viernes, 10 de julio de 2020

Capítulo X (2) ALGUNOS PENSADORES RELIGIOSOS CONTEMPORÁNEOS:

Capítulo X (2)
ALGUNOS PENSADORES RELIGIOSOS CONTEMPORÁNEOS:

Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:

Nació Navarro Monzó en Portugal, en 1882. Su padre pertenecía al cuerpo diplomático de aquel país, y siendo pequeño Julio tuvo ocasión de visitar diversos países de Europa y África. Por el papel que desempeñó más tarde en la revolución portuguesa, se vio obligado a abandonar su tierra natal, y poco después emigró a la Argentina. Durante algunos años ocupó un puesto importante en uno de los departamentos del gobierno, y en esa capacidad tomó parte en la elaboración de la nueva ley electoral del país. Al mismo tiempo que desempeñaba ese cargo oficial, colaboraba en La Nación como crítico de arte. Sus colaboraciones literarias produjeron una profunda impresión, por su elevado tonó, penetración y severidad.
Por el año de 1920 se puso en amistoso contacto con algunos directores de la Asociación Cristiana de Jóvenes, de Buenos Aires y tan favorable fue la impresión que les produjo, y tan alta fue a su vez la opinión que él se formó de la Asociación como la plataforma para proclamar sus ideas religiosas, que en 1922 se incorporó al personal continental de dicha organización como conferenciante y escritor especial sobre temas religiosos. Desde entonces han salido de su pluma libre tras libro, y en los intervalos de ese trabajo, ha emprendido viajes de conferencias por las principales ciudades del continente.
A fin de comprender la personalidad y conceptos religiosos de Navarro Monzó, en menester empezar, como lo hace él mismo, refiriéndose a una profunda experiencia por la que atravesó en 1916. Ese año el funcionario del gobierno y distinguido periodista se convirtió al cristianismo. Por supuesto, había nacido y sido criado como católico romano, pero como la juventud latinoamericana en general, se había hecho completamente irreligioso, y según su propia confesión, dando rienda suelta a sus pasiones más bajas. En parte reflexionando sobre la tragedia de la guerra, en parte a consecuencia de la muerte de una hijita muy amada, sus pensamientos empezaron a virar y fijarse de modo serio y definitivo en el asunto de la religión. Muy diferente fue su experiencia de la de Rojas con su búsqueda romántica. No puedo hacer cosa mejor que referirme a sus propias palabras sobre este crítico y creador período de su vida.
El pasaje ocurre en su primer libro sobre religión, escrito el año de su conversión, e intitulado El Renacimiento Místico ante la Tragedia Europea”. Dice que dicho libro es fruto de la experiencia más que de la meditación y la investigación. El autor es producto de su medio y época. Bebió hasta las haces el cáliz de sus abominaciones. Entonces el Señor, una noche de viernes Santo, ante una imagen de la Santa Virgen, tocó su corazón quizá por milésima vez, pero en esta ocasión con buen éxito, y el empedernido pecador que tantas veces se había mostrado infiel a la divina gracia, empezó a pensar en los errores que había cometido. A medida que el amor se despertaba en él, empezó a pensar también en el miserable estado en que yacía la raza humana, moral y materialmente.
La operación fue lenta, porque nosotros mismos debemos prestar nuestra cooperación a la gracia de Dios, y la carne rebelde se oponía todavía, como lo hace hasta el presente, a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, añade, su alma halló fuerza en la oración para seguir adelante. Dios  no deja a quien lo invoca, y la luz descendió poco a poco al afligido corazón, tan indigno de ella.
Ese libro, sigue explicando Navarro Monzó, no es más que una pobre y especial expiación de los pecados de su autor, es resultado de todo esto, y está escrito en un medio y para un medio en que, como en todos los países de habla español, no puede menos que desagradar a los creyentes y a los no creyentes, por lo que su autor sólo espera cosechar por él desprecio y pérdida de amistades. Pero Dios, que parece haberlo inspirado, sabe por qué los hizo; en él pone el autor su confianza. Es su esperanza y su fuerza.
Nunca había sonado una nota más profunda en las letras sudamericanas. No era ésta una postura literaria, sino la expresión apasionada de un espíritu quebrantado que había sido curado.
Si Navarro Monzó empezó ahora a posesionarse del estudio de la religión era porque la religión se había posesionado de él y lo había transformado. Por esta época empezó a asistir a los servicios religiosos de la Iglesia Griega Ortodoxa, pero no halló ahí un hogar religioso permanente, aunque muchas veces ha hablado de la impresión espiritual que produce la liturgia ortodoxa. Más o menos por el mismo tiempo trabó íntimo conocimiento con ese principio de los educadores y filántropos cristiano, el R. William Morris. Se hizo asiduo concurrente a los servicios anglicanos que Morris dirigía, y entre los dos hombres se formó una profunda y constante amistad, que ha sido una de las influencias más dulcificantes y estabilizadoras en la vida de Navarro Monzó. Con los miembros, y especialmente con los ministros de otras comuniones protestantes sus contactos no han sido invariablemente tan felices.
Ellos no han podido entenderle y apreciarlo; él ha sido demasiado impaciente con ellos. En realidad, Navarro Monzó ha hablado y escrito en términos muy corrosivos, y en más de una ocasión, sobre la obra protestante tal como se lleva a cabo en los países latinoamericanos. Verdadero hijo de su raza, Navarro Monzó no siempre juzga las instituciones con calma y objetividad, sino a la luz de las personalidades conectadas con ellas y que le son simpáticas o antipáticas. ¡Lo cual no quiere decir que sea necesario tener sangre ibérica para exhibir la misma actitud!
Triste es decir, pero este espíritu verdaderamente grande ha seguido el camino de José Carlos Rodríguez en el Brasil, y en cierto sentido de Ricardo Rojas y otros muchos: no ha hallado hogar espiritual en ninguna comunión religiosa organizada. Su vida espiritual se ha nutrido de los profetas del Antiguo Testamento, las palabras de Cristo, y en particular de los escritos de San Pablo y San Juan. Fuera de las Escrituras ha hallado compañerismo espiritual en los grandes místicos españoles, en Plotino, San Francisco de Asís, Eckhart, Jacobo Boehme, y posteriormente en Jorge Fox y la Sociedad de los Amigos.
Como resultado de una visita a Inglaterra y los Estados Unidos en 1924, Navarro Monzó se puso en contacto con los cuáqueros. Se sintió muy confortablemente entre los seguidores de Jorge Fox. El tipo de reunión religiosa que celebran los cuáqueros le produjo una profunda impresión, y se formó la idea de que el futuro del cristianismo en la América Latina estriba en la organización de reuniones de índole semejante en todo el continente. Desde entonces ha observado el hábito de reunir todos los domingos en su casa a un grupo de personas para dedicarse al silencio, la meditación y la oración.
La nueva tranquilidad y tiempo libre de que pudo disponer Navarro Monzó en 1922 merced a su relación con la Asociación Cristiana de Jóvenes, ha fructificado en un período de intensa actividad literaria. La gran mayoría de sus libros han sido publicados por la Federación Sudamericana de Asociaciones Cristianas de Jóvenes. El primer volumen que pertenece a dicho período es el intituladoPrincipios Básicos de la Civilización”. El autor pone de relieve en esta obra los beneficios resultados del cristianismo en la vida del mundo, e indica modos y maneras para aplicar a la sociedad los principios sociológicos inherentes a la religión cristiana. A este libro siguió otro de diferente especie, Horas y Siglos”, liturgia pancristiana compuesta de selecciones de la Sagrada Escritura, y que contiene oraciones de fuentes católicas romanas, ortodoxas y protestantes. Luego siguió una serie de doce opúsculos sobre la Evolución Religiosa en el Mundo Antiguo. El volumen introductorio de esta serie constituye uno de los esfuerzos más importante de nuestro autor, y asume la forma de una discusión completa del problema religioso de la América Latina.
Después de tratar detenidamente de la evolución de la religión entre los hebreos y en el mundo grecorromano, la serie termina con un estudio del cristianismo en que se unen ambas corrientes. La perfecta unión tiene lugar en el Cuarto Evangelio, que con su concepto del Logos hecho carne, ofrece la síntesis más elevada obtenida hasta ahí de los elementos subjetivos y objetivos de la religión.

Nuestro autor asume la posición, difícil de sostener en la actualidad, de que este último de los Evangelios Canónicos, al cual aportó el helenismo las categorías de interpretación por las que el cristianismo pudo subsistir y propagarse en el mundo grecorromano, es en el fondo la dramatización de una idea. Sostiene que fue escrito para ilustrar el principio neoplatónico, místico, de la ascensión del alma por medio de la purificación, la iluminación y la unión. De un sistema tal de pensamiento quedan excluidos naturalmente todos los elementos catastróficos y apocalípticos como ajenos a la esencia del cristianismo.
Se asegura el progreso perpetuo en línea recta. El mal no pertenece a la esencia de la realidad, ni siquiera a la esencia de la realidad empírica, ni la reacción puede pertenecer a la esencia del progreso. El proceso de la realidad es susceptible de comprensión perfecta; lo que se necesita más que fe es entendimiento. El más eminente pensador religioso de Sudamérica se ha convertido claramente en heredero de ese tipo romántico de idealismo evolucionista que ha sido tan popular en la pasada generación del pensamiento y que hoy es desafiado en todas partes por nuevas voces y formas de pensamiento.
El siguiente esfuerzo literario de Navarro Monzó fue un libro que él mismo considera como lo más fundamental que ha escrito. Lleva el título de Camino de Santidad, y consiste de un estudio genético del fenómeno religioso desde sus formas más crudas hasta el misticismo cristiano. Pronto siguió a ésta La Revolución Cristiana, en que después de un buen estudio preliminar sobre Nietzsche y el cristianismo, se exponen los principios fundamentales de este último como movimiento revolucionario. Su última obra de importancia apareció en 1930, Las Metafísicas del Cristianismo,4) que es en cierto sentido, su esfuerzo más ambicioso la obra en que cree haber podido formular una metafísica satisfactoria para la religión cristiana.
Un estudio de los libros de Navarro Monzó y de los innumerables artículos y folletos que ha escrito, nos revela una mente ricamente provista de extraordinaria agudeza, perfecta sinceridad intelectual y apasionado celo. En todo cuanto escribe descubre uno esa tendencia universalista, ese amor de las rápidas generaciones y esa inclinación al método histórico, que caracterizan a la mente sudamericana. En sus ideas  tempranas, resaltan vigorosamente las influencias del Heráclito, Platón y especialmente el neoplatonismo. El concepto de los valores absolutos ocupa en ella prominente lugar. Su pensamiento posterior está dominado enteramente por las categorías del vitalismo moderno. Navarro aparece como un monista absoluto, para quien son abominables todas las formas de dualismo.
Prevalece la idea de la evolución monista en el sentido más absoluto, al paso que las categorías genéticas determinan sus conceptos fundamentales. Tan completamente ha estado dominado en años recientes por la idea antes mencionada, que ahora defiende una posición  que denomina temporalismo metafísico, según el cual Dios mismo está en proceso de evolución.  Así queda abandonada lógicamente su posición platónica anterior, con sus absolutos, aunque probablemente no está dispuesto a aceptar algunas de las deducciones inexorables que se siguen de su nuevo punto de vista.

La expresión más sistemática que hasta el presente ha dado Navarro Monzó a su nueva metafísica religiosa se encuentra en el libro ya mencionado, Las Metafísicas del  Cristianismo. Será interesante que hagamos un breve análisis de esta obra, que en ciertos fundamentales respectos va mucho más allá, y aun difiere, de los puntos de vista que contienen sus volúmenes anteriores. En las páginas introductorias, nuestro autor expresa la convicción franca de haber llegado a una comprensión tan absoluta e importante de la vida y de  la realidad como la que Buda proclamó en su famoso sermón de Benarés. El problema que tanto me atormentabadice-, el problema del mal, el problema del sentido de la vida, ya no tiene secretos para mí… Si al concluirla (esta conferencia) hubiera de caerme muerto no lo sentiría. Moriría con tranquilidad, después de haber cumplido mi misión en la vida; después de haber pronunciado la palabra definitiva”. La importancia que el propio Navarro Monzó atribuye a este libro es más que justificación para que consagremos un examen especial a su contenido, pues se nos presenta en un lenguaje que ordinariamente se asocia a una nueva revelación.
Entre los pensadores de nuestro tiempo que pueden pretender alguna capacidad filosófica, hay sólo dos órdenes de categorías, dice nuestro autor con impresionante dogmatismo, mediante las cuales concebir el universo:
§  Las categorías del materialismo, y
§  Las del panteísmo o panenteísmo.
El deísmo, bajo el cual, de modo bastante extraordinario, parece Navarro Monzó incluir el teísmo en todas sus formas carece hoy de importancia para el pensamiento. Mientras el Cuarto Evangelio, dice, representa la suprema expresión conceptual que se ha dado al cristianismo, no puede considerarse como el último Evangelio cristiano. Nuestra edad requiere un nuevo Evangelio, y el moderno vitalismo en la ciencia y la filosofía nos capacitan para formularlo. El Evangelio debe ponerse de acuerdo con las categorías de la cultura moderna del mismo modo que lo hizo con las categorías de la cultura griega en los primeros días de nuestra fe. La idea de entusiasmo, representada por Dionisio; la de la intuición, que forma la médula del pensamiento de Bergson; el hincapié de Keyserling en la comprensión, nos ofrecen elementos para formular un Evangelio cristiano moderno.
En seguida procede Navarro Monzó a formular su punto de vista: El pensamiento cristiano se ha visto en el pasado estorbado por las ideas de eternidad y de un Dios eterno empleadas como conceptos positivos. La eternidad debe considerarse como una idea puramente negativa. La existencia apareció solamente al aparecer la conciencia, y todo lo que procedió a ésta es no existencia, en sentido filosófico. La última en el universo es la energía. Dios mismo es producto de la energía cósmica. Ha tenido un principio y debe considerarse como finito. Su ser se enriquece y fortalece con la cooperación de las voluntades humanas. El drama cósmico empezó con la pasión de la energía cósmica, o Dios, por realizar todas sus potencialidades en el proceso del devenir.  
   
Escuchemos cómo formula nuestro autor con sus propias palabras el Nuevo Evangelio para nuestros tiempos:

El cristianismo es, ante todo, la religión de la Divinidad que se encarna; de la Divinidad que sufre, en la lucha contra la inercia material; de la Divinidad que brega por un ideal de redención. El cristianismo lleva imbíbita la esperanza de los antiguos profetas que soñaron con el advenimiento de un mundo mejor. El cristianismo es, por fin, una religión que, a pesar de todo, nunca se ha estancado, que siempre se ha abierto a nuevas inspiraciones. Quizás por todo esto, mañana se escriba así un nuevo Evangelio que como el de San Juan lo fue en su tiempo, resulte una nueva síntesis del pensamiento filosófico y de la fe religiosa de una nueva época. Quizás algún día, en la gran Iglesia del Futuro, unida por la fraternidad en la libertad, se lea solamente algo parecido a estos conceptos”.
(Y luego sigue algo como el equivalente moderno del Prólogo del Evangelio de San Juan, que aunque extenso vamos a transcribir en su totalidad):

“Antes del principio era la Fuerza y la Fuerza era Inconsciente por lo cual aún no podía llamarse la Existencia.
“Pero lo Inconsciente se volvió Consciente y éste fue el principio de todas las cosas.
“Lo potencial empezó a volverse actual, y tomando conocimiento de sus energías latentes, ha ido creando el universo, por medio del cual se expresa.
“Primero fue la Energía, luego la Inteligencia, en seguida la Vida que creó y plasmó la materia por medio de la cual se revela la Inteligencia.
“En la Energía estaba la Inteligencia, pero la Energía no se volvió Acción mientras no fue inteligente.
“La Energía es el Padre. La Inteligencia es el Hijo. La Acción es el Espíritu.
“El Hijo es superior al Padre. El Espíritu es superior al Hijo. Porque lo Consciente es superior a los Inconscientes y todo pensamiento es inferior mientras no se traduce en la Acción.
“La Acción procede del Padre por medio del Hijo. Sin la mediación del Hijo. La Acción sería inconsciente y no podría llamarse Acción. Sería la Fuerza, inconsciente, anterior a toda Existencia.
“Estos tres existen desde el principio y sin su conjunción el principio no se hubiera dado. Pero la Energía por sí sola no es Dios, ni la Inteligencia por sí sola es Dios, ni la Acción por sí sola. Empero las tres, unidas constituyen la Unidad Divina.
“Esa Unidad existió desde el principio y esa Unidad es Dios. El hombre fue creado a la imagen de Dios, uno y trino, llevando en lo más profundo de su ser la conciencia de su origen.
“Material por su cuerpo, viviente gracias al Espíritu, inteligente por medio de la Inteligencia Divina, el hombres es la imagen reducida de la Fuerza, de la Inteligencia y de la Acción, que son la esencia de la Existencia Universal.
“Y el Consciente puso al hombre sobre la Tierra para que la dominara y colaborara con la Inteligencia a fin de establecer sobre la Tierra el Reino del Espíritu.
“Pero, al principio de su historia, el hombre no tenía aún conocimiento de su origen y adoró aquello que debía dominar.
“La Inteligencia en el mundo estaba, el mundo fue hecho por ella, pero el mundo no la conoció.
“Hasta que, después de muchos que tuvieron un vislumbre de la Inteligencia, vino un hombre según la Conciencia Divina y en quien la Conciencia se encarnó.
“No fue engendrado de la carne, ni de la voluntad de la carne, sino que, teniendo conciencia de su origen divino, se le rindió.
“Y se unió con la Inteligencia por medio de la cual todas las cosas fueron hechas.
“Él ha dado a todos los que le siguen la capacidad de llamarse y sentirse Hijos de Dios.
Los cuales tampoco han sido engendrados de la carne, ni de la voluntad de la carne, sino del Espíritu primicias de una nueva humanidad a la cual está encargada la misión de establecer sobre la Tierra, renovada el Reino de Dios”.5)
Como nuestro interés aquí en la filosofía religiosa de Navarro Monzó es por necesidad espositorio, o sea, el de presentar a nuestros lectores el punto de vista del primer escritor sudamericano que ha discutido el problema religioso de un modo fundamental, nos limitaremos a  aquellas observaciones que pongan en más claro relieve la posición filosófica de nuestro autor y sus implicancias principales.

Aceptando la idea de un Dios finito, el joven Dios combatiente de H. G. Wells, Navarro Monzó se ha situado entre cierto número de pensadores modernos que limitan el poder de Dios a fin de poner a salvo, así lo creen ellos, su moralidad. Es natural que este ideal se presente en tiempos trágicos y caóticos como los nuestros. Es un concepto, dice el Dean Inge en su notable libro sobre ética Cristiana, que tiende a aparecer en épocas de dificultad nacional. Sin embargo, de ningún modo es necesario postular la finitud de Dios para explicar el mal ni necesitamos a la Divinidad de su atributo de absoluta para asegurarnos de la presencia y simpatía de un Divino Compañero que es el campeón del bien en el universo.
Nadie ha proclamado con tanto vigor esto de que Dios es Otro y Absoluto, como Kierkegaard. Pero cuando el gran  pensador danés meditaba en la inconmensurable simpatía de Dios. Lo describía sentado en un trono de dolor. La raíz de las dificultades de ese filosofar al que pertenece el que hemos venido considerando consiste en su miedo a la paradoja cuando se trata de realidades últimas. Sucumbe a la tentación de simplificar indebidamente el problema afirmando un precipitado y categórico: o esto o lo otro. Pero la realidad se ríe de nuestra lógica. Debería hacernos meditar el descubrimiento de que los grandes pensadores bíblicos que proclaman con tanta insistencia la trascendencia e infinitud de Dios, llagaron a los límites del lenguaje humano en su esfuerzo por describir su redentora pasión de amor como fuerza operante en el mundo.
La Cruz se halla en la médula del universo y del cristianismo. Cristopara repetir una vez más la palabra de Pascal- estará en agonía en el corazón de los suyos”, hasta que el Reino sea entregado”, cuando Dios será todo en todos”, más allá de los lindes y el estrépito de la trágica lucha.
Por otra parte, el bosquejo que Navarro Monzó ofrece para una nueva filosofía del cristianismo, no descubre lugar alguno verdadero para los conceptos de amor y gracia aplicados a Dios y de fe aplicado al hombre. ¡Y no podía ser de otro modo, ya que esa fantasmal abstracción llamadas Energías, Inteligencia y Acción nunca pueden engendrar esas realidades cristianas primarias en sus vientres inertes y fríos! El Nuevo Evangelio carece de dinámica. Sólo espectros intelectualizados podrían salmodiar sus sinfonías dialécticas en la Gran Iglesia del Futuro”. Sudamérica y nuestra época necesitan un Evangelio distinto. Se requieren categorías por completo diferentes para formular un concepto cristiano adecuado del mundo y de la vida, que es una de las necesidades más apremiantes de nuestros tiempos.
Estos últimos productos del pensamiento del pensador sudamericano se deben al indebido empleo de las categorías biológicas para interpretar la realidad y el cristianismo. La apoteosis del vitalismo conduce inexorablemente al temporalismo. Además, si el todo, y no simplemente las partes, está en proceso de cambio, como implica la filosofía de nuestro autor, no puede haber puntos fijos, valores absolutos. Prevalece entonces un completo relativismo, que se nos enfrenta en toda su crueldad, mientras se invierten los papeles respectivos de Dios y el hombre.
Es de lamentarse, aunque no de sorprenderse que la primera filosofía religiosa que aparece en Sudamérica sea expresión de ese romanticismo que señala el canto del cisne de una era moribunda del pensamiento. Lo cierto es que el período del Renacimiento no ha sido capaz de forjar categorías adecuadas para la expresión del Evangelio cristiano. Al cruzar el umbral de una nueva época una época en que la física y la astronomía pretenden tener más derecho que el romanticismo biológico para discutir la constitución e histórica del cosmos, necesitamos comenzar de nuevo.
Si Jeans y Eddington tiene razóndice el Deán Inge en uno de sus escritos- el Dios que emerge evoluciona y ya mejorándose, no es en realidad Dios, porque seguramente un Dios que está bajo sentencia de muerte no es Dios. El panteísmo moderno ha edificado su casa sobre la arena”. Ha llegado el momento en que la identidad absoluta debe ceder su sitio a la diferencia real, la categoría de la continuidad a la de discontinuidad. Tenemos que encararnos de nuevo con el hecho del pecado y es menester relegar al nivel de los mistos el concepto romántico de la naturaleza humana. Debe rehabilitarse el ciclo, con su hincapié en lo apocalíptico, como expresión más veraz de la marcha de la historia que la línea recta.
En toda discusión sobre la constitución del universo, debe darse tan plana consideración a las categorías matemáticas y éticas como a las biológicas que últimamente han ejercido una dictadura en el mundo del pensamiento. No se olvide jamás tampoco que los hechos cristianos fundamentales eludirían eternamente la racionalización. Es la fe, no la razón, la que debe trascender la oposición entre la esfera armoniosa y la áspera Cruz.
Más provocadoras y sugestivas son las opiniones de Navarro Monzó sobre la aplicación y propagación práctica del cristianismo. Su fuerte está más en la esfera sociológico que en la filosofía. Su mente histórico y su incomparable conocimiento de la historia aunados a su ardiente pasión ética y su lealtad a la figura de Jesús, dan enorme valor a sus observaciones tocantes a la expresión del cristianismo. Con excelente equilibrio acentúa la función de lo ético y lo religioso en el advenimiento del Reino de Dios. En el interesante compendio de su posición religiosa, intitulada Confessio Fidei, expresa su esperanza de que por medio de los esfuerzos de los discípulos de Cristo, cooperando con la suprema voluntad de bien que se manifestó en Cristo y que rige el universo, el Sermón del Monte llegue a ser el código moral, social y político de una humanidad redimida. En alguna otra parte hace notar, sin embargo, que el Sermón de la Montaña no puede considerarse como un código de moral que cualquiera puede seguir. Expresa, más bien, el código espiritual de acuerdo con el cual obrará natural y espontáneamente aquellos que hayan pasado antes por una suprema experiencia mística. En otras palabras, se necesita de la religión para producir la ética suprema.
Uno de los pensamientos favoritos de Navarro Monzó es el de la Nueva Reforma. En el epílogo de Camino de Santidad, dice: “Estamos en vísperas de una renovación total del mundo”. Y en La Revolución Cristiana nos presenta sus conceptos sobre la Reforma que espero tendrá lugar. Será una continuación, según él, de la obra de Erasmo más que de la de Lutero. Por el lado intelectual, reinterpretará todas las ideas cristianas tradicionales: Dios, la oración y la Cruz de Cristo. Por el lado espiritual, se caracterizará por una nueva bohemia”, en que especialmente la juventud, se vivirá tranquilamente, libre de preocupaciones materiales, y confiando en las implicaciones de aquella enseñanza de Cristo de que Dios cuidará de los que buscan primeramente su Reino y la justicia.
Los cristianos modernos deben recobrar aquella indiferencia a las necesidades temporales que caracterizaba al grupo que seguía al Maestro y a aquel otro que rodeaba a San Francisco de Asís. El cristianismo es una aventura y requiere la formación de una aristocracia espiritual. La mejor manera de propagarlo es por el contagio y la radiación. Debe ser también un movimiento laico, añade Navarro Monzó, porque el proceso de la historia humana tiende hacia una creciente laicización. La raza hispanadice en el epílogo ya citado-, que produjo la orden de predicadores de Domingo de Guzmán, la milicia espiritual de Iñigo de Loyola, los jardines interiores de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, bien pudiera dar al mundo nuevas sorpresas”. Lo que quiere decir es que el nuevo orden de cosas que revolucionará por completo las condiciones presentes de la vida, puede muy bien ser promovido por representantes de la raza hispánica.
En particular impresiona la manera como Navarro Monzó trata del problema religioso de la América Latina. Considera que la dificultad fundamental de la civilización en los países ibéricos de América estriba en el hecho de que no estaban preparados para la democracia cuando obtuvieron su libertad política. Ni ellos ni la religión oficial que prevalecía dentro de sus fronteras habían experimentado jamás una crisis espiritual renovadora. En una palabra, no habían tenido una Reforma”. No se había hecho a los hombres ponerse cara a cara ante Dios, lo cual es el antecedente indispensable de la democracia. En su penetrante estudio. El Problema Religioso en la Cultura Latinoamericana dice lo siguiente:

La democracia sólo ha existido y sólo puede existir entre hombres que creen en un solo Dios, padre común del género humano, y por ende, en la igualdad y la fraternidad”.6)

De manera que para él, el problema de la democracia latinoamericana está unido inseparablemente al de la religión. Esos países deben tener su propia reforma religiosa. ¿Pero qué forma asumirá ésta y cómo se producirá? No la pueden producir ni la Iglesia Católica ni las protestantes, dice Navarro Monzó. Los latinoamericanos deben beber de las fuentes puras, las del cristianismo primitivo”. Hubo un tiempo, nos dice en que acarició la esperanza de que fuera posible una reforma interna del catolicismo, pero la actitud del Papa hacia el modernismo lo desilusionó por completo.
Pensó luego que quizá eso sucedería en la Iglesia Griega Ortodoxa pero tuvo igual desilusión. Las Iglesias protestantes, según él, tampoco ofrecen esperanza, en parte por ser protestantes y en parte por ser iglesias. En su opinión el protestantismo jamás podrá ejercer una influencia externa y vitalizadora en los países latinos porque no está de acuerdo con el temperamento y modo de ser de éstos.
Por lo que toca a este último alegato, lo discutiremos en el capítulo siguiente. Basta por ahora observar que nuestro distinguido autor revela una antipatía constitucional hacia el protestantismo en su aspecto eclesiástico, sentimiento que se ha intensificado en él en los últimos años. En su primera obra religiosa El Renacimiento Místico, afirma que en el protestantismo vemos sólo la fría razón, la discusión y el pietismo verboso, y que cuando en su seno aparece algún presunto visionario, como Jacobo Boehme no es para hablarnos de los misterios del amor de Dios por el alma humano, sino para suscitar el orgulloso problema de por qué el hombre es cosa tan pequeña en el universo, concluyendo por oponerla Dios a Dios.7)
Interesante es notar que posteriormente, y como resultado de su creciente interés intelectualista en la religión y el problema religioso, Navarro Monzó ha manifestado una profunda admiración por Boehme, a quien actualmente considera como una figura central en el pensamiento religioso moderno.
Nuestro autor tiene la convicción de que las ideas religiosas han ido purificándose, y al mismo tiempo, limitando su verdadero campo, pero no desaparecen ni desaparecerán jamás”. El cristianismo debe presentarse como una idea, no como una doctrina y menos como una organización encargada de imponerla”.

 La Iglesia del mañana, la Iglesia del porvenir, tendrá seguramente una base más sentimental que intelectual, más afectiva que disciplinaria”. Las agrupaciones religiosas del futuro, según él serán escuelas de perfección espiritual y fuentes de dinamismo moral; y eso basta8) Al hablarnos así, Navarro Monzó está pensando en la propagación de pequeños grupos religiosos a semejanza de la Sociedad de los Amigos, grupos no fomentados desde el exterior, sino que desde el principio serán autónomos y se propagarán por iniciativa propia.
Pero estando las cosas como están, ¿cómo podrá emprender ese movimiento? “El hombre que ha de salvar la América Latinadice nuestro autor- tiene que ser un santo y no un sabio”. En un pasaje de gran belleza y significación cuáles considera él como su propia misión y sus limitaciones. Si no podía tener éxito en la alta ambición de tocar su alma (de la juventud), esperaba por lo menos interesar su inteligencia y remover así, si me fuera posible, montañas de preconceptos que, hoy por hoy, la hacen hostil a toda religiónLa tarea de remover los obstáculos morales y llevar las almas por el arrepentimiento, hasta el eterno manantial de donde perennemente mana la Vida, está seguramente destinado a otra voz más fuerte y más pura que la míaPero mi misión, ni pobre misión personal, tiene carácter precario: Voz del que clama en el desierto prepara los caminos del Señor.9)
Que no es pequeña misión. En campamentos estudiantiles y aulas universitarias, en teatros, clubes y edificios de la Asociación Cristiana de Jóvenes, este profesor sudamericano ha despertado en sus auditorios la conciencia de la realidad del problema y de la vida religiosa. Ha concentrado lealmente la atención en la significación de la personalidad histórica y enseñanza de Jesucristo. Ha insistido en que en la Persona de Cristo el Verbo se hizo carne.
Y si alguien lamentase que en sus libros y conferencias su tendencia es a poner a los hombres frente a frente de la religión más bien que a ponerlos delante de Dios, frente a la visión de los valores morales absolutos más bien que ante la figura concreta del Cristo que llama a los hombres a entregarse personalmente a EL, recuerde el tal cómo considera Navarro Monzó su propio papel especial, y dé gracia a Dios por la lealtad y sinceridad con que lo ha desempeñado.

 Véase capitulo XI.


















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1)           En 1946 se le otorgó el premio Nobel de Literatura (Nota del Traductor).
2)        Conferencias y discursos, pág. 142.
3)        Al aparecer esta traducción, Navarro Monzó es ya finado. (Nota del Traductor).
4)        Han aparecido después La Actualidad Filosófica de Jacobo Boehme, y un opúsculo, Psicoanálisis Personal.
5)        Op. Cit. Págs... 131-133.
6)        Pág. 47.
7)        Pág. 99.
8)        El Problema Religioso en la Cultura Latinoamericana, Págs. 109,113, 114.
9)        Id., págs., 117 119, 120.

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