lunes, 20 de junio de 2016

Parte III: EL ORGULLO:

Parte III:

EL ORGULLO:
Por: Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:

Lección: 3

EL PUNTO TEOLÓGICA BÍBLICA:
Los griegos, para liberarse del sentimiento de inferioridad, recurrían con frecuencia a una sabiduría completamente humana; la Biblia funda el orgullo del hombre en su condición de criatura y de hijo de Dios: el hombre, a menos que sea esclavo del pecado, no puede tener vergüenza delante de Dios ni delante de los hombres. El orgullo auténtico no tiene nada que ver con la soberbia, que es su caricatura; este orgullo es perfectamente compatible con la humildad. Así la Virgen María al cantar el Magníficat tiene plenamente conciencia de su valor, de un valor creado por Dios solo, y lo proclama a la faz de todas las generaciones (Lc. 1:46-50).

La Biblia no tiene término propio para designar este orgullo; pero lo caracteriza partiendo de dos actitudes. Una, siempre noble, a la que los traductores griegos llaman parresía, tiene afinidad con la libertad; los hebreos la describen sirviéndose de una perífrasis: el hecho de mantenerse derecho, de tener el rostro levantado, de expresarse abiertamente; el orgullo se manifiesta en una plena libertad de lenguaje y de comportamiento. Deriva también de otra actitud emparentada con la confianza, cuya irradiación es; los traductores griegos la denominan kaukhesis: es el hecho de gloriarse de alguna cosa o de apoyarse en ella para darse aplomo, para existir uno frente a sí mismo, frente a los otros, frente al mismo Dios; esta gloria puede ser noble o vana, según que se alimente en Dios o en el hombre.

EL CONCEPTO DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
1.      Orgullo del pueblo elegido.
Cuando Israel fue sacado de la esclavitud y hecho libre después de romper las barras de su yugo, entonces pudo "caminar con la cabeza levantada" (Lv. 26:13), con parresía (LXX). Esta nobleza, orgullo que deriva de una consagración definitiva, obliga al pueblo a vivir en la santidad misma de Dios (Lv. 19:2). Este sentimiento, si bien puede fácilmente degenerar en desprecio, justifica en Israel el empeño por separarse de los otros pueblos idólatras (Dt. 7:1-6). El orgullo sobrevive en la humillación misma, pero entonces se convierte en vergüenza, como cuando Israel tiene "el vientre pegado al suelo" porque Jehová oculta su rostro (Salm. 44:26); pero si se humilla, entonces podrá de nuevo "levantar la cara hacia Dios" (Job 23:26). En todo caso el pueblo, abatido hasta el suelo o con la mirada fija en el cielo, conserva en su corazón el orgullo de su elección (Salm. 119:46).

2.      Orgullo y Vanidad.

Del orgullo a la soberbia no hay más que un paso (Dt. 8:17); entonces el orgullo se convierte en vanidad, pues su apoyo es ilusorio. A la gloria de poseer un templo en el que habita Dios, hay que responder con la fidelidad a la alianza, pues de lo contrario toda seguridad es engañosa (Jr. 7:4-11). Asimismo, "que el sabio no se gloríe de su sabiduría, que el valiente no se gloríe de su valentía, que el rico no se gloríe de su riqueza. Pero quien quiera gloriarse, halle su gloria en esto: en tener inteligencia y en *conocerme" (9:22s). El único orgullo auténtico es la irradiación de la confianza en Dios solo. Este proceso de degradación se observa también en las naciones, que, como criaturas, deben dar gloria a solo Dios y no enorgullecerse por su belleza, por su poderío o su riqueza (Ez. 26-32).
Finalmente, los sabios gustan de repetir que el temor de Dios es el único motivo de orgullo, pero no la riqueza ola pobreza; el orgullo está en ser hijos del Señor, en tener a Dios por padre. Ahora bien, el orgullo del justo no es sólo interior, y su irradiación condena al impío; éste, en cambio, persigue al justo. Y el orgullo del justo oprimido se expresa en la oración que dirige al que le da existencia: "No seré confundido" (Salm. 25:3; 40:15ss).

3.      El orgullo del siervo de Dios.

El restablecimiento del orgullo del justo no se verifica según los caminos del hombre. Israel se cree abatido, abandonado por su Dios, pero Dios sostiene a su siervo, lo lleva de la mano (Is. 42:1, 6); así, en la persecución endurece su rostro y no será confundido (50:7s). Sin embargo, el profeta anuncia que las multitudes se horrorizaron al verle: no tenía aspecto de hombre, de tan desfigurado como estaba (52:14); delante de él se volvía el rostro porque él mismo había venido a ser despreciable y despreciado (53:2s).
Pero si el siervo ha perdido el rostro a los ojos de los hombres, Dios toma su causa en la mano y justifica su orgullo interior inquebrantable "glorificándolo" a la faz de los pueblos: "será alto, exaltado, será muy elevado: mi siervo prosperará" (52:13) y "compartirá los trofeos con los poderosos" (53:12). Siguiendo el ejemplo del siervo, todo justo puede invocar el juicio de Dios: después que se le ha tenido por loco y miserable, he aquí que el último día "el justo se mantendrá de pie lleno de confianza".

EL CONCEPTO DEL NUEVO TESTAMENTO.

1. El orgullo de Cristo.
Jesús, que sabe de dónde viene y adónde va, manifiesta su orgullo cuando se proclama Hijo de Dios. El cuarto evangelio presenta este comportamiento como una parresía. Jesús habló "abiertamente" al mundo (Jn. 18:20s), tanto que el pueblo se preguntaba si las autoridades no lo habían reconocido por el Cristo (7:25s); pero como este hablar franco no tiene que ver con la publicidad estrepitosa del mundo (7:3-10), no se le comprende, y debe cesar (11:54); Jesús cede, pues, el puesto al Paráclito que ese día dirá todo claro (16:13, 25). Aunque el término no se halla en los sinópticos sino a propósito del anuncio de la pasión, sin embargo, describen comportamientos de Jesús que expresan la parresía. Así cuando reivindica frente a toda autoridad los derechos del Hijo de Dios o de su Padre: frente a sus padres (Lc. 2:49), frente a los abusos impíos (Mt. 21:12ss; Jn. 2:16), frente a las autoridades establecidas (Mt. 23). Sin embargo, este orgullo no es nunca reivindicación de la honra personal, no busca sino la gloria del Padre (Jn. 8:49s).

2.    Orgullo y libertad del creyente.

El fiel de Cristo ha recibido con su fe un orgullo inicial (Heb. 3:14), que debe conservar hasta el fin como un gozoso orgullo de la esperanza (3:6). En efecto, por la sangre de Jesús está lleno de seguridad y confianza y puede adelantarse hacia el trono de la gracia (4:16); no puede perder esta seguridad ni siquiera en la persecución (10:34s), sopena de ver a Jesús avergonzarse de él (Lc. 9:26 p) el día del juicio; pero si ha sido fiel, puede tranquilizar su corazón, pues Dios es más grande que nuestro corazón.
El orgullo del cristianismo se manifiesta acá en la tierra en la libertad con que da testimonio de Cristo resucitado. Así desde los primeros días de la Iglesia los apóstoles, iletrados (Hech. 4:13) anunciaban la palabra sin desfallecer (4:29, 31; 9:27s: 18:25s), delante de un público hostil o desdeñoso. Pablo caracteriza esta actitud por la ausencia de velo sobre el rostro del creyente: refleja la gloria misma del Señor resucitado (2 Cor. 3:ll, s.); tal es el fundamento del orgullo apostólico: "nosotros creemos, y por eso hablamos" (4:13).

3.      Orgullo y gloria.

Como Jeremías, que en otro tiempo quitaba a todo hombre el derecho de "gloriarse", a no ser del conocimiento de Jehová, así lo hace también san Pablo (l Cor. 1:31).

Pero Pablo sabe el medio radical escogido por Dios para quitar al hombre toda tentación de vanagloria: la fe. En adelante ya no hay privilegio en que uno pueda apoyarse, ni el nombre de judío, ni la ley, ni la circuncisión (Rom. 2:17-29). Ni siquiera Abraham pudo gloriarse de obra alguna (4:2), mucho menos nosotros, que somos todos pecadores (3:19s., 27). Pero gracias a Jesús que le ha procurado la reconciliación, puede el fiel gloriarse en Dios (5:11), y en la esperanza de la gloria (5:2), fruto de la justificación por la fe. Todo lo demás es despreciable (Filp. 3:3-9); sólo la cruz de Jesús es fuente de gloria (Gál. 6:14), pero no los predicadores de esta cruz (1 Cor. 3:21).
Finalmente, el cristiano puede estar orgulloso de sus tribulaciones (Rom. 5:3); las flaquezas del Apóstol son fuente de orgullo (1 Cor. 4:13; 2 Cor. 11:30; 12:9s). Entonces los frutos del apostolado, que son las Iglesias fundadas, pueden ser la corona de gloria del Apóstol (1 Ts. 2:19; 2 Ts. 1:4): puede estar uno orgulloso de sus ovejas, incluso a través de las dificultades que suscitan (2 Cor. 7:4, 14; 8:24).
El misterio del orgullo cristiano y apostólico es el misterio pascual, el de la gloria que brilla a través de las tinieblas. Está orgulloso el que con su fe ha atravesado el reino de la muerte.

 Anécdota: EL CIERVO: 
Llegó un ciervo a una fuente cristalina de aguas, y vio en la limpia superficie de ellas sus largas y delgadas piernas a la vez que sus hermosos cuernos. “Verdad es lo que de mí dicen las gentes”, exclamó; “¡supero a todos los demás animales en gracia y en nobleza! ¡Qué graciosa al par que majestuosamente se levantan mis cuernos! Pero, ¡qué feos y qué delgaditos son mis pies!
En esto vio salir del bosque un león: “¡Pies, ¿para qué os quiero…?” y en dos  saltos se puso fuera del alcance de su adversario.  Pero cuenta la fábula que, acertando a pasar en su precipitada fuga por una espesura, sus cuernos se enredaron en la maleza, y el león le dio alcance y lo devoró.
Los pies, que tanto despreciaba antes lo salvaron; pero los cuernos, en que tanto orgullo tenía, le perdieron. ¡Cuán cierto es que generalmente nos perdemos por aquello en que tenemos orgullo! No te ensoberbezcas por lo que en ti hay de superior, ni desprecies lo que parece más humilde.  La soberbia pierde, y la humildad salva. 

Concluyo:

Ya sea consciente o subconscientemente, es fácil que no nos gusten las personas poderosas con apariencia orgullosa. Su propio semblante parece animar a los demás a lanzarles obstáculos en el camino o ser opositores silenciosos.
Recuerde en nuestra lectura bíblica, se nos dice que son siete las cosas que Dios odia. De forma reveladora, la primera es el orgullo. Cuando alguien se sobrevalora a sí mismo infravalorando a los demás, inevitablemente lo revela con su apariencia orgullosa. Hinchado de auto presunción, también puede crear maldad y sembrar discordia. No es de extrañar que Dios aborrezca las apariencias orgullosas.
Puede que la gente orgullosa y poderosa piense que tiene que  preocuparse de lo que piensen los demás, pero no puede ignorar la oposición de Dios. Pedro nos recuerda que no confiemos en nosotros mismo sino en Aquel que nos exaltará cuando fuere tiempo (1 P.5:6). Al someternos a ÉL, evitemos el riesgo que el orgullo representa para nuestro carácter y nos convertimos en siervos de Dios agradecidos y humildes.

NADIE PUEDE GLORIFICARSE A SÍ MISMO Y GLORIFICAR A CRISTO AL MISMO TIEMPO.


                      

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Bibliografía.
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-Biblia de Estudio RYRIE.
-Nuestro Pan Diario. Edición anual 2010/09 Junio.
-Por: Pastor: Carlos Ramírez Jiménez. 05/03/2015.


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