viernes, 10 de julio de 2020

Capítulo X (1) ALGUNOS PENSADORES RELIGIOSOS CONTEMPORÁNEOS:


Capítulo X (1)
ALGUNOS PENSADORES RELIGIOSOS CONTEMPORÁNEOS:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Si en la esfera de la vida no logró el catolicismo sudamericano producir un verdadero místico, en la del pensamiento tampoco pudo producir una literatura religiosa. En el espacio de casi cuatro siglos el clero no ha producido ninguna obra religiosa de nota, y en cuanto a los laicos, cualesquiera que hayan sido los sentimientos religiosos individuales de ciertos hombres de letras, no se ha considerado la religión como tema propio para el ejercicio del talento literario.    
Sin embargo, en años recientes ha tenido lugar un cambio decidido en la actitud intelectual tanto del clero como de los laicos con referencia a la religión y al problema religioso:
·    El primero ha despertado a la necesidad de ofrecer una defensa razonada de los dogmas de la Iglesia;
·     Los segundos se han impresionado con la nueva actitud de los pensadores europeos y norteamericanos hacia el tema todo de la religión.
La defunción del materialismo filosófico, como credo respetable en las principales universidades, la llegada de corrientes idealistas procedentes de Europa, el reconocimiento del hecho de que la religión se considera en los grandes centros de enseñanza como  un fenómeno humano digno de seria consideración intelectual, todo esto aunado a la creciente conciencia de necesidades espirituales personales, han operado un completo cambio en los conceptos de los pensadores sudamericanos.
En casi cada una de las grandes revistas, como Nosotros, de Buenos Aires, aparece de cuando en cuando un artículo serio de tema religioso. De una actitud de hostilidad iconoclasta hacia la religión, seguida de un espíritu de completa indiferencia hacia ella, pensadores representativos han pasado actualmente a una seria investigación del problema religioso. Cuando menos, la religión ha llegado a significar un fenómeno psicológico que tiene proyección de índole sociológico vital y de vasto alcance.
En el curso de la última década han aparecido en todo el continente escritores de distinción para quienes los estudios religiosos ofrecen supremo interés. Entre las figuras menores puede mencionarse a Manuel Núñez Regueiro, cónsul uruguayo en el puerto argentino de Rosario, que ocupa una cátedra de filosofía en la universidad de dicha ciudad y ha escrito varios libros de índole religioso-filosófica. Protestante de origen, posee una considerable cultura filosófica, unida a un espíritu verdaderamente religioso, que revela una aprehensión indudable de algunos de los principales problemas a discusión; pero desafortunadamente su obra literaria está señalada por gran abstracción y oscuridad.
Otra figura interesante es Clemente Ricci, profesor de griego en la Universidad de Buenos Aires, y autor de algunos estudios sobre los orígenes históricos del cristianismo. Personalmente, sin embargo, no es cristiano ni hombre que profese fe religiosa alguna. Siendo así, su obra carece de pasión, y posee poco más que un valor técnico en las esferas de la historia y la lingüística. A pesar de ello, la figura de Ricci es de extraordinario interés, por cuanto representa la iniciación de un nuevo rumbo en los intereses culturales de Sudamérica.

Mistral:

10.1. Gabriela Mistral: Católica Liberal:
En Gabriela Mistral tenemos una autora sudamericana representativa que es a la vez católica sincera y una exponente franca y sin ambages de la fe que profesa. Esta poetisa chilena se hizo famosa tras la revista que de su libro de poemas Desolación hizo Federico de Onís, profesor español en la Universidad de Columbia, Nueva York. Se la reconoce hoy como la más eminente poetisa contemporánea de lengua española tanto en el Viejo como en

Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, conocida por su seudónimo Gabriela Mistral (Vicuña, 7 de abril de 1889 – Nueva York, 10 de enero de 1957), fue una destacada poetisa, diplomática, feminista, [1] y pedagoga chilena. Gabriela Mistral, una de las principales figuras de la literatura chilena y latinoamericana, fue la primera persona de América Latina en ganar el Premio Nobel de Literatura, [2] el cual recibió en 1945.


el Nuevo Mundo.1)
Gabriela Mistral empezó como una simple maestra de escuela primaria en un distrito rural de Chile. En una bella oración en prosa, la Oración de la Maestra”, se halla un eco de sus días y experiencias de maestra. Por el sentimiento que encierra y el lenguaje en que está vestido, la “Oración” que transcribimos, es una de las piezas más selectivas de la literatura española moderna:

“¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la
belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestra, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto.
Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Alcance a hacer de una mis niñas mi verso prefecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer
pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda
presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
¡Amigo acompáñame!, ¡sostenme! Muchas veces no tendré sino a
ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más cabal y más quemante mi
verdad, me quedará sin los mundanos; pero tú me oprimirás entonces
contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo.
Yo sólo buscaré en tu mirada las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o
banal en mi lección cotidiana.
Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada
mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños
afanes materiales, mis menudos dolores.
Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia.
¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva
la  llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi
Corazón le sea más columna y mi buena voluntad más oro que las co-
lumnas y el oro de las escuelas ricas.
¡Y, por fin, recuérdame, desde la palidez del lienzo de Velázquez,
que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último
día con el lanzazo de Longinos de costado a costado!”.

He aquí al Otro Cristo Español y la actitud hacia la vida que la comunión con El engendra: un sentido de vocación, una pasión por los seres humanos, por humildades que sean la lealtad a la verdad, el no hacer caso de la opinión vulgar, la vida que se gasta bajo el ojo guiador del Amigo Divino.
En esta plegaria de una maestra de escuela rural, suena una nota nueva en la vida y pensamiento religioso de Sudamérica. El Cristo que mora en los campos”, que anda entre los pucheros”, cuyo nombre es Jesús el dador de salud, el Cristo que murió y ahora vive, ha penetrado en el salón de la escuela donde su presencia se necesita mucho más hoy día que en millares de costosas iglesias erigidas a su muerte memoria.
Hasta hoy, Gabriela Mistral no ha dado expresión sistemática a sus pensamientos sobre la religión. Pero en algunos artículos y cartas ha hecho profesión de fe he indicado las implicaciones de ésta para la vida y cultura de nuestro tiempos. En una extensa carta al educador argentino Julio Barcos, copia de la cual se halla en posesión del autor de este libro, la poetisa discute con mucha franqueza las teorías educativas de su amigo argentino, y se pronuncia en resuelta oposición a la llamada escuela neutral por la cual  aquél boga. No puede haber neutralidad religiosa en la educación, declara. Sólo los estúpidos pueden pretender ser absolutamente neutrales en la gran cuestión de la vida y la religión.
En cuanto a las escuelas neutrales”, añade, inevitablemente se convierten en instrumentos de la enseñanza de la irreligión, como ha sucedido en países como Francia. Lo que se necesita es el desarrollo de escuelas privadas en que pueda enseñarse libremente la religión de acuerdo con la fe que profesen sus respectivas autoridades escolares. Pero esto significa hallar maestros idóneos que tengan un sentido religioso de su vocación. La clase de maestro que se necesita para la escuela del futuro debe tener gracia”, con lo cual la poetisa quiere decir cierto gozo de crear, dado por Dios.
Si tal gracia descendiere de lo alto, el manto de don Francisco Giner de los Ríos caería sobre los hombros de todo varón, y el de Gabriela Mistral sobre los de toda mujer, que se dedican a la sagrada labor de educar a la juventud de Sudamérica.
Uno de los artículos más interesante de Gabriela Mistral sobre el tema de la religión es el aparecido en La Nueva Democracia, de Nueva York en su número de febrero de 1931. Por sugestión de ella misma, el director de dicha revista abrió una encuesta entre escritores sudamericanos representativos con el objeto de obtener su opinión sobre la Biblia. Ella misma inició las respuestas formuladas la suya propia. Siendo una niña de siete años, comenzó según informa a los lectores, a leer la Biblia. Su abuela, que era una católica bíblica”, -rara avis añade doña Gabriela- le enseñó algunos salmos de David.
Desde entonces ha sido una lectora constante de las Sagradas Escrituras. Las épocas de su vida en que ha suspendido su lectura diaria de la Biblia, coinciden con sus períodos de declinación espiritual. Mi pasión de la Biblia es tal vez el único puente que me comunica con el mundo anglosajóndice la poetisa-, el único pedazo de suelo común en el que me encuentro sentada con esta raza”. Y añade: “Algún día, nada lejano, yo espero ver en cada católico sudamericano el Libro esencial, imprescindible como nuestra cara, lógico como nuestros nombres, lo mismo que lo veo en cada hogar norteamericano donde él me recibe con su cara santa y familiar”.
Estas palabras, eco de los sentimientos que expresa hace ya casi un ciento de años el sacerdote y patriota argentino. P. Juan Ignacio de Gorriti, y de sentimiento semejante expresados más recientemente por el escritor argentino contemporáneo, Julio Navarro Monzón, presentan la opinión razonada y apasionada de una dama sudamericana, culta y patriota, de nuestra época, de que la mayor necesidad de la vida espiritual del continente es la presencia de la Biblia en cada uno de los  hogares.

10.2.  José de San Martín: Católico Ortodoxo:
Está fuera de duda que la figura más venerada de las letras sudamericanas del presente es Zorrilla de San Martín, autor de los poemas épicos, Tabaré y La Leyenda Patria, que mantendrán siempre sin marchitarse su  memoria en los anales literarios del continente. Es también un prosista de gran poder y clásica belleza, y en su juventud era un orador de primera fila.

Hijo del escritor Juan Zorrilla de San Martín, Ministro Plenipotenciario de Uruguay en la Corte de Alfonso XIII. A los tres años se trasladó a París, ciudad en la cual conoció a Carlos Federico Sáez. En 1898 se radicó en Montevideo. Sus primeros retratos al óleo datan de 1906 y muestran una gran influencia de Sáez. Cursó estudios en el Círculo de Bellas Artes con el pintor Vicente Puig y posteriormente recibió clases del escultor Felipe Bernini (1909). Entre 1911 y 1914, realizó sus primeras exposiciones en pequeños salones”.

Zorrilla ha expresado sus sentimientos e ideas religiosas principalmente en un volumen de discursos pronunciados en la flor de su mocedad (“Conferencias y Discursos”) y en un par de libritos intitulados El Sermón de la Paz y El Libro de Ruth, que pertenecen ya a su ancianidad. Pero el aspecto más interesante y original de Zorrilla, como escritor, no lo constituyen sus pensamientos sobre religión, sino su propia personalidad religiosa.

Zorrilla:

Que un eminente hombre de letras profesional no deje oportunidad alguna de expresa su profundo y sincero sentimiento religioso es un fenómeno único en la historia literaria de Sudamérica. A este respecto, resulta de interés notar que cuando Zorrilla era joven la Iglesia Católica era objeto en Uruguay de una enconada oposición. Formase entonces un Club de Jóvenes Católicos, del cual Zorrilla fue uno de los fundadores, y con cuyos auspicios fueron pronunciados la mayoría de los discursos de éste sobre asuntos religiosos.
El pensamiento religioso de Zorrilla no tiene nada de original y sí mucho de lugar común. Hace muy poco más que respirar lealtad para con la Iglesia sus dogmas y autoridades, y para con el espíritu cristiano fundamental. Pero algunos de sus ideas favoritas y con más frecuencias expresadas pueden tener algún interés. Dirigiéndose a sus compañeros del Club Católico, se da a sí mismo el título de vuestro hermano en la causa de Cristo, y una y otra vez reitera su consagración al servicio de Cristo en tierra natal. Describe la fe como un organista ciego de iglesia; es -un don gratuito de Dios, un reflejo de su gloria, un soplo luminoso de su infinita misericordia sobre el pedazo de barro de mi corazón-2) imitarse simplemente a admirar a Jesucristo la considera como una mera candidez, que no constituye religión ni cosa que se le parezca
Su excelente espíritu cristiano y su ancha simpatía se manifiesta cuando explica: Nuestra religión, nuestra Iglesia, nuestra comunidad de los fieles, no es primordialmente una doctrina o sistema, sino un organismo, una mística viviente compuesta de cuerpo y espíritu. No somos cristianos porque profesamos esta o aquella doctrina metafísica o moral, sino porque somos parte, digamos células, de ese organismo. Los que pertenecen al alma de la Iglesia, aunque no a su cuerpo visible, son más, infinitamente más numerosos de lo que imaginamos.
Si el espíritu y la fe de Zorrilla de San Martín hubiesen caracterizado siquiera a una minoría de los hombres cultos de Sudamérica durante los años que han transcurrido desde que ésta se incorporó a la civilización, otra hubiera sido la historia religiosa del continente.
Lástima que el tipo de hombre que Zorrilla representa se haya hecho notar, hasta aquí, por su ausencia. El gran poeta sudamericano fue hasta su muerte una figura única y solitaria entre los escritores contemporáneos de la vieja generación.
 
          Rojas:

10.3. Ricardo Rojas: Cristiano Literario:

Ricardo Rojas (San Miguel de Tucumán, 16 de septiembre de 1882 – Buenos Aires, 29 de julio de 1957) fue un periodista y escritor argentino.

El año de 1927 fue marcado con piedra blanca en las letras argentinas y sudamericanas. Don Ricardo Rojas, uno de los literatos más prominentes del continente, celebraba ese año sus bodas de plata como escritor, y lo hizo de una manera muy inusitada. Después de haberse dedicado con buen éxito, durante un cuarto de siglo, a los estudios literarios e históricos, celebró su jubileo con la publicación de un libro sobre Cristo. Fue la primera vez en la historia de la literatura sudamericana que un hombre de letras de primera fila escribía un libro tratando de Jesús.
Tal cosa era ya en sí muy notable, pero más todavía lo era el hecho de que el escritor, en el curso de su obra, se declarara cristiano, al mismo tiempo que negándose a que le pusieran el marbete de un título eclesiástico o denominacional.
No era la primera vez que Rojas expresaba interés en la religión. Aquí y allá puede uno descubrir en sus obras una que otra referencia causal y favorable al asunto. Ya anteriormente hemos llamado la atención al prefacio con que hace preceder su edición de las Reflexiones de Juan Ignacio Gorriti. Desde su juventud se había dedicado a la búsqueda de la certidumbre religiosa, pero “El Cristo Invisible es en realidad su primer libro sistemático sobre ese tema. El móvil que le llevó a escribir ese libro fue el de dar testimonio de haber descubierto por fin un verdadero cimiento para su fe.
Parece que en el curso de una enfermedad llegó a la conclusión, como muchos otros modernos, de que para que uno sea verdaderamente un hombre es menester encararse con el Hombre y definir su actitud hacia EL. El volumen que de ello resultó es un largo diálogo que tuvo en un lugar de las montañas de Argentina, entre el autor y un viejo amigo suyo, un obispo católico romano. La forma de diálogo, como artificio literario, es por demás desafortunado, pues tiene uno la impresión de que se trata más bien de un largo monólogo.
Al interlocutor episcopal del autor le falta individualidad, y en realidad no es más que un chapeado propio para dar mayor relieve y brillo a las propias ideas de Rojas. Considerando el libro en su conjunto, su lugar en la literatura no dependerá en modo alguno de la originalidad de sus ideas, Para los lectores más familiarizados con el concepto bíblico y evangélico del cristianismo, la obra tiene un interés religioso muy relativo. No aprenderán en él mucho que no sepan ya acerca de Cristo y de los Evangelios; en realidad de verdad, contiene muchos curiosos errores en sus citas bíblicas, y carece, además, de las formas más altas de la pasión religiosa.
Unamuno hacía la observación, en carta escrita al propio Rojas, de que en  su opinión El Cristo Invisible era mucho más un esfuerzo literario que religioso. Rojas no es un cruzado, como Unamuno, ni un apóstol como don Francisco Giner de los Ríos. Es un hombre de letras con intereses religiosos a los cuales les da expresión, y tras haber hecho esto pasa luego a otros temas.
Lo verdaderamente interesante de este libro es que fuera escrito por Ricardo Rojas en un momento trascendental de su carrera, como expresión sincera de sus experiencias e ideas religiosas, y más todavía, que el autor relacionara a Cristo con la vida y destinos de su país. En este sentido, la significación y valor de esta obra son sencillamente incalculables. Inaugura una era nueva y más cristiana en las letras sudamericanas, y ha hecho más que cualquier otro libro para estimular el interés en Cristo y en la Biblia. Escribiendo en La Razón, de Buenos Aires, hacía fines de 1927, el periodista argentino Baltasar Cañizal hacía el siguiente comentario: Observando lo que llamo el desierto de la Biblia en Argentina, un desierto más vasto que sus ilimitadas pampas, El Cristo Invisible de Ricardo Rojas, por la simple enunciación del tema que trata, adquiere inmediatamente la importancia de una obra ejemplar y trascendental.
Pasemos, pues, a considerar este jalón literario, tratando de cristalizar aquellos de sus aspectos que tienen una significación imperecedera en la historia de la peregrinación espiritual de Sudamérica. Lo más significativo de todo es el objeto de que su autor tuvo, según él mismo al escribir: quería considerar el sentimiento cristiano como inspiración de la vida. Tal es la clave de toda la obra. Según hemos visto, el cristianismo no había podido traducir en sentimiento vivo, inspirador de la vida, en la historia religiosa del continente. El objeto principal de Rojas es referir un ejemplo concreto de profundo inquietud religiosa que encontró su satisfacción en una relación espiritual con Cristo, la cual no sólo satisfizo corazón y mente, sino señaló el camino hacia un nuevo orden de relaciones humanas.
Unamuno ha hecho hincapié en el elemento de tensión que existe en la clase de salud espiritual que el Cristo que es Jesús introduce en la vida. Rojas pone el acento en el elemento de armonía. Echemos un vistazo a los diálogos en su orden.
El tema del primero es la Imagen de Cristo. Aquí describe el autor cómo se puso en busca de la imagen auténtica del Maestro: peregrinación profundamente simbólica en la vida religiosa de Sudamérica. Entretejido delicadamente en la trama socrática de las ideas corre un hilo de prosa lírica, autobiográfica de un buscador religioso. Nacido en el seno de una familia católicadice Rojas-, sin antepasados inmediatos que no fuesen cristianos viejos, cristianos al modo ortodoxo de la antigua América española, fui bautizado por disposición de mis padres; practique los mandamiento de la Iglesia  Romana durante mi niñez, y aun cuando más tarde la libertad filosófica me apartó del catolicismo, nunca dejé de sentirme profundamente cristiano, en el más nato sentido de esta palabra”. “La idolatría católicaañade- me alejó de su culto, pero sus imágenes me han reconciliado con la verdad evangélica”.
En particular le fascinaba la imagen de Cristo, y se impuso el deber de descubrir, si fuera posible, su auténtica efigie. Ansiaba posar los ojos en los ojos mismos del Señor. Se convirtió en una especie de caballero andante en busca de la imagen real de Cristo, y durante una visita a Europa anduvo mucho en busca de su verdadera semejanza: Visité las Catacumbas, estudiando las más arcaicas imágenes de Cristo, y luego recorrí oratorios, bibliotecas museos, buscando representaciones del Dios-hombre, desde en la miniaturas de los misales, hasta en las esculturas de las milenarias basílicas. No he realizado  estas andanzas por vanidad de conocer la verdad histórica, sino por necesidad de poseer la verdad mística”.

La imagen de Cristo se ha rehecha a través de veinte siglos según la raza, región, época, cultura, escuela y temperamento de creyentes individuales.
Cayó en cuenta, sin embargo de que la Iglesia Cristiana no posee una efigie auténtica de su Fundador. La imagen de Cristo se ha rehecha a través de veinte siglos según la raza, región, época, cultura, escuela y temperamento de creyentes individuales. Con todo, hay algo que ha permanecido inalterado e inalterable: la Cruz. “La  Cruz –dice Rojas- sustituye, universalmente, a la imagen humana de Jesucristo”.
Así pues, en la vida de un verdadero cristiano, el sacrificio de amor simbolizado por la Cruz debe ser el centro de todo. Cristo mismo permanece invisible pero su acción se manifestará cada vez que EL crea en la vida humana una nueva Belén para su nacimiento y un nuevo Calvario para su resurrección. El drama cristiano entero se recapitula así en cada vida cristiana. Esto nos recuerda a Pascal y Unamuno.
En los dos diálogos que siguen, intitulados La Palabra de Cristo y El Espíritu de Cristo”, Rojas sigue refiriéndonos su búsqueda. Habiendo descubierto el símbolo ideal o arquetipo de la verdadera vida, debe entregarse ahora a descubrir un programa de acción que tenga autoridad y una fuente adecuada de inspiración. Sabiendo cuál es el verdadero camino que ha de seguir, ¿dónde hallará la luz que guía sus pasos y la fuerza que lo lleve a su meta? Encuentra ambas en Aquél que dijo ser la Vedad y la Vida además del Camino. Al llegar a este punto, el lector advierte que los diálogos son en realidad un comentario de ese precioso texto del Cuarto Evangelio: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Aunque la imagen de Cristo había siempre ejercido fascinación en nuestro autor, los Evangelios le atraían muy poco en los primeros años de su búsqueda. Procuró en otras partes la voz de la autoridad. He ahí una experiencia profundamente católico. Mas llegó el momento en que esos cuatro poemas acerca de Cristo se le aparecieron bajo una luz por completo diferente. La crítica histórica de los Evangelios le dio la imagen auténtica en una forma transfigurada. La  crítica científicadice don Ricardo-, lejos de invalidar los textos evangélicos, los ha tornado más humanos y fehacientes”. Considerados como simples documentos históricos, ellos han recobrado una autoridad que había perdido a los ojos de los incrédulos.
Después de la moderna exégesis, sería tan arbitrario dudar de ellos como dudar de todas las fuentes escritas de la antigüedad. Si por escepticismo suprimimos a Cristo, podríamos también suprimir a Tiberio y a los demás personajes de su época.
La figura del Jesús histórico, distinta de la imagen litúrgica cuya seducción había dado origen a la búsqueda espiritual del autor,  impresionó a éste con su extraordinaria virilidad. Pudo ver a través de la completa irrealidad de los retratos helenizados que Strauss y Renán habían trazado del Galileo. Tampoco era Jesús el arquetipo de pordioseros”, con que lo ha representado en Sudamérica la tradición religiosa. Cristo era el verdadero Superhombre, hecho que no pudo comprender Nietzsche. De ahí en adelante Cristo vino a ser la única autoridad reconocida por nuestro autor y los Evangelios su única ley. Halló que la esencia del mensaje del Maestro no consiste en un programa de reforma política; su mensaje es algo de índole personal e íntima.
Pero a la vez comprendió que el concepto del Reino de Dios anunciado por Jesús tenía un aspecto social además del personal. Era un estado de la sociedad a la vez que un estado del alma. El hombre debía ser redimido y la tierra pacificada y puesto bajo el reinado de la justicia, el trabajo y el amor. El último y mayor milagro póstumo de Cristo es, pues, su palabra o mensaje, por el número de almas que ha purificado, que ha consolado, que ha elevado a la santidad en todas las regiones del planeta”. Este poder que obra maravillosa es la única prueba que se necesita para demostrar la autenticidad de la Palabra de Cristo.
Pero que nadie piense que Cristo no tiene otro mensaje que dar al mundo. En un pasaje de gran belleza, Rojas expresa su anhelante deseo de que nuestra tierra en desvarío pueda pronto escuchar un nuevo mensaje del Maestro: El Maestro describió el Reino de los cielos como una realización terrenal, y un estado de gracia de las almas. A través de veinte siglos, la  humanidad va logrando esa realización en los individuos por sus progresos espirituales, y en la especie, por sus progresos políticos. La empresa no ha concluido, y los tiempos llegan de una nueva esperanza mística para el mundo. La humanidad va distraída como el incrédulo Cleofás por el camino de Emmaús a la hora del crepúsculo y acaso el Resucitado viene bajo una forma invisible, para dar a las almas un mensaje nuevo”. Este pasaje expresa el creciente anhelo que hallamos en Sudamérica de que advenga una religión espiritual adecuada a las necesidades del corazón.
En el tercer diálogo el autor trata del Espíritu de Cristo”, verdadera fuente de inspiración y poder. Relata cómo, durante muchos años de su vida había tratado de apagar su sed espiritual en las fuentes de la filosofía y de los escritos orientales. Leyó el Génesis y el Corán, a Platón y a Kant, a los doctores y poetas místicos desde Pitágoras hasta Swedenborg. Pero no quedó satisfecho. Su razón hallaba alimento en esas páginas; su imaginación, recreo; pero el sentimiento vivo de Dios no lograba encarnarse en su vida. En la Bhagavad-Gita del hinduismo pensó haber hallado al fin el oasis que andaba buscando por el desierto de la vida. Las enseñanzas de Krishna y la revelación de Arjuma lo iniciaron en la escala de los yogas ascendentes.
Sacó por entonces mucho beneficio de esos estudios, pero al fin descubrió en los Evangelios y en el Espíritu de Cristo la satisfacción del alma que había buscado sin descanso. El Espíritu de Cristo es para Rojas una realidad mística. Significa mucho más que la influencia o modo de vivir del Jesús histórico, y se aproxima mucho más al concepto paulino del Cristo eterno que mora en toda alma cristiana. El cuerpo de cada hombre –dice Rojas- puede y debe ser la morada del Cristo invisible”; y Cristo es fuente de aguas vivas, y ésta se escapa de los vasos inmóviles para fecundar el espíritu del hombre. El Maestro dijo: ‘Si alguno tienen sed, venga a mí y beba’. Eso hago yo”. Pero a fin de que vivamos en EL y EL en nosotros es necesario revivir su mensaje. En este último concepto hayamos expresado el problema religioso de Sudamérica y de nuestra época, una relación dinámica entre la experiencia mística y la ética. La solución está en vivir en el Camino en que Cristo transita todavía en su misión redentora. Revivir su mensaje es estar en el Camino, pero sólo podemos mantener la marcha profética si EL va a nuestro lado.
En el curso de estos diálogos, pero especialmente en el último, Rojas hace frecuentemente alusiones a la religión que se practica en Sudamérica. Expresa, al mismo tiempo, sus sueños ardientes de que su país desempeñe una misión religiosa en el futuro. Lamenta hondamente el hecho de que sus compatriotas, juntamente con los sudamericanos en general, hayan por desgracia hecho menos a la religión. La tradición católica existe como forma externa, dice en esas repúblicas, pero no el sentimiento cristiano como inspiración de la vida. A este respecto compara muy desfavorablemente la Argentina con la norteamericana anglosajona. Ha descubierto que en este último, a pesar de las abundantes paradojas que exhibe y que la convierte en su enigma para los sudamericanos, hay muchos hombres de negocios que persiguen la riqueza con una especie de pasión mística.
Su único objeto al ganar dinero parece ser el de poder hacer donación de sus ganancias a las grandes causas. Le han causado también impresión los hombres públicos de los Estados Unidos que no han sentido vergüenza de citar y practicar los principios de  Jesús en su vida política y cívica. Hasta aquí, dice Rojas, Sudamérica no ha tenido hombres de esa clase pero los necesita muchísimo.
En algunos de los párrafos finales del libro que comentamos aparece una expresión de ese creciente sentido de destino que comienza a pulsar en el pensamiento latinoamericano. Según Rojas, su amada Argentina posee ventajas que podrían constituir una preparación inconsciente al desempeño de un gran destino cristiano. Se disfruta en ese país de plena libertad religiosa, y dentro de sus anchas fronteras existe un sentimiento de hermandad entre todas las razas que han hallado en él asilo. Ese odio que sea el veneno de Europa y ese fanatismo que es la ponzoña de Asia han sido superados, en lo cual nuestro autor discierne la influencia del espíritu de Cristo, el Maestro de la fraternidad”. Quién puede decir comenta Rojas- si estamos destinados también a crear una nueva unidad religiosa, trascendiendo los cultos extranjeros. He ahí una notable ilustración del universalismo del espíritu sudamericano.

NAVARRO MONZÓ, Julio (1882-1943). Escritor argentino. Autor de Principios básicos de la civilización moderna, La misión del arte en la cultura de América, etc.

Nuestro autor sueña. Sueña en la actividad del Cristo invisible como influencia transformadora en lo espiritual y en lo social. Sueña en la cristianización de la América Latina a fin de que éste pueda cumplir su destino verdaderamente mesiánico de realizar los sueños hasta hoy irrealizados de Europa y del cristianismo. La asociación cívica de una democracia como la nuestra, puede ser una hermandad religiosa, en el más amplio sentido de esta palabra. El mundo atribulado espera en medio de las tinieblas un mensaje de esperanza, y harta dicha sería para nosotros si ese mensaje pudiera llegar de nuestra América latina, como un llamado a la cristiandad universal”.

Monzó:

10.4. Julio Navarro Monzó: Literato Cristiano:
Si Ricardo Rojas es el primer escritor sudamericano de posición literaria reconocida, que escribió un libro sobre el cristianismo, y el primero por ello en captar la imaginación de los círculos intelectuales como escritor religioso, corresponde a Julio Navarro Monzó el honor de haber sido el primero, entre las mentes de primer rango del continente, en hacer del problema religioso objeto de continuo y sistemático estudio. Si  para Rojas un libro sobre el cristianismo no fue sino el momento culminante de su primer jubileo literario, para Navarro Monzó, la religión es una pasión por la cual ha sacrificado todos los demás intereses.3)
Durante la última década, probablemente este argentino ha escrito más extensamente sobre el tema de la religión que cualquier otro escritor vivo, con la única excepción del japonés Kagawa. No sólo por medio de sus libros ha puesto el problema religioso de modo prominente a la consideración del público sudamericano, sino que en el curso de sus prolongados viajes apostólicos por muchos países latinoamericanos ha tenido oportunidad de tratar de Cristo y de la religión ante auditorios representativos en teatros y salas universitarias.
Cuando el conde de Keyserling visitó la Argentina en 1929, una de las cosas que más le impresionaron fue la calidad extraordinariamente elevada y la penetración y conocimiento que exhibían las crónicas de sus conferencias que aparecían en el gran diario de Buenos Aires, La Nación”. Según sus propias palabras, en carta al director de este periódico, dichas crónicas contenían el más excelente informe de sus conferencias que había aparecido en la prensa en cualquiera parte del mundo en que había estado. El autor de esas crónicas era Julio Navarro Monzó. Cuando los dos hombres se encontraron, el filósofo alemán halló que el periodista argentino era tan erudito, o más, que él mismo en todo aquello que tocaba a la historia de la religión.

Véase capitulo X (2)

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