lunes, 20 de junio de 2016

Parte I: LA RESURRECCIÓN DEL HIJO DE DIOS: (Juan 20:1-31)

Parte I:

LA RESURRECCIÓN DEL HIJO DE DIOS:
(Juan 20:1-31)
Por: Pastor: Carlos Ramírez Jiménez: 

La Resurrección:
“El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro… Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto… Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro… Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro…”
(Juan 20:1-31) 

Introducción:
En este capítulo Juan nos refiere, no la resurrección misma del Señor, sino las pruebas evidentes de ella:
·      Primero, las que se presentan en el sepulcro y en sus inmediaciones:
1) La tumba apareció vacía, pero en orden (vv.1-10).
2) ángeles se aparecieron a María Magdalena en el sepulcro (vv.11-13).
3) Cristo mismo se manifestó resucitado a María Magdalena (vv.14-18).
·      Segundo, las que ofreció Jesús a los discípulos reunidos:
1) Al atardecer del mismo día de la resurrección, estando ausente Tomás (el científico) (vv.19-25).
2) Ocho días después, estando presente Tomas (vv.26-31).

I.      LA RESURRECCIÓN: Juan 20:1-29:

Según el arreglo de las evidencias por A. T. Robertson, hubo once apariciones de Jesús registradas después de la resurrección y antes de la ascensión, más el encuentro de Pablo con Jesús en el camino a Damasco. Diez de estas apariciones se encuentran en los Evangelios, o, según, Culpepper solo nueve. Cada Evangelio relata los eventos en una manera particular, ninguno pretendiendo abarcar todo lo que ocurrió (ver 20:30), pero todos concuerdan en los hechos básicos: la tumba vacía, la resurrección corporal de Jesús, las apariciones sólo a los discípulos, los cuales las recibieron con dudas y reserva, pero finalmente todos fueron convencidos.
Las diferencias en el contenido y la manera de presentar las apariciones hacen difícil un arreglo armónico. Algunos sugieren que estas diferencias restan valor a su autenticidad, pero otros creen que más bien la confirman, porque, como dicen, ¿qué autor falso o impostor habría dejado tantas diferencias? Las diferencias reflejan el propósito de cada redactor y su conocimiento personal de los hechos, o las tradiciones a su disposición.
Morris acota que las mencionadas diferencias indican que tenemos la evidencia espontánea de testigos, no la repetición estereotipada de una historia oficial. Juan es muy independiente en su presentación, no relatando ninguna de las historias que los otros presentan.
Lindars, quien rechaza la paternidad juanina, sugiere que el autor tenía a mano solamente tradiciones de tres de las apariciones.
Plummer observa que las características distintivas de Pedro, Juan, Tomás, Magdalena y otros están en completa armonía con lo que se sabe de ellos de otros pasajes.

Varios eruditos ofrecen un intento de armonizar las apariciones, adoptando distintos criterios. Nos limitamos aquí a presentar el esquema de A. T. Robertson:
·      a María Magdalena (Mar. 16:9–11; Juan 20:11–18);
·      a las otras mujeres (Mt. 28:8–10);
·      a los dos discípulos en camino a Emaús (Mr. 16:12 s.; Lc. 24:13–32);
·      a Simón Pedro (Lc. 24:33–35; 1 Cor. 15:5);
·      a los diez discípulos, sin Tomás (Mr. 16:14; Lc. 24:36–43; Juan 20:19–25);
·      el domingo siguiente a los once discípulos, con Tomás presente (Juan 20:26–31; 1 Cor. 15:5);
·      a los siete discípulos y la pesca milagrosa (Juan 21:1–25);
·      a 500 personas en un monte, y una comisión a los discípulos (Mr. 16:15–18; Mt. 28:16–20; 1 Cor. 15:6);
·      a Jacobo (1 Cor. 15:7);
·      a los once, dándoles una comisión (Lc. 24:44–49; Hech. 1:3–8);
·      la última aparición y la ascensión (Mr. 16:19 s.; Lc. 24:50, 53; Hech. 1:9–12).

1. La Tumba Vacía, 20:1–10.

Los cuatro Evangelios concuerdan en afirmar el hecho de la tumba vacía. Esta es la primera evidencia del cumplimiento de la promesa de Jesús de que resucitaría al tercer día (ver Mt. 16:21; 17:23; 20:19; 27:63; Mr. 8:31; 9:31; 10:34; Lc. 9:22; 18:33; 24:7).
Habiendo prometido tantas veces que resucitaría al tercer día, es casi increíble que los discípulos hayan demorado tanto en creer que de veras había resucitado, aun cuando vieron la tumba vacía.
Beasley-Murray piensa que los discípulos fueron a Jerusalén con la firme expectativa de la rápida venida del reino de Dios (ver Lc. 19:11) y que la crucifixión aplastó esa expectativa a tal punto que pensaban que todo estaba perdido.

La expresión primer día de la semana es literalmente: “Y en el día uno de los sábados”, que significa el domingo, pues el último día de la semana era el sábado.
Nótese: que Juan emplea un número cardinal (“uno”) en lugar de un ordinal (“primero”), quizás por la influencia semítica. El término semana puede referirse a los días de la fiesta, o al período entre dos sábados.
La expresión muy de madrugada, siendo aún oscuro, parece contradecir el texto de Marcos 16:2 donde el autor dice que “apenas salido el sol”. La solución podría ser que salió de su casa siendo oscuro, pero ya salía el sol cuando llegó a la tumba. De todos modos este hecho explicaría por qué no vio lo que estaba dentro de la tumba, como luego vieron Pedro y Juan.

Juan no había mencionado la piedra en relación con la sepultura, pero la expresión aquí indicaría que era conocida, o que normalmente se encontraría una piedra sobre la boca de una tumba. La expresión había sido quitada puede ser traducida “había sido levantada”. En todo caso, sería muy difícil remover la piedra, pero mucho más el levantarla.
Lindars opina que el relato de Juan indicaría que la piedra era cuadrada, haciendo necesario el levantarla. La piedra quitada sería el primer milagro en relación con la resurrección de Jesús. Se ha observado que la piedra no fue quitada para permitir a Jesús salir sino para que los discípulos pudieron ver que había resucitado.

Comparando El Testimonio De Los Cuatro Evangelios:
§  Marcos describe la colocación de la piedra (15:46),
§  Mateo, el sello romano puesto sobre la piedra (27:66),
§  pero los cuatro informan que la piedra fue quitada.

Juan informa que María Magdalena fue a la tumba, pero los Sinópticos [1] indican que varias mujeres la acompañaron, llevando especias aromáticas para aplicar al cuerpo de Jesús (Mt. 28:5–8; Mr. 16:2–8; Lc. 24:1–8). Algunos piensan que la mejor explicación de esta aparente contradicción es que Juan, sabiendo que fue María Magdalena quien lo vio primero (ver Mr. 16:9), se limita a mencionarla a ella sola aquí. Sin embargo, todo el grupo de mujeres lo vieron en el camino de vuelta a la ciudad (ver Mt. 28:9).
Por alguna razón Juan menciona sólo a María Magdalena quien corrió a avisar de la tumba vacía, pero Mateo (28:8) y Lucas (24:9) indican que todas las mujeres fueron a avisar a los once discípulos. Probablemente fue María Magdalena la que compartió la noticia primero a Simón Pedro y al otro discípulo, y luego a los demás. A pesar de la triple negación de su relación con Jesús, parece que Pedro todavía era considerado como el principal en los once. El hecho de mencionar al otro discípulo a quien amaba Jesús (ver 13:23; 19:26) dentro del grupo de los once discípulos (ver Lc. 24:9) indicaría que él era uno de ellos. Además, el hecho de darle un lugar de prominencia al lado de Simón Pedro parece indicar que era uno de los principales discípulos. Todas estas evidencias apuntarían al apóstol Juan.

La conclusión de María Magdalena de que algunos. Han sacado al Señor del sepulcro, sin indicar si eran amigos o enemigos, es una clara evidencia de que tanto ella como las demás no estaban esperando la resurrección corporal de Jesús.
Beasley-Murray comenta que el robo de cuerpos y artículos de valor era muy común, a tal punto que el emperador Claudio (41–54 d. de J.C.) decretó que uno culpable de violar las tumbas sería sentenciado a la muerte. Los judíos comenzaron el rumor de que fueron los discípulos los que habían robado el cuerpo de Jesús (ver Mt. 28:13–15), lo cual nos parece ridículo, pero servía el propósito de los enemigos de Jesús.

El verbo Han sacado, traducido como si estuviera en el tiempo perfecto, está realmente en el tiempo aoristo y se traduce “sacaron”. Seguramente ellas no vieron los lienzos de Jesús dentro de la tumba, quizás por la oscuridad que todavía cubría la tumba, o por su sorpresa de encontrar algo inesperado. El cambio de repente de tercera persona singular, corrió… fue… dijo, a primera persona plural, no sabemos, es la evidencia, según varios autores, de que el redactor estaba uniendo la tradición de Juan con la de los Sinópticos.
En cambio, Bultmann y Dalman opinan que este sería un caso del arameo usado en Galilea en que se usaba frecuentemente la primera persona del plural por la primera del singular.

El testimonio de la mujer no se consideraba válido; tendría que ser verificado por uno o más varones (ver Deut. 19:15). Estos dos, quizás dudando la realidad de lo que las mujeres dijeron, no perdieron tiempo en ir para ver lo que había pasado (v. 3). El verbo Salieron está realmente en la tercera persona singular, “salió”, indicando que Pedro se levantó para salir (ver Lc. 24:12) y luego el otro lo siguió.

Nótese: el cambio en el tiempo de los verbos, Salieron está en el tiempo aoristo, indicando una acción puntual, mientras que iban está en el imperfecto, indicando acción continuada, es decir, la corrida al sepulcro que llevó un tiempo.

Brown sugiere que María Magdalena acompañó a los dos discípulos a la tumba porque luego aparece otra vez allí (v. 11). La expresión al sepulcro emplea una preposición que significa literalmente dentro del sepulcro”.

El verbo corrían, como iban (v. 3), está en el tiempo imperfecto y es gráfico en su descripción. El discípulo amado pudo correr más rápidamente que Pedro porque, como se piensa, era más joven, o estaba en mejores condiciones físicas. En todo caso, el otro discípulo llegó primero al sepulcro. Esta descripción de la carrera, uno más rápidamente que el otro, es otra evidencia de un testigo ocular, apuntando al apóstol Juan.
Plummer comenta cuán natural es el proceso de convicción que pasa por la mente de Juan: la pesada incredulidad antes, la expectativa emocionante en la corrida, la timidez y reverencia al llegar, luego el nacimiento de la fe ante la tumba vacía.

Parece que la entrada de la tumba era muy baja, haciendo necesario que uno se inclinara para ver hacia adentro. Los verbos vio y habían quedado están en el tiempo presente descriptivo y se traducen literalmente: “mira los lienzos que están puestos”. No fue una mirada pasajera que Juan dio, sino una prolongada contemplación mientras esperaba la llegada de Pedro. Con todo, y de acuerdo con su carácter reticente, Juan no entró.
Contrario a la acción de Juan, y de acuerdo con su carácter audaz e impulsivo, cuando Pedro llegó no demoró ni un instante para entrar en la tumba. Como Juan, Pedro vio los lienzos que habían quedado, pero el verbo vio, también en el tiempo presente, traduce otro vocablo gr. que significa más bien contemplar. Pedro quedó contemplando por un tiempo las evidencias, tratando de entender el significado de la tumba vacía y los lienzos puestos, y vio cosas que Juan no pudo ver desde su posición fuera del sepulcro. Sin embargo, su mente estaba todavía aturdida y no llegó a la conclusión más natural, es decir, que Jesús había resucitado tal cual había prometido.

El término sudario (v. 7) es la transliteración de sudarion   G4676 y se refiere a una tela que se usaba para limpiar el sudor del rostro (ver Hech. 19:12).
En Lucas 19:20 se refiere a un “lienzo”, o pañuelo”, en que el siervo malo había envuelto el dinero de su señor. Se describe a Lázaro cuando salió de la tumba “y su cara envuelta en un sudario” (11:44).
Así, José y Nicodemo, preparando el cuerpo de Jesús para el entierro, habían envuelto su cabeza en un pañuelo grande.

Nótese: la descripción detallada y precisa: el sudario… no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. No sólo es la marca de un testigo ocular, sino que este detalle, que no fue observado por Juan cuando miró hacia adentro desde afuera, evidentemente tenía un significado importante.

La tumba vacía era, sin lugar a dudas, evidencia convincente de la resurrección de Jesús. Mucho más, la misma presencia del sudario y su ubicación aparte, además de los lienzos con que fue envuelto el cuerpo de Jesús, todo apuntaba a la resurrección. Como muchos han comentado, si alguien hubiera robado el cuerpo, seguramente no le habría quitado los lienzos y el sudario, los cuales, juntamente con los compuestos aromáticos, tendrían gran valor.
Tampoco hubiera envuelto el sudario y los lienzos, dejándolos puestos como Pedro los encontró. Algunos han procurado comprobar que los lienzos y el sudario estaban arreglados para sugerir que Jesús los traspasó y los dejó en el lugar donde cayeron. El texto griego no dice tal cosa, ni lo niega. Debemos resistir la tentación, por más interesante y plausible que sea, de afirmar categóricamente algo que no está expresado explícitamente.

Animado por la acción impulsiva de Pedro, el otro discípulo (v. 8) se atreve a entrar en la tumba. De acuerdo con el carácter sensible y el discernimiento espiritual del otro discípulo, características propias del apóstol Juan, él fue el primero en discernir en las evidencias objetivas delante de sus ojos que la única conclusión razonable era la realidad de la resurrección corporal de Jesús.
Los verbos vieron y creyó, traducidos correctamente en el tiempo aoristo, hablan de una acción puntual e instantánea. No demoró en llegar a una conclusión positiva. El término vio traduce otro verbo griego, orao G3708 que tiene una gran variedad de significados: ver, contemplar, marcar, observar, percibir.
Los dos verbos, vio y creyó no tienen un cumplimiento directo, es decir, el autor no nos dice qué es lo que vio y qué es lo que creyó. Sin embargo, el contexto implica que vio las mismas evidencias que Pedro había visto. Quizá Pedro todavía estaba allí apuntando a las evidencias y preguntando por una explicación.

El verbo creyó, a la luz del significado a través del Evangelio (ver 20:25, 27, 29, 30), es que creyó que Jesús había resucitado, confirmando que era el Hijo de Dios. Es el primero de todos sus discípulos que llegó a esta convicción y es el único que sepamos que creyó en la resurrección solamente basada en la evidencia de la tumba vacía y los lienzos puestos. Probablemente, en su mente llegó a relacionar las evidencias en la tumba con las promesas de Jesús de que resucitaría al tercer día.
Sin embargo, todavía no había relacionado este evento con las Escrituras, es decir, con el AT. Para evitar esta dificultad, algunos entienden que lo que el otro discípulo creyó fue meramente el anuncio de María Magdalena. Tal conclusión no concuerda con el relato de Juan, porque el hecho de la tumba vacía y la ausencia del cuerpo de Jesús era evidente al llegar a la tumba, pero la mención de su fe vino más tarde.
La frase adverbial aún no entendían (v. 9) parece indicar que en ese momento no habían entendido, pero luego sí. La expresión la Escritura parece referirse a un texto particular, no al AT., en general, pero no indica a cuál se refiere. Aunque ningún texto del AT., describe explícitamente que le era necesario resucitar de entre los muertos, Morris menciona varios que podrían implicar el hecho (ver Is. 53:10–12; Oseas 6:2; Jonás 1:17). Parece que Pablo se refiere a las mismas citas bíblicas en su Carta a los corintios cuando hablaba de la resurrección de Jesús (1 Cor. 15:4). La creencia de los discípulos en la resurrección no se basaba en el AT., sino en las promesas de Jesús, en las evidencias objetivas en la tumba y en sus apariciones. Luego de llegar a esa convicción, buscaron en el AT., pasajes que podrían respaldar esa convicción, y los encontraron.
Vincent opina que el verbo impersonal, traducido era necesario, se refiere al consejo divino que incluía el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús (ver 3:14; 12:34).
Literalmente el texto del v. 10 se traduce así: “Se fueron entonces otra vez a los suyos los discípulos”. Algunas versiones lo traducen volvieron a sus hogares”. Quizás la expresión en griego podría indicar a sus hogares”, pero no es concebible que hayan ido a sus hogares como si nada extraordinario hubiera sucedido.
Es más natural pensar que una vez que habían comprobado la veracidad del anuncio de María Magdalena y se habían convencido de que Jesús había resucitado, no podían esperar para contar las buenas nuevas a los demás, tal como fue el caso de los dos que iban en el camino a Emaús (ver Lc. 24:13). La noticia era demasiado buena para retenerla; era necesario compartirla.
Beasley-Murray cita a Bernard quien asume que el discípulo amado llevó las noticias de la tumba vacía a María, madre de Jesús. Seguramente María figuraría entre los suyos, pero la expresión, siendo plural, no se limita a ella.

2. Las Apariciones, 20:11–29.

En esta sección tenemos un buen ejemplo de lo que Juan dijo luego: “Por cierto Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro” (20:30). Con esta aclaración, Juan reconoce que su Evangelio es selectivo. Escogió para incluir en su Evangelio solo siete de las muchas señales, es decir, las que manifestaban más claramente la divinidad de Jesús.
Aquí escogió solo tres de las apariciones, las que los Sinópticos no mencionan y las que cumplirían mejor su propósito.
Plummer llama la atención a las tres apariciones como correspondientes a las tres divisiones de la oración en el cap. 17:
·      en la primera, vemos a Jesús mismo;
·      en la segunda, a Jesús en relación con sus discípulos; y
·      en la tercera, Jesús en relación con todos los que no han visto, y sin embargo, han creído.

(1) La Aparición a María, 20:11–18.

María Magdalena, que fue con un grupo de mujeres a la tumba temprano en la mañana, al ver la tumba vacía y pensando que algunos había robado el cuerpo de Jesús, fue corriendo a avisar a los discípulos. Aparentemente, ella siguió detrás de Pedro y el otro discípulo cuando ellos fueron para verificar su noticia. Cuando esos dos discípulos examinaron la tumba, vieron la evidencia de la resurrección y regresaron para avisar a los demás; parece que María se quedó al lado de la tumba meditando y llorando. Varios comentaristas opinan que la presencia repentina de María Magdalena al lado de la tumba se debe al intento de unir dos o más tradiciones distintas.
El hecho de que Jesús haya escogido a María Magdalena como la primera persona para verlo después de su resurrección es el tema que ha ocupado a casi todos los comentaristas. Hay muchas conjeturas, pero el texto bíblico no define el porqué del caso.
Hull, Morris y otros nos recuerdan que los rabíes se negaban a enseñar a mujeres y generalmente les asignaban un lugar muy inferior al de los hombres. Por lo tanto, uno pensaría que el primero para verlo en su estado glorioso sería uno de los once discípulos, quizás  Pedro, el vocero, o Juan, el discípulo amado, o si no fuera un discípulo, sería María, la madre de Jesús.
Morris comenta que en la aparición a María Magdalena hay una condescendencia maravillosa, porque no tenemos base para pensar que ella fuera alguien de una importancia particular.
Al contrario, se describe como una persona de la cual Jesús había sacado siete demonios (Lc. 8:2). Muchos se han imaginado que este hecho significa que ella era una mujer inmoral, pero no hay base alguna para tal conclusión. La presencia de demonios en una persona más bien indica un desorden mental o emocional, sin referencia a su moralidad. Los textos bíblicos indican que, luego de ser librada de los demonios, ella servía a Jesús (Lc. 8:3; ver Mt. 8:14 s.), estuvo al pie de la cruz (Juan 19:25), estaba presente en el sepelio (Mt. 27:61) y fue temprano al sepulcro (Juan 20:1).
Hull comenta que su experiencia con los demonios, aunque ya sanada, haría aún más cuestionable su testimonio.
No sabemos si ella se enteró de la convicción de Juan de que Jesús había resucitado o, si enterándose, no compartió esa conclusión. El hecho de que estaba llorando indica que aún seguía dudando de la resurrección. Ella seguía con su conclusión inicial cuando vio la tumba vacía y creía que alguien había robado el cuerpo (ver v. 2). El participio griego llorando está en el tiempo presente y el verbo lloraba en el tiempo imperfecto, ambos presentando la descripción de una acción que se prolongaba. El verbo se inclinó traduce el mismo término que describe la acción de Juan cuando primeramente llegó a la tumba (v. 5). Significa el hecho de doblarse el cuerpo, o por lo menos la cabeza. Contrario a la traducción de la RVA, el texto dice: se inclinó hacia la tumba”, pero no dice que miró hacia adentro, aunque se implica que así lo hizo y el versículo siguiente lo confirma.

Véase-----> Parte II:




No hay comentarios.:

Publicar un comentario