viernes, 10 de julio de 2020

Capítulo VI (1) SUDAMERICANIZACIÓN DE UN CRISTO ESPAÑOL:


Capítulo VI (1)
SUDAMERICANIZACIÓN DE UN CRISTO ESPAÑOL:

Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Nuestro interés ha sido hasta aquí psicológico e histórico. El primer capítulo era un estudio del alma ibérica  según se ha expresado en la vida de España y Sudamérica. Los cuatro capítulos siguientes fueron un repaso del curso que el catolicismo ha seguido en Sudamérica desde la Conquista a nuestros días. Ensayamos ahora una interpretación del catolicismo español como sistema religioso, en especial referente a su naturalización en el continente sudamericano.

6.1.   El Rey Andino En Belén:
He poseído otro (crucifijo*) de plata, proveniente del Alto Perú, labor de algún oribe colonial, y el crucifijo es un indio con tres pelos en la comisura de los labios por única barba. Tenemos un Cristo indio, y estoy me consuela, ya que en los tres Magos que adoraron a Jesús en Belén, sólo figuran las razas de los continentes conocidos entonces, Faltaba en ese cortejo el rey cobrizo, el Inca de América. Quince siglos más tarde llegó a Belén el hombre americano1).
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*)         Crucifijo. (Del lat. crucifixus, crucificado). m. Efigie o imagen de Cristo crucificado. (Microsoft® Encarta® 2008).

De esta simbólica manera expresa un escritor sudamericano contemporáneo el hecho histórico de que en el siglo dieciséis el continente sudamericano vino a formar parte de la cristiandad. Como quiera que se haya logrado esa incorporación, si por violencia o convencimiento, por conveniencia o convicción, o por una mezcla de una y otra cosa, el hecho es que la raza de que el Inca Atahualpa y el araucano Caupolicán son representantes históricos, fue admitido por el bautismo en el seno de la Iglesia Católica Romana.
El rey cobrizo vino a Belén, pero parece que, a diferencia de los tres visitantes del oriente, quien más le impresionó fue la Virgen Madre. Al menos, adoptó al niño y a su madre”, y los adapto a su gusto pagano primitivo. La trinidad sudamericana es probablemente la más original que existe. Ricardo Rojas, el distinguido autor acabado de citar la describe en el mismo libro. Posee una imagen de la Trinidad que en un tiempo perteneció a una capilla colonial: “El Jehová de los Tiempos en un Cristo; la Paloma del Espíritu es un Cristo; el Cristo que los refunde es una sola figura es un criollo de tipo español y la Virgen a quien coronan las Tres Personas Divinas con gesto simultáneos y simétrico, es una linda cholita peruana, de faz trigueña, de pómulos salientes, de negro cabello lacio2). Concuerda con esta apoteosis de la Virgen una inscripción que puede leerse en el dintel de una vieja iglesia colonial de Cuzco, la antigua capital de los Incas:

Venid a María todos los que estéis cargados y sobrecargados y ella os hará descansar”.

Una Virgen, suntuosamente ataviada, la Virgen de la Merced, en cuyas manos puso, hace algunos años, el Presidente Leguía (Perú), un cetro de oro, es la patrona del ejército peruano, y en consecuencia, de los destinos de la nación. En lo alto del San Cristóbal, la empinada eminencia que domina la ciudad de Santiago de Chile, se levanta el más notable monumento del país, una gigantesca estatua de la Virgen, cuya corona, rematada de luces, lanza por las noches sus destellos sobre la ciudad.

En Argentina, la Virgen de Lujan recibe el homenaje popular como patrona de la gran república. En diciembre de 1931 se celebró en México el cuarto centenario de la milagrosa aparición de la Virgen de Guadalupe.

Pero, por mucha sombra que e hicieron su Santa Madre también Cristo vino a América.  Desde Belén y el Calvario, pasó por África y España en su largo viaje al occidente hasta las pampas y las cordilleras. Pero ¿fue realmente El quien vino, o fue otra figura religiosa que portaba el mismo nombre y algunas de sus marcas? Pienso a veces que el Cristo, de paso al occidente, fue encarcelado en España, mientras otro que tomó su nombre se embarcó con los cruzados españoles hacia el Nuevo Mundo, un Cristo que no nació en Belén sino en Norafricana:

Este Cristo se naturalizó en las colonias ibérica de América, mientras el Hijo y Señor de María ha sido poco más que un extraño y peregrinó en esas tierras desde los tiempos de Colón hasta el presente”.

6.2.   La Religión De Un Cristo Español Que Nació En Tánger:

El Cristo español –me ha dicho muchas veces Guerra Junqueiro- nació en Tánger”, escribe don Miguel de Unamuno.3)
En cuanto al parentesco del cristianismo español, que estas famosas palabras surgieron, el escritor español está en el más completo acuerdo con su colega el literato portugués. Y hasta Unamuno va más lejos, pues identifica la fe popular del musulmán africano y el católico español. En un artículo escrito en 1909 para la revista The English Woman (La mujer inglesa), refiere la conversación que tuvo una vez con un jesuita y que es extraordinariamente  sugestiva. “Un día –escribe- un jesuita me dijo que es  imposible convertir moros y musulmanes. Y yo le conteste:

“¿Cómo puede usted esperar convertirlos cuando ya están convertidos? La religión popular que vive es igual a la nuestra. Nuestros campesinos creen en Dios y la inmortalidad del alma, en un cielo en que continuaran su vida terrenal salvo que ahí ya no estarán en la miseria, y en que habrá ferias y peregrinaciones. Todo cuanto ya más allá de este sencillo credo, y lo admiten simplemente como adorno. Y la sustancia de esta fe es la misma que la de los moros. Nada tiene valor para nosotros excepto las doctrinas por las que vivimos; y nuestro pueblo no vive por otra doctrina que ésa. Todo ese negocio del  Filioque, y aun de la Trinidad, no son para el español otras cosa que Teología, ciencia, es decir, ironía y escepticismo, un artificio ético para auxilio de su economía mental. Sus demandas estéticas quedan satisfechas con la tragedia de la Pasión, que transverbera su alma por ser tragedia. ‘Y esta tragedia fortalece su fe en la inmortalidad, la cual es una fe que tiene un fundamento trágico’ ”.4)

Tragedia e inmoralidad. El sentido de la tragedia y una pasión de inmoralidad son todavía la trama y urdimbre de la religión popular española, como la eran cuando se descubrió América, salvo tal vez, que durante los siglos intermedios ese sentido de lo trágico se ha profundizado. Tales sentimientos han influidos hondamente en el concepto español de Cristo, y al mismo tiempo, en muchos de los puntos de vista característicos del catolicismo español.

Aparte de ellos no pueden entenderse ni evaluarse el Cristo español y la religión que en Él tiene su centro.
Cristo se nos  presenta como la Víctima trágica. Su imagen pertenece a un tipo clásico de figuras angustiosas en el arte religioso de España. ¡Con cuánto realismo describe Oloveira Martins las horrendas obras maestras del arte de Zurbarán, Herrera e Ibera! “Monjes escuálidos visiones pavorosas, Prometeos dilacerados, monstruos humanos, torturados por violencia y dolores, extendidos sobre telas oscuras, sobre fondos negros, con espacios rasgados por claridades ofuscantes.5)
Pero más trágicas que todo lo demás son las figuras de Cristo. Imágenes lastimadas, lívidas, exangües y escurrientes sangre, Cristo retorcidos que lucha con la muerte, Cristo yacente que han sucumbido a ella: por toda la Península se hallan esos Cristos tangerinos quintaesencia de una tragedia que no acaba nunca.
Unamuno*) ha descrito uno de éstos, que encontró en la Iglesia de la Cruz en Palencia. En el Cristo Crucificado de Velásquez, se representa a Jesús moribundo, pero en el Cristo yacente de Palencia, acunado en los brazos de monjas franciscanas, está para siempre muerto. Se ha hecho la encarnación de la muerte misma. La única luz que ilumina su espantosa palidez desciende de una lámpara que arde ante la Virgen Madre, esa Virgen Madre toda cielo y toda vida”. Y Unamuno añade con tono melancólico:

Este Cristo, inmortal como la muerte no resucita; ¿para qué?, no espera sino la muerte misma. De su boca entreabierta, negra como el misterio indescifrable, fluye hacia la nada  a la que nunca llega, al desenvolvimiento. Porque este Cristo de mi tierra es tierra”.

Este Cristo cadáver que como tal no piensa, libre está del dolor del pensamiento, de la congoja atroz que allá en la huerta de olivar al Otro –con el alma colmada de tristeza- le hizo pedir al Pedro que le ahorrara el cáliz de la pena…”.

No es este Cristo el Verbo que se encarnara en carne vividera; este Cristo es la Gana la real Gana, que se ha enterrado en tierra; la pura voluntad que se destruye muriendo en la materia…”.

Este Cristo español que no ha vivido, negro como el mantillo de la tierra, yace cual la llanura, horizontal, tendido sin alma y sin esperanza, con los ojos cerrados caer al cielo…”.

Y las pobres franciscanas del convento en que la Virgen Madre fue tornera –la Virgen toda cielo y toda vida sin pasar por la muerte al cielo vuelta- cunan la muerte del terrible Cristo que no despertará sobre la tierra, porque él, el Cristo de mi tierra, es sólo tierra, tierra, tierracarne que no palpita, tierra, tierra, tierra, tierra cuajarones de sangre que no fluye, tierra, tierra, tierra, tierra

“¡Y Tú, Cristo del Cielo, redímenos del Cristo de la  tierra!”*
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*)           Miguel de Unamuno: 2. Obra literaria:
Cultivó todos los géneros literarios: fue poeta, novelista, autor teatral y crítico literario. Su narrativa comienza con Paz en la guerra (1897), donde desarrolla la “intrahistoria” galdosiana, y continúa con Niebla (1914) —que llamó nivola, en un intento de renovar las técnicas narrativas—, La tía Tula, y San Manuel Bueno, mártir (ambas de 1933).
Entre su obra poética destaca El Cristo de Velázquez (1920), mientras que su teatro ha tenido menos éxito, pues la densidad de ideas no va acompañada de la necesaria fluidez escénica; en este terreno destacan Raquel encadenada (1921), Medea (1933) o El hermano Juan (estrenada en 1954). (Microsoft ® Encarta ® 2008).
*            “El Cristo Yacente de Santa Clara de Palencia”, en Andanzas y Visiones Españolas.




      Culto a la muerte:

La oración que Unamuno infunde a estas palabras con que concluye, arroja un rayo de luz profética a través de la vida e historia religiosa de España y Sudamérica.
En religión española, Cristo ha sido el centro de un culto de la muerte. Pero, de modo bastante paradójico, fue la pasión por la vida e inmortalidad carnales lo que creó este interés en la muerte. El Cristo muerto es una víctima expiatoria. Los detalles de su vida terrenal hacen muy poco al caso y se tiene relativamente poco interés en ellos. Se le considera como un ser puramente sobrenatural, cuya humanidad, siendo sólo aparente, tiene muy poco que ver en materia de ética con la nuestra. Este Cristo Docetistas murió como víctima del odio humano, y con el fin de otorgar inmortalidad, es decir, la continuación de la presente y carnal existente.    

Santa Teresa de Jesús: Teresa de Jesús (1515-1582), monja carmelita, escribió El libro de mi vida por imposición de su confesor. Por lo tanto no se trata ni de un diario personal ni de una autobiografía voluntaria; es un texto escrito sabiendo que alguien lo va a leer y analizar buscando la causa y razón de los arrebatos místicos que la santa decía pasar. En este fragmento, leído por una actriz, Teresa de Ávila cuenta de una manera ingenua y chispeante lo que de niña entendía que pudiera ser el martirio. Microsoft ® Encarta ® 2008.

La contemplación de su pasión produjo una especia de catarsis, como diría Aristóteles, en el alma del devoto, así como en la corrida de toros, creación análoga del espíritu español, al espectador de España ve y siente la muerte, con toda su terrible realidad, en la suerte de una víctima. La sensación total intensifica su conciencia de la realidad y de lo terrible de la muerte; lo cual aumenta su pasión por la vida, y en la esfera religiosa, lo hace abrazarse desesperadamente y trágicamente de la muerte. Víctima que murió para darle  inmortalidad.

Santa Teresa:

La pasión religiosa española por la vida no se propone, sin embargo, la vida en el sentido cualitativo de San Juan; pues ha sido un ansia no de generación sino de inmortalidad, de una inmortalidad total en su sentido más vil y más sublime”. Su terror supremo no ha sido el pecado sino la muerte. La preocupación soberana de no morir es la fuente principal de la religión histórica de España. ¡De cuán impresionante manera nos topamos con ella en la experiencia religiosa de la Península y cómo imparte color a toda su vida y sus dogmas! Se refiere que cuando Santa Teresa era una pequeña de siete años, ella y su hermano, que tenía más o menos a misma edad, escaparon un día de su casa para ir a buscar el martirio a manos de los moros.
El objeto de Teresa, como nos lo dice ella misma en su autobiografía era conquistar la vida inmortal en la forma más segura y sencilla. Años más tarde, cuando hubo trascendido la fe popular, dio expresión a la misma pasión en una de las frases más notables de la literatura religiosa: Muero porque no muero”. Muerte era para ella, en otras palabras, no poder morir para así entra en la vida inmortal. Moría por morir.
Esa misma pasión hace del español un kantiano en su apologética de la existencia de Dios. Para Kant debe de haber un Dios que garantice que la buena voluntad alcanzará la felicidad. “Si no hay otra vida, si nos morimos por completo, ¿para qué había de haber Dios?”, decía una vez un rústico español. Dudar de la Salvación entendida como una vida feliz después de la muerte, tan mala como hubiera sido la vida vivida en la tierra, es pecado mortal.
En el famoso drama de Tirso de Molina, El Condenado por Desconfiado”, Pablo el ermitaño se va irremisiblemente al infierno por haber dudado de su salvación, mientras Enrico, el bribón y asesino, teniendo una ingenua confianza en que Dios, en su misericordia, pasará por alto sus ofensas –que el protagonista confiesa muy de mal grado y sólo para complacer a un viejo sacerdote- se va al paraíso. Unamuno se refiere a un caso semejante que ocurre en un poema del catalán Juan de Maragall. El bandido Suralonga está a punto de morir. Después de un penoso y forzado arrepentimiento en presencia de la muerte, le pide al verdugo que no le corte la cabeza hasta que él haya llegado, repitiendo el credo, a las palabras: “Creo en la resurrección del cuerpo”.
Tal actitud religiosa tendió, naturalmente, a producir un tipo de fe completamente privada de contenido así intelectual como ético. La base de la certeza de la inmortalidad no era, en último análisis, la creencia en una revelación divina ni en el dogma de la expiación, sino la fe ciega en la autoridad e infalibilidad de la Iglesia que la enseñaba. La fe religiosa popular ha pertenecido siempre en España a esa especie particular que los propios españoles llaman la fe del carbonero”, y cuya fórmula se puede encontrar en anécdotas como la siguiente. Preguntaron cierta vez a un rústico español: “¿Qué es lo qué crees?”. Y respondió: -Yo creo lo que cree la Iglesia- ¿Y qué cree la Iglesia = La iglesia cree lo que creo yo? La mente española no es filosófica por naturaleza ni toleraría la conciencia española que un Aquino le racionalice su fe. ¡Con decir que se ha considerado que el pecado contra el Espíritu Santo es pensar por cuenta propia! “Ya se ha oído aquí, en nuestra Españadice Unamuno- que ser liberal, esto es, hereje, es peor que ser asesino, ladrón o adúltero. El pecado más grave es no obedecer a la Iglesia, cuya infalibilidad nos defiende de la razón.6)
Aun los grandes místicos, cuya religión era completamente distinta de la popular y oficial del país, se cuidaron de decir en sus escritos que sometían sus opiniones y experiencias al juicio superior de la Iglesia. No me lo preguntéis a mídijo una vez Santa Teresa- que soy mujer ignorante. Doctores tiene la Iglesia que sabrán cómo responder”.

Siendo tal el caso, era inevitable que no permitiéndose coyuntura para la apologética o el juicio privado, el ritual asumiese una exagerada importancia, convirtiéndose en una suerte de magia. El católico español no sólo aceptó la doctrina de la transubstanciación*), sino que para él la hostia se convirtió en el Pan de la inmortalidad”. Participan de ella no para hacerse mejor alimentándose de Cristo, sino la comía como si fuera receta mágica, prescrita por sus consejeros espirituales, para vivir eternamente. Pizarro, Almagro y el fraile Luque participaron en Panamá de la misma oblea consagrada, para sellar su pecto y asegurarse fuerza para la empresa. En otras palabras, se hace uso, para fines privados, de Cristo en la Eucaristía**). Se le toma por el rigor mortal y la vida inmortal que puede dar, pero no como Señor de la Vida a cuya influencia el alma se somete.
El sacramento aumenta la vida sin transformarla. Lo ético se halla ausente y la magia ritualista usurpa su lugar.
Hablando de la extremada tendencia ritual de la religión española, Havelock Ellis hace notar, muy veraz y sugestivamente, que extraña una fe en la exterioridad que equivale casi al fetichismo”.
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*)           Transubstanciación. (Del lat. eclesiástico transubstantiatĭo, -ōnis). f. transustanciación..transustanciación. f. Conversión de las sustancias del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo. (Microsoft® Encarta® 2008)
**)         Eucaristía. (Del lat. eucharistĭa, y este del gr. εχαριστα, acción de gracias). f. Rel. En la Iglesia católica, sacramento instituido por Jesucristo, mediante el cual, por las palabras que el sacerdote pronuncia, se transustancian el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. || 2. Rel. misa (ǁ celebración de la eucaristía).




         Devoción de la Cruz:


Cristo yacente: Gregorio Fernández fue el escultor español más representativo del realismo castellano y el creador de la escuela vallisoletana. Su Cristo yacente (1614, convento de los Capuchinos, El Pardo, Madrid), que forma parte de un paso procesional, muestra el patetismo y sufrimiento característico de sus figuras. (Microsoft ® Encarta ® 2008).
Y añade, con palabras que recuerdan a Unamuno: “Parece haber sido un español, Ramón de Peñafort, quien primero menciona al perdón del pecado venial mediante la aspersión con agua bendita, en uno de los dramas de Calderón, la Devoción de la Cruz, un hombre comete toda surte de crímenes, pero como retiene su respeto por la cruz,  el símbolo de la redención, al fin y al cabo por él se salva; es que no ha violado su tabú7).
Hablando en términos filosóficos, el catolicismo español ha pasado directamente de la estética a la religión, salvando de un salto la ética. El Cristo tangerino, y la religión que se formó en derredor de él, tienen valores estéticos y religiosos, pero carecen ambos de ética. Quién haya visitado Sevilla durante la Semana Santa jamás olvidará la escena de dolor que tiene lugar en la catedral al mediar la noche del viernes de La Pascua. ¡Regadas por toda la inmensa nave, al través de la cual tiende lúgubre sombra el enorme velo oscuro que cubre el Altar Mayor, las mujeres plañen y gimen durante la noche entera. Pero una voz que el repique de las campanas anuncia al día siguiente que Cristo ha resucitado, el populacho se levanta con El de su semana de lamentación… para asistir a la primera corrida de toros de la temporada! La falta de una ética es lo que constituye el problema de la religión española, igual que la religión trasplantada al Nuevo Mundo por la última Cruzada.
Careciendo de conexión necesaria sea con la buena razón o con a buena conducta, esa religión se ha propagado mejor provocado el miedo. El sermón que lleva fruto –dice el padre Vieyra, predicador del siglo dieciséis- es el que produce dolor, cuando el oyente tiembla cuando sale del sermón confundido y sin habla”. Para suscitar la fe del carbonero”. Y salvar un alma de la muerte, puede en ocasiones hacerse necesario amenazar el cuerpo con el sufrimiento y la muerte, y hasta cortar de una buena vez el hilo dorado de la vida terrestre. Así pues, el potro de tormento, como alguien ha dicho, se convirtió en arma mística en manos de Torquemada y la Inquisición pudo considerarse como un medio de gracia:
·    Un Cristo a quien se conoce en vida como un niño y en la muerte como un cadáver, cuya infancia desvalida y trágica dado preside la Virgen Madre;
·      Un Cristo que se hizo hombre en interés de la escatología y cuya realidad permanente reside en una obra mágica que dispensa inmortalidad;
·      Una Virgen Madre que por no haber gustado la muerte, se convirtió en la Reina de la Vida: ¡tal el Cristo y tal la Virgen que vinieron a América¡ El cómo Señor de la Muerte y de la vida por venir;
·       Ella como la Señora Soberana de la vida presente.

6.3.   Cristóforos En El Mundo De Colón:
Cristo vino a América, Según hemos  visto ya, Colón consideraba que su propio nombre encerraba una profecía de la misión capital de su vida: portar a Cristo y llevarlo al Nuevo Mundo.
Hemos pasado revista ya a algunos de los Cristóforos primitivos que siguieron al gran genovés; conquistador con una cruz en sus banderas; monjes guerreros como Valverde; en encomenderos, los terratenientes evangelistas; el Anti conquistador, Las Casas que compró a Cristo ha llevado precio forjadores de un imperio teocrático, tales como los jesuitas que fueron al Paraguay. Al lado de éstos vinieron de España y Portugal, o nacieron en la propia Sudamérica, otra mies cuyos nombres se han olvidado, sacerdotes, frailes o monjas que fueron Cristóforos de profesión. Para poder estimar la significación religiosa de la vida y enseñanzas es estos Cristóforos profesionales, debemos considerarlos desde tres ángulos distintos:
·         Su personalidad,
·         Sus métodos de instrucción religiosa, y
·         La imagen concreta de Cristo que presentaron a sus convertidos y catecúmenos.

(1)Personalidad:
Muchos de los sacerdotes, frailes y monjas católicas que vinieron a Sudamérica de los países maternos, así como muchos otros nacidos en las tierras nuevas, eran almas puras y son consagradas que vivían en estricto acuerdo con su conciencia y su visión de Cristo. Las Casas y Anchieta no estaban solos. Para mencionar sólo a los nacidos en el Nuevo Mundo, tenemos tipos religiosos criollos como Santa Rosa de Lima, con quien habiendo venido en causal contacto el caballero español Don Ramiro, héroe de la famosa novela sudamericana La Gloria de Don Ramiro, del argentino Enrique Larreta, se convirtió de libertino en monje ascético. Otro de la misma calidad que Santa Rosa fue el fraile peruano Martín de Porres. Hubo en la época colonialdice el doctor José Gálvez- un criollo muy interesante en la persona del beato fray Martín de Porres, en quien se encuentra un profundo sentimiento de caridad y amor que se hace extensivo a todos los seres, aun a los animales, y en quien brilla una benigna actitud franciscana hacia la vida; pero él es único.8)
Vivía en Argentina, allá por los comienzos del periodo republicano, un verdadero santo en la persona del padre Esquiú, obispo de Córdoba. Además de hombre culto y gran orador, Esquiú era un ideal pastor de almas, tan humilde y recatado que, habiendo sabido de su nombramiento al arzobispado de Buenos Aires huyó a Bolivia para no asumir tal oficio. Uno de sus compatriotas más distinguido le ha llamado el hombre más parecido a los santos que ha nacido en suelo argentino. Y sin embargo, aun el piadoso Esquiú era más ascético que místico.
El crítico literario peruano, José de la Riva Agüero, ha hecho observar que el periodo colonial no produjo figuras de escritorios verdaderamente místicos, sino simplemente ascéticos. Otro hecho indubitable es que la producción literaria del catolicismo sudamericano ha sido infinitésimamente pequeña. Es extraordinario, pero no menos cierto, que los portadores de Cristo tradicionales en estos países han producido, desde los tiempos de la Conquista (invasión) hasta hoy, ningún libro realmente grande y original sobre el cristianismo. Por otra parte, un muy gran número de los Cristóforos profesionales de estas tierras –según opinión sudamericana- la mayoría, lejos de haber vivido a Cristo lo han negado con su manera de vivir, Difícil es exagerar las condiciones morales que han prevalecido en las filas del sacerdocio sudamericano.

Hasta tiempos recientes, la castidad era entre el clero, no regla, sino la excepción.
Una novela bien conocida de una autora peruana, escrita hacia fines del siglo pasado, e intitulada Aves sin Nido, describe las cosas tal como han sido, y en muy gran medida, tal como son todavía a ese respecto. Dos jóvenes se enamoraron.
En víspera de su casamiento descubren, horrorizados, que ambos son hijos del mismo obispo. La madre de la novia es la esposa de un pobre indio; la del enamorado, esposa del magnate local de una aldea. Un sacerdote, Pascual, que desempeñó un papel principal en la novela, hace el siguiente comentario: “Infeliz del hombre a quien se arroja al desierto del sacerdocio sin el sostén de la vida de familia”.9)
Cuando la noble pareja que adoptó a Marcelo, la desdichada heroína de la historia, pasa por Arequipa, capital del sur del Perú, en camino a la costa, Doña Lucia dice a su esposo Don Fernando: “Me han dejado atónita dos cosas en este pueblo, el número de frailes que andan por las calles, y (con suspiro desde el fondo de su corazón) y el número sorprendente de huérfanos en la Casa de los Expositores. ¡Ho, Fernando! Sé que en las clases bajas, una mujer no arroja así a los pedazos de su almaQue Dios me perdone el mal pensamiento, pero esta idea mal ha sugerido el más triste de los pensamientos, al recordar, sin querer, el secreto de Marcela”.
Quienquiera que esté íntimamente familiarizado con la vida sudamericana sabe cuán común es que los católicos piadosos hagan una bien clara distinción entre el sacerdote como hombre y como funcionario religioso. Muchos le oirán tranquilamente decir misa pero ni por la mente les pasará la idea de invitarlo a su casa.

(2)Método:
Con respecto al método pedagógico empleando por el Cristóforo sudamericano, hallamos que se distingue por el Cristóforo sudamericano hallamos que se distingue por dos características principales:
·      Es catequético, y Sensual.
La religión se ha presentado al entendimiento por medio de definiciones y fámulas cristalizadas, y a los sentimientos bajo la forma seductora de las ceremonias.

1- Catequético: Luis de Zulueta, uno de los pedagogos y hombres de letras más distinguido de la España contemporánea, nos ofrece una descripción admirable del método de catecismo empleado por la educación religiosa impartida por los mentores sacerdotes españoles e hispanoamericanos. Zulueta introduce su descripción de este método, según se usa dentro del gremio del catolicismo, con una anécdota de la educación religiosa del famoso escritor alemán Novalis. Se trata de una anécdota tan pintoresca y simbólica que no podemos resistir a la tentación de citarla íntegra: “Cuenta Tieck que yendo de visita a casa del padre de Novalis, cuando éste todavía niño, llegó una vez en ocasión en que se oía al viejo señor de Hardenberg gritar y reñir de manera inconveniente en una habitación contigua… -¿Qué pasa? –preguntó sorprendido. –Nada- le contestó el criado tranquilamente-; el señor está dando a su hijo la clase de Religión”.
Y añade: Todos hemos escuchado alguna vez el canturreo machacón de un grupo de niños que recitan automáticamente páginas y más páginas del catecismo de la doctrina cristiana (Católica). El mecanismo de la memoria hace lamentables prodigios. Monótonamente van pasando series y listas de palabras: diez mandamientos, luego otros cinco, siete sacramentos catorce artículos otras catorce obras de misericordia, siete pecados, siete virtudes, tres enemigos del alma, tres virtudes, otras cuatro más, tres potencias, cinco sentidos, siete dones, doce frutos ocho bienaventuranzas cuatro postrimerías, nueve cosas por las que se perdona el pecado venialAdemás la sarta de preguntas y respuestas; cuántas naturalezas hay en Cristo cuántas personas, cuántas entendimientos, cuántas voluntades, cuántas memorias; lo del rayo del sol por el cristal; a esencia, la presencia la potenciaEstán dando  los niños la clase de religión”.

Lo cual Zulueta añade esta observación: “El esfuerzo es grande; grande la fatiga: no puede ya hacerse más para impedir el anhelo evangélico: ‘Dejad que los niños se acerquen a mí .10)
Huelga todo comentario cobre este método de presentar la religión y a Cristo a la juventud. Las consecuencias que ha producido son en sí mismas suficientes comentario. Quienes han recibido su educación religiosa conforme a tal método se han dejado hundir en el sopor de la fe del carbonero o han reaccionado radical y trágicamente contra todo especie de religión. Es una consideración mayoría lo que en Sudamérica ha seguido el segundo camino. Los anticlericales más violentos del continente han sido educados en instituciones clericales.

2- Los grandes maestros del método sensual han sido los jesuitas. Los seguidores de Loyola descubrieron que las ideas germinan cuando se ha rodeado la imaginación de una atmósfera sensual, con lo que se entregaron, con el mayor cuidado, a preparar el ambiente más propicio para moldear el pensamiento. Como su principal, no era transformar la personalidad sino utilizarla para sus propios fines, procedieron de lo externo a lo interno. Se esforzaron por dominar y moldear la mente de los niños y de las gentes primitivas mediante la sensualidad del arte y el aliciente de las recompensas, al paso que, valiéndose de métodos políticos, procuraban convertir las sociedades enteras en vasallas de su voluntad. Como digiera el eminente historiador y psicólogo portugués. Oliveira Martins, pretendían:

Conquistar el mundo para Dios no con las armas del cielo, sino con las de la tierra; no con la plegaría y el ejemplo, sino con la política y la maña11).

Rubén Darío, a quien se considera generalmente como el más grande poeta latinoamericano, se educó en un colegio de jesuitas en Nicaragua. En su autobiografía nos hace un relato iluminador de su experiencia como alumno:

Entré en lo que se llamaba la Congregación de Jesús, y usé en las ceremonias la cinta azul y la medalla de los congregantes. Por aquel entonces hubo un grave escándalo. Los jesuitas ponían en el altar mayor de la iglesia, en la fiesta de San Luis Gonzaga, un buzón, en el cual podían echar sus cartas todos los que quisieran pedir algo o tener correspondencia con San Luis y con la Virgen Santísima. Sacaban las cartas y las quemaban delante del público; pero se decía que no sin haberlas visto antes. Así eran dueños de muchos secretos de familia, y aumentaban su influjo por estas y otras. El Gobierno decretó su expulsión, no sin que antes hubiese yo asistido con ellos a los ejercicios de San Ignacio de Loyola, ejercicios que me encontraban y que mí hubieran podido prolongarse infinitivamente, por las sabrosas vituallas y el exquisito chocolate que los reverentes nos daban12).

Dentro del ideal jesuita de la educación, el amor a la verdad por la verdad misma desempeña poco o ningún papel. Según el padre Miguel Mir, miembro finado de la Academia Española, y probablemente el más eminente de quienes han abandonado la orden jesuita, la intelectualidad jesuita se caracteriza por sus rasgos principales: “un cierto espíritu de independencia y de contrariedad u oposición a toda manera de educación extraña a ellos y en especial a la que establecida, formada y asentada por la tradición y segundo, la ausencia, atenuación o falseamiento del espíritu propiamente científica e inspirada por el puro amor a la verdad y por el deseo desinteresado de buscarla, conocerla y declararla13)
San Miguel Arcángel:

Con lo cual coincide lo referido por Unamuno, que se educó de joven en la escuela de San Luis Gonzaga, en Bilbao. En una ocasión se llamó a un médico amigo suyo al Seminario de la Compañía de Jesús, en Oña, a visitar a un novicio que se hallaba enfermo. En una de las galerías de la parte privada del edificio, sus ojos se toparon con un cuadro que representaba a San Miguel Arcángel teniendo a sus pies al demonio, a Satanás. Y Satanás, el ángel rebelde, tenía en la mano… ¡un microscopio! Un microscopio es el símbolo del hiperranálisis.14) Por lo que tocaba a los jefes de aquel establecimiento, el escudriñar demasiado la naturaleza y significado de las cosas era asunto diabólico.

Véase capitulo VI (2)



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