Parte III
EL DIVORCIO:
“Porque yo aborrezco el divorcio, ha dicho Jehová Dios de Israel.
(Malq. 2:16. RVA 1989).
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
PARTE
III
EL
PASTOR Y EL DIVORCIO:
¿Qué Hacemos Con Los Divorciados?
El divorcio y los divorciados son una realidad que como
pastores nos cuesta asumir. Por eso, luego de la consideración teológica sobre
el divorcio, es pertinente que reflexionemos respecto a lo que debemos hacer
frente al hecho consumado.
El
divorcio nunca fue parte del plan original de Dios para el matrimonio.
Cuando
al Señor Jesucristo lo interrogaron acerca del divorcio remitió a sus
interlocutores a las leyes del principio (Mateo 19:4), para destacar que todo
lo que se haga para separar lo que Dios unió es ajeno a sus perfectos planes
originales.
Más
adelante, el mismo Señor aclara que la carta de divorcio fue establecido en la
ley de Moisés debido a la “dureza
de vuestro corazón” (Mateo 19:8), lo que indica que el efecto del
pecado es tan profundo, y los corazones tan rebeldes, que los problemas
suscitados en el matrimonio pueden terminar en una ruptura.
Para el
pastor que enfrenta esta problemática siempre es muy difícil tratarla, porque
revela las aristas más destructoras del pecado en el alma.
Recuerdo
las emociones encontradas que sentí cuando asistí el primer caso de divorcio en
mi ministerio. Usé todos los medios a mi
alcance para arreglar la situación, no podía aceptar que eso ocurriera:
· ¿Cómo
podía ser que esas dos personas que vivieron un romance tan profundo y unieron
sus vidas delante de Dios para siempre ahora se vieran como enemigos
irreconciliables?
·
¿Cómo podían agredirse en tal forma?
·
¿Qué
pasaba en el interior de ellos?
·
¿Por qué no podían
retroceder y retomar el hilo perdido del amor pasado?
Recordé en aquel momento que el primer “divorcio” emocional se produjo entre Adán y Eva a consecuencia del pecado: “Cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales” (Génesis 3:7).
Algo se
quebró en la intimidad de ellos, que habrían sido uno, y ahora se avergonzaban
de mostrar su desnudez.
Por
tanto, cada vez que nos encontramos con un divorcio, vemos los efectos
devastadores del pecado en nuestra raza, lo cual frustra el plan original de
Dios
Debemos
ser cuidadosos, porque esta visión tan decepcionante puede hacernos perder de
vista el padecimiento que esa situación produce en quienes lo sufren, y como
pastores tenemos la obligación de atender a esas personas frustradas y
doloridas.
·
Una perspectiva sociológica –humanista-, y
·
La concepción
cristiana.
A. Para Los Humanistas.
El
matrimonio no es más que un contrato entre dos partes, que no se diferencia
mucho de uno de arrendamiento o uno laboral. Las dos partes [50 y
50]
tienen obligaciones y derechos mutuos, si
alguna de ellas no cumple, sufre las penas correspondientes.
Como en cualquier acuerdo, hay:
Ø Obligaciones,
Ø Beneficios, y
Ø penalidades.
El divorcio es la cesación o ruptura de ese
contrato.
B. Para Los Cristianos.
En cambio, el matrimonio es un pacto que
hacemos ante Dios. No es solo un acuerdo entre dos partes,
porque invocamos la bendición de Dios sobre esa unión. Por lo tanto él, como
Creador y Sustentador de nuestra vida, forma parte indisoluble de todo lo que
hacemos. De modo que el matrimonio no es “lo que nosotros acordamos”, sino “lo
que Dios ha unido”.
El
sabio, refiriéndose a la mujer extraña que incita al adulterio, dice: “La cual abandona al compañero de su
juventud y se olvida del pacto de su Dios”.
(Proverbios 2:17).
Muchos,
influenciados por la concepción humanista, creen que el divorcio es un trámite
sin mayores consecuencias. Al no haber acuerdo entre las partes se reparten los
bienes y se separan. Sin embargo, esta visión es
simplista y colisiona con la realidad que vemos a diario:
Ø Pasaba un día frente a los tribunales de mi ciudad, cuando vi salir
de allí a una mujer que, por su aspecto, mostraba buena posición social y
educación;
Ø iba acompañada por su abogado.
Caminaba con cierta tranquilidad cuando intempestivamente se detuvo y comenzó a
correr al edificio del que venía.
Alcanzó
a un hombre que también salía del tribunal y comenzó a golpearlo e increparlo
con palabra fuertes. Quienes estábamos en el lugar logramos contenerla y poco
después, ya más serena, nos explicó que el agredido era su esposo, del que
acababa de separarse.
Le
pregunté por los términos del divorcio y me dijo que fue justo y que sus bienes
se habían repartido equitativamente.
¿Qué estaba reclamando esta mujer? Una inversión que iba mucho más allá del “contrato matrimonial”: Invirtió sus ilusiones, entregando su amor y sus
sentimientos más profundos, y sentía que había sido defraudada. Otro tanto
experimentaba su marido.
Sus
experiencias denunciaban una realidad que no contempla el “Tribunal de Justicia”: Que en la ruptura de esa unión dejaron
jirones de su ser y ahora estaban mutilados efectivamente. La mujer reclamaba lo que ningún tribunal podía
compensarle.
La concepción humanista es demasiado
limitado. Cada una de las partes hace una inversión
que trasciende lo material. Pactan con la vida. Con el futuro.
3.3. Una
Visión Compasiva Del Divorciado:
Las cosas en el mundo no son como deben ser.
Son como son. El pecado lo hace así.
Lo que
debe ser, porque Dios lo estableció, es que el hombre y la mujer que se unen en
matrimonio lo hagan para toda la vida, se amen y respeten, profundicen su
intimidad, críen sanamente a sus hijos y lleguen a una vejes feliz. Pero la
realidad que produjo el PECADO es
frustra. Cuando esto sucede, ¿qué hace el pastor? Debe aceptar esa realidad no
deseada, ni deseable, y actuar con compasión.
Cuando
veo a un divorciado pienso que tengo delante de mí a una persona mutilada.
Alguien que un día, con todas sus ilusiones –consciente o
inconscientemente- hizo un PACTO para toda la vida, y fracasó.
Cuando
Jesús enfrentó a los acusadores de la mujer adúltera, sabía que tenía delante a
una pecadora y nada podía aliviar el peso de su responsabilidad. En esto
coincidía con los acusadores. Pero difería en el enfoque: Mientras que los que acusaban veían solo un PECADO que debía ser
pagado con la MUERTE, Jesús veía una
pecadora que podía ser redimida y restaurada.
Cuando el divorcio se produce es como si una
bomba atómica emocional estallara en medio de dos personas. Todos salen heridos.
Nunca
debemos engañarnos por las máscaras que se colocan al hablar de su problema, ya
que es una forma de defenderse a sí mismos frente a la realidad insoslayable
del fracaso y la frustración.
Aunque adopten
actitudes de autosuficiencia, en el fondo de sus corazones lloran por lo que
soñaron y no pudieron concretar.
· Un divorcio no es una
experiencia que pueda sepultarse en el olvido.
· Con
el paso del tiempo menguará el dolor, pero las marcas permanecen para siempre.
Un pintor moderno realizó un cuadro de su familia y me lo mostró para que le diera mi parecer. En la pintura estaba representado él mismo, trabajando frente a una tela. Lo acompañaban su esposa, su hija y hasta el gato de la familia. Pero llamaba la atención que, en un segundo plano, en las sombras, apenas esbozados, había fantasmas que se movían como intrusos.
Le
pregunté qué significaban, y me respondió: “Soy divorciado y esas son las sombras del pasado que siempre
me acompañan”. Una respuesta lúcida frente a una realidad
dolorosa.
3.4. Una
Actitud Restauradora:
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros
que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6:1). La aspiración del cristiano siempre debe
ser restaurar.
Antes
que comportamientos farisaicos de acusaciones sin misericordia, son necesarias
actitudes compasivas y restauradoras. ¿Qué hacemos con ese hombre o esa mujer que están viviendo esa
tremenda frustración?
Luego
de confrontarlos con la Palabra de Dios y con su verdadera situación tenemos
que buscar la forma de SANAR
SUS HERIDAS y producir su RESTAURACIÓN:
Ø Este es un camino largo.
Cuando
hace unos años, un demente arremetió contra La Piedad de Miguel Ángel, la
mutiló en un segundo pero la restauración requirió mucho tiempo y esfuerzo. Se
espera de cada cristiano, que ponga todo su empeño para comprender y asistir a
quienes viven esa situación, porque ayudará a que las heridas puedan ir
cerrándose a su debido tiempo.
En
algunos casos se presentan cuadros depresivos, estados de melancolía y
angustia. En otros, se generan temores e inseguridad por miedo a contabilizar
otro fracaso en el futuro. Siempre tenemos que estar preparados para, con mucha
paciencia, dar la palabra adecuada.
Por otra parte tendremos que orientar para el
futuro. Nunca, en un divorcio, las culpas están de
una sola parte:
Son compartidas. Puede ser que los porcentajes de
responsabilidad varían, pero siempre fallan ambas partes.
Frente
a un divorciado tenemos que preguntarnos qué es lo que falló de su parte para
que se produjera esa frustración, ¿sería inmadurez, incapacidad para resolver
los problemas, fallas en el carácter, etc.? Debemos trabajar con eso para
ayudarlos a madurar en el Señor, y a que resuelvan esas carencias, defectos o
pecados para que sigan adelante.
Como
pastor, me gustaría poder mirar el rebaño en que el Señor me ha colocado y ver
a todas las ovejas sanas e inmaculadas. Pero esa es una visión idealista de la obra de Dios.
El
rebaño no solo está formado por ovejas sanas, sino también por las mutiladas,
heridas o golpeadas que muestran en sus cicatrices los efectos del mal.
Recordemos las palabras con que Dios reconvino a los pastores de
su pueblo:
· “No
fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma, no vendasteis la
perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la
perdida…Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras
del campo, y se han dispersado” (Ezequiel 34:4-5).
Palabra
que nos hacen reflexionar acerca de nuestra responsabilidad. Nunca tendremos
rebaños sin lesiones ni cicatrices. ¡Gracias
a Dios que, a pesar de los combates del PECADO y el ENEMIGO, podemos vendarles
y sanarles las heridas y ayudarlas a que sigan adelante!
___________
-
DE PASTOR A PASTOR: Un tarjetero pastoral 1995
LOGOI, Inc.
-
Biblia de Estudio RYRIE.
-
e-Sword-the. LEDD.
-
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez. 31//01//2016.
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