Capítulo X (2)
ALGUNOS PENSADORES RELIGIOSOS CONTEMPORÁNEOS:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Nació Navarro
Monzó en Portugal, en 1882. Su padre pertenecía al cuerpo diplomático de aquel
país, y siendo pequeño Julio tuvo ocasión de visitar diversos países de Europa
y África. Por el papel que desempeñó más tarde en la revolución portuguesa, se
vio obligado a abandonar su tierra natal, y poco después emigró a la Argentina.
Durante algunos años ocupó un puesto importante en uno de los departamentos del
gobierno, y en esa capacidad tomó parte en la elaboración de la nueva ley
electoral del país. Al mismo tiempo que desempeñaba ese cargo oficial,
colaboraba en “La
Nación” como crítico de arte. Sus colaboraciones literarias
produjeron una profunda impresión, por su elevado tonó, penetración y
severidad.
Por el año de 1920
se puso en amistoso contacto con algunos directores de la Asociación Cristiana
de Jóvenes, de Buenos Aires y tan favorable fue la impresión que les produjo, y
tan alta fue a su vez la opinión que él se formó de la Asociación como la
plataforma para proclamar sus ideas religiosas, que en 1922 se incorporó al
personal continental de dicha organización como conferenciante y escritor
especial sobre temas religiosos. Desde entonces han salido de su pluma libre
tras libro, y en los intervalos de ese trabajo, ha emprendido viajes de
conferencias por las principales ciudades del continente.
A fin de
comprender la personalidad y conceptos religiosos de Navarro Monzó, en menester
empezar, como lo hace él mismo, refiriéndose a una profunda experiencia por la
que atravesó en 1916. Ese año el funcionario del gobierno y distinguido
periodista se convirtió al cristianismo. Por supuesto, había nacido y sido
criado como católico romano, pero como la juventud latinoamericana en general,
se había hecho completamente irreligioso, y según su propia confesión, dando
rienda suelta a sus pasiones más bajas. En parte reflexionando sobre la
tragedia de la guerra, en parte a consecuencia de la muerte de una hijita muy
amada, sus pensamientos empezaron a virar y fijarse de modo serio y definitivo
en el asunto de la religión. Muy diferente fue su experiencia de la de Rojas
con su búsqueda romántica. No puedo hacer cosa mejor que referirme a sus
propias palabras sobre este crítico y creador período de su vida.
El pasaje ocurre
en su primer libro sobre religión, escrito el año de su conversión, e
intitulado “El
Renacimiento Místico ante la Tragedia Europea”. Dice que dicho libro
es fruto de la experiencia más que de la meditación y la investigación. El
autor es producto de su medio y época. Bebió hasta las haces el cáliz de sus
abominaciones. Entonces el Señor, una noche de viernes Santo, ante una imagen
de la Santa Virgen, tocó su corazón quizá por milésima vez, pero en esta
ocasión con buen éxito, y el empedernido pecador que tantas veces se había
mostrado infiel a la divina gracia, empezó a pensar en los errores que había
cometido. A medida que el amor se despertaba en él, empezó a pensar también en
el miserable estado en que yacía la raza humana, moral y materialmente.
La operación fue
lenta, porque nosotros mismos debemos prestar nuestra cooperación a la gracia
de Dios, y la carne rebelde se oponía todavía, como lo hace hasta el presente,
a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, añade, su alma halló fuerza en la
oración para seguir adelante. Dios no
deja a quien lo invoca, y la luz descendió poco a poco al afligido corazón, tan
indigno de ella.
Ese libro, sigue
explicando Navarro Monzó, no es más que una pobre y especial expiación de los
pecados de su autor, es resultado de todo esto, y está escrito en un medio y
para un medio en que, como en todos los países de habla español, no puede menos
que desagradar a los creyentes y a los no creyentes, por lo que su autor sólo
espera cosechar por él desprecio y pérdida de amistades. Pero Dios, que parece
haberlo inspirado, sabe por qué los hizo; en él pone el autor su confianza. Es
su esperanza y su fuerza.
Nunca había sonado
una nota más profunda en las letras sudamericanas. No era ésta una postura
literaria, sino la expresión apasionada de un espíritu quebrantado que había
sido curado.
Si Navarro Monzó
empezó ahora a posesionarse del estudio de la religión era porque la religión
se había posesionado de él y lo había transformado. Por esta época empezó a
asistir a los servicios religiosos de la Iglesia Griega Ortodoxa, pero no halló
ahí un hogar religioso permanente, aunque muchas veces ha hablado de la
impresión espiritual que produce la liturgia ortodoxa. Más o menos por el mismo
tiempo trabó íntimo conocimiento con ese principio de los educadores y
filántropos cristiano, el R. William Morris. Se hizo asiduo concurrente a los
servicios anglicanos que Morris dirigía, y entre los dos hombres se formó una
profunda y constante amistad, que ha sido una de las influencias más
dulcificantes y estabilizadoras en la vida de Navarro Monzó. Con los miembros,
y especialmente con los ministros de otras comuniones protestantes sus
contactos no han sido invariablemente tan felices.
Ellos no han
podido entenderle y apreciarlo; él ha sido demasiado impaciente con ellos. En
realidad, Navarro Monzó ha hablado y escrito en términos muy corrosivos, y en
más de una ocasión, sobre la obra protestante tal como se lleva a cabo en los
países latinoamericanos. Verdadero hijo de su raza, Navarro Monzó no siempre
juzga las instituciones con calma y objetividad, sino a la luz de las
personalidades conectadas con ellas y que le son simpáticas o antipáticas. ¡Lo cual no quiere
decir que sea necesario tener sangre ibérica para exhibir la misma actitud!
Triste es decir,
pero este espíritu verdaderamente grande ha seguido el camino de José Carlos
Rodríguez en el Brasil, y en cierto sentido de Ricardo Rojas y otros muchos: no ha hallado hogar espiritual en ninguna comunión religiosa
organizada. Su vida espiritual se ha nutrido de los profetas del
Antiguo Testamento, las palabras de Cristo, y en particular de los escritos de
San Pablo y San Juan. Fuera de las Escrituras ha hallado compañerismo
espiritual en los grandes místicos españoles, en Plotino, San Francisco de
Asís, Eckhart, Jacobo Boehme, y posteriormente en Jorge Fox y la Sociedad de
los Amigos.
Como resultado de
una visita a Inglaterra y los Estados Unidos en 1924, Navarro Monzó se puso en
contacto con los cuáqueros. Se sintió muy confortablemente entre los seguidores
de Jorge Fox. El tipo de reunión religiosa que celebran los cuáqueros le
produjo una profunda impresión, y se formó la idea de que el futuro del
cristianismo en la América Latina estriba en la organización de reuniones de
índole semejante en todo el continente. Desde entonces ha observado el hábito
de reunir todos los domingos en su casa a un grupo de personas para dedicarse
al silencio, la meditación y la oración.
La nueva
tranquilidad y tiempo libre de que pudo disponer Navarro Monzó en 1922 merced a
su relación con la Asociación Cristiana de Jóvenes, ha fructificado en un
período de intensa actividad literaria. La gran mayoría de sus libros han sido
publicados por la Federación Sudamericana de Asociaciones Cristianas de
Jóvenes. El primer volumen que pertenece a dicho período es el intitulado “Principios
Básicos de la Civilización”. El autor pone de relieve en esta obra
los beneficios resultados del cristianismo en la vida del mundo, e indica modos
y maneras para aplicar a la sociedad los principios sociológicos inherentes a
la religión cristiana. A este libro siguió otro de diferente especie, “Horas y Siglos”,
liturgia pancristiana compuesta de selecciones de la Sagrada Escritura, y que
contiene oraciones de fuentes católicas romanas, ortodoxas y protestantes.
Luego siguió una serie de doce opúsculos sobre la Evolución Religiosa
en el Mundo Antiguo. El volumen introductorio de esta serie constituye uno de
los esfuerzos más importante de nuestro autor, y asume la forma de una
discusión completa del problema religioso de la América Latina.
Después de tratar
detenidamente de la evolución de la religión entre los hebreos y en el mundo
grecorromano, la serie termina con un estudio del cristianismo en que se unen
ambas corrientes. La perfecta unión tiene lugar en el Cuarto Evangelio, que con
su concepto del Logos
hecho carne, ofrece la síntesis
más elevada obtenida hasta ahí de los elementos subjetivos y objetivos de la
religión.
Nuestro autor
asume la posición, difícil de sostener en la actualidad, de que este último de
los Evangelios Canónicos, al cual aportó el helenismo las categorías de interpretación
por las que el cristianismo pudo subsistir y propagarse en el mundo
grecorromano, es en el fondo la dramatización de una idea. Sostiene que fue
escrito para ilustrar el principio neoplatónico, místico, de la ascensión del
alma por medio de la purificación, la iluminación y la unión. De un sistema tal
de pensamiento quedan excluidos naturalmente todos los elementos catastróficos
y apocalípticos como ajenos a la esencia del cristianismo.
Se asegura el progreso
perpetuo en línea recta. El mal no pertenece a la esencia de la
realidad, ni siquiera a la esencia de la realidad empírica, ni la reacción
puede pertenecer a la esencia del progreso. El proceso de la realidad es
susceptible de comprensión perfecta; lo que se necesita más que fe es
entendimiento. El más eminente pensador religioso de Sudamérica se ha
convertido claramente en heredero de ese tipo romántico de idealismo
evolucionista que ha sido tan popular en la pasada generación del pensamiento y
que hoy es desafiado en todas partes por nuevas voces y formas de pensamiento.
El siguiente
esfuerzo literario de Navarro Monzó fue un libro que él mismo considera como lo
más fundamental que ha escrito. Lleva el título de Camino
de Santidad, y consiste de un
estudio genético del fenómeno religioso desde sus formas más crudas hasta el
misticismo cristiano. Pronto siguió a ésta La Revolución Cristiana, en que
después de un buen estudio preliminar sobre Nietzsche y el cristianismo, se
exponen los principios fundamentales de este último como movimiento
revolucionario. Su última obra de importancia apareció en 1930, Las Metafísicas
del Cristianismo,4) que es en cierto sentido, su esfuerzo más
ambicioso la obra en que cree haber podido formular una metafísica
satisfactoria para la religión cristiana.
Un estudio de los
libros de Navarro Monzó y de los innumerables artículos y folletos que ha
escrito, nos revela una mente ricamente provista de extraordinaria agudeza,
perfecta sinceridad intelectual y apasionado celo. En todo cuanto escribe
descubre uno esa tendencia universalista, ese amor de las rápidas generaciones
y esa inclinación al método histórico, que caracterizan a la mente sudamericana.
En sus ideas tempranas, resaltan
vigorosamente las influencias del Heráclito, Platón y especialmente el
neoplatonismo. El concepto de los valores absolutos ocupa en ella prominente
lugar. Su pensamiento posterior está dominado enteramente por las categorías
del vitalismo moderno. Navarro aparece como un monista absoluto, para quien son
abominables todas las formas de dualismo.
Prevalece la idea
de la evolución monista en el sentido más absoluto, al paso que las categorías
genéticas determinan sus conceptos fundamentales. Tan completamente ha estado
dominado en años recientes por la idea antes mencionada, que ahora defiende una
posición que denomina “temporalismo”
metafísico, según el cual Dios mismo está en proceso de evolución. Así queda abandonada lógicamente su posición
platónica anterior, con sus absolutos, aunque probablemente no está dispuesto a
aceptar algunas de las deducciones inexorables que se siguen de su nuevo punto
de vista.
La expresión más
sistemática que hasta el presente ha dado Navarro Monzó a su nueva metafísica
religiosa se encuentra en el libro ya mencionado, Las Metafísicas del Cristianismo. Será interesante
que hagamos un breve análisis de esta obra, que en ciertos fundamentales
respectos va mucho más allá, y aun difiere, de los puntos de vista que
contienen sus volúmenes anteriores. En las páginas introductorias, nuestro
autor expresa la convicción franca de haber llegado a una comprensión tan
absoluta e importante de la vida y de la
realidad como la que Buda proclamó en su famoso sermón de Benarés. “El problema que
tanto me atormentaba –dice-, el problema del mal, el problema del sentido de la vida, ya
no tiene secretos para mí… Si al concluirla (esta
conferencia) hubiera de caerme muerto no lo
sentiría. Moriría con tranquilidad, después de haber cumplido mi misión en la
vida; después de haber pronunciado la palabra definitiva”. La
importancia que el propio Navarro Monzó atribuye a este libro es más que
justificación para que consagremos un examen especial a su contenido, pues se
nos presenta en un lenguaje que ordinariamente se asocia a una nueva
revelación.
Entre los pensadores de nuestro
tiempo que pueden pretender alguna capacidad filosófica, hay sólo dos órdenes
de categorías, dice nuestro autor con impresionante dogmatismo, mediante las
cuales concebir el universo:
§
Las
categorías del materialismo, y
§
Las
del panteísmo o panenteísmo.
El deísmo, bajo el cual, de modo
bastante extraordinario, parece Navarro Monzó incluir el teísmo en todas sus
formas carece hoy de importancia para el pensamiento. Mientras el Cuarto
Evangelio, dice, representa la suprema expresión conceptual que se ha dado al
cristianismo, no puede considerarse como el último Evangelio cristiano. Nuestra
edad requiere un nuevo Evangelio, y el moderno vitalismo en la ciencia y la
filosofía nos capacitan para formularlo. El Evangelio debe ponerse de
acuerdo con las categorías de la cultura moderna del mismo modo que lo hizo con
las categorías de la cultura griega en los primeros días de nuestra fe. La idea
de entusiasmo, representada por Dionisio; la de la intuición, que forma la
médula del pensamiento de Bergson; el hincapié de Keyserling en la comprensión,
nos ofrecen elementos para formular un Evangelio cristiano moderno.
En seguida procede Navarro Monzó a formular su punto de vista:
El
pensamiento cristiano se ha visto en el pasado estorbado por las ideas de
eternidad y de un Dios eterno empleadas como conceptos positivos. La eternidad debe
considerarse como una idea puramente negativa. La existencia apareció solamente
al aparecer la conciencia, y todo lo que procedió a ésta es no existencia, en
sentido filosófico. La última en el universo es la energía. Dios mismo es
producto de la energía cósmica. Ha tenido un principio y debe considerarse como
finito. Su ser se enriquece y fortalece con la cooperación de las voluntades
humanas. El drama cósmico empezó con la pasión de la energía cósmica, o Dios,
por realizar todas sus potencialidades en el proceso del devenir.
Escuchemos cómo formula
nuestro autor con sus propias palabras el Nuevo Evangelio para nuestros tiempos:
“El
cristianismo es, ante todo, la religión de la Divinidad que se encarna; de la
Divinidad que sufre, en la lucha contra la inercia material; de la Divinidad
que brega por un ideal de redención. El cristianismo lleva imbíbita la
esperanza de los antiguos profetas que soñaron con el advenimiento de un mundo
mejor. El cristianismo es, por fin, una religión que, a pesar de todo, nunca se
ha estancado, que siempre se ha abierto a nuevas inspiraciones. Quizás por todo
esto, mañana se escriba así un nuevo Evangelio que como el de San Juan lo fue
en su tiempo, resulte una nueva síntesis del pensamiento filosófico y de la fe
religiosa de una nueva época. Quizás algún día, en la gran Iglesia del Futuro,
unida por la fraternidad en la libertad, se lea solamente algo parecido a estos
conceptos”.
(Y luego sigue algo como el equivalente moderno del
Prólogo del Evangelio de San Juan, que aunque extenso vamos a transcribir en su
totalidad):
“Antes del
principio era la Fuerza y la Fuerza era Inconsciente por lo cual aún no podía
llamarse la Existencia.
“Pero lo
Inconsciente se volvió Consciente y éste fue el principio de todas las cosas.
“Lo potencial
empezó a volverse actual, y tomando conocimiento de sus energías latentes, ha
ido creando el universo, por medio del cual se expresa.
“Primero fue la
Energía, luego la Inteligencia, en seguida la Vida que creó y plasmó la materia
por medio de la cual se revela la Inteligencia.
“En la Energía
estaba la Inteligencia, pero la Energía no se volvió Acción mientras no fue
inteligente.
“La Energía es el
Padre. La Inteligencia es el Hijo. La Acción es el Espíritu.
“El Hijo es
superior al Padre. El Espíritu es superior al Hijo. Porque lo Consciente es
superior a los Inconscientes y todo pensamiento es inferior mientras no se
traduce en la Acción.
“La Acción procede
del Padre por medio del Hijo. Sin la mediación del Hijo. La Acción sería
inconsciente y no podría llamarse Acción. Sería la Fuerza, inconsciente,
anterior a toda Existencia.
“Estos tres
existen desde el principio y sin su conjunción el principio no se hubiera dado.
Pero la Energía por sí sola no es Dios, ni la Inteligencia por sí sola es Dios,
ni la Acción por sí sola. Empero las tres, unidas constituyen la Unidad Divina.
“Esa Unidad
existió desde el principio y esa Unidad es Dios. El hombre fue creado a la
imagen de Dios, uno y trino, llevando en lo más profundo de su ser la
conciencia de su origen.
“Material por su
cuerpo, viviente gracias al Espíritu, inteligente por medio de la Inteligencia
Divina, el hombres es la imagen reducida de la Fuerza, de la Inteligencia y de
la Acción, que son la esencia de la Existencia Universal.
“Y el Consciente
puso al hombre sobre la Tierra para que la dominara y colaborara con la
Inteligencia a fin de establecer sobre la Tierra el Reino del Espíritu.
“Pero, al
principio de su historia, el hombre no tenía aún conocimiento de su origen y
adoró aquello que debía dominar.
“La Inteligencia
en el mundo estaba, el mundo fue hecho por ella, pero el mundo no la conoció.
“Hasta que,
después de muchos que tuvieron un vislumbre de la Inteligencia, vino un hombre
según la Conciencia Divina y en quien la Conciencia se encarnó.
“No fue engendrado de la carne, ni
de la voluntad de la carne, sino que, teniendo conciencia de su origen divino,
se le rindió.
“Y se unió con la Inteligencia por
medio de la cual todas las cosas fueron hechas.
“Él ha dado a todos los que le
siguen la capacidad de llamarse y sentirse Hijos de Dios.
“Los cuales
tampoco han sido engendrados de la carne, ni de la voluntad de la carne, sino
del Espíritu primicias de una nueva humanidad a la cual está encargada la
misión de establecer sobre la Tierra, renovada el Reino de Dios”.5)
Como nuestro interés aquí en la
filosofía religiosa de Navarro Monzó es por necesidad espositorio, o sea, el de
presentar a nuestros lectores el punto de vista del primer escritor
sudamericano que ha discutido el problema religioso de un modo fundamental, nos
limitaremos a aquellas observaciones que
pongan en más claro relieve la posición filosófica de nuestro autor y sus
implicancias principales.
Aceptando la idea
de un Dios finito, el “joven Dios
combatiente” de H. G. Wells, Navarro Monzó se ha situado entre
cierto número de pensadores modernos que limitan el poder de Dios a fin de
poner a salvo, así lo creen ellos, su moralidad. Es natural que este ideal se
presente en tiempos trágicos y caóticos como los nuestros. Es un concepto, dice
el Dean Inge en su notable libro sobre ética Cristiana, que tiende a aparecer
en épocas de dificultad nacional. Sin embargo, de ningún modo es necesario
postular la finitud de Dios para explicar el mal ni necesitamos a la Divinidad
de su atributo de absoluta para asegurarnos de la presencia y simpatía de un
Divino Compañero que es el campeón del bien en el universo.
Nadie ha
proclamado con tanto vigor esto de que Dios es Otro y Absoluto, como
Kierkegaard. Pero cuando el gran
pensador danés meditaba en la inconmensurable simpatía de Dios. Lo
describía sentado en un trono de dolor. La raíz de las dificultades de ese
filosofar al que pertenece el que hemos venido considerando consiste en su
miedo a la paradoja cuando se trata de realidades últimas. Sucumbe a la tentación de simplificar
indebidamente el problema afirmando un precipitado y categórico: o esto o lo
otro. Pero la realidad se ríe de nuestra lógica. Debería hacernos
meditar el descubrimiento de que los grandes pensadores bíblicos que proclaman
con tanta insistencia la trascendencia e infinitud de Dios, llagaron a los
límites del lenguaje humano en su esfuerzo por describir su redentora pasión de
amor como fuerza operante en el mundo.
La Cruz se halla
en la médula del universo y del cristianismo. “Cristo –para
repetir una vez más la palabra de Pascal- estará
en agonía en el corazón de los suyos”, hasta que el Reino sea “entregado”,
cuando “Dios
será todo en todos”, más allá de los lindes y el estrépito de la
trágica lucha.
Por otra parte, el
bosquejo que Navarro Monzó ofrece para una nueva filosofía del cristianismo, no
descubre lugar alguno verdadero para los conceptos de amor y gracia aplicados a
Dios y de fe aplicado al hombre. ¡Y no podía ser de otro modo, ya que esa fantasmal
abstracción llamadas Energías, Inteligencia y Acción nunca pueden engendrar
esas realidades cristianas primarias en sus vientres inertes y fríos!
El “Nuevo
Evangelio” carece de dinámica. Sólo espectros intelectualizados
podrían salmodiar sus sinfonías dialécticas en la “Gran
Iglesia del Futuro”. Sudamérica y nuestra época necesitan un
Evangelio distinto. Se requieren categorías por completo diferentes para
formular un concepto cristiano adecuado del mundo y de la vida, que es una de
las necesidades más apremiantes de nuestros tiempos.
Estos últimos
productos del pensamiento del pensador sudamericano se deben al indebido empleo
de las categorías biológicas para interpretar la realidad y el cristianismo. La
apoteosis del vitalismo conduce inexorablemente al temporalismo. Además, si el
todo, y no simplemente las partes, está en proceso de cambio, como implica la
filosofía de nuestro autor, no puede haber puntos fijos, valores absolutos.
Prevalece entonces un completo relativismo, que se nos enfrenta en toda su
crueldad, mientras se invierten los papeles respectivos de Dios y el hombre.
Es de lamentarse,
aunque no de sorprenderse que la primera filosofía religiosa que aparece en
Sudamérica sea expresión de ese romanticismo que señala el canto del cisne de
una era moribunda del pensamiento. Lo cierto es que el período del Renacimiento
no ha sido capaz de forjar categorías adecuadas para la expresión del Evangelio
cristiano. Al cruzar el umbral de una nueva época una época en que la física y la
astronomía pretenden tener más derecho que el romanticismo biológico para
discutir la constitución e histórica del cosmos, necesitamos comenzar de nuevo.
“Si Jeans y Eddington tiene razón –dice el Deán Inge en uno de sus escritos- el Dios que emerge
evoluciona y ya mejorándose, no es en realidad Dios, porque seguramente un Dios
que está bajo sentencia de muerte no es Dios. El panteísmo moderno ha edificado
su casa sobre la arena”. Ha llegado el momento en que la identidad
absoluta debe ceder su sitio a la diferencia real, la categoría de la
continuidad a la de discontinuidad. Tenemos que encararnos de nuevo con el
hecho del pecado y es menester relegar al nivel de los mistos el concepto
romántico de la naturaleza humana. Debe rehabilitarse el ciclo, con su hincapié
en lo apocalíptico, como expresión más veraz de la marcha de la historia que la
línea recta.
En toda discusión
sobre la constitución del universo, debe darse tan plana consideración a las
categorías matemáticas y éticas como a las biológicas que últimamente han
ejercido una dictadura en el mundo del pensamiento. No se olvide jamás tampoco
que los hechos cristianos fundamentales eludirían eternamente la
racionalización. Es la fe, no la razón, la que debe trascender la oposición
entre la esfera armoniosa y la áspera Cruz.
Más provocadoras y
sugestivas son las opiniones de Navarro Monzó sobre la aplicación y propagación
práctica del cristianismo. Su fuerte está más en la esfera sociológico
que en la filosofía. Su mente
histórico y su incomparable conocimiento de la historia aunados a su ardiente
pasión ética y su lealtad a la figura de Jesús, dan enorme valor a sus
observaciones tocantes a la expresión del cristianismo. Con excelente
equilibrio acentúa la función de lo ético y lo religioso en el advenimiento del
Reino de Dios. En el interesante compendio de su posición religiosa, intitulada
Confessio Fidei,
expresa su esperanza de que por medio de los esfuerzos de los discípulos de
Cristo, cooperando con la suprema voluntad de bien que se manifestó en Cristo y
que rige el universo, el Sermón del Monte llegue a ser el código moral, social
y político de una humanidad redimida. En alguna otra parte hace notar, sin
embargo, que el Sermón de la Montaña no puede considerarse como un código de
moral que cualquiera puede seguir. Expresa, más bien, el código espiritual de
acuerdo con el cual obrará natural y espontáneamente aquellos que hayan pasado
antes por una suprema experiencia mística. En otras palabras, se necesita de la
religión para producir la ética suprema.
Uno de los
pensamientos favoritos de Navarro Monzó es el de la “Nueva
Reforma”. En el epílogo de Camino de Santidad, dice: “Estamos en
vísperas de una renovación total del mundo”. Y en La Revolución Cristiana nos presenta sus
conceptos sobre la Reforma que espero tendrá lugar. Será una continuación,
según él, de la obra de Erasmo más que de la de Lutero. Por el lado intelectual, reinterpretará
todas las ideas cristianas tradicionales: Dios,
la oración y la Cruz de Cristo. Por el lado espiritual, se
caracterizará por una nueva “bohemia”, en que especialmente la juventud, se
vivirá tranquilamente, libre de preocupaciones materiales, y confiando en las
implicaciones de aquella enseñanza de Cristo de que Dios cuidará de los que
buscan primeramente su Reino y la justicia.
Los cristianos
modernos deben recobrar aquella indiferencia a las necesidades temporales que
caracterizaba al grupo que seguía al Maestro y a aquel otro que rodeaba a San
Francisco de Asís. El cristianismo es una aventura y requiere la formación de
una aristocracia espiritual. La mejor manera de propagarlo es por el contagio y
la radiación. Debe ser también un movimiento laico, añade Navarro Monzó, porque
el proceso de la historia humana tiende hacia una creciente laicización. “La raza hispana –dice
en el epílogo ya citado-, que produjo la orden de predicadores de Domingo de
Guzmán, la milicia espiritual de Iñigo de Loyola, los jardines interiores de
Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, bien pudiera dar al mundo nuevas sorpresas”.
Lo que quiere decir es que el nuevo orden de cosas que revolucionará por
completo las condiciones presentes de la vida, puede muy bien ser promovido por
representantes de la raza hispánica.
En particular
impresiona la manera como Navarro Monzó trata del problema religioso de la
América Latina. Considera que la dificultad fundamental de la civilización en
los países ibéricos de América estriba en el hecho de que no estaban preparados
para la democracia cuando obtuvieron su libertad política. Ni ellos ni la
religión oficial que prevalecía dentro de sus fronteras habían experimentado
jamás una crisis espiritual renovadora. En una palabra, no habían tenido una “Reforma”.
No se había hecho a los hombres ponerse cara a cara ante Dios, lo cual es el
antecedente indispensable de la democracia. En su penetrante estudio. El Problema Religioso en la Cultura Latinoamericana dice lo
siguiente:
“La
democracia sólo ha existido y sólo puede existir entre hombres que creen en un solo
Dios, padre común del género humano, y por ende, en la igualdad y la
fraternidad”.6)
De manera que para
él, el problema de la democracia latinoamericana está unido inseparablemente al
de la religión. Esos países deben tener su propia reforma religiosa. ¿Pero qué forma asumirá ésta y cómo se producirá?
No la pueden producir ni la Iglesia Católica ni las protestantes, dice Navarro
Monzó. Los latinoamericanos deben “beber de las fuentes puras, las del cristianismo primitivo”.
Hubo un tiempo, nos dice en que acarició la esperanza de que fuera posible una
reforma interna del catolicismo, pero la actitud del Papa hacia el modernismo
lo desilusionó por completo.
Pensó luego que
quizá eso sucedería en la Iglesia Griega
Ortodoxa pero tuvo igual desilusión. Las Iglesias protestantes,
según él, tampoco ofrecen esperanza, en parte por ser protestantes y en parte
por ser iglesias. En su opinión el protestantismo jamás podrá ejercer una
influencia externa y vitalizadora en los países latinos porque no está de
acuerdo con el temperamento y modo de ser de éstos.
Por lo que toca a
este último alegato, lo discutiremos en el capítulo siguiente. Basta por ahora
observar que nuestro distinguido autor revela una antipatía constitucional
hacia el protestantismo en su aspecto eclesiástico, sentimiento que se ha
intensificado en él en los últimos años. En su primera obra religiosa El Renacimiento
Místico, afirma que en el protestantismo vemos sólo la fría
razón, la discusión y el pietismo verboso, y que cuando en su seno aparece
algún presunto visionario, como Jacobo Boehme no es para hablarnos de los
misterios del amor de Dios por el alma humano, sino para suscitar el orgulloso
problema de por qué el hombre es cosa tan pequeña en el universo, concluyendo
por oponerla Dios a Dios.7)
Interesante es
notar que posteriormente, y como resultado de su creciente interés
intelectualista en la religión y el problema religioso, Navarro Monzó ha
manifestado una profunda admiración por Boehme, a quien actualmente considera
como una figura central en el pensamiento religioso moderno.
Nuestro autor
tiene la convicción de que “las ideas religiosas han ido purificándose, y al mismo
tiempo, limitando su verdadero campo, pero no desaparecen ni desaparecerán
jamás”. El cristianismo debe presentarse como una idea, “no como una
doctrina y menos como una organización encargada de imponerla”.
“La Iglesia del mañana, la Iglesia del porvenir, tendrá
seguramente una base más sentimental que intelectual, más afectiva que disciplinaria”.
Las
agrupaciones religiosas del futuro, según él “serán
escuelas de perfección espiritual y fuentes de dinamismo moral; y eso basta”8) Al hablarnos así, Navarro Monzó está
pensando en la propagación de pequeños grupos religiosos a semejanza de la
Sociedad de los Amigos, grupos no fomentados desde el exterior, sino que desde
el principio serán autónomos y se propagarán por iniciativa propia.
Pero estando las
cosas como están, ¿cómo podrá
emprender ese movimiento? “El hombre que ha
de salvar la América Latina –dice nuestro autor- tiene
que ser un santo y no un sabio”. En un pasaje de gran belleza y
significación cuáles considera él como su propia misión y sus limitaciones. “Si no podía tener
éxito en la alta ambición de tocar su alma (de
la juventud), esperaba por lo menos interesar su
inteligencia y remover así, si me fuera posible, montañas de preconceptos que,
hoy por hoy, la hacen hostil a toda religión… La
tarea de remover los obstáculos morales y llevar las almas por el
arrepentimiento, hasta el eterno manantial de donde perennemente mana la Vida,
está seguramente destinado a otra voz más fuerte y más pura que la mía… Pero mi misión, ni pobre misión personal, tiene carácter
precario: Voz del que clama en el desierto prepara los caminos del Señor”.9)
Que no es pequeña misión. En
campamentos estudiantiles y aulas universitarias, en teatros, clubes y
edificios de la Asociación Cristiana de Jóvenes, este profesor sudamericano ha
despertado en sus auditorios la conciencia de la realidad del problema y de la
vida religiosa. Ha concentrado lealmente la atención en la significación de la
personalidad histórica y enseñanza de Jesucristo. Ha insistido en que en la Persona de Cristo el
Verbo se hizo carne.
Y si alguien
lamentase que en sus libros y conferencias su tendencia es a poner a los
hombres frente a frente de la religión más bien que a ponerlos delante de Dios,
frente a la visión de los valores morales absolutos más bien que ante la figura
concreta del Cristo que llama a los hombres a entregarse personalmente a EL,
recuerde el tal cómo considera Navarro Monzó su propio papel especial, y dé
gracia a Dios por la lealtad y sinceridad con que lo ha desempeñado.
___________
1) En 1946 se le otorgó el premio Nobel de
Literatura (Nota del Traductor).
2) Conferencias
y discursos, pág. 142.
3) Al aparecer esta traducción, Navarro
Monzó es ya finado. (Nota del Traductor).
4) Han
aparecido después La Actualidad
Filosófica de Jacobo Boehme, y un opúsculo, Psicoanálisis Personal.
5) Op.
Cit. Págs... 131-133.
6) Pág.
47.
7) Pág.
99.
8) El
Problema Religioso en la Cultura Latinoamericana, Págs. 109,113, 114.
9) Id., págs., 117 119, 120.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario