resultados? La vida espiritual y el interés teológico declinaron constantemente.
El doctor Jaime Torrubiano Ripoll, fue profesor de la Universidad de Madrid, católico piadoso, pero violento anticlerical, hizo las significativas declaraciones siguientes en un artículo enviado a le revista La Nueva Democracia, de Nueva York, febrero de 1927:

Pero donde se registra nuestra magna decadencia espiritual es en nuestra pobrísima producción teológica y religiosa; tanto más visible y chocante esta decadencia cuanto la padece el pueblo más teólogo de la tierra”.

De los 44 libros teológicos y religiosos publicados en 1926, 24 eran reediciones de libros antiguos. De las veintidós obras restantes, el profesor Ripoll se pregunta: “¿Y cuáles son ellas? Da vergüenza decirloresponde-. Catálogos; devocionarios dañinos, sin literatura, sin ciencia y sin piedad; monografías de derecho canónico y de rúbricas, escritas con espíritu de servidumbre y de superstición…”. Sólo dos tenían cierto valor:
·      Uno se intitulaba Lecciones de Apologética o Fundamentos de la Fe Católica para uso de los cursos superiores de Religión, y
·      El otro El divorcio vincular y el Dogma Católico.
¡Veintidós libros sobre religión como producción literaria de 150,000 sacerdotes y frailes españoles en todo un año! Nos damos cuenta una vez más de la fuerza de las terribles palabras de Unamuno: “¡El Cristo de esta tierra es tierra, tierra, tierra!”.
Pero aunque el culto de ese Cristo Tangerino, y la sumisión al ideal del cementerio en la vida religiosa, han sofocado la religión vital en España, igual que en Sudamérica, el Otro Cristo no ha abandonado por completo aquel país. Se le encuentra entre los grupos  que disienten de la fe oficial y que han buscado en una u otra de las iglesias protestantes de la Península la satisfacción espiritual que anhelan. Se le puede encontrar también entre un grupo creciente de cristianos que no hallan hogar espiritual ni en el catolicismo romano ni en el protestantismo.
Por cuanto la existencia de estos que podríamos llamar cristianos ecuménicos, es fenómeno que ha empezado a aparecer en las veinte repúblicas ibéricas del Nuevo Mundo, consideremos a dos miembros representativos de este grupo, en la vida de la España moderna. Estudiando la personalidad espiritual de estos dos hombres podremos formarnos un retrato del Otro Cristo Españolen la vida contemporánea. Y entonces estaremos en posición de juzgar por nosotros mismos cuál es su misión y futuro en las tierras hispánicas de América.
Ambos son laicos, y ya hemos mencionado sus nombres: don Francisco Giner de los Ríos y don Miguel de Unamuno. Cuando se escriba la historia de la España moderna, la España que ha vuelto a nacer tantas veces, cuando parecía muerta para siempre, habrá sólo un don Francisco y sólo un don Miguel, a quienes los hijos futuros de esa tierra tan antigua llamaránnuestros padres”. Con la vida y obra de estas dos grandes almas se ha tendido un puente en la historia moderna de España, sobre el ancho abismo que ha existido entre la religión y la conducta.

8.2.   Don Francisco De Los Ríos: La Restauración De Un Sentido a La Vida:

Don Francisco era un andaluz que procedía del romántico  y viejo pueblo morisco de Ronda. Habiendo llegado a Madrid todavía joven, allá por los años del sesenta del siglo pasado, ejerció entre la juventud un apostolado que duró más de cincuenta años, primero como profesor de leyes en la Universidad, y más tarde como fundador y alma de la Institución Libre de Enseñanza, estableciendo coeducativa, e independiente tanto de la Iglesia como del Estado.
Giner murió en 1915 de más de ochenta años, pero conservando hasta el fin el esplendor y las visiones de la juventud.

El propósito de Giner de los Ríos fue regenerar el país a través de las conciencias, la revolución de las conciencias. Quería crear hombres íntegros, cultos y capaces, en base a la idea de que los cambios los producen los hombres y las ideas, no las rebeliones ni las guerras.

Don Francisco Giner introdujo un nuevo espíritu en la vida y educación española, o quizá debiéramos mejor decir que resucitó, tras haber permanecido muerto durante muchas generaciones, el espíritu de sagrado compañerismo en la persecución de la verdad, que inspira los Nombres de Cristo de Fray Luis de León. Era el amigo de sus alumnos, y su influencia sobre ellos era más grande aún fuera del salón de clases que dentro de él. Cuando se reunía y hablaba con ellos, ora en el hogar de él, o durante largas excursiones por el país, les tría a algunos el recuerdo de Sócrates y a otros el de San Francisco de Asís.

Giner:

Azorín hace una deliciosa descripción de  don Francisco, rodeado de sus discípulos. Las siguientes palabras se escribieron en 1915 el año que murió el gran maestro:

La imaginación se echa a volar, y vemos una amplia casa aristocrática, y en ella, un rica librería y unas anchas estancias, apartadas del bullicio, en que viven, en amigable comercio con las musas, un hombre docto y bueno y unos muchachos llenos de ilusiones y de esperanzas. Y don Franciscocomo el otro don Francisco Giner- va dirigiendo sus lecturas enseñándoles las bellezas de los clásicos latinos y griegos, leyendo con ellos los grandes poetas de España, educándolos, en fin, no con el ceño adusto de un preceptor, sino con la dulzura y  suavidad de un amigo sincero y apasionado… Y luego pasean,  realizan largas excursiones, se empapan del paisaje y de los olores y colores del campo.2)

Don Francisco, dividía a los hombres en dos grupos:
·      Sus amigos, y
·      Sus íntimos.
Estos eran unas dos docenas de jóvenes discípulos que pasaban a su lado el tiempo que tenían libre los primeros eran el resto de los hombres. Don Francisco era el sacerdote de lo que llamaba, en tono humorístico, el estado sacramento de la palabra”. Tarde o temprano preguntaba a todo joven con quien hacía conocimiento: Bueno, ¿y qué piensas hacer con tu vida?”. Trataba el maestro de despertar de ese modo en el pecho de sus discípulos el sentido de vocación y de responsabilidad, sentido que él mismo poseía en sumo grado, pero que hasta ahí faltaba en la vida de los estudiantes españoles. Para él, la vida no era, según decía, ni trágica ni frívola, sino simplemente seria.
Sólo quienes saben, por experiencia directa, cuán ligera impersonal ha sido la relación tradicional entre profesores y alumnos en las universidades sudamericanas y españolas, podrán apreciar la índole revolucionaría de las relaciones entre Giner y sus discípulos. Pero no tendrán dificultad alguna en entender cómo pudo haber sucedido lo que sucedió, o sea que los íntimos vendrán a ponerse, con la República al frente de los destinos de España.
La Institución Libre de Enseñanza, a que nos hemos referido antes, ha ejercido una suprema influencia educativa y espiritual en la vida de la España moderna. Su significación ha sido admirablemente descrita por don Fernando de los Ríos, sobrino y digno sucesor de don Francisco, Ministro de Justicia en el nuevo Gobierno republicano. Refiriéndose a aquella famosa escuela, dice don Fernando: “Lucha por hacer ver que la universal espiritual y la libertad para la conciencia racional… se resuelven en la subordinación de lo subjetivo ante el espíritu absoluto…” por el perdurable transar de religiosidad todo el vivir, por considerar a este último efecto como San Agustín.

Que en los actos inspirados en sumo amor radica la suprema unidad posible…; propugna la conciliación del alma de mi país… con estímulos renovadoresesa síntesis, lograda con emoción, es la que, soterrada, se sigue sosteniendo hoy; de aquí el relieve de esa minoría al defender la supremacía incuestionable de los valores espirituales y el sentido religioso de la existencia.3)
En sus últimos años don Francisco tuvo el gozo de ver fundarse la Junta para Ampliación de Estudios, que, subvencionada por el Gobierno, llevó a cabo tres principales funciones en la vida cultural de España. Proveyó de becas  para que los estudiantes pudieran ir a estudiar al extranjero, especialmente a Alemania organizó cursos posgrados especiales para nacionales y extranjeros sobre la historia y literatura de España, bajo el nombre de Centro de Estudios Históricos; fundó en Madrid residencias u hogares estudiantiles para uno y otro sexo, en que se admitía a estudiantes escogidos procedentes de toda España. Fue un año de vida y estudio en una de estas instituciones, la Residencia de Estudiantes, lo que produjo en la vida del autor de este libro la gran revolución cultural de su vida, que le inspiró su pasión por España y todo lo español, y la enseñó a esperar con fe el renacimiento de aquel antiguo país. Don Francisco acababa de morir, pero su espíritu saturaba la atmósfera.
Giner era, en su vida personal, un santo. Para él Dios era algo sumamente real, y consideraba la religión, según decía, no como una enfermedad ni como un fenómeno pasajero de la historia, como la guerra o la esclavitud, sino como una función espiritual permanente que la escuela debe educar. Sin embargo, en lo religioso, se sentía muy solo y ansiaba un hogar espiritual; pero no halló ninguna. Hubiera querido mantenerse dentro de una Iglesias Católica reformada, pero al desvanecerse toda esperanza de reforma, abandonó con todo la Iglesias de sus padres. Luis de Zulueta, antiguo estudiante de don Francisco, y uno de los espíritus más selectos de las letras españolas, contemporáneo, nos ofrece una descripción del espíritu profundamente religioso de su maestro. “¡Cuánto debió sufrirdice Zulueta- al tener que abandonar la Iglesia, desgarrándose de la comunidad de su pueblo y de su tradición!”. Hizo todo lo que pudo para evitarlo. El joven pensador krausista oía misa los domingos, y conservaba, como su amigo don Fernando de Castro, la esperanza en una renovación de la Iglesia española.
Esa esperanza, como tantas otras en el mundo religioso, se desvaneció después del Concilio Vaticano. Juzgó don Francisco que no le era lícito, sin hipocresía, continuar llamándose católico”. Fuera ya de la Iglesias oficial, su religiosidad se hizo todavía más intensa y más pura.
Hablaba siempre con respeto de la Iglesia católica. Dondequiera que él estuviese, estaba delante de Dios. Pero a veces entraba en algún templo solitario, en alguna olvidada capilla de monjes, quizá buscando una emoción meramente estética, quizá por el aroma eterno de los viejos odres, ya vacíos en los cuales no es posible -¿por qué, Dios mío, por qué?- encerrar el vino nuevo”.4)
Esa visión de don Francisco, entrando furtivamente en una olvidada capilla, y el angustioso paréntesis interrogante de Zulueta, nos introducen al corazón de la tragedia religiosa de España, que también la de Sudamérica. Dentro de la Iglesia, aroma de odres vacíos; fuera, un recipiente número de espíritu religiosos, seguidores del Otro Cristo Español, que viven en perpetua búsqueda de un hogar espiritual a la vera del camino de la vida, una especie de Casa del Intérprete”, como en la inmortal alegoría de Bunyan,5) para renovación, alivio y reposo.6)

Se sepultó a don Francisco en el cementerio civil de Madrid, porque la Iglesia de sus mayores rehusó a sus huesos un sitio de reposo junto a sus seres queridos en uno de los históricos cementerios de la ciudad. Fue sepultado como Cristo, fuera de los muros de la tradición religiosa de su pueblo. Más, con él bajó a la tumba según la frase de Zulueta, un pedazo de nuestra alma nacional”. Don Francisco, empero, resucitará, y España con él y en él, a la palabra, que bien puede no tardar mucho, del Otro Cristo Español.
Las anteriores palabras se escribieron en julio de 1929, bajo la creciente impresión de que el día la creciente impresión de que el día de la resurrección de España no estaba muy distante. Dos años más tarde, en abril de 1931, rompió el alba. Lo que sorprendió al mundo fue la forma en que la revolución tuvo lugar. Fue el resultado de una prueba de fuerza en las urnas electorales, y subieron al poder unos cuantos hombres que jamás habían ocupado puestos administrativos, pero que, desde su juventud, se habían llenado de un profundo sentido de vocación y de su responsabilidad por el futuro de España, y se habían estado preparando para cuando llegara el día.
No mucho después que el último de los Borbones había cruzado los Pirineos caminos del exilio, un español de la nueva generación, el doctor Salvador de Madariaga, que era entonces profesor de España en Oxford y más tarde embajador en París, pronunció un discurso en la Universidad de México, sobre la España nueva. En el curso de su conferencia dijo, en sustancia, que en la época en que España marchaba hacia el abismo y se preparaba rápidamente para la dictadura, el país no tenía más que un estadista, y éste se negó a tomar parte en la política; pero que lo que acababa de tener lugar en España era, en muy grande parte, el fruto de la labores de aquel hombre: don Francisco Giner de los Ríos.
 
              Unamuno:

8.3.   Don Miguel De Unamuno: La Resurrección Del “Otro Cristo Español”.

Sus meditaciones (desde una óptica vitalista que anticipa el existencialismo) sobre el sentido de la vida humana, en el que juegan un papel fundamental la idea de la inmortalidad (que daría sentido a la existencia humana) y de un dios (que debe ser el sostén del hombre), son un enfrentamiento entre su razón, que le lleva al escepticismo, y su corazón, que necesita desesperadamente de Dios. Aunque sus dos grandes obras sobre estos temas son Del sentimiento trágico de la vida (1913) y La agonía del cristianismo (1925), toda su producción literaria está impregnada de esas preocupaciones. Microsoft ® Encarta ® 2008.

Don Miguel de Unamuno era vasco, nacido en 1864, en la ciudad cantábrica de Bilbao; por tanto, un conterráneo de Ignacio de Loyola, y como éste pertenecía al tronco étnico más primitivo de la Península. Cuando niño, siendo alumno de la escuela jesuita de San Luis Gonzaga, en su Bilbao nativa, acostumbraba soñar, nos dice, en llegar a ser un santo.
Don Miguel llegó a ser un santo, pero de un tipo bien diferente del que, en su mocedad, soñaba ser,  y que la tradición religiosa de su raza, especialmente la tradición representaba por su gran compatriota el de Loyola, había consagrado como el buen ideal de a santidad. Unamuno se hizo un rebelde, un santo rebelde cristiano, el último y el mayor de los grandes herejes místicos de España.
En Giner vemos y oímos al Cristo que enseñaba a sus discípulos en las laderas de las colinas, cabe el plácido mar galileo; en Unamuno, a Aquel que arrojó a los mercaderes del Templo, anatematizó a los jefes religiosos hipócritas, lloró amargamente sobre Jerusalén y agonizó después en el jardín de los olivos y en la Cruz, el Cristo que luego se levantó de entre los muertos para reanudar la lucha redentora en las almas de sus seguidores.
Waldo Frank no exagera cuando dice: “Unamuno es el moralista más vigoroso de nuestros días, Wells y Shaw son voces débiles al lado de su certero rugido7) Este profesor vasco de griego en la vieja Universidad de Fray Luis de León, que leía en quince lenguas y aprendió el danés con el fin de estudiar a Kierkegaard en el original, y que aunque en comercio íntimo con la cultura de la Europa moderna, tuvo sus raíces en las Escrituras y en los grandes místicos de su pueblo, es uno de los más grandes contemporáneos. Su formación espiritual debió no poco también a autores británicos. Siendo todavía joven hizo sus favoritos a Tennyson y Carlyle, del último de quienes tradujo al español la obra sobre la Revolución Francesa. Además fue uno de los pocos extranjeros que fueron capaces de apreciar a Browning. Seguía con profunda interés los movimientos y pensamientos religiosos de los otros países europeos. Keyserling, cuyos juicios sobre Karl Bart se han citado con tanta frecuencia ni siquiera conocía el nombre del gran teólogo suizo hasta que se encontró y habló con Unamuno en Biasrritz.
La llegada de Unamuno a Salamanca en 1891 tuvo la misma significación en la vida espiritual de España que el arribo de Giner de los Ríos a Madrid más de veinte años antes. En la persona del nuevo profesor de griego, sopló por los enmohecidos claustros de la universidad medieval un hálito fresco de campo de conocimiento ancho y variado. El Támeris y el Rhín, el Sena y el Tíber para no hablar de las aguas del Egeo y del Lago de Galilea, comenzaron a vaciarse en la pezarosa corriente del Tormes.
Durante más de treinta años, el profesor vasco hizo retumbar su mensaje en el aula universitaria en las salas públicas y en la página escrita. Fluyeron de su pluma ensayos, poemas novelas disertaciones filosóficas. Competía con su amigo Ángel Ganivet en discurrir y retratar el alma española. Atacó sin cuartel los malos que azotaban a su nación. No hubo cáncer corrupto que no denunciara, ídolo popular que no hiciera pedazo problemas vivos con el que no se encarara.
Por su hincapié en la individualidad, la pasión y la acción y su menosprecio supremo de la sociología. Unamuno se asemeja a Nietzche. El prólogo a su Vida de Don Quijote, en que hace sonar una clarinada de llamado a la acción heroica y mística, es quizá la pieza más incandescente, en prosa, de la literatura contemporánea. Su sentido de lo trágico y lo paradójico, y el dualismo esencial de su pensamiento, nos recuerdan a Kierkegaard y Dostoievsky.
En su defensa del corazón contra el intelecto, del hombre de carne y hueso contra la lógica fría y desprovista de sangre, es discípulo ferviente de Pascual. Ni el propio Karl Bart ha puesto en más alto relieve las realidades cristianas fundamentales de la encarnación, la redención y la resurrección, que Unamuno. El famoso cuadro del Cristo en la Cruz, de Velásquez, ha ocupado el mismo lugar en la vida y pensamiento de Unamuno que el cuadro de la Cruz, de Greunwald, con el índice apuntado de Juan el Bautista, en el pensamiento de Barth.
Por su indómita oposición a la monarquía, la dictadura y la Iglesia, Unamuno fue desterrado de España en 1925. De la isla de Fuente Ventura, a que se le confinó escapó meses más tarde a Francia en el yatecito de recreo de un amigo inglés.8)
Muchos fundamentales puntos de vista de este gran pensador español se hallan dispersos por todo este libro. No estará fuera de lugar, sin embargo, el sintetizar su posición religiosa fundamental, con tal que se tenga presente que nuestro autor es el menos sistemático de los escritores, y enemigo jurado de la lógica, y además que sus escritos abundan en esas contradicciones íntimas que se presentan por todas partes en la vida y naturaleza humanas.

El pensamiento de Unamuno halla su centro en dos principales ideas que reviste de significación religiosa:
Ø  La de vocación o misión, y
Ø  La de lucha agoniosa, especialmente la lucha por vivir para siempre.
La verdad se revela y la vida se cumple, sólo sobre el camino, cuando marcha uno hacia delante, leal a la visión celestial.
El gran problema de la civilización moderna, dice Unamuno, no es la distribución de la riqueza, sino la distribución de vocaciones. Un hombre comienza a vivir cuando puede decir con don Quijote: “Yo sé quién soy”. Otros pueden tenerle por loco, pero para él la vida tiene un sentido Toda tarea ha de acometerse con un sentido religioso de su importancia.

Don Quijote de la Mancha (pronunciación) es una novela escrita por el español Miguel de Cervantes Saavedra. Publicada su primera parte con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha a comienzos de 1605, es una de las obras más destacadas de la literatura española y la literatura universal, y una de las más traducidas. En 1615 aparecería la segunda parte del Quijote de Cervantes con el título de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.

Si la tarea particular de un hombre no le satisface, que la cambie por otra, pero que trabaje en algo en que pueda poner su alma entera. Que se esfuerce, además, por hacerse insustituible en la vida de aquellos en cuyo interés sirve. Para hacerlo se necesita el más completo abandono y sacrificio en el cumplimiento de su vocación. Dice Unamuno en uno de sus poemas:9) Siémbrate”.

En los surcos lo vivo, en ti deja lo inerte
…………………………………………..
De tus obras podrá un día recogerte.

           Quijote:

Hablando por sí mismo, él se contentaría con que su mensaje muriera en la mente de sus lectores, con tal que, muriendo ayudara a fertilizar los pensamientos de éstos.
He ahí el evangelio del trabajo, y del sentido de la vida, de Carlyle, que Giner de los Ríos predicaba en Madrid. En un medio en que los jóvenes se arrastraban por la vida y en que se trabajaba generalmente no con motivos de servicio sino por la esperanza de las ganancias ninguna doctrina podía ser más importante. Fue en esa clase de ambiente en el que Unamuno ayudó a resucitar el famoso dicho de Santa Teresa: Entre los pucheros anda el Señor”. Puede obtenerse la ayuda del Señor para el desempeño de las tareas más humildes y domésticas. Ningún trabajo era vil cuando lo transfiguraba un sentido de  vocación y de Dios.
En lo que toca a su propia y particular vocación Unamuno consideraba a que ésta era la de reencarnación a don Quijote en la España y época moderna, en defensa de lo eternamente espiritual y bregando con el mal dondequiera éste apareciera, sin hacer cuenta de las consecuencias. Quería que sus compatriotas aprendieran a pensar en lo más profundo de la vida y el destino. Su función sería la de lanzarlos, según nos dice, al océano de Dios, para que aprendan a nadar. Deben abandonar la fe del carbonero y es menester trastornarles esa paz de cementerio en que han pasado la vida. Es necesario despertar en ellos la inquietud espiritual.
Y que no esperen de él pan, sino sólo levadura y fermento. Tócale a él provocarlos a una lucha espiritual creadora, a una verdadera comprensión de las palabras de Cristo tan trágicamente mal interpretadas en las guerras del siglo dieciséis: No he venido a meter paz, sino espada”. Los Hombres pueden obtener la paz de Westfalia sólo cuando primero han pasado por la Dieta de Worms.

Que esta guerra divina penetre en todo hogar. Apostrofando a Cristo, dice en uno de sus poemas:10)
Sólo en la guerra espiritual nos cabe
tomar la paz, tu beso de saludo;
¡sólo luchando por el cielo, Cristo,
vivir la paz podemos los mortales!
Pero tu paz, Hermano, y no el embuste
que como tal da el mundo.

Pero Unamuno no quiere nada de la paz jesuita. “La Iglesia Romana, -dice en un libro publicado en el exilio- digamos el jesuita, predica una paz, que es la paz de la conciencia, la fe implícita, la sumisión pasiva. León Chestov  (La Noche de Getsemaní) dice muy bien: “Recordemos que las llaves terrenales del reino de los cielos correspondieron a San Pedro y a sus sucesores justamente porque Pedro sabía dormir y dormía mientras Dios descendía entre los hombres, se preparaba a morir en la cruz”.11)
Esto nos lleva directamente a la idea o actitud fundamental de Unamuno, la de la lucha trágica y agonizante. Oímos la voz de lo más profundo de su alma en aquellos Salmos que forman parte del volumen principal de sus poemas. Porque Unamuno es también un poeta, el más grande de los poetas líricos de España después de Fray Luis de León. Sus salmos son el grito de un alma angustiada que, al remontarse, azota sus alas contra el velo en un esfuerzo por atravesarlo. Su lenguaje trae a nuestra memoria algunas de las expresiones de Moisés, Job y San Agustín. Quiero verte Señor, y morir luego”, exclama. Dame, Señor, tu espíritu divino, -para que al fin te vea”. Y también: “¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansiade conocerte, elansia de que existas, -para velarte así a nuestras miradas”?12)
En uno de sus primeros ensayos escribía: Mi religión es lucha incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es lucha con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con EL luchó Jacob.
  No puedo transigir con aquello del Incognoscibleo incognoscible, como escriben los pedantes- ni con aquello otro dede aquí no pararán’ ”.13)
En la cabeza y el corazón de Unamuno se libra una batalla interminable. Con su corazón experimenta a Dios y confía en la esperanza de la inmortalidad. Creo, Señor,  dice en cierto pasaje- ayuda mi incredulidad”. Y en otro, en más tranquilo talente: Ceo en Dios como creo en mis amigos, por sentir el aliento de su cariño y su mano invisible e intangible que me trae y me lleva y me estruja, por tener íntima conciencia de una providencia particular y de una mente universal que me traza mi propio destino”.14)
Pero cuando rompe la alborada de la Razón, comienza de nuevo la lucha. El corazón ha afirmado la realidad de Dios y la certidumbre de la inmortalidad, pero la Razón niega ambas. Enzárzame en mortal combate, como resultado del cual ambos, corazón y razón, se precipitan al fondo del abismo. De las heridas del corazón una esperanza, una trágica esperanza, que Unamuno llama pesimismo trascendental”. Sean reales o no Dios y la inmoralidad él vivirá su vida de manera tal que sí, a pesar de todo, lo que le espera es la aniquilación, ésta resultará una injusticia. Es el eterno del profeta el Aunque me matare, en EL confiare”, el de Federico Robertson de Brighton, proferido en la hora más negra de su vida:

 Si Dios no existe ni hay vida futura, aun en tal caso es mejor ser generoso que egoísta, mejor ser casto que licencioso, mejor ser leal que falso, mejor ser valiente que cobarde”.
Coloca así Unamuno, de esa manera, la ética sobre una base trágica. Sea cual fuere el costo, el hombre ha de vivir gozosamente de acuerdo con los valores morales eternos. Arroja el guante al universo. Si no hay porvenir para la bondad en la naturaleza de las cosas, entonces ésta es injusta. Sin embargo hasta el fin el verdadero significado de la vida debe ser lucha. Y tan convencido está Unamuno de que la esencia de la vida es lucha y no victoria, que en uno de sus poemas exclama:

No busques luz, mi corazón, sino agua
De los abismos

Quiere que esta su ardiente e insaciable sed de la verdad continué para siempre, y prorrumpe.

No te ama, oh Verdad quien nunca duda

Tampoco le satisface un Dios racionalizado:

Lejos de mí, Señor, el pensamiento
de enterrarte en la idea

Continué, pues, esa lucha creadora mientras dura la vida, corazón y cabeza en perpetuo conflicto. Más para esta prueba interminable, nútrase el corazón de paz creadora, cuya fuente es el símbolo mismo de la lucha y del compromiso de vitoria: Cristo Crucificado.
El más largo poema de Unamuno, intitulado El Cristo de Velázquez”, es único en la literatura moderna. El poeta medita en un ensueño de devoción, en el Crucificado, a quien se dirige amorosamente, haciendo soliloquios sobre el significado místico de cada uno de los rasgos de Cristo. La Cruz es a la vez el más divino de los símbolos, “la enseño y cifra de lo eterno y un símbolo de lo que debe ser la vida humana, agonía en su sentido griego original de lucha”. Pero es algo más: no un mero símbolo sino el instrumento y prenda de la victoria. Contempla el poeta al Crucificado y exclama: Tú salvaste a la muerte”. “Por ti nos vivifica esa tu muerte”. Pero no se trata sólo de vida sin fin, sino de vida nueva”. “Más la Muerte te hizo Rey de la Vida”. “Eres el Hombre eterno que nos hace hombres nuevos”. La muerte de Cristo fue creadora, porque no fue un mero hombre quien murió sino Dios en naturaleza humana. En uno de sus libros dice que nunca se sintió Dios más Creador y Padre que cuando murió en Cristo, cuando en ÉL, en su Hijo, probó la muerte.15)
La Cruz, sin embargo no puso fin a la agonía de Cristo, pues EL agoniza todavía en la vida de sus seguidores. La idea de Unamuno es la misma de Pablo, a quién llama el descubridor místico de Jesús”, y quien, viviendo en la participación de sus padecimientos”, procuraba cumplir en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia”. A este respecto cita las notables palabras de Blas Pascal: Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: entre tanto, no debemos dormir”. Y lo mismo que pasa con Cristo y con los cristianos, pasa con el cristianismo: es una religión de agonía. El supremo objetivo de su agonía”, -dice Unamuno-, debe ser la redención de los individuos, a quienes debe convertir en cuerpos agonizantes de Cristo.

 El Reino del Redentorañade- no es de este mundo”. La llamada civilización cristiana es una contradicción de términos. Guardase el  cristianismo de identificarse con una marca particular de economía política democracia o patriotismo. Su misión específica es la de hacer hombres nuevos, centros vivos de una agonía creadora, y éstos debe forjarlos de pobres y ricos, esclavos y tiranos, condenados y verdugos.
Jamás podré olvidar, mientras viva, aquel día, que inició toda una época en mi experiencia, cuando visité a Unamuno en su hogar de Salamanca durante las Navidades de 1915. Fue el año después que la influencia clerical lo había depuesto del rectorado de aquella antigua Universidad, y unos años antes de ser desterrado de España. Catorce años más tarde, yendo de Sudamérica a las montañas de Escocia, compartí dos días de su exilio en el pueblo francés fronterizo de Hendaya frente a las montañas vascas tan fatalmente simbólicas en la vida de España. Fue aquella la oportunidad que yo (John Mackey) había soñado durante tantos años, de compartir un breve espacio de la vida del hombre que me había revelado los secretos del alma española y cuyos escritos habían estimulado mi mente más que los de cualquier otro pensador contemporáneo.
Vivía don Miguel con gran sencillez en un hotelito a unos cuantos metros apenas de la frontera internacional entre Francia y España. Se había escapado del estrépito y la publicidad de París para estar cerca de la sombra de sus colinas nativas. Todos los días hacía una caminata a lo largo de la frontera. Los sencillos vecinos de Hendaya sentían gran cariño por aquel anciano, de cabeza descubierta y mejillas rubicundas, que transitaba diariamente por sus calles, vivo modelo de salud y amistad. Conocían los detalles de su vida sin miedo y sin tacha, y de la larga lucha que había sostenido en su propio país por la justicia y la libertad; conocían también la pureza nazarena y la austeridad de su manera de vivir; y por ello lo consideraban un santo.
Durante aquellos dos días tuve lugar un sucedido que simboliza profundamente el mensaje religioso de Unamuno. Por varias semanas antes de mi llegada, se había hospedado con él un escultor amigo suyo el mismo notable artista que había hecho el busto del gran novelista Pérez Galdós. El segundo día de mi visita, se me invitó a ver el busto de don Miguel recién terminado en un molde de yeso, y que era de una semejanza magnífica.
Pero ¿qué es eso que tiene en el pecho?”, pregunté. ¡Grabada del lado izquierdo, sobre la figura de una cruz! El escultor me contó lo que había pasado. Antes de secarse el molde, Unamuno fue un día a verlo, y con el dedo trazó el signo de la cruz sobre el lugar en que debería hallarse su corazón. “¿Qué va a decir la gente de Madrid cuando vea esto dijo, sorprendido y un poco molesto, el escultor-; no se da usted cuenta, don Miguel, de que esa cruz va a aparecer por fuerza en el bronce cuando se haga el vaciado?”. Don Miguel se limitó a sonreír en silencio.
Una cruz, o suelta y pendiente del pecho, sino grabada sobre el vivo corazón de cruzado de don Miguel de Unamuno: tal es el verdadero símbolo de la vida y fe de este príncipe de los pensadores cristianos modernos. He ahí un poderoso reto a la cristiandad de nuestra época, a rehabilitar la Cruz al lugar que le pertenece, al centro de toda vida y pensamiento, y a descubrir de nuevo el significado de la agonía creadora. Es una invitación al cristianismo español a estudiar de nuevo al significado de la Cruz y del Crucificado, que han desempeñado papel tan central en la épica en España y Sudamérica.
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1)         Fue el célebre caso de Carmen Padín. (Nota del Traductor).
2)           El Licenciado Vidriera Obras completas, t. 16 Madrid, 1921, págs. 163, 164. Azorín está describiendo en realidad, a don Francisco Lorente, en quien encuentra un reflejo vivo de don Francisco Giner. (Nota del traductor).
3)         V. Religión y Estado en la España del Siglo XVI, págs. 76-78.
4)         El Ideal en la Educación, págs. 208-109.
5)           El Peregrino (“Pilgrim’s Progress”).
6)           Poco después de fundarse la República Española, se nombró a Luis de Zulueta embajador ante el Vaticano. Pero el Papa se negó a aceptarlo, y no se hizo después nuevo nombramiento para ese cargo, Posteriormente, Zulueta fue Ministro de Relaciones del gobierno republicano.
7)         Virgin Spain, pág. 282.
8)           Al instaurarse la República, Unamuno volvió a España y a su amada Salamanca, donde le sorprendió la revuelta franquista en 1936, a que en un principio trató de atraérselo, pero con la cual rompió ruidosamente, tras un célebre y violento altercado con el general Millán de Astray, en un acto público en que éste gritó, furibundo, al rostro del indomable pensador vasco, su histórico “¡Muera la inteligencia!” Prácticamente cautivo de los franquistas, y sumamente quebrantado en espíritu, murió en 1936. Al redactar esta nota (1951) no se conocen todavía con claridad las circunstancias de su muerte. (Nota del traductor; cuando decimos, por traductor lo decimos por Gonzalo Báez-Camargo).
9)          “Siémbrate”, en Rosario de Sonetos Líricos.
10)         El Cristo de Velásquez, pág.31.
11)         La Agonía del Cristianismo, pág. 126.
12)         Salmo I.
13)         Mi Religión y Otros Ensayos Col. Austral, Espasa-Calpe, pág. 10.
14)         Del Sentimiento Trágico de la Vida, Renacimiento,-Madrid pág.197.
15)       Cómo se hace una novela, pág. 66.

Véase capítulo IX.



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