viernes, 10 de julio de 2020

Capítulo VI (2) SUDAMERICANIZACIÓN DE UN CRISTO ESPAÑOL:



Capítulo VI (2)

SUDAMERICANIZACIÓN DE UN CRISTO ESPAÑOL:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:


(1)   Imagen Concreta de Cristo:
La compañía de los Cristóforos profesionales que se encargó de educar a las nuevas tierras sudamericanas en la fe de Cristo procedió de modo muy diferente y llegó a resultados bien distintos que los hombres que emprendieron tareas similares en Norteamérica. Y pensamos aquí no sólo en los pastores protestantes que acompañaron a la expedición del Mayflower y a sus sucesores  hasta fines del siglo pasado, sino también, y muy especialmente, en los sacerdotes y monjes católicos romanos que fueron a la provincia francesa se Quebec. La mayoría de estos últimos eran hombres del tipo de Las Casas y de Anchieta, con un sentido evangélico de su misión, y al par que se mantenían al margen de la política, se interesaban profundamente en todos los problemas de los colonos. Dice el doctor Juan B. Terán, finado Rector de la Universidad de Tucumán, Argentina, refiriéndose a dicho contrate: La Iglesia francesa en Norteamérica se singularizó por un fervor de apostolado… La acción del misionero francés desdeñó la política puramente comercial y radicó, con la implantación de la agricultura, el trasplante de una genuina Iglesia cristiana15) El resultado es que el catolicismo canadiense actual es vigoroso y militante.
En Norteamérica la propagación del cristianismo, así protestante como católico, se caracterizó por su carácter acentuadamente ético y práctico, al paso que a propaganda católica romana en Sudamérica se ha caracterizado, hasta los albores del presente siglo, por su preponderante hincapié en el dogma y el ritual.

6.4.   El Cristo Criollo:
Si es verdad que toda Vida de Cristo es mucho más la autografía de su autor que la biografía de Jesús, igualmente cierto es que las naciones tienden a delinear a Cristo según su propia imagen. ¿Qué clase de retrato de Cristo consiguieran los “Cristóforos” sudamericanos imprimir en el pensamiento e imaginación del pueblo? ¿En qué retrato resultante ha expresado la religiosidad sudamericana el concepto que tiene de EL? ¿Cómo es y cómo obra el Cristo Criollo? Podría decirse, en términos generales, que el Cristo que se naturalizó en Sudamérica es el que nació en Tánger, el Cristo de la tradición religiosa popular de España.
 Interesante sería estudiar hasta dónde la vida religiosa de Sudamérica ha sido una simple prolongación de la de España y Portugal, y hasta dónde es diferente; hasta dónde el Cristo Criollo es una simple réplica del Cristo Español y en que respectos ha sido modificado. Sin embargo, iremos más lejos si comparamos el Cristo tradicional de Sudamérica con el retrato que el Nuevo Testamento nos da del Señor cristiano en los Evangelios Sinópticos y en los escritos de San Pablo y San Juan.
Lo primero que salta a nuestra vista en el Cristo Criollo es su falta de humanidad. Por lo que toca a su vida terrenal, aparece casi exclusivamente en dos papeles dramáticos:
·      El de un niño en los brazos de su madre y el de una víctima dolorida y sangrante. Es el cuadro de un Cristo que nació y murió, pero que no vivió jamás. Cosa extraña es que se pase por alto el gran período formativo y decisivo de la vida de Jesús, comprendido entre una infancia desvalida e impensante, y su viril resolución de morir con el indecible sufrimiento que esto entrañaba.

La Madonna de Brujas en la iglesia de Nuestra Señora de Brujas. Miguel Ángel

¿Por qué es que los únicos momentos de la vida de Jesús a que se da importancia son su niñez y muerte? Porque las dos verdades centrales, responden alguien, del cristianismo son la Encarnación y la Expiación. Y así es, pero la encarnación es sólo el prólogo de una vida, y la expiación su epílogo. La realidad de la primera se despliega en la vida y se garantiza viviendo; la eficacia de la segunda se deriva de la clase de vida que se vivió.


El niño y la madre:

El Niño Divino en los brazos de su Madre recibe plena significación sólo cuando vemos al hombre trabajando en el taller de carpintero, recibe el Espíritu en las aguas bautismales del Jordán, entablar hambriento y solitario batalla con el tentador, predicar las buenas nuevas del Reino a los pobres, sanar a los enfermos y resucitar a los muertos, llamar a su lado a los sobrecargados y a los niños, exhortar a los ricos y denunciar a los hipócritas, preparar a sus discípulos para la vida mientras EL se preparaba para la muerte, y luego entregar su vida no como mera víctima del odio y del destino, sino voluntariamente, y al morir pedir al Padre el perdón para sus asesinos.
En la misma forma se transfigura el Crucificado, que sufre angustias mortales en la cruz, cuando pensamos que en vida había experimentado las tentaciones de un hombre fuerte y las había vencido. Fue el hombre el que murió, el verdadero, el segundo Hombre, el Señor de los cielos hecho hombre, un hombre como no lo ha habido ni lo habrá jamás.
Sin embargo, esta humanidad de Jesús ha suscitado muy poco interés en los creyentes sudamericanos. ¿Por qué? Porque no han conocido otro Cristo, excepto el que se presta para que ellos lo compadezcan y apadrinen. Esto puede hacerse con un niño; también como una víctima que sufre y con un muerto; pero no con el Cristo de los Evangelios, que se negó a recibir el patrocinio de las lágrimas aun cuando iba en camino del Gólgota. A Cristo se le apadrina y tutoría en los elaborados festivales de la Navidad, y nuevamente en las sombrías festividades que marcan el curso de la Semana Santa, y en esta actitud de patrocinio compasivo se desbordan y luego se agotan acumula sentimiento de piedad paternal y maternal o de una emoción trágica y llena de compasión.
Para los creyentes sudamericanos, Jesús ha tenido un valor religioso, o, en términos aristotélicos, catártico”. La contemplación de EL les ha proporcionado una válvula emotiva de escape, pero no le han concedido ninguna significación ética. El interés exclusivo que tienen en lo que Cristo significa para la muerte y la inmoralidad les ha hecho pasar por alto a Aquél que, a la vera del lago, enseñaba a los hombres cómo vivir. Debido a que se ha desalentado la lectura del Nuevo Testamento y a que no se ha asociado a Cristo con la vida y los problemas vivos, la gente en general no ha venido a hallarse cara a cara con aquel tremendo Conductor de hombres que tenía conciencia de haber venido al mundo para convertirse en el Señor de la vida. Ha acontecido así que jamás se ha hecho de los más impresionantes aspectos de su enseñanza una regla de vida ni de los más impresionantes aspectos de su conducta una inspiración para vivir. Sus palabras: Sígueme”, han quedado por completo despojados de sentido, Su mandato supremo no ha constituido guía para los diarios quehaceres, para las tareas ordinarias.
Por otra parte, la visión del Cristo resucitado sea que se le conciba, según el lenguaje del Nuevo Testamento, como Rey y Sacerdote a la diestra de Dios, o como morador de las almas de los cristianos, no ha sido menos pálido que la del Jesús histórico. Ni se concibe ni se experimenta su señorío soberano sobre todos los detalles de la existencia, Rey Salvador que se interesa profundamente en nosotros y a quien podemos traer nuestras tristezas y perplejidades. Ha sucedido algo sumamente extraordinario.
Cristo Vs. María, y De Paso Los Santos (Ídolos: Oro, plata, bronce, madera, etc., de todo el mundo):
Cristo ha perdido prestigio como alguien capaz de ayudar en los asuntos de la vida. Vive en exclusión virtual, en tanto que la gente se allega diariamente a la Virgen y a los Santos a quienes más peticiones se hacen y cuya imagen se reproduce más frecuentemente en las estampas, son las luminarias menores.
En la devoción popular los santos mayores y mejor conocidos tienden a correr la misma suerte que Cristo. Su misma eminencia los hace menos humanos y accesibles. La masa del pueblo se siente más a gusto y con mayor confianza en el buen éxito si se encomienda a los Santos Menores, cuya vida era de cualidades menos diferentes a las de la suya.

El creyente común y corriente es en la práctica un politeísta cuyo panteón preside Nuestra Señora. La verdadera divinidad de la religión popular es la Virgen. La Trinidad, la corona y los santos le rinden acatamiento y ella conduce.

¡Pero a cuán alto costo para el Hijo de la Virgen ha tenido lugar tal evolución! Cuando el vulgo*) de Argentina quiere decir que alguien merece su desprecio supremo por su pequeñez de espíritu y pusilanimidad, dice:
 Es un Cristo”, o
 Es un pobre Cristo”.
¡Cuán diferente esta connotación de la que el mismo nombre recibe hoy en la India, donde se ha convertido en símbolo de la fuerza espiritual! Ricardo Rojas el eminente escritor argentino, a quien hemos citado ya, describe como sigue el concepto popular actual de Cristo en su país y en otros países sudamericanos:
Se ha querido hacerdice-, o se ha hecho, de Cristo, un arquetipo de pordioseros, una especia de piltrafa humana, de cascabel para los pies de todos, compendio de miseria y dechado de humillaciones.16)
Hasta ese extremo ha llevado a Cristo la deshumanización de que se le ha hecho objeto.
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*)          Vulgo. (Del lat. vulgus). m. El común de la gente popular. || 2. Conjunto de las personas que en cada materia no conocen más que la parte superficial. || 3. germ. mancebía (ǁ casa de prostitución). || 4. adv. m. vulgarmente (ǁ comúnmente). (Microsoft® Encarta® 2008).


        El Señor del Sepulcro:

No obstante, este Cristo, que se pierde a la vida por un proceso de deshumanización, reaparece después como fetiche. Su imagen, su humanidad y su nombre han sido convertidos en realidad fetichista.
En la iglesia de Santo Domingo, en Lima, hay una imagen yacente de Cristo, a la que se llama El Señor del Sepulcro”, y le representan tendido en la tumba. Durante la Semana Santa, esta imagen es particularmente el centro principal de la devoción. Rodeada de multitud de cirios encendidos se le hace parecer como que suda, y los fieles, que desfilan frente a ella la tarde y la noche del Viernes Santo, compran pedazos de algodón dizque impregnados del sudor, y los conservan cuidadosamente como amuletos.

El Señor de los Milagros:

Lima posee otra famosa efigie de Cristo, una pintura llamada El Señor de los Milagros. Al decir de la tradición popular, un negro descubrió, durante un tiempo que devastó la ciudad en el siglo dieciocho, una imagen de Cristo en la cruz, sobre un muro que permanecía en pie en medio de las ruinas. Desde entonces, la sagrada pintura ha sido la patrona religiosa de la población negra del Perú y disfruta de una inmensa reputación como obradora de milagros.    
Ica, principal población al sur de  Lima, era asiento de una muy sagrada imagen de madera de Cristo llamada El Señor de Lurín, a la que los campesinos venían a rezar por una buena cosecha y otras bendiciones temporales. Sucedió que allá por 1918 la iglesia en que el ídolo*) tenía su santuario, fue destruida completamente por un incendio. Apenas se había extinguido el fuego, cuando una muchedumbre enloquecida rescató los restos carbonizados del Señor, y se lanzó en procesión por las calles, al son de esta desgarradora endecha: “¡Dios se ha muerto, Dios se ha muerto!”. Es que aquella imagen era la divinidad por la que el pueblo vivía, y su destrucción los hundía en terrible consternación.
Ejemplos como estos pueden multiplicarse tomándolos de todo el continente, particularmente de la vida de las poblaciones provincianas. A un Cristo deshumanizado le han dado una imagen humana materialista a la cual se atribuye una virtud especial.
Menos repulsivamente materialista, pero no menos fetichista, es la re humanización de Cristo en el viático y en el Sagrado Corazón. Uno de los espectáculos tradicionales de Lima es la procesión del Santísimo, vivamente descrita por José Gálvez en su libro, Una Lima Que se Va.

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*)      Ídolo: G1497 εδωλον = eídolon: de G1491; imagen (i. e. para adoración); por implicación dios pagano, o (plural) la adoración del mismo:- ídolo, imagen. (Strong).
G1497 εδωλον, ου, τό. Ídolo, imagen, dios falso.
AT: אֵל, Is. 57:5. אֱלוֹהַּ, Núm. 25:2. אֱלָהּ, Dn. 3:12. אֱלִיל  Lv. 19:4. בָּמָה  Ez. 16:16. בַּעַל, 2 Cron. 17:3. גִּלּוּלִים, Lv. 26:30. הֶבֶל  Dt. 32:21. חַמָּן, 2 Cron. 14:4(5). מִפְלֶצֶת, 2 Cron. 15:16. עֹצֶב, Is. 48:5. עָצָב  1 Sam. 31:9. פְּסִילִים, 2 Cron. 33:22. פֶּסֶל, Éx. 20:4. צֶלֶם, Núm. 33:52. שָׁעִיר, 2 Cron. 11:15. שִׁקּוּץ  1 R. 11:7. תְּרָפִים, Gn. 31:34.
NT: Ídolo, imagen, dios falso: Hch. 7:41; Hch. 15:20; Rom. 2:22; 1 Cor. 8:4; 1 Cor. 8:7; 1 Cor. 10:19; 1 Cor. 12:2; 2 Cor. 6:16; 1 Ts. 1:9; 1 Jn. 5:21; Ap. 9:20. εδώς, εδυα.Ver εδω, 1492. Ver οδα. (Léxico griego-español NT.).
Ídolo. (Del lat. idōlum, y este del gr. εδωλον). m. Imagen de una deidad objeto de culto. || 2. Persona o cosa amada o admirada con exaltación. (Microsoft® Encarta® 2008).


Pan de la Inmortalidad:

La procesión lleva a un moribundo el Pan de Inmortalidad”. “Bajo el palio, recamado de oro, el cura lleva unciosamente el copón; un monaguillo por delante anuncia al vecindario, con el repique de una campanilla, el paso del Santísimo; cuatro feligreses sostienen el palio, y tras el párroco, como un extraño rosario, se desenvuelve la lenta procesión, en que las velas tienden al viento las llamadas temblores como un símbolo de acabamiento y de fervor. De cuando en cuando, alguna de la cofradía entona un cántico religioso que las demás corean y de intervalo en intervalo resuena, murmuradores y sordos, el Ave María…”.
Cuando la tradición que una vez la Perricholi, la célebre querida de uno de los virreyes, iba por las calles en su lujoso calesa, cuando se topó con el párroco que portaba el Santísimo Herida en su conciencia por el contraste entre el lujo como paseaba su pecadora persona y la humilde apariencia de la procesión, le cedió su asiento al sacerdote y se unió a la compungida multitud que lo seguía.17) Muchos años después, cuando se propuso que en adelante el viático había de llevarse por las calles dentro de un coche, las señoras de Lima organizaron una manifestación de protesta, en que desplegaron una bandera donde resaltaba estas palabras: “Morir por la religión”.
La tentativa más moderna de convertir a Cristo en un fetiche popular, es el culto del Sagrado Corazón. Habiendo desaparecido de la religión popular la verdaderamente histórica y eternamente real humanidad de Jesucristo, ha sido reemplazada por el símbolo de la humanidad material. En 1923 se había dispuesto consagrar con gran pompa la República del Perú a una enorme imagen de bronce del Sagrado Corazón de Jesús. Ya estaba fijado el día para la ceremonia. En presencia de los más altos dignatarios de la Iglesia y el Estado, debía colocarse la efigie en un nicho, en el muro frontero de la catedral de Lima que ve a la Plaza Mayor. La prensa de la localidad había protestado contra lo que la mayoría de los ciudadanos consideraba como una regresión al medievalismo y la idolatría: pero todo había sido en vano. Repentinamente, sin embargo, en vísperas de la ceremonia, los estudiantes y los obreros, organizaron un formidable movimiento de protesta y la ceremonia de consagración hubo de suspenderse hasta más conveniente oportunidad.
Dios nos libró de menospreciar cualquier esfuerzo por hacer a Jesucristo más real para los seres humanos o por mantener siempre ante la vista de éstos la realidad de su divina comprensión. Pero el materializar en broce las cualidades de las que su corazón es símbolo, no hará más real al Jesús histórico o al Cristo eterno. Las cualidades  especiales de Cristo en que más hincapié se necesita hacer en los países sudamericanos hoy día no puede simbolizarlas su corazón. Su mejor símbolo serían los ojos de Cristo, aquellos ojos apocalípticos que en ocasiones podían brillar como llama de fuego”. Una reflexión serena a la vez que transida de tristeza, nos obliga a endosar la opinión de Unamuno cuando escribe:

El culto al Sagrado Corazón de Jesús, la hierocardiocracia, es el sepulcro de la religión criatiana18).

Es el Cristo del látigo y no el Cristo del Sagrado Corazón el que necesita presentarle a Sudamérica. Aun el nombre de Jesús se ha convertido en fetiche. En la religión popular ese nombre sirve de poderoso encantamiento. La autobiografía de Rubén Darío nos ofrece una buena ilustración. El poeta va describiendo las experiencias religiosas de su niñez. Dice por ejemplo, al acercarse la fiesta de la Santa Cruz. Porque ¡oh, Dios de los dioses!, martirio como aquél, para mis pocos años, no os lo podéis imaginar. Llegado ese día, todos nos poníamos delante de las imágenes, y la buena abuela dirigía el rezo, un rezo que concluía después de varias jaculatorias con estas palabras:

Vete de aquí, Satanás, que en mí parte no tendrás, porque el día de la Cruz, dije mil veces: Jesús.

Pues el caso es que teníamos, en efecto, que decir mil veces la palabra Jesús, y aquello era inacabable. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!, y hasta mil; y a veces se perdía la cuenta y había que volver a empezar”.19) ¡Una parodia pagana de la promesa de que toda lengua reconocerá un día que Jesucristo es Señor!
Hasta aquí no se ha reconocido, en la religión sudamericana, el verdadero Señorío de Cristo. Se le ha conocido como el Señor del Sepulcro y el Señor de las Buenas Cosechas, como el arquetipo del amor herido y la garantía material de inmortalidad; se le ha conocido también como el poseedor de un nombre mágico. Pero todavía queda por conocerle como Jesús*), el Salvador del pecado y el Señor de la vida toda.

6.5.   ¡Paz! ¡Paz!...
Paz. He ahí una de las grandes palabras del lenguaje humano, por cuanto la realidad que connota ha sido una de las metas principales del esfuerzo del hombre. Es la búsqueda de paz lo que ha dado origen a toda religión y filosofía. ¡Pero cuán diversas las actitudes interiores que usualmente encubre esta palabra! Hay la paz del océano inmóvil del Nirvana y hay la paz que se asemeja al río. Hay la paz del haragán egoísta que mata el tiempo entre las vista, sonidos y aromas de un mundo irreal, y la paz del infatigable trabajador que sacrifica sueña y tranquilidad, amigos y fortuna, en el desinteresado esfuerzo de edificar un mundo real de verdad y bondad. Paz, paz”, decían algunos caudillos populares de otros tiempos, que se conducía con negligencia e inconsciencia criminal ante el peligro que amenazaba a su pueblo. Mi paz os dejo”. Decía Jesús en los momentos mismos en que se preparaba a arrostrar su pasión.
¿Qué clase de paz es la que más verdaderamente caracteriza la vida y experiencia religiosa en el catolicismo sudamericano? ¿Cómo se ha interpretado en esos países aquella paz de Diosque es el fruto inseparable del cristianismo? Dejemos que a tal pregunta respondan ciudadanos representativos del continente, hombres cuya posición eminente y sereno juicio, les dan el derecho de expresar una opinión. 
Veamos primeramente lo que opina el doctor Francisco García Calderón, quizá el escritor sudamericano más conocido y leído en el extranjero, peruano y autor del bien conocido libro: América Latina: su Origen y Progreso. En un artículo intitulado La Restauración Católica, de su libro Ideologías, publicado hace algunos años, García Calderón dice que el catolicismo iberoamericano se ha convertido en una fórmula social y un rito elegante. Las prácticas parasitarias ahogan la creencia tradicional. Los preceptos minuciosos sustituyen al fervor místico, la elevación moral y la inquietud producida por el pensamiento del destino y de la muerte. De acuerdo con un crítico italiano, prosigue García Calderón, muchos de los católicos en estos países pasan la vida ofreciendo adoración fetichista a sus santos de quienes solicitan el don de una buena cosecha y un premio en la lotería.
Un credo externo de esa índole es impotente para crear moralidad. Salvo que haya un renacimiento religioso que enseña cómo la letra mata y el espíritu da vida, América, amenazada ahora por Calibán, se convertirá en teatro de impuras concupiscencia y orgía utilitarias.

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*)        G2424 ησος = Iesoús: de origen hebreo [H3091]; Jesús (i.e. Yejoshúa), nombre de nuestro Señor y de otros dos (tres) israelitas:- Jesús, Josué. H3091 יְהוֹשׁוּעַ = Yejoshúa: o יְהוֹשֻׁעַ Yejoshúa; de H3068 y H3467; salvado de Jehová; Jeoshúa (i.e. Josué), líder judío:- Josué. Compárese con H1954, H3442. (Strong).

Particularmente significativa es esta opinión sobre la paz que resulta del esteticismo religioso, la etiqueta social y la indiferencia ética, por venir de un hombre que se educó en una escuela de sacerdotes franceses en Lima, que ha pasado buena parte de su vida en Francia y Bélgica, que es católico él mismo, y que está preocupado por el futuro del catolicismo en Sudamérica.
Alberto Cabero es un sociólogo chileno que publicó en 1926 un libro voluminoso intitulado Chile y los Chilenos. Refiriéndose a la vida religiosa de su país, escribe como sigue:

Las clases ricas, especialmente las mujeres, que desde niñas han recibido educación religiosa, se limitan a observar escrupulosamente las fórmulas consagradas, a concurrir con asiduidad a los actos rituales de la Iglesia, a recitar sin fervor las oraciones corrientes. Por hábito van a los templos, frecuentan los sacramentos y algunas, por conveniencia social aparentan cristiana piedad. Las impele a esta actitud la necesidad de conformarse con el orden social establecido, la docilidad y respeto al sentir común, el temor de lo ignoto. El verdadero sentimiento religioso, que exige recogimiento, introspección, absorción de la mente en la altura, y el misticismo que impone la necesidad íntima de comunicarse con un poder suprasensible y que es fuente de energía, perseverancia y abnegación, como es imposible tenerlos en la dispersión intelectual y sentimental en que nos agitamos, sólo se encuentran ya en pocos creyentes selectos, generalmente apartados del bullicio mundano”.20)

Cabrero se refiere en particular a la vida religiosa de las mujeres porque, mientras una gran mayoría de los varones en Sudamérica son, en todas partes, notoriamente irreligiosidad, las mujeres han observado al menos la exterior de la religión. En extremo sugestivo es también su referencia a los escasos creyentes selectos que se hallan paz y satisfacción espirituales apartándose del bullicio del mundo. La paz más elevada que el catolicismo español o hispanoamericano han podido concebir es la del monasterio o de un completo alejamiento del mundo real y de sus problemas. En cuanto a la piedad del clero, un sacerdote español muy notable que ha trabajado por muchos años en Chile en diferentes parroquias, hacía al autor de este libro, en 1929 la siguiente declaración: “Sólo he podido hallar una persona, en la vida eclesiástica de Chile, que me ha producido la impresión de vivir una vida piadosa: la priora de un convento”.
Consternado hallábase este buen padre por el estado de la religión en el país, al punto de lanzar este terrible cargo contra la moralidad del clero: “De unos seiscientos sacerdotes que he conocido en diferentes países sudamericanos, calculo que apenas un cinco por ciento observan pureza sexual”.
Entre los premios de literatura otorgado en 1928 en la República Argentina a autores nacionales, uno de los principales fue para el doctor Juan B. Terán por dos libros sobre la historia y sociología hispanoamericanas, intitulados EL Nacimiento de la América Española  y La Salud de la América Española. El doctor Terán fue por muchos años Rector de la Universidad de Tucumán, y hasta donde sabemos, es católico.
Sumamente  significativo es el encabezado La Irreligiosidad de América”, que le da a uno de los capítulos del segundo de esos libros.

 En cuanto a la clase elevadas de la sociedad –dice-, dan la impresión de que los hombres se mantienen extraños a toda preocupación religiosa, reputándola ‘asunto de mujeres’. En el mejor de los casos le otorgan una ‘neutralidad benévola’”. No son ateos  que serlo es un cierto modo signo de meditación del problema religioso-, sino indiferentes y epicúreos.
En cuanto es la religiosidad la afirmación de una causa suprema del universo y las aspiraciones de comunicarse con ella, un sentido a la vez racional y místico de la divinidad, que no requiere el estímulo del culto, es decir, en cuanto significa una pura espiritualidad que colinda con el arte y la ciencia, que creía deberes imperiosos sin otra sanción que la de la conciencia y trasciende en la vida como un sentimiento, podemos decir que en el mundo occidental es Hispanoamérica quien la tiene en menor grado”.21)
A esta expresión de opinión añadiremos la del compatriota de Terán, Ricardo Rojas, probablemente el hombre de letras más eminente de toda la América Latina en la actualidad. En 1927, siendo Rector de la Universidad de Buenos Aires, Rojas escribió un libro intitulado El Cristo Invisible, que produjo una profunda sensación en los países latinoamericanos. En capítulos posteriores tendremos oportunidad de referirnos a su posición religiosa general. Basta para el propósito presente con citar su opinión respecto a cómo es en realidad la vida religiosa de su medio. El libro está escrito en forma de diálogo.  En el curso de una conversación entre un obispo de provincia y su huésped, que resulta ser el propio autor, aquél hace la afirmación de que la tradición cristiana está viva en todos los pueblos ibéricos del Nuevo Mundo. A lo que el huésped replica: “La tradición católica, como forma externa, sin duda alguna; pero no así el sentimiento cristiano, como inspiración de la vida”. Y en seguida pasa a exponer lo que quiere decir con ello, en las siguientes palabras:

No son cristianos el fetichismo de la plebe ni la gazmoñería de la aristocracia. Se practica el culto, pero se ignora su significado. La caridad no es aquí sino instinto egoísta o vanidad mundana. La conciliación realizada por un San Agustín, entre el acatamiento a la disciplina eclesiástica y la necesidad de comprender a Dios como expresión excelsa de la verdad, buscándolo adentro de sí mismointerius intimo meo-, es algo que en nuestro país ni se practica ni se entiende. Si yo escribiese un libro para exponer mis inquietudes sobre este problema del alma, sería mirado con sospecha o con hostilidad”.

Más adelante añade:

En toda la América española no existe el habitó, ni el gusto, ni la compresión de estos problemas. Acaso en algunos países, como en el nuestro por ejemplo: nunca hubo verdadero inquietud religiosa”.

Lo que falta es la interiorización mental del cristianismo, como una necesidad de la conciencia.22) Los dos directores de universidades argentinas están de acuerdo en que al catolicismo sudamericano le han faltado dos rasgos constituyentes de la religión cristiana:
·      La experiencia espiritual interna, y
·      La expresión ética externa.
La gente posee una religión, pero la religión no la posee a ella. Han practicado la religión, pero no la han vivido. La religión no ha sido objeto de preocupación intelectual ni incentivo para la vida virtuosa. Las almas no han estado en agonía. Ha habido indiferencia, ha habido paz; pero esta última ha sido esa paz imponente, estética, que reina en los cementerios: paz de muerte, no de vida. Y no obstante, no nos sorprende hallar abogados de esa paz en Sudamérica.

Hace algunos años otro hombre de letras argentino, Manuel Gálvez, escribió una obra intitulada El Solar de la Raza. Es una evocación de España y sus tradiciones, espacialmente la religiosa. En la primera parte del libro, Gálvez, que es un católico argentino, hace una confesión franca en lo que toca al catolicismo de España. En España no existedice- ese fervor religioso que el observador sin prejuicio puede ver en Francia, ni el catolicismo profundo y militante de los belgas, canadienses, irlandeses, bávaros e italianos… El ambiente místico y católico que se siente en España procede de siglos pasados, cuando la fe era muy intensa; no de los españoles actuales, que, en general, son más formulistas que creyentes.23)
Al final del volumen cita con entusiasmo algunas palabras del autor francés Maurice Barrés en su Colline Sacré: “Quienquiera que seas, -habla la capilla, es decir, la Iglesia, la disciplina- no hay nada en ti tan excelente que te impida aceptar mi socorro. Yo te pondré de acuerdo con la vida.24)
Estas palabra de Barrés impulsan a Gálvez a expresar lo más profundo de su corazón con respecto a la religión. Rompe en un brillante panegírico*) de la educación impartida por la Iglesia: Solamente siguiendo una norma, solamente por la disciplina podemos adquirir la verdadera libertad del espíritu. La incredulidad, la duda, son terribles infiernos. Es la disgregación, la dispersión de nuestro yo. Los que retornan a la Iglesia re hallan la unidad de su ser, es decir, la felicidad”. Sigue una referencia al gran maestro de la paz. Ignacio de Loyola amaba la obediencia sobre las demás virtudes, y con la alta clarividencia de su genio halló en ella el elixir de nuestra felicidad interior. Por eso la enseñanza de los jesuitas a inculcar a los niños el espíritu de obediencia y de disciplina, es decir, tiende a asegurarlas una norma para toda la vida, e evitarles los tormentos de la inquietud o a asegurarles el retorno de la paz”.25)
¡Con cuánto ingenuidad parece Gálvez no darse cuenta de que puede existir, y en efecto existe, una estrecha conexión entre la actitud formalista y la falta de fervor místico que encontró en España, y que él sabe bien que es regla en Sudamérica, y la obediencia y paz de Loyola! ¿Y está seguro acaso de que la orden que lleva el nombre de Jesús no ha conseguido crear una religión y una ética que son igualmente hostiles a la religión de Jesús y la fe de Cristo?
Pero no se sorprenda Gálvez tampoco de que entre sus propios compatriotas y otros sudamericanos en general se hallan espíritus ardientes que han empezado atrasar una distinción entre el catolicismo hispánico y el cristianismo y que expresan su preferencia por el uno o por el otro. Relata Unamuno que una vez se encontró con un escritor sudamericano que mostraba decidida preferencia por lo primero. No olvidaré en mi vidadice el pensador español- lo que me dijo en ciertas ocasión un famosísimo y muy discutido escritor sudamericano hablando de cosas de religión”. “Yo, amigo Unamuno, soy católico; me atrae al catolicismo precisamente lo que a usted de él le repela, lo que le diferencia de las demás confesiones cristianas: su lastre pagano, la pompa del culto y el casuismo, sobre todo el casuismo, esa maravilla jesuítica”.26)
Por otra parte, Octavio Bunge autor de Nuestra América, el mejor libro que se ha escrito sobre sociología sudamericana, condena como anticristiana la religión que tuvo origen en España y que se propagó en el Nuevo  Mundo. El fanatismo  español, dice, era soi-disant catoliquísimo y en realidad anticristiano, mientras la masa del pueblo no tomó de la piedad evangélica más que las formas exteriores”.27)
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*)            panegírico, ca. (Del lat. panegyrĭcus, y este del gr. πανηγυρικς). adj. Perteneciente o relativo a la oración o discurso en alabanza  de alguien. Discurso panegírico. Oración panegírica. || 2. m. Discurso o sermón en alabanza de alguien. || 3. Elogio de alguien, hecho por escrito. (Microsoft® Encarta® 2008).


A Sudamérica llegó un Cristo que ha puesto a los hombres de acuerdo con la vida, que les ha dicho que la acepten tal como es, y las cosas tal como son, y la verdad tal cual parece ser. Pero ¿el otro? ¿El que hace que los hombres no estén satisfechos con la vida tal cual ésta es, y con las cosas tal como son, y que les dice que, por medio de EL, la vida será transformada, y el mundo será vencido, y sus seguidores serán puestos de acuerdo con la realidad, con Dios y con la verdad? Este otro Cristo quería venir pero se lo estorbaron Más hoy, de nuevo, se escuchan voces de primavera que anuncian su llegada.

 






AMIGO: NO BUSQUES AL OTRO CRISTO ESPAÑOL.   

BUSCA AL CRISTO RESUCITADO AL QUE ESTA EN EL CIELO, AL QUE INTERCEDE POR LOS HOMBRES, Y QUIENES LO SIGUEN.


¿LA DIFERENCIA: EL CRISTO HISTORICO Y EL RESUCITADO?
___________
1)         Ricardo Rojas, El Cristo Invisible, págs. 86, 87.
2)         Id. Pág. 126.
3)         El Cristo Español”, en Mi Religión y Otros En ensayo, Col. Austral, Espasa-Calpe, pág. 31.
4)         Vol. IV diciembre, 1909 “Spanish Religion” (Religión española)   
5)          Historia de la Civilización Ibérica, pág. 257.
6)          Del Sentimiento Trágico de la Vida, pág. 76.
7)           The Soul of Spain (El alma de España),  pág. 54.
8)          Citado en un ensayo escrito especialmente para el autor.
9)          Retrad.
10)        El ideal en a educación, págs., 26, 27.
11)        Historia de la Civilización Ibérica, pág. 345.
12)        Autobiografía. Obras competas Editorial “Mundo Latino”, Madrid vol. 15, págs. 19,20.
13)         Historia Interna Documentada de la Compañía de Jesús. Sección, “La enseñanza de la fe”. Págs. 1931, pág. 166.
14)         La Agonía del Cristianismo, Madrid, 1931, pág. 166.
15)          Op. Cit., págs.. 192, 193.
16)         El Cristo Invisible, 1928, pág. 204.
17)         Gálvez, op, cit. Cap. “El Viático”.
18)         La Agonía del Cristianismo, pág.160
19)        Autobiografía, Obras completas, vol. 15, págs. 18, 19.
20)        Cabero, op. Cit., págs. 375-376.
21)        Op, cit. Pág. 68.
22)        Op. Cit. Págs.. 258, 261-2, 265.
23)        Op. Cit. Pág. 49.
24)        Id. Pág. 256.
25)        Id., págs., 256, 257.J. A. M. subraya.
26)        Ensayos, Vol. VII, pág. 119.
27)        Op, cit., págs., 65, 66.

Véase capítulo VII.



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