Capítulo X (1)
ALGUNOS PENSADORES RELIGIOSOS CONTEMPORÁNEOS:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Si en la esfera de
la vida no logró el catolicismo sudamericano producir un verdadero místico, en
la del pensamiento tampoco pudo producir una literatura religiosa. En el
espacio de casi cuatro siglos el clero no ha producido ninguna obra religiosa
de nota, y en cuanto a los laicos, cualesquiera que hayan sido los sentimientos
religiosos individuales de ciertos hombres de letras, no se ha considerado la
religión como tema propio para el ejercicio del talento literario.
Sin embargo, en años recientes ha tenido
lugar un cambio decidido en la actitud intelectual tanto del clero como de los laicos con referencia a la
religión y al problema religioso:
· El primero ha despertado a la necesidad de
ofrecer una defensa razonada de los dogmas de la Iglesia;
· Los segundos se han impresionado con la nueva actitud de los pensadores europeos y
norteamericanos hacia el tema todo de la religión.
La
defunción del materialismo filosófico, como credo respetable en las principales
universidades, la llegada de corrientes idealistas procedentes de Europa, el
reconocimiento del hecho de que la religión se considera en los grandes centros
de enseñanza como un fenómeno humano
digno de seria consideración intelectual, todo esto aunado a la creciente
conciencia de necesidades espirituales personales, han operado un completo
cambio en los conceptos de los pensadores sudamericanos.
En casi
cada una de las grandes revistas, como Nosotros, de Buenos Aires, aparece de cuando en cuando
un artículo serio de tema religioso. De una actitud de hostilidad iconoclasta
hacia la religión, seguida de un espíritu de completa indiferencia hacia ella,
pensadores representativos han pasado actualmente a una seria investigación del
problema religioso. Cuando menos, la religión ha llegado a significar un
fenómeno psicológico que tiene proyección de índole sociológico vital y de
vasto alcance.
En el curso
de la última década han aparecido en todo el continente escritores de
distinción para quienes los estudios religiosos ofrecen supremo interés. Entre
las figuras menores puede mencionarse a Manuel Núñez Regueiro, cónsul uruguayo
en el puerto argentino de Rosario, que ocupa una cátedra de filosofía en la
universidad de dicha ciudad y ha escrito varios libros de índole religioso-filosófica. Protestante de
origen, posee una considerable cultura filosófica, unida a un espíritu
verdaderamente religioso, que revela una aprehensión indudable de algunos de
los principales problemas a discusión; pero desafortunadamente su obra
literaria está señalada por gran abstracción y oscuridad.
Otra figura
interesante es Clemente Ricci, profesor de griego en la Universidad de Buenos
Aires, y autor de algunos estudios sobre los orígenes históricos del
cristianismo. Personalmente, sin embargo, no es cristiano ni hombre que profese
fe religiosa alguna. Siendo así, su obra carece de pasión, y posee poco más que
un valor técnico en las esferas de la historia y la lingüística. A pesar de
ello, la figura de Ricci es de extraordinario interés, por cuanto representa la
iniciación de un nuevo rumbo en los intereses culturales de Sudamérica.
Mistral:
10.1. Gabriela Mistral: Católica Liberal:
En Gabriela Mistral tenemos una autora
sudamericana representativa que es a la vez católica sincera y una exponente
franca y sin ambages de la fe que profesa. Esta poetisa
chilena se hizo famosa tras la revista que de su libro de poemas Desolación
hizo Federico de Onís, profesor español en la Universidad de Columbia, Nueva
York. Se la reconoce hoy como la más eminente poetisa contemporánea de lengua
española tanto en el Viejo como en
el Nuevo Mundo.1)
Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy
Alcayaga, conocida por su seudónimo Gabriela Mistral (Vicuña, 7 de abril
de 1889 – Nueva York, 10 de enero de 1957), fue una destacada poetisa,
diplomática, feminista, [1] y pedagoga chilena. Gabriela Mistral, una de
las principales figuras de la literatura chilena y latinoamericana, fue la
primera persona de América Latina en ganar el Premio Nobel de Literatura,
[2] el cual recibió en 1945.
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Gabriela Mistral empezó como
una simple maestra de escuela primaria en un distrito rural de Chile. En una
bella oración en prosa, la “Oración de la Maestra”, se halla un eco de sus
días y experiencias de maestra. Por el sentimiento que encierra y el lenguaje
en que está vestido, la “Oración” que transcribimos, es una de las piezas
más selectivas de la literatura española moderna:
“¡Señor! Tú que
enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú
llevaste por la tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la
belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestra, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto.
Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la protesta
que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca
el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas
lo que no es carne de mis carnes. Alcance a
hacer de una mis niñas mi verso prefecto y a dejarte en ella clavada mi más
penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la
batalla de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de
niños descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de
mujer
pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea
puro, de toda
presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi
vida.
¡Amigo acompáñame!, ¡sostenme! Muchas veces no tendré sino a
ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más cabal y más
quemante mi
verdad, me quedará sin los mundanos; pero tú me oprimirás
entonces
contra tu corazón, el que supo harto de soledad y
desamparo.
Yo sólo buscaré en tu mirada las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser
complicada o
banal en mi lección cotidiana.
Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al
entrar cada
mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo
mis pequeños
afanes materiales, mis menudos dolores.
Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la
caricia.
¡Reprenda con dolor, para saber que he
corregido amando!
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le
envuelva
la llamarada de
mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi
Corazón le sea más columna y mi buena voluntad más oro
que las co-
lumnas y el oro de las escuelas ricas.
¡Y, por fin, recuérdame, desde la palidez del
lienzo de Velázquez,
que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es
llegar al último
día con el lanzazo de Longinos de costado a costado!”.
He aquí al Otro Cristo Español y la actitud hacia la
vida que la comunión con El engendra: un sentido de
vocación, una pasión por los seres humanos, por humildades que sean la lealtad
a la verdad, el no hacer caso de la opinión vulgar, la vida que se gasta bajo
el ojo guiador del Amigo Divino.
En esta plegaria
de una maestra de escuela rural, suena una nota nueva en la vida y pensamiento
religioso de Sudamérica. El Cristo que “mora en los
campos”, que “anda entre los pucheros”, cuyo nombre es “Jesús”
el dador de salud, el Cristo que murió y ahora vive, ha penetrado en el salón
de la escuela donde su presencia se necesita mucho más hoy día que en millares
de costosas iglesias erigidas a su muerte memoria.
Hasta hoy,
Gabriela Mistral no ha dado expresión sistemática a sus pensamientos sobre la
religión. Pero en algunos artículos y cartas ha hecho profesión de fe he
indicado las implicaciones de ésta para la vida y cultura de nuestro tiempos.
En una extensa carta al educador argentino Julio Barcos, copia de la cual se
halla en posesión del autor de este libro, la poetisa discute con mucha
franqueza las teorías educativas de su amigo argentino, y se pronuncia en
resuelta oposición a la llamada escuela “neutral” por la cual aquél boga. No puede haber neutralidad
religiosa en la educación, declara. Sólo los estúpidos pueden pretender ser
absolutamente neutrales en la gran cuestión de la vida y la religión.
En cuanto a las
escuelas “neutrales”,
añade, inevitablemente se convierten en instrumentos de la enseñanza de la
irreligión, como ha sucedido en países como Francia. Lo que se necesita es el
desarrollo de escuelas privadas en que pueda enseñarse libremente la religión
de acuerdo con la fe que profesen sus respectivas autoridades escolares. Pero
esto significa hallar maestros idóneos que tengan un sentido religioso de su
vocación. La clase de maestro que se necesita para la escuela del futuro debe
tener “gracia”,
con lo cual la poetisa quiere decir cierto gozo de crear, dado por Dios.
Si tal “gracia”
descendiere de lo alto, el manto de don Francisco Giner de los Ríos caería
sobre los hombros de todo varón, y el de Gabriela Mistral sobre los de toda
mujer, que se dedican a la sagrada labor de educar a la juventud de Sudamérica.
Uno de los
artículos más interesante de Gabriela Mistral sobre el tema de la religión es
el aparecido en La Nueva Democracia, de Nueva
York en su número de febrero de 1931. Por sugestión de ella misma, el director
de dicha revista abrió una encuesta entre escritores sudamericanos
representativos con el objeto de obtener su opinión sobre la Biblia. Ella misma
inició las respuestas formuladas la suya propia. Siendo una niña de siete años,
comenzó según informa a los lectores, a leer la Biblia. Su abuela, que era una “católica bíblica”, -rara
avis añade doña Gabriela- le enseñó algunos salmos de David.
Desde entonces ha
sido una lectora constante de las Sagradas Escrituras. Las épocas de su vida en
que ha suspendido su lectura diaria de la Biblia, coinciden con sus períodos de
declinación espiritual. “Mi pasión de la Biblia es tal vez el único puente que me
comunica con el mundo anglosajón –dice la
poetisa-, el único pedazo de suelo común en el
que me encuentro sentada con esta raza”. Y añade: “Algún día, nada lejano, yo espero ver en cada católico sudamericano el
Libro esencial, imprescindible como nuestra cara, lógico como nuestros nombres,
lo mismo que lo veo en cada hogar norteamericano donde él me recibe con su cara
santa y familiar”.
Estas palabras,
eco de los sentimientos que expresa hace ya casi un ciento de años el sacerdote
y patriota argentino. P. Juan Ignacio de Gorriti, y de sentimiento semejante
expresados más recientemente por el escritor argentino contemporáneo, Julio
Navarro Monzón, presentan la opinión razonada y apasionada de una dama
sudamericana, culta y patriota, de nuestra época, de que la mayor necesidad de
la vida espiritual del continente es la presencia de la Biblia en cada uno de
los hogares.
10.2. José de San Martín: Católico Ortodoxo:
Está fuera de duda
que la figura más venerada de las letras sudamericanas del presente es Zorrilla
de San Martín, autor de los poemas épicos, “Tabaré”
y “La
Leyenda Patria”, que mantendrán siempre sin marchitarse su memoria en los anales literarios del
continente. Es también un prosista de gran poder y clásica belleza, y en su
juventud era un orador de primera fila.
Hijo del escritor Juan Zorrilla de San Martín,
Ministro Plenipotenciario de Uruguay en la Corte de Alfonso XIII. A los
tres años se trasladó a París, ciudad en la cual conoció a Carlos Federico
Sáez. En 1898 se radicó en Montevideo. Sus primeros retratos al óleo datan
de 1906 y muestran una gran influencia de Sáez. Cursó estudios en el
Círculo de Bellas Artes con el pintor Vicente Puig y posteriormente
recibió clases del escultor Felipe Bernini (1909). Entre 1911 y 1914,
realizó sus primeras exposiciones en pequeños salones”.
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Zorrilla:
Que un eminente
hombre de letras profesional no deje oportunidad alguna de expresa su profundo
y sincero sentimiento religioso es un fenómeno único en la historia literaria
de Sudamérica. A este respecto, resulta de interés notar que cuando Zorrilla
era joven la Iglesia Católica era objeto en Uruguay de una enconada oposición.
Formase entonces un Club de Jóvenes Católicos, del cual Zorrilla fue uno de los
fundadores, y con cuyos auspicios fueron pronunciados la mayoría de los
discursos de éste sobre asuntos religiosos.
El pensamiento
religioso de Zorrilla no tiene nada de original y sí mucho de lugar común. Hace
muy poco más que respirar lealtad para con la Iglesia sus dogmas y autoridades,
y para con el espíritu cristiano fundamental. Pero algunos de sus ideas
favoritas y con más frecuencias expresadas pueden tener algún interés. Dirigiéndose
a sus compañeros del Club Católico, se da a sí mismo el título de “vuestro hermano en la causa de Cristo”,
y una y otra vez reitera su consagración al servicio de Cristo en tierra natal.
Describe la fe como un organista ciego de iglesia; es -un don gratuito de Dios, un reflejo de su
gloria, un soplo luminoso de su infinita misericordia sobre el pedazo de barro
de mi corazón-2) imitarse simplemente a admirar a
Jesucristo la considera como una mera candidez, que no constituye religión ni
cosa que se le parezca
Su excelente espíritu
cristiano y su ancha simpatía se manifiesta cuando explica: Nuestra religión,
nuestra Iglesia, nuestra comunidad de los fieles, no es primordialmente una
doctrina o sistema, sino un organismo, una mística viviente compuesta de cuerpo
y espíritu. No somos cristianos porque profesamos esta o aquella
doctrina metafísica o moral, sino porque somos parte, digamos células, de ese
organismo. Los que pertenecen al alma de la Iglesia, aunque no a su cuerpo
visible, son más, infinitamente más numerosos de lo que imaginamos.
Si el espíritu y la fe de Zorrilla
de San Martín hubiesen caracterizado siquiera a una minoría de los hombres
cultos de Sudamérica durante los años que han transcurrido desde que ésta se
incorporó a la civilización, otra hubiera sido la historia religiosa del
continente.
Lástima que el
tipo de hombre que Zorrilla representa se haya hecho notar, hasta aquí, por su
ausencia. El gran poeta sudamericano fue hasta su muerte una figura única y
solitaria entre los escritores contemporáneos de la vieja generación.
10.3.
Ricardo Rojas: Cristiano Literario:
Ricardo Rojas (San Miguel de Tucumán, 16 de
septiembre de 1882 – Buenos Aires, 29 de julio de 1957) fue un periodista
y escritor argentino.
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El año de 1927 fue
marcado con piedra blanca en las letras argentinas y sudamericanas. Don Ricardo
Rojas, uno de los literatos más prominentes del continente, celebraba ese año
sus bodas de plata como escritor, y lo hizo de una manera muy inusitada.
Después de haberse dedicado con buen éxito, durante un cuarto de siglo, a los
estudios literarios e históricos, celebró su jubileo con la publicación de un
libro sobre Cristo. Fue la primera vez en la historia de la literatura
sudamericana que un hombre de letras de primera fila escribía un libro tratando
de Jesús.
Tal cosa era ya en
sí muy notable, pero más todavía lo era el hecho de que el escritor, en el
curso de su obra, se declarara cristiano, al mismo tiempo que negándose a que
le pusieran el marbete de un título eclesiástico o denominacional.
No era la primera
vez que Rojas expresaba interés en la religión. Aquí y allá puede uno descubrir
en sus obras una que otra referencia causal y favorable al asunto. Ya
anteriormente hemos llamado la atención al prefacio con que hace preceder su
edición de las “Reflexiones”
de Juan Ignacio Gorriti. Desde su juventud se había dedicado a la búsqueda de
la certidumbre religiosa, pero “El Cristo Invisible” es en realidad su primer
libro sistemático sobre ese tema. El móvil que le llevó a escribir ese libro
fue el de dar testimonio de haber descubierto por fin un verdadero cimiento
para su fe.
Parece que en el
curso de una enfermedad llegó a la conclusión, como muchos otros modernos, de
que para que uno sea verdaderamente un hombre es menester encararse con el
Hombre y definir su actitud hacia EL. El volumen que de ello resultó es un
largo diálogo que tuvo en un lugar de las montañas de Argentina, entre el autor
y un viejo amigo suyo, un obispo católico romano. La forma de diálogo, como
artificio literario, es por demás desafortunado, pues tiene uno la impresión de
que se trata más bien de un largo monólogo.
Al interlocutor
episcopal del autor le falta individualidad, y en realidad no es más que un
chapeado propio para dar mayor relieve y brillo a las propias ideas de Rojas.
Considerando el libro en su conjunto, su lugar en la literatura no dependerá en
modo alguno de la originalidad de sus ideas, Para los lectores más
familiarizados con el concepto bíblico y evangélico del cristianismo, la obra
tiene un interés religioso muy relativo. No aprenderán en él mucho que no sepan
ya acerca de Cristo y de los Evangelios; en realidad de verdad, contiene muchos
curiosos errores en sus citas bíblicas, y carece, además, de las formas más
altas de la pasión religiosa.
Unamuno hacía la
observación, en carta escrita al propio Rojas, de que en su opinión “El Cristo Invisible” era mucho
más un esfuerzo literario que religioso. Rojas no es un cruzado, como Unamuno,
ni un apóstol como don Francisco Giner de los Ríos. Es un hombre de letras con
intereses religiosos a los cuales les da expresión, y tras haber hecho esto
pasa luego a otros temas.
Lo verdaderamente
interesante de este libro es que fuera escrito por Ricardo Rojas en un momento
trascendental de su carrera, como expresión sincera de sus experiencias e ideas
religiosas, y más todavía, que el autor relacionara a Cristo con la vida y
destinos de su país. En este sentido, la significación y valor de esta obra son
sencillamente incalculables. Inaugura una era nueva y más cristiana en las
letras sudamericanas, y ha hecho más que cualquier otro libro para estimular el
interés en Cristo y en la Biblia. Escribiendo en La
Razón, de Buenos Aires, hacía fines de 1927, el periodista
argentino Baltasar Cañizal hacía el siguiente comentario: Observando
lo que llamo el desierto de la Biblia en Argentina, un desierto más vasto que
sus ilimitadas pampas, El Cristo Invisible de Ricardo Rojas, por la simple enunciación del tema que
trata, adquiere inmediatamente la importancia de una obra ejemplar y
trascendental.
Pasemos, pues, a
considerar este jalón literario, tratando de cristalizar aquellos de sus
aspectos que tienen una significación imperecedera en la historia de la
peregrinación espiritual de Sudamérica. Lo más significativo de todo es el objeto de que su autor
tuvo, según él mismo al escribir: quería
considerar el sentimiento cristiano como inspiración de la vida. Tal
es la clave de toda la obra. Según hemos visto, el cristianismo no había podido
traducir en sentimiento vivo, inspirador de la vida, en la historia religiosa
del continente. El objeto principal de Rojas es referir un ejemplo concreto de
profundo inquietud religiosa que encontró su satisfacción en una relación
espiritual con Cristo, la cual no sólo satisfizo corazón y mente, sino señaló
el camino hacia un nuevo orden de relaciones humanas.
Unamuno ha hecho hincapié
en el elemento de tensión que existe en la clase de salud espiritual que el
Cristo que es “Jesús” introduce en la
vida. Rojas pone el acento en el elemento de armonía. Echemos un vistazo a los
diálogos en su orden.
El tema del primero es la
Imagen de Cristo. Aquí describe el autor cómo se puso en busca de la imagen
auténtica del Maestro: peregrinación profundamente simbólica en la vida religiosa
de Sudamérica. Entretejido delicadamente en la trama socrática de
las ideas corre un hilo de prosa lírica, autobiográfica de un buscador
religioso. “Nacido
en el seno de una familia católica –dice Rojas-, sin antepasados inmediatos que no fuesen cristianos
viejos, cristianos al modo ortodoxo de la antigua América española, fui
bautizado por disposición de mis padres; practique los mandamiento de la
Iglesia Romana durante mi niñez, y aun
cuando más tarde la libertad filosófica me apartó del catolicismo, nunca dejé
de sentirme profundamente cristiano, en el más nato sentido de esta palabra”.
“La
idolatría católica –añade- me alejó de su
culto, pero sus imágenes me han reconciliado con la verdad evangélica”.
En particular le
fascinaba la imagen de Cristo, y se impuso el deber de descubrir, si fuera
posible, su auténtica efigie. Ansiaba posar los ojos en los ojos mismos del
Señor. Se
convirtió en una especie de caballero andante en busca de la imagen real de
Cristo, y durante una visita a Europa anduvo mucho en busca de su verdadera
semejanza: “Visité las Catacumbas, estudiando las más arcaicas
imágenes de Cristo, y luego recorrí oratorios, bibliotecas museos, buscando
representaciones del Dios-hombre, desde en la miniaturas de los misales, hasta en las
esculturas de las milenarias basílicas. No he realizado estas andanzas por vanidad de conocer la
verdad histórica, sino por necesidad de poseer la verdad mística”.
La imagen de Cristo se ha
rehecha a través de veinte siglos según la raza, región, época, cultura,
escuela y temperamento de creyentes individuales.
Cayó en cuenta,
sin embargo de que la Iglesia Cristiana no posee una efigie auténtica de su
Fundador. La imagen de Cristo se ha rehecha a través de veinte siglos según la
raza, región, época, cultura, escuela y temperamento de creyentes individuales.
Con todo, hay algo que ha permanecido inalterado e inalterable: la Cruz. “La Cruz –dice Rojas-
sustituye, universalmente, a la imagen humana de
Jesucristo”.
Así pues, en la
vida de un verdadero cristiano, el sacrificio de amor simbolizado por la Cruz
debe ser el centro de todo. Cristo mismo permanece invisible pero su acción se
manifestará cada vez que EL crea en la vida humana una nueva Belén para su
nacimiento y un nuevo Calvario para su resurrección. El drama cristiano entero
se recapitula así en cada vida cristiana. Esto nos recuerda a Pascal y Unamuno.
En los dos
diálogos que siguen, intitulados “La Palabra de Cristo” y “El Espíritu de Cristo”, Rojas sigue
refiriéndonos su búsqueda. Habiendo descubierto el símbolo ideal o arquetipo de
la verdadera vida, debe entregarse ahora a descubrir un programa de acción que
tenga autoridad y una fuente adecuada de inspiración. Sabiendo cuál es el
verdadero camino que ha de seguir, ¿dónde hallará la luz que guía sus pasos y la fuerza que lo
lleve a su meta? Encuentra ambas en Aquél que dijo ser la Vedad y la
Vida además del Camino. Al llegar a este punto, el lector advierte que los
diálogos son en realidad un comentario de ese precioso texto del Cuarto Evangelio:
“Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida”.
Aunque la imagen
de Cristo había siempre ejercido fascinación en nuestro autor, los Evangelios
le atraían muy poco en los primeros años de su búsqueda. Procuró en otras
partes la voz de la autoridad. He ahí una experiencia profundamente católico.
Mas llegó el momento en que esos “cuatro poemas
acerca de Cristo” se le aparecieron bajo una luz por completo
diferente. La crítica histórica de los Evangelios le dio la imagen auténtica en
una forma transfigurada. “La crítica
científica –dice don Ricardo-, lejos
de invalidar los textos evangélicos, los ha tornado más humanos y fehacientes”.
Considerados como simples documentos históricos, ellos han recobrado una
autoridad que había perdido a los ojos de los incrédulos.
Después de la
moderna exégesis, sería tan arbitrario dudar de ellos como dudar de todas las
fuentes escritas de la antigüedad. Si por escepticismo suprimimos a Cristo,
podríamos también suprimir a Tiberio y a los demás personajes de su época.
La figura del
Jesús histórico, distinta de la imagen litúrgica cuya seducción había dado
origen a la búsqueda espiritual del autor,
impresionó a éste con su extraordinaria virilidad. Pudo ver a través de
la completa irrealidad de los retratos helenizados que Strauss y Renán habían
trazado del Galileo. Tampoco era Jesús el “arquetipo de
pordioseros”, con que lo ha representado en Sudamérica la tradición
religiosa. Cristo
era el verdadero Superhombre, hecho que no pudo comprender Nietzsche.
De ahí en adelante Cristo vino a ser la única autoridad reconocida por nuestro
autor y los Evangelios su única ley. Halló que la esencia del mensaje del
Maestro no consiste en un programa de reforma política; su mensaje es algo de
índole personal e íntima.
Pero a la vez
comprendió que el concepto del Reino de Dios anunciado por Jesús tenía un
aspecto social además del personal. Era un estado de la sociedad a la vez que
un estado del alma. El hombre debía ser redimido y la tierra pacificada y
puesto bajo el reinado de la justicia, el trabajo y el amor. El último y mayor
milagro póstumo de Cristo es, pues, su palabra o mensaje, “por el número de almas que ha purificado,
que ha consolado, que ha elevado a la santidad en todas las regiones del
planeta”. Este poder que obra maravillosa es la única prueba que se
necesita para demostrar la autenticidad de la Palabra de Cristo.
Pero que nadie
piense que Cristo no tiene otro mensaje que dar al mundo. En un pasaje de gran
belleza, Rojas expresa su anhelante deseo de que nuestra tierra en desvarío
pueda pronto escuchar un nuevo mensaje del Maestro: “El Maestro describió el Reino de los cielos como una
realización terrenal, y un estado de gracia de las almas. A través de veinte
siglos, la humanidad va logrando esa
realización en los individuos por sus progresos espirituales, y en la especie,
por sus progresos políticos. La empresa no ha concluido, y los tiempos llegan
de una nueva esperanza mística para el mundo. La humanidad va distraída como el
incrédulo Cleofás por el camino de Emmaús a la hora del
crepúsculo y acaso el Resucitado viene bajo una forma invisible, para dar a las
almas un mensaje nuevo”. Este pasaje expresa el creciente anhelo que
hallamos en Sudamérica de que advenga una religión espiritual adecuada a las
necesidades del corazón.
En el tercer
diálogo el autor trata del “Espíritu de Cristo”, verdadera fuente de
inspiración y poder. Relata cómo, durante muchos años de su vida había tratado
de apagar su sed espiritual en las fuentes de la filosofía y de los escritos
orientales. Leyó el Génesis y el Corán, a Platón y a Kant, a los doctores y
poetas místicos desde Pitágoras hasta Swedenborg. Pero no quedó satisfecho. Su
razón hallaba alimento en esas páginas; su imaginación, recreo; pero el
sentimiento vivo de Dios no lograba encarnarse en su vida. En la Bhagavad-Gita
del hinduismo pensó haber hallado al fin el oasis que andaba buscando por el
desierto de la vida. Las enseñanzas de Krishna y la revelación de Arjuma lo
iniciaron en la escala de los yogas ascendentes.
Sacó por entonces
mucho beneficio de esos estudios, pero al fin descubrió en los Evangelios y en
el “Espíritu de
Cristo” la satisfacción del alma que había buscado sin descanso. “El Espíritu de
Cristo” es para Rojas una realidad mística. Significa mucho más que
la influencia o modo de vivir del Jesús histórico, y se aproxima mucho más al
concepto paulino del Cristo eterno que mora en toda alma cristiana. “El cuerpo de
cada hombre –dice Rojas- puede y debe
ser la morada del Cristo invisible”; y “Cristo
es fuente de aguas vivas, y ésta se escapa de los vasos inmóviles para fecundar
el espíritu del hombre. El Maestro dijo: ‘Si
alguno tienen sed, venga a mí y beba’. Eso
hago yo”. Pero a fin de que vivamos en EL y EL en nosotros es
necesario revivir su mensaje. En este último concepto hayamos expresado el
problema religioso de Sudamérica y de nuestra época, una relación dinámica
entre la experiencia mística y la ética. La solución está en vivir en el Camino
en que Cristo transita todavía en su misión redentora. Revivir su mensaje es
estar en el Camino, pero sólo podemos mantener la marcha profética si EL va a
nuestro lado.
En el curso de
estos diálogos, pero especialmente en el último, Rojas hace frecuentemente
alusiones a la religión que se practica en Sudamérica. Expresa, al mismo
tiempo, sus sueños ardientes de que su país desempeñe una misión religiosa en
el futuro. Lamenta hondamente el hecho de que sus compatriotas, juntamente con
los sudamericanos en general, hayan por desgracia hecho menos a la religión. La
tradición católica existe como forma externa, dice en esas repúblicas, pero no
el sentimiento cristiano como inspiración de la vida. A este respecto compara
muy desfavorablemente la Argentina con la norteamericana anglosajona. Ha
descubierto que en este último, a pesar de las abundantes paradojas que exhibe
y que la convierte en su enigma para los sudamericanos, hay muchos hombres de
negocios que persiguen la riqueza con una especie de pasión mística.
Su único objeto al
ganar dinero parece ser el de poder hacer donación de sus ganancias a las
grandes causas. Le han causado también impresión los hombres públicos de los
Estados Unidos que no han sentido vergüenza de citar y practicar los principios
de Jesús en su vida política y cívica.
Hasta aquí, dice Rojas, Sudamérica no ha tenido hombres de esa clase pero los
necesita muchísimo.
En algunos de los
párrafos finales del libro que comentamos aparece una expresión de ese
creciente sentido de destino que comienza a pulsar en el pensamiento
latinoamericano. Según Rojas, su amada Argentina posee ventajas que podrían
constituir una preparación inconsciente al desempeño de un gran destino
cristiano. Se disfruta en ese país de plena libertad religiosa, y dentro de sus
anchas fronteras existe un sentimiento de hermandad entre todas las razas que
han hallado en él asilo. Ese odio que sea el veneno de Europa y ese fanatismo
que es la ponzoña de Asia han sido superados, en lo cual nuestro autor
discierne la influencia del espíritu de Cristo, “el Maestro de la fraternidad”. Quién
puede decir –comenta Rojas- si estamos
destinados también a crear una nueva unidad religiosa, trascendiendo los cultos
extranjeros. He ahí una notable ilustración del universalismo del espíritu
sudamericano.
NAVARRO MONZÓ, Julio (1882-1943). Escritor
argentino. Autor de Principios básicos de la civilización moderna, La
misión del arte en la cultura de América, etc.
|
Monzó:
10.4.
Julio Navarro Monzó: Literato Cristiano:
Si Ricardo Rojas
es el primer escritor sudamericano de posición literaria reconocida, que
escribió un libro sobre el cristianismo, y el primero por ello en captar la
imaginación de los círculos intelectuales como escritor religioso, corresponde
a Julio Navarro Monzó el honor de haber sido el primero, entre las mentes de
primer rango del continente, en hacer del problema religioso objeto de continuo
y sistemático estudio. Si para Rojas un
libro sobre el cristianismo no fue sino el momento culminante de su primer
jubileo literario, para Navarro Monzó, la religión es una pasión por la cual ha
sacrificado todos los demás intereses.3)
Durante la última
década, probablemente este argentino ha escrito más extensamente sobre el tema
de la religión que cualquier otro escritor vivo, con la única excepción del
japonés Kagawa. No sólo por medio de sus libros ha puesto el problema religioso
de modo prominente a la consideración del público sudamericano, sino que en el
curso de sus prolongados viajes apostólicos por muchos países latinoamericanos
ha tenido oportunidad de tratar de Cristo y de la religión ante auditorios
representativos en teatros y salas universitarias.
Cuando el conde de
Keyserling visitó la Argentina en 1929, una de las cosas que más le
impresionaron fue la calidad extraordinariamente elevada y la penetración y
conocimiento que exhibían las crónicas de sus conferencias que aparecían en el
gran diario de Buenos Aires, “La Nación”. Según sus propias palabras, en carta
al director de este periódico, dichas crónicas contenían el más excelente
informe de sus conferencias que había aparecido en la prensa en cualquiera
parte del mundo en que había estado. El autor de esas crónicas era Julio
Navarro Monzó. Cuando los dos hombres se encontraron, el filósofo alemán halló
que el periodista argentino era tan erudito, o más, que él mismo en todo
aquello que tocaba a la historia de la religión.
Véase capitulo X (2)
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