Parte III:
EL ORGULLO:
Por: Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Lección: 3
EL PUNTO TEOLÓGICA BÍBLICA:
Los griegos, para liberarse del
sentimiento de inferioridad, recurrían con frecuencia a una sabiduría
completamente humana; la Biblia funda el orgullo del hombre en su condición de
criatura y de hijo de Dios: el
hombre, a menos que sea esclavo del pecado, no puede tener vergüenza delante de
Dios ni delante de los hombres. El orgullo auténtico no tiene nada que ver con
la soberbia, que es su caricatura; este orgullo es perfectamente compatible con
la humildad. Así la Virgen María al cantar el Magníficat tiene plenamente
conciencia de su valor, de un valor creado por Dios solo, y lo proclama a la faz
de todas las generaciones (Lc. 1:46-50).
La Biblia no tiene término propio para
designar este orgullo; pero lo caracteriza partiendo de dos actitudes. Una,
siempre noble, a la que los traductores griegos llaman parresía, tiene afinidad
con la libertad; los hebreos la describen sirviéndose de una perífrasis: el hecho de mantenerse derecho, de
tener el rostro levantado, de expresarse abiertamente; el orgullo se manifiesta
en una plena libertad de lenguaje y de comportamiento. Deriva también de otra
actitud emparentada con la confianza, cuya irradiación es; los traductores
griegos la denominan kaukhesis: es
el hecho de gloriarse de alguna cosa o de apoyarse en ella para darse aplomo,
para existir uno frente a sí mismo, frente a los otros, frente al mismo Dios;
esta gloria puede ser noble o vana, según que se alimente en Dios o en el
hombre.
EL
CONCEPTO DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
1.
Orgullo del
pueblo elegido.
Cuando Israel fue sacado de la
esclavitud y hecho libre después de romper las barras de su yugo, entonces pudo
"caminar con la cabeza
levantada" (Lv. 26:13), con parresía (LXX). Esta nobleza, orgullo que
deriva de una consagración definitiva, obliga al pueblo a vivir en la santidad
misma de Dios (Lv. 19:2). Este sentimiento, si bien puede fácilmente degenerar
en desprecio, justifica en Israel el empeño por separarse de los otros pueblos
idólatras (Dt. 7:1-6). El orgullo sobrevive en la humillación misma, pero
entonces se convierte en vergüenza, como cuando Israel tiene "el vientre pegado al suelo"
porque Jehová oculta su rostro (Salm. 44:26); pero si se humilla, entonces
podrá de nuevo "levantar la cara
hacia Dios" (Job 23:26). En todo caso el pueblo, abatido hasta el
suelo o con la mirada fija en el cielo, conserva en su corazón el orgullo de su
elección (Salm. 119:46).
2.
Orgullo y Vanidad.
Del orgullo a la soberbia no hay más que
un paso (Dt. 8:17); entonces el orgullo se convierte en vanidad, pues su apoyo
es ilusorio. A la gloria de poseer un templo en el que habita Dios, hay que
responder con la fidelidad a la alianza, pues de lo contrario toda seguridad es
engañosa (Jr. 7:4-11). Asimismo, "que
el sabio no se gloríe de su
sabiduría, que el valiente no se gloríe de su valentía, que el rico no se
gloríe de su riqueza. Pero quien quiera gloriarse, halle su gloria en esto: en
tener inteligencia y en *conocerme" (9:22s). El único orgullo auténtico es
la irradiación de la confianza en Dios solo. Este proceso de degradación se
observa también en las naciones, que, como criaturas, deben dar gloria a solo
Dios y no enorgullecerse por su belleza, por su poderío o su riqueza (Ez.
26-32).
Finalmente, los sabios gustan de repetir
que el temor de Dios es el único motivo de orgullo, pero no la riqueza ola
pobreza; el orgullo está en ser hijos del Señor, en tener a Dios por padre.
Ahora bien, el orgullo del justo no es sólo interior, y su irradiación condena
al impío; éste, en cambio, persigue al justo. Y el orgullo del justo oprimido
se expresa en la oración que dirige al que le da existencia: "No seré
confundido" (Salm. 25:3; 40:15ss).
3.
El orgullo del
siervo de Dios.
El restablecimiento del orgullo del
justo no se verifica según los caminos del hombre. Israel se cree abatido,
abandonado por su Dios, pero Dios sostiene a su siervo, lo lleva de la mano (Is.
42:1, 6); así, en la persecución endurece su rostro y no será confundido (50:7s).
Sin embargo, el profeta anuncia que las multitudes se horrorizaron al verle: no
tenía aspecto de hombre, de tan desfigurado como estaba (52:14); delante de él
se volvía el rostro porque él mismo había venido a ser despreciable y
despreciado (53:2s).
Pero si el siervo ha perdido el rostro a
los ojos de los hombres, Dios toma su causa en la mano y justifica su orgullo
interior inquebrantable "glorificándolo"
a la faz de los pueblos: "será alto, exaltado, será muy elevado: mi siervo
prosperará" (52:13) y "compartirá los trofeos con los poderosos"
(53:12). Siguiendo el ejemplo del siervo, todo justo puede invocar el juicio de
Dios: después que se le ha tenido
por loco y miserable, he aquí que el último día "el justo se mantendrá de pie lleno de confianza".
EL
CONCEPTO DEL NUEVO TESTAMENTO.
1.
El orgullo de Cristo.
Jesús, que sabe de dónde viene y adónde
va, manifiesta su orgullo cuando se proclama Hijo de Dios. El cuarto evangelio
presenta este comportamiento como una parresía. Jesús habló "abiertamente" al mundo (Jn. 18:20s),
tanto que el pueblo se preguntaba si las autoridades no lo habían reconocido
por el Cristo (7:25s); pero como este hablar franco no tiene que ver con la
publicidad estrepitosa del mundo (7:3-10), no se le comprende, y debe cesar
(11:54); Jesús cede, pues, el puesto al Paráclito que ese día dirá todo claro
(16:13, 25). Aunque el término no se halla en los sinópticos sino a propósito
del anuncio de la pasión, sin embargo, describen comportamientos de Jesús que
expresan la parresía. Así cuando reivindica frente a toda autoridad los
derechos del Hijo de Dios o de su Padre:
frente a sus padres (Lc. 2:49), frente a los abusos impíos (Mt. 21:12ss; Jn. 2:16),
frente a las autoridades establecidas (Mt. 23). Sin embargo, este orgullo no es
nunca reivindicación de la honra personal, no busca sino la gloria del Padre
(Jn. 8:49s).
2.
Orgullo y
libertad del creyente.
El fiel de Cristo ha recibido con su fe
un orgullo inicial (Heb. 3:14), que debe conservar hasta el fin como un gozoso
orgullo de la esperanza (3:6). En efecto, por la sangre de Jesús está lleno de
seguridad y confianza y puede adelantarse hacia el trono de la gracia (4:16);
no puede perder esta seguridad ni siquiera en la persecución (10:34s), sopena
de ver a Jesús avergonzarse de él (Lc. 9:26 p) el día del juicio; pero si ha
sido fiel, puede tranquilizar su corazón, pues Dios es más grande que nuestro corazón.
El orgullo del cristianismo se
manifiesta acá en la tierra en la libertad con que da testimonio de Cristo resucitado.
Así desde los primeros días de la Iglesia los apóstoles, iletrados (Hech. 4:13)
anunciaban la palabra sin desfallecer (4:29, 31; 9:27s: 18:25s), delante de un
público hostil o desdeñoso. Pablo caracteriza esta actitud por la ausencia de
velo sobre el rostro del creyente:
refleja la gloria misma del Señor resucitado (2 Cor. 3:ll, s.); tal es el
fundamento del orgullo apostólico:
"nosotros creemos, y por eso hablamos" (4:13).
3.
Orgullo y
gloria.
Como Jeremías, que en otro tiempo
quitaba a todo hombre el derecho de "gloriarse",
a no ser del conocimiento de Jehová, así lo hace también san Pablo (l Cor. 1:31).
Pero Pablo sabe el medio radical
escogido por Dios para quitar al hombre toda tentación de vanagloria: la fe. En adelante ya no hay
privilegio en que uno pueda apoyarse, ni el nombre de judío, ni la ley, ni la
circuncisión (Rom. 2:17-29). Ni siquiera Abraham pudo gloriarse de obra alguna
(4:2), mucho menos nosotros, que somos todos pecadores (3:19s., 27). Pero
gracias a Jesús que le ha procurado la reconciliación, puede el fiel gloriarse
en Dios (5:11), y en la esperanza de la gloria (5:2), fruto de la justificación
por la fe. Todo lo demás es despreciable (Filp. 3:3-9); sólo la cruz de Jesús
es fuente de gloria (Gál. 6:14), pero no los predicadores de esta cruz (1 Cor.
3:21).
Finalmente, el cristiano puede estar
orgulloso de sus tribulaciones (Rom. 5:3); las flaquezas del Apóstol son fuente
de orgullo (1 Cor. 4:13; 2 Cor. 11:30; 12:9s). Entonces los frutos del
apostolado, que son las Iglesias fundadas, pueden ser la corona de gloria del
Apóstol (1 Ts. 2:19; 2 Ts. 1:4):
puede estar uno orgulloso de sus ovejas, incluso a través de las dificultades
que suscitan (2 Cor. 7:4, 14; 8:24).
El misterio del orgullo cristiano y apostólico es el misterio pascual, el de la
gloria que brilla a través de las tinieblas. Está orgulloso el que con su fe ha atravesado el reino de la muerte.
Anécdota:
EL CIERVO:
Llegó un ciervo a una fuente cristalina
de aguas, y vio en la limpia superficie de ellas sus largas y delgadas piernas
a la vez que sus hermosos cuernos. “Verdad es lo que de mí dicen las gentes”,
exclamó; “¡supero
a todos los demás animales en gracia y en nobleza! ¡Qué graciosa al par que
majestuosamente se levantan mis cuernos! Pero, ¡qué feos y qué delgaditos son mis pies!
En
esto vio salir del bosque un león: “¡Pies, ¿para
qué os quiero…?” y en dos
saltos se puso fuera del alcance de su adversario. Pero cuenta la fábula que, acertando a pasar
en su precipitada fuga por una espesura, sus cuernos se enredaron en la maleza,
y el león le dio alcance y lo devoró.
Los pies, que tanto despreciaba antes lo
salvaron; pero los cuernos, en que tanto orgullo tenía, le perdieron. ¡Cuán cierto es
que generalmente nos perdemos por aquello en que tenemos orgullo! No
te ensoberbezcas por lo que en ti hay de superior, ni desprecies lo que parece
más humilde. La soberbia pierde, y la humildad
salva.
Concluyo:
Ya sea consciente o subconscientemente,
es fácil que no nos gusten las personas poderosas con apariencia orgullosa. Su
propio semblante parece animar a los demás a lanzarles obstáculos en el camino
o ser opositores silenciosos.
Recuerde en nuestra lectura bíblica, se
nos dice que son siete las cosas que Dios odia. De forma reveladora, la primera
es el orgullo. Cuando alguien se sobrevalora a sí mismo infravalorando a los
demás, inevitablemente lo revela con su apariencia orgullosa. Hinchado de auto
presunción, también puede crear maldad y sembrar discordia. No es de extrañar
que Dios aborrezca las apariencias orgullosas.
Puede que la gente orgullosa y poderosa
piense que tiene que preocuparse de lo
que piensen los demás, pero no puede ignorar la oposición de Dios. Pedro nos
recuerda que no confiemos en nosotros mismo sino en Aquel que nos exaltará “cuando fuere
tiempo” (1 P.5:6). Al someternos a ÉL, evitemos el riesgo que el
orgullo representa para nuestro carácter y nos convertimos en siervos de Dios
agradecidos y humildes.
NADIE PUEDE GLORIFICARSE A SÍ MISMO Y GLORIFICAR A CRISTO AL
MISMO TIEMPO.
____________
Bibliografía.
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LEDD.
-Biblia
de Estudio RYRIE.
-Nuestro
Pan Diario. Edición anual 2010/09 Junio.
-Por:
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez. 05/03/2015.
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