Parte II:
La Doctrina Católica Romana, Frente A La Biblia:
(1 Juan 5:21).
Pastor. Carlos Ramírez Jiménez:
“Hijitos, guardaos de los ídolos”
(1 Juan 5:21).
Tema II:
El Origen del
Papado:
Claramente la Biblia no enseña que Pedro fue el
primer papa, sino que fue uno de los apóstoles de
Jesús (vea Pinedo, 2008a;
2008b). La pregunta que permanece es: “¿Cuándo se originó el papado?”. Ya que la
Biblia no autoriza una jerarquía como el papado, enfocaremos nuestra atención
en la historia para aprender cómo llegó a existir.
Cuando Cristo estableció Su iglesia en
el primer siglo (ca. 30 d.C.; compare. Hechos 2), “constituyó a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores [i.e., obispos o ancianos] y
maestros” (Efesios 4:11). Jesús nunca elevó a un obispo sobre otros,
sino estableció un oficio ecuánime de servicio. Tristemente, el hombre se
desvió del patrón bíblico original en busca de poder, honra y deificación.
El primer indicio de esta desviación fue
la distinción entre los términos “obispos”, “ancianos” y “pastores”—títulos
que los escritores del Nuevo Testamento usaron intercambiablemente (e.g.,
Hechos 20:17,28, Tito 1:5,7, 1 Pedro 5:1-4). Al título “Obispo” se le dio más
preeminencia, y se lo aplicó a un solo hombre a quien se le dio autoridad única
sobre una congregación local, a diferencia de los obispos en el tiempo
apostólico (compare. Hechos 14:23; 15:4; 20:17; Tito 1:5; Santiago 5:14).
Pronto, el “Obispo”
llegó a gobernar no solamente en una congregación, sino en una “diócesis”,
varias congregaciones en un distrito o una ciudad completa (vea Miller y
Stevens, 1976, 42).
Con la influencia de Constantino
(280-337 d.C.), quien hizo del cristianismo una “religión de poder”, los obispos
afianzaron e incrementaron sus prerrogativas. Durante ese tiempo existían cinco
metrópolis: Roma, Alejandría,
Antioquía, Constantinopla y Jerusalén. Roma en el Oeste y Constantinopla en el
Este ganaron mayor prominencia a causa de sus ubicaciones (Mattox, 1961, p.
137).
Mientras el poder del obispado crecía en
estas ciudades, también crecía la polémica en cuanto a cuál de estas dos
ciudades, y sus iglesias y obispos representantes, debería tener la supremacía.
El 10 de octubre de 366, un hombre
llamado Dámaso fue elegido Obispo de Roma. Dámaso fue un hombre
enérgico que luchó por el pontificado contra su opositor Ursino, otro obispo
elegido por un pequeño número de seguidores (vea “Dámaso I”, 1997, 3:865-866).
Durante su pontificado, Dámaso luchó por confirmar su posición en la iglesia de
Roma.
También luchó por hacer que otras
ciudades reconocieran la supremacía del Obispo de Roma sobre todos los demás
obispos. Dámaso incluso aseveró que “la Iglesia de Roma tiene la supremacía sobre las demás,
no porque así lo ha decidido el concilio [de Roma en 369 y de Antioquía en
378—MP], sino porque Jesús ha situado a Pedro por encima de todos, elevándole a
piedra angular de la iglesia misma” (“San Dámaso”, 2005).
A pesar de los esfuerzos de Dámaso por
establecer la preeminencia de Roma y su pontificado, él no pudo terminar su
obra. Después de su muerte en diciembre de 384, Siricio fue elegido Pontífice
de Roma. Él tuvo menos educación que Dámaso, pero se adueñó de un nivel de
autoridad que otros obispos no demandaron. Siricio reclamó autoridad inherente
sin considerar las Escrituras.
Demandó y amenazó a otros para ganar más
poder. Fue el primero en referirse a sí mismo como el sucesor de Pedro (vea
Merdinger, 1997, p. 26). Siricio murió el 26 de noviembre de 399. Sin duda, él
y Dámaso fueron fuerzas principales en el desarrollo de una jerarquía
eclesiástica universal.
En
440, León I llegó al pontificado. Él se convirtió en un defensor ardiente
de la supremacía del Obispo de Roma sobre los demás obispos del Este. En su declaración
al Obispo de Constantinopla, señaló:
Constantinopla tiene su
propia gloria, y por la misericordia de Dios ha llegado a ser el asiento del
imperio. Pero los asuntos seculares se basan en una cosa, y los asuntos
eclesiásticos en otra cosa. Nada permanecerá que no esté establecido sobre la
Roca que el Señor ha puesto en la fundación.... Tu ciudad es real pero no la
puedes hacer Apostólica (citado en Mattox, 1961, pp. 139-140).
La supremacía a la cual León I hizo
referencia se basaba en la suposición que el Señor había exaltado a Roma,
incluyendo a su iglesia y pontífice, sobre otras ciudades principales a causa
de las tradiciones en cuanto a Pedro. Para ese tiempo se aceptaba como “hecho” que Pedro había sido el primer
Obispo de Roma y que había sufrido martirio allí. Esas tradiciones, juntamente
con la influencia evangelístico de Roma en los primeros siglos, concedían a
esta ciudad un “aura
divina” que supuestamente la conectaba a la era apostólica y la
distinguía de otras ciudades. Estas creencias influyeron grandemente en el
desarrollo de una jerarquía en la iglesia.
El 13 de septiembre de 590, Gregorio el
Grande fue nombrado Obispo de Roma. Él fue otro defensor de la tradición petrina,
y se proclamó “Papa” y “Cabeza de la
Iglesia Universal”. Para el final de su pontificado, la teoría de la
primacía de Pedro y del Obispo de Roma fue establecida firmemente. Finalmente,
con la aparición de Bonifacio III en el trono papal el 19 de febrero del 607,
se aceptó universalmente el papado romano. Bonifacio III solamente vivió unos
pocos meses después de su elección. Muchos otros obispos siguieron su legado en
la “carrera
por la supremacía”.
El apóstol Pablo escribió a los Efesios: “Porque el
marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual
es su cuerpo, y él es su Salvador” (5:23, énfasis añadido). Así como
debe haber solamente un marido con autoridad sobre una mujer, debe haber
solamente una Persona con autoridad sobre la única iglesia. ¡Esa persona es
Jesucristo!
___________
REFERENCIAS
-
“Dámaso I” [“Damasus I”] (1997), La Nueva Enciclopedia Británica [The New
Encyclopædia Britannica] (Londres: Encyclopaedia Britannica).
- Mattox, F.W. (1961), El Reino Eterno [The Eternal
Kingdom] (Delight, AR: Gospel Light).
- Merdinger, J.E. (1997), Roma y la Iglesia Africana
en el Tiempo de Agustín [Rome & the African Church in the Time of
Augustine] (Londres: Yale University Press).
-
Miller, Jule y Texas Stevens (1976), Una Serie de Estudios Bíblicos
Visualizados: Historia de la Iglesia del Señor, trad. Gabino Rico (Houston, TX:
Gospel Services).
-
Pinedo, Moisés (2008a), “¿Es el Papado una Institución Divina?”, [En-línea],
URL:http://www.apologeticspress.org/espanol/articulos/3772.
-
Pinedo, Moisés (2008b), “¿Fue Pedro el Primer Papa?”, [En-línea],
URL:http://www.apologeticspress.org/espanol/articulos/3808.
- Moisés Pinedo. © 2008 Apologetics Press, Inc.
Tema III:
El Origen y La
Historia Del Catolicismo [Parte I]:
A menudo los que profesan ser católicos hacen dos
aseveraciones importantes:
(1) La Iglesia Católica es la iglesia más antigua. [Los católicos
están firmemente convencidos que la Iglesia Católica es mucho más antigua que
cualquier grupo protestante que exista hoy. Aunque esta aseveración es
históricamente correcta, ¿es verdad que la Iglesia Católica es la iglesia más
antigua?].
(2) La Iglesia
Católica es la iglesia bíblica. [Los católicos claman que su iglesia es
la que la Biblia describe, y por ende, es la iglesia que Dios aprueba].
Estas
dos aseveraciones conlleva algunas implicaciones serias.
- Primero, si la Iglesia Católica fuera la iglesia
más antigua, entonces:
(a) no debería
existir ninguna iglesia que le preceda;
(b) la primera
iglesia, la cual Cristo prometió edificar, debería ser la Iglesia Católica; y
(c) todo registro
bíblico y/o histórico de la primera iglesia debería apuntar al catolicismo.
- Segundo, si la Iglesia Católica fuera la iglesia
bíblica, entonces:
(a) la Biblia debería tener un registro de
esta iglesia; y
(b) la Biblia debería aprobar sus
enseñanzas y prácticas.
3.1. EL ORIGEN DEL CRISTIANISMO:
Para determinar si la Iglesia Católica
es la iglesia más antigua, debemos ir a la Biblia para buscar un registro de la
primera iglesia. El profeta Daniel dijo que “el Dios del cielo levantará un reino que
no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y
consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”
(Daniel 2:44, énfasis añadido). Dios tuvo un plan para que los seguidores de Su
Hijo fueran parte de un reino diferente a los demás, un reino espiritual que
permanecería para siempre: la iglesia (cf. Colosenses 1:13). Pero ¿cuándo
comenzó esta institución divina?
Mateo 16:18 registra la primera vez que
el Nuevo Testamento presenta el término “iglesia”. Jesús dijo: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro,
y sobre esta roca edificare mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella” (énfasis añadido). Los griegos usaban generalmente el
término “iglesia”
(ekklesia)
para hacer referencia a una asamblea política (cf. Hechos 19:41). En Mateo
16:18 se emplea este término por primera vez para describir a los seguidores de
Cristo.
Cuando Jesús habló de Su iglesia en este
versículo, declara tres cosas muy importantes:
- Primero, Jesús dijo: “edificaré mi iglesia”. El
tiempo futuro del verbo indica que la iglesia todavía no existía.
- Segundo, Jesús dijo: “edificaré”, indicando que
Cristo mismo edificará la iglesia o sería su fundamento.
- Tercero, Jesús dijo: “mi iglesia”, indicando que la
iglesia le pertenecería.
Note: una vez más el enunciado que
Jesús hizo a Pedro: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta
roca, edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Al usar dos términos
griegos—petros y petra—el Nuevo Testamento clarifica
que esta “roca”
(petra)
sería la fundación sobre la cual Jesús edificaría Su iglesia.
Pero ¿a qué o a quién hace referencia el
término “roca”?
Mateo narra que Jesús había preguntado a Sus discípulos acerca de quién
pensaban que Él era. “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el
Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).
A causa de esta declaración, Jesús hizo
el enunciado anterior. Por tanto, esto puede significar solamente una cosa: Jesús edificará Su iglesia sobre la confesión que Pedro había hecho acerca de Él.
En otras palabras, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente” sería la fundación sobre la cual se edificará la iglesia.
Jesús prometió que Pedro sería la persona dichosa de abrir las puertas del
cristianismo (o la iglesia), pero Pedro (petros) no sería la roca (petra)
de la iglesia.
Aunque estos versículos en Mateo 16 no
proveen un registro del comienzo de la primera iglesia, sí proveen una
predicción exacta de su origen, incluyendo lo siguiente:
1. Esta iglesia todavía no había sido
establecida para el tiempo que Jesús habló (vs. 18).
2. Esta iglesia sería establecida por Cristo,
Quien también sería su fundamento (vs. 18).
3. Esta iglesia pertenecería a Cristo (vs. 18).
4. Esta iglesia sería edificada sobre la
confesión que Jesús es el Cristo (vv. 16,18).
5. Pedro abriría (simbólicamente) las
puertas de esta iglesia (vs. 19).
Entonces, ¿cuándo se dieron todas estas
cosas, y cuándo comenzó a existir la primera iglesia?
“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se
añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41).
Este versículo, registrado por Lucas,
narra el resultado del sermón que Pedro y los demás apóstoles predicaron en el
Pentecostés. La Biblia señala que los apóstoles se habían quedado en Jerusalén
después de la ascensión de Jesús, esperando la promesa del Padre (i.e., la
llegada del Espíritu Santo; compare Hechos 1:4,12; 2:1).
Cuando el Espíritu Santo fue enviado,
los apóstoles comenzaron a hablar en diferentes lenguas (Hechos 2:4-11). Muchos
creyeron, pero también hubieron aquellos que se burlaron (Hechos 2:13). Luego,
Pedro, puesto en pie con los once, alzó su voz y predicó a los que le
escuchaban (Hechos 2:14).
Después de mostrar evidencia contundente
de la veracidad mesiánica de Jesús, Pedro declaró: “Sepa, pues, ciertisimamente toda la casa
de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho
Señor y Cristo” (Hechos 2:36, énfasis añadido).
El relato de Lucas lleva nuestras mentes
una vez más a las palabras de Jesús. Jesús había predicho que Pedro abriría las
puertas de la iglesia, y que la iglesia sería edificada sobre su confesión
(Mateo 16:16-18).
En Hechos 2:36, Pedro no solamente abrió
las puertas del cristianismo, sino también confesó una vez más que Jesús era
Señor y Cristo (i.e., la roca sobre la cual se establecería la iglesia). Por
ende, fue en este preciso día que se cumplieron las palabras de Jesús.
Hechos 2:41 indica que los que creyeron,
“fueron
bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas”. La
pregunta entonces llega a ser, ¿a qué se añadieron aquellos que creyeron y se
bautizaron?
El versículo 47 nos da la respuesta: “el Señor
añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”.
[NOTA: Algunas versiones (e.g., LBLA,
NIV) omiten la palabra “iglesia” y anotan “ellos” (o “grupo”), pero la idea es la
misma. En cuanto a esta traducción, Boles declaró que “el significado es que los que oían la
palabra, la creían, se arrepentían de sus pecados, y eran bautizados, por medio
de este proceso eran añadidos todos juntos, llegando a formar la iglesia”
(1992, p. 48)].
Este es el primer texto bíblico que
habla de la iglesia en existencia; en este preciso momento en la Escritura se
señala la presencia de la primera iglesia. Pedro había abierto las puertas de
la iglesia por medio de la predicación de la Palabra. Había confesado una vez
más la deidad de Jesús. Y el Señor había integrado a los creyentes a Su
iglesia.
Entonces, ¿cuál es la iglesia más
antigua? Desde luego, la respuesta es la iglesia que Cristo edificó en Hechos
2. Pero ¿qué iglesia fue esta? ¿Fue este el comienzo de la Iglesia Católica
(como el catolicismo enseña)? Note: que Cristo dijo que edificará Su iglesia
(Mateo 16:18), no la Iglesia Católica.
“Saludaos los unos a los otros con ósculo santo. Os saludan
todas las iglesias de Cristo” (Romanos 16:16, énfasis añadido).
Aunque para el tiempo en que el apóstol
Pablo escribió su carta a los romanos ya habían varias congregaciones que
alababan a Dios en muchas partes del mundo, todavía existía una característica
única entre ellas: todas pertenecían
a Cristo (i.e., eran las iglesias de Cristo), ya que Cristo dijo que Él edificará Su iglesia. Por tanto, todas llevaban honrosamente el nombre de su
Fundador—Cristo.
Hechos 2 nos informa que la iglesia de
Cristo fue establecida en Jerusalén en el Día del Pentecostés (ca. 30 d.C.).
Tenía un fundamento único, Jesucristo (1 Corintios 3:11). Cristo, no Pedro, era
la piedra angular de la iglesia (cf. 1 Pedro 2:4-8). La iglesia estaba
conformada de un grupo de creyentes que llevaban el título “cristianos” (no “católicos”)
por origen divino (Hechos 11:26; cf. Isaías 62:2).
Ellos constituían el único cuerpo de
Cristo (Efesios 1:22-23; 4:4). La iglesia también era considerada la esposa de
Cristo (2 Corintios 11:2; Efesios 5:24; Apocalipsis 19:7). Cristo era su
autoridad y Cabeza (Colosenses 1:18); no tenía cabeza terrenal. Y en su
organización, los nombres o partidos humanos eran condenados (1 Corintios
1:10-13). Esta fue la maravillosa institución divina que Dios estableció en la
Tierra—la iglesia de Su Hijo, la iglesia de Cristo (vea Miller, 2007).
3.2. EL ORIGEN DEL CATOLICISMO:
Si la Iglesia Católica no es la iglesia
más antigua, ¿cómo y cuándo llegó a ser una entidad histórica? Cuando la
iglesia del Señor comenzó en Hechos 2, creció considerablemente. Según Hechos
2:41, alrededor de 3,000 personas creyeron en la predicación de Pedro y los
demás apóstoles, y fueron bautizados. Hechos 4:4 registra que poco después el
número de creyentes era por lo menos 5,000, y Hechos 6:7 informa que “el número de
discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén”.
Al comienzo, el gobierno romano
consideró al cristianismo como otra secta judía sin importancia. El libro de
Hechos concluye señalando que incluso bajo custodia romana, Pablo continuó
predicando y enseñando “abiertamente y sin impedimento” (Hechos
28:31). Los romanos subestimaron el poder y la influencia del cristianismo,
permitiendo que la iglesia tuviera el tiempo y la oportunidad de crecer en los
primeros años (Hechos 18:12-16; 23:23-29). Sin embargo, siempre hubo gran
oposición de los judíos ortodoxos de ese tiempo, los cuales acosaban
intelectual, psicológica y físicamente a los apóstoles y demás cristianos
(e.g., Hechos 4:1-3,18; 5:17-18; 9:1-2,22-24; 13:45,50; 17:4-5,13; 21:27-31;
23:12-22).
Aunque la persecución fue un duro azote
para los cristianos, ellos ya habían sido advertidos de ésta, y sabían cómo
reaccionar. Jesús había advertido a Sus discípulos en diferentes ocasiones
acerca de las persecuciones venideras por causa de Su nombre (Mateo 10:22). Él
les había declarado que serían perseguidos en las mismas maneras que Él lo fue
(Juan 15:19-20). De hecho, la persecución de parte de los judíos llegó a ser
una realidad poco después que la iglesia comenzó (Hechos 8:1). A causa de su
hipocresía e ignorancia de las Escrituras, los judíos insensibles no podían
soportar el mensaje del Evangelio.
Jesús también había aconsejado a Sus
discípulos que huyeran a otras ciudades cuando fueran perseguidos (Mateo
10:23). Él no solamente quería que ellos buscaran seguridad, sino también que
predicaran el Evangelio en otros lugares. Al principio, los cristianos no
estuvieron dispuestos a dejar la comodidad de sus tierras, pero la persecución
apresuró su salida (Hechos 8:1; 11:19; etc.). Al huir, los cristianos se
arraigaron a la Gran Comisión del Señor de “ir por todo el mundo y predicar el evangelio”,
anunciando la llegada del reino de Dios (Marcos 16:15; Mateo 28:19; cf. Hechos
8:4; 14:4-7; etc.).
Producto de los esfuerzos universales de
enseñar, y los celos de los judíos en muchos lugares a los cuales los
cristianos viajaron, el cristianismo llegó no solamente a obtener interés
religioso, sino también político. El gobierno romano comenzó a poner más
atención a esta “nueva
religión” que frecuentemente era acusada de alborotadora y blasfema
al gobierno (cf. Hechos 17:6-9; 19:23-27).
Suetonio, un historiador romano, parece
confirmar este hecho al escribir lo siguiente acerca de Claudio César: “Él expulsó
de Roma a todos los judíos que estuvieron provocando continuos disturbios bajo
la instigación de Chrestus” (1890, p. 318). Claramente, para el
tiempo del Emperador Claudio (41-54 d.C.), los esfuerzos por intimidar y
desacreditar a los cristianos ya eran un asunto serio (cf. Hechos 18:2). A la
muerte de Claudio, el infame Nerón tomó el poder.
Él ansiaba construir una Roma espléndida
para satisfacer sus propios placeres. Muchos historiadores creen que Nerón fue
responsable del gran incendio que consumió Roma en el año 64 d.C. y mató a
muchos de sus habitantes (e.g., Suetonio, Dión Casio, et.al.; cf. Nelson, 1985,
p. 450). Muchos de sus contemporáneos también creían que Nerón era el
responsable.
Para suprimir estos rumores, Nerón acusó
injustamente a los cristianos del crimen, y les castigó en maneras
increíblemente horribles. Sus acciones causaron que los cristianos fueran
odiados (cf. Tácito, 1836, pp. 287-288). Aunque los cristianos nunca habían
gozado del beneplácito del Imperio Romano, Nerón fue el primer emperador en
desatar una persecución intensa en contra de ellos. La persecución excesiva e
intensa continuó por siglos. Como James Baird escribió, “En realidad, el cristianismo fue opuesto
más vigorosamente que cualquier otra religión en la historia prolongada de
Roma” (1978, p. 29).
Pero aparte del infortunio de los
cristianos a causa de los opositores de la justicia divina, había otro peligro
en el horizonte, un peligro mucho mayor que la persecución misma: la apostasía
predicha. En Su ministerio terrenal, Jesús enseñó a Sus discípulos a
vivir por la verdad, enseñar la verdad e incluso morir por la verdad. La verdad
de Su palabra (Juan 17:17) era un tesoro invaluable. Jesús sabía que después de
Su ascensión, la verdad sería enfrentada, y muchos se apartarían de ella.
En una ocasión, Jesús advirtió a Sus
discípulos, “Guardaos
de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15). Pablo confirmó lo dicho por
Jesús cuando escribió, “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio
de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hechos
20:29). El apóstol Juan escribió del cumplimiento de la profecía que Jesús dio
como un hecho palpable (1 Juan 4:1). La apostasía predicha por Jesús existía
entonces, y muchos se habían apartado de la fe (e.g., 2 Timoteo 4:10).
No obstante, la influencia de los
apóstoles todavía era fuerte, y ellos guardaban la pureza de la verdad. Muchos
de los escritos apostólicos que el Nuevo Testamento preserva tuvieron el
propósito de corregir falsas enseñanzas, defender la fe y advertir a los nuevos
cristianos de las doctrinas teológicas que surgirían (cf. Gálatas 1:6-10; 1
Timoteo 4:1-3; 1 Pedro 3:15; 1 Juan). Para corregir algunas deficiencias en
algunas congregaciones cristianas y defender la fe una vez dada a los santos
(Judas 3), Dios mandó (por medio de los apóstoles) a nombrar una pluralidad de
ancianos (también llamados “obispos” o “pastores”—Hechos 20:17,28; Tito
1:5,7; 1 Pedro 5:1-4) en cada congregación de la iglesia (Tito 1:5-9; cf.
Filipenses 1:1; 1 Timoteo 3:1-7). Los ancianos estaban encargados de supervisar, cuidar
y apacentar la grey del Señor (Hechos 20:28). Era su responsabilidad velar por
la iglesia que Cristo adquirió con precio de sangre (Efesios 5:25; Hebreos
7:26-27).
A la muerte de los apóstoles (quienes no dejaron
sucesores apostólicos), los ancianos, juntamente con los diáconos, evangelistas y maestros, tomaron la responsabilidad
total de defender la fe. Muchos de ellos habían sido instruidos directamente
por los apóstoles,
y por ende fueron parte fundamental del desarrollo espiritual de la iglesia.
[NOTA: A algunos de estos hombres se les llama “padres de la iglesia”
o “padres apostólicos”]. En su libro, El Reino Eterno, F.W. Mattox escribió:
Durante los primeros
cincuenta años después de la muerte del apóstol Juan, la iglesia luchó por
mantener la pureza Apostólica. La literatura de este periodo, escrita por los
hombres que fueron comúnmente llamados los “Padres Apostólicos” y “Apologistas”,
muestra claramente los esfuerzos que se hicieron por mantener el patrón del
Nuevo Testamento como también las tendencias que más tarde provocaron la
apostasía
(1961, p. 107).
Aunque los esfuerzos de los apologistas
antiguos por unificar la iglesia fueron enormes, muchos de esos esfuerzos
estuvieron basados erróneamente en la racionalidad humana exclusiva. Poco a
poco comenzaron a aceptarse nuevas ideas que condujeron a nuevos cambios en la
iglesia.
El primer cambio principal tuvo que ver
con la organización de la iglesia, y específicamente con la autoridad de los
ancianos. Como se señaló anteriormente, en los primeros años de la iglesia cada
congregación tenía una pluralidad de ancianos que simultáneamente velaban por
ella.
Sin embargo, muchos comenzaron a
considerar a un anciano como superior a los otros, y finalmente reservaron
solamente para ese anciano el título de “obispo”. Esto originó disputas y contiendas
por el poder. Más tarde, los “obispos” comenzaron a presidir
individualmente sobre varias congregaciones en una ciudad, a lo cual llamaron “diócesis”
(Latourette, 1965, p. 67).
Uno de los personajes que se aferró a la
unidad de la iglesia bajo un solo hombre (i.e., “el Obispo”) fue Ignacio de
Antioquia. En su Epístola a los Efesios, escribió:
Ya
que en este periodo breve de tiempo he gozado de tal comunión con vuestro
obispo—que no fue de una naturaleza humana sino espiritual—cuánto más considero
bienaventurados a vosotros que estáis unidos a él como la Iglesia está unida a
Cristo, y como Jesucristo al Padre, ¡para que todas las cosas puedan armonizar
en unidad!.... Por tanto, guardaos de no oponeros al obispo, para que así
estéis sujetos a Dios
(Robert y Donaldson, 1973, 1:51).
Esta nueva organización (i.e., un obispo
sobre los demás) comenzó como un llamado a defender la verdad, pero generó un
alejamiento del patrón divino a tal grado que, para el año 150 d.C., el
gobierno de muchas congregaciones locales difería completamente de la simple
organización que el Nuevo Testamento trazaba. Este cambio “inocente” en la organización
eclesiástica fue la semilla que precedió a la germinación del movimiento
católico muchos años después.
Con el tiempo, los obispos que ejercían
autoridad en ciertas regiones comenzaron a reunirse para tratar asuntos que les conciernen a todos. Finalmente estas reuniones se convirtieron en concilios
donde se declaran formalmente nuevos credos e ideas para todos los
cristianos, y donde se condenaban a los supuestos herejes.
Constantino, Emperador de Roma, convocó
el primero de estos concilios, el concilio de Nicea (325 d.C.). Para el tiempo
de su gobierno, el pueblo cristiano había crecido grandemente. A pesar de las
constantes persecuciones y la apostasía creciente, muchos cristianos habían
permanecido fieles a Dios, y su influencia seguía creciendo. La fe, influencia
y valentía de estos cristianos (lo cual guío a muchos a morir por amor a la
verdad) eran obvias para Constantino. Desde una perspectiva humana, el
cristianismo sería, en algunas maneras, una amenaza potencial para el Imperio
si continuaba creciendo. Por tanto, solo había dos opciones:
(1) erradicar el
cristianismo del Imperio al incrementar la oposición (una táctica que no había
funcionado por casi tres siglos); o
(2)
“unirse a la corriente” para que el cristianismo ayudara a unificar y
fortalecer el Imperio. Constantino no solamente decidió parar la persecución a
los cristianos, sino promover el cristianismo. Para ayudar a la iglesia,
Constantino ordenó que se escribieran a mano 50 copias de la Biblia, y otorgó a
algunos cristianos puestos elevados en su gobierno (Miller y Stevens, 1976,
5:46,49).
Además, restauró a los cristianos sus
lugares de adoración sin demandar pago (vea “El Edicto...”, s.d.).
Bajo la dirección de Constantino,
se originaron más cambios—especialmente en la organización de la iglesia. Ya
que la rescisión de la persecución era algo que los cristianos consideraban
imposible, y ya que el favoritismo del gobierno parecía incluso más
inalcanzable, muchos de los cristianos se dejaron influenciar por el gobierno a
tal punto de desviarse cada vez más de la verdad. Bajo la influencia de
Constantino, comenzó a desarrollarse una nueva organización eclesiástica a modo
de la organización del gobierno romano. Aunque la influencia de Constantino
sobre el cristianismo era imponente, irónicamente Constantino mismo no era un
cristiano. Solamente poco antes de su muerte—y seguro con la esperanza que sus
pecados fueran perdonados—aceptó ser bautizado por la causa cristiana (vea
Hutchinson, 1959, p. 146).
Aunque el catolicismo no nació
formalmente para el tiempo de Constantino, ciertamente la influencia y el
legado que Constantino dejó fueron piedras fundamentales sobre las cuales el
catolicismo pronto asentaría su dominio. Cuanto más la iglesia obtenía
beneficios del gobierno, más semejante a éste llegaba a ser, y se alejaba más
del patrón divino.
Para el siglo VII, muchos “cristianos”,
tomando el modelo del gobierno romano, constituyeron en Roma a un solo hombre,
el papa, para ejercer dominio eclesiástico universal. Según el modelo de los
consejeros del emperador romano, se constituyó un grupo de cardenales para
aconsejar al papa. Según el modelo de los gobernadores romanos, se constituyó
obispos sobre diócesis.
Y, según el modelo del Imperio Universal
(i.e., católico) Romano, se constituyó una nueva iglesia—la Iglesia Católica
Romana. Por consiguiente, se estableció la Iglesia Católica a comienzos del
siglo VII, bajo la jurisdicción del primer hombre considerado “papa”
universalmente, Bonifacio III.
______________
[continuará]
REFERENCIAS:
-
Baird, James O. (1978), “Las Pruebas y Tribulaciones de la Iglesia Desde el
Principio”, El Futuro de la Iglesia [“The Trials and Tribulations of the Church
from the Beginning,” The Future of the Church], ed. William Woodson (Henderson,
TN: Freed-Hardeman College).
-
Boles, H. Leo (1992), Comentarios del Nuevo Testamento: Hechos, trad. Rolando
Romero (Nashville, TN: Gospel Advocate).
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Véase Parte III:
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