miércoles, 12 de octubre de 2016

Parte I: EL ISLAM: LA TRADICIÓN ISLÁMICA

Parte I:

EL ISLAM:
LA TRADICIÓN ISLÁMICA
Pastor: Carlos Ramírez Jiménez: 

Tema 1:
LA TRADICIÓN ISLÁMICA: EL CAMINO DE LA SUMISIÓN A LA VOLUNTAD DE DIOS:

SÍNTESIS:

Orígenes Históricos:


La palabra «Islam» significa «sumisión». Se trata de la aceptación de la voluntad de Dios o del sometimiento a la misma, manifestada por su enviado Mahoma (570-632), por medio del libro revelado (el Corán). Por esto es una de las «religiones del Libro», a las que Dios ha comunicado su palabra: judaísmo, cristianismo, islamismo. Los seguidores del Islam se llaman «musulmanes» (creyentes) y forman una comunidad muy unida (la «Umma» o comunidad madre). El Islam queda clasificado entre las religiones monoteístas y proféticas, acentuando el dar gloria a Dios único, Creador y Señor. En la vida de Mahoma se distinguen dos períodos: el de La Meca (donde encontró grandes dificultades) y el de Medina (desde donde pudo organizar su comunidad de creyentes). Durante el período de La Meca, huérfano desde muy niño, casado con una viuda rica llamada Jadiya (de la que tuvo tres hijos y cuatro hijas), dio muy buen ejemplo de honradez, trabajo y oración, retirándose en el mes de Ramadán a la cueva de Hira, donde recibió los mensajes por medio del ángel Gabriel, a modo de palabras escritas en su corazón.
Desde entonces, convencido de su misión profética, se dedicó a predicar por las calles de La Meca las verdades de la salvación (juicio de Dios, resurrección de los muertos), seguido por muchos discípulos y atacado por muchos enemigos. Su mensaje venía a ser parecido al de la revelación judaica y cristiana. No consta de su oposición o rechazo a esa revelación, sino más bien manifiesta la actitud de volver a la fe de Abrahán en toda su pureza. Pero, según parece, algunos judíos y cristianos hacían irrisión de sus contenidos por no ser iguales literalmente a los de los textos escriturísticos (recuérdese que la transmisión de la doctrina era principalmente oral). En cuanto a los cristianos que Mahoma conoció, parece que eran nestorianos (considerados como heterodoxos).

El año 622 huyó a la ciudad de Medina con sus discípulos. Es el momento de la «hégira» (viaje), que da comienzo al calendario musulmán. En Medina se organizó religiosa y políticamente, según estructuras sociales que han quedado en el Corán o en la tradición (la «sunna»). Su mensaje vendría a salvaguardar la fe de Abrahán y la revelación hecha por Dios a Moisés y a Jesús, que habría sido desvirtuada por judíos y cristianos. De ahí derivaría la diferencia de expresiones, de las que algunos habían hecho irrisión. Fue entonces cuando conquistó militarmente a La Meca (630), eliminando todo residuo de idolatría, especialmente en el lugar religioso de la «Ka'ba», que sería desde entonces centro de las peregrinaciones islámicas para adorar al único Dios.
Murió dos años más tarde (632). Después de su muerte, se elaboraron diversas leyendas sobre su vida, algunas de ellas parecidas a la vida de Jesús. Algunos tratadistas del siglo IX hablaron de su preexistencia y de su poder sobre el universo. Entre el pueblo también ha cundido la veneración cultual (oraciones) a su persona, a pesar de la crítica de algunos teólogos. Es también frecuente, en algunos países islámicos, la demanda de intercesión a los «amigos de Alá» («wali») o «santones», que son personajes históricos con fama de santidad y con poderes especiales.

Los Contenidos Del Corán:
En el Corán, Mahoma se presenta a sí mismo como enviado de Alá (Dios) para transmitir un mensaje (C. 42,47), pero siempre con los límites de un mortal (C. 3,144; 18,110), que no hace milagros (C. 17,90-93), que tiene sus faltas (C. 80,1-10), que pide perdón por ellas (C. 40,55) y que corre el mismo riesgo de castigo que los demás si no fuera fiel al mensaje (C. 10,15). Su vida es una alabanza continua a Dios, a quien quiere servir devotamente y a quien descubre en la naturaleza y en los mismos acontecimientos. El Corán («Al Qur'an», lectura o recitación) es el libro sagrado del Islam, que contiene el mensaje que recibió Mahoma del ángel Gabriel, como «palabra» de Alá (Dios).
Contiene 114 capítulos (suras o azoras) con un total de 6,200 versículos («aleyas»), en árabe docto de la época y en prosa rimada, para ser recitados armoniosamente. La oración fundamental del Islam se encuentra en la primera sura (la «fatiha» o la que abre). El contenido del Corán se conservó oralmente durante la vida del Profeta. Después de su muerte (ocurrida en el año 632), las suras fueron ordenadas por Abu Bakr, el primer califa. El texto definitivo es del año 650, en tiempo de Otmán, el tercer califa, y la redacción fue fijada por Zaib Ibn Thabit, secretario de Mahoma, ayudado por otros.

En el Corán se contiene todo lo referente al Islam: fe, culto, vida personal y social, normas jurídicas... El Corán es el molde en que se ha fraguado toda la espiritualidad musulmana durante siglos. Hay en todo él una dinámica gueva desde el pacto de Dios con Adán hasta el juicio final (C. 7,171). La interpretación de los textos del Corán tiene lugar a partir de los ejemplos (la «sunna») y los dichos (los «hadiths») que se han conservado de Mahoma, teniendo en cuenta la tradición (la «isnad»), el consenso (la «ijma») de la comunidad (la «umma») así como las deducciones analógicas de las primeras fuentes (las «quiya»).
Para la interpretación de los textos también habrá que tener en cuenta al Califa (como sucesor legítimo de Mahoma), al Muftí o doctor entendido en usos concretos y al Imán, que guía la oración.

Credo y Deberes:
En toda religión se acentúa la dependencia de Dios y la obediencia a su voluntad. El «Islam» recalca esta sumisión especialmente por parte de cada individuo («abd», adorador y servidor). Mahoma es el profeta enviado por Dios a la comunidad de los creyentes. El Islam se fundamenta, pues, en tres pilares: el Corán o libro revelado (como palabra de Dios), el profeta Mahoma y la comunidad (la Umma). El objetivo es el de purificar las desviaciones que se habrían originado en los secuaces de la revelación anterior, que tendría que ser la misma: la que Dios comunicó por medio de Moisés y de Jesús. El «credo» o conjunto de verdades se centra en el único Dios (clemente y misericordioso) que ha enviado a su profeta.
Es el mismo Dios único, creador, omnipotente y misericordioso de Abrahán, Moisés y Jesús. La profesión de esta fe («sahada») se encuentra en la sura inicial del Corán, que los creyentes recitan diariamente. En el versículo o aleya «del Trono», se resume esta misma fe: «Alá, no hay otro Dios más que El, el Viviente, el que por sí mismo subsiste... Suyo es cuánto hay en el cielo y en la tierra»... (C. 2,256). La oración lleva siempre a una vida honesta y a hacer el bien a los necesitados (C. 2,172). Se celebran diversas fiestas a través del año: el nacimiento de Mahoma, la conmemoración de su subida al cielo, el fin del ayuno del ramadán, la «fiesta grande» o fiesta del sacrificio, fiestas locales de los diversos países, etc.

Los deberes se resumen en cinco:
1- «Shahadah» - la profesión de fe: “No hay ningún dios excepto Alá y Mahoma es el mensajero de Dios”, Esto es repetido constantemente por los musulmanes durante el día.
2- «Salah» - cinco oraciones diarias obligadas. En la mañana, mediodía, media tarde, atardecer y antes del descanso nocturno. Los musulmanes deben llevar a cabo un lavamiento ritual (Wudu) y orientarse hacia la ciudad de La Meca para orar apropiadamente.
3- «Sawn» - Ayuno durante el mes de Ramadán: Los musulmanes adultos deben ayunar desde el amanecer hasta la puesta del sol cada día del mes de Ramadán, el noveno del calendario islámico.
4- «Zakah» - Donaciones y limosnas: 2.5% de las entradas de los musulmanes es dado para los pobres y para la proclamación del Islam.
5- «Hajj» - Peregrinaje a La Meca: Los musulmanes que tienen los medios y están en condiciones físicas de hacerlo, deben ir a La Meca al menos una vez en su vida..
La circuncisión forma parte de las costumbres populares, aunque no se mencione en el Corán. Ha llegado a ser también costumbre común la abstinencia de carne de cerdo y de bebidas alcohólicas (comp. C. 5,92).
El ritual de la visita a La Meca es un resumen de la fe de las prácticas islámicas, en un clima de oración y recuerdos históricos, especialmente en torno a la «Ka'ba»; el momento culminante de la peregrinación tiene lugar en la llanura de Arafat, frente al montículo de la misericordia, donde los peregrinos permanecen de pie, orando, arengados por un predicador montado sobre un camello, desde el mediodía hasta la puesta del sol, repitiendo incesantemente: «henos aquí, Señor, a tu servicio» (al final, se alejan del lugar corriendo en plena fuga).

El objetivo de la peregrinación es la renovación interior. Quien acepta la profesión de fe, afirmando la unicidad de Dios y la misión profética de Mahoma, es ya miembro de la comunidad musulmana, con sus derechos y deberes. La oración debe hacerse con pureza legal (para la que podrán ser necesarias abluciones con agua), limpieza en el vestido, orientación hacia La Meca, separación del mundo (trazando una línea o colocándose sobre una alfombra) y con las postraciones rituales (movimientos del cuerpo que indican respeto y alabanza). Desde los minaretes, el muecín o almuédano llama a la oración, recordando la unicidad de Dios e invitando a la verdadera felicidad. Esta síntesis de doctrina sencilla y de prácticas morales influyó principalmente en Arabia, orientando o reorientando a los pueblos árabes y a otros pueblos hacia el monoteísmo y hacia la fe de Abrahán, y unificando la vida socio-cultural y político-religiosa.

La religión abarca todos los aspectos de la vida humana. Fe religiosa y modo de vivir en la sociedad (familia, trabajo, política, Estado) son inseparables. La comunidad («Umma») se estructura a partir de la fe coránica, que tiende a ser «sharía» o ley sagrada para todos los que componen la sociedad civil y religiosa. El derecho y las leyes coránicas abarcan todos los sectores de la vida personal y social. Así fue, de hecho, al menos hasta el siglo XIX, (cuando, en algunos lugares, comenzaron a admitirse los códigos modernos) y así intentan que sea los nuevos fundamentalismos en algunos Estados islámicos. Existe una gran solidaridad entre todos los creyentes a nivel internacional y en todos los aspectos (religioso, económico, político, etc.), de lo que es una prueba la organización o Conferencia de Estados Islámicos. Existe el sentido profundo de hermandad, por encima de razas, idiomas y culturas. En el proyecto de civilización y progreso se incluyen contenidos religiosos, entre los que sobresalen el honor debido a Dios y la búsqueda de su rostro. Se intenta llegar a una «Umma» o comunidad religiosa internacional.
Todavía es frecuente, entre las escuelas de derecho, considerar la apostasía del Islam como digna de condena de muerte, aunque no siempre aparece explícitamente esa condena en los códigos actuales de los Estados. En línea de principio, se respeta toda la tradición religiosa de la humanidad, desde Adán hasta Jesús, pasando por Abrahán y Moisés. Durante los primeros siglos del Islam, se nota cierta tendencia pacífica, basada en el mismo Corán: «hallarás que los más cercanos en afecto a los creyentes son los que dicen nosotros somos cristianos, y esto es porque algunos de ellos son sacerdotes y monjes, y porque no son orgullosos» (C. 5,85).
Son muchos los escritos árabes de aquella época, aparte del Corán, que contienen diálogos laudatorios con monjes o anacoretas cristianos, sin entran en discusiones doctrinales, sino, más bien, quedándose en principios de vida espiritual. En los escritos de ascetas y espirituales musulmanes se encuentra una gran influencia de la doctrina cristiana y de las narraciones bíblicas y extra bíblicas sobre la vida de Jesús. Algunos hablan de imitar «la vía de Jesús».

Otros recomiendan la meditación. Muchas de esas narraciones llegaron sólo por vía oral, con las variantes comprensibles. Queda, no obstante, la convicción de que judíos y cristianos falsificaron los textos bíblicos. No hay que olvidar el contexto histórico judeo-cristiano muy peculiar (con tendencias heterodoxas cristianas) en que se movió Mahoma y el Islam primitivo.
El Corán contiene una síntesis de doctrina mariana, que hace recordar los evangelios canónicos y también los apócrifos. Además de los detalles de la infancia de Jesús, se afirma la santidad, la fe y la virginidad de María: «pura y elegida entre todas las mujeres» (C. 3,42), como «señal para los hombres y acto de misericordia» divina (C. 19,21), «que custodió su virginidad» (C. 66,12). A Jesús se le presenta continuamente como «hijo de María» (cf. C. 19,34). En tiempo de Mahoma, la devoción mariana era muy fuerte en las Iglesias de Oriente. En la misma Ka'ba había una imagen de María con Jesús niño, que Mahoma quiso que se conservara aún después de la conquista de La Meca (año 630). La tradición islámica ha conservado una fuerte corriente devocional hacia María.

Escuelas, Tendencias Históricas y Actualidad:

Durante el decurso de la historia e, incluso, actualmente, existen diversas escuelas teológicas islámicas que, manteniendo las líneas comunes fundamentales, discrepan respecto a la interpretación de algunos puntos, como la predestinación y el libre albedrío, la posibilidad o no de describir la naturaleza de Dios, la condena del pecado de infidelidad (con la pena de muerte), el uso de los argumentos de razón para interpretar los contenidos de la fe, la experiencia devocional o mística en la oración, la noción del bien y del mal moral, la intercesión de los «amigos de Alá», etc. En estas cuestiones, se ha considerado a Algazel (siglos XI-XII) como el teólogo más aceptado por todos, debido a su equilibrio en evitar los extremos opuestos.
Avicena (Ibn Sina, 980-1037) es considerado como el más grande filósofo musulmán, llegando a influir en la escolástica cristiana del medioevo; su reflexión se basa en Platón y Aristóteles, y con ella, tiende a explicar la fe del Islam.

Son muchas las tendencias (sin hablar de las sectas) dentro del mismo Islam:
-  los sunnitas (fieles a la tradición, «sunna», y a las costumbres de la comunidad, que constituyen la mayoría, un 90%);
-   los chiítas (del partido de Alí, sucesor de Mahoma, regidos por la autoridad del Ayatolá, especialmente en Irán, Irak y Afganistán, que son el 9% del número total de los musulmanes, aunque desglosados en grupos muy diferentes);
-    los Járiyitas (minoría puritana que interpreta literalmente el Corán); los sufitas (de tendencia mística)... Se habla también de Islam popular o «marabutismo», con su tendencia hacia la veneración de los «santones».
-   Hay que distinguir también el Islam turco (de tendencia laical), el de los ismaelitas de Aga Khan (nizaríes, secta chiíta, muy activa en la promoción social y solidaridad entre sus adeptos), etc.

A veces se encuentran diferencias por razón de países y culturas:
-      Balcanes,
-      repúblicas ex soviéticas,
-      Pakistán,
-      India,
-      Bangladesh,
-      China,
-      Indonesia,
-      África (norte, centro, sur)...
La fe islámica ha quedado matizada según las culturas, especialmente cuando los valores culturales han enraizado fuertemente en el corazón del pueblo (por ejemplo, la base budista y animista en Indonesia, donde el Islam entró sólo desde los siglos XV-XVII).

Respecto a la espiritualidad y los caminos de oración, es importante tener en cuenta las tendencias sufitas, que comienzan a mediados del siglo VIII y, con aplicaciones diversas, llegan a nuestros días. Algunos autores distinguen cuatro períodos muy diferenciados. No puede reducirse la espiritualidad musulmana a sólo las tendencias sufitas, pero éstas tienen su impronta e influencia especial.
El nombre «sufismo» deriva de «suf» (lana), porque los ascetas primitivos imitaban el modo de vestir de los anacoretas y monjes cristianos (un sayal de lana). Algunos sufitas preferían sayal blanco, mientras otros exteriorizan su ascetismo y pobreza con un sayal hecho de pedazos de tela de lana. En el fondo se buscaba un camino de desprendimiento total (dejar todo) para pertenecer exclusivamente a Dios. Aunque en el sufismo hubo siempre desequilibrios de doctrina y de práctica (criticados por los teólogos y tratadistas musulmanes), no puede olvidarse que, en general, se buscaba el verdadero desprendimiento del corazón y el equilibrio entre las obligaciones y el amor de Dios, para llegar a la verdadera libertad y felicidad.
Se tiende a la unión con Dios: «yo le deseo y El me desea» (Hasan Basri). Los sufitas acentúan la confianza en Dios, aunque algunos llegaron al extremismo de descuidar el esfuerzo necesario por afrontar la vida. Se acentuó, principalmente, meditación (el «dikr»), como repetición de invocaciones, para unificar el pensamiento, la voluntad, las palabras y las obras. Según las épocas y autores, hubo persecuciones y rechazo (incluso con condenas a muerte, como la de al Hallaj en 922) por parte de elementos más ortodoxos del Islam, especialmente en Bagdad (siglo IX). Las tendencias sufitas existen siempre en la historia del Islam, y no siempre constituyen grupos organizados.

Existe la tendencia personal de devoción y entrega a Dios misericordioso, aunque con gran dependencia de algún maestro o guía espiritual (que a veces reclama obediencia absoluta). Se habla de un camino o escala (peregrinación) para llegar a Dios, según diversas etapas o momentos, que a veces se reducen a tres:
-      Intelectual,
-      emocional,
-      activo.
El sufismo es una manera de vivir y no constituye propiamente una secta del Islam. Ha existido siempre una tendencia más exagerada o heterodoxa (con el riesgo de identificación panteísta y aniquilamiento de la propia persona), y otra tendencia ortodoxa más equilibrada (que quiere armonizar la austeridad con el amor y la unión con Dios).
También se distingue una tendencia hacia la identificación intencional con el amor de Dios, y otra hacia la propia identificación sustancial con Dios (en esta última han insistido los musulmanes de la India). En todas esas corrientes fue decisivo el testimonio y la doctrina de Algazel (al-Gazzali, muerto en 1111), cuya autoridad es admitida por las principales escuelas teológicas, quien, usando la filosofía helénica, hizo una buena teología islámica, expurgo el sufismo de panteísmo y de extremismos, y señaló la vía equilibrada de dominar los propios defectos para acercarse a Dios, esperando del mismo Dios (y no del propio esfuerzo) la verdadera iluminación.

El corazón se prepara para recibir la acción divina, para ver a Dios y unirse a él. La literatura sufita es muy abundante, tanto por el número y calidad de sus figuras como por el de sus escritos, desde el siglo VIII (época áurea del sufismo) hasta nuestros días, pero especialmente en la primera época, entre los años 750-900. Existen verdaderos teólogos y tratadistas profundos y prácticos sobre la mística. Sobresalen las exposiciones sobre la oración, el camino espiritual, la conversión, la renuncia, la pobreza, la confianza, las diversas virtudes... No falta el tema de la presencia y ausencia de Dios en el corazón.
En cuanto al éxtasis, existen diversas explicaciones de tipo muy diverso:
-      aniquilamiento de la personalidad,
-      endiosamiento,
-      perderse para hallarse en Dios,
-      embriaguez, etc.
Son expresiones parecidas a los místicos de otras religiones, oscilando entre la negación y la unión. La unión con Dios, según los diversos autores, puede tener el sentido de intimidad, el de presencia o habitación y el de identificación (con el riesgo de panteísmo). Las explicaciones de los sufitas quedan matizadas desde el siglo XI, con elementos de la filosofía helenista.
A partir de Algazel, las tendencias sufitas llegaron a ser más admitidas por la ortodoxia, haciéndose incluso populares, pero derivando, a veces, hacía agrupaciones («tariqa»). Algunos sufitas del sur de España se hicieron famosos por sus exposiciones, rayando frecuentemente en la «heterodoxia», como en el caso de Ibn Arabí (murciano), con su teoría sobre el Logos y sobre la manifestación de lo divino en todas las religiones (salvando siempre como mejor el Islam). Un buen comentador suyo será Abd el-Kader (siglo XIX).
Las innumerables asociaciones («tariqa») de «derviches», que han ido surgiendo en el decurso de la historia (con diversos nombres), han intentado siempre salvar la ortodoxia (haciendo derivar su organización a partir de las tradiciones de los orígenes). Afirman con cierto exclusivismo la propia exposición, trazan una regla de vida para reforzar la propia agrupación, también con cierto sentido universalista. No ha faltado la implicación política. Además de múltiples reglas concretas, quedan siempre tres puntos firmes: la obediencia al jefe del grupo, el secreto respecto a los asuntos de la agrupación, la estrecha solidaridad con los demás miembros. Cada asociación tiene también su propio método de oración (a veces, se llega al estado de exaltación).
No falta, frecuentemente, la oposición e, incluso, la condena por parte de dirigentes y teólogos. A pesar de los altibajos de la historia, actualmente algunas agrupaciones locales tienden a una mayor rigidez (fundamentalismo) de organización y de imposición en la línea de renovación del Islam y con cierta derivación a otros países. Entre los poetas místicos del Islam, destaca el persa Galal al-Din Rumi, nacido en 1207; los derviches danzantes lo consideran como su fundador. Sus escritos apuntan a la unidad del espíritu que hay que construir en la interioridad.
Algunas de sus ideas tienen base neoplatónica: el universo sería como la multiplicación de una misma imagen, a modo de juego de espejos. Para Rumi, el alma mística es comparable a la Virgen María: nuestras conciencias son una sola Virgen, donde sólo el Espíritu de Verdad puede penetrar; cada uno de nosotros tiene un Jesús en sí mismo; mientras no se manifiesten los dolores de parto en nosotros, nuestro Jesús no nace. Como en María, se necesita el soplo del Espíritu para concebir a Jesús. Uno de los autores más cercanos a una visión positiva de las religiones (incluido el cristianismo) fue el emir de Damasco Abd el-Kader (1808-1883), con su testimonio de tolerancia (en 1860 se opuso a la persecución de los drusos contra los cristianos) y con su exposición espiritual: «el libro de las paradas» («Kitab al-Mawajif»). En esta publicación explica las etapas o paradas el camino hacia Dios, en la línea de la mística musulmana tradicional y del sufismo.
Es un buen comentador de Ibn Arabi (1165-1240), sufita nacido en Murcia, enterrado y venerado en Damasco. Todas las religiones son teofanías del mismo Dios, que se manifiesta como quiere. Dios es aquello que cree cada religión y, al mismo tiempo, es más allá de toda afirmación y doctrina. Cada uno le adora bajo un aspecto y lo ignora bajo otro. Dios «abraza las creencias de todas sus criaturas, como las abraza su Misericordia». Corre peligro de perderse sólo quien se aleja de lo que han transmitido los enviados de Dios. Como en otras religiones, también en el Islam existen algunas tendencias fundamentalistas con repercusiones violentas. A veces (como en épocas pasadas) se tiende a la «yihad» o guerra santa, para cumplir con la exigencia de sumisión universal a la fe coránica.
Existen actualmente muchas interpretaciones sobre la «yihad», desde la aplicación estricta y literal, hasta la de una guerra contra las propias pasiones. En sus conquistas a través de los siglos, el Islam otorga a judíos, cristianos y otros monoteístas un acto de protección (respetando frecuentemente su fe), pero sin permitirles participar plenamente en la estructura social del Estado o nación. En el Corán existen pasajes en los que se manifiesta un cierto respeto hacia los cristianos. Apreciando los grandes valores del Islam, especialmente en su línea de recuperación de la fe de Abrahán, habrá que ahondar en la libertad de conciencia de todo ser humano para poder elegir y expresar la propia religión (también en lugares del propio culto), el respeto a la decisión libre de los demás, así como el reconocimiento de los derechos de todo ciudadano prescindiendo de su religión.

La Religión Bahai:
La religión o fe Bahai, nacida en el siglo XIX, puede considerarse como una derivación del Islam, pero con aporte sincretista de otras religiones.

Según sus creencias, la historia de la humanidad discurre por ciclos: Adán, Moisés, Krisna, Zaratustra, Buda, Cristo, Mahoma y, finalmente, como el más importante hasta el presente, Baha-Allah («gloria de Dios») (1817-1872). La voz de Dios llega por los escritos de Baha-Allah. Los ciclos siguen todavía su curso. Lo importante sería llegar a la paz del mundo por medio de la unidad universal, que será un don de Dios.

VALORACIÓN:
La vivencia del Islam es muy personal en cuanto a la oración, aunque sin omitir los aspectos comunitarios, porque se trata de escuchar la palabra de Dios y de responder con actitud oracional y cultica. Es actitud de sumisión y confianza, y también, de búsqueda de Dios, siguiendo el ejemplo de Abrahán, José, Moisés, Jesús, Mahoma... Cuando el musulmán recita y medita las palabras del Corán, las hace pasar al corazón (lengua, sensibilidad, inteligencia...), hasta asimilar el mensaje eterno que fue pronunciado en el tiempo.
Por esto no busca discurrir ni discutir, sino sólo aceptar, a modo de «sabio recuerdo» («dikr»), como experiencia religiosa profunda. Así se podrá proclamar la unidad y la gloria de Dios. El musulmán pronuncia los 99 nombres maravillosos de Dios (omnipotente, misericordioso...), sin preguntar a Dios sobre su identidad. La invocación tiene que llegar a ser oración y adoración de parte de toda la persona La oración es siempre una actitud respecto a la misericordia de Dios; por esto ha de ser humilde y confiada, pidiendo perdón de los pecados (C. 7,53-54; 3,129). La mejor oración es la de invocar los bellos nombres de Dios (C. 17,110-111). Se distinguen tres clases de oración: la espontánea, como invocando o llamando a Dios («duá»); la obligatoria o ritual («salat»); la de recuerdo-mención o de tener presente a Dios («dikr»). Esta última tiene un gran valor (C. 29,44), porque al mencionar el nombre de Dios se hace presente (según la mentalidad semita). Se menciona su nombre antes de tomar alimento y, también, como preparación a la oración ritual.
La recitación de los versículos del Corán es, de hecho, una meditación sobre la omnipotencia y misericordia de Dios, como apoyándose en él, para todo el caminar histórico. En los textos se encuentra solución y luz para todos los acontecimientos de la vida. Fundamentalmente, la oración es alabanza a Dios y petición de perdón. Se empieza reafirmando la intención de orar. Para ello se invoca a Dios con el «takr» («Dios es grande»), como para entrar en una actitud sagrada. Esta frase se pronuncia de pie, alzando las manos hasta la altura de la cabeza y colocando las palmas hacia adelante. La mente debe estar concentrada, sin pensar ni hacer otra cosa ni mirar alrededor. A continuación siguen movimientos del cuerpo y postraciones (la «raka»), mientras se invoca a Dios con versas fórmulas. Después de las fórmulas finales, todavía se repite treinta y tres veces la frase: «Gloria a lAá, alabanza a Alá, Alá es grande. No hay más Dios que Alá, Único, sin asociado». Todos los momentos del día y todas las situaciones acontecimientos de la vida tienen recomendada alguna oración especial.
Además de las múltiples oraciones que acompañan los diversos ritos durante la peregrinación a La Meca, hay que recordar las oraciones de la mañana y de la tarde, las oraciones durante las abluciones, así como las fórmulas breves en las comidas, las visitas, el saludo o las despedidas, los viajes, entrada en la mezquita, etc. La importancia de la oración aparece también en la recomendación de ir a ella como si fuera la última antes de llegar a la presencia de Dios en el más allá. De ahí deriva ordinariamente el deseo profundo de muchos musulmanes de encontrarse con Dios ya en esta tierra. Desde el primer siglo del Islam (antes de la aparición del «sufismo» propiamente dicho) se encuentran numerosos ascetas musulmanes y escritos de temas espirituales, también sobre la meditación, especialmente en algunos centros como Medina, La Meca, Damasco, Basra, Küfa.... Es conocida, entre otras, la figura femenina de Rabi'a al Adawiynacida (hacia el año 713), a quien acudían en busca de consejo espiritual porque fomentaba el puro amor a Dios por medio de la meditación y contemplación, tendiendo hacia la visión de Dios.
En las tendencias sufitas de todas las, épocas se acentúa el interés por la meditación, según diversas modalidades: memoria o invocación («dikr»), discurso o meditación propiamente dicha («fikr»). Se señalan a veces las etapas para llegar a estados místicos («ahwal»), que se describen de modo diverso según los autores: atención constante, proximidad, amor, temor, esperanza, deseo, intimidad, tranquilidad, contemplación, certidumbre... Por el camino del amor, apoyándose en el Corán, se busca la cercanía de Dios, para llegar a ser «un pueblo a quienes El ama y de los cuales es amado» (C. 5,59). Se busca amar a Dios por lo que es El y no por sus dones.
Es importante, para conocer la oración musulmana, tener en cuenta el valor que se da a la poesía y a la recitación, en árabe principalmente, pero también en otros idiomas. La atención del pueblo queda más atraída hacia esas formas artísticas que hacia los contenidos. En realidad, es casi imposible interpretar el verdadero sentido de los versos, puesto que el poeta narra impresiones difíciles de descifrar, dejando que cada uno quede impresionado por los encantos literarios.
Esos poetas pertenecen a diversas culturas; algunos de sus poemas (conservados de memoria) han sobrevivido largo tiempo en las manifestaciones populares. La transmisión de un mensaje espiritual, por medio de unas expresiones poéticas, es más rápido, eficaz y perdurable en la mentalidad de los pueblos orientales. Remontándose a la fe de Abrahán, se puede enlazar con la dinámica histórica de las esperanzan mesiánicas hacia Cristo. Se podría decir que Mahoma, guiado providencialmente por la gracia y luz del único Dios de la historia de salvación, recupera la fe de Abrahán y de Moisés para los pueblos árabes y otros pueblos de su influencia.
El que este don de Dios sea, después de Jesús, no tendría que quitar nada al mensaje cristiano, puesto que puede ser considerado como una llamada a entrar de nuevo en las esperanzas mesiánicas incluidas en la fe de Abrahán y Moisés, que desembocará un día en la realidad explícita y plena de Jesús, el Mesías prometido. La plenitud de revelación, que nos ha traído Jesús, puede ser profundizada continuamente con las diversas luces que Dios ha dado a todos los pueblos y a todas las religiones. Habrá que distinguir siempre entre la luz de Dios y la «mediación» cultural e, incluso, personal (con sus condicionamientos históricos) de todo mensajero y de todo «profeta».
Muchos musulmanes, durante la historia y actualmente, han sabido caminar por las vías de la purificación del corazón para llegar a la unión con Dios, «pues Dios es la luz de los cielos y de la tierra... ¡Luz de la luz! El conduce hacia su luz a quien él quiere» (C. 24,35). Y aunque muchos doctos han criticado las tendencias místicas, hay que reconocer en todo auténtico creyente musulmán una búsqueda de la faz de Dios que se expresa por la recitación respetuosa y confiada de sus 99 nombres, para convertirse en su testigo y para llegar un día a su presencia.
Es conocida la afirmación conciliar del Vaticano Il: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, la limosna y el ayuno».

Los musulmanes comparten con los cristianos y judíos la fe de Abrahán. Decía Juan Pablo
II a los jóvenes musulmanes en Casablanca: «Tenemos en Abrahán un mismo modelo de fe en Dios, de sumisión a su voluntad y de confianza en su bondad» (19 agosto de 1985). El concilio Vaticano II dejó estas orientaciones: «Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres».
 La primera azora en una copia manuscrita del               Corán. ------------------------------------------------->
Jesús dijo: «Vuestro padre Abrahán se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». La fe en las promesas hechas por Dios a Abrahán conducirá, por una nueva gracia de Dios, a la fe en Jesús como Hijo de Dios, quien afirmó: «Os aseguro que antes que Abrahán existiera, yo soy». Pero esta fe es un don divino, que hay que preparar con una vida cristiana, personal y comunitaria, más auténtica, donde aparezca la unidad misteriosa de Dios Amor, que ha enviado a su Hijo para salvar al mundo.

Carlos de Foucauld afirmaba que, en gran parte, debía su vuelta al cristianismo al hecho de haber visto orar devotamente a muchos musulmanes.

Baréin

Véase Parte II:



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