Parte I:
EL ISLAM:
LA
TRADICIÓN ISLÁMICA
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez:
Tema 1:
LA
TRADICIÓN ISLÁMICA: EL CAMINO DE
LA SUMISIÓN A LA VOLUNTAD DE DIOS:
SÍNTESIS:
Orígenes
Históricos:
La
palabra «Islam» significa «sumisión». Se trata de la aceptación de la voluntad
de Dios o del sometimiento a la misma, manifestada por su enviado Mahoma
(570-632), por medio del libro revelado (el Corán). Por esto es una de las «religiones del Libro», a las que Dios
ha comunicado su palabra: judaísmo,
cristianismo, islamismo. Los seguidores del Islam se llaman «musulmanes» (creyentes) y forman una
comunidad muy unida (la «Umma» o comunidad madre). El Islam queda clasificado
entre las religiones monoteístas y proféticas, acentuando el dar gloria a Dios
único, Creador y Señor. En la vida de Mahoma se distinguen dos períodos: el de
La Meca (donde encontró grandes dificultades) y el de Medina (desde donde pudo
organizar su comunidad de creyentes). Durante el período de La Meca, huérfano
desde muy niño, casado con una viuda rica llamada Jadiya (de la que tuvo tres
hijos y cuatro hijas), dio muy buen ejemplo de honradez, trabajo y oración,
retirándose en el mes de Ramadán a la cueva de Hira, donde recibió los mensajes
por medio del ángel Gabriel, a modo de palabras escritas en su corazón.
Desde entonces, convencido de su misión
profética, se dedicó a predicar por las calles de La Meca las verdades de la
salvación (juicio de Dios, resurrección de los muertos), seguido por muchos
discípulos y atacado por muchos enemigos. Su mensaje venía a ser parecido al de
la revelación judaica y cristiana. No consta de su oposición o rechazo a esa revelación,
sino más bien manifiesta la actitud de volver a la fe de Abrahán en toda su
pureza. Pero, según parece, algunos judíos y cristianos hacían irrisión de sus
contenidos por no ser iguales literalmente a los de los textos escriturísticos
(recuérdese que la transmisión de la doctrina era principalmente oral). En
cuanto a los cristianos que Mahoma conoció, parece que eran nestorianos
(considerados como heterodoxos).
El
año 622 huyó a la ciudad de Medina con sus discípulos. Es el momento
de la «hégira» (viaje), que da
comienzo al calendario musulmán. En Medina se organizó religiosa y
políticamente, según estructuras sociales que han quedado en el Corán o en la
tradición (la «sunna»). Su mensaje
vendría a salvaguardar la fe de Abrahán y la revelación hecha por Dios a Moisés
y a Jesús, que habría sido desvirtuada por judíos y cristianos. De ahí
derivaría la diferencia de expresiones, de las que algunos habían hecho
irrisión. Fue entonces cuando conquistó militarmente a La Meca (630),
eliminando todo residuo de idolatría, especialmente en el lugar religioso de la
«Ka'ba», que sería desde entonces
centro de las peregrinaciones islámicas para adorar al único Dios.
Murió dos años más tarde (632). Después
de su muerte, se elaboraron diversas leyendas sobre su vida, algunas de ellas
parecidas a la vida de Jesús. Algunos tratadistas del siglo IX hablaron de su
preexistencia y de su poder sobre el universo. Entre el pueblo también ha
cundido la veneración cultual (oraciones) a su persona, a pesar de la crítica
de algunos teólogos. Es también frecuente, en algunos países islámicos, la
demanda de intercesión a los «amigos de
Alá» («wali») o «santones», que
son personajes históricos con fama de santidad y con poderes especiales.
Los
Contenidos Del Corán:
En el Corán, Mahoma se presenta a sí
mismo como enviado de Alá (Dios) para transmitir un mensaje (C. 42,47), pero
siempre con los límites de un mortal (C. 3,144; 18,110), que no hace milagros
(C. 17,90-93), que tiene sus faltas (C. 80,1-10), que pide perdón por ellas (C.
40,55) y que corre el mismo riesgo de castigo que los demás si no fuera fiel al
mensaje (C. 10,15). Su vida es una alabanza continua a Dios, a quien quiere
servir devotamente y a quien descubre en la naturaleza y en los mismos
acontecimientos. El Corán («Al Qur'an», lectura o recitación) es el libro
sagrado del Islam, que contiene el mensaje que recibió Mahoma del ángel
Gabriel, como «palabra» de Alá
(Dios).
Contiene 114 capítulos (suras o azoras)
con un total de 6,200 versículos («aleyas»),
en árabe docto de la época y en prosa rimada, para ser recitados
armoniosamente. La oración fundamental del Islam se encuentra en la primera
sura (la «fatiha» o la que abre). El contenido del Corán se conservó oralmente
durante la vida del Profeta. Después de su muerte (ocurrida en el año 632), las
suras fueron ordenadas por Abu Bakr, el primer califa. El texto definitivo es
del año 650, en tiempo de Otmán, el tercer califa, y la redacción fue fijada
por Zaib Ibn Thabit, secretario de Mahoma, ayudado por otros.
En
el Corán se contiene todo lo referente al Islam: fe, culto, vida
personal y social, normas jurídicas... El Corán es el molde en que se ha
fraguado toda la espiritualidad musulmana durante siglos. Hay en todo él una
dinámica gueva desde el pacto de Dios con Adán hasta el juicio final (C.
7,171). La interpretación de los textos del Corán tiene lugar a partir de los
ejemplos (la «sunna») y los dichos (los «hadiths») que se han conservado de
Mahoma, teniendo en cuenta la tradición (la «isnad»), el consenso (la «ijma»)
de la comunidad (la «umma») así como las deducciones analógicas de las primeras
fuentes (las «quiya»).
Para la interpretación de los textos
también habrá que tener en cuenta al Califa (como sucesor legítimo de Mahoma),
al Muftí o doctor entendido en usos concretos y al Imán, que guía la oración.
Credo
y Deberes:
En toda religión se acentúa la
dependencia de Dios y la obediencia a su voluntad. El «Islam» recalca esta sumisión especialmente por parte de cada
individuo («abd», adorador y servidor). Mahoma es el profeta enviado por Dios a
la comunidad de los creyentes. El Islam se fundamenta, pues, en tres pilares: el Corán o libro revelado (como
palabra de Dios), el profeta Mahoma y la comunidad (la Umma). El objetivo es el
de purificar las desviaciones que se habrían originado en los secuaces de la
revelación anterior, que tendría que ser la misma: la que Dios comunicó por medio de Moisés y de Jesús. El «credo» o conjunto de verdades se
centra en el único Dios (clemente y misericordioso) que ha enviado a su
profeta.
Es el mismo Dios único, creador,
omnipotente y misericordioso de Abrahán, Moisés y Jesús. La profesión de esta
fe («sahada») se encuentra en la sura inicial del Corán, que los creyentes
recitan diariamente. En el versículo o aleya «del Trono», se resume esta misma
fe: «Alá, no hay otro Dios más que El,
el Viviente, el que por sí mismo subsiste... Suyo es cuánto hay en el cielo y
en la tierra»... (C. 2,256). La oración lleva siempre a una vida honesta y
a hacer el bien a los necesitados (C. 2,172). Se celebran diversas fiestas a
través del año: el nacimiento de Mahoma, la conmemoración de su subida al
cielo, el fin del ayuno del ramadán, la «fiesta
grande» o fiesta del sacrificio, fiestas locales de los diversos países,
etc.
Los
deberes se resumen en cinco:
1- «Shahadah» - la profesión de fe: “No hay ningún dios excepto Alá y Mahoma es
el mensajero de Dios”, Esto es repetido constantemente por los
musulmanes durante el día.
2-
«Salah»
- cinco oraciones diarias obligadas. En la mañana, mediodía, media tarde,
atardecer y antes del descanso nocturno. Los musulmanes deben llevar a cabo un
lavamiento ritual (Wudu) y orientarse hacia la ciudad de La Meca para orar
apropiadamente.
3- «Sawn» - Ayuno durante el mes de Ramadán: Los musulmanes
adultos deben ayunar desde el amanecer hasta la puesta del sol cada día del mes
de Ramadán, el noveno del calendario islámico.
4- «Zakah» - Donaciones y limosnas: 2.5% de las entradas de
los musulmanes es dado para los pobres y para la proclamación del Islam.
5-
«Hajj» - Peregrinaje a La Meca: Los
musulmanes que tienen los medios y están en condiciones físicas de hacerlo,
deben ir a La Meca al menos una vez en su vida..
La circuncisión forma parte de las costumbres
populares, aunque no se mencione en el Corán. Ha llegado a ser también
costumbre común la abstinencia de carne de cerdo y de bebidas alcohólicas (comp.
C. 5,92).
El ritual de la visita a La Meca es un
resumen de la fe de las prácticas islámicas, en un clima de oración y recuerdos
históricos, especialmente en torno a la «Ka'ba»; el momento culminante de la
peregrinación tiene lugar en la llanura de Arafat, frente al montículo de la
misericordia, donde los peregrinos permanecen de pie, orando, arengados por un
predicador montado sobre un camello, desde el mediodía hasta la puesta del sol,
repitiendo incesantemente: «henos aquí, Señor, a tu servicio» (al
final, se alejan del lugar corriendo en plena fuga).
El
objetivo de la peregrinación es la renovación interior. Quien acepta la
profesión de fe, afirmando la unicidad de Dios y la misión profética de Mahoma,
es ya miembro de la comunidad musulmana, con sus derechos y deberes. La oración
debe hacerse con pureza legal (para la que podrán ser necesarias abluciones con
agua), limpieza en el vestido, orientación hacia La Meca, separación del mundo
(trazando una línea o colocándose sobre una alfombra) y con las postraciones
rituales (movimientos del cuerpo que indican respeto y alabanza). Desde los
minaretes, el muecín o almuédano llama a la oración, recordando la unicidad de
Dios e invitando a la verdadera felicidad. Esta síntesis de doctrina sencilla y
de prácticas morales influyó principalmente en Arabia, orientando o
reorientando a los pueblos árabes y a otros pueblos hacia el monoteísmo y hacia
la fe de Abrahán, y unificando la vida socio-cultural y político-religiosa.
La
religión abarca todos los aspectos de la vida humana. Fe religiosa y
modo de vivir en la sociedad (familia, trabajo, política, Estado) son
inseparables. La comunidad («Umma»)
se estructura a partir de la fe coránica, que tiende a ser «sharía» o ley sagrada para todos los que componen la sociedad
civil y religiosa. El derecho y las leyes coránicas abarcan todos los sectores
de la vida personal y social. Así fue, de hecho, al menos hasta el siglo XIX,
(cuando, en algunos lugares, comenzaron a admitirse los códigos modernos) y así
intentan que sea los nuevos fundamentalismos en algunos Estados islámicos.
Existe una gran solidaridad entre todos los creyentes a nivel internacional y
en todos los aspectos (religioso, económico, político, etc.), de lo que es una
prueba la organización o Conferencia de Estados Islámicos. Existe el sentido
profundo de hermandad, por encima de razas, idiomas y culturas. En el proyecto
de civilización y progreso se incluyen contenidos religiosos, entre los que
sobresalen el honor debido a Dios y la búsqueda de su rostro. Se intenta llegar
a una «Umma» o comunidad religiosa
internacional.
Todavía es frecuente, entre las escuelas
de derecho, considerar la apostasía del Islam como digna de condena de muerte,
aunque no siempre aparece explícitamente esa condena en los códigos actuales de
los Estados. En línea de principio, se respeta toda la tradición religiosa de
la humanidad, desde Adán hasta Jesús, pasando por Abrahán y Moisés. Durante los
primeros siglos del Islam, se nota cierta tendencia pacífica, basada en el
mismo Corán: «hallarás que los más cercanos en afecto a los creyentes son los que
dicen nosotros somos cristianos, y esto es porque algunos de ellos son
sacerdotes y monjes, y porque no son orgullosos» (C. 5,85).
Son muchos los escritos árabes de
aquella época, aparte del Corán, que contienen diálogos laudatorios con monjes
o anacoretas cristianos, sin entran en discusiones doctrinales, sino, más bien,
quedándose en principios de vida espiritual. En los escritos de ascetas y
espirituales musulmanes se encuentra una gran influencia de la doctrina
cristiana y de las narraciones bíblicas y extra bíblicas sobre la vida de
Jesús. Algunos hablan de imitar «la vía
de Jesús».
Otros
recomiendan la meditación. Muchas de esas narraciones llegaron sólo por vía
oral, con las variantes comprensibles. Queda, no obstante, la convicción de que
judíos y cristianos falsificaron los textos bíblicos. No hay que olvidar el
contexto histórico judeo-cristiano muy peculiar (con tendencias heterodoxas
cristianas) en que se movió Mahoma y el Islam primitivo.
El Corán contiene una síntesis de
doctrina mariana, que hace recordar los evangelios canónicos y también los
apócrifos. Además de los detalles de la infancia de Jesús, se afirma la
santidad, la fe y la virginidad de María:
«pura y elegida entre todas las mujeres» (C. 3,42), como «señal para los hombres y acto de
misericordia» divina (C. 19,21), «que
custodió su virginidad» (C. 66,12). A Jesús se le presenta continuamente
como «hijo de María» (cf. C. 19,34).
En tiempo de Mahoma, la devoción mariana era muy fuerte en las Iglesias de
Oriente. En la misma Ka'ba había una imagen de María con Jesús niño, que Mahoma
quiso que se conservara aún después de la conquista de La Meca (año 630). La
tradición islámica ha conservado una fuerte corriente devocional hacia María.
Escuelas,
Tendencias Históricas y Actualidad:
Durante el decurso de la historia e,
incluso, actualmente, existen diversas escuelas teológicas islámicas que,
manteniendo las líneas comunes fundamentales, discrepan respecto a la
interpretación de algunos puntos, como la predestinación y el libre albedrío,
la posibilidad o no de describir la naturaleza de Dios, la condena del pecado
de infidelidad (con la pena de muerte), el uso de los argumentos de razón para
interpretar los contenidos de la fe, la experiencia devocional o mística en la
oración, la noción del bien y del mal moral, la intercesión de los «amigos de Alá», etc. En estas
cuestiones, se ha considerado a Algazel (siglos XI-XII) como el teólogo más
aceptado por todos, debido a su equilibrio en evitar los extremos opuestos.
Avicena (Ibn Sina, 980-1037) es
considerado como el más grande filósofo musulmán, llegando a influir en la
escolástica cristiana del medioevo; su reflexión se basa en Platón y
Aristóteles, y con ella, tiende a explicar la fe del Islam.
Son muchas las tendencias (sin hablar de
las sectas) dentro del mismo Islam:
- los sunnitas
(fieles a la tradición, «sunna», y a
las costumbres de la comunidad, que constituyen la mayoría, un 90%);
- los chiítas (del
partido de Alí, sucesor de Mahoma, regidos por la autoridad del Ayatolá,
especialmente en Irán, Irak y Afganistán, que son el 9% del número total de los
musulmanes, aunque desglosados en grupos muy diferentes);
- los Járiyitas
(minoría puritana que interpreta literalmente el Corán); los sufitas (de
tendencia mística)... Se habla también de Islam popular o «marabutismo», con su
tendencia hacia la veneración de los «santones».
- Hay que
distinguir también el Islam turco (de tendencia laical), el de los ismaelitas
de Aga Khan (nizaríes, secta chiíta, muy activa en la promoción social y
solidaridad entre sus adeptos), etc.
A veces se encuentran diferencias por
razón de países y culturas:
- Balcanes,
- repúblicas
ex soviéticas,
- Pakistán,
- India,
- Bangladesh,
- China,
- Indonesia,
- África
(norte, centro, sur)...
La fe islámica ha quedado matizada según
las culturas, especialmente cuando los valores culturales han enraizado
fuertemente en el corazón del pueblo (por ejemplo, la base budista y animista en
Indonesia, donde el Islam entró sólo desde los siglos XV-XVII).
Respecto a la espiritualidad y los
caminos de oración, es importante tener en cuenta las tendencias sufitas, que
comienzan a mediados del siglo VIII y, con aplicaciones diversas, llegan a
nuestros días. Algunos autores distinguen cuatro períodos muy diferenciados. No
puede reducirse la espiritualidad musulmana a sólo las tendencias sufitas, pero
éstas tienen su impronta e influencia especial.
El nombre «sufismo» deriva de «suf»
(lana), porque los ascetas primitivos imitaban el modo de vestir de los
anacoretas y monjes cristianos (un sayal de lana). Algunos sufitas preferían
sayal blanco, mientras otros exteriorizan su ascetismo y pobreza con un sayal
hecho de pedazos de tela de lana. En el fondo se buscaba un camino de
desprendimiento total (dejar todo) para pertenecer exclusivamente a Dios.
Aunque en el sufismo hubo siempre desequilibrios de doctrina y de práctica
(criticados por los teólogos y tratadistas musulmanes), no puede olvidarse que,
en general, se buscaba el verdadero desprendimiento del corazón y el equilibrio
entre las obligaciones y el amor de Dios, para llegar a la verdadera libertad y
felicidad.
Se tiende a la unión con Dios: «yo le deseo y El me desea» (Hasan
Basri). Los sufitas acentúan la confianza en Dios, aunque algunos llegaron al
extremismo de descuidar el esfuerzo necesario por afrontar la vida. Se acentuó,
principalmente, meditación (el «dikr»), como repetición de invocaciones, para
unificar el pensamiento, la voluntad, las palabras y las obras. Según las
épocas y autores, hubo persecuciones y rechazo (incluso con condenas a muerte,
como la de al Hallaj en 922) por parte de elementos más ortodoxos del Islam,
especialmente en Bagdad (siglo IX). Las tendencias sufitas existen siempre en
la historia del Islam, y no siempre constituyen grupos organizados.
Existe la tendencia personal de devoción
y entrega a Dios misericordioso, aunque con gran dependencia de algún maestro o
guía espiritual (que a veces reclama obediencia absoluta). Se habla de un
camino o escala (peregrinación) para llegar a Dios, según diversas etapas o
momentos, que a veces se reducen a tres:
- Intelectual,
- emocional,
- activo.
El sufismo es una manera de vivir y no
constituye propiamente una secta del Islam. Ha existido siempre una tendencia
más exagerada o heterodoxa (con el riesgo de identificación panteísta y
aniquilamiento de la propia persona), y otra tendencia ortodoxa más equilibrada
(que quiere armonizar la austeridad con el amor y la unión con Dios).
También se distingue una tendencia hacia
la identificación intencional con el amor de Dios, y otra hacia la propia
identificación sustancial con Dios (en esta última han insistido los
musulmanes de la India). En todas esas corrientes fue decisivo el testimonio y
la doctrina de Algazel (al-Gazzali, muerto en 1111), cuya autoridad es admitida
por las principales escuelas teológicas, quien, usando la filosofía helénica,
hizo una buena teología islámica, expurgo el sufismo de panteísmo y de
extremismos, y señaló la vía equilibrada de dominar los propios defectos para
acercarse a Dios, esperando del mismo Dios (y no del propio esfuerzo) la
verdadera iluminación.
El
corazón se prepara para recibir la acción divina, para ver a Dios y unirse a
él.
La literatura sufita es muy abundante, tanto por el número y calidad de sus
figuras como por el de sus escritos, desde el siglo VIII (época áurea del
sufismo) hasta nuestros días, pero especialmente en la primera época, entre los
años 750-900. Existen verdaderos teólogos y tratadistas profundos y prácticos
sobre la mística. Sobresalen las exposiciones sobre la oración, el camino
espiritual, la conversión, la renuncia, la pobreza, la confianza, las diversas
virtudes... No falta el tema de la presencia y ausencia de Dios en el corazón.
En cuanto al éxtasis, existen diversas
explicaciones de tipo muy diverso:
- aniquilamiento
de la personalidad,
- endiosamiento,
- perderse
para hallarse en Dios,
- embriaguez,
etc.
Son expresiones parecidas a los místicos
de otras religiones, oscilando entre la negación y la unión. La unión con Dios,
según los diversos autores, puede tener el sentido de intimidad, el de
presencia o habitación y el de identificación (con el riesgo de panteísmo). Las
explicaciones de los sufitas quedan matizadas desde el siglo XI, con
elementos de la filosofía helenista.
A partir de Algazel, las tendencias
sufitas llegaron a ser más admitidas por la ortodoxia, haciéndose incluso populares,
pero derivando, a veces, hacía agrupaciones («tariqa»). Algunos sufitas del sur
de España se hicieron famosos por sus exposiciones, rayando frecuentemente en
la «heterodoxia», como en el caso de
Ibn Arabí (murciano), con su teoría sobre el Logos y sobre la manifestación de
lo divino en todas las religiones (salvando siempre como mejor el Islam). Un
buen comentador suyo será Abd el-Kader (siglo XIX).
Las innumerables asociaciones («tariqa») de «derviches», que han ido surgiendo en el decurso de la historia
(con diversos nombres), han intentado siempre salvar la ortodoxia (haciendo
derivar su organización a partir de las tradiciones de los orígenes). Afirman
con cierto exclusivismo la propia exposición, trazan una regla de vida para
reforzar la propia agrupación, también con cierto sentido universalista. No ha
faltado la implicación política. Además de múltiples reglas concretas, quedan
siempre tres puntos firmes: la
obediencia al jefe del grupo, el secreto respecto a los asuntos de la
agrupación, la estrecha solidaridad con los demás miembros. Cada asociación
tiene también su propio método de oración (a veces, se llega al estado de
exaltación).
No falta, frecuentemente, la oposición
e, incluso, la condena por parte de dirigentes y teólogos. A pesar de los
altibajos de la historia, actualmente algunas agrupaciones locales tienden a
una mayor rigidez (fundamentalismo) de organización y de imposición en la línea
de renovación del Islam y con cierta derivación a otros países. Entre los
poetas místicos del Islam, destaca el persa Galal al-Din Rumi, nacido en 1207;
los derviches danzantes lo consideran como su fundador. Sus escritos apuntan a
la unidad del espíritu que hay que construir en la interioridad.
Algunas
de sus ideas tienen base neoplatónica: el universo sería como la
multiplicación de una misma imagen, a modo de juego de espejos. Para Rumi, el
alma mística es comparable a la Virgen María: nuestras conciencias son una sola Virgen, donde sólo el Espíritu
de Verdad puede penetrar; cada uno de nosotros tiene un Jesús en sí mismo;
mientras no se manifiesten los dolores de parto en nosotros, nuestro Jesús no
nace. Como en María, se necesita el soplo del Espíritu para concebir a Jesús.
Uno de los autores más cercanos a una visión positiva de las religiones
(incluido el cristianismo) fue el emir de Damasco Abd el-Kader (1808-1883), con
su testimonio de tolerancia (en 1860 se opuso a la persecución de los drusos
contra los cristianos) y con su exposición espiritual: «el libro de las paradas» («Kitab al-Mawajif»). En esta
publicación explica las etapas o paradas el camino hacia Dios, en la línea de
la mística musulmana tradicional y del sufismo.
Es un buen comentador de Ibn Arabi
(1165-1240), sufita nacido en Murcia, enterrado y venerado en Damasco. Todas las
religiones son teofanías del mismo Dios, que se manifiesta como quiere. Dios es
aquello que cree cada religión y, al mismo tiempo, es más allá de toda
afirmación y doctrina. Cada uno le adora bajo un aspecto y lo ignora bajo otro.
Dios «abraza las creencias de todas sus
criaturas, como las abraza su Misericordia». Corre peligro de perderse sólo
quien se aleja de lo que han transmitido los enviados de Dios. Como en otras
religiones, también en el Islam existen algunas tendencias fundamentalistas con
repercusiones violentas. A veces (como en épocas pasadas) se tiende a la «yihad» o guerra santa, para cumplir
con la exigencia de sumisión universal a la fe coránica.
Existen actualmente muchas
interpretaciones sobre la «yihad»,
desde la aplicación estricta y literal, hasta la de una guerra contra las
propias pasiones. En sus conquistas a través de los siglos, el Islam otorga a
judíos, cristianos y otros monoteístas un acto de protección (respetando
frecuentemente su fe), pero sin permitirles participar plenamente en la
estructura social del Estado o nación. En el Corán existen pasajes en los que
se manifiesta un cierto respeto hacia los cristianos. Apreciando los grandes
valores del Islam, especialmente en su línea de recuperación de la fe de
Abrahán, habrá que ahondar en la libertad de conciencia de todo ser humano para
poder elegir y expresar la propia religión (también en lugares del propio
culto), el respeto a la decisión libre de los demás, así como el reconocimiento
de los derechos de todo ciudadano prescindiendo de su religión.
La
Religión Bahai:
La religión o fe Bahai, nacida en el
siglo XIX, puede considerarse como una derivación del Islam, pero con aporte
sincretista de otras religiones.
Según
sus creencias, la historia de la humanidad discurre por ciclos: Adán, Moisés,
Krisna, Zaratustra, Buda, Cristo, Mahoma y, finalmente, como el más importante
hasta el presente, Baha-Allah («gloria
de Dios») (1817-1872). La voz de Dios llega por los escritos de Baha-Allah.
Los ciclos siguen todavía su curso. Lo importante sería llegar a la paz del
mundo por medio de la unidad universal, que será un don de Dios.
VALORACIÓN:
La vivencia del Islam es muy personal en
cuanto a la oración, aunque sin omitir los aspectos comunitarios, porque se
trata de escuchar la palabra de Dios y de responder con actitud oracional y
cultica. Es actitud de sumisión y confianza, y también, de búsqueda de Dios,
siguiendo el ejemplo de Abrahán, José, Moisés, Jesús, Mahoma... Cuando el
musulmán recita y medita las palabras del Corán, las hace pasar al corazón
(lengua, sensibilidad, inteligencia...), hasta asimilar el mensaje eterno que
fue pronunciado en el tiempo.
Por esto no busca discurrir ni discutir,
sino sólo aceptar, a modo de «sabio
recuerdo» («dikr»), como
experiencia religiosa profunda. Así se podrá proclamar la unidad y la gloria de
Dios. El musulmán pronuncia los 99 nombres maravillosos de Dios (omnipotente,
misericordioso...), sin preguntar a Dios sobre su identidad. La invocación
tiene que llegar a ser oración y adoración de parte de toda la persona La
oración es siempre una actitud respecto a la misericordia de Dios; por esto ha
de ser humilde y confiada, pidiendo perdón de los pecados (C. 7,53-54; 3,129).
La mejor oración es la de invocar los bellos nombres de Dios (C. 17,110-111).
Se distinguen tres clases de oración:
la espontánea, como invocando o llamando a Dios («duá»); la obligatoria o
ritual («salat»); la de recuerdo-mención o de tener presente a Dios («dikr»).
Esta última tiene un gran valor (C. 29,44), porque al mencionar el nombre de
Dios se hace presente (según la mentalidad semita). Se menciona su nombre antes
de tomar alimento y, también, como preparación a la oración ritual.
La recitación de los versículos del
Corán es, de hecho, una meditación sobre la omnipotencia y misericordia de
Dios, como apoyándose en él, para todo el caminar histórico. En los textos se
encuentra solución y luz para todos los acontecimientos de la vida.
Fundamentalmente, la oración es alabanza a Dios y petición de perdón. Se
empieza reafirmando la intención de orar. Para ello se invoca a Dios con el «takr» («Dios es grande»), como para
entrar en una actitud sagrada. Esta frase se pronuncia de pie, alzando las
manos hasta la altura de la cabeza y colocando las palmas hacia adelante. La
mente debe estar concentrada, sin pensar ni hacer otra cosa ni mirar alrededor.
A continuación siguen movimientos del cuerpo y postraciones (la «raka»),
mientras se invoca a Dios con versas fórmulas. Después de las fórmulas finales,
todavía se repite treinta y tres veces la frase: «Gloria a lAá, alabanza a Alá, Alá es grande. No hay más Dios que Alá,
Único, sin asociado». Todos los momentos del día y todas las situaciones
acontecimientos de la vida tienen recomendada alguna oración especial.
Además
de las múltiples oraciones que acompañan los diversos ritos durante la
peregrinación a La Meca, hay que recordar las oraciones de la mañana y de la
tarde, las oraciones durante las abluciones, así como las fórmulas breves en
las comidas, las visitas, el saludo o las despedidas, los viajes, entrada en la
mezquita, etc. La importancia de la oración aparece también en la recomendación
de ir a ella como si fuera la última antes de llegar a la presencia de Dios en
el más allá. De ahí deriva ordinariamente el deseo profundo de muchos
musulmanes de encontrarse con Dios ya en esta tierra. Desde el primer siglo del
Islam (antes de la aparición del «sufismo»
propiamente dicho) se encuentran numerosos ascetas musulmanes y escritos de
temas espirituales, también sobre la meditación, especialmente en algunos
centros como Medina, La Meca, Damasco, Basra, Küfa.... Es conocida, entre
otras, la figura femenina de Rabi'a al Adawiynacida (hacia el año 713), a quien
acudían en busca de consejo espiritual porque fomentaba el puro amor a Dios por
medio de la meditación y contemplación, tendiendo hacia la visión de Dios.
En
las tendencias sufitas de todas las, épocas se acentúa el interés por la
meditación, según diversas modalidades: memoria
o invocación («dikr»), discurso o meditación propiamente dicha («fikr»). Se
señalan a veces las etapas para llegar a estados místicos («ahwal»), que se
describen de modo diverso según los autores:
atención constante, proximidad, amor, temor, esperanza, deseo, intimidad,
tranquilidad, contemplación, certidumbre... Por el camino del amor, apoyándose
en el Corán, se busca la cercanía de Dios, para llegar a ser «un pueblo a quienes El ama y de los cuales
es amado» (C. 5,59). Se busca amar a Dios por lo que es El y no por sus
dones.
Es
importante, para conocer la oración musulmana, tener en cuenta el valor que se
da a la poesía y a la recitación, en árabe principalmente, pero también en
otros idiomas. La atención del pueblo queda más atraída hacia esas formas
artísticas que hacia los contenidos. En realidad, es casi imposible interpretar
el verdadero sentido de los versos, puesto que el poeta narra impresiones
difíciles de descifrar, dejando que cada uno quede impresionado por los
encantos literarios.
Esos
poetas pertenecen a diversas culturas; algunos de sus poemas (conservados de
memoria) han sobrevivido largo tiempo en las manifestaciones populares. La
transmisión de un mensaje espiritual, por medio de unas expresiones poéticas,
es más rápido, eficaz y perdurable en la mentalidad de los pueblos orientales.
Remontándose a la fe de Abrahán, se puede enlazar con la dinámica histórica de
las esperanzan mesiánicas hacia Cristo. Se podría decir que Mahoma, guiado
providencialmente por la gracia y luz del único Dios de la historia de
salvación, recupera la fe de Abrahán y de Moisés para los pueblos árabes y
otros pueblos de su influencia.
El
que este don de Dios sea, después de Jesús, no tendría que quitar nada al
mensaje cristiano, puesto que puede ser considerado como una llamada a entrar
de nuevo en las esperanzas mesiánicas incluidas en la fe de Abrahán y Moisés,
que desembocará un día en la realidad explícita y plena de Jesús, el Mesías
prometido. La plenitud de revelación, que nos ha traído Jesús, puede ser
profundizada continuamente con las diversas luces que Dios ha dado a todos los
pueblos y a todas las religiones. Habrá que distinguir siempre entre la luz de
Dios y la «mediación» cultural e,
incluso, personal (con sus condicionamientos históricos) de todo mensajero y de
todo «profeta».
Muchos
musulmanes, durante la historia y actualmente, han sabido caminar por las vías
de la purificación del corazón para llegar a la unión con Dios, «pues Dios es la luz de los cielos y de la
tierra... ¡Luz de la luz! El conduce hacia su luz a quien él quiere» (C.
24,35). Y aunque muchos doctos han criticado las tendencias místicas, hay que
reconocer en todo auténtico creyente musulmán una búsqueda de la faz de Dios
que se expresa por la recitación respetuosa y confiada de sus 99 nombres, para
convertirse en su testigo y para llegar un día a su presencia.
Es
conocida la afirmación conciliar del Vaticano Il: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al
único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del
cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios
procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la
fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo
reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la
invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará
a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a
Dios, sobre todo, con la oración, la limosna y el ayuno».
La primera azora en una copia manuscrita del Corán. ------------------------------------------------->
Jesús dijo: «Vuestro padre Abrahán se regocijó pensando en ver mi día; lo
vio y se alegró».
La fe en las promesas hechas por Dios a Abrahán conducirá, por una nueva gracia
de Dios, a la fe en Jesús como Hijo de Dios, quien afirmó: «Os aseguro que antes que Abrahán existiera,
yo soy». Pero esta fe es un don divino, que hay que preparar con una
vida cristiana, personal y comunitaria, más auténtica, donde aparezca la unidad
misteriosa de Dios Amor, que ha enviado a su Hijo para salvar al mundo.
Carlos
de Foucauld afirmaba que, en gran parte, debía su vuelta al cristianismo al
hecho de haber visto orar devotamente a muchos musulmanes.
Baréin
Véase Parte II:
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